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HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
8-17
8. /Is/40/01-05.09-11 /Tt/01/11-14.03/04-07
Esta homilía tiene en cuenta las lecturas optativas del ciclo C, que figuran en la última edición del Leccionario C y en el Misal de la Comunidad.
En el inicio de la carta a los Hebreos el autor se pregunta: "¿A qué ángel dijo jamás: Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado, o: Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo?". Esta sorpresa y admiración nos sitúan en el núcleo de la fiesta del Bautismo del Señor que hoy celebramos. Todo lo que implica el hecho de la encarnación del Hijo de Dios es tan inaudito que no basta con una única mirada, y parece que la Escritura, la liturgia, la reflexión creyente necesiten ir expresando de modos diversos un misterio tan grande.
Hoy culmina aquella expectativa con que comenzábamos el tiempo de Adviento: "Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré las promesas que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá... suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra... en aquellos días se salvará Judá...". Sí, lo hemos estado esperando, lo hemos estado celebrando en estos días de Navidad y Epifanía, y ahora que nos ha llegado parece como si no nos lo acabáramos de creer: sí, realmente, en Jesús de Nazaret que es bautizado en el Jordán, la salvación de Dios está con nosotros.
-Dios que se esconde; Dios que se manifiesta y se comunica
Pedagógicamente la liturgia de la Iglesia nos ha ido mostrando cuál es el tono, cuál es el estilo con que se manifiesta el Hijo de Dios en nuestra historia: el nacimiento en Belén anunciado a los más pobres como prenda de paz y de salvación; nacido de una mujer y nacido bajo la ley para conducirnos a la condición de hijos; sometido al lento camino de crecimiento humano en el seno de la familia y el pueblo de Nazaret; estrella de luz y alegría que atrae a gentes de todas las naciones...
Y hoy llegamos a la última y plena manifestación de la identidad de Jesús: en el umbral de su madurez, a punto de emprender la misión de anuncio del Evangelio, desde la solidaridad con la humanidad humilde que en el bautismo de Juan buscaban un camino de renovación, hay una profunda experiencia de la realidad de Dios, una gran manifestación -epifanía- del misterio central de la Trinidad. Dios que se comunica y despliega la profunda relación de amor y de vida que son el Padre, el Hijo y el Espíritu, para hacernos participar también a nosotros de esta condición divina: "El os bautizará con Espíritu Santo y fuego", escuchábamos ahora mismo en el evangelio.
-La manifestación de Dios: consuelo, pasión por el bien, paternidad
El conjunto de las lecturas de hoy nos trazan un recorrido por esta progresiva manifestación del plan de salvación y de mostrar la identidad -la manera de obrar y de ser- de nuestro Dios. "Consolad, consolad a mi pueblo, hablad al corazón de Jerusalén", dice el Señor a Isaías. Esta es la expectativa de la humanidad sufriente, del pueblo que camina en tinieblas: escuchar una palabra amorosa y consistente, una palabra y una acción que lleven consuelo a la existencia. No un consuelo equívoco, de engaño que adormece la conciencia, de infantil incapacidad de vivir, de placer que quiere satisfacción inmediata, sino un consuelo firme, de liberación profunda, de curación de todas las heridas de nuestra humanidad. El salmo nos hacía cantar el consuelo de esta salvación integral: "Envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra".
Y este es el programa de vida nueva que san Pablo nos comunica hoy: Dios quiere hacer de nosotros un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras, viviendo en este mundo una vida sobria, honrada y religiosa. Cada una de estas expresiones tiene su gran fuerza: sobriedad y honradez en medio de la vorágine del tener más y más, del afán de acumular de todo: dinero, experiencias, prestigios... sobriedad y honradez que nos lleve a la solidaridad real con los más pobres y guarde libre nuestro ánimo para fijarlo sólo en los tesoros que perduran. Religiosidad, dedicación a las buenas obras: mantener viva y tierna en nuestro corazón la relación filial con Dios nuestro Padre y el sentimiento y el trabajo apasionado por hacer un mundo de hermanos.
Y este programa que condensa el mensaje de Navidad, nos dice la enseñanza de hoy que no es un simple esfuerzo de rectitud moral o de superación ética por nuestra parte. Sino que es don, gracia, regalo de parte de Dios. Nos ha hecho nacer de nuevo mediante el baño de agua y de Espíritu Santo, no movido por nuestras obras sino llevado por su bondad y por el amor que Él tiene a los hombres. Hoy, mientras Jesús -hermano nuestro e Hijo de Dios- oraba en el Jordán, se nos ha manifestado nuevamente la grandeza y el poder renovador del amor de Dios: también a cada uno de nosotros, que por Jesucristo hemos recibido a manos llenas el Espíritu Santo, nos dice unidos a Él: tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.
Hermanas y hermanos, en esta Eucaristía con la que concluimos las fiestas de Navidad, agradezcamos este gran don y propongámonos, con la ayuda renovadora del Espíritu Santo, vivir como Jesús nos enseña, como pueblo suyo apasionado por obrar el bien.
JOSEP
M. DOMINGO
MISA DOMINICAL 1995, 1
9.
Ya no somos solitarios, sino solidarios
Hay una magnífica reflexión de M. ·LUTHER-KING sobre la parábola del buen samaritano: «Imagino que el sacerdote y el levita se hicieron esta pregunta: "¿Qué me sucederá si me detengo a ayudar a este hombre?". El buen samaritano invirtió la pregunta: "¿Qué le sucederá a este hombre, si no me detengo a ayudarlo?". Nos preguntamos muchas veces: "¿Qué será de mi colocación, de mi prestigio, de mi categoría, si me comprometo en este asunto? Abraham Lincoln no se preguntó: "¿Qué me pasará si proclamo la emancipación y pongo fin a la esclavitud?", sino que se preguntó: "¿Qué le pasará a la Unión y a esos miles de negros si no lo hago?"».
Hoy es muy frecuente en la teología afirmar que el episodio del bautismo de Jesús marca un momento decisivo en su vida. No se trata sólo, como a primera vista parecen reflejarlo los evangelistas, del final de la llamada vida oculta de Jesús en Nazaret y comienzo de su vida pública, su predicación y sus milagros. Hoy se insiste desde la cristología en que Jesús fue descubriendo gradualmente la misión que Dios le había confiado. Es lo que insinúa san Lucas al afirmar que Jesús no sólo crecía y se robustecía, sino que también iba creciendo en sabiduría y gracia. En ese proceso de crecimiento y descubrimiento de su misión en la vida, que todo hombre tiene que realizar, el episodio del bautismo fue probablemente un hito fundamental.
San Lucas es más sucinto que los otros dos sinópticos en el relato del bautismo de Jesús. Los tres relatos coinciden en afirmar que el cielo se abrió y descendió el Espíritu en forma de paloma sobre Jesús. Los tres recogen las mismas palabras: «Este es mi Hijo, a quien yo amo, mi predilecto».
El relato de Lucas tiene dos rasgos peculiares. Por una parte, Lucas es el evangelista que más subraya la oración de Jesús y precisamente nos presenta a Jesús en oración en el momento de su bautismo. Nos está indicando que, en ese crecimiento en sabiduría y gracia que tuvo lugar en Jesús, el día de su bautismo tuvo esa experiencia en la oración por la que escuchó en su interior que él es el Hijo, el amado por el Padre, el predilecto.
Al mismo tiempo, Lucas es el evangelista que presenta más anónimamente el bautismo de Jesús: Juan está totalmente difuminado y no se recoge el diálogo con el Bautista, que se considera indigno de derramar el agua sobre la cabeza del Señor. Jesús aparece perdido en medio de ese bautismo del pueblo en masa, en medio de un bautismo que tenía un significado de conversión de los pecados.
Jesús aparece en solidaridad plena con los hombres. Leonardo Boff afirma que desde la navidad «ya no somos solitarios, sino solidarios». El bautismo de Jesús es un gran símbolo de esta solidaridad. J. A. Pagola dice que «uno de los datos mejor atestiguado sobre Jesús es su cercanía y su acogida a hombres y mujeres considerados como "pecadores" en la sociedad judía. Es sorprendente la fuerza con que Jesús condena el mal y la injusticia y, al mismo tiempo, la acogida que ofrece a los pecadores... Llegan a llamarle amigo de pecadores. Y están en lo cierto. Jesús se acerca a los pecadores como amigo. No como moralista que busca el grado exacto de culpabilidad. Ni como juez que dicta sentencia condenatoria. Sino como hermano que ayuda a aquellos hombres a escuchar el perdón de Dios, a encontrarse con lo mejor de sí mismos y rehacer su vida. La denuncia firme del mal no está reñida con la cercanía del hombre caído». Este acto de Jesús en un bautizo del pueblo en masa es un espléndido símbolo de su cercanía y solidaridad con el pecado de los hombres.
Del bautismo arranca -y lo van a expresar los tres sinópticos- la experiencia de Jesús en el desierto: una experiencia en la que va a sentirse empujado por el Espíritu, en que las tentaciones van a versar precisamente sobre el significado de la misión que ha recibido del Padre. Y de ahí arranca, como dice san Pedro en esa encantadora e ingenua expresión, «la cosa que empezó en Galilea».
De ahí surge ese hombre, cuya vida es descrita de forma tan espléndida por el mismo Pedro: «Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
De ahí arranca la vida de un hombre -al que los santos padres llamarán «el buen Samaritano»- que no se preguntará qué es lo que va a sucederle si acepta la misión recibida del Padre. Su pregunta iba a ser otra: qué le va a suceder al hombre, herido y caído en los caminos de la vida, si yo no asumo la misión que el Padre me ha confiado. Y, ungido por la fuerza del Espíritu, sintiendo que Dios le llamaba su Hijo amado y predilecto, ya no buscó su bien, sino hacer el bien; ya no buscó su propia realización, sino la liberación de los otros... Había surgido el buen Samaritano, el hombre para los demás, el que ya no se preguntaba por las consecuencias de su misión sobre sí mismo, sino por las consecuencias de su misión sobre los otros.
Hablar del bautismo de Jesús nos lleva a hablar sobre nuestro bautismo. Hace tiempo escuché a un predicador subrayar que hoy existe una presión social que empuja a la administración del bautismo. En efecto, no es fácil a los sacerdotes negar el bautismo a pesar de ser situaciones en que es poco clara la educación cristiana de los niños.
Personalmente estoy convencido de que debe aplicarse a este tema lo que se decía hoy en la primera lectura sobre no quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo humeante. Pero, al mismo tiempo y como decía el predicador, se da una no menos fuerte presión social que va en sentido contrario de lo que significa el bautismo: se pide insistentemente el bautismo de los niños, para después empujarlos con no menos insistencia a vivir de forma distinta a lo que significa ese bautismo.
BAU/CR:Porque el bautismo, como dirá san Pablo, es sepultar a nuestro hombre viejo para nacer a la vida nueva que nos trae Jesús. En el rito del bautismo hay un momento en que el niño es ungido en la coronilla para indicar que está llamado a ser otro Cristo. El bautizado es otro ungido, es otro Cristo; está llamado a reproducir en su vida la misma misión de Jesús. Está llamado a ser sacerdote, profeta y rey, porque está ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, porque debe pasar por la vida haciendo el bien, porque está llamado a liberar al hombre de todas sus esclavitudes. A esto es a lo que nos empuja nuestro bautismo. Tenía razón Lutero cuando decía que «la vida cristiana no es otra cosa que un bautismo continuo»: porque a lo que nos llama nuestro bautismo es a vivir toda la existencia de acuerdo con el modelo de vida de Jesús, porque nuestro bautismo nos ha hecho otros ungidos, otros Cristos.
Jesús fue solidario con los hombres, estuvo muy cerca del pecado de los hombres, cargó con él: por eso estamos llamados a sentir en nuestro pecado la cercanía y la solidaridad del que se acercó al pecado de los hombres no con una palabra dura y rígida, sino con una palabra de amor y de solidaridad. Jesús no se preguntó por las consecuencias que le iban a sobrevenir por asumir la misión del Padre. La asumió porque era la voluntad del Padre, la salvación de los hombres. No nos preguntemos tantas veces en la vida por las consecuencias que nos van a venir, porque lo realmente importante es lo que les va a sobrevenir a los otros. Esto es lo que significa ser bautizados, ungidos, ser hoy otros Cristos.
JAVIER
GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 69 ss.
10.
1. «En un bautismo general, Jesús también se bautizó».
Que Jesús se deje bautizar con el pueblo que quiere la conversión y la purificación de sus pecados, es un gesto que contiene en sí algo profundamente misterioso; es como si quisiera, ya en su primer acto público, manifestar su solidaridad con todos los pecadores. Más tarde acogerá a los suyos en su Iglesia con el bautismo cristiano, mediante la humillación de una inmersión en el agua como elemento de muerte y regeneración; Jesús no quiere imponer a los suyos nada que él mismo no haya hecho. Y si el bautismo ha de ser realmente un ser sepultado con él en su muerte y un resucitar con él a una nueva vida imperecedera -como lo describirá Pablo (Rm 6)-, entonces este primer bautismo es ya para él una obligación anticipada de cara a su propia pasión y resurrección: todo lo que acontece entre el bautismo y la cruz está encuadrado por un sentido y un acontecimiento unitario. El bautismo del Jordán es para Jesús un bautismo «con Espíritu Santo», el de la cruz será un bautismo «de fuego»; el primero es solidaridad con los pecadores que han de purificarse, el segundo será la extinción a sangre y fuego de todo el pecado del mundo.
Sobre este acontecimiento del bautismo de Jesús, aparece el cielo abierto y Dios se da a conocer como trinitario: el Padre que envía confirma a su «Hijo, el amado, el predilecto», que cumple por libre amor la voluntad trinitaria de salvación; el Espíritu Santo aparece en forma de paloma entre el Padre, en el cielo, y el Hijo que ora en la tierra: transmitiendo al Hijo la voluntad de Padre y llevando al Padre la oración del Hijo. Todo entre el bautismo y la cruz-resurrección corresponderá a esta forma aquí visible de la decisión salvífica del Dios unitrino.
2. «Mirad: aquí está vuestro Dios».
En la primera lectura se anuncia a Jerusalén, y a través de ella a toda la humanidad, el consuelo de que el tiempo de la salvación ha comenzado ya. El Salvador viene por una parte en «gloria» y «con fuerza», pues la obra redentora de Jesús vencerá y dominará toda la historia del mundo; pero por otra parte viene con la solicitud de un pastor que lleva en brazos a sus corderos y cuida de las ovejas madres: esta unidad de poder y cuidado amoroso le muestra como el Dios encarnado, hecho hombre; sólo Dios reúne estos dos atributos en una unidad perfecta.
3. "Así... somos herederos de la vida eterna».
La segunda lectura se sitúa allí donde se ha realizado ya la obra salvífica de Jesús («él se entregó por nosotros») y donde el bautismo cristiano, «el baño del segundo nacimiento», nos permite participar en el primer bautismo (de agua) y en el último bautismo (de sangre) de Jesús («tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla»: Lc 12,50). De nuevo aparece el cielo abierto sobre los cristianos bautizados, y Dios revela todo su «Amor al hombre». La gracia del Padre «ha aparecido para traer la salvación a todos los hombres»; no en razón de nuestras obras de justicia, sino en virtud de su «misericordia». El propio Jesús es llamado «Salvador» y al mismo tiempo «nuestro gran Dios»; y el bautismo opera la renovación «por el Espíritu Santo, derramado copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo», para nuestra justificación y santificación, que nos hace dignos de obtener la vida eterna esperada. El milagro de la teofanía en el bautismo de Jesús se continúa en su Iglesia en todos los tiempos.
HANS URS von
BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales
A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág.
219 s.
11.
FIRMA Y RUBRICA
No se puede ir «indocumentado» por la vida. Hemos oído demasiadas historias de fuertes sanciones sobre personas despistadas que habían olvidado su carné de identidad al salir de casa. Está claro, por tanto, que en todo momento debemos saber «quiénes somos» y estar dispuestos a «demostrarlo». Tampoco se puede llevar un carné caducado. Podría resultarnos muy perjudicial.
Pues bien. Jesús, al abandonar su hogar y salir a su vida pública, quiso proveerse de todos los documentos de identidad necesarios. Se los proporcionaron a las orillas del Jordán, en primer lugar Juan. Y después, en su bautismo, el Padre y el Espíritu.
Pero a mí me gustaría que, al hilo de aquel singular bautismo, reflexionáramos sobre el nuestro. Porque, salvadas las infinitas distancias, en ese bautismo quedó marcada nuestra identidad de una manera paralela.
1.° «He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Lo dijo Juan. Está claro que Jesús no tenía pecado. Pero para eso justamente vino: para que «nadie tuviera pecado». Con ese fin nació, murió y resucitó. Gracias a ese precio, como decíamos en el viejo catecismo, «por el bautismo que borra el pecado original y cualquier otro pecado que hubiere en el que se bautiza». Un bautizado es, por lo tanto, un «purificado», que ha de luchar contra todo pecado: el suyo y el de las estructuras del mundo. Cuando Job repetía que «la vida del hombre sobre la tierra es milicia» nos estaba anunciando eso: que cada uno ha de emplear materiales nobles y sin fraude en el edificio de su propio «yo» y en la construcción de la ciudad secular. El bautismo nos obliga, como a Jesús, a quitar el pecado del mundo. A eso se refería Pablo: «Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, autoridades y poderes que dominan este mundo de tinieblas, contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal».
2.° «Cuando venga el que es más que yo, El os bautizará con el Espíritu Santo». Y mientras contemplamos la escena -«se abrió el cielo y bajó el Espíritu sobre Jesús»- debemos pensar que sobre nosotros también lo hizo. El bautismo, amigos, es el inicio de nuestra vocación cristiana. Desde ese día podemos decir: «El Espíritu está sobre mí». Y ese Espíritu, aparte de «sus impulsos inenarrables», ha seguido en nosotros, por los sacramentos, haciendo una tarea profunda, constante y progresiva. En la confirmación acrecentó nuestra valentía para que pudiéramos testimoniar nuestra fe. Como somos criaturas frágiles, por la penitencia vuelve a reconciliarnos con Dios. Y ya véis cómo, en la eucaristía, poniendo sus manos sobre el pan y el vino, dice el sacerdote: «Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu». El lo mueve todo. Pone su firma y sello sobre nosotros y sobre nuestras acciones. Para que, como el rey Midas, convirtamos en oro -obras sobrenaturales- cuanto toquemos.
3.° Pero también el Padre quiere estampar sobre nosotros su firma, rúbrica y sello. El, como a Jesús, nos dice: «Este es mi hijo amado». Pasen. Pasen y vean. Este niño recién bautizado es «hijo de Dios». Oíd a Pablo: «Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos para poder gritar Abba, Padre». ¿Véis cómo las tres coordenadas de Jesús también a nosotros nos acreditan e identifican? No vamos, pues, «indocumentados». Lo que ocurre es que los «títulos y abolengos» no sirven para ir sacando pecho, sino para emplearlos en ese «compromiso bautismal» del que tanto hablamos.
ELVIRA-1.Págs. 204 s.
12.
Frase evangélica: «Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto»
Tema de predicación: LA MANIFESTACIÓN DEL PADRE
1. Dios se nos muestra como Padre (también es Madre) a través del símbolo paterno. Al nacer y dar los primeros pasos, vivimos todos una unión ilimitada con la madre; una unión física y afectiva, dichosa y replegada. La presencia del padre nos abre al encuentro con lo nuevo, es decir, con la alteridad y la transcendencia. El padre ayuda a que el niño adquiera libertad, autonomía, futuro. Es la imagen de una liberación, de un porvenir personal.
2. Al celebrar el Bautismo de Jesús como epifanía, se cierra el ciclo de las fiestas navideñas y se da comienzo al diálogo de Dios con Jesucristo y con nosotros. La epifanía del Bautismo de Jesús revela la relación de Jesús (y de todos los cristianos) con el Padre: 1) «se abrió el cielo» por la intervención del Padre (Dios no se cierra a la tierra); 2) «bajó el Espíritu Santo», espíritu de Dios (que nos hace hijos del Padre); y 3) «vino una voz del cielo», que es la Palabra de Dios (revelación y fuerza de transformación).
3. El bautismo es la primera epifanía sacramental: nos comunica la vida de hijos de Dios (es gracia), nos incorpora a la Iglesia (es entrada en la comunidad) y nos regenera del pecado (es perdón).
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Tenemos relación con Dios Padre?
¿Escuchamos la Palabra del Señor como voz de Dios?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 252
13.
UN SIGNO DE PASCUA
El Bautismo del Señor es un signo del misterio pascual. Encarnación y Pascua unidas de nuevo en las fiestas de Navidad.
Puesto entre los pecadores, bajó al agua para ser purificado de cara al reino: Jesús es la realidad del Siervo sufriente de Isaías, del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
En el segundo domingo después de Navidad, hablábamos ya de la humillación de Jesucristo, de su kénosis; hoy vemos cómo ésta provoca, por parte del Padre, una maravillosa teofanía, signo precursor de la gloria de la resurrección. Las tres veces, durante la vida de Jesús, en que el Padre hace constar que se trata de su Hijo amado (bautismo, transfiguración y entrada en Jerusalén), demuestran de forma decisiva el hecho de la resurrección: la filiación divina de Jesús. Al fin y al cabo, la encarnación tuvo lugar "por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación" (credo). La antífona del Magnificat de las primeras vísperas de hoy nos lo expresa de manera admirable: "El Salvador vino a ser bautizado para renovar al hombre envejecido; quiso restaurar por el agua nuestra naturaleza corrompida y nos vistió con su incorruptibilidad". Muerte y resurrección; entrar en las aguas del Jordán y salir de ellas. Y la voz del Padre que da sentido a la etapa que se inicia. El bautismo en el Jordán es anuncio del papel de Cristo como Mesías que da la vida por la reconstrucción de un mundo roto; anuncio de Cristo, Hijo único, Siervo, que cumple toda la voluntad del Padre.
UN SIGNO DE NUESTRO BAUTISMO
Podemos ver en toda la teofanía otro signo: de nuestro bautismo. Es el signo más completo del misterio de Cristo y de la participación en él por medio de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación. Detengámonos un momento sobre este aspecto que ha hecho de este día uno de los preferidos para el bautismo en nuestras comunidades.
La obra del Espíritu es reconstruir el mundo. Al final de los tiempos, la acción del Espíritu provoca la encarnación de la Palabra de Dios; y ya hemos comentado antes que Jesucristo da la vida para la reconstrucción de un mundo roto. En la actividad del Espíritu sobre el agua bautismal podemos ver la nueva creación y nuestra entrada en la vida eterna. El mismo Espíritu que provoca la encarnación, provoca también nuestro nacimiento según Dios.
En el bautismo del Jordán, ya queda dicho, Cristo es anunciado como Mesías: Rey, Profeta y Sacerdote. Esta actividad del Espíritu en el Jordán puede ponerse en paralelo con el sacramento de la Confirmación. En ella nosotros somos designados para nuestra función de profetas, reyes y sacerdotes, a semejanza de Cristo.
Finalmente, Jesucristo cumplió su misión mesiánica en el misterio pascual: muerte, resurrección, ascensión, venida del Espíritu Santo. Nosotros cumplimos nuestra misión cada vez que celebramos la Eucaristía que actualiza el misterio pascual, y en la que anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva.
Vemos cómo en Jesús se especifica nuestra misión, cómo se especifica la actitud del nacido del agua y del Espíritu. Y podemos entender la relación entre los sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo, sacramento del nacimiento; la confirmación, sacramento de la designación de nuestra función. Y añadamos la Eucaristía, en la que participamos de la tarea de reconstrucción del mundo, y anunciamos el misterio pascual y el final de los tiempos.
LA OBRA DEL ESPÍRITU
Hoy, para acabar el ciclo de Navidad-Epifanía hemos hablado bastante de la acción del Espíritu Santo. En el contexto de la preparación al Jubileo 2000, dedicado este año al Espíritu. Será bueno repasar los textos de la Eucaristía de hoy que hablan de él. Recuerdo que las lecturas son las propias del ciclo C.
Aún así, empiezo por el prefacio: "Por medio del Espíritu, manifestado en forma de paloma, ungiste a tu siervo Jesús para que los hombres reconociesen en él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los pobres". Jesucristo es el amor de Dios, la bondad y el amor que Dios tiene a los hombres. Esta bondad, Cristo, "nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación del Espíritu Santo" (2a lectura). Este Espíritu es la gloria que acompaña al Señor que viene, es su poder (cf. 1a lectura). Es el Espíritu sin el cual todos los seres creados "expiran y vuelven a ser polvo"; con el Espíritu "los creas y repueblas la faz de la tierra" (salmo responsorial).
En el agua del Jordán, Jesús inaugura "el nuevo bautismo" (prefacio), el bautismo en el Espíritu anunciado por Juan Bautista (evangelio/ cf. domingo III de Adviento). Éste es un fragmento de la liturgia siríaca: "El Espíritu Santo bajó del cielo para fecundar y vivificar las aguas. En el bautismo de Juan, bajó sobre uno solo; pero ahora ha bajado y ha puesto su morada en todos los que han sido regenerados en el agua" (Fanqith, Bréviaire festif de l'Eglise syrienne d'Antioche, III, Mossoul 1875, p. 30).
JORDI
GUARDIA
MISA DOMINICAL 1998, 1, 25-26
14.
* El profeta Isaías anuncia al pueblo la llegada del Siervo de Dios. Esta proclamación nace de la experiencia que el profeta ha adquirido de la misma sabiduría de su pueblo. El pueblo está cansado de la injusticia y de la manipulación del derecho. El siervo de Dios tiene el respaldo del Espíritu que ha sido puesto sobre él (Is 42, 1). El siervo de Dios es el Israel sufriente, este Israel es el amado del Padre. Este Pueblo tiene una tarea que no es otra sino instaurar el derecho y la justicia por toda la tierra (Is 42, 3-4). Una misión específica de este siervo-pueblo es declarar a todos los del Pueblo amados de Dios. Yahveh lo ha invitado a la justicia (Is 42, 6), toda su tarea estará marcada por la fidelidad al compromiso de amor que Dios le ha hecho. Esta idea mesiánica anima la vida del pueblo que a veces siente declinar su historia . Dios se vale de este anuncio para darle al pueblo motivos para seguir creyendo. Cuando todo parece perdido, Dios hace surgir la esperanza. Dios no permite que a su pueblo lo continúen pisoteando, y a los pobres de la tierra les sigan privando de su derecho a la vida, a la felicidad, a la paz. Dios ha declarado a Israel su amado: lo trata con amor, lo conduce con dulzura, le muestra el camino con paciencia. No quiere que se pierda sino que produzca frutos de justicia.
* La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda que Dios no hace distinción de personas: él acepta al que practica la justicia no importándole su nacionalidad (Hch 10, 34-35). En Jesucristo, ahora el nuevo y verdadero Siervo de Dios, el verdadero Mesías esperado durante todos los tiempos, todos tenemos que reconocer que Dios nos ama y nos acoge para que todos caminemos haciendo el bien y luchando por la justicia en la tierra. Jesucristo asume su papel de Mesías, su comunidad lo acepta como tal y reconoce en él, al esperado de todos los tiempos. En Jesucristo todos los hombres y mujeres, todos los pueblos, hemos sido declarados hijos de Dios.
Siempre hemos tenido esta realidad dentro de nosotros, pues Dios nos impregnó el ser de Hijos desde la creación del mundo; pero ahora en Jesús hemos sido reconocidos. No es posible seguir tratando a los otros como si no fueran hijos de Dios. Ya no es posible seguir creyéndonos los únicos amados por Dios; ahora todos los pueblos de la tierra, todos los hombres y mujeres sin distinción alguna somos reconocidos públicamente como hijos de Dios por puro amor dado en Jesucristo.
Nuestro compromiso es ser en el mundo testimonio del amor del Padre "defendiendo la justicia y el derecho", como dicen los profetas. Jesús da testimonio de lo que quiere el Padre de todos los seres, cuando, después de bautizado, predica a los de Galilea (Hch 10, 37) los planes de Dios. Galilea es la región de la exclusión, vista desde el punto de vista político y religioso, ya que se encontraba lejos de Jerusalén, centro del poder judío. Galilea también era presa fácil de los enemigos, ya que por ser una región codiciada por su mucha fertilidad. A este pueblo marginado a quien Jerusalén no atiende, Jesús le lleva la Buena Noticia de que Dios los ha amado desde siempre, y de que les ha llegado la hora de ser reconocidos como hijos de El.
* El evangelio de Lucas nos trae el relato del Bautismo de Jesús. Jesús es uno más de los que se acercan a recibir el bautismo que Juan está administrando a la orilla del río Jordán. No tiene puesto privilegiado a la hora de ser bautizado (Jn 3, 21), sino que espera su turno, se hace "uno más, uno de tantos" (Fil 2, 6ss), con los débiles del pueblo que también quieren ser declarados Hijos de Dios.
El bautismo, a diferencia de la circuncisión, es para todos sin excepción alguna. En el bautismo no hay diferencia ni de sexo, ni de cultura. Todos son invitados a este acto por el cual a los hombres y las mujeres se les declara públicamente como hijos e hijas de Dios.
Al ser bautizado Jesús entra en oración (Jn 3, 21) y es en este momento cuando la comunidad entiende el papel mesiánico de Jesús que Dios declara: "éste es mi Hijo amado, a quien he engendrado hoy" (Sal 2, 7). Al recibir la ratificación de Espíritu del Padre (Jn 3, 22) la paloma es el símbolo de la presencia del Espíritu en el pueblo de Israel, en la hora en que el Espíritu de Dios, en la persona del Hijo amado, a venido a habitar en Israel. Esta es la inauguración de los tiempos mesiánicos, donde todos sin excepción somos declarados Hijos de Dios en la Persona de Jesucristo.
Oración comunitaria:
Dios nuestro que en el bautismo de Juan en el Jordán te manifestaste a él y al pueblo, y le hiciste crecer en la conciencia de su misión; ayúdanos a cada uno de nosotros a crecer también cada día en la conciencia de nuestra misión, y a ponerla por obra con la misma fidelidad de Jesús, que vive y reina contigo...
Para la oración universal:
-Por la Iglesia, para que prolongue con su vida la manifestación de Dios en favor de Jesús, roguemos al Señor.
-Para que desterremos de nuestro corazón todo prejuicio de acepción de personas, especialmente por motivos de religión...
-Por la Iglesia, para que actualice cada día la pastoral del bautismo y ayude a los padres que acuden a ella a renovar también su bautismo...
-Por todos los bautizados, para que renovemos cada día nuestro bautismo...
-Para que los gobernantes de las naciones impulsen la creación de leyes que implanten en sus países la igualdad de los ciudadanos y la superación de toda discriminación...
-Por todos aquellos para quienes el tiempo de la navidad ha sido un tiempo de sufrimiento por la soledad, la pobreza, el alejamiento de los seres queridos... para que encuentren una mano amiga y fraterna...
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
15.
PROMOVER EL DERECHO
La gente pide signos aparatosos, hoy como ayer. Los fariseos pedían a Jesús
señales evidentes que confirmaran su pretendida autoridad: «Muéstranos una
señal que venga del cielo» (Mt 16,1) para que creamos en ti. Jesús no cayó en
la trampa. De habérsela dado hubieran hecho lo imposible por no verla ni
reconocerla...
La gente quiere todas las cosas aprisa. Se impacienta cuando no ve, tiene miedo
a la espera, a que le pidan la colaboración en el entretanto, a pagar su
tributo por el cambio de la vida y de la historia. Y cuando no ve aprisa, ni se
le convence con hechos incontestables y fulminantes, comienza a desconfiar, a
desanimarse, a desesperar. Son muy numerosos los que confían en
prestidigitadores que hacen milagros de mentira y convencen con un 'ahí lo
tenéis' y una sonrisa...
Pero la tarea del Mesías no iría por estos caminos, según estaba anunciado;
sería menos espectacular y brillante. Isaías la resumió con estas palabras:
«Promoverá el derecho y no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en
la tierra y sus leyes que esperan las islas» (Is 42,lss). Ardua meta para un
programa de gobierno.
«Promover fielmente el derecho.» 'Derecho' se deriva del latín dirigere, y éste,
a su vez, de regere: conducir, guiar. Difícil empresa la de conducir y guiar al
pueblo. 'Derecho' se opone a 'torcido'. Enderezar los caminos torcidos del
comportamiento humano sería el objetivo del programa mesiánico, o lo que es
igual promover fielmente el derecho en la tierra de Israel, en el país, en la
propia patria y, al mismo tiempo, dictar leyes que sentaran, a su vez, la base
de un nuevo orden internacional menos torcido del entonces vigente: «Implantar
el derecho... y sus leyes que esperan las islas.» 'Las islas', en el lenguaje
poético de Isaías, son las naciones de la tierra...
Objetivo extremadamente difícil que el Mesías, según el profeta, habría de
realizar sin vacilación ni quebranto: «No vacilará ni se quebrará hasta
implantar el derecho... » Nadie ni nada podría hacer desistir de semejante
empresa al futuro Siervo de Dios.
Derecho que no se habría de implantar a golpes de fuerza y violencia. Pues
fuerza y violencia engendran sinrazón e injusticia. El Mesías, el liberador «no
gritará, ni clamará ni voceará por las calles... » 'Gritar' es propio de quien
no dialoga ni escucha, y trata de imponer, por el tono de la voz, la debilidad
de sus argumentos.
En esta tarea, el Mesías -y todo el que se proponga un objetivo semejante en la
sociedad- habrá de armarse de paciencia como Job o como Dios mismo para no
apagar con la prisa los restos de vida que encuentre a su alrededor: «La caña
cascada -esa que no tiene consistencia ni sirve para nada- no la quebrará, el
pabilo vacilante -que amenaza en convertirse en hilo de humo sin luz ni calor-,
no lo apagará.» Su tarea será la de alentar cualquier soplo de vida, reforzar
toda rodilla vacilante, levantar a los que ya se doblan y crear espacios de
libertad, rompiendo cerrojos y barreras, acabando con la oscuridad y la
tiniebla: «Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la
prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas... » Sólo en la
libertad es posible la vida y el amor, el valor supremo que vuelve razonable y
placentera la vida misma.
Cuando el Mesías, Jesús, apareció entre nosotros, el Espíritu de Dios, como
paloma que vuelve a su nido, bajó hasta él para acompañarlo en la tarea. Una voz
del cielo explicó el porqué de tal desplazamiento divino: «Tú eres mi Hijo
querido, mi predilecto» (Lc 3,15ss). Fue el espaldarazo de Dios a su Hijo, que
asumió de por vida la tarea de «implantar el derecho en la tierra» haciendo
brotar en el corazón humano el amor sin barreras.
COMENTARIO 2
SOLIDARIO CON EL PUEBLO
Aunque el pueblo sea pecador, Jesús se solidariza con él. Y esto por una razón
muy sencilla: es más víctima que culpable del pecado. Por eso Jesús siempre
estará con el pueblo, especialmente cuando sus gentes toman conciencia de su
situación y deciden cambiar, enmendarse, comprometerse y empezar a construir una
vida, un mundo sin pecado.
LOS JERARCAS NO FUERON; JESUS, SI
Después de bautizarse el pueblo entero, y mientras oraba Jesús después de su
bautismo...
Los únicos que no respondieron a la invitación de Juan fueron los dirigentes;
eso es lo que quiere decir Lucas al indicar que se bautizó el pueblo entero.
Faltaron los sumos sacerdotes, consagrados a organizar la liturgia del templo, y
por eso, sin tiempo para pararse a pensar si tenían que arrepentirse de algo;
tan ocupados estaban en ayudar a los demás a conseguir el perdón de Dios a
cambio de una pequeña limosna como señal de arrepentimiento... También le debía
robar mucho tiempo la necesidad de castigar a los herejes, sobre todo los que se
atrevían a acusarlos a ellos de haberse corrompido y de estar vendidos al poder
del imperio que, a pesar de ser un poder pagano, les garantizaba su permanencia
en el cargo siempre que fueran dóciles y obedientes.
Tampoco acudieron los letrados y fariseos: ellos que -¡por supuesto!- no tenían
que arrepentirse de nada, ¿cómo iban a mezclarse con aquella chusma, con la
gentuza que violaba varios centenares de veces al día sus leyes y sus
tradiciones?.
Y también faltaron los senadores, los terratenientes, los aristócratas, que sin
duda estaban más preocupados por el rendimiento de los jornaleros que cultivaban
sus campos a cambio de la comida y poco más, que por esas minucias de las que
hablaba Juan: el arrepentimiento, la justicia, el compartir el pan y el
vestido...
Sólo el pueblo, todo el pueblo según Lucas, se acercó a bautizarse expresando el
deseo y el compromiso de construir un mundo sin pecado, esto es: sin opresión de
los pequeños, sin explotación de los pobres, sin violencia, sin justicia, sin
odio, sin egoísmo...
Jesús no era culpable de ningún pecado, no tenía de qué arrepentirse; pero jamás
hizo de ese hecho un motivo de orgullo y, mucho menos, de desprecio hacia los
demás. Jesús sí que fue, desde su mismo nacimiento, víctima del pecado, y lo
sería hasta su misma muerte. Pero el estar libre de culpa no le impidió la
solidaridad con los pecadores del pueblo, no en tanto que culpables del pecado,
sino en cuanto víctimas del mismo. Así, cuando el pueblo ha manifestado su
voluntad de vivir la vida de otra manera, allí está Jesús para someterse él
mismo al rito del bautismo, no como símbolo de arrepentimiento en relación con
su pasado, sino como expresión de su compromiso con el futuro: un compromiso de
amor a la humanidad que lo llevará, al mantenerlo hasta el final, a entregar su
propia vida como muestra de amor y testimonio de fidelidad. Esto es lo que
significa el bautismo de Jesús: que él se solidariza con ese deseo de cambiar de
vida que se expresa en el bautismo del pueblo y que está dispuesto a dar la vida
para que ese cambio sea posible, y realizándose de acuerdo con el plan de Dios,
plenamente satisfactorio para el hombre.
VINCULADOS A JESUS
... se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma visible, como
paloma, y hubo una voz del cielo:
-Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado.
La solidaridad de Jesús con el pueblo, con la humanidad que sufre por culpa de
una organización de la convivencia contraria al plan de Dios -eso es «el
pecado»-, abre el cielo, hace de nuevo posible la comunicación entre Dios y la
humanidad. A pesar de la grandiosidad del templo de Jerusalén, mandado
construir por el rey Herodes, a pesar de las ceremonias organizadas por los
jerarcas de la religión y una y mil veces repetidas en aquel templo, a pesar de
los esfuerzos de los fariseos por inventarse más y más leyes para aparecer ante
la gente y posiblemente ante ellos mismos como los más santos entre los santos,
a pesar de todo esto, la comunicación con Dios se había hecho imposible. Sólo el
compromiso de un hombre con el resto de los hombres, compromiso de amor hasta la
muerte, pudo restablecer la comunicación entre el cielo y la tierra.
Y en ese momento se manifiesta el carácter del mesianismo de Jesús: en él se
completa definitivamente la obra creadora, ya que, por poseer en plenitud el
Espíritu de Dios, él es el hombre nuevo, y a él le encomienda Dios la tarea de
iniciar el definitivo proceso de liberación de la humanidad.
Dice San Pablo que por el bautismo hemos sido vinculados a la muerte de Jesús (Rm
6,3-5). Esto significa que por el bautismo nos hemos vinculado al compromiso de
amor hasta la muerte que Jesús asume en su bautismo y completa en la cruz,
compromiso liberador en favor de los hombres. El bautismo cristiano que no es
el bautismo con agua del Bautista, sino el bautismo con Espíritu de Jesús-,
supone y exige ese compromiso y nos hace hombres nuevos, hijos de Dios. Por eso,
sólo en la solidaridad con el pueblo que sufre las consecuencias del pecado que
sigue desorganizando la convivencia entre los hombres, podremos realizarnos como
hijos de tal Padre, y seremos fieles a nuestro bautismo sólo si luchamos por un
mundo nuevo.
COMENTARIO 3
EL INICIO DEL MINISTERIO DE JESUS,
EL PUNTO ALFA DE LA NUEVA HUMANIDAD
A diferencia de los datos rigurosamente históricos que encuadran el comienzo
del ministerio del Bautista, los datos que describen la unción mesiánica de
Jesús trascienden las categorías y la experiencia del hombre y no son, por
consiguiente, científicamente comprobables. Al doble «gobierno/gobernador» de
Tiberio/Poncio Pilato corresponde ahora un doble «bautizarse»; a los tres
«tetrarcas», tres acontecimientos relativos a la esfera divina; al «sumo
sacerdote», de cariz religioso, la oración de Jesús. Ofrezco la traducción
literal de este pasaje, incorporándole la nueva puntuación que justifiqué en la
revista Bíblica (65/1984):
«Sucedió que,
después de bautizarse el pueblo en masa
y -habiéndose bautizado Jesús,
mientras oraba-
después que se hubiese abierto el cielo
y que hubiese bajado el Espíritu Santo sobre él
en forma corpórea como de paloma
y que se hubiese oído una voz del cielo:
«Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado",
también él, Jesús, comenzaba como a la edad de treinta años, siendo hijo -según
se creía- de José (1º), de... Josué (28º)... de David (42º)... de Abrahán
(56º)... de Henoc (70º)... de Adán (76º), de Dios (77º).»
Con dos encabezamientos solemnes, uno repleto de datos históricos y el otro
rebosante de rasgos metahistóricos, Lucas enmarca el que podríamos llamar punto
Alfa de la historia del Hombre nuevo, momento en que Jesús inaugura el reinado
de Dios entre los hombres. Juan inició su predicación dirigiendo a todo el
pueblo de Israel la enmienda como respuesta a la situación de opresión en que
vivía el pueblo bajo el poder despótico ejercido por los gobernantes extranjeros
y por sus propios dirigentes, civiles y religiosos; Jesús ha acudido al Jordán
como uno más, pero no para sellar con el bautismo de agua una actitud interior
de conversión, sino para sancionar con un gesto significativo su plena
disposición interior a aceptar hasta la misma muerte (sentido de la inmersión en
el agua), a fin de llevar a término el encargo que le había sido confiado. Los
acontecimientos externos que tienen lugar después de haberse bautizado, en el
momento en que se puso a orar y durante la plegaria, sirven para describir la
experiencia interior que acaba de tener Jesús en el momento de su unción
mesiánica. A la disposición expresada por Jesús de entrega incondicional,
corresponde por parte de Dios la donación total de su Espíritu.
La fortísima experiencia que ha tenido Jesús en su unción mesiánica se describe
a base de tres imágenes, dos visuales y una auditiva. El «cielo abierto» de par
en par, después de siglos en que se ha mantenido «cerrado», por haber acallado
el pueblo de Israel la voz de los profetas, abre una nueva etapa en la historia,
la comunicación definitiva y permanente del hombre con Dios. Se trata de una
imagen visual estática. La segunda, en cambio, es dinámica: la bajada del
Espíritu Santo sobre Jesús para ungirlo con la unción del rey mesiánico (Is
11,1-5), del Servidor de Dios con misión universal (42,1 -7), del
Profeta-Mesías (61,1-4). No se trata ya de una inspiración puntual, por el
estilo de los profetas, sino de una unción permanente, al reposar el Espíritu
«sobre él».
La forma de paloma alude al Espíritu creador de Gn 1,2; la calificación de
«corpórea» subraya que se trata de una experiencia real y tangible, aunque
describa una experiencia personal. Los evangelistas suelen echar mano de
imágenes y figuras externas para describir experiencias interiores. La unión
efectiva y permanente entre el Espíritu de Dios y el hombre Jesús cierra una
etapa de la revelación (AT) y abre una nueva: la creación culmina en Jesús, el
Hombre perfectamente acabado, el Hijo del hombre.
El texto de la comunicación celeste, imagen auditiva, varía según los
manuscritos. La que figura en la mayoría de traducciones: «Tú eres mi Hijo
amado, mi predilecto», es igual a la de Marcos. Seguimos la que se encuentra en
algunos manuscritos y muchos Padres de la Iglesia latinos y griegos antiguos,
inspirada en el Salmo 2,7, por considerarla propia, si bien no exclusiva de
Lucas (cf. Hch 13,33; Heb 1,5; 5,5).
En el preciso momento en que Jesús se ha puesto a orar abriendo un diálogo
permanente del hombre con Dios, éste ha derramado sobre él la plenitud de su
Espíritu dándole a luz como Mesías.
«QUINCE» Y «TREINTA AÑOS», HISTORIA Y METAHISTORIA
El matiz anafórico «también él» y la comparación «como a la edad de treinta
años» postulan un término de referencia. Lucas alude con frecuencia a paradigmas
del AT. En el caso que nos ocupa, quien empezó a reinar precisamente a los
«treinta años» fue David. Jesús, a quien Dios, su Padre, acaba de otorgar el
trono de David (cf. 1,32), empieza su reinado que no tendrá fin (cf. 1,33) a la
misma edad que David. De todos modos, esta cifra es más simbólica que real:
«treinta años» representan la madurez (3 x 10) del individuo, así como
«cuarenta» hace referencia a la duración de la vida humana en aquella época / de
una generación.
Pero al comparar el inicio del ministerio precursor de Juan con el mesiánico de
Jesús se puede observar todavía otro elemento de contraste: Juan inició su
singladura el «año decimoquinto»; Jesús, a los «treinta años»; el ministerio de
Jesús comienza a la edad madura del hombre, en el duodécimo período de la
historia de la humanidad, después que de José hasta Dios, pasando entre otros
por Josué, David, Abrahán, Henoc, Adán, se contabilizasen once septenarios (7 x
11 = 77).
Lucas no se propuso establecer la genealogía de Jesús, sino, al contrario, la de
José, de cuya estirpe procedía -«según se creía»- Jesús, siendo así que en
realidad venía directamente de Dios: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he
engendrado.» Dios acaba de dar a luz su proyecto sobre el hombre en la persona
de Jesús: carne + Espíritu son los dos componentes esenciales del Hombre nuevo,
tal y como Dios lo había proyectado desde el comienzo de la creación y que
ahora, por vez primera, ha podido manifestar como ya realizado.
COMENTARIO 4
Con esta fiesta del Bautismo de Jesús terminamos de celebrar su nacimiento y su
primera manifestación antes del ministerio público: a los pastores pobres de
Belén, a los magos de Oriente que representan a todos los pueblos paganos
ansiosos de luz, a Juan Bautista y a sus discípulos, a las multitudes de Galilea
que le buscan y le siguen. A lo largo del tiempo ordinario continuaremos
meditando su misterio de salvación, rumiando sus palabras y tratando de hacerlas
vida nuestra. Hasta que lleguemos a la gran celebración de su pascua de muerte y
resurrección, previa la exigente preparación de la cuaresma.
Los cuatro evangelistas testimonian que Jesús recibió el bautismo de Juan. Hoy
leemos la versión de ese acontecimiento en san Lucas, ligeramente distinta de la
de Marcos y Mateo. Lucas señala la inquietud que había entre el pueblo en torno
a la figura del Bautista, ¿no sería él el Mesías? Señala también la valentía y
sinceridad del precursor al admitir la inferioridad de su bautismo, que alcanza
apenas a purificar de sus pecados a los que los confesaban delante de él y se
arrepentían sinceramente; y al anunciar un bautismo perfecto, no solo en agua,
sino con Espíritu Santo y fuego: es el bautismo que recibió Jesús y que, por su
gracia, recibimos todos los que creemos en Él. En solidaridad con los pecadores
dice el evangelista que Jesús fue bautizado junto con muchas otras personas. Y
luego, con un rasgo peculiar de su evangelio, Lucas nos presenta a Jesús en
oración, mientras sobre él baja el Espíritu en forma de paloma y la voz del
Padre lo manifiesta como el Hijo, "el amado, el predilecto".
COMENTARIOS
Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El
Almendro, Córdoba
R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
J. Rius-Camps, El Exodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro Córdoba.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).
16. DOMINICOS 2004
Bautismo del Señor
La fiesta litúrgica de este domingo constituye una verdadera teofanía,
prolongación de la celebrada la semana anterior. El Espíritu de Dios, que ya
apareció en la creación del mundo, se hace presente de muchas maneras y de modo
solemne en el Jordán de la mano del Bautista. En la primera lectura se recuerda
que mi siervo es mi elegido, sobre el que he puesto mi espíritu, para que traiga
el derecho a las naciones.
Fue el mismo Espíritu quien envió a los delegados de Cornelio, y quien llevó a
Pedro a la casa del centurión romano, porque Dios no hace distinción de personas
y acepta a quien le teme y practica la justicia. Ése mismo Espíritu irrumpe
sobre los paganos mientras están oyendo hablar a Pedro.
En la segunda lectura se realza el sentido universalista del mensaje de Cristo.
Comenta el problema de Pedro ante la visión que le invita a “tomar y comer” de
todos los vivientes, y la actitud restrictiva con la que se comportan los
judeocristianos frente a los que provienen del paganismo.
Hoy los cristianos, ungidos por el Espíritu, estamos llamados a servir a los
hermanos, a combatir los males del mundo para ser testigos de Jesús, de tal
manera que se transparente en nuestras vidas. No preguntemos ¿qué puedo hacer?
Sino, más bien, ¿qué estoy dispuesto a hacer?
Comentario Bíblico
El Bautismo del Señor
Con la fiesta del Bautismo del Señor que
celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de Navidad para
introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía
hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo
religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de
nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino
ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la
encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad
a todos por su Hijo Jesucristo.
Iª Lectura: Isaías (42,1-4.6-7): Te he hecho luz de las naciones
I.1. De las lecturas de la liturgia de hoy,
debemos resaltar que el texto profético, con el que comienza una segunda parte
del libro de Isaías (40), cuya predicación pertenece a un gran profeta que no
nos quiso legar su nombre, y que se le conoce como discípulo de Isaías (los
especialistas le llaman el Deutero-Isaías, o Segundo Isaías), es el anuncio de
la liberación del destierro de Babilonia, que después se propuso como símbolo de
los tiempos mesiánicos, y los primeros cristianos acertaron a interpretarlo como
programa del profeta Jesús de Nazaret, que recibe en el bautismo su unción
profética.
I.2. Este es uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 42, 1-7) nos presenta
a ese personaje misterioso del que habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las
huellas y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C.) como el mediador de una
Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje
histórico que motivó este canto del profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de
los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de Babilonia. Pero la
tradición cristiana primitiva ha sabido identificar a aquél que puede ser el
mediador de una nueva Alianza de Dios con los hombres y ser luz de las naciones:
Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.
IIª Lectura: Tito (2,11ss): la maravilla de la "gracia de Dios"
II.1. La lectura tomada de la carta a Tito es
verdaderamente magistral y en ella se habla de la “gracia de Dios” como
salvación de todos los hombres. Dios es nuestro Salvador, que ha manifestado su
bondad y su ternura con los pecadores. Esta lectura pretende ser, en la liturgia
de este domingo, como la forma práctica de entender qué es lo que supone el
bautismo cristiano: un modo de entroncarnos en el proyecto salvífico de Dios; un
acto para acogernos a la misericordia divina en nuestra existencia; un símbolo
para expresar un proyecto de vida que se fundamenta en una vida justa y
religiosa y no en la impiedad mundana; una opción por la salvación que viene de
Dios, como gracia, como regalo, y no por nuestros méritos.
II.2. La teología de la gracia que se nos propone en esta segunda lectura de la
fiesta del Bautismo de Jesús, pues, marca expresamente la dimensión que llama al
hombre a la vida y a la felicidad verdadera. Quien se adhiere a la Palabra de
Dios toma verdadera conciencia de ser su hijo. Si no somos capaces de vivir bajo
esa conciencia de ser hijos de Dios, estamos expuestos a vivir sin identidad en
nuestra existencia.
Evangelio. Lucas (3,15-16;21-22): Bautismo: ponerse en las manos de Dios
III.1. La escena del Bautismo de Jesús, en los
relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se
puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un
silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega
en plenitud como anuncio de gracia y liberación. El Bautismo de Jesús se enmarca
en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río
por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por
la penitencia y el perdón de los pecados, una era nueva donde fuera posible
volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar
en ese movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos
evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del Bautismo va a
servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar
que él no es un pecador más que viene a hacer penitencia; Es el Hijo Eterno de
Dios, que como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero
no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la
historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el
“señor” de nuestra vida.
III.2. Es eso lo que se quiere significar en esta escena del Bautismo del
evangelio de Lucas, donde el Espíritu de Dios se promete a todos los que
escuchan. Juan el Bautista tiene que deshacer falsas esperanzas del pueblo que
le sigue. El no es el Mesías, sino el precursor del que trae un bautismo en el
Espíritu: una presencia nueva de Dios. Lucas es el evangelista que cuida con más
esmero los detalles de la humanidad de Jesús en este relato del bautismo en el
Jordán, precisamente porque es el evangelista que ha sabido describir mejor que
nadie todo aquello que se refiere a la Encarnación y a la Navidad. No se duda en
absoluto de la historicidad del bautismo de Jesús por parte de Juan, pero
también es verdad que esto, salvo el valor histórico, no le trae nada a Jesús,
porque es un bautismo de penitencia.
III.3. Jesús sale del agua y “hace oración”. En la Biblia, la oración es el modo
de comunicación verdadera con Dios. Jesús, que es el Hijo de Dios, y así se va a
revelar inmediatamente, hace oración como hombre, porque es la forma de expresar
su necesidad humana y su solidaridad con los que le rodean. No se distancia de
los pecadores, ni de los que tensan su vida en la búsqueda de la verdadera
felicidad. Por eso mismo, a pesar de que se ha dicho muy frecuentemente que el
bautismo es la manifestación de la divinidad de Jesús, en realidad, en todo su
conjunto, es la manifestación de la verdadera humanidad del Hijo de Dios.
Diríamos que para Lucas, con una segunda intención, el verdadero bautismo de
Jesús no es el de Juan, donde no hay diálogo ni nada. Incluso el acto de
“sumergirse” como acción penitencial en el agua del Jordán pasa a segundo
término. Es la oración de Jesús la que logra poner esta escena a la altura de la
teología cristiana que quiere Lucas.
III.4. El bautismo de Jesús, en Lucas, tiene unas resonancias más proféticas.
Hace oración porque al salir del agua (esto se ha de tener muy en cuenta), y
estando en oración, desciende el Espíritu sobre él. Porque es el Espíritu, como
a los verdaderos profetas, el que cambia el rumbo de la vida de Jesús, no el
bautismo de penitencia de Juan. Lucas no ha necesitado poner el diálogo entre
Juan y Jesús, como en Mt 3,13-17, en que se muestra la sorpresa del Bautista.
Las cosas ocurren más sencillamente en el texto de Lucas: porque el verdadero
bautismo de Jesús es en el Espíritu para ser profeta del Reino de Dios; esta es
su llamada, su unción y todo aquello que marca una diferencia con el mundo a
superar del AT. Se ha señalado, con razón, y cualquiera lo puede leer en el
texto, que la manifestación celeste del Espíritu Santo y la voz que “se oye” no
están en relación con el bautismo, que ya ha ocurrido, sino con la plegaria que
logra la revelación de la identidad de Jesús. El Hijo de Dios, como los
profetas, por haber sido del pueblo y vivir en el pueblo, necesita el Espíritu
como “bautismo” para ser profeta del Reino que ha de anunciar.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
El bautismo de Jesús: nueva epifanía.
Pasados los años de vida en familia, Jesús se incorpora al movimiento renovador
suscitado por Juan el Bautista. Quiere recibir el bautismo de penitencia, no
porque necesite conversión, sino porque asume toda la realidad humana, doliente
y pecadora. Entrará en el río cargado con el pecado del mundo.
El bautismo del Señor, relatado por todos los evangelistas, no es un hecho
anecdótico, sino continuación y complemento de la fiesta litúrgica de la
epifanía. Con símbolos y palabras nuevas nos invita a ahondar en el anuncio
evangelizador.
Juan era un verdadero profeta, una voz nueva y conmovedora. Su bautismo era un
signo de conversión, que exigía cambio, conversión, metanoia: Era necesaria otra
mentalidad. Jesús se quiso bautizar compadecido al ver tanto sufrimiento y
miseria; quiere cargar con aquel saco doliente y maldito: Yo soy uno de
vosotros, me gustaría quitaros esos yugos y devolveros la libertad, no me
importan vuestros pecados y responsabilidades; todos vuestros dolores son míos,
todas vuestras peticiones son mías.
Jesús entró en el Jordán para ser bautizado. Era Jesús hijo del hombre, el
hombre; y era el Siervo de Dios; representaba a la humanidad entera, llagada y
sucia, herida y pecadora, y también creyente y esperanzada, confiada en la
misericordia de Dios y la venida del Mesías. Jesús entró en el agua cargado con
el pecado del mundo, también con los nuestros, y allí quedaron todos sepultados
en el agua, en lo profundo del mar.
Jesús se siente ungido y enviado
Mientras oraba se abrió el cielo y comenzó a caer, no agua. sino Dios, para no
cerrarse nunca más. Se iniciaba una especie de diluvio de Espíritu Santo, gracia
de Dios que no dejará de venir sobre el mundo; gracia hecha perdón y consuelo,
luz y fuerza, renovación y filiación. La experiencia de Hijo de Dios es original
en Jesús: Tú eres mi Hijo, es la voz a la que responde con todo su ser: Sí,
Padre, aquí estoy para hacer tu voluntad. Tú eres la razón de mi existencia
desde siempre y por siempre.
Jesús al ser bautizado es consagrado para una misión propia; es como su
nacimiento a la vida pública, proclamándose Hijo de Dios e hijo del hombre. Es
la elección que Dios hace del candidato para que se comprometa a una determinada
misión pública.
Esta experiencia cambia la vida de Jesús: Se siente enviado. Jesús se siente
ungido y enviado; no volverá con su familia, sino que comienza a anunciar la
Buena Noticia a los pobres, a curar a los enfermos, a liberar a los cautivos, a
predicar el Reino de Dios desde las actitudes de hijo y de siervo.
Es enviado para alegrar a los pobres y llenarles de esperanza, para abrir las
cárceles y sembrar libertad, para llenar de luz las noches del mundo, para
proclamar un jubileo de perdón y de amor a todos. Una misión que es llevada sin
orgullo ni imposiciones, con la paciencia de los padres, la mansedumbre del
cordero, el esmero del artista, la esperanza del agricultor, la firmeza del
líder, la valentía del profeta…
Misión propia de la iglesia, de cada uno de nosotros
Es el mismo Espíritu el que obra en la iglesia para que sea fiel a su misión
universalista. El bautismo del Espíritu infiere al cristiano otra existencia más
plena y repleta de responsabilidades:
El soplo del Espíritu manifiesta la fuerza o poder de Dios que empuja a cumplir
la obra salvadora. Ser bautizados en el Espíritu supone recibir el poder de
Dios, que despliega en el mundo una acción liberadora (Isaías). Es una tarea del
Espíritu, que es asumida por el bautizado. Quien es bautizado se convierte en
alguien llamado a hacer su propia historia de salvación. Es
elegido-sostenido-llamado-formado-constituido… como servidor de Dios. El
bautismo es el verdadero nacimiento del cristiano, desde el que se comporta como
verdadero hijo de Dios.
La paloma o pájaro, símbolo de la trascendencia, habla de la capacidad de
remontar la pesadez de la vida para ir más allá de las ataduras de la opresión /
alienación. Implica libertad interior ante la ley religiosa, moral,
instituciones, formalismos del culto… con plena y fiel responsabilidad.
Actitud de apertura y obediencia a Dios frente a nuestros esquemas rígidos y
cerrados, que indican las limitaciones de nuestro ego, comodidad inoperante,
instalaciones múltiples para ser invadidos por el viento renovador, más allá de
tantas bridas y trabas paralizadoras.
Exigencias prácticas: --. Recogimiento en la oración y meditación de la palabra
de Dios, como Jesús, Cornelio o Pablo. El soplo del Espíritu es quien abre las
ventanas para que entre el aire nuevo que trae la libertad… a quienes han sido
elegidos para ser luz de los pueblos.
--. Trabajo por la unidad y reconciliación de todos los hombres: Universalidad
de miras, salvando siempre la propia identidad, y descubriendo lo mucho que nos
es común, en cuanto que Dios no hace distinción de personas.
--. Vivencia profunda de la igualdad y real fraternidad de los humanos: todos
miembros del mismo cuerpo de Cristo, hijos muy queridos de Dios, unidos por
vínculos superiores a los de la sangre. Todos viviendo el compromiso con la
justicia y salvación divina. Jesús pasó haciendo el bien, curando, liberando…
porque Dios estaba con El.
Fr. Manuel González de la Fuente, OP
Mgfuente.dominicos@telefonica.net
17.
Con esta Fiesta del Bautismo de Jesús ponemos el broche de oro a este primer gran misterio de la vida cristiana, que estamos de nuevo reviviendo: LA ENCARNACIÓN.
La ENCARNACIÓN no acaba con el nacimiento del niño Jesús en Belén, sino que en Belén empieza este gran misterio, como nos lo enseña San Ireneo. Toda la fuerza de lo divino entrando y penetrando en la humanidad para trasformarla, divinizándola, creando, pues, en cada uno de nosotros una “NUEVA VIDA” divinizada.
El Hijo de Dios se encarna en el pobre, que pasa hambre y también en el que tiene sed de saber y de cultura y sed de Dios. Se encarna también en el enfermo, en el débil, en el marginado. Se encarna en el que se siente derrotado y no logra equilibrar, ni vencer sus instintos y pasiones y es violador, criminal, explotador, y ladrón. Ahí, con él está Dios trabajando para trasformarlo, divinizándole.
Por eso, al final de los tiempos, este Hijo de Dios, dictará sentencia y nos dirá, como Juez de vivos y muertos: “venid, los benditos de mi Padre, porque tuve hambre, tuve sed, estuve enfermo y en la cárcel y me encarné en todos esos seres humanos y vosotros, al socorrerlos a ellos, me estabais, socorriendo y queriéndome a mi. Hasta ahí llega este misterio de ENACARNACIÓN.
Desde que nació en Belén no deja de revelarse a la humanidad. Son sus epifanías o manifestaciones. Lo hizo con unos Magos, para revelarnos y decirnos, que es Salvador no solo de los Judíos, sino también de los gentiles paganos, como esos Magos, a los que se manifestó y que no pertenecían al pueblo judío. Llama a la salvación, pues, a todos sin excepción de raza o color, de etnia, gitanos, emigrantes en tu país, homosexuales o terroristas.
Llama a todos, pues a todos se manifiesta en una estrella, la suya. Solo hay que seguirla, como los Magos, que hartos de las vaciedades y vacuidad de su sociedad, buscaban lejos, más lejos y a todos preguntaban, hasta en Jerusalén y lo estaban ya pisando...
Pero esa primera manifestación de Dios encarnado como hombre, como rey y como Dios no es suficiente para calmar los temores, que todo corazón humano vive; ni es suficiente para llenar sus esperanzas, porque
Todos nosotros, a medida que somos mayores, sentimos como vergüenza y miedo de muchas cosas que hicimos mal en nuestra vida. Y a la vez aspiramos y queremos vivir una vida mejor que la que conocemos, que no es mala, por eso nadie se quiere morir, salvo raras excepciones, que son raros y son excepciones. Pero esta vida humana, bella, bonita y hermosa, de la que nadie se quiere desprender, no nos acaba de llenar, ni satisfacer y siempre suspiramos por una vida humana mejor: Ay si supiéramos perdonarnos para vivir en paz. Ay si nos quisiéramos y nos amáramos siempre...
Y hoy, en esta fiesta del Bautismo, Jesucristo, se nos manifiesta como Salvador y fuente de una nueva vida, engendrada por el Espíritu Santo o plenitud del amor de Dios sobre los hombres, para saciar nuestras ansias de una vida más plena y apaciguar nuestros temores, y se nos revela lo mucho que nos quiere Dios, al enviarnos a su Hijo, a su emisario, a su gran Servidor: Siervo de Dios, que es título mayor del mayor Enviado.
Isaías en la primera lectura nos revela lo que nos quiere Dios y para qué envía a su Hijo
y para qué se encarna su gran Siervo: “Mirad a mi siervo, mi elegido, Sobre él he
puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones”. Viene, pues, para que
el hombre tenga su derecho, su derecho de ser hombre, que nadie se lo quite, “sea
de la nación que sea”, o del color o condición social, económica, casta o etnia, como nos lo dice San Pedro: “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo reverencia y practica la justicia, sea de la nación que sea”. Viene, pues, a salvarnos.
No nos basta con llegar a ser hombres, necesitamos y aspiramos a más, mucho más: superar, ir más allá de todas las limitaciones que en el hombre encontramos en su naturaleza: corporales, intelectuales, morales. Y sentirnos a la vez, perdonados y liberados de nuestros pecados.
La Nochebuena pasó. La Navidad queda. Queda Cristo, encarnado en nuestras esperanzas, en nuestras ilusiones, en nuestras ansias de superación del hombre natural, que somos. Este Cristo encarnado se queda con nosotros y “no gritará, no clamará, no voceará por las calles”, como si fuera un líder de un partido político. Todo lo hace con discreción, sin publicidad, en un gran silencio, porque “el bien no hace ruido y el ruido no hace bien”. La humanidad y cada uno de nosotros, a pesar de las apariencias de degradación y de violencias, somos cada vez mejores, nos vamos acercando poco a poco y sin casi darnos cuenta a lo que soñamos ser y Dios que nos ha metido esos sueños, los va haciendo realidad, ya que él no puede fracasar, pues no sería Dios.
Abre bien los ojos y ten los oídos atentos, porque estará siempre a tu lado, no para condenarte, sino para salvarte, así nos lo ha dicho y afirmado: “la caña cascada no la quebrará, el pábilo o mecha humeante no lo apagará”. Maravillosa revelación para toda tu vida. Por eso, el cristiano es siempre hombre de esperanza, aunque haya quebrado su vida por el pecado y haya casi apagado su luz. Ojalá, lo supieran tantos hombres, tantos jóvenes desesperados, porque creen que sus vidas tronchadas, ya no tienen solución, ni sentido, ya no tienen ningún remedio, ni compostura, ya no hay para ellos salvación.
Dios, a Jesucristo encarnado, “le ha hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones”. Cristo es nuestra alianza con Dios, nuestro mejor aliado, es nuestra luz. Nos abrirá los ojos para que no seamos ciegos, nos sacará de la cautividad, de la prisión de nuestras bajezas, de nuestros pecados. Porque este Jesús de Nazaret, que nos acompaña, que se queda con nosotros, Emmanuel, encarnado en la vida y en la Eucaristía, posee la fuerza del Espíritu Santo, como se manifestó prodigiosamente en su Bautismo: “se abrió el cielo y vio, Juan el Bautista, que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre El. Y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”
Y “porque Dios está con El”, pasa por su vida, “haciendo el bien Hoy, pues, en esta manifestación de salvación, que calma nuestros temores por muchas miserias y pecados que tengamos y que llena nuestras esperanzas, le tenemos que decir y dar gracias. Decir gracias con nuestra oración, con la Eucaristía, que es acción de gracias y que ahora vamos a celebrar. Y darle gracias también, con las buenas obras que hagamos estos días. Y la primera buena obra que hagamos, que sea no guardar para nosotros esta alegría de tal manifestación o revelación, sino que la demos a conocer a los demás con nuestros servicios gratuitos, nuestra ayuda generosa y nuestra bondad sin límites. Volver a la vida de todos los días, a nuestra vida cotidiana, VOLVER por OTRO CAMINO, como los MAGOS: del camino viejo de nuestras soberbias, volver por el otro camino de la humildad, del camino viejo d elas injusticias, por el camino nuevo d ela justicia y la paz, del camino viejo del odio, rencores y envidia, volver por el camino nuevo del amor y de la fraternidad.
AMEN.
P. Eduardo Martínez Abad, escolapio
edumartabad@escolapios.es