33 HOMILÍAS PARA LA FIESTA DE
SAN PEDRO Y SAN PABLO
9-24
Pedro y Pablo: dos personas muy diferentes, dos historias muy distintas, dos «conversiones» que nada se parecen (la de Pedro duró tres años; la de Pablo, un instante), dos apostolados que empiezan siendo muy diferentes, pero que cada vez se van pareciendo más, hasta quedar unidos en el martirio en Roma, bajo Nerón.
Pedro se había retirado a Galilea después de la muerte de Jesús, pero la resurrección lo hizo volver a Jerusalén, a reunir a la comunidad mesiánica y esperar la venida del Hijo del hombre. Pero el Hijo del hombre venía como rey de todos los pueblos; por eso, Pedro reconoció desde el principio la misión que Cristo había confiado a Pablo.
Con tiempo vio Pedro cómo la comunidad se extendía por una vasta geografía y se fue haciendo presente por todas partes donde había cristianos. Había experimentado la obra de Dios en el apostolado de la circuncisión, es decir, conversión de los judíos y encarrilamiento de los paganos por la senda de las prácticas judías. Así se habían de cumplir -creía él- las profecías sobre la venida de todos los pueblos a Jerusalén.
Pablo, en cambio, y toda la Iglesia de Antioquía, iban más allá. Habían visto la obra desbordante del Espíritu entre los paganos, sin que dejaran de serlo. Fueron, con el testimonio de esta obra de Dios, a Jerusalén, a buscar el acuerdo de los apóstoles y salvar así la unidad de la Iglesia. Santiago, el eterno judaizante, y Pedro y Juan reconocieron que la dirección de la Iglesia pasaba por encima de ellos, y se rindieron a la obra creadora del Señor, que de las piedras saca hijos de Abrahán.
J.
SANCHEZ BOSCH
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 836 s.
10.
Frase evangélica: «Apacienta mis ovejas»
Tema de predicación: EL SERVICIO DEL PAPA
1. Pablo se considera a sí mismo padre de muchos creyentes, por haber conducido a muchos a la fe. Otro tanto podría decir Pedro. Ambos tienen en la Iglesia una paternidad derivada de la elección de Dios y de su respuesta, no exenta de debilidades y titubeos. Pedro, por sobrenombre «Roca», es el primero de la lista apostólica, asume la condición de servidor, ejerce el apostolado y muere mártir en Roma, bajo Nerón. Pablo, convertido del fariseísmo beligerante anticristiano, es el apóstol de los paganos, a los que evangelizó en tres grandes viajes. También fue mártir en Roma. La lista de testigos del martirologio romano comienza con Pedro y Pablo. Ambos fueron las cabezas de una Iglesia pobre, perseguida y testimonial, que se convirtió en Iglesia primacial.
2. El obispo de Roma fue pronto primado de los obispos, Papa de la cristiandad. A lo largo de la historia, el ministerio del Papa -responsable directo de los cristianos de la diócesis de Roma, catalizador de la comunión de las Iglesia locales, impulsor de la unidad ecuménica, portavoz ante el mundo del mensaje católico y soberano de un Estado minúsculo (la Santa Sede)- es abrumador y complejo. En los últimos cien años, el papado ha aumentado considerablemente sus posibilidades de influjo y de acción.
3. Los términos evangélicos referidos a la misión de Pedro, dentro del primer grupo apostólico formado por Jesús, se expresan siempre en términos de unidad, caridad, servicio y misión, nunca en clave de potestad, dignidad o privilegios. Hoy se entiende la primacía papal del obispo de Roma como servicio profético de unidad y de coordinación de quien escucha, comparte y decide, en colaboración con los obispos de toda la Iglesia, a partir de las exigencias del Evangelio y de las realidades del pueblo. Según un dictamen de la Comisión Teológica Internacional de 1970, es atinado llamar al Papa «Sucesor de Pedro», «Obispo de Roma» o «Santo Padre»; no es correcto, en cambio, denominarle «Sumo Pontífice», «Vicario de Cristo» o «Cabeza de la Iglesia». La Iglesia descansa en la Roca viva y piedra angular, que es Cristo, y se edifica sobre el fundamento de la piedra de Jesucristo, de las piedras de los apóstoles y de las piedras vivas de todos los cristianos.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
Qué representa hoy para nosotros el Papa?
¿Entendemos este oficio desde el de Pedro y Pablo?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 314 s.
11.
1. EN EL CORAZÓN DE LA FE
"Y vosotros ¿quién decís que soy yo? " (3. lectura). Este interrogante puede ser el punto de partida. Tiene la ventaja, de situarnos en el centro de la fe. Seria interesante que la homilía diera al interrogante una dimensión personal, de manera que toque el "sentir" de los presentes. En realidad hay que ofrecer esta gran pregunta como postuladora de una opción personal-radical.
De todas maneras, la pregunta podría obtener una profundidad total: Cristo continúa presente en la Iglesia; ésta es Cristo vivo. La respuesta de la fe es una respuesta a la Iglesia. La respuesta no es fácil. Todos los pastores sabemos por experiencia la dificultad de aceptar la mediación eclesial; con facilidad se acepta a Dios y a Cristo, pero la Iglesia... Convendría hacer notar que no hay ninguna diferencia entre Cristo y la Iglesia, ya que ésta es el Cuerpo de Cristo. Por eso hay que señalar que la comunidad eclesial es la plenitud de las esperanzas, la guía que nos conduce hacia la realización, es la salvación... Sin ella no es posible la fe. Nos hace presente el amor del Padre, en tanto que instrumento (sacramento) universal de la salvaci6n.
Muchas veces nos cuesta creer que la salvación pasa por la Iglesia. Pero el acto de fe tiene por objeto una Iglesia guiada por hombres que, como nosotros, tienen muchos defectos.
A pesar de todo, el problema no queda situado en un nivel jerárquico. También es muy difícil creer en la comunidad cristiana. ¡Creer que mis hermanos son el Cuerpo de Cristo!. Aquí emerge el problema de la aceptación mutua. Por lo menos nos hemos de repartir las culpas entre todos. Y mutuamente hemos de invitarnos a creer los unos en los otros. No se trata de administrar narcóticos o de obviar las verdaderas preguntas, pero sí de hacer un esfuerzo para valorar la buena voluntad de todos, descubrir cómo podemos ayudarnos a luchar con alegría y confianza mutuas, considerando todos el peso de la propia pobreza.
La fe en la iglesia es algo tan vital, que no tiene ningún sentido sin esta comunidad. Sería bueno insistir en la tentación de abandonarla. Y, sin negar ninguna verdad, hablar de ella en términos de amor filial y en sentido de familia. No estaría mal repasar lo que hemos recibido de la Iglesia. Cualquiera puede pensar, que también, muchas veces, en el interior de la misma ha encontrado el buen samaritano. Aunque esto no arregle los problemas eclesiales, sí que se debe hablar de un aumento del sentido de familia en la Iglesia y del pecado que lleva consigo por culpa de todos los que la formamos. No, no hay que hacer apologética barata, pero tampoco hemos de ser parciales.
2. DOS HOMBRES DE TALLA ESPIRITUAL
No podemos omitir una consideración a las figuras de Pedro y Pablo. En resumidas cuentas, apóstoles, ellos, fundamento de la Iglesia, demuestran su grandeza en el sufrimiento (que es la suprema prueba de la vida). No vivieron un cristianismo alienante; su existir fue duro y conocieron muchas tensiones. Una vez dado el sí a Jesucristo, no se hicieron atrás. Entregaron la vida por la comunidad (por el Cuerpo de Cristo, por Cristo). Se puede notar como en el sufrimiento, a semejanza de Cristo, recibieron el consuelo del ángel y se dieron cuenta de la salvación.
Pablo (2. Iectura), hombre de tierno corazón bajo formas exteriores duras, está próximo a la muerte, pero no tiene miedo, no se arrepiente de nada, sino que está contento de haber luchado y de haber aguantado firme en la fe. Es el Señor quien le ha ayudado y le ha dado fuerzas para anunciar el mensaje.
J.
GUITERAS
MISA DOMINICAL 1975, 13-3
12.
La Iglesia celebra la fiesta de San Pedro y de San Pablo, fiesta que nos remonta a los orígenes del cristianismo y al inicio de la predicación de los que recibieron la tradición más original de Jesús de Nazaret.
Pensar en Pedro es pensar en el Apóstol que confesó dentro del grupo de los doce a Jesús como el Cristo Hijo de Dios vivo». Pero también es pensar en el discípulo de la negación. Pedro encarna al apóstol que amó a Jesús con un amor de amigos, con el philéo, "te quiero" y no con un amor de causa, agapáo, "te amo". Pedro es el proclamador del evangelio en el mundo judío, un mundo difícil para ese anuncio, ya que la tradición judía estaba muy arraigada en la vida del pueblo escogido, y no aceptaron en su mayor parte la predicación que Pedro hizo del acontecimiento Jesús el Cristo. Pedro debe ser nuestro ejemplo para confesar a Jesús y volver a él con humildad, a pesar de nuestras negaciones.
Pensar en Pablo es pensar en el Saulo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y asesino de cristianos. Pablo, llamado por el mismo Jesús después de su resurrección asume el reto y anuncia al mundo no judío el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Gracias a la misericordia de Dios que tuvo con él al llamarlo a la vida verdadera y gracias a su compromiso con la predicación a tiempo y a destiempo, el cristianismo se extendió y fue conocida la Buena Nueva de la Salvación en los pueblos que no eran judíos. Pablo, el Apóstol de la inclusión de todos los pueblos y de todos los sujetos históricos en el amor de Dios, es testimonio para la Iglesia en general para que tengamos la valentía de aceptar a todos los que desean ser fieles al plan de Dios para que se desarrollen integralmente dentro de nuestras comunidades.
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13.
Las más antiguas imágenes de san Pedro nos lo representan siempre con un gallo a su lado. Es una forma de recordarnos, y recordarle, que su vida no fue todo lo perfecta que debería haber sido. El, que tuvo valor suficiente para confesar a Cristo como el "Mesías, el Hijo del Dios vivo", fue el mismo que luego lo traicionó en el momento de la Pasión. Para algunos de nosotros, esto sería razón suficiente para despreciar a Pedro. ¡Su enseñanza no está respaldada por la práctica de su vida! Es cierto. Pero también lo es que la vida es un proceso. Y que lo más importante es cómo se llega al final del proceso. A lo largo del camino hasta las mismas equivocaciones son ocasiones para aprender, son tiempos de gracia. No son los años los que dan sabiduría a la persona, sino el cómo ha asimilado su propia experiencia de vida. Cuando ya es anciano, Pedro puede escribir a otras iglesias y aconsejar a los ancianos como él. Les pide que cuiden del rebaño de Dios, de sus hermanos, al estilo de Dios, no pensando en aprovecharse de ellos sino con una entrega generosa. Y nos podemos imaginar cómo Pedro, el pescador, el pecador, el valiente, el cobarde, el líder, el que negó tres veces conocer a Jesús en el momento de la verdad, ha asimilado en su corazón el perdón y la misericordia de Dios. Sólamente personas con esa experiencia se deberían sentarse en la cátedra de la Iglesia.
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14.
Sobre San Pedro y la Iglesia en el Evangelio según San Mateo
Homilía en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo el 28 de junio de 1998
Cardenal
Giacomo Biffi
Arzobispo de Bolonia
Es siempre una gracia meditar sobre el Príncipe de los Apóstoles ya que —con su cálida humanidad, con la generosidad de su seguimiento de Cristo, con las mismas debilidades que tuvo— lo sentimos muy cercano, muy querido, muy merecedor de nuestro afecto.
Hoy celebramos su fiesta. Es también la fiesta de nuestra querida Catedral, dedicada a su nombre por la iluminada devoción de nuestros primeros padres.
A él le pedimos que nos ayude a comprender bien la página del Evangelio según Mateo que hemos escuchado. En ella se narra un episodio decisivo para la entera vida de Pedro, y contiene enseñanzas que son fundamentales para la autenticidad de nuestra fe.
En el diálogo que viene allí transcrito se afirma y pone a la vista los dos cabezales de toda la visión cristiana: la realidad de Jesús, Hijo Unigénito de Dios y único Salvador del mundo; y la realidad de la Iglesia, esposa de Cristo y sacramento universal de salvación.
***
«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (Mt 16,13). «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15).
Desde que apareció en la tierra, Jesús siempre ha sido para los hombres un enigma inquietante. ¿Quién es Jesús? Ninguno, por más que se haga el indiferente o el desinteresado, puede huir de esta interrogante durante todo el tiempo de su existencia.
En el pasaje que hemos leído, Jesús mismo presenta la provocativa cuestión, y parece querer evaluar el decir de la "gente" (a la opinión común), y busca también la respuesta de los Apóstoles del Señor, esto es de la Iglesia.
El mundo da como respuesta pareceres muy diversos, en una gran confusión: «Algunos… otros… otros». La Iglesia, por boca de Pedro da como respuesta la verdad, que no puede ser sino una y permanecer una e idéntica a través de los siglos.
¿Quién es Jesús? ¿Un genio que ha intuido antes que lo otros las exigencias de la justicia y del amor que se encuentran en el corazón humano o un desequilibrado que llega a creerse Dios? ¿Un gran maestro de la existencia o un revolucionario fracasado? ¿Un gran sabio difunto para recordar, pero que no puede salvar porque él mismo ha muerto o nada menos que un exaltado que ha pedido a sus discípulos amarlo más a que al padre o a la madre?
En la babel de estas hipótesis (que son así formuladas) se destaca simple y claramente la respuesta de Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
«El Cristo», es decir el «Mesías», Aquel que los hombres han esperado desde siempre; Aquel que es el objeto de la nostalgia y del gran deseo espontáneo de todo espíritu humano que no ha renunciado a pensar; Aquel que ha sido enviado por Dios para reconducirnos a Dios. Tomen consciencia, no uno elegido por los hombres para interpretar sus aspiraciones, sino el enviado por el Creador del universo para revelar el hombre al propio hombre y para señalar a todos el destino pensado para nosotros.
«El Hijo de Dios vivo», enviado a nosotros, pero no por una divinidad abstracta y lejana, gélida e infinitamente indiferente, sino por Dios vivo; esto es de Dios que vive y da la vida; Dios que es centro de nuestro existir, que cuando no sabemos referirlo a Dios vivo aparece denso, insensato, y desierto absurdo.
Es «El Hijo de Dios vivo», porque está permanentemente vivo, tanto como está perennemente vivo su Padre. Señalo por ello que la muerte que lo ha podido tocar, sin embargo no lo ha podido retener en su dominio. Él ha resucitado, y aún hoy está verdadera y plenamente vivo.
Miremos bien que en la respuesta de Pedro no solamente está incluida una respuesta de fe, sino también una profecía. Una profesión de fe en la divinidad de Jesús de Nazaret, aunque ha compartido la existencia doliente y fatigada de tantos. Y la profecía en la resurrección, que es el modelo y el principio de la nuestra.
* * *
También la respuesta de Jesús es plena de luz.
«Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). El discurso toma aquí como un giro imprevisto. De la boca del Hijo de Dios aparece por primera vez la palabra "Iglesia".
Se presenta en una frase que ya revela el amor: «mi Iglesia». Casi está la afirmación que sólo en su Iglesia —y no en cualquier otra agrupación religiosa— se tiene la garantía de descubrir verdaderamente el conocimiento de Cristo, y consiguientemente el camino de la salvación.
«Mi Iglesia». La Iglesia es suya y ninguno se la puede robar; la Iglesia es suya y no puede desviarse y perderse en el error; la Iglesia es suya y ninguno puede impunemente insultarla o postrarla.
«Y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18): Es decir, las fuerzas demoniacas y toda potencia del mal, que en este mundo difaman la verdad y toda forma de bien, no podrán jamás destruirla. En virtud de esta promesa la Iglesia es la cosa más fuerte que existe, aunque fundada sobre la cosa más débil, es decir, sobre la fragilidad de un hombre. Está fundada sobre Pedro que vive en el Obispo de Roma, un hombre en tal modo débil que no está libre del consumo de la edad ni de las enfermedades, pero que es un hombre que siempre tiene consigo la fuerza de Dios.
«Donde esta Pedro, allí está la Iglesia», ha dicho San Ambrosio, explicando con su usual ingenio las palabras de Jesús.
Las palabras de Jesús deben ser tomadas con seriedad. Quien intenta edificar fuera de esta "Piedra", no lo hace con el Evangelio de Cristo, y su casa será una construida sobre arena.
* * *
Es natural, por tanto, que la fiesta de San Pedro sea el día en que estamos llamados a recordar al Papa, a rezar por él, a ayudar a su acción caritativa con nuestro óbolo.
Lo hemos visto todos recorrer nuestras calles y nuestras plazas, dejando de lado su sufrimiento y su fatiga, totalmente entregado a confirmar en nosotros la verdadera fe que salva y a reavivar nuestro compromiso cristiano.
Es una imagen que se ha impreso para siempre en el alma de Bolonia, y permanece en su memoria para garantizar y consolidar nuestra fidelidad a Cristo y a su Iglesia
Giacomo Biffi
15.
Pedro y Pablo. Dos figuras impresionantes que dominaron los primeros años de la vida de la Iglesia. Su presencia fue tan importante que hasta el día de hoy son considerados por todas las Iglesias como las dos grandes columnas en que se apoya la fe de la Iglesia. ¡Qué diferentes los dos! Son diferentes en origen: uno pescador iletrado; el otro fariseo y entendido de la ley. Diferentes en su experiencia de Cristo: uno le siguió por los caminos de Palestina en un largo proceso de encuentros y desencuentros con Jesús; el otro persiguió a los primeros cristianos y fue convertido por una experiencia de luz en el camino de Damasco.
Y sin embargo los dos unidos por la llamada de Jesús. Los dos con un carácter fuerte que pondrán al servicio de su misión evangelizadora. Los dos capaces de grandes empresas. De Palestina a Roma anunciando el Evangelio no era un paso pequeño en aquellos tiempos. Los dos también con sus debilidades. No hay más que leer el Nuevo Testamento para encontrarse con ellas, recogidas sin pudor y sin sombra del culto a la personalidad que tanto impera en nuestros días. Pero en los dos, lo más importante, se observa la apertura a la acción de la gracia que, poco a poco, va transformando a las personas.
Los dos llegan al final con generosidad y capacidad suficientes para dar su vida por el Evangelio. Los dos nos recuerdan que el cristiano no es santo desde que nace, sino que se va haciendo tal en la medida en que abre el corazón a la acción de la gracia.
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16.
- Comunión con Pedro y Pablo en la misa
Cada día, en la celebración de la misa, en su parte central -en la plegaria eucarística- hacemos mención de los apóstoles. A veces, explícitamente de Pedro y de Pablo; pero, aunque no los nombremos, sabemos que ellos dos encabezan en toda la tradición de la Iglesia la lista apostólica, son los apóstoles por antonomasia.
Pero este recuerdo de san Pedro y de san Pablo en cada Eucaristía, ni es un simple recuerdo de su ejemplo para nosotros (sobre todo, de su ejemplo de fe en Jesús), ni es tampoco sólo una petición de intercesión, de oración para nosotros. Es eso, pero es más. Es máximamente una expresión de comunión con ellos. De comunión real, que podríamos decir que incluye tres tiempos, tres aspectos. El ayer, el hoy, el mañana.
- Comunión ayer, hoy, mañana
Primero, el ayer. Porque sin ellos no existiría nuestra fe cristiana. La fe de y en Jesucristo ha llegado a nosotros a través y gracias a los apóstoles. Esta fue la voluntad de Dios. Sin su predicación, sin su ejemplo, sin su martirio, no existiria la Iglesia. Por eso, en el "Credo" afirmamos que creemos en "la Iglesia apostólica".
Segundo, comunión en nuestro hoy. No sé si os habéis fijado que en casi todas las catedrales, en la entrada, en el pórtico, encontramos las figuras de Pedro y Pablo, de los apóstoles. Es un modo de expresar que ellos, también actualmente, son la entrada, la base y la configuración de nuestra vida en la comunidad cristiana, en la Iglesia de Jesús que se simboliza en ese edificio que llamamos iglesia. Por eso, cuando los mencionamos cada día en la plegaria eucarística, nos sentimos en comunión presente, actual, con ellos. Son los patriarcas vivos de esta familia nuestra que es la comunión de los creyentes en Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios.
Y, en tercer lugar, comunión con ellos en el mañana, en la plenitud de la fiesta eterna que Dios Padre desea para todos los hombres y mujeres del mundo. Lo solemos pedir explícitamente en la plegaria eucarística: que con los apóstoles "merezcamos compartir la vida eterna"; "para que gocemos de tu heredad"; "para que nos reunamos en la heredad de tu Reino".
- Y comunión con sus continuadores
Comunión -familiar, intima, personal, causa y fruto de la fe- con los apóstoles Pedro y Pablo que tiene también, cada día, en la plegaria eucarística de la misa, otra consecuencia, otra formulación.
Porque también cada día en esta oración central de la Eucaristía, expresamos nuestra comunión con sus continuadores, sus sucesores. Especialmente, con el obispo de Roma, el papa, y con el obispo de nuestra diócesis. Es también una oración de fe, de solidaridad, en esta familia de los creyentes en Jesucristo en la que ellos ostentan la difícil tarea de continuar el camino de los apóstoles. Como Pedro y Pablo lo hicieron, a pesar y más allá de sus personales limitaciones, defectos y pecados. No expresamos una adhesión incondicional a unos líderes humanos, sino algo más misterioso pero también más profundo: la comunión en una fe común que ellos, como en la inicios de los apóstoles, presiden.
EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 9, 17-18
17.
Nexo entre las lecturas
La solemnidad de san Pedro y san Pablo nos permite contemplar la estrecha
amistad que se establece entre Jesucristo y estos dos hombres elegidos para
misiones muy importantes. En la primera lectura, tomada de los hechos de los
apóstoles, Pedro recibe la visita en la cárcel de una ángel enviado por Dios que
lo invita a ponerse en pie y seguirlo. Pedro deberá reemprender su misión al
frente de la Iglesia naciente(1L). Pablo, en la carta a Timoteo hace un recuerdo
emocionado de su entrega a Cristo: “he combatido el buen combate”. Sabe que Dios
lo escogió desde el seno de su madre para revelarle a Cristo y para llamarlo a
anunciarlo a todos los pueblos. Ahora al final de su carrera, reconoce con
gratitud que Cristo lo ayudó y le dio fuerzas (2L). En Pedro y en Pablo aquello
que más resalta es su íntima amistad con el maestro. Ambos tuvieron experiencia
del amor de Dios en Cristo Jesús. Esa experiencia los acompañó durante toda su
vida y les dio una viva conciencia de su misión. Tiene, pues, razón Pedro al
concluir con emoción : “Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que yo te amo” (EV).
Mensaje doctrinal
1.Pedro y Pablo fieles a su misión. La solemnidad de san Pedro y san Pablo es
una de las más antiguas del año litúrgico. Ella aparece en el santoral incluso
antes que la fiesta de navidad. En el siglo IV ya existía la costumbre de
celebrar tres misas una en la basílica vaticana, otra en san Pablo extra muros y
otra en las catacumbas de san Sebastián, donde se escondieron las reliquias de
los apóstoles durante algún tiempo. En un principio se consideró que el 29 de
junio fuese el día en el que, en el año 67, Pedro sufrió el martirio en la
colina vaticana y Paolo en la localidad denominada “Tre fontane”. En realidad,
si bien el hecho del martirio es una dato histórico incuestionable que tuvo
lugar en Roma en la época de Nerón, no es tan seguro, en cambio, el día y el año
de la muerte de los dos apóstoles, pero parece que se sitúa entre el 67 y el 64.
Esta solemnidad festeja a las dos columnas de la Iglesia. Por una parte, Pedro
es el hombre elegido por Cristo para ser “la roca” de la Iglesia: “Tú eres Pedro
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” ( Mt 16,16). Pedro, hombre frágil y
apasionado, acepta humildemente su misión y arrostra cárceles y maltratamientos
por el nombre de Jesús.(cf. Hch 5,41). Predica con “parresía”, con valor, lleno
del Espíritu Santo (cf. Hch 4,8). Pedro es el amigo entrañable de Cristo, el
hombre elegido que se arrepiente de haber negado a su maestro, el hombre
impetuoso y generoso que reconoce al Dios hecho hombre, al Mesías prometido: “Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”(cf. Mt 16,16). Los Hechos de los apóstoles
narran en esta solemnidad la liberación de Pedro de las cárceles herodianas.
“Con esta intervención extraordinaria, Dios ayudó a su apóstol para que pudiera
proseguir su misión. Misión no fácil, que implicaba un itinerario complejo y
arduo. Misión que se concluirá con el martirio “cuando seas viejo otro te ceñirá
y te llevará donde no quieres” (cf. Jn 21,18) precisamente aquí, en Roma, donde
aún hoy la tumba de Pedro es meta de incesantes peregrinaciones de todas las
partes del mundo
“Pablo, por su parte, fue conquistado por la gracia divina en el camino de
Damasco y de perseguidor de los cristianos se convirtió en Apóstol de los
gentiles. Después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas
a la causa del Evangelio. También a Pablo se le reservaba como meta lejana Roma,
capital del Imperio, donde, juntamente con Pedro, predicaría a Cristo, único
Señor y Salvador del mundo. Por la fe, también él derramaría un día su sangre
precisamente aquí, uniendo para siempre su nombre al de Pedro en la historia de
la Roma cristiana” (Juan Pablo II, 29 de junio de 2002). Pablo es el apóstol
fogoso e incansable que recorre el mundo conocido en la época para anunciar la
buena nueva de la salvación en Cristo Jesús. Sabe que se le ha dado una misión,
una responsabilidad, una tarea que no puede declinar. “Ay de mí si no
evangelizare” (1 Co 9,16).
2. El colegio episcopal y su cabeza, el Papa. “Cristo, al instituir a los Doce,
"formó una especie de Colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a Pedro
lo puso al frente de él". "Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los
demás apóstoles forman un único colegio apostólico, por análogas razones están
unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores
de los apóstoles". El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y
solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella; lo
instituyó pastor de todo el rebaño. "Está claro que también el Colegio de los
apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a
Pedro". Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los
cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
El Papa, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, "es el principio y fundamento
perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los
fieles". "El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su
función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena,
suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad". (Catecismo
de la Iglesia Católica 881-882).
Sugerencias pastorales
1. Testimoniar a Cristo. El misterioso itinerario de fe y de amor, que condujo a
Pedro y a Pablo de su tierra natal a Jerusalén, luego a otras partes del mundo,
y por último a Roma, constituye en cierto sentido un modelo del recorrido que
todo cristiano está llamado a realizar para testimoniar a Cristo en el mundo. Él
también es llamado, como Pedro y Pablo, para dar testimonio de Cristo por medio
de su vida, de su palabra, de sus obras. Ser cristiano es, por esencia, ser
testigo de la resurrección de Cristo, testimoniar que en Cristo el Padre nos ha
reconciliado consigo y nos ha espera en la vida eterna.
"Yo consulté al Señor, y me respondió, me liberó de todas mis ansias" (Sal 33,
5). ¿Cómo no ver en la experiencia de ambos santos, que hoy conmemoramos, la
realización de estas palabras del salmista? La Iglesia es puesta a prueba
continuamente. El mensaje que le llega siempre de los apóstoles san Pedro y san
Pablo es claro y elocuente: por la gracia de Dios, en toda circunstancia, el
hombre puede convertirse en signo del poder victorioso de Dios. Por eso no debe
temer. Quien confía en Dios, libre de todo miedo, experimenta la presencia
consoladora del Espíritu también, y especialmente, en los momentos de la prueba
y del dolor (Juan Pablo II, 20 de junio de 2002).
Advertimos que en el mundo siguen creciendo el número de cristianos, sin
embargo, son todavía millones los que no conocen o aman a Jesucristo. Esta
realidad debe ser un desafío para todo cristiano. Cada uno debe ser un
evangelizador allí donde Dios lo ha colocado: en su familia, en su trabajo, en
la escuela, en la vida pública. Instaurare omnia in Christo.
En nuestro mundo seguimos teniendo grandes testigos de la fe. Personas heroicas
que llevan una vida ordinaria. Pienso en estos momentos a la madre del Card.
Dionigi Tettamanzi, recientemente nombrado Arzobispo de la diócesis más grande
del mundo, Milán. Esta mujer sencilla, pero de una fe poderosa comentaba:
“Cuando mi hijo me vino a ver, después de la elección le dije: Tú no has buscado
nada de esto, pero si tú has sido elegido, debes decir sí”. Ella mostraba a su
hijo el sentido de responsabilidad ante un Dios que llama.
2. El amor real al Santo Padre. Esta solemnidad es una cordial invitación para
renovar nuestra adhesión incondicional al vicario de Cristo sobre la tierra, el
Papa. Nuestro amor por el santo Padre debe ser un amor práctico y realista. Un
amor que se traduzca en obras y que se puede manifestar en la lectura asidua de
su magisterio y en la conformación de nuestra mente y de nuestra vida con sus
directrices. Se trata de seguir no sólo sus órdenes, sino de escuchar y llevar
adelante también sus deseos.
P. Octavio Ortiz
18. DOMINICOS
La Festividad de San Pedro y San Pablo recuperada como “unidad litúrgica” según el testimonio del Calendario romano más antiguo (a. 354) – la puso en práctica el Misal de Pablo VI, 1969 -, nos hace recordar a estas dos “columnas” de la Iglesia primitiva en Roma donde, según la tradición, sufrieron el martirio. Las iglesias construidas en los lugares de su martirio respectivo en que se veneraban (la colina del Vaticano para Pedro y la via Ostiense para Pablo) abrazan, a su manera, la Urbe. Así fueron, a su vez, estos dos “apóstoles” que llegaron a enfrentarse en Antioquia (Gal 2,11ss), pero que nunca rompieron la “comunión” en la gracia y el evangelio que había de transformar el mundo. Ellos también sufrieron una transformación en sus vidas por causa de Jesús, el Señor, y así lo ofrecieron al mundo.
San Pedro y San Pablo, dos grandes -¿las más grandes? - figuras de la Iglesia, pueden ser mirados desde diferentes ángulos. Desde todos ellos proyectan luz para nuestro caminar en los tiempos que nos ha tocado vivir. No resulta fácil elegir el aspecto desde el que acercarnos a la Palabra de Dios, este año en que su solemnidad coincide con el domingo: Su personalidad, su misión, las luces y sombras de su caminar y de la Iglesia de los primeros tiempos, o de los nuestros, la acción del Señor en ellos y en nosotros....
El evangelista Lucas, al dividir su obra en dos partes - Evangelio y Hechos de los Apóstoles, y éste segundo que prácticamente tiene como protagonistas a Pedro y Pablo, parece querer mostrar que, en el proyecto revelador del Padre, al tiempo del Hijo – narrado en el Evangelio – sigue el tiempo del Espíritu. Así, si el Evangelio termina con la Ascensión, el verdadero punto de partida del libro Hechos de los Apóstoles está en Pentecostés. Es el tiempo de la Iglesia, el tiempo anunciado por los profetas del Antiguo Testamento: “ Derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas... haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra...” (Cf. Hch. 2, 17-19)
El Espíritu Santo es quien dice en nosotros “Jesús es Señor”. Y nadie puede decirlo, si no es desde el Espíritu de Dios: "y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor! sino con el Espíritu Santo”. (I Cor. 12,3) El Evangelio de hoy, en el que se evoca el primado de Pedro - “Sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”-, nos recuerda que el primado de Pedro viene precedido por su confesión de fe en la divinidad del Hijo. Esa confesión es la piedra sobre la que edificará la Iglesia, como nos dice Fray Miguel en el comentario bíblico. Una confesión que “ALGUIEN” hace desde él. “ ¡Dichoso tú, Simón hijo de Jonás!. Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el Cielo (Evangelio)
Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia, continúan estimulándonos a “combatir el combate de la fe”(II lectura) a superar los miedos, complejos, esclavitudes, o prisiones ( I Lectura) que sufrimos en el tiempo y lugar en que vivimos. El secreto parece estar en la capacidad para abrirnos a la acción del Espíritu que en nosotros y desde nosotros sigue repitiendo que “Tú eres el Hijo de Dios” (Evangelio)
I.1. El relato que Lucas ha elaborado sobre la liberación de Pedro de la cárcel, en torno a las fiestas de Pascua (fiestas liberación), es uno de los más sugerentes y delicados que el autor de Lucas-Hechos nos ha querido trasmitir. De esa forma va mostrando cómo los “discípulos”, por causa de Jesús, el Señor, el Mesías, tienen que huir, no solamente de Jerusalén, sino también de un judaísmo y de una religión que podía llevar a encadenar al movimiento cristiano en las “aspiraciones” de los judíos y de las autoridades políticas que saben usar la religión en beneficio propio. Este relato viene después que Pedro ya ha abierto el camino a los paganos (en la familia de Cornelio Hch 10-11) y la fundación de la comunidad de Antioquia que se va a convertir en la alternativa a Jerusalén, en todos los sentidos. Conviene que lleguemos al sentido último de este relato que Lucas nos presenta, que no es simplemente la liberación “milagrosa” de Pedro de la cárcel, sino que va mucho más allá
II.1. Pedro, en la cárcel, está todavía en medio de esta situación: la esperanza del pueblo judío. Y con Pedro, gran parte de la Iglesia que vive en Judea. Podemos decir que para Lucas, Pedro es como la punta del iceberg, y por ello es golpeado directamente en la persecución de Herodes. De ahí que las consecuencias definitivas de esta persecución, urdida desde el judaísmo oficial y ortodoxo, le llevará a Lucas a esclarecer la identidad de la Iglesia frente al judaísmo. La descripción de la liberación milagrosa de Pedro (vv. 6 11) es todo un canon que sugiere un esquema progresivo de significaciones: 1) Pedro está preso durante las fiestas de Pascua y los Ázimos (los días siguientes a la Pascua), lo cual es revelador como confrontación entre la fuerza de la Pascua judía y la Pascua cristiana, donde Jesús ha vencido las cadenas de la muerte resucitando de entre los muertos. Mientras el judaísmo oficial espera que pasen las fiestas, el Señor de los cristianos va a actuar en medio de la situación de opresión que vive la Iglesia y Pedro a la cabeza, para manifestar dónde está la verdadera vida y la verdadera libertad. 2) El papel de Pedro en esta liberación es meramente pasivo, porque es Dios quien se convierte en verdadero protagonista por medio de su ángel. Así sucede siempre en los relatos de liberación milagrosa, como en el éxodo y en otros momentos (Cf. Ex 3,8; 18,4 10; Dt 25,11; 32,29; Jos 9,26; Dn 3).
I.3. Luego la liberación de Pedro no es más que la ocasión para describirnos el proceso de liberación de la Iglesia que se expresa magistralmente en el v. 11: "... y me ha liberado... de todas las esperanzas del pueblo judío". Como este es un versículo redaccional (es decir, propio de Lucas) podemos entender mejor la lección más importante que debemos sacar de la lectura de esta narración. La clave es el hecho bíblico de la intervención de Dios en favor de su pueblo, que ahora es la Iglesia representada por Pedro. Por ello, desde el c. 10 se venía describiendo el proceso de liberación divina sobre el nuevo pueblo (la Iglesia), de tal manera que la protesta de los circuncisos (11,2 s.) era una muestra del sueño que invadía a la comunidad de Jerusalén, mientras Dios daba muestras de su voluntad liberadora. Lucas ha querido terminar de describir todo esto bajo el proceso semiológico de la cárcel, en el contexto de las fiestas de Pascua, para dar más fuerza teológica de la liberación de la esclavitud, como en los tiempos del éxodo. Pedro se ha de marchar de Jerusalén, de lo que representa la ciudad santa para el judaísmo. Es el signo que ha escogido Lucas para decir que comienza una nueva etapa para la Iglesia primitiva.
II.1. La 2ª Timoteo es de un discípulo que no puede olvidar a Pablo, que lo tiene en su corazón y en su memoria, que vive pensando que el “predicador” del evangelio está vivo y lo estará siempre. En eso lleva razón sea quien sea el autor de este escrito “pospaulino”. Pablo ha sufrido el martirio, sin duda; pero, como su Señor, sigue vivo y su historia se hace “memoria” viva. Él fue quien, “sacado” de su judaísmo, de su vida personal, de su manera de entender a Dios y la salvación, ha dado la vida por el evangelio, hasta la muerte.
II.2. Este “autoelogio” de Pablo es, desde nuestro punto de vista, una mímesis: “una imitación que se hace de una persona, repitiendo lo que ha dicho y remedándola en el modo de hablar y en gestos y ademanes, ordinariamente con el fin de ridiculizarla”. Esta definición del DRAE se ajusta en todo a esta mímesis, menos en el objetivo final. En el caso de nuestro texto, no es precisamente para ridiculizarla, sino para elogiar al “apóstol” que lo abandonó todo por el evangelio de la gracia y la salvación para todos los hombres. El autor quiere hacer ver a una comunidad cómo se sintió Pablo al final de su vida: desde luego, no desesperado, sino entregado en “libación” al Señor salvador de todos los hombres. La muerte, así, no es más que el camino que lleva a la verdadera vida. Pablo no hizo carrera en el cristianismo, sino que le ofreció a hombres y mujeres de todos los ámbitos religiosos y humanos la liberación de la angustia a la que estaban sometidos.
III.1. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo, no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo. Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su ministerio.
III.2. Pero el texto en cuestión de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes. No lo debemos ocultar. Y las interpretaciones corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. ¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.
III.3. Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego, tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se hace frecuentemente, que los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús nos llevan directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico.
III.4. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf 1 Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo, no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los que son recalcitrantes y rompen la comunión.
III.5. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.
Miguel de Burgos, OP
Seguimos viviendo el tiempo de Dios, el tiempo del Espíritu, el tiempo de la Iglesia. “El Hijo de Dios, encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre – y a la mujer - y los transformó en una nueva criatura... a sus hermanos, convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente como su cuerpo, comunicándolos su Espíritu” (L.G. 7).
El tiempo de Dios no se agota con el paso de los siglos, la creación expectante espera la plena manifestación de los hijos de Dios, aquel día en que Dios será todo en todos. (Conf. Rm. 8)
En su larga historia la Iglesia fue muchas veces identificada y confundida con la parte de su realidad más visible, su parte institucional, y se ha mirado con cierta reserva la realidad invisible que la anima.
En estos tiempos en que la proliferación de tantos “ismos” –idealismo, materialismo, cientificismo, espiritualismo...- se quieren arbolar en portadores de verdades absolutas y caminos seguros, los cristianos estamos llamados a abrirnos a la fuerza de Dios presente en el mundo, y en nuestros corazones y dar razón de nuestra fe; “Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rm 8,15)
Muchas de nuestras comunidades cristianas, muchos de nosotros, sentimos que flaquea la vitalidad, el entusiasmo que produjo en nosotros el encuentro que un día –piense cada cual en el suyo – produjo el encuentro con el Señor. Continuamos en la comunidad, muchas veces por fuerza de la costumbre, de las normas, de los miedos; y las palabras del viejo Pablo al final de su vida nos hacen sobresaltar y preguntarnos ¿Qué ocurre conmigo?. ¿Podría yo decir: “he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe y ahora me aguarda la corona merecida con la que el Señor, juez justo, me premiara, junto a los que tiene amor en su venida” (II Lectura)?.
Necesitamos recobrar la frescura del mensaje de Pedro y Pablo. Es posible porque este mensaje que Pablo, “con la fuerza de Dios ha anunciado íntegro”, no es un mensaje humano; es la fuerza de Dios manifestado plenamente en Jesús de Nazaret, derramada en su Iglesia y actualizada por cada uno de los creyentes por el Espíritu de Dios que nos habita.
Los Hechos nos narran el episodio de aquel lisiado que colocaban todos los días ante la Puerta Hermosa del templo a pedir limosna y al que Pedro le dijo. “No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar” (Cfr. Hch. 3,1-10). La vitalidad de la Iglesia de Jesucristo, de la fe de cada uno de nosotros, varones y mujeres que confiesan que Jesús es el Hijo de Dios, vendrá del contacto con esta fuerza que hará que nos levantemos glorificando a Dios y haciendo visible su presencia en nuestros días.
Para Pablo y Pedro el evangelio nunca fue algo sabido, al que se habían acostumbrado; fue la referencia inmediata y cotidiana de su vida, lo que le dio sentido. Y Jesús continuó tan presente en ellos como cuando Pedro convivió con él. Nunca fue referencia lejana, sino presencia sentida. Así, Pablo podía decir. “no soy yo es Cristo quien vive en mí”.
Las columnas que sostienen la comunión eclesial ejercieron su función desde la cercanía afectiva, entusiasmante hacia el Maestro y amigo. La Iglesia no es producto de su historia, sino de su experiencia de la presencia del fundador en ella.
Clara G. – Dominica de la Anunciata
19. COMENTARIO 1
v. 13: Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus
discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
El paso a la parte pagana del lago (16,5) tenía por objeto salir del territorio
judío. Cesarea de Filipo era la capital del territorio gobernado por este
tetrarca, hermano de Herodes Antipas (cf. Lc 3,1). Para proponer a sus
discípulos la cuestión de su identidad, Jesús los saca del territorio donde
reina la concepción del Mesías davídico.
Primera pregunta: cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre Jesús («el
Hijo del hombre»). El Hijo del hombre es el portador del Espíritu de Dios (cf.
3,16s); por contraste, «los hombres» en general son los que no están animados
por ese Espíritu, los que no descubren la acción divina en la realidad de
Jesús.
«El Hijo del hombre/este Hombre» es una expresión que se refiere claramente a
Jesús, en paralelo con la primera persona («yo») de la pregunta siguiente (15).
Este pasaje muestra con toda evidencia que Mt no interpreta «el Hijo del hombre»
como un título mesiánico. Resultaría ridículo que Jesús, cuando va a proponer a
los discípulos la pregunta decisiva, les dé la solución por adelantado;
incomprensible sería, además, la declaración de que Pedro había recibido tal
conocimiento por revelación del Padre (17), si Jesús mismo se lo había dicho
antes.
v. 14: Contestaron ellos: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que
Jeremías o uno de los profetas.
La gente asimila a Jesús a personajes conocidos del AT: una reencarnación de
Juan Bautista (cf. 14,2) o Elías, cuyo retorno estaba anunciado por Mal 3,23;
Eclo 48,10. En todo caso, ven en Jesús una continuidad con el pasado, un
enviado de Dios como los del AT. No captan su condición única ni su
originalidad. No descubren la novedad del Mesías ni comprenden, por tanto, su
figura.
v. 15: El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pregunta a los discípulos, que han acompañado a Jesús en su actividad y han
recibido su enseñanza. Simón Pedro (nombre más sobrenombre por el que era
conocido, cf. 4,18; 10,2) toma la iniciativa y se hace espontáneamente el
portavoz del grupo.
Las palabras de Pedro son una perfecta profesión de fe cristiana. Mt no se
contenta con la expresión de Mc 8,29: «Tú eres el Mesías», que Jesús rechaza por
reflejar la concepción popular del mesianismo (cf. Lc 9,20: «el Mesías de Dios»
«el Ungido por Dios»). La expresión de Mt la completa, oponiendo el Mesías Hijo
de Dios (cf. 3,17; 17,5) al Mesías hijo de David de la expectación general.
«Hijo» se es no sólo por haber nacido de Dios, sino por actuar como Dios mismo.
«El hijo de Dios» equivale a la fórmula «Dios entre nosotros» (1,23).
«Vivo» (cf. 2 Re 19A.16 [LXX], Is 37, 4.17; Os 2,1; Dn 6,21) opone el Dios
verdadero a los ídolos muertos; significa el que posee la vida y la comunica:
vivo y vivificante, Dios activo y salvador (Dt 5,26; Sal 84,3; Jr 5,2). También
el Hijo es, por tanto, dador de vida y vencedor de la muerte.
vv. 16-17: Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no
te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo.
A la profesión de fe de Simón Pedro responde Jesús con una bienaventuranza.
Llama a Pedro por su nombre: «Simón». «Bar-Jona» puede ser su patronímico: hijo
de Jonás; se ha interpretado también como «revolucionario», en paralelo con
Simón el Fanático o zelota (10,4). Jesús declara dichoso a Simón por el don
recibido. Es el Padre de Jesús (correspondencia con «el Hijo de Dios vivo»)
quien revela a los hombres la verdadera identidad de éste. Es el Padre quien
revela el Hijo a la gente sencilla y el Hijo quien revela al Padre.
Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y
entendidos, y ha recibido esa revelación. Es decir, los discípulos han aceptado
el aviso de Jesús de no dejarse influenciar por la doctrina de los fariseos y
saduceos (16,12) y están en disposición de recibir la revelación del Padre, es
decir, de comprender el sentido profundo de las obras de Jesús, en particular
de lo expresado en los episodios de los panes (cf. 16,9s). Han comprendido que
su mesianismo no necesita más señales para ser reconocido. La revelación del
Padre no es, por tanto, un privilegio de Pedro; está ofrecida a todos, pero
sólo los «sencillos» están en disposición de recibirla. Se refiere al sentido
de la obra mesiánica de Jesús.
«Mi Padre del cielo» está en paralelo con «Padre nuestro del cielo» (6,9). Los
que reciben del Padre la revelación sobre Jesús son los que ven en Jesús la
imagen del Padre (el Hijo), y los que reciben de Jesús la experiencia de Dios
como Padre (bautismo con Espíritu Santo) pueden invocarlo como tal.
v. 18: Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi
comunidad y el poder de la muerte no la derrotará.
Jesús responde a la profesión de fe de Pedro (16: «Tú eres»; 18: «Ahora te digo
yo: Tú eres»). Lo mismo que, en la declaración de Pedro, «Mesías» no es un
nombre, sino indica una función, así «Piedra» en la declaración de Jesús.
Hay en ella dos términos, «piedra» y «roca», que no son equivalentes. En
griego, petros es nombre común, no propio, y significa una piedra que puede
moverse e incluso lanzarse (2 Mac 1,16; 4,41: piedras que se arrojan). La
«roca», en cambio, gr. petra, es símbolo de la firmeza inconmovible. En este
sentido usa Mt el término en 7,24.25, donde constituye el cimiento de «la casa»,
figura del hombre mismo.
De hecho, los pasajes de 7,24s y 16,16-18 están en paralelo. En el primero se
trata de la vida individual del seguidor de Jesús; en el segundo, de la vida de
su comunidad. La primera se concibe como una casa; la segunda, como una ciudad
(iglesia) (cf. 27,53), es decir, como una sociedad humana.
En este pasaje expone Mt su tratado sobre la fe en Jesús. Esta es la que permite
la construcción de una sociedad humana nueva, la «iglesia de Jesús» o Israel
mesiánico (cf. ekklesía, la asamblea del Señor del antiguo Israel, Dt 23,2-4;
Jue 20,2), que equivale al reinado de Dios en la tierra, al reino del Hombre
(13,41). Su base inamovible es la fe en Jesús como Mesías hijo de Dios vivo.
Todo el que dé tal adhesión a Jesús será «piedra» utilizable para la
construcción de la ciudad.
«El poder de la muerte», lit. «las puertas del Abismo», o reino de la muerte. Se
representa el reino de la muerte como una ciudad rival, como una plaza fuerte
con puertas que representan su poder y que combate la obra de Jesús (cf. Is
38,10; Job 38,17; Sal 9,14; 107,18; Sab 16,13). «No la derrotará» indica la
victoria sobre la muerte, la indefectibilidad de la ciudad de Jesús, la
permanencia del reino de Dios; pero no solamente en su etapa terrestre, sino
incluso a través de la muerte misma, Jesús es el dador de vida («el Hijo de Dios
vivo») y su obra no puede estar sujeta a la muerte. Se refleja aquí el
contenido de la última bienaventuranza, que anunciaba la persecución para los
que son fieles a la opción propuesta por Jesús (5,10s). También otros pasajes,
por ej., el ya citado de 7,24s y el de 10,28, sobre no temer a los que pueden
matar el cuerpo.
v. 19: Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra
quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el
cielo.
. Con dos imágenes paralelas se describen ciertas funciones de los creyentes. En
la primera, el reino de Dios se identifica con la iglesia o comunidad mesiánica.
Continúa la imagen de la ciudad con puertas. Los creyentes, representados por
Pedro, tienen las llaves, es decir, son los que abren o cierran, admiten o
rechazan (cf. Is 22,22). Se opone esta figura a la que Jesús utilizará en su
denuncia de los fariseos (23,13), quienes cierran a los hombres el reino de
Dios. La misión de los discípulos es la opuesta: abrirlo a los hombres.
Sin embargo, no todos pueden ser admitidos, o no todos pueden permanecer en él,
y esto se explicita en la frase siguiente. «Atar, desatar» se refiere a tomar
decisiones en relación con la entrada o no en el reino de Dios. La expresión es
rabínica. Procede de la función judicial, que puede mandar a prisión y dejar
libre. Los rabinos la aplicaron a la explicación de la Ley con el sentido de
declarar algo permitido o no permitido. Pero, en este pasaje, el paralelo con
las llaves muestra que se trata de acción, no de enseñanza.
El pasaje no está aislado en Mt. Su antecedente se encuentra en la curación del
paralítico, donde los espectadores alababan a Dios «por haber dado tal autoridad
a los hombres» (9,8). La «autoridad» de que habla el pasaje está tipificada en
Jesús, el que tiene autoridad para cancelar pecados en la tierra (9,6). Esa
misma es la que transmite a los miembros de su comunidad («desatar»). Se trata
de borrar el pasado de injusticia permitiendo al hombre comenzar una vida nueva
en la comunidad de Jesús. Otro pasaje que explica el alcance de la autoridad que
Jesús concede se encuentra en 18,15-18. Se trata allí de excluir a un miembro de
la comunidad («atar») declarando su pecado.
Resumiendo lo dicho: Simón Pedro, el primero que profesa la fe en Jesús con una
fórmula que describe perfectamente su ser y su misión, se hace prototipo de
todos los creyentes. Con éstos, Jesús construye la nueva sociedad humana, que
tiene por fundamento inamovible esa fe. Apoyada en ese cimiento, la comunidad
de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, representadas
por los perseguidores. Los miembros de la comunidad pueden admitir en ella
(llaves) y así dar a los hombres que buscan salvación la oportunidad de
encontrarla; pueden también excluir a aquellos que la rechazan. Sus decisiones
están refrendadas por Dios mismo.
20.
COMENTARIO 2
¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?. La pregunta de Jesús está
orientada a saber cuál es la impresión que tiene la gente sobre sus palabras y
acciones; y los discípulos se refieren a tres diversas interpretaciones de su
personalidad y dan una vaga opinión genérica sobre él.
La primera pregunta fue dirigida a los discípulos únicamente como preparación
pedagógica. Ellos constituyen un círculo diferenciado del de "los hombres", es
decir, del pueblo o de "las multitudes". Luego les vuelve a preguntar: "Y
ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". En esta pregunta decisiva el acento de la
intención está cargado sobre el pronombre "ustedes". ¿Acaso Jesús quiere saber
si las opiniones de la gente coinciden con la de los discípulos que han tenido
la gracia de "ver" y "oír"?
Este es el momento crucial en el desarrollo de la catequesis evangélica. Pedro
actúa como "boca de los apóstoles" respondiendo en nombre de todos. Su respuesta
constituye una verdadera profesión de fe formulada en dos incisos: "Tú eres el
Mesías", "Tú eres el Hijo de Dios vivo". La profesión de fe del discípulo genera
en Jesús una respuesta de alabanza: "Bienaventurado eres Simón..." y la
imposición de un nuevo nombre: "Pedro", lo cual equivale a señalar un destino
nuevo y a proclamar que se hará realidad.
Este texto no podemos interpretarlo en los términos de una ceremonia de "paso de
mando", ni mucho menos como justificación de las estructuras de poder en las que
se construyó la iglesia a lo largo de la historia. El texto lo debemos entender
desde la perspectiva mesiánica de Jesús como entrega de la propia vida en
rescate de todos. Por tanto, que la memoria de Pedro y de Pablo, verdaderos
discípulos de Jesús y mártires de la Iglesia, nos enseñen a vivir el Evangelio
desde el servicio, la fraternidad y la unidad entre los cristianos, que sus
vidas sean testimonio de entrega y modelo autentico de vida eclesial.
1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
21. COMENTARIO 1 Lc 9,
18-24
LO QUE NO ESTA EN LOS ESCRITOS
La lectura de las Sagradas Escrituras y su falsa interpretación en el seno del
pueblo judío hizo creer a la gente sencilla, en no pocos casos, que estaba
escrito en ellas lo que no estaba escrito. Quienes tenían la llave de la ciencia
y de la teología, la clave de interpretación de las Escrituras -escribas y
doctores de la ley, sacerdotes y rabinos-, hicieron una lectura de éstas,
adaptada y corregida a gusto de las clases dominantes, de las que muchos de
ellos formaban parte. Desde esa plataforma reinterpretaron los Escritos
Sagrados. Con el correr del tiempo, el pueblo no supo ya distinguir entre la
ganga y el buen metal, entre lo escrito y lo nunca dicho. Llegó a creer, en
resumen, que estaba escrito lo que jamás profeta alguno había pronunciado.
Jesús, con su vida y obras, se encargó de deshacer el entuerto. El intento le
costó la vida.
Muchos siglos después hemos vuelto a las andadas. Como al pueblo judío, algo
similar le ha sucedido a la Iglesia: ¿Dónde está escrito en el evangelio que la
jerarquía tenía que asimilarse a los poderosos de la tierra y hacer de obispos y
cardenales príncipes de este mundo con corte, palacio, poder y dinero? ¿Dónde
que, para ser cristiano, haya que ser de derechas y que, desde las izquierdas,
no se pueda ser creyente? ¿Dónde que los cristianos no se deben meter en
política y que sus pastores deben ser neutrales -ni de derechas ni de
izquierdas- para poder ser principio de unidad de los fieles?
¿Dónde está escrito que había que defender a capa y espada el evangelio y que
éste debía ser impuesto por la fuerza, la tradición o la costumbre, en lugar de
ser anunciado y libremente aceptado por quien buenamente quiera? ¿Dónde que
dentro de la Iglesia, comunidad de hermanos e iguales, tenga que haber quienes
se constituyan en clase docente y otros sean reducidos a eternos aprendices, con
voz pero sin voto, y las más de las veces incluso sin voz? ¿Dónde que la Iglesia
deba dividirse en clero y seglares, sacando del siglo al clero y haciendo de él
una clase aparte, con indumentaria especial incluida, a más de célibes por
imposición? ¿Dónde que mujeres y niños tengan que ser clases marginadas dentro
de la institución, reducidas al silencio en las asambleas, a llenar bancos en
liturgias multitudinarias y a vestir santos? ¿Dónde que, para evangelizar, haya
que ser prudentes y pactar con el poder establecido para que éste dé una limosna
de libertad a quienes nadie puede poner cadenas?
Nada de esto está escrito, aunque hayamos llegado a creerlo de todo corazón.
Ahora me explico que los pobres se hayan llegado a sentir extraños en la Iglesia
-que no es tal si no es pobre y de pobres-, que la clase trabajadora mire con
recelo hacia el evangelio, predicado y falsificado por las instancias
eclesiásticas, que las mujeres sean “segundonas” dentro de la organización
eclesiástica, que la imagen del sacerdocio se haya devaluado, que el
cristianismo, en la mayoría de los casos, sea ya cuestión sociológica y no
cristocéntrica.
Lo que está escrito en los evangelios va por otros caminos. Jesús lo anunció de
sí mismo a sus discípulos, cuando éstos soñaban en un futuro de triunfo y de
poder: «Este hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los
senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer
día. Y dirigiéndose a todos dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a
sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga; porque si uno quiere salvar
su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí, la salvará» (Lc
9,21-24).
Lenguaje extraño, camino de dolor e incomprensión, de amor sin medida que nada
tiene que ver con el poder, la riqueza, el prestigio o los honores, la fuerza y
la desigualdad. Nada de eso está en los Escritos.
22.
COMENTARIO 2
EL MESIAS NO ES DE «LOS NUESTROS»
No es de los blancos, ni de los negros, ni de los rojos, ni de los azules; ni de
los católicos, ni de los protestantes, ni siquiera de los cristianos. Ni de los
creyentes. Pertenece a la humanidad: es «el Humano». Y si es de alguien en
especial, es de todos los que tienen que soportar que su dignidad humana se vea
pisoteada.
¿QUIEN DECÍS QUE SOY YO?
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
-El Mesías de Dios.
Pero él les conminó que no lo dijeran absolutamente a nadie...
Los discípulos no habían comprendido todavía qué clase de Mesías era Jesús.
Pensaban, aprisionados entre el nacionalismo y el triunfalismo, que el Mesías
debía ser como ellos lo esperaban: un triunfador que llevara hasta la gloria a
su nación, un caudillo que derrotara y aniquilara a los enemigos de su pueblo;
en definitiva, uno de «los suyos» que les ayudara a prevalecer sobre «los
otros». Por eso Jesús les prohíbe que digan a nadie que él es el Mesías.
Porque él no es ese Mesías que ellos esperan. Lo comprobarán cuando todos los
representantes del poder político, económico y religioso, las mentes más lúcidas
y las almas más piadosas de la nación, lo detengan, lo juzguen y lo entreguen a
los romanos para que éstos -los enemigos de su nación, los que tienen sometido a
Israel a la servidumbre- lo ejecuten en el más infamante de los suplicios: «El
Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos
sacerdotes y letrados, sufrir la muerte... »
EL HOMBRE
Jesús es el Mesías de Dios. No del Dios propiedad de Israel, sino del Padre que
da y asegura la vida del Hombre Jesús. Y se llama a sí mismo «el hombre», porque
él es, ya realizado, el proyecto de hombre que Dios propone a la humanidad. Y
porque quiere presentarse como «hombre», nada más, «como uno de tantos» (Flp
2,7): sin compromisos de raza, de religión, de familia. Con un único compromiso:
el de ser el hombre que Dios quiere, revelándose así como el Hijo de Dios, para
que los hombres puedan, sólo porque son humanos, vivir como hermanos: «Ya no hay
más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra, pues vosotros hacéis
todos uno, mediante el Mesías Jesús» (primera lectura).
Por eso va a chocar con los que ponen su poder o su tierra, su dinero, su
ciencia o sus devociones por encima del ser humano. Porque si la persona se
constituye en el valor más importante de este mundo, y eso porque Dios lo quiere
así, los ricos, los sacerdotes, los juristas y los santones... van a perder sus
privilegios, van a ver cómo se derrumban sus pedestales. Por eso lo van a matar.
Aunque como él es el Mesías del Dios de la vida, el Padre salvará su vida de la
muerte que los enemigos del hombre le harán sufrir: «El Hombre tiene que padecer
mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados,
sufrir la muerte y, al tercer día, resucitar».
EL QUE QUIERA VENIRSE
El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con
su cruz y entonces me siga; porque si uno quiere poner a salvo su vida, la
perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, ése la pondrá a salvo.
Por eso no presenta un programa atrayente para conseguir muchos adeptos, sino un
programa exigente, para los que se quieran comprometer de verdad en la
realización de ese proyecto: «El que quiera venirse conmigo...»: hay que estar
dispuestos a jugárselo todo. Porque la historia de Jesús se volverá a repetir
una y mil veces.
Porque otros nuevos senadores, dueños del dinero y de la tierra, dirán de nuevo
que la riqueza es un regalo de Dios por sus virtudes, por su trabajo. Y querrán
un Dios o un Mesías de ellos, que coloque su derecho de propiedad por encima de
los derechos de los hombres pobres.
Y aparecerán nuevos dirigentes que en nombre del poder de Dios -o en nombre de
su dios, el poder- reducirán a la esclavitud a los hombres débiles.
Y más sacerdotes, que, sirviéndose de Dios, pondrán el hombre a su servicio, y
en nombre de los derechos que ellos dicen de Dios, despreciarán y pisotearán los
derechos de los hombres sencillos.
Y juristas, que darán la razón a senadores, gobernantes, sacerdotes... Y
explicarán que Dios está con ellos, con los de arriba, y que las cosas están
bien como están, porque son voluntad de Dios. Y que si los de abajo tienen
hambre, que pidan limosna..., si quieren libertad, que pidan permiso..., si
quieren ejercer sus derechos de personas, que, por medio de ellos, pidan perdón
a Dios.
Y al que se atreva a decirles que el Dios de Jesús no les pertenece, que el Dios
de Jesús se encuentra en el Hombre, lo juzgarán por revolucionario, lo
condenarán por subversivo, lo excomulgarán por hereje. Pero el Dios del Hombre
Jesús, también a ellos les dará la razón y les guardará la vida.
23.
COMENTARIO 3
TANTAS OPINIONES COMO CABEZAS
Después de haber dado el signo mesiánico por excelencia («Cuando venga el Mesías
-corría de boca en boca-, habrá comida para todo Israel..., habrá trabajo y
bienestar para todos...»), Jesús se retira a orar él solo, como en otros
acontecimientos muy significativos para su ministerio. Está en juego su misión.
Flota en el ambiente una gran expectación: «¿Será el Mesías?» Nadie se atreve a
pronunciar esta palabra. Lleva una carga politizada y peligrosa en exceso.
Además, ¡han fracasado tantos que pretendían serlo y que finalmente han sido
aplastados por la máquina de guerra de los romanos! (cf. 13,1-3; Hch 5,36 y 37;
21,38). ¿Y si lo fuese? Los discípulos se lo huelen. Están presentes mientras
Jesús reza, pero no participan en la oración. No comparten en absoluto las
reservas de Jesús: «Una vez que estaba orando él solo, se encontraban con él los
discípulos» (Lc 9,18a). Jesús toma la iniciativa. Quiere que se definan. Entre
la gente se barajan toda suerte de opiniones (tres equivalen a todas las
habladurías que corrían entre el pueblo). La mayoría lo tienen por una
reencarnación de Juan Bautista. Otros por Elías (que había de preceder a la
venida del Mesías y actuar con procedimientos muy expeditivos). Unos terceros
creen que es un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida (9,19). A nadie,
sin embargo, se le ocurre decir que sea el Mesías. La gente esperaba un
Mesías-rey carismático, de casta davídica, con fuerza y poder, con un ejército
aguerrido. Jesús, por el contrario, habla del reino de Dios, pero no lo entronca
con David. No tiene a los poderosos de su lado y no acepta la violencia.
LOS DISCÍPULOS SE QUITAN LA CARETA
Por el tono en que hablan, se adivina que los discípulos no comparten las mil y
una opiniones (tres pareceres, igual a una totalidad) de la multitud. Jesús los
acorrala: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (9,20a). Pedro, en nombre de
los Doce, pronuncia la palabra fatídica: «El Mesías de Dios» (9,20b). La adición
«de Dios» (comparadlo con Mc 8,29) no dice simplemente que es el «Ungido por
Dios», que se podría entender como en Mt 16,16 («el Mesías, el Hijo de Dios
vivo») en sentido positivo, sino que pone énfasis en que es el Mesías prometido
por Dios con el fin de liberar a Israel de las manos del ejército de ocupación
(véase Lc 23,35). Sólo así se entiende que Jesús, acto seguido, dirigiéndose a
los Doce, los conmine como si fuesen endemoniados (poseídos por una ideología
que los fanatiza): «El les conminó y les ordenó que no lo dijeran absolutamente
a nadie» (9,21). ¿Por qué los considera endemoniados? Porque sabe que han
descubierto que es el Mesías, pero que no han hecho ningún progreso en la
comprensión del contenido que él le quiere dar. Por el tono de voz se nota que
son unos fanáticos nacionalistas y que pueden soliviantar las multitudes y hacer
fracasar su tarea. Por esto es tan severo con ellos. Fanatismo y religión se
mezclan con frecuencia. Jesús quiere cambiar la historia dando un sentido nuevo
a la liberación que Dios quiere realizar en el hombre. Pero ¿quién le hará caso?
Todos tratan de llevar el agua a su molino.
EL MODELO DE HOMBRE SERA UN FRACASO
Primero los ha exorcizado -como quien dice-; después los ha hecho enmudecer;
ahora les revela el destino fatal del Hombre que pretende cambiar el curso de la
historia. «Y añadió: “El Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado
por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y, al tercer día,
resucitar"» (9,22). Detrás de este impersonal («tiene que») se adivina el plan
de Dios sobre el hombre: puede tratarse tanto del plan que Dios se ha propuesto
realizar como de lo que va a suceder de forma inevitable, atendiendo a que el
hombre es libre. Jesús acepta fracasar como Mesías, como lo aceptó Dios cuando
se propuso crear al hombre dotado de libre albedrío. El fracaso libremente
aceptado es el único camino que puede ayudar al cristiano a cambiar de actitudes
frente a los sacrosantos valores del éxito y de la eficacia. Jesús encarna el
modelo de hombre querido por Dios. Cuando lo muestre, sabe que todos los
poderosos de la tierra sin excepción se pondrán de acuerdo: será ejecutado como
un malhechor. No bastará con eliminarlo. Hay que borrar su imagen. En la
enumeración no falta ningún dirigente: «los senadores», representantes del
poder civil, los políticos; «los sumos sacerdotes», los que ostentan el poder
religioso supremo, los máximos responsables de la institución del templo; «los
letrados», los escrituristas, teólogos y canonistas, los únicos intérpretes del
Antiguo Testamento reconocidos por la sociedad judía. Lo predice a los
discípulos para que cambien de manera de pensar y se habitúen a ser también
ellos unos fracasados ante la sociedad judía, aceptando incluso una muerte
infamante con tal de cumplir su misión.
Pero el fracaso no será definitivo. La resurrección del Hombre marcará el
principio de la verdadera liberación. El éxodo del Mesías a través de una muerte
ignominiosa posibilitará la entrada a una tierra prometida donde no se pueda
instalar ninguna clase de poder que domine al hombre.
SER CONSIDERADO UN FRACASADO
ES ACEPTAR LA PROPIA CRUZ
Inmediatamente después Jesús se dirige a todos los discípulos, tanto a los
Doce, que ya se habían hecho ilusiones de compartir el poder del Mesías, como a
los otros discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo,
que cargue cada día con su cruz y entonces me siga» (9,23). Jesús pone
condiciones. A partir de ahora es más exigente. Como los discípulos, todos
tenemos falsas ideologías que se nos han infiltrado a partir de los seudovalores
de la sociedad en que vivimos. En el seguimiento de Jesús es preciso asumir y
asimilar que las cosas no nos irán bien; es preciso aceptar que nuestra tarea no
tenga eficacia. Ser discípulo de Jesús quiere decir aceptar que la gente no
hable bien de ti; incluso que te consideren un desgraciado o un marginado de los
resortes del poder, sea en el ámbito político, religioso o científico.
24.
COMENTARIO 4
La oración, realizada en la compañía de Jesús, es el único instrumento válido
que nos prepara a realizar el camino que va del reconocimiento de Jesús como
Profeta a la proclamación del Mesías y desde ésta a la fe en el misterio del
Hijo del hombre.
La primera etapa del recorrido nos conduce a la adhesión a la Persona de Jesús
como única respuesta valedera a nuestras búsquedas más profundas. Con Pedro y, a
diferencia de la multitud, debemos proclamar al Mesías Jesús, nuestro Salvador.
Pero éste nos exige un paso más. El Mesías, concebido muchas veces como un
triunfador, a semejanza de la mentalidad de la sociedad exitista que vivimos, no
puede colmar nuestra existencia. Es necesario recorrer el camino hacia Jerusalén
en que tiene lugar la Historia de la Pasión. Esta es la suerte reservada al Hijo
del Hombre y es también la suerte que debe ser asumida por todos sus seguidores
si quieren, como él, ser agentes de transformación de un mundo dominado por la
satisfacción de los egoísmos.
La lucha contra éstos y contra las injusticias que ellos generan nos coloca en
el horizonte de la Pasión, entendida no como complacencia en el propio
sufrimiento, sino como una actitud de coraje para actuar los valores del Reino
en un mundo que trata de acallarlos, incluso con el homicidio de sus portadores.
El martirio es siempre una posibilidad real para los que, en seguimiento de
Jesús, asumen su causa. Dicha causa necesita testigos confiables y en el
horizonte de éstos siempre se encuentra la posibilidad de la entrega de la
propia vida en defensa de sus valores.
COMENTARIOS
1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El
Almendro, Córdoba
2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C.
Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones
Cristiandad Madrid.
4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de
Latinoamérica).