19 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
CICLO A
8-17

 

8. NACIMOS PARA LA FELICIDAD, PARA LA SALVACIÓN

En aquel tiempo fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.

Uno tiene que asumir lo que es hasta las últimas consecuencias siendo respetuoso con la historia evitando dar saltos en ella. Se ha de subir peldaño a peldaño, nada debe dejarse a la improvisación o darse por supuesto. La historia no puede dar saltos y siempre hay que empezar por el principio.

Jesús asume su destino y se pone manos a la obra. Los destinos no se eligen, se asumen o no. Esto no es ningún determinismo, esto es aceptar ser consecuente con lo que uno es y para lo que nació.

«Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesita que tú me bautices, y ¿tú acudes a mí?»

Juan aquí peca de clericalismo, se empeña en saber cómo y cuándo se opera la salvación. Por lo visto, sabe más que Dios y pretende darle lecciones desde sus criterios personales.

Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere».

Dos mesianismos se encuentran y enfrentan. Prevalece el de Jesús, (conviene que se cumpla...) La felicidad-salvación está en saber cumplir la voluntad de Dios y realizarla en el momento oportuno.

Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

Cuando un hombre asume su destino, por encima de intereses particulares, cumpliendo Ia voluntad de Dios y aceptándola como criterio último de comportamiento, la felicidad-salvación se alcanza y se hace de tal forma patente que repercute en beneficio del grupo humano al que uno pertenece. La felicidad-salvación es de tal naturaleza que cuando uno la encuentra al tiempo también la da.

Dios se manifiesta en aquel hombre que es capaz de llevar a cabo el proyecto de su vida, de llevar a cabo aquello por lo cual y para lo cual nació.

Cuando uno vive consecuentemente con lo que es, siente, cree o confiesa, cuando uno es auténtico consigo mismo, cuando uno se compromete de por vida con su opción vocacional, cuando entiende que su vida es la ocasión de llevar a cabo una misión y en ella pone todo su empeño y hace sencillamente lo que tiene que hacer y en el momento oportuno, los cielos se abren y Dios se da a conocer.

El hombre alcanza su plenitud, su felicidad-salvación, cuando expresa su esencia en su existencia, al traducir en actos aquello por lo cual y para lo cual nació. El hombre cabal y autentico es aquel que expresa en su existencia cotidiana la esencia de su ser personal. Somos cristianos para manifestarlo y expresarlo en acciones concretas de cada día. Con cualquier persona y de todas las maneras.

La misión para la que hemos nacido es la felicidad-salvación. Tenemos un hambre insaciable de felicidad-salvación y la deseamos para compartirla porque es un concepto transitivo, o se comparte o se estropea. La misión del cristiano es el amor y el amor es un compromiso con uno mismo hacia los demás. Si lo quieres llevar a cabo tendrás, como Jesús, que ponerte en la fila de los penitentes. Sólo desde la solidaridad, desde el amor, se puede comunicar felicidad-salvación. La solidaridad nace en ti como fruto del saberte hermano de los hombres, nada humano te es extraño por tener un mismo Padre. Dios es padre y yo me siento hermano.

Estoy en la fila de los que les falta mucho para ser como Dios manda y siento mucho no serlo; pero tengo el propósito de enmienda y aspiro a conseguirlo, a ser consecuente con la misión que abracé en momentos de lucidez o de locura amorosa, llámale como quieras. Esa misión es para mí mi destino, la razón de mi vida y eso no se discute, se asume, más en este caso que es cumplir la voluntad de Dios.

Dicen que el bautismo es una nueva creación y lo es; pues yo que soy como soy y podría ser de mil maneras distintas, deseo ser como Dios manda y a trancas y barrancas hacia ello voy.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 24-26


9.

SITUACIÓN LITURGICA.

Acaba hoy el ciclo de Navidad. Aunque socialmente las fiestas navideñas acaban el día de Reyes, la celebración de hoy debe conservar el ambiente navideño. Para nuestra mentalidad historicista esto es sorprendente: hace cuatro días contemplábamos al niño Jesús adorado por los magos y hoy celebramos su bautismo, ya adulto y a punto de iniciar su ministerio. También litúrgicamente la fiesta de hoy es compleja. Ocupa el primer domingo del tiempo ordinario y las ferias a partir de mañana ya serán del tiempo ordinario, por lo que el día de hoy tiene un valor de transición. La liturgia cristiana no recuerda una historia sino que celebra el misterio de Jesucristo. Su Bautismo también es manifestación (epifanía), quizás más que la adoración de los magos. Las iglesias del Oriente cristiano colocan precisamente el texto del bautismo de Jesús en la Epifanía, a la que dan la máxima importancia.

Conviene hoy remarcar el recuerdo del bautismo. Ornamentación de la fuente bautismal, aspersión del agua que sustituye el acto penitencial, renovación de las promesas del bautismo después de la homilía, bautismo durante la misma misa (pero evitando la impresión de que simplemente se hace por conveniencia de aquella familia).

JESUS DE NAZARET, UNGIDO POR DIOS CON LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO (2a lect). El bautismo de Jesús es un hecho central en el conjunto del Evangelio. Pedro lo cita en el sermón antes del bautizo del primer pagano, Cornelio (2a lect), y ya antes, en el momento de la elección del sucesor de Judas (Hch 1,22). En el bautismo de Jesús aparece su misterio insondable; Jesús de Nazaret fue ungido con la fuerza del Espíritu de Dios, Hijo amado del Padre. No tiene sentido proyectar aquí preocupaciones históricas; el evangelio no tiene un interés histórico sino teológico y místico. El bautismo es la presentación del misterio de Jesús, no con una frase teórica sino con un hecho narrable. La figura de Jesús de Nazaret siempre ha planteado muchos interrogantes, y todavía hoy es objeto de investigaciones y de estudios, no sólo dentro de la Iglesia sino también fuera. La tradición cristiana expresa en el hecho del bautismo, pórtico del Evangelio, su fe: la explicación última del fenómeno Jesús de Nazaret es su íntima comunión como Hijo con el Padre, por la fuerza en él del Espíritu de Dios.

EL DRAMA DE JESUS. La comunión de Jesús con el Padre se manifiesta precisamente en el bautismo. Lo cual es decisivo en el proceso del Evangelio. El bautismo no es un momento glorioso, ni tampoco neutro. Es un momento especialmente humillante. Jesús se mezcla con los hombres pecadores, se adentra en las aguas del pecado y de la muerte, y se levanta (el griego no dice "salió del agua", sino "se levantó") como Hijo lleno del Espíritu de Dios. Lo mismo hará en la cruz, muerto entre pecadores y resucitado después lleno de Vida Nueva. Bautismo y Pascua expresan el mismo misterio, que es propiamente el sentido último de Jesús; su total comunión con el Padre que se manifiesta en su comunión amorosa con los hombres hasta perderlo todo y levantarse así lleno de la vida verdadera. La palabra del Padre (¡de un himno del Siervo de Yahvé! 1ª lect) proclama, contra toda evidencia nuestra: "en esto consiste ser mi Hijo".

Juan no lo entiende y protesta: ¡el Hijo de Dios ha de ser glorioso! Se inicia así la larga serie de "tentadores", desde el diablo en el desierto, pasando por Pedro, hasta el pie de la cruz: "Si eres Hijo de Dios..." Siempre la misma tentación. Jesús de Nazaret vive la comunión plena con el Padre como una donación total a los hombres hasta perderlo todo, como una comunión con esto tan nuestro: el pecado y la muerte. Ser Hijo de Dios, lleno de su Espíritu, consiste en amar y darse como el último de los hombres. De este modo, toda su vida expresa esta doble revelación: revelar qué significa vivir como hombre, superando todos nuestros engaños, y -sobre todo- revelando el verdadero misterio de Dios, Padre de Amor y de Vida que nos da su Espíritu para hacernos hijos en el Hijo, más allá de todas nuestras mezquinas e interesadas imágenes de Dios.

Jesús responde a la protesta de Juan con una frase llena de profundidad: "Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere". La comunión con el Padre dirigió todo lo que Jesús dijo e hizo. No le quisieron entender, y este drama aparece en todas las páginas del Evangelio.

HAS MANIFESTADO EL MISTERIO DEL NUEVO BAUTISMO (prefacio). Jesucristo nos bautiza con el Espíritu Santo y con fuego. En el bautismo lo importante no es el signo sino su significado; pero el signo tiene su importancia y es posible que todos estemos influidos por el rito actual. En la sensibilidad de nuestros cristianos se subrayan algunos aspectos del sacramento: la purificación del pecado, el nacimiento a una vida nueva, la entrada en la comunión eclesial. Todo tiene sentido, no obstante, a la luz del misterio más profundo que suele valorarse poco: la participación en la muerte y la resurrección de Jesucristo por la comunión viva con su Espíritu. Y todavía estas palabras tienen el peligro de ser reducidas a una fórmula sacramental estereotipada. El punto de referencia siempre es el mismo Jesucristo, el Hombre Nuevo por la comunión con el Padre, novedad que aparece en el Bautismo y en la Pascua. Ambos fueron motivo de escándalo por la imagen de hombre y de Dios que mostraban, pero son la raíz verdadera de la superación del mal, el inicio de una vida nueva y la constitución de su comunidad. Es la obra del Señor Jesús que Pedro resume con palabras sencillas y llenas de significado: pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo (2a lect).

GASPAR MORA
MISA DOMINICAL 1999/01-41


10

El pasado miércoles, con motivo de la Epifania, explicábamos que de los cuatro evangelios, dos nada decían del nacimiento de Jesús. Lo recuerdo para notar lo significativo que es, en cambio, que del bautismo del Señor, por Juan, en las aguas del río Jordán, no sólo hablan los cuatro evangelios sino que al mismo tiempo lo presentan como un momento crucial. Y las palabras de san Pedro que hemos escuchado en la segunda lectura, nos confirman el relieve que tenía este hecho en la predicación que hacían los apóstoles después de la Resurrección.

De ahí que convenga preguntarnos el porqué de esta importancia que se daba al Bautismo de Jesús de Nazaret.

- El Bautismo de Jesús, Epifania de la Trinidad

La respuesta podría ser: porque los apóstoles, la primera comunidad cristiana, vio en el Bautismo de Jesús la gran Epifanía. Es decir, la manifestación de quién era Jesús, de cuál era su misión, de cuál era su relación con un Dios que entonces -por primera vez en la historia- se revela como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Intentemos explicarlo algo más. No se trata tanto de lo que en aquel momento sucedió sensiblemente, ante los ojos y oídos de los presentes, sino de la interpretación desde la fe en el Resucitado -desde la fe pascual- de lo que representaba el Bautismo de Jesús. Como primer acto público en el camino de realización de la tarea que el Padre le había encomendado y que el Espíritu Santo impulsaba en él.

Por eso, en la escenificación que los evangelios realizan de aquel suceso, lo más relevante es la manifestación de lo que siglos después se llamaría la Santísima Trinidad. Una escenificación de distintas funciones divinas que los evangelistas realizan utilizando el lenguaje religioso que tenían a mano, es decir, el del Antiguo Testamento.

- Habla el Padre, se comunica el Espiritu

En este lenguaje, el Padre habla desde el cielo y revela -manifiesta y define- quién es Jesús: su Hijo. Por eso, por ser el Hijo, la misión de Jesús (su evangelio como gran noticia) será hablarnos y explicarnos sobre Dios como Padre; y, al mismo tiempo, hablarnos y explicarnos de nuestro ser y camino como hijos todos de Dios, y por ello hermanos unos de otros.

En este lenguaje, el Espiritu de Dios, el Espíritu Santo, se manifiesta como la fuerza intima, el espíritu de vida, que vive y actúa en Jesús, como luego vivirá y actuará en los creyentes en Jesús (y se manifiesta como una paloma no evidentemente porque el Espiritu sea una paloma, sino porque en el lenguaje del Antiguo Testamento era la imagen del amor personal, íntimo, comunicado).

- El camino que siguió Jesús

Y, ante, el Padre y con el Espíritu, el Hijo Jesús. Manifestando, ya desde este momento inicial, cómo será su misión para nosotros, el modo propio como la realizará. Por ello elige colocarse entre el pueblo, entre los pecadores, que acudían a recibir el bautismo de penitencia de Juan. Y este es el sentido del diálogo entre Juan y Jesús.

Desde este primer momento, inmediatamente con el episodio de las tentaciones que los evangelios sitúan a continuación, y hasta el último momento en la cruz (la increpación que se le dirige: "Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz"), la gran cuestión que se plantea es sorprendente. No es tanto si Jesús es o no Hijo de Dios -incluso el diablo parece admitirlo- sino su modo de actuar como Hijo de Dios. No por el camino del poder, la fuerza, el triunfo, sino por la senda humilde del identificarse y servir y comulgar con los pobres, los sencillos, los pecadores.

Esto es, dice Jesús a Juan, "lo que Dios quiere". Este camino, el del amor sencillo, compartido, pobre, llevado hasta el extremo de la muerte en la cruz -como criminal entre criminales- será lo que san Pablo definirá como "escándalo y locura". Pero, por ello mismo, como diremos luego en el prefacio, es lo que permite que Jesús sea "el enviado a anunciar la salvación a los pobres".

* * *

Quizá en este comentario de hoy nos hayamos adentrado en explicaciones que pueden parecer arduas, difíciles. Con la ayuda del Espíritu, que todos también recibimos en nuestro bautismo y confirmación, espero que no lo sean. Porque importa que nuestra fe no sea infantil sino adulta. Cada vez más conscientemente injertada en una comunión de vida, de amor, de acción con el Padre, su Hijo y hermano nuestro Jesús, con su Espiritu vivificador. Una comunión que debe realizarse por la senda sencilla, de servicio y compañía, que siguió Jesús. (Es lo que podemos pedir al renovar ahora aquellos compromisos/anhelos que en nombre nuestro expresaron nuestros padres y padrinos cuando nos bautizaron y confirmaron).

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/01-45


11.

En la primera lectura destacan las primeras palabras del Segundo Isaías (Deuteroisaías), un profeta anónimo que predicó durante el destierro en Babilonia (587-538 AC) manteniendo la esperanza del pueblo por medio del anuncio de su pronta liberación. Sus oráculos se realizaron a través de la conquista de la gran capital de Mesopotamia, por parte de Ciro, rey de los persas (539 AC), quien inició una era de tolerancia religiosa especialmente a favor de los judíos: un decreto suyo, al año de su entrada triunfal a Babilonia (537 AC), les permitía regresar a su país y reconstruir el templo.

Este pasaje es el primer poema del Siervo de Dios [los otros tres se encuentran en: 49,1-6; 50,4-9; 52,13-53,12] presentado aquí como un profeta sobre el cual Dios efunde su Espíritu habilitándolo para la obra de salvación: abrir los ojos al ciego, liberar a los cautivos, iluminar a los prisioneros. Ya en el N.T. éste y los demás poemas del Siervo, fueron interpretados cristológicamente: Jesús de Nazaret fue identificado con el siervo profético que anuncia la Palabra, libera a los cautivos, cumple la voluntad de Dios y expía los pecados.

La fiesta del Bautismo del Señor clausura la celebración de Navidad y Epifanía, poniéndonos ante la persona de Jesús, lleno del Espíritu Santo, siervo de Dios, hasta la muerte, para realizar nuestra salvación. Cada cristiano, toda la iglesia, hemos de asumir la actitud obediente del Siervo: "luz de las naciones alianza de un pueblo", para "implantar el derecho en la tierra". Implantar el Derecho, es lo mismo que implantar la Justicia: la voluntad de Dios, su proyecto sobre el mundo. Es lo mismo en definitiva que implantar o construir el Reino de Dios. Dios reina, en efecto, allí donde las cosas y las personas son lo que deben ser, están en su justo puesto, en su justa y armoniosa relación; allí donde reina la fuerza del Derecho y no el Derecho de la Fuerza.

Ese "Derecho" cuya implantación viene a ser la misión del Mesías (y de todos nosotros, sus seguidores) no es un derecho abstracto; es la utopía, diríamos, el "Proyecto de Dios". Y todos tenemos derecho a que ese Derecho se implante en el mundo. Porque somos hijos de Dios y estamos en su casa, tenemos derecho a que se implante y se cumpla y se respete la voluntad del Padre Universal, el Creador. Los derechos humanos, así, son a la vez derechos divinos. Dios exige (porque tiene derecho) que se respete a los seres humanos (sus hijos) como personas, como verdaderamente humanos y dignos. Hay algo, mucho de divino en los derechos humanos. Y nosotros tenemos en ello un nuevo título (de fe, religioso, no sólo simplemente ético) por el que exigir esos derechos humanos.

Lamentablemente, la percepción de los derechos humanos (gran salto de conciencia que la humanidad ha ido dando, en lo que se llaman las "tres generaciones de los derechos humanos") nació fuera de la Iglesia, al margen de la Iglesia, y en buena parte bajo la sospecha de la Iglesia. Fue sólo con la Pacem in Terris de Juan XXIII que el discurso de los derechos humanos ingresó a la Iglesia como a un lugar connatural. Sería bueno que no nos los apropiemos, sino que, con mucha humildad, nos alegremos al ver tantas personas e instituciones que trabajan por ellos. Y sería bueno también que hiciéramos lo posible para que muchos cristianos que aún miran el tema como un tema ajeno, exterior a la Iglesia, "profano"…, descubrieran su profunda raigambre "cristiana" (referente al "cristo", al ungido, al Mesías), hasta el punto de que ya el A.T. vio en la "implantación del Derecho" (divino y humano, que mutuamente se implican) una expresión cabal de la vocación y de la misión del Mesías. Que es también la nuestra.

[En estos meses en los que la humanidad ha sido testigo de incertidumbres que sugieren la necesidad de "mundializar el Derecho" por el establecimiento de un Derecho internacional (mundializado, globalizado) que impida que los delitos más graves (contra la humanidad, de genocidio, de lesa humanidad) se refugien en los círculos-guetos de las soberanías nacionales (que en otros campos hace tiempo que ya no se respetan), es importante que los cristianos, llamados, a imagen del Mesías, a mundializar el Derecho ("implantar el Derecho en las naciones") ayudemos con nuestro compromiso militante a hacer avanzar el Derecho internacional, el derecho de gentes, en ese decurso histórico por el que la humanidad va avanzando hacia la Justicia universal].

La segunda lectura es el encabezamiento del discurso de Pedro en, casa del centurión Cornelio, insistiendo en la universalidad de la salvación, ofrecida a judíos y paganos, sin distinción de personas. Salvación por la Palabra -que es Jesucristo- enviada a los israelitas, pero destinada a todos los pueblos, pues Él es "Señor de todos". Recordando el destino humano de Jesús, desde que fué bautizado por Juan, hasta su pasión y resurrección en Jerusalén, después de haber pasado haciendo el bien, sanando a los enfermos, movido por el Espíritu Santo y haciendo presente a Dios entre todos los seres humanos. Se trata de un texto "kerigmático", de los muchos que se encuentran en el libro de los Hechos, verdaderos resúmenes o síntesis de la predicación apostólica. En el contexto de la fiesta que celebramos, la lectura subraya la condición mesiánica de Jesús, ungido por el Espíritu en su bautismo para realizar su misión salvadora.

Los tres sinópticos narran el bautismo de Jesús y el evangelista Juan alude a él, lo mismo que varios pasajes de los Hechos. Se trata, por tanto, de un acontecimiento perfectamente histórico que los primeros cristianos hasta tuvieron dificultades para entender o explicar adecuadamente. ¿Cómo fue que Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías, se sometió al bautismo de Juan que era de conversión y penitencia? Las palabras de Jesús al Bautista, que solamente reporta Mateo, parecen dar la clave: "para cumplir toda justicia", es decir, en la terminología mateana (no en la paulina, donde "justicia" tiene otra significación), para realizar a plenitud la voluntad de Dios. Solidarizándose con los pecadores, Jesús asume plenamente la voluntad divina que se manifestará sobre Él, apenas salido del agua, con la efusión del Espíritu Santo y con las palabras de la voz celestial: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto".

Navidad, Epifanía, Bautismo… tres momentos de una misma celebración: la encarnación de la Palabra, del Verbo eterno de Dios, en la persona de Jesús de Nazaret. En su nacimiento, en su manifestación a todos los pueblos, en su consagración por el Espíritu, ha comenzado a realizarse nuestra salvación, que se consumará en la muerte y resurrección de Jesús. Escuchar su palabra, seguir sus pasos, hacer la voluntad de Dios que Él nos revela… debe ser nuestra respuesta a su venida.

Aunque no se debe establecer una relación directa entre el bautismo de Jesús y el nuestro, donde sea pastoralmente recomendable, puede abordarse el tema del bautismo, que idealmente debe ser una opción por Jesucristo, y que -en su defecto- debe ser "confirmado" después, idealmente por el sacramento de la confirmación. La seriedad de la fe y de la evangelización exige que la pastoral de la confirmación se realice fuera de la infancia; los argumentos teológicos en base al "carácter de sacramento de iniciación que también la confirmación tendría, no puede ir contra el sentido común más elemental que se desprende de un sentido pastoral que no sea ciego.

Para la conversión personal

Hoy es el primer domingo del "tiempo ordinario"; se acabaron el "tiempo fuerte" de la liturgia; vuelve la vida ordinaria… Un adagio clásico de ascética decía: "in ordinariis, non ordinarius", para expresar la meta de quien quiere ser santo ('extraordinario') en las cosas ordinarias, en la vida diaria… Al comenzar el "tiempo ordinario" debemos renovar nuestro deseo de vivir "extraordinariamente".

Para la reunión de grupo:

-La misión del mesías puede leerse como "implantar el Derecho". Reflexionemos: ¿Qué relación tiene el Derecho con la misión de todo un Mesías? ¿Qué relación puede tener el Derecho con la misión de todo un cristiano?

-Dios no hace acepción de personas…

-¿Qué relación guarda el bautismo de Jesús con nuestro bautismo?

-Jesús "se bautizó como adulto"; en no pocos lugares los "nuevos movimientos religiosos" y las sectas acusan a los católicos de que nuestro bautismo no es válido, por ser administrado a los niños… ¿Qué pensar? ¿Debería reformarse la pastoral bautismal?

Para la oración de los fieles:

-Para que todos los hombres y mujeres acepten al Hijo enviado del Padre, roguemos al Señor…

-Por todos los seguidores de Jesús, para que se distingan siempre por su amor a la paz, a la concordia, a la justicia y al derecho…

-Para que aprendamos de todos los hombres y mujeres que aun sin la luz del evangelio han descubierto el imperativo absoluto (cuasidivino) de los derechos humanos…

-Para que todos renovemos nuestro bautismo: nuestra decisión de seguir a Jesús y comprometernos con su proyecto mesiánico de "implantar el Derecho en el mundo"…

-Para que la Iglesia resuelva de la mejor manera posible la problemática inherente a la pastoral del bautismo de niños…

Oración comunitaria:

Dios Padre nuestro, que en el bautismo de Jesús lo has proclamado como tu "Hijo muy amado, el predilecto"; te suplicamos nos cobijes bajo su nombre y nos concedas conformarnos cada día más cercanamente a su imagen, haciendo nuestra su Causa y prosiguiendo su misión de ser "luz de las naciones" y de "implantar el Derecho en la tierra". Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor…

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


12.

1. Lecturas del día :

Isaías 42, 1-4. 6-7 : "Mirad a mi siervo, a quien prefiero"

Hechos de los apóstoles 10, 34-38 : "Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo"

Ev. según san Mateo 3, 13-17 : "Apenas se bautizó Jesús, salió del agua, y vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él "

2. Bautismo de Jesús, nueva Epifanía de Dios

2.1. Estamos viviendo el momento en que el Padre hace la presentación de su Hijo. Presentación pública y profética. Nueva Epifanía de Dios. No es una manifestación de fiesta, ni posee solemnidad. Es más bien una profunda, intensa experiencia de Dios en todos los que la vivieran.

2.2. En la escena del bautismo Jesús no aparece provocando o desafiando o sumándose a la violencia de los poderosos. Sencillamente, en un bautismo colectivo, como uno más de los hijos de Israel, Jesús entra en las aguas bautismales como el redentor que asume nuestras enfermedades, para devolvernos la salud; como el pastor que busca a la oveja perdida; como quien se hace solidario con los sufrimientos, las esclavitudes y los desgarros de los hombres.

2.3. De estas aguas bautismales, Jesús emerge para iniciar una nueva etapa de su vida, haciendo el bien y curando a los oprimidos. Pasará por la tierra haciendo el bien, bendiciendo, consolando, compartiendo y salvando. Desde este momento, a su ritmo, todo lo suyo será belleza y bondad, oponiéndose a las fuerzas que oprimen a los hombres y les cierran los caminos de felicidad. ¡Dios estaba con él: "este es mi Hijo, el amado, mi predilecto".

2.4. En esta escena el Padre nos muestra al Hijo. Él es lo más querido, algo para él entrañable; y nos lo ofrece como manifestación de lo que es, sin reservarse nada. "Escuchadle, seguidle".. Es la presentación de todo su Amor.

3. El bautismo en el Espíritu: un nuevo bautismo

3.1. El bautismo de Jesús da comienzo a un nuevo bautismo. El de Juan era el del Viejo Testamento. El de Jesús es el del Nuevo Testamento. Del bautismo que era "en el agua" se pasa al "bautismo en el Espíritu". Y ya no habrá más bautismos que éste.

3.2. El bautismo en el Espíritu llena al hombre de la vida de Dios, que es amor; le llena de sus dones; le empapa de su alegría; le quema el egoísmo y la tristeza; da "vida divina", vida de amor a Dios y de servicio a los otros, vida por los demás y para los demás.

3.3. Quien se bautiza en el Espíritu ya no vive para sí, en insolidaridad y egoísmo; quema las raíces pecadoras de nuestra condición humana, rompe con la autosuficiencia y ve a los otros como hermanos.

3.4. Todo eso lo vivió Jesús en su bautismo, ungido por el Espíritu, volcándose sobre el dolor humano. Mas ¿cuáles son los signos del Espíritu en el que uno se bautiza? Son la libertad, el amor y la luz. Por eso, quien está ungido por el Espíritu pasa por la vida haciendo el bien y gustando del sabor espiritual de las bienaventuranzas.

4. Nuestro bautismo

4.1. Nosotros, por el bautismo, nos hemos incorporado a la vida en Cristo, que es hacer de nuestra existencia un "seguimiento del Señor" a través de la fe compartida, consciente, madura. Una vida de servicio a los demás.

4.2. Este bautismo exige de nosotros prolongar la acción liberadora del Señor, hacer presentes sus servicios misericordiosos en nuestro mundo. No somos cristianos para ser servidores sino para servir: servir en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestro ocio y descanso.

4.3. Desde este momento, no vivimos ni trabajamos para ganar dinero o prestigio; vivimos para servir y ayudar a todos los hermanos, y entre ellos especialmente a los pobres y marginados, ya que son ellos los que más necesitan nuestros servicios, y es en ellos donde mejor podemos encontrar al Señor. Es la fuerza del Espíritu la que nos transforma en hombres y mujeres solidarios y servidores.

5. Conclusiones

La epifanía del Bautismo nos impresiona. Debió ser para Jesús una experiencia decisiva, transformadora; una experiencia intensa de Dios que le marcó para servir y hacer el bien.

Servir y hacer el bien: ésa es nuestra tarea y nuestra misión. Eso exige de nosotros todo un estilo de vida y actitudes nobles. En el fondo, todo procede de asumir una espiritualidad pascual, que es la generada en el bautismo: morir para vivir, morir para dar la vida.

DOMINICOS
Convento de Ntra. Sra. de Atocha. Madrid
Orden de Predicadores - Familia Dominicana


13.

INAUGURACION DE LA MISION DE JESUS, DECLARADO POR EL PADRE SU HIJO AMADO Y EMPUJADO POR EL ESPIRITU SANTO.

SU REVOLUCION NO ES TERRENA SINO TRASCENDENTE.

1. Jesús se despidió de su madre, que ya venía dándose cuenta, con intuición de madre, que el corazón de su Hijo vivía lejos. Y desde Nazaret, en Galilea, se fue al Jordán, en Judea, para ser bautizado por Juan. Entra en el río sin pecado personal y cargado con los pecados del mundo, como el Cordero que comienza a purificar a la humanidad, esposa suya, para lavar sus iniquidades.

2. "Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre El he puesto mi espíritu" Isaías 42,1. "Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre El. Y vino una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto" (Mateo 3,13), que eleva la categoría de siervo, a Hijo amado y predilecto. Son dos textos de las lecturas de hoy, luminosamente paralelos y coincidentes:

1: "Sobre El he puesto mi Espíritu", dice Isaías. 2: "El Espíritu bajaba como una paloma y se posaba sobre El", nos relata San Mateo.

Para Isaías Jesús es: "Mi elegido, a quien prefiero". Para Mateo: "El amado, mi predilecto". Se da pues un progreso de Revelación en el Evangelio: El Padre REVELA AL HIJO, que viene a su vez, a revelar al Padre.

3. El Siervo de Yahvé viene a realizar la misión trascendental de renovar la alianza de Dios con Israel, repatriar a los exiliados y establecer el espíritu de la verdad en medio de todas las naciones paganas. Para expresarlo Isaías se sirve de la terminología propia de la creación: "Yo te he formado y te he hecho", dice el Señor del Siervo de Yavé, según la lectura de Isaías.

En el Génesis, en efecto, cuando Dios se dispone a crear al hombre, dice: "Hagamos al hombre" (1). Estamos pues ante la creación del hombre nuevo, réplica del primer hombre. Por tanto, si es creado un hombre nuevo, ahora comienza un Mundo Nuevo, una creación Nueva, un Orden Nuevo, una alianza nueva, que será sellada con la Sangre derramada en la Cruz, Bautismo de sangre, que el Bautismo en el Jordán está anunciando. Y así como en la nueva Creación el Espíritu se cernía sobre las aguas (2), en la nueva creación que comienza hoy, el Espíritu se posa sobre Jesús.

Todo será nuevo desde ahora: Los ciegos abrirán sus ojos a la luz de la revelación del Padre, que les irá descubriendo Jesús. El amado Hijo, nos revelará a sus hermanos, que somos hijos del Padre por adopción, amados en El y herederos por El.

4. Como Rey, en contraste con los de su tiempo, Jesús, implantará el derecho y la justicia, según Dios y no según los hombres, trascendiendo los mismos conceptos modernos impregnados de legalismo. Santificará y justificará, no con las normas y principios sociológicos, sino a través de una actividad salvífica a todos los niveles. Su actuación no seguirá los esquemas de los poderes temporales, pues "Su reino no es de este mundo". Tampoco actuará con modos militares; ni gritará en medio de las plazas.

Como Sacerdote, debe enseñar lo mismo que como rey debe implantar. Como Profeta debe ser el altavoz del Padre ante todos los pueblos. Por eso Juan confiesa que: "Yo os bautizo con agua. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego", que es juicio salvador y transformante. Fuego purificador, que quema el pecado y transforma a los hombres en Dios.

5. Viene a transformar a los hombres desde dentro, a partir de su interioridad. Va a salvar a cada hombre, reavivando la mecha que está a punto de extinguirse, haciendo la revolución verdadera querida por Dios, por la acción dinámica del Espíritu que vive en él, con mansedumbre y humildad, reformando a las personas, una a una, llegando a lo más íntimo de su ser, haciéndolos hijos cada vez más plenos del Padre. Esa es la revolución que Jesús va a comenzar con el Espíritu, la revolución de la santidad, que comienza por sacar a los presos de la cárcel de sus pecados para crear hombres interiores, adoradores de Dios en espíritu y verdad (3). Creando una caña nueva allí donde hay una resquebrajada, no aplastando, sino sanando y curando. Dedicando una atención singular a las personas, una a una, en el brocal del pozo de Jacob, o entregado a la formación de sus primeros discípulos, o en la conversación nocturna con Nicodemo.

Así actuará Dios por Jesús, por sus sacramentos, por la Iglesia como comunidad salvífica, intercesora y mediadora universal. Ese es el sentido del bautismo de la Iglesia, que nos hace hijos de Dios.

Por eso pudo decir Pedro: "Cuando Juan predicaba el bautismo, Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien" (Hechos 10,34). "Todo lo ha hecho bien"(4).

6. "Soy yo el que necesito que Tú me bautices" confiesa Juan. -"Debemos cumplir lo que Dios quiere", responde Jesús. Su obsesión es hacer la voluntad del Padre. Y ese debe ser el programa de todo cristiano. Así es como Jesús entró en el Jordán, como el Siervo de Yahvé que personaliza a todo el pueblo de Dios. Igual que el pueblo de Israel entró en el Jordán y lo atravesó para entrar en la tierra prometida, entra Jesús en el Jordán a la cabeza de su pueblo nuevo, para llevarlo a la tierra nueva que mana leche y miel. Jesús entró en el río. Y porque se sumergió en el río nuestro de nuestra vida, el Padre dijo que le amaba, porque cumplía su voluntad. Jesús entró en el río para hacer un río nuevo en un mundo nuevo con hombres nuevos, nacidos de las aguas del bautismo.

7. "Apenas se bautizó Jesús, se abrió el cielo, descendió el Espíritu sobre Jesús, como una paloma y se posó sobre él. Y el Padre proclamó que es su Hijo Amado". El Bautismo de Jesús culmina con una teofanía, en un momento imponente y trascendente en el que se manifiesta la Familia Trinitaria presente y actuante. El Padre y el Espíritu Santo presentan las credenciales de Jesús ante Israel y ante el mundo.

8. "El bautismo de Jesús inaugura su misión de Siervo Doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de los pecados. Así mana de El el Espíritu para toda la humanidad. Se abren los cielos, que el pecado de Adán había cerrado. El cristiano se incorpora sacramentalmente a Cristo por el bautismo, que anticipa su muerte y su resurrección. Debemos entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús para subir con El, renacer del agua y del Espíritu en hijos amados del Padre y vivir una vida nueva" (5).

9 Vida nueva que el mismo Cristo alimenta y robustece con su Pan y Vino, sacramento para la vida del mundo. "La voz del Señor que se oye sobre las aguas torrenciales, es potente y magnífica y descorteza las selvas" (Salmo 28), destruye las cortezas de las selvas de nuestros pecados, para que le recibamos con santidad y justicia.

J. MARTI BALLESTER

...................
1 (Gn 1, 26). 2 (Gn 1, 2). 3 (Jn 4,24). 4 (Mc 7,37). 5 (Cf CIC).


14. COMENTARIO 1


UN PAÍS CRISTIANO

Vivimos en un país en el que la mayoría de la población está bautizada. Ese dato, que a muchos puede llenar de orgullo ¿qué representa a la hora de los hechos? Si la religión tiene algo que ver con la vida de los pueblos, ese dato debería no­tarse en algo más que en los resultados de las estadísticas. ¿En qué se nota?


UN PAIS DE BAUTIZADOS

Un país de bautizados. Un país, el nuestro, en el que no estar bautizado se consideraba no hace tanto tiempo no sólo un pecado que ponía en peligro la salvación eterna del sujeto en cuestión, sino también un delito político que cerraba el paso al ejercicio de determinadas funciones en la sociedad.

Hace veinte siglos, en otro país ribereño del Mediterráneo en el que también se practicaba el rito del bautismo, un Hom­bre (entonces no se bautizaba a los niños, sino a las personas mayores) llenó de sentido ese gesto.


UN SIGNO DE MUERTE/VIDA

« ... llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara».

El bautismo era un signo que simbolizaba la muerte y la nueva vida: los que se acercaban a recibirlo querían indicar con el gesto de sumergirse bajo el agua (se bautizaban en un río o en una piscina) que allí quedaba sepultada toda su vida de injusticia y de pecado; querían significar la muerte del es­tilo de vida que llevaban hasta ese momento y que estaban dispuestos a abandonar. Salir del agua significaba el compro­miso de un comportamiento nuevo basado en la justicia y la solidaridad.

Aquel Hombre, sin embargo, estaba totalmente limpio y no tenía nada de qué arrepentirse; así lo entendía Juan, el bautizador, que se resistía a dejar que Jesús se bautizara: «Soy yo quien necesita que tú me bautices, y ¿tú acudes a mí?» Pero el plan de Dios era otro (a propósito, ¿por qué el plan de Dios contradice tan a menudo los planes de los hombres?), y el hombre Jesús estaba dispuesto a cumplirlo fielmente hasta el final.


SOLIDARIDAD

Por un lado, y al contrario que los buenos de aquel tiem­po, quiso mezclarse con los pecadores («Acudía en masa la gente... y él los bautizaba en el río Jordán, a medida que con­fesaban sus pecados»), ponerse al lado de la gente de mal vivir. Su gesto solidario se repetirá en adelante, cada día, hasta su muerte: vivirá y morirá acompañado de ladrones, prostitu­tas, marginados..., que veían en su mensaje el camino para construir una sociedad en la que nadie tuviera que robar ni poner su cuerpo a la venta, en la que nadie fuera excluido de la convivencia. (Que no se asusten los buenos de nuestros días. No es que Jesús sea solidario del pecado, no. Su solidaridad es con la persona humana, en la que él cree porque sabe que todo ser humano está llamado a hacerse hijo de Dios. Véase, p. ej., Mt 9,9-12).


COMPROMISO

Por otro lado, Jesús quiso también representar en aquel rito su muerte y su compromiso. Pero como él no tenía que morir a ninguna injusticia, su bautismo fue el anuncio de la muerte que estaba dispuesto a sufrir (véase Mc 10,38; Lc 12,50, en donde a morir se le llama «ser sumergido/bautiza­do») para que la esperanza de los desgraciados pudiera lo­grarse.

El bautismo de Jesús fue el momento en el que pública­mente Jesús se comprometió a jugarse la vida, y a perderla si era necesario, por amor a la humanidad, luchando para dar vista a los ciegos, sacar a los cautivos de las prisiones... y cu­rar a todos los oprimidos por cualquier causa, dando a los hombres la posibilidad de organizarse como una familia e indi­cándoles el camino para llegar a transformar este mundo en un mundo de hermanos.

Por eso el bautismo de Jesús fue el momento en el que el Padre hizo público que aquél era el Hijo, el que nos iba a en­señar a ser hijos si estábamos dispuestos a escucharle: «Jesús, una vez bautizado, salió en seguida del agua. De pronto quedó abierto el cielo y vio al Espíritu de Dios bajar como paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo dijo: Este es mi hijo, el amado, en quien he puesto mi favor».


¿UN PAÍS DE BAUTIZADOS?

Un país de bautizados. ¿Un país de personas dispuestas a jugarse el tipo para que nuestra sociedad sea más justa, más fraterna, en la que lo más fácil sea amar? ¿O un país pequeño-burgués en el que ya se han perdido todas las ilusiones, en el que la utopía se considera una ingenuidad?

Un país de bautizados. ¿Un país de personas que son cons­cientes de que todos los hombres estamos llamados a ser her­manos y que trabajan por que sea así? ¿O quizá un país que, cómplice de los poderosos, está empezando a consentir que se fabriquen y se vendan armas a cambio de que los mayores pue­dan contar con algunos juguetitos más?

Se supone que el bautismo de Jesús debía ser el modelo para el bautismo de sus seguidores (aunque éstos sí necesitarán morir a sus pecados, a su vida injusta). Según esto, ¿es nues­tro bautismo semejante al de Jesús? ¿Es el nuestro un país de bautizados?


15. COMENTARIO 2


v. 13. Jesús llega de Galilea con intención de ser bautizado por Juan. Este reconoce en Jesús al que había de llegar y se opone a su propósito. Le indica que el Mesías no debe pasar por su bautismo; es él quien debe recibir el bautismo del Mesías, anunciado an­tes (3,11).

vv. 14-15. Para Juan, la situación es desconcertante; no cuadra con la descripción del Mesías hecha antes por él. Jesús quiere cumplir un gesto que es símbolo de muerte, cosa incomprensible para Juan, mostrándose al mismo tiempo solidario de los pecadores que han renunciado a su injusticia; además, no se presenta como juez de los que persisten en ella. La respuesta de Jesús señala a Juan que es con su bautismo como uno y otro van a cumplir en todo aspecto la voluntad divina; ésta es la obra que Dios espera de ellos. El gesto que Jesús cumple es, como para la gente, un símbolo de muerte; sin embargo, al no reconocer sus pecados (cf. 3,6), mues­tra que no tiene que efectuar un cambio de vida. Con su bautis­mo, Jesús reconoce la misión de Juan y el deseo de enmienda manifestado por los que lo han recibido antes. No dará ninguna señal que confirme la inminencia del juicio anunciado por el Bau­tista.

El pueblo había confesado sus pecados (3,6); Jesús es el que viene a salvarlos de sus pecados (1,21). La salvación se hará por medio de su sangre derramada (26,28). Expresa con su bautismo la aceptación de su propia muerte. Esta entrega total por salvar al hombre condensa toda la voluntad de Dios: Juan debe aceptar a este Mesías.

Entre el bautismo de la gente y el de Jesús existe la relación siguiente: el bautismo de la gente simboliza la muerte al pasado; el de Jesús, su muerte en el futuro. El segundo complementa el primero. Para que sea realidad el reinado de Dios no basta re­nunciar a la injusticia (3,2: «enmendaos»); se necesita un paso más: entregarse a procurar el bien de los hombres, dispuestos a dar la vida como Jesús. El compromiso expresado en este bautis­mo recibe como respuesta el don del Espíritu (3,11: bautizar con Espíritu Santo).

v. 16. En cuanto se bautiza Jesús expresando esa aceptación, «los cielos», que figuran la morada de Dios, la esfera divina, «quedan abiertos», asegurando una comunicación ininterrumpida. El com­promiso de Jesús de morir por salvar a su pueblo establece para siempre la comunicación de Dios con los hombres. De la esfera divina ve Jesús bajar el Espíritu de Dios en forma de paloma. A diferencia de 3,11, el Espíritu no es llamado «Santo», es decir, no se pone en relación con la entrada del hombre en la esfera di­vina ni con la confirmación de su fidelidad. Jesús, exento de «pe­cados», no ha estado nunca separado de Dios ni su fidelidad a Dios necesita confirmación. La bajada del Espíritu tiene, por tanto, otro significado.

La expresión «Espíritu de Dios» pone en relación al Espíritu con Gn 1,2; también alude a ese pasaje la forma de paloma, pues se concebía el Espíritu de Dios que se cernía sobre las aguas primordiales como un ave que vuela sobre su nido Es, por tanto, el Espíritu creador el que desciende sobre Jesús, indicando que en Jesús la creación alcanza su plenitud. En él culmina la creación del hombre, última obra de Dios en la primera creación. Jesús posee la plenitud humana, es el Hombre acabado (el Hijo del hombre) y, por eso, el Hijo de Dios (correspondencia entre «el Espíritu de Dios» y «el Hijo de Dios»). Ser el Hombre acabado y el Hijo de Dios significan la misma realidad vista, respectivamente, desde su origen humano y desde la comunicación divina que lo constituye Hijo.

v. 17. La bajada del Espíritu va acompañada de una voz, también «del cielo», que formula lo significado por ella: «Este es mi hijo» es referencia al rey Mesías (Sal 27) pero cambiando la indeter­minación del texto original «Hijo mío eres tú» por la determina­ción que expresa el carácter único de Jesús como Hijo. Esto en­laza con la frase siguiente, «a quien yo quiero», que alude a Gn 22,2, pasaje en el que Dios pide a Abrahán el sacrificio de su hijo único. En esta frase se expresa la aceptación por parte de Dios de la muerte a la que Jesús se ha comprometido para llevar a cabo su misión.



16. COMENTARIO 3


El relato del bautismo de Jesús en el evangelio de Mateo consta de dos secciones: la narración del en­cuentro entre Jesús y el Bautista (vv.13-15) y la teofanía (manifestación divina) subsiguiente (16-17).

La teofanía da el sentido más profundo del acon­tecimiento. Ella tiene el carácter de un relato de vo­cación. Pero más que con el tipo de vocación profética nos encontramos con una vocación construida según los modelos apocalíptico y sapiencial. Como en los relatos del primero de estos dos últimos modelos, se tiende a señalar el carácter definitivo de la vocación relatada. Por ello se señala el fin del silencio divino por medio de la apertura del cielo y, gracias a ello, la presencia de una Palabra definitiva, productora de una nueva creación.

Se trata entonces de una nueva creación, la últi­ma, que se realiza en Jesús de Nazaret, gracias al cual los seres humanos pueden llegar a ser Personas Nue­vas. Se trata entonces de una nueva creación, la últi­ma, que se realiza en Jesús de Nazaret, gracias al cual los hombres pueden adquirir las características del hombre nuevo. La forma de dicha novedad se precisa en la enseñanza de la voz celeste. El "Tú eres (éste es) mí Hijo" (Sal 2,7), surgido de un ambiente corte­sano, se corrige con el añadido de un texto tomado del primer poema del Servidor sufriente (Is 42,1) "a quien yo quiero, mi predilecto",

De esa manera se introduce un nuevo concepto de mesianismo, deudor de los discípulos y discípulas de Isaías del tiempo del exilio. Según él, el Mesías com­parte la debilidad de la condición humana y se coloca no "sobre" sino "con" el ser humano, en perfecta co­herencia con el "Dios can nosotros" del principio (Mt 1,23) y del final (Mt 26,20) del Evangelio.

La parte precedente del relato evangélico sirve para poner de relieve la divergencia que existe entre esta concepción mesiánica y toda otra forma de mesianis­mo. En las actitudes distintas de Juan y Jesús respec­to al bautismo de este último, se refleja una diversa concepción sobre el Reino de Dios, en general, y la función del Mesías en particular.

El movimiento bautista veía en la instauración del Reino la llegada del Juicio de Dios. La persona peca­dora debía, en vistas a ese acontecimiento, entrar en una dinámica de purificación, en la que jugaba un rol importante la recepción del bautismo. Y la intervención divina se llevaba a cabo gracias a la acción del Mesías, exento de las debilidades de la condición hu­mana. De ahí la sorprendida reacción de Juan ante la presencia de Jesús en el v.14: "¿Tú acudes a mí? Si soy yo quien necesita que tú me bautices” La continuación del relato sirve al evangelista para rectificar las opiniones bautistas sobre el Reino y el Mesías. La atención sobre el Juicio divino se desplaza a la realización de la justicia o "lo que Dios quiera"(v.15). Con ello el momento temporal del Reino se desplaza desde el futuro de la intervención divi­na hacia la realización de esa justicia en el presente.

Más allá de la preocupación eclesial de situar el sentido de la figura de Juan y de su bautismo en rela­ción con la actividad de Jesús, más allá de la preocu­pación apologética de superar la dificultad de la colo­cación de Jesús entre los seguidores de Juan, el rela­to sitúa la vocación de Jesús (y la de sus seguidores) en el marco del querer divino. Así, toda vocación con­siste en la aceptación del querer divino, incluso en sus aspectos desagradables de sufrimiento y muerte, inherentes a la condición humana.

De esa forma se consigna cómo, a pesar de su pertenencia al movimiento bautista, Jesús trasciende el ámbito ideológico de éste. Su unción de Espíritu se realiza en su actuación en favor de los opri­midos por el diablo que en El pone de manifiesto la presencia divina, como señala el discurso de Pedro en Hech 10,34-48 (segunda lectura). Sólo de esa mane­ra se puede iniciar la entrada a la tierra prometida. Jesús, que lleva con una pequeña variante el mismo nombre de Josué, cruza el Jordán y "sube" a tomar la posesión de la tierra.

El bautismo de Jesús nos coloca, por tanto, frente a una nueva metodología para el cumplimiento de las promesas de Dios. Estas, en adelante, no pueden ser comprendidas como ligadas a la voluntad de poder de una dinastía, sino al servicio de los demás en la entrega a la realización de la voluntad divina.

Esta entrega incondicional sólo puede hacerse por medio de la asunción de un espíritu solidario que com­parte la dura condición de todos los que sufren las consecuencia producidas por el espíritu diabólico que oprime a los seres humanos. De esa forma, se presen­ta como la única forma de una convivencia más fraterna para toda la humanidad.

R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


17. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios Generales

Isaías 42, 1-4. 6. 7:

Leemos en la Liturgia de hoy el primer canto del Poema del “Siervo de Yahvé”. De entre todas las profecías del A.T., es la de mayor densidad teológica y la que más eco alcanza en los escritos del N.T.

- En este canto se nos hace la presentación del Mesías como “Siervo” y como “Elegido” de Dios. Elegido y Siervo, en la Biblia, se corresponden e implican (Is 24, 15; 2 Sam. 7, 5). Con maravillosa inspiración esta profecía nos prepara la economía del “Elegido” por antonomasia, “Siervo” por antonomasia: el Mesías.

- El Mesías es el “Siervo”. Su misión: un “Servicio” muy duro y cruento: obedece a un plan salvador de Dios. Plan que se realizará no según módulos humanos de poderío y de fuerza, sino con el servicio supremo del Mesías, en humildad, anonadamiento, dolor y muerte. Jesús se aplica la profecía del Siervo cuando dice de Sí mismo: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida como rescate por todos” (Mc 10, 45).

- El Profeta presenta al Mesías:

Como “Siervo” y “Elegido” (v 1); como repleto de Espíritu Santo, y con misión de Doctor espiritual de todas las naciones (v 2); como poseedor de un don espiritual de penetrar en las almas directamente, sin voces ni griterío exterior (v 2); como Profeta manso y humilde (v 3); como Enviado fiel y valiente que no desmaya ni vacila en la misión que tiene de Dios encomendada (v 4); Dios, que le ha dado la misión de salvarnos, le tiene asido de la mano (v 6); si misión es: “ser Alianza del Pueblo (Israel) y Luz de las naciones; iluminar a todos los ciegos y liberar a todos los esclavos” (vv 6-7). Es claro que todo se refiere a la Persona y Obra de Cristo. Y los Evangelistas y los Escritores inspirados del N.T. nos lo certifican reiteradamente.

Hechos de los Apóstoles 10, 34-38:

Es un resumen de un sermón de San Pedro en el momento que abre las puertas de la Iglesia al primer gentil: Cornelio. Momento, por tanto, trascendental en la Historia Salvífica:

- La Era Mesiánica acaba con la vieja discriminación entre judíos y gentiles. El Mesías ha sido enviado como Luz de las naciones, libertador de todos los esclavos del pecado, Señor de todos.

- Los vv 37-38 son una clara alusión al Mesías- Siervo de Yahvé de Isaías: cuanto dijo el Profeta se ha cumplido en Jesús: “Ungido de Espíritu Santo” (Is 42, 2); “Elegido y muy amado” (Is 42, 1); “Maestro manso y humilde” (Is 42, 3); “Pasó haciendo el bien”: “Libertador y Redentor de todos los oprimidos” (Is 42, 7).

- San Pedro nos concreta cual sea la esclavitud de que nos libera Cristo: la del pecado: “Curando a los oprimidos por el Diablo” (v 38). Es evidente que todas las opresiones son obras diabólicas. Y toda auténtica libertad es don que debemos al “Siervo-Redentor”: el que nos ha liberado de todas las servidumbres: del Maligno, de la Muerte, del Pecado; esta liberación se actualiza en nosotros por el sacramento eucarístico; a la vez, la gracia salvífica que nos da es en nosotros unción profética: luz y vigor, dinamismo y amor.

Mateo 3, 13-17:

En el Bautismo de Jesús en el Jordán y los prodigios celestes que lo acompañan, ven los Evangelistas el inicio de la carrera Mesiánica de Jesús; y sobre todo cómo la función Mesiánica de Jesús se orienta en las líneas de las profecías del “Siervo de Yahvé”:

- Muy sorprendente es que Jesús se presente entre la turba de pecadores a recibir el Bautismo de Juan, Bautismo para pecadores. Es aquel misterio de solidaridad por el que Jesús ha tomado nuestra naturaleza: “en carne semejante a la carne de pecado y víctima por el pecado” (Rom 8, 3). Y así es el “Cordero de Dios que lleva sobre Sí el pecado del mundo” (Jn 1, 29), es decir: “El Siervo de Yahvé que lleva sobre Sí nuestras miserias; tratado como impío por nuestros crímenes, aplastado por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra salvación recae sobre Él; y por sus heridas somos curados” (Is 53, 5).

- Los prodigios que luego ocurren son el sello visible, la confirmación sensible y milagrosa de la grandeza, y de la misión y función mesiánica de Jesús. Se abren los cielos, es decir, Dios hace una teofanía o revelación. El Espíritu Santo, en signo sensible (Paloma), desciende y reposa sobre Jesús. Significa que Jesús-Mesías queda ungido y repleto del Espíritu Santo para su función y misión de Doctor y Redentor (Is 61, 1). Su misión es henchir de Espíritu Santo la nueva creación de Dios; formar la nueva familia de los hijos de Dios.

- La voz celeste que le proclama: “Tú eres mi Hijo, el Amado, el Predilecto”, nos indica como las profecías que nos prometían el “Siervo- Elegido- Redentor”, todas convergen en Jesús. En Él se cumplen. San Mateo es el Evangelista siempre interesado por hacernos ver cómo en Jesús se «cumple» todo el A.T. Y con ello no sólo intenta decirnos que todas las profecías, promesas y esperanzas se han ya «cumplido», sino que, más aún: se han «plenificado»; es decir, han alcanzado una plenitud tal que supera cuanto los mismos profetas y los hombres todos pudieran imaginar ni desear. Aquí tenemos un ejemplo: el «Siervo»-Redentor de las profecías es el «Hijo muy amado», el Unigénito de Dios. La voz del Jordán (17), la del Tabor (17,5) y, sobre todo, la gloria de la Resurrección y la Luz de Pentecostés nos iluminan las profecías del «Siervo de Yahvé».

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.


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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

JUAN BAUTIZA A JESÚS: MT. 3, 13-17
(Mc. 1, 9-11; Lc. 3, 21-23 a)

Explicación. — Hacia septiembre del año 778 de Roma, en el principio del año sabático, había aparecido Juan en la región del Jordán predicando el bautismo de penitencia. Y aconteció que, unos meses más tarde, a principios del año siguiente, como recibiese el bautismo todo el pueblo, entonces vino Jesús de Galilea, de Nazaret, donde seguramente moraba —dato precioso que debemos a Marcos—, al Jordáan hacia Juan para ser bautizado por él mismo. Probablemente siguió el camino que, pasando por el nordeste de Jezrael, conducía a la orilla cisjordánica y bajaba hasta el llano de Jericó. De Nazaret al sitio en que supone la tradición fue bautizado Jesús no habrá menos de 150 kilómetros, que salvó el divino Maestro, tal vez en compañía de las multitudes que de toda aquella región confluían al río sagrado.

Señálase como punto del bautismo de Jesús un delicioso lugar de la orilla izquierda del río, junto al vado de Bethagla, no lejos de Jericó. En la orilla opuesta, debajo de árboles copudos y entre el gorjeo de incontables pajarillos, suele celebrarse hoy la santa Misa, al aire libre, en la que se lee el texto evangélico que explicamos ante una devota peregrinación. Griegos y rusos se bañan allí en número extraordinario, siguiendo antiquísima costumbre; ya que refiere Teodorico que en 1172 vio una tarde más de 60.000 personas dirigirse con antorchas al río para bañarse en sus aguas, santificadas por el bautismo del Señor.

San Mateo, el más completo de los evangelistas en este punto, nos presenta a Jesús y Juan, en el momento en que pretende bautizarse Jesús, sosteniendo rápido y ceñido diálogo. Jesús, confundido entre las gentes, quiere ser bautizado como uno del pueblo: Mas Juan se lo impedía, diciendo: Yo debo ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí? La oposición de Juan es grave, insistente. Para bautizar se necesita misión divina; su bautismo es de penitencia para la remisión de los pecados; y tiene ante sí al Verbo humanado, al que no tiene pecado, al que debe bautizar en el Espíritu Santo, de cuyo bautismo no es el suyo más que sombra y preparación. Y respondiendo Jesús, no rectificando, sino más bien ratificando el concepto de Juan, le dijo: Deja ahora; es cierto cuanto dice; consiente en que sea por ti bautizado; pues en este momento es voluntad de Dios, que para mí y para ti debe ser regla del justo obrar, que sea bautizado por ti: Porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces lo dejó, consintió en bautizarle, aquietado por las razones del Señor.

¿Cómo Juan reconoció a Jesús? ¿Se habían tratado ambos antes del bautismo? El arte cristiano nos ha acostumbrado a la visión de Jesús y Juan viviendo juntos, en escenas apacibles de la infancia de ambos. No tiene ello fundamento en el Evangelio, aunque tampoco es improbable que ambos se hubiesen encontrado en Jerusalén en alguno de sus anuales viajes con motivo de las fiestas sagradas. Con todo, no hay que olvidar que Jesús pasó sus años juveniles en Nazaret, y Juan en la región montañosa de Judá, y muy prematuramente en los desiertos del mismo país, por lo que no creemos se conocieran personalmente el Bautista y Jesús : el hecho de que Dios le dé al Bautista, como signo para conocer a Jesús, la venida del Espíritu Santo sobre él lo confirma, a más de que el mismo Juan dice: «Yo no le conocía» (Ioh. 1, 33).

Fue sin duda un instinto sobrenatural, a la vista de aquel israelita en plena virilidad y con los signos de la divinidad en su rostro, o bien una clara revelación divina, la que manifestó a Juan la persona del Mesías que tenía en su presencia. Entonces fue cuando la humildad del Bautista le hizo negarse a bautizar al Redentor: era el humildísimo Jesús, que se presentaba como pecador, al humildísimo Juan, que se consideraba indigno de desatarle la correa de las sandalias, cuanto más de bautizarle. Era preciso que se cumpliera toda justicia, presentándose como pecador, ya porque había sido fiador de pecadores, ya porque lo quiere así Dios, a cuya justísima voluntad se somete Jesús.

No sabemos si Jesús recibió el bautismo después del pueblo o mezclado entre la multitud. Sumergióse el cuerpo santísimo de Jesús en el Jordán para que, purificada el agua con el contacto de la purísima carne del Señor, lograse eficacia para obrar la regeneración espiritual. Bautizado, pues, Jesús, al punto alzóse del agua: salió en seguida, dice Knabenbauer, tal vez para significar su deseo de que viniera pronto sobre él la declaración del Padre, para empezar luego su ministerio público, y se manifestase a Juan y a la multitud presente el divino testimonio; como deseó con ardor llegar a la última Cena para comer aquella simbólica Pascua. De hecho, el bautismo de Jesús es uno de los actos culminantes de su vida: es como su introducción oficial al ministerio público.

Salió Jesús rápidamente del agua, y oró en seguida con fervor, encomendando al Padre lo que su bautismo significaba, su carácter de substituto universal de todos los pecadores, su misión de mediador, la regeneración del mundo por su obra. Mientras oraba, repentinamente, se rasgaron los cielos: Y he aquí que, estando orando, se le abrieron los cielos. O se rasgaron las nubes, o se abrió una cavidad en el firmamento como para dar lugar a una comunicación entre el cielo y la tierra, o apareció en la región superior de la atmósfera un resplandor especial, como si se abriera el cielo: era la señal de que el cielo se asociaba a la gran escena de la tierra. Jesús vio el cielo abierto, «se le abrió» y «vio», dice el texto. También lo vio Juan: «Y yo le vi» (al Espíritu Santo), dice de él el cuarto Evangelio (1, 32.34). Violo también probablemente el pueblo allí presente; es la opinión de la mayoría de los intérpretes: si no lo vieron todos, allí estará el Bautista para referirles el estupendo prodigio visto por sus propios ojos y transmitirles las palabras que él oyó (Ioh. 1, 32-35).

Seguía orando Jesús, y vio al Espíritu de Dios, al Espíritu Santo, dice Lc. (3, 22), que descendía en figura corporal como paloma que venía sobre sí, y que se posaba sobre él. La paloma es el signo de la paz, de la sencillez, de la caridad, de la fecundidad; aptísimo símbolo externo para significar todas estas condiciones en Jesús. Para significar la paz la utilizó Dios en el diluvio, como vino sobre los Apóstoles para indicar la infusión del Espíritu de Dios. Los rabinos asemejaban el divino Espíritu a la paloma, símbolo de la inocencia y del puro amor. Posóse la paloma sobre Jesús, para indicar al pueblo que era él a quien venía a dar testimonio y no a Juan o a cualquier otro.

Al prodigio de los cielos abiertos y de la paloma que de ellos viene, se añade la pública proclamación, en forma sensible de voz humana, de la filiación divina de Jesús: Y al punto sonó una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo el amado, en quien tengo mis complacencias. Es el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, Hijo esencial y substancial de Dios, segunda Persona de la Trinidad beatísima que allí se manifiesta por la voz del Padre, la presencia corporal del Hijo y la paloma del divino Espíritu. Hijo natural de Dios, en quien Dios Padre se complace desde toda la eternidad; Hijo también natural como hombre —porque por obra del Espíritu Santo fue concebido—, a quien ve ahora el Padre con complacencia porque es santísimo, porque es el representante de la humanidad restaurada por él, porque es el pacificador de cielos y tierra. Un día dijo Dios que se arrepentía de haber criado al hombre: hoy tiene todas sus complacencias en este Hombre, en quien van a ser restauradas todas las cosas.

Este glorioso aparato del bautismo de Jesús es como una segunda epifanía del Señor, porque es como su proclamación oficial como Hijo de Dios ante los hombres y la inauguración de su ministerio público. Por esto se conmemora este hecho junto con la primera Epifanía, la manifestación a los gentiles, el día 6 de enero, fiesta de los santos Reyes. Y al mismo tiempo el bautismo de Jesús representa los misterios que en nuestro bautismo se obran: porque se nos borran los pecados y somos reconciliados con Dios; se nos abren los cielos, de los que estábamos excluidos por el pecado original; viene la gracia del Espíritu Santo sobre nosotros, y somos declarados hijos de Dios y herederos del cielo. Aptísimamente se coloca la reproducción de la escena de este Evangelio en nuestros baptisterios.

Termina San Lucas esta narración indicando de una manera aproximada la edad de Jesús al inaugurar sus públicas funciones de Mesías, como había indicado el advenimiento del Bautista al Jordán dando el cuadro de las autoridades de su tiempo: Y el mismo .Jesús comenzaba a ser como de treinta años. Sobre la edad que pudiera tener el Salvador al tiempo de su bautismo, aunque no se puede precisar con los datos de los Evangelios, se puede asegurar que estaba para cumplir los treinta años. No es creíble que «toda la región de Judea y todo Jerusalén» (Mc. 1, 5; Mt. 3, 5) se trasladaran al Jordán para bautizarse en los días tórridos del verano en la cuenca inferior del Jordán, ni en pleno invierno, que suele ser allí muy lluvioso: hay que recordar que el sitio es desierto. Por lo mismo, dado que, después del ayuno de Jesús en el desierto, adonde fue inmediatamente después de su bautismo, y de la elección de sus primeros discípulos y el milagro de Caná, «se aproximaba la Pascua» (Ioh. 1, 29; 2, 13), no creemos pueda situarse la fecha del bautismo del Señor sino a últimos de otoño, tal vez a primeros de diciembre: el 25 de este mes, según nuestro cómputo, cumplía Jesús los treinta años. Entonces «comenzaba» su ministerio.

Lecciones morales. — A) v. 13. — Entonces vino Jesús de Galilea... — Viene Jesús al Bautista con las multitudes para ser bautizado, no temiendo ser considerado como pecador. Nosotros, en cambio, llenos de miseria y pecado, queremos ser tenidos como selectos, libres de los pecados y defectos generales. Jesús condenará esta presunción en la parábola del fariseo y del publicano.

B) v. 14. — Mas Juan se lo impedía, diciendo...—Bajo las manos del Bautista se inclina la cabeza que temen y adoran las Potestades, dice San Bernardo: ¿qué extraño que tiemble el Bautista? ¡Cuán alta estará en el juicio la cabeza que ahora se abaja: y la frente que ahora aparece tan humilde, cuán sublime y excelsa se presentará! Imitemos la humildad de Jesús, para que entonces no nos confunda su poder.

C) v. 15. — Porque así conviene que cumplamos toda justicia. — Jesús quiere ser bautizado para cumplir toda justicia, es decir para amoldarse en todo a la ley. Algunos intérpretes creen que el bautismo se impuso a Jesús por el Padre como precepto. Sea lo que fuere, El, que había querido estar baio la ley (Gal. 4, 4), que se había sometido a las prácticas legales de la circuncisión, presentación al templo, celebración de las fiestas religiosas etc., no quiere substraerse a la práctica del bautismo de penitencia. que según muchos santos Padres estaba prescrita por Dios al pueblo judío de aquel tiempo. Es el Mesías, y se somete a la ley preparatoria de su venida. Nosotros debemos aprender en ello a no buscar exenciones y singularidades en nuestro favor, en ningún orden, si no es en caso de necesidad o de mayor gloria de Dios. Es ello señal de obediencia y humildad, y en estas dos virtudes se amparan todas las demás.

D) v. 17. — Este es mi Hijo el amado, en quien temo mis complacencias. — Dondequiera que alguien ve el sello de su bondad, dice Santo Tomás, en ello se complace, como el artista se complace en la bella obra que ha producido. La bondad divina se halla en todas las criaturas de una manera »articular; pero en ninguna se halla en su totalidad: sólo en el Hijo v en el Espíritu Santo se halla toda la bondad de Dios, porque tienen la misma bondad de Dios. Por ello el Padre se complace totalmente en el Hijo. En cambio, los hombres no se complacen en Jesús muchas veces; no sólo no se complacen, sino que le miran con indiferencia, o le odian. Es que no son de Dios, ni le miran desde el punto de vista de Dios. Prefieren las tinieblas a la luz, el mal obrar a la justicia. Tengamos nosotros, hijos de Jesús y seguidores de su doctrina y sus ejemplos, todas nuestras complacencias en Jesús, y obremos en forma que El tenga en nosotros todas las complacencias, viéndonos semejantes a Él.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 343-348)


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Giovanni Papini

LA VÍSPERA

Juan llama a los pecadores para que se laven en el río antes de hacer penitencia. Jesús se presenta a Juan para ser bautizado: ¿confiésase, pues, pecador?

Los textos son claros. El Profeta “predicaba el bautismo de penitencia en remisión de los pecados”. Quien acudía a él se reconocía pecador; quien va a lavarse se siente sucio.

El no saber nada de la vida de Jesús desde los doce a los treinta años—los años, precisamente, de la adolescencia viciable, de la juventud ardorosa y fantástica—ha dado motivo para pensar que él fuera en aquel tiempo o por lo menos se estimara, un pecador como los demás.

Lo que sabemos de los tres años que le restan de vida—los más iluminados por la palabra de los Cuatro Testigos, porque de los muertos mejor se recuerdan los últimos días y las últimas conversaciones—no da ningún indicio de esta pretendida interpolación de la Culpa entre la Inocencia del principio y la Gloria del fin.

En Cristo no pueden existir ni siquiera las apariencias de una conversión. Sus primeras palabras suenan como las últimas: la fuente de donde dimanan es clara desde el primer día; no hay fondo turbio, ni poso de malos sedimentos. Se inicia seguro, abierto, absoluto; con la autoridad propia de la pureza. Se comprende que no ha dejado nada obscuro tras de sí. Su voz es alta, libre, desplegada, un canto melodioso que no tiene el dejo del mal vino de los placeres y de la roca de los arrepentimientos. La limpidez de su mirada, de su sonrisa y de su pensamiento no es la serenidad del aire que sucede a los negros nubarrones de la tormenta o la blancura incierta de, la luz del alba que, lenta, va venciendo las sombras malignas de la noche. Es la limpidez de quien ha nacido una sola vez y ha permanecido niño, aun en la madurez; la limpidez, la trasparencia, la tranquilidad, la paz de un día que terminará en la noche, pero que antes del ocaso no se ha entenebrecido; día eterno e igual, infancia intacta que no será empañada hasta la muerte.

El anda entre los impuros con la sencillez natural del puro; entre los pecadores con la fuerza natural del inocente; entre los enfermos con la despreocupación natural del sano.

En cambio el convertido está siempre, en el fondo del alma, un poco turbado. Una sola gota de amargo que haya quedado, una sombra ligera de inmundicia, un conato de pesar, un aleteo fugaz de tentación bastan para devolverlo a las viejas torturas de espíritu. Le queda siempre la sospecha de no haberse arrancado por completo la piel del hombre viejo, de no haber destruido sino simplemente adormecido al Otro que habitaba en su cuerpo: ha pagado, ha soportado, ha sufrido tanto por su salud, y le parece un bien tan precioso a la vez que tan frágil, que teme siempre ponerla en peligro, perderla. No huye de los pecadores sino que se aproxima a ellos con un sentimiento de involuntaria repugnancia; con el temor, no siempre confesado, de un nuevo contagio; con la sospecha de que el volver a ver la suciedad en que él también un día tuvo sus- complacencias, le renueve demasiado atrozmente el recuerdo ya insostenible de la vergüenza y suscite en él la desesperación acerca de su salvación eterna. Quien fue sirviente, no es, convertido en patrón, muy dado con los sirvientes; quien fue pobre, llegado a rico no es generoso con los pobres; quien fue pecador no es, después de la penitencia, siempre amigo de los pecadores. Aquel resto de soberbia, que se esconde hasta en el corazón de los santos, une a la piedad una levadura de desprecio regañón: ¿Por qué no hacen lo que ellos han sabido hacer? La senda que lleva a la cima está abierta a todos, aun a los más ensuciados y encallecidos; el premio es grande: ¿por qué quedan allá en el fondo, sumergidos en el ciego infierno?

Y cuando el convertido habla a sus hermanos para convertirlos, no puede abstenerse de recordar su propia experiencia, su caída su liberación. Le urge, acaso más por el deseo de ser eficaz que por el orgullo, presentarse como un ejemplo vivo y presente de la gracia, como un testigo verídico de la dulzura de la salud espiritual.

Puédese renegar de lo pasado, mas no se le puede destruir: él reverdece, hasta inconscientemente, en los hombres mismos que empiezan de nuevo la vida con el segundo nacimiento de la penitencia.

En Jesús este presunto pasado de convertido nunca jamás reflorece en ninguna forma: no se advierte ni aun por alusión ni por sobreentendido; no se lo reconoce en ninguno de sus actos ni en la más obscura de sus palabras. Su amor por los pecadores no tiene nada de la febril tenacidad del arrepentido que quiere hacer prosélitos. Amor de naturaleza, no de obligación. Ternura de hermano sin mezcla de reproches. Fraternidad espontánea de amigo que no tiene que tragar saliva. Tendencia del puro hacia el impuro, sin temor de contaminarse y sabiendo que puede purificar a los otros. Amor desinteresado. Amor de los santos en los momentos supremos de la santidad. Amor en cuya presencia parecen vulgares todos los otros amores. Amor cual no se vio igual antes que él. Amor que se ha vuelto a hallar, algún día raro, solamente en recuerdo y por imitación de aquel amor. Amor que se llamará cristiano y nunca jamás con otra palabra. Amor divino. Amor de Jesús. Amor.

Jesús iba a mezclarse con los pecadores, pero no era pecador. Venía a bañarse en el agua que corría bajo los ojos de Juan, pero no tenía manchas internas.

El alma de Jesús era la de un niño tan niño que superaba a los sabios en la sabiduría y a los santos en la santidad. Nada del rigorismo del puritano o del temblor del náufrago salvado a duras penas en la orilla. A los ojos de los escrupulosos sutilizadores pueden parecer pecados hasta las más mínimas fallas con la perfección absoluta y las inobservancias involuntarias de algunos de los seiscientos mandamientos de la Ley. Pero Jesús no era fariseo ni maniático. Sabía, muy bien lo que era pecado y lo que era el bien y no perdía el espíritu en los laberintos de la letra. Conocía la vida; no rechazaba la vida, que no es un bien sino la condición de todos los bienes. El comer y el beber no era el mal; ni el mirar el mundo ni compadecer con la mirada al ladrón que se desliza en la sombra, a la mujer que se ha pintado los labios para cubrir la baba de los besos no pedidos.

Y sin embargo, Jesús va, entre la turba de los pecadores, a sumergirse en el Jordán. El misterio no es misterioso sino para quien ve en el rito renovado por Juan solamente el sentido más familiar.

El caso de Jesús es único. El bautismo de Jesús es idéntico a los otros aparentemente, pero se justifica por otras razones. El Bautismo no es solamente la limpieza de la carne como manifestación de la voluntad de querer limpiar el alma, resto de la primitiva analogía del agua que hace desaparecer las manchas materiales y puede borrar las manchas espirituales. Esta metáfora física, útil en la simbólica vulgar, ceremonia necesaria a los ojos carnales de los más, que necesitan de un sostén material para creer en lo que no es material, no era para Jesús.

Pero él fue hacia Juan para que se cumpliera la profecía del Precursor. Su arrodillarse ante el Profeta del Fuego es reconocerle en su calidad de embajador leal que ha cumplido con su deber y que puede decir, desde este momento, haber terminado su obra. Jesús, sometiéndose a esta investidura simbólica, da en realidad a Juan la investidura legítima de Precursor.

Si se quisiera ver en el Bautismo de Jesús un segundo significado, podría, acaso, recordarse que la inmersión en el agua es la supervivencia de un Sacrificio Humano. Los pueblos antiguos acostumbraron durante siglos matar a sus enemigos o a alguno de sus propios hermanos, como ofrenda a las divinidades irritadas, para expiar algún grave delito del pueblo, o para obtener una gracia extraordinaria, una salvación que parecía desesperada. Los Hebreos habían destinado a Jehová la vida de los primogénitos. En tiempo de Abrahán la costumbre fue abolida por mandato de Dios, pero no sin inobediencias posteriores.

Se sacrificaban las víctimas destinadas, de distintas maneras: una de ellas la anegación. En Curio de Chipre, en Terracina, en Marsella, en tiempos que ya pasaron a la historia, cada año un hombre era arrojado al mar y se consideraba a la víctima como salvador de sus conciudadanos. El Bautismo es un resto de la anegación ritual; y como esta oferta propiciatoria al agua era reputada benéfica para los sacrificadores y meritoria para la víctima, muy fácil cosa era estimarla como el principio de una nueva vida, de una resurrección. El que es asfixiado por sumersión muere por la salvación de todos y es digno de volver a vivir. El Bautismo, aun después de olvidado éste su feroz origen, quedó como símbolo del renacimiento.

Jesús estaba precisamente por iniciar una nueva época de su vida, más aun, su verdadera vida. Sumergirse en el agua era afirmar la voluntad de morir, mas al mismo tiempo la certeza de resucitar. No bajaba al río para lavarse sino para significar que empieza su segunda vida y que su muerte será sólo aparente, como sólo aparente es su purificación en el agua del Jordán.

(Giovanni Papini, Historia de Cristo, Ed. Lux, 2º ed., Santiago de Chile, pp. 66-70)


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Santos Padres

San Agustín



“La criatura bautiza al Creador, la lámpara al Sol, y no por eso se enorgulleció quien bautizaba, sino que se sometió al que iba a ser bautizado.-

A Cristo que se le acercaba, le dijo:

‘Soy yo quien debo ser bautizado por ti...’

¡Gran confesión!

¡Segura profesión de la lámpara al amparo de la humildad!

Si ella se hubiese engrandecido ante el Sol, rápidamente se hubiera apagado por el viento de la soberbia.-

Esto es lo que el Señor previó y nos enseñó con su bautismo. Él, tan grande quiso ser bautizado por uno tan pequeño.-

Para decirlo en breves palabras: el Salvador fue bautizado por el necesitado de salvación. En su bautismo Jesús piensa en mí, se acuerda de todos nosotros. Se entrega a la nobilísima tarea de purificar las almas, se entrega a Sí mismo por la salvación de todos los hombres...”

(Sermón 292,4, en la fiesta de San Juan Bautista, hacia el año 405)



CATENA AUREA DE SANTO TOMÁS – San Mateo


San Agustín

“El Salvador quiso bautizarse no para adquirir limpieza para sí, sino para dejarnos una fuente de limpieza.-

Desde el momento en que bajó Cristo a las aguas, el agua limpia los pecados de todos.-

Y no debe admirar, que el agua (esto es, una sustancia corporal), aprovecha para purificar el alma.-

Viene, y penetra perfectamente todos los secretos de la conciencia.-

Aun cuando el agua por sí misma es sutil y débil, con la bendición de Cristo se hace más sutil y penetra con su blando rocío, las causas ocultas de la vida, hasta los secretos del pensamiento:es mucho más sutil la penetración de las bendiciones, que la de la humedad de las aguas; de donde se desprende, que la bendición del Salvador en su bautismo, como río espiritual ha llenado las corrientes de todas las aguas y los veneros de las fuentes...”


San Juan Crisóstomo

“Vino a este bautismo, para que, aquél que había tomado la humana naturaleza, pudiese llenar plenamente, todos los secretos de la misma naturaleza; porque aunque Él no era pecador, tomó, sin embargo, la naturaleza pecadora.-

Por tanto, aunque no necesitaba el bautismo por sí, la naturaleza carnal en otros lo necesitaba...”


San Agustín

“Además quiso bautizarse, porque quiso hacer lo que nos mandaba hacer, para que, como buen maestro no sólo nos enseñase con su doctrina, si que también con su ejemplo...”

“Por esta razón quiso ser bautizado por San Juan, para que sepan sus siervos, con cuánta alegría deben correr al bautismo del Señor, cuando Él no se ha dedignado (desestimar, desdeñar, despreciar...) recibir el bautismo del siervo...”


San Jerónimo

“Además quiso bautizarse, para confirmar con su bautizo el bautismo de San Juan...”


San Juan Crisóstomo

“Porque el bautismo era de penitencia, y llevaba consigo la demostración de los pecados, para que no hubiese alguien que creyese que Cristo había venido a bautizarse por esta causa, el Bautista, dijo al que venia: ‘Yo debo ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí...?’

como si dijese: ‘Para que tú me bautices, esta razón es idónea (para que yo también sea justo, y me haga digno del cielo); para que yo te bautice, ¿qué razón hay...?

Todo lo bueno baja del cielo a la tierra, y no sube de la tierra al cielo...”


San Hilario

“Por último, el Señor no pudo ser bautizado por Juan como Dios; pero enseña que debe bautizarse como hombre.-

De donde se sigue: respondiéndole Jesús, le dice:

‘Déjame ahora’...”


San Cirilo de Jerusalén - El bautismo de Jesús

Jesús santificó el bautismo cuando él fue bautizado. Si el Hijo de Dios se hizo bautizar, ¿quién podrá despreciar el bautismo sin faltar a la piedad? Pues no fue bautizado Jesús para recibir el perdón de los pecados (pues estaba libre del pecado), sino que, a pesar de ello, fue bautizado para otorgar la gracia y la dignidad Divina a quienes se bautizan. Pues «así como los hijos participan de la sangre y de la carne, participó él también de las mismas» (Hebr 2,14), para que, hechos partícipes de su presencia corporal, también tuviésemos parte en su gracia: para eso se hizo bautizar Jesús, para que por ello la consiguiésemos, por la comunión en la misma realidad, junto con el honor de la salvación. Según el libro de Job, había una bestia en las aguas capaz de engullir el Jordán con su boca (cf. Job 40,15-24). Al tener que ser machacadas las cabezas del dragón (Sal 74,14)19, descendiendo (Jesús) al agua, ató al fuerte (cf. Mt 12,29) para que recibiésemos el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones (cf. Lc 10,19). Muy pequeña era la bestia, pero horrenda. Ningún barco de pesca podría llevar siquiera una escama de su cola; la perdición le precedía, infectando con su contagio a los que se encontraban con ella20. Apareció la vida para frenar a la muerte, y para que pudiésemos decir que hemos conseguido la salvación: «¿Dónde esta, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15,55). Pues por el bautismo es destruido el aguijón de la muerte.

También tú descenderás al agua del bautismo

Desciendes al agua llevando los pecados, pero el alma queda sellada por la invocación de la gracia. Ello te libra de ser absorbido por la bestia salvaje. Has descendido muerto en tus pecados, pero asciendes vivificado en la justicia (Rm 6,11). Si has sido injertado en una muerte semejante a la del Salvador, también serás considerado digno de su recurrección (Rm 6,5). Pues Jesús murió tomando sobre sí todos los pecados del mundo para, tras aniquilar el pecado, resucitarte en la justicia. También tú, descendiendo al agua, y sepultado en cierto modo en ella como él estuvo en el sepulcro, eres resucitado caminando en novedad de vida.

El bautismo te dará la fuerza para la lucha

Después, cuando Dios te haya concedido aquella gracia, te hará posible luchar contra las potestades contrarias. Así como él, después del bautismo, fue tentado durante cuarenta días. Y no porque no pudiese salir antes vencedor, sino porque quería hacer todas las cosas ordenada y sucesivamente. También tú, antes del bautismo, temías encontrarte con tus adversarios. Pero después que has recibido la gracia, confiado en las armas de la justicia, lucha ahora y, si quieres, anuncia el Evangelio.

Jesús comienza tras el bautismo su tarea de evangelización

Jesucristo era Hijo de Dios. Sin embargo, no evangelizaba antes de recibir el bautismo. Si el mismo Señor administraba los momentos con un cierto orden, ¿acaso debemos nosotros, que somos siervos, atrevernos a algo fuera de ese orden? Jesús comenzó su predicación cuando «descendió sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma» (Lc 3,22). No quiere decir que Jesús fuese el primero en verlo (pues lo conocía antes de que apareciese en forma corporal). Lo importante era entonces que lo viese Juan. Pues dice: «Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es...» (Jn 1,33)21. Y también sobre ti, si tienes una piedad sincera, descenderá el Espíritu Santo y la voz del Padre descenderá desde lo alto sobre ti; no, «Este es mi Hijo» (Mt 3,17), sino «Ese ha sido hecho ahora hijo mío»22. Sólo de él (Jesús) se ha dicho: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios» (Jn 1,1,). Es adecuado el verbo es, puesto que el Hijo de Dios existe siempre. Pero lo adecuado para ti es «ha sido hecho ahora», puesto que, el ser hijo, no lo eres por naturaleza, sino que has conseguido por adopción el ser llamado hijo. El lo es desde toda la eternidad, pero tú adquieres esa gracia como un don.


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Juan Pablo II

SANTA MISA EN LA CAPILLA SIXTINA

Y ADMINISTRACIÓN DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 13 de enero de 2002

1. "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto" (Mt 3, 17).

Acabamos de escuchar de nuevo en el evangelio las palabras que resonaron en el cielo cuando Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán. Las pronunció una voz desde lo alto: la voz de Dios Padre. Revelan el misterio que celebramos hoy, el bautismo de Cristo. El Hombre sobre el que desciende, en forma de paloma, el Espíritu Santo es el Hijo de Dios, que tomó de la Virgen María nuestra carne para redimirla del pecado y de la muerte.

¡Grande es este misterio de salvación! Misterio en el que se insertan hoy los niños que presentáis, queridos padres, padrinos y madrinas. Al recibir en la Iglesia el sacramento del bautismo, se convierten en hijos de Dios, hijos en el Hijo. Es el misterio del "segundo nacimiento".

2. Queridos padres, me dirijo con afecto especialmente a vosotros, que habéis dado la vida a estas criaturas, colaborando en la obra de Dios, autor de la vida y, de modo singular, de toda vida humana. Los habéis engendrado y hoy los presentáis a la fuente bautismal, para que vuelvan a nacer por el agua y por el Espíritu Santo. La gracia de Cristo transformará su existencia de mortal en inmortal, liberándola del pecado original. Dad gracias al Señor por el don de su nacimiento y del nuevo nacimiento espiritual de hoy.

Pero ¿cuál fuerza permite a estos inocentes e inconscientes niños realizar un "paso" espiritual tan profundo? Es la fe, la fe de la Iglesia, profesada en particular por vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas. Precisamente en esta fe son bautizados vuestros hijos. Cristo no realiza el milagro de regenerar al hombre sin la colaboración del hombre mismo, y la primera cooperación de la criatura humana es la fe, con la que, atraída interiormente por Dios, se abandona libremente en sus manos.

Estos niños reciben hoy el bautismo sobre la base de vuestra fe, que dentro de poco os pediré profesar. ¡Cuánto amor, amadísimos hermanos, cuánta responsabilidad implica el gesto que realizaréis en nombre de vuestros hijos!

3. En el futuro, cuando sean capaces de comprender, ellos mismos deberán recorrer, personal y libremente, un camino espiritual que, con la gracia de Dios, los llevará a confirmar, en el sacramento de la confirmación, el don que reciben hoy.

Pero ¿podrán abrirse a la fe si los adultos que los rodean no les dan un buen testimonio? Estos niños os necesitan, ante todo, a vosotros, queridos padres; os necesitan también a vosotros, queridos padrinos y madrinas, para aprender a conocer al verdadero Dios, que es amor misericordioso. A vosotros os corresponde introducirlos en este conocimiento, en primer lugar a través del testimonio de vuestro comportamiento en las relaciones con ellos y con los demás, relaciones que se han de caracterizar por la atención, la acogida y el perdón. Comprenderán que Dios es fidelidad si pueden reconocer su reflejo, aunque sea limitado y débil, ante todo en vuestra presencia amorosa.

Es grande la responsabilidad de la cooperación de los padres en el crecimiento espiritual de sus hijos. Eran muy conscientes de esa responsabilidad los beatos esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi, a los que recientemente tuve la alegría de elevar al honor de los altares y que os exhorto a conocer mejor y a imitar. Si ya es grande vuestra misión de ser padres "según la carne", ¡cuánto más lo es la de colaborar en la paternidad divina, dando vuestra contribución para modelar en estas criaturas la imagen misma de Jesús, Hombre perfecto!

4. Nunca os sintáis solos en esta misión tan comprometedora. Os conforte, ante todo, la confianza en el ángel de la guarda, al que Dios ha encomendado su singular mensaje de amor para cada uno de vuestros hijos. Además, toda la Iglesia, a la que tenéis la gracia de pertenecer, está comprometida a asistiros: en el cielo velan los santos, en particular aquellos cuyos nombres tienen estos niños y que serán sus "patronos". En la tierra está la comunidad eclesial, en la que es posible fortalecer la propia fe y la propia vida cristiana, alimentándola con la oración y los sacramentos. No podréis dar a vuestros hijos lo que vosotros no habéis recibido y asimilado antes.

Además, todos tenemos una Madre según el Espíritu: María santísima. A ella le encomiendo a vuestros hijos, para que lleguen a ser cristianos auténticos; a María os encomiendo también a vosotros, queridos padres, queridos padrinos y madrinas, para que transmitáis siempre a estos niños el amor que necesitan para crecer y para creer. En efecto, la vida y la fe caminan juntas.

Que así sea en la existencia de cada bautizado con la ayuda de Dios.


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Catecismo de la Iglesia Católica

El Bautismo de Cristo

1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el Jordán (cf. Mt 3,13 ), y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc 16,15-16).

1224 Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).

1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5). Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2,6).


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EJEMPLOS PREDICABLES

El Padre Anchieta, perdido en la selva

El padre Anchieta, religioso de la Compañía de Jesús fue famoso misionero en las tierras del Brasil.
Un día, andando por la selva, se perdió en ella. Por más vueltas y pesquisas que daba en la espesura del bosque no encontraba el camino por donde tenía que ir. Después de bastante caminar, encontró a un anciano. Este, al ver al misionero, le dijo: "Ven pronto, que hace tiempo que te espero". Sorprendido el padre Anchieta ante aquella revelación, le dijo: "¿Cómo así?" El anciano le contestó: "Yo anhelo el camino recto y la felicidad después de la muerte". El padre le examinó y comprobó que era pagano, pero que había vivido rectamente, cumpliendo los preceptos del derecho natural.

El padre Anchieta le instruyó brevemente en las verdades fundamentales de la religión católica. Pero al ir a bautizarlo, no encontró ningún manantial de agua. Entonces recogió el rocío de las hojas de los árboles y bautizó al anciano. Le puso por nombre Adán. Su alma se iluminó con la hermosura de la gracia santificante.
El anciano murió en seguida de recibir el Bautismo, dando gracias a Dios por aquel tan gran beneficio.

13 HOMILÍAS PARA LOS TRES CICLOS