34 HOMILÍAS PARA LA FIESTA DE
SAN PEDRO Y SAN PABLO
25-34
25.
La
fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo ofrece la ocasión para reflexionar, a
partir del texto evangélico propuesto, sobre la confesión de fe como forma de
construcción de la Iglesia.
El relato consta de una doble pregunta de Jesús a sus discípulos con su correspondiente respuesta (vv. 13-16) y de la bienaventuranza de Simón (vv. 17-19).
Las preguntas y respuestas sirven para la separación de dos categorías de personas, según la evaluación que hagan sobre Jesús. De una parte tenemos a la “gente”, de la otra a “los discípulos”. La gente o “los seres humanos” no captan el sentido auténtico de la actividad de Jesús. Su opinión lo coloca en continuidad con personajes del pasado: Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas. Como Herodes en Mt 14, 2 esta valoración puede estar entremezclada de elementos desfavorables.
Por el contrario los discípulos, de quienes Pedro es portavoz, han captado el verdadero significado de la actuación de Jesús. No solamente confiesan que es el Mesías esperado sino también que su mesianismo se origina en su filiación divina, condición que le posibilita transmitir la Vida de Dios, a diferencia de los ídolos muertos. El “Hijo de Dios vivo” se ha hecho presente en la vida de la humanidad, en una comunidad que lo reconoce el “Dios con nosotros” (cf Mt 1, 23; 28, 20).
Este reconocimiento recibe, a su vez, la proclamación de felicidad y dicha que hace Jesús respecto a sus seguidores de los que Pedro, gracias a su fe, se ha convertido en prototipo e imagen. Frente a la opinión de la gente, Pedro ha aceptado la revelación del Padre a los sencillos y humildes.
La originalidad de su confesión hace de Pedro y de sus compañeros, mensajeros de la fe en medio de un mundo hostil. Más allá de la historicidad sobre el nombre de su padre (aquí, hijo de Jonás, en Juan 21, 15 hijo de Juan), en él se pueden detectar los rasgos de Jonás, el profeta que debió llevar la Palabra de Dios a la ciudad hostil y que, en ese intento, corrió el riesgo de ser sumergido en el mar (cf.14, 30) y fue liberado de ese peligro mortal (cf. 14, 31).
En la Asamblea del desierto, Moisés recibió de Dios el don de la Ley (Dt 9, 10; 10, 4 etc.). Aquí el discípulo recibe el don de la fe en Jesús que lo convierte en elemento apto para la edificación de una nueva Asamblea, el Israel mesiánico constituida en torno a Jesús como la Asamblea del desierto se constituía en torno a Moisés.
Se realiza entonces para la comunidad lo que se realizaba en el individuo sensato que ha colocado su cimiento sobre la roca de las palabras de Jesús (Mt 7, 24-25). Los discípulos que adhieren a Jesús construyen una ciudad inconmovible, a la que no pueden derrotar las fuerzas de la Muerte o del Abismo.
Se crea de esta forma un espacio inexpugnable frente a las potencias del mal, en el que los discípulos no son sólo cimiento sino también administradores: A ellos se les han consignado las llaves y a ellos se les consigna la función judicial de tomar la decisión de aceptar o no la entrada a aquella ciudad: “Atar o desatar”. Esta fórmula quiere significar una participación de la comunidad en la autoridad de Jesús.
La proclamación de la fe en Jesús por parte de Pedro, prototipo de los creyentes, es el cimiento inconmovible capaz de superar los embates de las fuerzas del Mal actuantes en la historia humana. Los que la proclaman pueden ofrecer asilo acogedor a quienes están amenazadas por aquellas fuerzas. Pueden también negar ese asilo a los que rechazan el designio salvífico.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
26.
Cerramos esta última semana de junio con la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Uno de los himnos de la Liturgia de las Horas hace una hermosa semblanza de ambos:
Pedro, roca; Pablo, espada.
Pedro, la red en las manos;
Pablo, tajante palabra.
Pedro, llaves; Pablo, andanzas.
Y un trotar por los caminos
Con cansancio en las pisadas.
¿No os llama la atención el hecho
de que la liturgia celebre en un mismo día a estos dos apóstoles tan distintos?
Tenemos elementos históricos suficientes para saber que entendieron y vivieron
el seguimiento de Jesús con estilos diversos. Y, sin embargo, los recordamos
juntos. ¿Qué significa esto? Cada uno de nosotros estamos llamados a buscar
alguna respuesta. A mí me parece que con esta fiesta se nos invita a no separar
dos formas de vivir el evangelio y de construir la iglesia. Pedro representa la
referencia permanente a Cristo, como roca, la necesaria unidad de todas las
comunidades de seguidores. Pablo simboliza la fuerza centrífuga, la esencial
apertura de la iglesia más allá de sí misma, en una continua fidelidad al
Espíritu que la empuja. Pero uno y otro han experimentado en carne propia que la
gracia ha vencido a la ley. Uno y otro saben que Jesús no es patrimonio de los
judíos circuncisos sino un tesoro para toda la humanidad. Uno y otro saben que
la obediencia y la libertad son dos caras de la misma moneda. Y uno y otro han
rubricado con su martirio la fidelidad a un amor que ha transformado sus vidas
de principio a fin. Dos estilos, sí, pero también una misma pasión, y un mismo
Cristo en el centro de sus corazones.
Cuando pienso en Pedro no pienso
sólo en el Obispo de Roma.
Cuando pienso en Pablo no me limito
a imaginar un propagador de la fe. Todos somos herederos de Pedro y de Pablo.
Circula en todos nosotros sangre petrina y sangre paulina.
En el supermercado de opiniones
sobre Jesús, todos nosotros somos invitados a hacer nuestra la confesión de
Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
En la encrucijada de tentaciones,
cada uno de nosotros somos invitados a hacer nuestra la confesión de Pablo: "He
combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe".
Os deseo a todos un feliz final de
mes y -para aquellos que las comenzáis- unas felices vacaciones.
Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)
27.
SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
29 de junio de 2004-06-24
LA SEGURIDAD E INDEFECTIBILIDAD DE LA IGLESIA
PEDRO, PABLO, JUAN PABLO II.
1. Hoy celebramos la memoria de tres personajes: Pedro, Pablo y Juan Pablo II.
SAN PEDRO: Jesús propuso una encuesta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente
que es el Hijo del Hombre? - Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? - Simón Pedro
contestó: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Entonces Jesús le hizo una
promesa formal: "Dichoso, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la
sangre, sino mi Padre, que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro" Mateo
16,13. Pedro= Petros= Quefá= Piedra= Roca. En ese momento, Pedro sintió la
mirada fija del Señor. Toda vocación implica una mirada fija del Señor sobre
uno. Pedro es el primero a quien Jesús ha llamado. Nació en Betsaida, junto al
lago de Tiberíades y se trasladó a Cafarnaúm, donde junto con Juan y Santiago,
los hijos del Zebedeo, había montado una empresa pesquera. Elegidos los tres por
Jesús, se convirtieron en los discípulos más íntimos y fueron testigos de los
mayores acontecimientos de su vida, como la Transfiguración, la resurrección de
la hija de Jairo, y la agonía de Getsemaní. El temperamento de Pedro era rudo,
impetuoso y espontáneo. Lo podemos comprobar tanto cuando contempla la pesca
milagrosa, como cuando Jesús se dispone a lavarle los pies en la última Cena, o
defiende a Jesús en el huerto con la espada. Y se manifiesta repentizador y
creativo, cuando le propone a Jesús construir tres chozas en el monte de la
Transfiguración, donde se encontraba a gusto. A Pedro y a sus sucesores les
concede Jesús una misión única en la Iglesia. Como ésta es presentada bajo la
imagen de un edificio o construcción, necesita cimiento, roca visible, aunque el
fundamento invisible es Cristo resucitado, "porque nadie puede poner otro
fundamento que el que está ya puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3,10).
2. Si el fundamento invisible es Cristo resucitado, el visible es la cátedra de
Pedro. Estos cimientos son la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia en
el tiempo y en las tormentas que tiene que superar su barca, que es otra
alegoría apropiada al pescador de Galilea, acostumbrado a capear y bracear en
temporales y borrascas.
3. Dos metáforas expresan el poder especial de Pedro: “A ti te daré las llaves
del reino de los cielos” (Mt 16,19), lo que significa que goza de la autoridad
sobre la Casa. “Y lo que atares en la tierra será atado en el cielo y lo que
desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Ib), o sea el poder de
permitir y prohibir, que significa el gobierno de la Iglesia como sociedad.
4. Pero, como en el mundo el poder corrompe, Jesús quiere que "el mayor entre
vosotros sea el último de todos y el servidor de todos" (Mt 23,11. Poder
ejercido desde el amor: por eso Cristo pregunta a Pedro: "¿Me amas más que
éstos? (Jn 21,15) ". Esta es la segunda vocación de Pedro, que tuvo que pasar
por lo más amargo de su vida, experimentar su debilidad: negó tres veces a su
Maestro, por quien lo había dejado todo. Cuando se arrepintió y lloró
amargamente, Jesús convirtió su vuelta al amor en curación de amor, con sus tres
promesas de amor, con lo cual lo purificó para ser el pastor de los corderos y
de las ovejas. El amor lo purifica todo. El que había de ser pastor de
pecadores, es necesario que experimente la prueba humillante de ser él mismo
pecador. ¿Cómo habría, si no, podido comprender las experiencias de una
comunidad de pecadores?. “La Iglesia es un pueblo de pecadores y de santos”,
dice la L.G. Nadie es más humilde que el que se sabe pecador perdonado. De no
ser que sea un cínico. Sólo entonces, después de la Resurrección, el que había
recibido la promesa de que la Iglesia sería construida sobre su Piedra, es
confirmado en su misión de apacentar el rebaño. Los dones de Dios son inmutables
y en él no hay ni venganza ni revancha, porque sabe que somos de barro, que, si
hay humildad, él puede moldear y restablecer. Pedro negó a Jesús, y lo negó
precisamente por creerse totalmente confirmado cuando todavía estaba sujeto a
pecado. Pedro presumió ante Jesús cuando dijo: “Aunque tenga que morir contigo,
no te negaré.” Y esa afirmación fue una verdadera humillación cuando se dio
cuenta que había negado al Señor tres veces. Ahora aparece un Pedro humillado
interiormente y externamente, un Pedro más humanizado por la derrota. Ya no
tiene la prepotencia que tantas veces le había corregido Jesús. Por eso cuando
Jesús le pregunta por tercera vez, tal vez en recuerdo de la triple negación, si
lo ama más que los otros, Pedro no responde como antes, sino con un: “Señor, tú
lo sabes todo: tú sabes que te quiero". Y cuando Pedro está entristecido por el
recuerdo de su pecado y se manifiesta humilde, recibe la misión de apacentar la
Iglesia, a los corderos y a las ovejas, es decir, Pastor Universal, hermano
mayor de los que quedamos aguardando la segunda venida del Señor. Pedro no se
desesperó, sino que creció en humildad y mereció recibir una confirmación de su
misión. Pedro, un pecador arrepentido, fue elegido por Jesús para ser el guía de
su Iglesia.
5. Y porque ha de ser el garante de la fe, ora por Pedro: "He rogado por ti para
que tu fe no desfallezca. Cuando te conviertas, confirma a tus hermanos" (Lc
22,32). Es Cristo quien da el poder: poder de perdonar los pecados, de
administrar los sacramentos de la salvación, para construir la Iglesia, y el de
dar testimonio de la Palabra de Dios. Esos son los poderes espirituales de
Cristo Pastor, transferidos a San Pedro (Cardenal Lustiger). Y sigue diciendo
Lustiger: “Ya se que Napoleón identificó al obispo con los prefectos y con los
generales, pero yo me había sensibilizado mucho contra la Iglesia como sistema
de promoción y de poder, y determiné que nunca me metería en situaciones que
favorecieran la promoción”.
6. Hoy es el Papa, sucesor de Pedro, quien tiene la misión de guiar la Iglesia
de Cristo, su rebaño. Este episodio evangélico tiene que llevarnos a renovar
nuestra fidelidad al Papa sucesor de Pedro y a los obispos, y a pensar que a
ejemplo de Pedro, el Señor nos pide saber amar. Sólo podremos ser apóstoles del
Señor, si sabemos amar. El amor y la humildad, son las dos virtudes que debemos
aprender de Pedro y tratar de vivir. Sólo cuando vivimos éstas virtudes seremos
capaces de cumplir la misión que el Señor nos ha encomendado a cada uno.
7. La Iglesia, santa y pecadora. He nacido en la Iglesia, espacio donde actúa el
Espíritu, para vivir eterna y filialmente con Dios; he crecido y crezco en la
Iglesia para servirla; recibo en la Iglesia lo mejor que tengo para extenderla;
realizo en la Iglesia, lo más valioso que puedo hacer por su ministerio; estoy
enamorado de la Iglesia y doy día a día la vida por ella para embellecerla; he
sufrido mucho por la Iglesia por sus errores; y sigo sufriendo y deseo y lucho
por una Iglesia más pura, más unida y humilde, más interior y evangélica, más
samaritana y materna, más sencilla, más hogar.
Quien sólo ve en la Iglesia una sociedad humana y pecadora y no sabe ver su
calidad de santa por vivificada por el Espíritu de Cristo, siempre con ella como
Esposo y soldado vigoroso en medio del fragor de la guerra, pronto se
escandalizará, y dejará de creer en ella. Quien la vea como un pueblo
maravilloso que viene de lejos, atrayéndose a todos los pueblos, asimilando
todas las civilizaciones, traduciéndose en todas las culturas, hablando en todas
las lenguas, siempre haciendo el bien, aunque no lo haya hecho siempre bien, la
amará como a una madre anciana, a pesar de las arrugas que contrajo en la lucha.
Cuando yo comencé a necesitar un mentor, había poco que escoger: la furia
marxista había martirizado a una gran parte del clero español, la mejor. Pero la
Iglesia me ofreció un acervo de revelación y de literatura, de águilas y de
santos, de místicos y de genios actuales, que han forjado mi personalidad. Los
errores que he detectado en la Iglesia, siempre los he visto rectificados por
otros hombres más lúcidos y compruebo que los obstáculos ejercen de
galvanizadores y las zancadillas de fertilizantes, ya que las cosas crecen por
lo que nacen, y lo que nace de la cruz crece por la misma cruz, aunque al ritmo
peculiar de la vida.
8. ¿Qué sería del mundo sin la cultura creada y conservada en las Abadías, sin
el arte cultivado por la Iglesia? ¿Qué de las escuelas? ¿Qué de los huérfanos,
drogadictos, minusválidos, etc? Iglesia, no sólo el papa, obispos y sacerdotes;
también misioneros heroicos, santos seglares, obreros y santas madres que
sufren, rezan y se inmolan por sus hijos, todos fuertes por la oración y la vida
sacramental. Por la Eucaristía, la Palabra, el Perdón de Dios transmitido en y
por la Iglesia.
¿Cómo olvidar al Sacerdote que me fascinó de niño hasta el punto de que quise
ser como él? ¿Y a aquella pléyade de mártires asesinados en su florida
juventud?¿Y a tantas santas religiosas anónimas y pobres, trabajando y orando
por toda la humanidad en el silencio de los claustros?.
También ¡cómo no!, paja humana. Pero ¿puede oscurecer el barro de nuestra
pobreza el fulgor deslumbrante de tantos millones y millones de estrellas? ¿La
Pietá de Miguel Angel, dejará de ser hermosa, aunque tenga manchas? Veinte
siglos viene caminando por esta hermosa y pobre tierra este Pueblo de redimidos;
polvo lleva en las sandalias, el polvo del mismo suelo que pisa; sus pies son de
barro, pero su Cabeza de oro celestial resplandece brillante entre luceros. Mi
gloria y mi vida será servir siempre a la Iglesia, y como Teresa de Jesús, morir
hijo de la Iglesia: “Al fin muero hija de la Iglesia!”.
9. SAN PABLO. Pablo fue un fascinado, un enamorado de la persona de Cristo.
Encontrarse con Jesús Resucitado fue la experiencia más grande, profunda y
decisiva de su vida. Experiencia de gozo, de amor y de libertad. Cristo rompió
la losa del sepulcro de su orgullo y autosuficiencia, que era propia de los
fariseos, y le resucitó por dentro. En adelante sentirá la necesidad de
evangelizar: "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1 Cor 9,16); “Me empuja el amor de
Cristo” (2 Cor 2,14). Apasionado por la Verdad, ya la predica en Arabia y en
Damasco y se conmueve hasta las lágrimas ante una ciudad incrédula o idólatra.
Predica la verdad desnuda de todo ornato humano, y la predica a tiempo y a
destiempo (2 Tim 4,2). Sus sufrimientos, que sabe que son valiosísimos, pues en
ellos participa todo el cuerpo, corazón que padece y llora, voluntad que acepta
y ofrece, y la fe que aquilata el mérito, son principalmente las puertas que
abren las puertas al evangelio por todas partes: "Nunca fueron mis móviles ni la
ambición ni la avaricia, ni el afán de gloria humana... Fuimos todo bondad en
medio de vosotros. Como una madre cuida cariñosamente a sus hijos, así, en
nuestra ternura por vosotros, hubiéramos querido entregaros, junto con el
evangelio, nuestra propia vida. ¡Tan grande era nuestro amor por vosotros!
Recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas: día y noche trabajábamos, para
no ser gravoso a ninguno de vosotros mientras os anunciábamos el evangelio de
Dios" (1 Tesa 2,5).
12. Una característica singular de Pablo es que “Se complace en sus debilidades,
porque cuanto más débil soy, soy más fuerte” (2 Cor 12,10). Está convencido de
que su fuerza tiene las raíces en la flaqueza. No era elocuente, ni tenía
presencia retadora, era débil en las persecuciones, lleno de mansedumbre en el
gobierno de las almas, y predicaba verdades repugnantes a contracorriente a los
no creyentes y también a los creyentes. Pero estaba convencido de su fuerza
venía de Dios y que con sus sufrimientos suplía lo que faltaba a la pasión de
Cristo (Col 1,24). Y por encima de todo, estaba colmado de amor: “¿Quién enferma
y no enfermo yo? ¿Quién se escandaliza y yo no ardo?”(2 Cor 11,29). Padeció
torturas espirituales, defección de sus evangelizados, persecuciones, abandonos,
soledad. Y a pesar de todo, está alegre, “aunque triste, pero enriqueciendo a
muchos” (2 Cor 7,4) y a los Filipenses les recomienda la alegría cuando está en
la cárcel. El poeta Ovidio, desterrado escribió sus obras tituladas Tristia, y
paradójicamente Pablo escribe el “Gaudete, iterum dico, gaudete”, encarcelado.
La razón está en que las páginas brotan de manantiales diferentes. Pablo era
hombre de oración, de acción de gracias y de peticiones y esperanzas, sabía que
sembraba con lágrimas pero esperaba la cosecha entre cantares y como ha escrito
Bergson, la alegría anuncia siempre la vida que ha triunfado.
11. Hay que haber comenzado alguna empresa, alguna obra, para poder barruntar
las dificultades de todo género que se les presentaron y que tuvieron que
superar aquellos débiles hombres escogidos: hospedaje, fieles, trabajo,
amistades, poder sobrevivir, abrirse camino. Nosotros nos lo encontramos todo
hecho, ellos tuvieron que empezar de cero y con un mensaje impopular e
innovador. Llegados a Roma, los dos fueron encarcelados en la Cárcel Mamertina,
y sacrificados bajo Nerón: Pedro crucificado, acusado del incendio de Roma, que
el mismo emperador había provocado; Pablo, como ciudadano romano, decapitado con
espada: Así lo escribe vísperas de su inmolación: "Yo estoy a punto de ser
sacrificado" 2 Timoteo 4,6. Los sepulcros de los dos están en Roma como cimiento
de la Iglesia. Por contraste, las ruinas de la “Domus aurea” de Nerón, apenas
reciben algún turista curioso, pero las Basílicas de Pedro y Pablo son visitadas
constante y continuamente por creyentes y no creyentes todos los días del año.
“Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).
12. JUAN PABLO II: De él dijo el Cardenal Wyszynski, arzobispo de Varsovia:
"Entre los cardenales se buscaba un hombre de fe ardiente, de ferviente oración
y celo pastoral, además de un hombre de buen corazón, benévolo hacia los
hombres, afable, de gran sensibilidad y cuyos ojos se volvieran al mundo con el
amor de Dios". Fue elegido Karol Wojtyla, con una biografía brillante, juvenil,
deportiva, filósofo, excelente y profundo teólogo, místico, forjado en San Juan
de la Cruz y en Santa Teresa y cultivador de nuestros maestros de la mística del
siglo de Oro, profesor universitario, viajero, poeta, hombre de fe. Me contó el
Cardenal Narciso Jubany, arzobispo de Barcelona, que después del cónclave
comentó con otros cardenales: “Me da la impresión de que este muchacho, no se
está dando cuenta de dónde se ha metido”.
13. En el Kremlin temblaron. Ha caído el comunismo. ¿Lo esperaban ellos? Parece
que sí, pues lo quisieron liquidar. La Virgen en el día de Fátima, le salvó de
la muerte; dice él: -"Una mano disparó la bala, pero otra mano guió el
proyectil". "Al principio de mi pontificado, me dijo el cardenal Wyszynki: Si el
Señor te ha llamado, debes introducir a la Iglesia en el tercer milenio"... "con
la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que no basta: era necesario
introducirla en el sufrimiento" (29 mayo 1994). Y ese es hoy su máximo empeño,
junto con la unión de las Iglesias. Juan Pablo II es un tipo incómodo para casi
todos: conservadores, progresistas, marxistas, neoliberales, socialdemócratas,
feministas, homosexuales... Esto no le impide, sin embargo, ser también un
rebelde, un disconforme. Seguramente es todavía pronto para juzgarlo. Pero sin
él, el siglo XX será mucho más difícil de entender. Marcará historia, él mismo
es una parte de esa historia.
14. Antes de su elección, escribía yo que estaba deseando que nos presidiera un
Papa que metiera a toda la Iglesia en Ejercicios Espirituales, quería decir, que
nos dedicara a la oración. Juan Pablo II ha colmado mi deseo, comenzando por él
mismo. Escribe el Cardenal Suenens: "Ora hasta provocar envidia", decía de él
Paul de Haes, uno de sus compañeros de estudio en Roma. De hecho se inclina y se
pliega en dos. Al verle como postrado durante su acción de gracias en la Capilla
Sixtina, creí que se sentía mal. Encarna la oración en todo su cuerpo y, en ese
momento parece tener diez años más. Pero cuando se inclina y sonríe, rejuvenece
de un extraño modo". Podría citar datos interminables, pero me limito a recoger
su Carta Apostólica: "Novo Millenio ineunte": Es necesario un cristianismo que
se distinga ante todo en el arte de la oración. El Año jubilar ha sido un año de
oración personal y comunitaria -más intensa. Pero sabemos bien que rezar tampoco
es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar, como
aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los
primeros discípulos: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). En la plegaria se
desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: «Permaneced
en mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo,
el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica.
Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a
la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la
oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y
fuente de la vida eclesial, pero también de la experiencia personal, es el
secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el
futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.
15. El arzobispo Giovanni Battista Re, uno de los colaboradores más cercanos de
Juan Pablo II, dibuja la personalidad del Santo Padre desde la perspectiva que
le da el ser sustituto de la Secretaría de Estado, que despacha diariamente con
él.. Dice que lo que más le impresiona de la persona de Juan Pablo II es la
intensidad de su oración, manifestación de una profunda y viva comunión con
Dios. En el transcurso de estos años, en los que he tenido la alegría y el
privilegio de trabajar junto a él y de acompañarle en sus viajes, he podido
constatar personalmente que este 264º Papa, este pastor profundamente humano,
este intelectual de extraordinario vigor, este líder que arrastra a la juventud,
es ante todo un hombre de oración. Es impresionante cómo se abandona: se nota un
dejarse llevar que le es connatural, y que le absorbe como si no hubiera
problemas y compromisos urgentes que le llaman a la vida activa. Su actitud en
la oración es recogida y, a la vez, natural y desprendida: testimonio de una
comunión con Dios intensamente arraigada en su alma; expresión de una oración
convencida, saboreada, vivida. Por la mañana temprano está en la capilla,
absorto en la meditación y en el coloquio con Dios, antes de comenzar la Misa.
Durante el día, el paso de una ocupación a otra está marcado por una breve
oración. Con una invocación, después, inicia cada una de las páginas que a
diario llena, escribiendo con caligrafía pequeña el texto de homilías, discursos
y documentos. Conmueve la facilidad, la espontaneidad y la prontitud con que
pasa del contacto humano con la gente al recogimiento del coloquio íntimo con
Dios. El Papa se prepara para los distintos encuentros que tendrá en el día o
durante la semana rezando por ellos. Recuerdo, por ejemplo, que en 1982, cuando
el Papa llegó a Madrid en su primera visita a España, el entonces Nuncio
apostólico, Monseñor Antonio Innocenti, se despertó muy pronto. Descendió a la
planta baja a las 5.30 de la mañana, convencido de no encontrar aún a nadie, ya
que el desayuno estaba previsto para las 6.30 y la salida del Papa de la
Nunciatura a las 7. Monseñor Innocenti recorrió las habitaciones para verificar
que todo estuviera en orden, y empezó por la capilla. Se sorprendió al ver que
la luz estaba encendida. Abrió la puerta y vio al Papa arrodillado ante una
estación del Viacrucis. Era viernes y era un día con un programa que iba desde
las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche, y el Papa a las 5.30 ya estaba en la
capilla para hacer el Viacrucis. -Antes de cualquier decisión importante, Juan
Pablo II reza mucho. Cuanto más trascendente es la decisión, más prolongada es
la oración. Puedo afirmar que las decisiones más importantes han sido maduradas
durante semanas y semanas de oración. En su vida existe una admirable síntesis
entre oración y acción. La fuente de la fecundidad de su actuación está
precisamente en la oración. Este Papa tan dinámico y dedicado al servicio del
hombre; este Papa que aparece también ante los ojos de quien no acoge el mensaje
cristiano como defensor y heraldo de las aspiraciones del hombre, declara que
tiene un compromiso prioritario: el de orar. El Papa ha cumplido ochenta años:
sus pasos parecen cansados, su rostro sufrido, sin embargo esto parece que
agranda el valor de sus gestos.
16. Como la Iglesia de Jerusalén oraba por Pedro en la cárcel, debe hoy la
Iglesia orar por Juan Pablo, y nosotros, de un modo especial ahora que vamos a
tener presente sobre el altar al mismo Cristo, que le ha elegido para apacentar
su rebaño.
17. "Gustad y ved qué bueno es el Señor" Salmo 33, que nos ha dejado al cuidado
de tales pastores, mártires, Pedro crucificado, Pablo, degollado, Juan Pablo II,
tiroteado y salvado de la muerte por la mano de la Virgen que desvió la bala.
Que Pedro y Pablo ayuden a la Iglesia que ellos sembraron y regaron con su
sangre. Y a Juan Pablo II, reciba hoy un refuerzo especial de nuestras
plegarias: "El Señor lo conserve y lo guarde y le de larga vida y lo haga
dichoso en la tierra y no lo entregue en manos de sus enemigos".
JESUS MARTI BALLESTER
28. FLUVIUM 2004
A la grandeza y la felicidad por la obediencia
En la Solemnidad, en que celebramos a los apóstoles Pedro y Pablo, columnas de
la Iglesia, podemos fijarnos en el ejemplo de fidelidad leal a Jesucristo que
brilla sobremanera en estos dos hombres. Ellos quisieron que su vida no fuera
sino lo que el Hijo de Dios determinara. Podemos afirmar, sin temor a
equivocarnos, que todo el interés de Pedro y de Pablo, aun siendo de caracteres
bien distintos, según se muestra con evidencia en los relatos del Nuevo
Testamento, fue identificarse con el querer de Cristo; es decir, obedecerle. El
máximo deseo de cumplir en detalle la voluntad de Jesús, identifica, en ese
sentido, a ambos Apóstoles; y no sólo a ellos, sino a todos los santos, pues,
ninguno puede serlo al margen de la voluntad de Dios.
Cuando parece que un cierto ideal de la persona consistiría en desenvolverse en
la vida guiado únicamente con el propio criterio, sin más punto de referencia
que el parecer personal; cuando bastantes consideran definitivas sus opiniones,
y suficientes –por ser suyas– para configurar su vida del mejor modo posible;
nos ofrece hoy la Iglesia –Nuestra Madre–, para edificación de todos los fieles,
el estímulo de la obediencia. Cuantos deseamos conducirnos con la segura
esperanza de la Vida Eterna, no lo haremos de acuerdo con nuestro parecer, ya
que la Eterna Bienaventuranza no es un proyecto humano. Comprendemos, en efecto,
fácilmente que no es una decisión del hombre nuestra existencia en este mundo ni
la Vida Eterna, en intimidad con Dios, que conocemos por Revelación.
Pedro, habiendo conocido el extraordinario e inalcanzable poder y majestad de
Jesucristo, se mantiene inamoviblemente fiel al Maestro, cuando bastantes le
abandonan porque no comprenden sus palabras. Señor, ¿a quién y iremos? –le
responde–, Tú tienes palabras de Vida Eterna. Así se expresa el Príncipe de los
Apóstoles en el crítico momento –para muchos– de la deslealtad. Cuando aparecen
haber perdido sentido los milagros realizados; cuando su vida admirable y sus
palabras, cargadas de autoridad, no significan nada para la mayoría, Pedro
confía aún en Jesús. Su persona será para él siempre merecedora de toda
confianza: hay que creerle siempre y obedecerle. El criterio de Cristo tendrá en
todo momento para este apóstol una autoridad absoluta. Las palabras de Jesús y
sus deseos tienen mucha más fuerza para él que sus propios pensamientos.
De manera semejante se manifiesta Pablo, el Apóstol de las Gentes. A partir de
su asombrosa conversión, su vida entera queda vertebrada por la persona de
Jesucristo. Para mí, vivir es Cristo, declara. Tened los mismos sentimientos de
Cristo Jesús, pide a sus fieles de Filipo. Poco interés tenía para San Pablo
autoafirmarse en esta vida. Lo único que vale verdaderamente la pena es ser como
su Señor, vivir su vida. Hasta llegar a decir, con un santo orgullo: ya no soy
yo quien vive, que es Cristo quien vive en mí. En poco tenía, pues, los planes
personales, las propias ilusiones y proyectos –por muy suyos que fueran–, si
eran diferentes a los imperativos divinos que movían toda su persona.
Parece muy claro, por lo demás, que la mayor hazaña o reflexión de cualquier
hombre, por decisiva que parezca, no pasa, en la práctica, de ser algo
necesariamente vinculado a lo caduco, como el mismo hombre. De hecho, son muy
pocos en proporción las mujeres y los hombres que han pasado a la historia. En
cambio, identificados con Dios, que en Jesucristo nos hace posible conocer su
voluntad, aunque los hombres tengan poca relevancia para el acontecer humano, se
hacen eternos e inapreciablemente valiosos: al modo de la divinidad. Muchos han
logrado, sin fama ni espectáculo, acrecentar su vida absolutamente –no ya para
el mundo–, porque con toda sencillez procuraron vivir según el querer divino.
Obediencia: que en nosotros se haga Su Voluntad: hágase Tu voluntad en la tierra
como en el Cielo, rezamos con la oración que Cristo nos enseñó. Pidámosle que,
en efecto, cada día sea para todos más decisivo, no tanto hacer lo que queremos,
cuánto lo que Él quiere; firmemente convencidos de que no nos hace mejores ni
más grandes en la vida salirnos con "la nuestra", sino que Dios se salda con "la
suya" en nosotros. Comprobaremos, a partir de esta docilidad, que nos va mejor
además en las relaciones interpersonales. Guiados por intereses personales, que
con demasiada frecuencia son egoístas, tenemos sobrada experiencia –por
desgracia– de la sociedad tensa que de ordinario hemos de soportar. También por
lograr una convivencia en paz, nos conviene dejarnos conducir por los
mandamientos de nuestro Creador. Siendo el autor del hombre, tiene la ciencia
exacta –la ley moral– para el más correcto desenvolvimiento humano.
El hombre más feliz y perfecto es aquel en quien mejor se cumple la voluntad de
nuestro Creador y Señor. Así es nuestra Madre la más maravillosa de las
criaturas: hizo en mí cosas grandes el que es Todopoderoso, puede afirmar.
Implorando su asistencia maternal sabremos imitarla.
29.
Comentario: Mons. Pere Tena i Garriga,
Obispo Auxiliar de Barcelona (España)
«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»
Hoy es un día consagrado por el martirio de los apóstoles san Pedro y san Pablo.
«Pedro, primer predicador de la fe; Pablo, maestro esclarecido de la verdad»
(Prefacio). Hoy es un día para agradecer la fe apostólica, que es también la
nuestra, proclamada por estas dos columnas con su predicación. Es la fe que
vence al mundo, porque cree y anuncia que Jesús es el Hijo de Dios: «Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Las otras fiestas de los apóstoles san
Pedro y san Pablo miran a otros aspectos, pero hoy contemplamos aquello que
permite nombrarlos como «primeros predicadores del Evangelio» (Colecta): con su
martirio confirmaron su testimonio.
Su fe, y la fuerza para el martirio, no les vino de su capacidad humana. No fue
ningún hombre de carne y sangre quien enseñó a Pedro quién era Jesús, sino la
revelación del Padre de los cielos (cf. Mt 16,17). Igualmente, el reconocimiento
“de aquel que él perseguía” como Jesús el Señor fue claramente, para Saulo, obra
de la gracia de Dios. En ambos casos, la libertad humana que pide el acto de fe
se apoya en la acción del Espíritu.
La fe de los apóstoles es la fe de la Iglesia, una, santa, católica y
apostólica. Desde la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, «cada día, en la
Iglesia, Pedro continúa diciendo: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo!’»
(San León Magno). Desde entonces hasta nuestros días, una multitud de cristianos
de todas las épocas, edades, culturas, y de cualquier otra cosa que pueda
establecer diferencias entre los hombres, ha proclamado unánimemente la misma fe
victoriosa.
Por el bautismo y la confirmación estamos puestos en el camino del testimonio,
esto es, del martirio. Es necesario que estemos atentos al “laboratorio de la
fe” que el Espíritu realiza en nosotros (Juan Pablo II), y que pidamos con
humildad poder experimentar la alegría de la fe de la Iglesia.
30. 2004. Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
Estudio de los textos
(Algunas indicaciones generales sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles se
ofrecen en el comentario del jueves 24 de junio.)
La primera lectura narra la historia de la liberación portentosa de Pedro
después de haber sido encarcelando por orden de Herodes. Se encuentra casi al
final de la primera parte del libro de los Hechos de los Apóstoles. El contexto
no es significativo, la preceden diversos episodios donde se narra la apertura
del evangelio a los gentiles, como la conversión de Cornelio (10, 1-48) y la
fundación de la comunidad de Antioquía ( (11, 19-26), y la cierran la llegada de
Pedro al lugar donde estaba la comunidad reunida y la narración de la muerte de
Herodes. Es un relato literariamente cuidado, al lector no le es difícil tomar
parte en la trama de los hechos, aunque de forma progresiva.
El primer acto nos pone en situación, Herodes persigue a algunos miembros de la
Iglesia, a Santiago lo mandó decapitar y a Pedro lo encerró en la cárcel bien
custodiado, con la intención de ejecutarlo tras las fiestas de Pascua. Mientras,
la Iglesia permanece en oración por él. El segundo acto empalma directamente con
el anterior, se mantiene el estilo narrativo, los centinelas están custodiando a
Pedro la noche antes de que lo sacara Herodes. El estilo cambia, se hace más
vivo, se introduce el diálogo, se llena de intriga, el lector permanece como
escondido, observando los acontecimientos: un ángel del Señor se presenta, insta
a Pedro a que se de prisa, se puede seguir perfectamente el asombro de Pedro
ante lo que sucede, no le queda más que dejarse guiar en un acto tan cotidiano
como es el ponerse el cinturón y las sandalias y echarse la capa. Se vuelve a
recuperar el estilo narrativo, pero el lector ya está dentro de la narración,
camina con los dos protagonistas hasta el final de la calle. En el tercer acto
Pedro se encuentra solo frente al lector, con él mantiene un diálogo en el que
le transmite su sorpresa e interpretación de los acontecimientos: era verdad, el
Señor envió su ángel para salvarlo de Herodes y de la expectación de los judíos.
La historia que nos presenta Hech 12, 1-11 desarrolla una constante muy
importante del libro de los Hechos: cada paso de la evangelización conlleva una
persecución, situación que comenzó con el mismo Jesús y continúa con sus
discípulos (así lo vemos, por ejemplo, cuando Pedro y Juan son interrogados por
el Sanedrín en Hech 4, 1ss.; 5, 17ss.; o la lapidación de Esteban en Hech 7,
55-60). Las persecuciones narradas hasta ahora en el libro han sido promovidas
por las autoridades religiosas judías, mientras que esta ha partido de la
autoridad civil. Herodes es Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande (cfr.
Lc 23, 8-12) a quien Calígula, en el año 42 d.C. concedió el título de rey de
Judea y Samaría, cargo que desempeñó aproximadamente hasta el año 44 d.C. El
motivo de la persecución no es ni siquiera religioso, sólo para agradar a los
judíos.
En un primer momento el texto presenta al segundo mártir de la comunidad
postpascual, Santiago, que muere decapitado (el primero, como ya hemos dicho,
fue Esteban). De él no sabemos nada, excepto la mención que se hace en Hech 1,
13. Probablemente moriría a comienzos de los años cuarenta, seguramente debido a
su actividad predicadora y por ser un miembro representativo de la comunidad
cristiana. Curiosamente el grupo de los apóstoles no siente la necesidad de
reemplazarlo, como ocurrió en el caso de Judas (Hech 1, 15-26), el simbolismo
numérico de Israel deja paso a la universalidad de la misión del nuevo pueblo de
Dios. El episodio de la detención de Pedro y su posterior liberación pueden
tener una base real, no así los detalles, cuya finalidad es la de subrayar la
semejanza entre Jesús y su apóstol, el sufrimiento y la salvación divina. De
este modo se pone de manifiesto cómo las acciones humanas no pueden detener el
plan de Dios (la muerte de Herodes, narrada un poco más adelante, es, a juicio
del narrador, el punto final de estos acontecimientos).
La referencia temporal (propiamente la fiesta de los Ácimos, llamada Pascua) no
desempeña ningún papel significativo. La figura del ángel, que en un primer
momento sólo asombra a Pedro, es luego interpretada por él mismo como un
intermediario divino. Éste personaje nos recuerda el milagro narrado en 5,
17ss., aunque aquí se dice que es un ángel del Señor que interviene en favor de
sus fieles. Otros detalles de la narración como la descripción de la disposición
de la cárcel, aun siguiendo los datos que nos ofrece el manuscrito D (“salieron
fuera, descendieron los siete escalones y caminaron por un callejón estrecho”)
no ofrecen ninguna clave efectiva para su localización (recuerda a la
descripción del nuevo templo en la profecía de Ezequiel, narrada en Ez 40, 1ss).
Para continuar el estudio:
Puede consultarse la bibliografía del jueves 24 de junio.
Tras la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos encontramos con
unos versículos del Salmo 33 (que corresponde al 34 en la Biblia Hebrea). Es un
salmo de tipo sapiencial, didáctico, aunque no es raro encontrar quienes lo
entienden como una acción de gracias. Está lleno de máximas que hablan de la
dicha del justo contra el malvado, y son muy frecuentes los términos referidos a
la enseñanza y la adquisición de sabiduría. Contiene en su totalidad 23
versículos dispuestos según el orden de las letras hebreas (acróstico), es
decir, cada verso comienza con una letra. Aunque tal orden se ve en algunas
ocasiones alterado, así, por ejemplo, una letra no aparece y a la última le
corresponden dos versículos. En el encabezamiento encontramos un título que
relaciona el salmo con 1Sam 21, 10-15, aunque se trata de ubicar la composición
en su propia situación vital, dicho título no es convincente. La estructuración
global del Salmo 33 es evidente, los versos 2-11 son una acción de gracias a
Dios y del 12 al 23 contiene una reflexión sapiencial y didáctica que el
salmista dirige a los “hijos”. Más precisión en la estructura resulta difícil y
artificial. Se estima que fue compuesto por un justo (alguien cercano al templo)
en el postexilio.
Los versículos que hoy se nos proponen se corresponden prácticamente con la
primera parte. Ya hemos dicho que resulta muy difícil hacer una estructuración.
Se puede proponer que los versos 2-4 son una introducción de tipo hímnico donde
se anticipa la lección del salmo (“que los humildes lo escuchen y se alegren”),
y el resto una referencia a la liberación, que deja preparado el camino para la
exhortación didáctica en torno al temor y la confianza en el Señor que hallamos
en la segunda parte del mismo (vv. 12-23). Más acertada puede ser una propuesta
de estructuración no lineal, en torno a los conceptos alabanza de Dios, los
humildes y/o afligidos y la salvación divina, comprendidos de manera progresiva
y circular, es decir, el orante comienza alabando a Dios e invita a los humildes
a participar de su alegría, expone sus razones, “yo consulté al Señor y me
respondió”, “me libró de todas mis ansias”, de ahí extrae su doctrina, “si el
afligido invoca al Señor Él lo escucha y lo salva de sus angustias”, lo cual se
convierte en nuevo motivo de alabanza y regocijo.
La dificultad, como decimos, estriba en determinar cuántos versículos ocupa la
alabanza, por ejemplo, o la referencia a los humildes. No parece ser esta la
pretensión del salmista, hemos de entenderlo como si tuviera presente en cada
momento la sucesión de conceptos antedicha. Veamos otros detalles interesantes.
La expresión gloriarse está recogiendo la totalidad de la persona, es una idea
muy presente también en el NT (Rom 5, 11; 1Cor 1, 31; 2Cor 10, 17; Filip 3, 3).
El término humildes está asociado a la acción de gloriarse que, tal como
aparece, es un gesto que define a la persona, por tanto, si los humildes pueden
alegrarse de la experiencia del orante, significa que él participa de esta
condición. No obstante, hay que tener en cuenta que el término no designa la
virtud e la humildad, más bien está aludiendo a los yahvistas, los entregados y
comprometidos que, por ello, tienen derecho a la ayuda de Yhwh (cfr. Sal 10).
Es muy interesante la imagen empleada en el v. 6, “contempladlo y quedaréis
radiantes...”, recuerda a la experiencia de Moisés cuando salía radiante de
hablar con Dios (Ex 34, 29-35, cfr. 2Cor 3, 7-18), tal privilegio se ofrece
ahora a cualquiera del pueblo. El ángel del Señor alude al mensajero divino que
rodea y protege al ejército (cfr. Ex 14, 19; Jos 5, 14). Al final encontramos
los términos “gustar” y “ver”. El primero no se refiere a la dulzura interior o
espiritual sino a los bienes concretos que Dios concede a quienes lo temen (cfr.
1Pe 2, 2-3; Hebr 6, 2), tal vez se esté refiriendo a la participación de los
fieles (que más adelante aparecen) en los bienes del templo. De todos modos,
también se puede entender como una referencia a la bondad del Señor (Ex 33, 19;
Sal 25, 7; 145, 7). Si además tenemos en cuenta que inmediatamente después de
estos versos aparece una referencia a los ricos empobrecidos, la expresión se
hace teológicamente más rica (cfr. 1Sam 2, 1ss.). El verbo “ver” tiene aquí un
sentido fuerte de experimentar o apreciar. El juego entre ambos verbos no es muy
frecuente (más común resulta, por ejemplo, “ver” y “oír”).
Para continuar el estudio:
Puede consultarse la bibliografía del domingo 20 de junio. Además sería
interesante acercarse al tema de la sabiduría en Israel. Se puede empezar por
estos dos libros:
- VÍLCHEZ LÍNDEZ, J., Sabiduría y sabios en Israel, Verbo Divino, Estella 1995.
En un formato que casi podíamos calificar de bolsillo el autor estudia cada uno
de los libros sapienciales. En un primer momento presenta el mundo de la
sabiduría en Oriente Medio y su influencia en los textos bíblicos y luego ofrece
las características más importantes de éstos. Es un libro ameno y de fácil
lectura, muy recomendable en cuanto se trata de una obra actual a través de la
cual se puede tener una idea clara de la sabiduría y los sabios en Israel.
- VON RAD, G., Sabiduría en Israel, Cristiandad, Madrid 1985.
Este libro realiza un acercamiento a los escritos sapienciales de manera
sistemática, con lenguaje técnico. A partir de los grandes temas de la sabiduría
israelita y del Próximo Oriente Antiguo estudia los libros de Proverbios, Job,
Eclesiastés, Eclesiástico y Sabiduría. Tiene la ventaja de situar cada una de
las cuestiones en su contexto y abordarlas con profundidad. Es un clásico. No es
recomendable para trabajo en grupos que se están iniciando, pero sí para quien
esté formado e interesado en estos temas.
La segunda lectura de hoy es un texto perteneciente a la segunda carta del
apóstol San Pablo a Timoteo. Esta carta junto a primera a Timoteo y la dirigida
a Tito se agrupan bajo la denominación de “Cartas Pastorales”. Se trata de
escritos cuyos destinatarios estuvieron muy unidos a la actividad apostólica de
Pablo y en este tiempo son los líderes de las iglesias de Éfeso y Creta
respectivamente. Su propósito es dejar consolidada la organización de las
iglesias en sus diversos niveles. Su mensaje se centra en distintos núcleos: el
plan salvador de Dios (1Tim 1, 1; 2, 3; Tit 1, 3) se ha manifestado en Cristo (Tit
2, 10) que vino al mundo para salvar a los pecadores (1Tim 1, 5); esta salvación
se hace presente mediante el evangelio (2Tim 1, 9-10) cuya depositaria es la
iglesia (1Tim 3, 15) que es también quien canaliza esta voluntad salvífica (Tit
2, 14); dentro de la comunidad de la iglesia hay ministros (2Tim 1, 6; 2, 7)
encargados de dirigir la comunidad, presidir las reuniones, predicar y enseñar
(1Tim 3, 4ss.; Tit 1, 6); las comunidades tienen el deber de dar testimonio de
vida cristiana (1Tim 5, 1ss.), no sólo entre sí, sino también ante las
autoridades civiles (1Tim 2, 1ss.; Tit 3, 1); sus ministros han de ser
cuidadosamente seleccionados para garantizar la transmisión de la doctrina (1Tim
1, 3-19; 6, 11-16; 2Tim 2, 15; 3, 10-13; Tit 1, 9-11; 2, 1-7); se añaden también
un conjunto de virtudes humanas similar a los catálogos de virtudes difundidos
en el helenismo. El estilo de las cartas puede decirse que es paulino en sus
fórmulas (1Tim 3, 10; 1Cor 11, 28), en el uso de frases densas (2Tim 1, 8-10),
anacolutos (Tit 1, 1-4), hebraísmos (1Tim 2, 2; 3, 6), antítesis (2Tim 2, 9-13),
en muchos momentos se revela un estadio muy maduro en la mentalidad del autor,
así se evocan recuerdos del pasado (1Tim 1, 12-17; 2Tim 1, 3-6), se insiste en
la moderación (1Tim 3, 2; 2Tim 1, 7) y se mantiene cierto pesimismo respecto a
la religión judía (1Tim 5, 11). Es significativo el análisis del vocabulario, de
un total de 902 términos hay 306 que no se encuentran en el resto de los
escritos de Pablo. Estos últimos factores junto a la situación histórica
descrita (organización de las comunidades), el tono religioso (nuevas
perspectivas teológicas) y los errores que se combaten han llevado a la
investigación actual a dudar de su autenticidad. Para algunos se trata de
amanuenses que escribían al dictado del apóstol, otros creen que se trata de
herederos del pensamiento paulino que usan su nombre para dirigirse a estas
iglesias. No hay todavía acuerdo al respecto y siguen pesando argumentos en
favor de la autoría de Pablo. De ahí que no se pueda establecer una época
concreta para su composición que los más escépticos retrotraen hasta el siglo
II.
Timoteo era hijo de padre pagano y madre judía (Hech 16, 1), de una familia que
se hizo cristiana con la primera visita de Pablo a Listra (Hech 14, 6ss.). La fe
que Pablo plantó en él (1Tim 1, 2) debió crecer vigorosamente hasta a el punto
de que el apóstol lo tomó como compañero de viaje. Seis cartas de Pablo dan
prueba de ello al colocarlo como corremitente (1 y 2 Tesalonicenses, 2
Corintios, Colosenses, Filemón y Filipenses), también la carta a los Romanos
alude a que Timoteo caminaba junto a Pablo en sus viajes (Rom 16, 21). Timoteo
estuvo un tiempo en Berea (Hech 17, 14), de allí pasó a Atenas donde se reunió
con Pablo y fue enviado a Tesalónica para informarse del estado de la comunidad
(1Tes 3, 2; Hech 18, 5). De nuevo se encontró con el apóstol en Corinto (Hech
18, 5) y lo acompañó en su tercer viaje misionero, recorriendo Éfeso (Hech 19,
22), Macedonia (Hech 19, 22) y Asia Menor (Hech 20, 4) hasta Jerusalén, donde
Pablo fue hecho cautivo (Rom 16, 21; Hech 20, 4). Desde su cautiverio el apóstol
lo envió a Filipos en busca de noticias (Filip 2, 10). Al final de su vida,
Pablo le escribió en un momento en que se encontraba solo y abandonado (2Tim 4,
16), tal vez con el deseo de ultimar algunos detalles acerca de la organización
de la comunidad. La carta a los Hebreos habla de un Timoteo que fue puesto en
libertad (Hebr 12, 23), no es seguro que se trate del mismo personaje, si así
fuera, ésta sería la última noticia que el NT nos refiere de él.
La segunda carta a Timoteo se presenta como escrita por Pablo cautivo en Roma
(2Tim 1, 17). Allí es tratado como un malhechor (2, 19) aunque puede recibir
visitas (1, 17; 4, 11.21). Se mencionan detalles próximos a la situación, como
la predicación herética de Himeneo (2, 17), las erróneas acciones de Alejandro
(4, 14), la capa y los libros dejados en Tróade (4, 13), el abandono de Dimas
(4, 10), el envío de Tíquico a Éfeso (4, 12), o los contactos mantenidos con la
casa de Onesíforo (1, 16). Parece que durante la cautividad debió tener
oportunidad para defenderse y que los que estaban con él lo abandonaron (4, 16),
aunque Dios lo libró y quedó libre para continuar su predicación entre los
gentiles (4, 17). En algunos pasajes de la carta da la impresión de que Pablo
está seguro de su muerte inminente (4, 6s.), sin embargo, estos detalles últimos
que acabamos de referir dan muestras de que aún seguirá en su tarea apostólica.
Ya hemos aludido a la dificultad que presenta este escrito a la hora de intentar
una estructuración. Es claro que 1, 1-5 contiene un saludo y acción de gracias y
que 4, 19-22 es la despedida, precedida de unas recomendaciones y encargos (4,
9-18), el cuerpo restante de la carta es mejor organizarlo en torno a los
núcleos temáticos detallados anteriormente.
El texto de 2Tim 4, 6-8.17-18 se encuentra casi al final de la carta. Está
dividido en dos partes, como evidencia la lectura de los versículos, no
obstante, a primera vista no se aprecian saltos bruscos en el hilo narrativo. Se
trata de un discurso elaborado en primera persona como toda la carta, donde
Pablo afirma estar al final de sus días y expone de forma muy sintética su
convicción de haber trabajado correctamente en el anuncio del evangelio a los
gentiles, y sus esperanzas en lo que Dios le tiene reservado. La temática que
rodea la primera parte es la que aparece en muchos lugares a lo largo de toda la
carta, se insiste a Timoteo que persevere en la fe, que se dedique en todo
tiempo al anuncio del mensaje recibido, principalmente contra todos aquellos
embaucadores que ocultan de palabra y de obra la verdad. La segunda parte se
inserta entre las últimas recomendaciones prácticas y avisos que da el apóstol a
Timoteo y los saludos finales. Los vv. 6-8 pueden considerarse formando parte
del “testamento de Pablo”.
El punto de partida, que está en el texto inmediatamente anterior y al final de
esta primera parte, es la referencia a la segunda venida del Señor, a lo que se
une el juicio sobre vivos y muertos (cfr. Hech 10, 42; Rom 14, 9-10; 1Pe 4, 5).
Desde aquí el apóstol interpreta su situación actual. Pablo espera el final de
sus días como un rito sacrificial (cfr. Ex 29, 40), un martirio en honor a Dios
para la salvación de las almas (2Tim 2, 10; Filip 2, 17), al mismo tiempo, su
muerte es como un viaje de retorno a Cristo (Filip 1, 23). La imagen del combate
la encontramos también desarrollada en 1Tim 6, 12 relacionada con la del púgil
que aparece en otros lugares (1Cor 9, 26; 2Tim 4, 7). Aquí, unida a la de la
carrera, sirve para corroborar plásticamente su conciencia de haber defendido y
conservado la fe (1Tim 6, 14.20). De aquí se deriva la alusión a la corona
merecida, el premio de los ganadores (2Tim 2, 5; 1Cor 9, 25). El día de la
venida se refiere a la parusía de Cristo, en el texto está expresado con un
término que se usaba frecuentemente para aludir a la manifestación de los dioses
paganos y los emperadores que portaban prerrogativas divinas. Tal vez el apóstol
esté de este modo oponiéndose a las falsas manifestaciones, pero el centro de la
afirmación lo constituye la convicción de que Cristo vendrá como juez para decir
la última palabra sobre el destino del mundo y las personas, convirtiéndose en
salvador de los que creen en él, de ahí que al creyente tal acontecimiento le
inspire una confianza absoluta (1Cor 9, 25; Filip 3, 14; 2Tim 2, 5; Sant 1, 12;
1Pe 5, 4; Ap 2, 10).
La segunda parte de la lectura, los vv. 17-18, hemos de comprenderla también
desde las palabras referidas en el versículo anterior. Ahí se alude a que nadie
estuvo al lado del apóstol en su primera defensa. Si se refiere al primer
arresto domiciliario en Roma (2Tim 1, 15), cuando Pablo se encontraba en Éfeso
junto con Figelo y Hermógenes, el v. 16 se aludiría a su puesta en libertad y la
subsiguiente actividad misionera, pero si se refiere a la audiencia de este
proceso se estaría aludiendo al resultado positivo de la misma y a que el
apóstol dio testimonio ante los jueces y los que allí se encontraban. La imagen
del león es muy utilizada en el AT para referirse a cualquier clase de peligro
(Sal 21, 21). Termina esta segunda parte con una nueva afirmación de confianza
en Dios y una referencia al reino del cielo. De este modo se empalma con la
primera parte. En definitiva, el texto de hoy, colocado al final de la segunda
carta a Timoteo, se convierte en el testamento y ejemplo de Pablo dirigido a los
creyentes, su mensaje queda de este modo reforzado, vendría a reflejar su última
voluntad y mensaje: confianza absoluta en Dios que lo llevará a su reino eterno,
y conciencia firme de haber trabajado de acuerdo a sus planes anunciando el
evangelio a los gentiles.
Para continuar el estudio:
Puede consultarse la bibliografía del domingo 20 de junio. Además se pueden
tener en cuenta las siguientes obras:
- BORNKAMM, G., Pablo de Tarso, Sígueme, Salamanca 1987.
El libro presenta una biografía del apóstol y hace una síntesis de su
pensamiento. Es un libro técnico, de investigación, muy completo.
- SÁNCHEZ BOSCH, J., Escritos paulinos, (Introducción al Estudio de la Biblia 7)
Verbo Divino, Estella 1998, 429-486.
Ya presentábamos este libro al estudiar el texto de la carta a los Gálatas del
domingo 20 de junio. Las páginas que ahora referimos estudian las cartas
pastorales. Ahí se presenta también el texto de Segunda Timoteo.
(Algunas indicaciones generales sobre el evangelio de Mateo se ofrecen en el
comentario del lunes 21 de junio.)
El evangelio de este día contiene muchos elementos de Lc 9, 18-24, que
comentábamos el domingo 20 de junio. El texto tiene también su paralelo en Mc 8,
27-30. El contexto es muy parecido en los tres casos, en Mateo, después de la
multiplicación de los panes y unas advertencias a los discípulos acerca de los
fariseos, aparece este texto, luego Jesús aprovecha la incomprensión de Pedro
para instruir a sus discípulos sobre su destino sufriente y las condiciones del
seguimiento, y se continúa con la transfiguración. En Marcos, tras la
multiplicación de los panes encontramos igualmente unas advertencias de Jesús a
sus discípulos acerca de los fariseos, pero antes de la declaración de Pedro el
segundo evangelista incluye la curación del ciego de Betsaida, después aparece
la incomprensión de Pedro ante el destino sufriente de Jesús, las condiciones
para seguirle y el relato de la transfiguración. Lucas presenta el relato de la
multiplicación de los panes después del regreso de los apóstoles de su misión e
inmediatamente antes de la profesión de fe petrina, y continúa con el anuncio de
la pasión de Jesús (sin que el discurso sea promovido por la actitud de Pedro),
las condiciones del seguimiento y la transfiguración. Los detalles de la
narración contienen algunas variaciones, por ejemplo, Mateo y Marcos la
presentan en Cesarea de Felipe, mientras que luchas no ofrece una localización
precisa. La declaración de Jesús a Simón como piedra de la Iglesia sólo aparece
en Mateo que es también la declaración más completa acerca de la identidad de
Jesús. No hay que olvidar que cada evangelista compone y sitúa la historia de
acuerdo a las intenciones de su obra, Mateo está pensando en la Iglesia
convocada por Jesús en torno a Pedro, Marcos realza ante todo la figura de Jesús
cuya identidad va desvelando progresivamente a lo largo del evangelio, mientras
que para Lucas la escena forma parte de la presentación global de Jesús que
arranca desde el AT.
Este texto culmina la tercera parte del evangelio de Mateo dedicada a la
predicación y anuncio del reino a los discípulos (13, 1-16, 19). A partir de
aquí Jesús se va a centrar en la instrucción a éstos acerca de su destino
sufriente instándoles a participar del mismo. La narración se puede dividir en
dos, la llegada a Cesarea, pregunta a los discípulos y respuesta de Pedro, y una
segunda parte donde Jesús centra la constitución de la Iglesia en torno a este
discípulo. El carácter simbólico del lenguaje nos lleva a profundizar en el
contenido de los términos más importantes empleados. Acerquémonos pues, desde
esta perspectiva al texto. El escenario de la conversación es Cesarea de Felipe,
a unos treinta kilómetros al norte del mar de Galilea, ciudad fundada por Felipe
(4 a.C.-34 d.C.), rey de Iturea, hermano de Herodes Antipas. La historia se
sitúa en ámbito gentil. Jesús pregunta a sus discípulos identificándose como el
Hijo del Hombre, la expresión puede interpretarse como título mesiánico, al
menos está sugerido, con dos notas características, es un mesianismo sufriente y
su final será glorioso, referido a la venida del mesías como juez (véase el
breve comentario del evangelio que hacíamos ayer). A la pregunta de Jesús los
discípulos recogen las opiniones que sobre él tiene la gente. La referencia a
Juan Bautista (cfr. 14, 2) puede tener como trasfondo la creencia popular de que
fue un verdadero profeta (cfr. Mt 11, 9; 14, 5; 21, 26). La alusión a Elías está
recogiendo también la creencia en su retorno (Mal 3, 23-24; Sir 48, 10; Mt 17,
3.10-13). Mateo añade Jeremías, posiblemente también relacionado con la creencia
en que aparecería de nuevo (véase 2Mac 15, 13-16 donde se aparece Jeremías a
Judas Macabeo en una visión entregándole una espada). Con el simbolismo de la
profecía se recoge también la creencia en la llegada de los tiempos mesiánicos
(pues aquélla había ya desaparecido con Malaquías, el último profeta). Después
Jesús dirige la pregunta a los discípulos y Simón Pedro responde que es el
Mesías, el Hijo de Dios vivo. La primera expresión se comprende mejor desde lo
que acabamos de explicar (además se puede consultar lo comentado en el evangelio
del domingo 20 de junio), la otra, ausente en Mc y Lc, está reflejando
probablemente la fe de la comunidad postpascual (no tanto como comprensión plena
de la filiación de Jesús, sino desde la relación única que existe entre él y el
Padre). La segunda parte del evangelio no tiene paralelos con los otros dos
sinópticos (posiblemente no conocían estos dichos, o bien Mateo los ha tomado de
un contexto postpascual). Jesús llama a Pedro hijo de Jonás, de este modo el
discípulo queda revestido de las características que tiene el cambio de nombre
que Dios hace en la Biblia, es decir, el sujeto está llamado a adquirir una
nueva identidad, en su relación con Dios y con la misión a él encargada.
Saltamos a la siguiente afirmación de Jesús que entronca directamente con lo que
acabamos de decir. El nombre impuesto por Jesús es Pedro, helenización del
arameo Kephas, “roca”, símbolo unido al siguiente, la comunidad global de los
creyentes en Cristo, la iglesia (de todos los evangelios este término sólo
aparece aquí y en 18, 17, seguramente se trate también de una afirmación
postpascual). Se habla de edificar una comunidad, como si fuera una plaza fuerte
(7, 24-25). Recoge la imagen del pueblo elegido en el desierto (Dt 4, 10),
también en Qumrán se habla de la edificación de una comunidad de los salvados
por Dios desde una perspectiva escatológica. La razón de que se le llame roca a
Pero es la fe que acaba de demostrar con su confesión sobre la que tiene que
asentarse la Iglesia. Los símbolos de la carne y la sangre que dejábamos atrás
proceden del ámbito semita, se refieren a la naturaleza humana con el matiz de
debilidad y limitación. Precisamente a éstos se contrapone la imagen del Padre
que está en los cielos, la mesianidad que ha sido reconocida se debe a una
revelación divina. La iglesia edificada, dice el texto, no será derrotada por el
poder del infierno. Este símbolo se refiere no tanto al mal, sino a la morada de
los muertos, el sheol, con ello se expresa que los creyentes participan del
poder que sobre la muerte tiene Jesús. Las llaves indican el dominio que alguien
tiene sobre un edificio (cfr. Is 22, 22), este edificio ahora se denomina Reino
de los Cielos, no Iglesia, pero por el contexto viene a ser lo mismo, es decir,
la comunidad establecida por este Reino. Entre los rabinos las llaves además
hacían referencia al poder de alguien sobre otro en la línea de la enseñanza.
Sólo desde este contexto rabínico podemos comprender la bina “atar”-“desatar”,
declarar algo doctrinalmente lícito o ilícito, admitir o rechazar a alguien en
la comunidad religiosa, o bien inculpar o perdonar, aunque la expresión sigue
siendo oscura, no especifica la naturaleza y el uso de la autoridad que un poco
más adelante se aplica a toda la iglesia (cfr. 18, 18).
Para continuar el estudio:
- AGUIRRE MONASTERIO, R., Evangelio según San Mateo, en R. AGUIRRE MONASTERIO-A.
RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles,
(Introducción al Estudio de la Biblia 6) Verbo Divino, Estella 1992, 191-275.
Se trata de un estudio actualizado del evangelio de Mateo. Abarca los aspectos
literarios, teológicos e históricos. Estudia algunos textos significativos. El
lenguaje, aunque técnico, es muy claro y su lectura amena. Son también valiosas
las indicaciones que ofrece para el trabajo personal que pueden adaptarse a los
grupos de reflexión de las comunidades.
- ZUMSTEIN, J., Mateo el teólogo, (Cuadernos Bíblicos 58) Verbo Divino, Estella
1987.Éste, como todos los cuadernos bíblicos, tiene la ventaja de presentar con
sencillez los temas, pero de manera bastante completa. En este caso ofrece un
acercamiento al primer evangelio desde la clave teológica a través de tres
puntos: la historia, la imagen de Cristo que aparece en el texto y la visión que
este evangelio tiene de la Iglesia. Analiza también los textos que considera más
importantes y presenta sugerencias para el trabajo personal. Ideal para ser
trabajado en grupos.
Comentario teológico
Frecuentemente escribimos, hablamos o actuamos inspirados en los textos
bíblicos. No faltan ocasiones en que las citas son utilizadas por afán de
corroborar lo dicho o practicado. Utilizar de este modo la Biblia es sumamente
arriesgado, si en una página hallamos lo que cuadra cabalmente con lo que
pensamos, no es raro que a la vuelta pueda aparecer lo contrario. La teología
bíblica no ha de hacer “uso” del texto sin más, más bien ha de extraer un hilo
conductor, no para dar razón del presente, sino que, al ubicarlo en sus
circunstancias concretas, provoque un diálogo con el interlocutor, más aún, un
encuentro. Lo contrario sirve tan solo para justificar a ultranza situaciones
presentes o para fomentar nuestro inconformismo con éstas. Uno y otro caso hacen
de la reflexión un alegato y, lo que es peor, nos distancia de la riqueza de los
textos y de nuestra realidad presente. Desde este punto de vista la reflexión
sobre las lecturas de la fiesta de San Pedro y San Pablo ha de facilitar desde
nuestra fe un encuentro con la historia de la fe de estas dos personalidades
emblemáticas y de sus comunidades. Recorramos en primer lugar los hilos
conductores de los textos desde sus circunstancias propias.
Uno de los elementos que con más insistencia aparece en torno a estos personajes
es la comunidad. La persecución de Herodes es comprendida como una persecución
contra la comunidad a la que están ligados Santiago y Pedro. Esta primera
lectura subraya que se trata de una comunidad orante que intercede por sus
miembros que se encuentran en peligro. Desde su punto de vista, la oración
conmovió las entrañas de Dios que envió un ángel para salvar a Pedro. Así es
como él mismo interpreta los acontecimientos. El análisis del texto nos mostraba
una nueva característica, decíamos que tras su liberación Pedro se dirige al
lugar donde se encontraba el grupo de los creyentes. La comunidad que sostiene
la fe es también comunidad de referencia y desde ella se comprenden las acciones
divinas. Si entendemos el milagro como un acto aislado realizado sobre una
persona exclusivamente, perdemos de vista su dimensión comunitaria. Más
claramente queda expresado en el salmo responsorial. El que en otros momentos se
sentía un desdichado ha experimentado la escucha y salvación de Dios, por eso
invita a la alabanza, para que su alegría se vea engrandecida y para dotar de
sentido la situación de los que padecen. Las palabras de Pablo en la segunda
lectura adquieren su sentido por la comunidad a la que se dirige. El estudio del
texto revelaba la importancia que a lo largo de toda la carta tiene la comunidad
a la que Timoteo pertenece, todo el mensaje del apóstol se encamina a que ésta
crezca fiel al mensaje recibido. Es un testamento que trasciende la mera
comunicación de sentimientos. La comunidad se convierte en este caso en
comunidad de escucha. El evangelio revela una nueva característica: el grupo de
los seguidores de Jesús se sustenta en la fe, no de Pedro, sino la expresada por
él, es decir, la creencia que Jesús es el Mesías. Esta es una comunidad de
creyentes.
Otro motivo importante de los textos de hoy, centrado esta vez en las personas
concretas, es el sufrimiento. Pedro es salvado por Dios en la cárcel, el
salmista ha experimentado cómo el Señor lo ha librado de sus angustias, Pablo ha
sentido la liberación de la boca del león (muchos pasajes de 2 Timoteo
manifiestan detalles concretos). El texto evangélico no lo recoge
explícitamente, pero sí está expresado en algunos de sus elementos, por ejemplo
los términos Hijo del Hombre y Mesías se refieren al desprecio y la pasión de
Jesús de la que los mismos discípulos habrán de participar. El sufrimiento es la
situación donde se da el encuentro con el verdadero rostro de Dios. A este
segundo elemento hemos de unir el testimonio, entendido como la manifestación de
que el dolor ha llevado a una mejor comprensión de la identidad de Dios.
Veámoslo en los textos. “Era verdad: el Señor ha enviado un ángel para librarme
de las manso de Herodes y de la expectación de los judíos”, son las palabras de
Pedro en la primera lectura. Algo parecido encontramos en el anónimo salmista,
su alegría y deseos de comunicación por las acciones de Dios son incontenibles.
La segunda lectura es en sí misma una explicitación de que la acción de Dios
sobre el apóstol ha sido una continua liberación de los peligros. Desde aquí se
puede apreciar también la relación intrínseca que existe entre el anuncio o
testimonio y el peligro o el sufrimiento. No debe entenderse, por tanto, que
Pablo esquive las desgracias con la ayuda divina, sino que la acción de Dios se
da en el sufrimiento que conlleva también el anuncio (en Pablo dirigido a los
gentiles). En cuanto al evangelio, es evidente que el núcleo principal lo
constituye el testimonio transmitido por Pedro. Un testimonio que igualmente
lleva en sí mismo la referencia, como antes decíamos, al dolor (curiosamente la
etimología del término martirio abarca el campo semántico de testimonio).
El último elemento a nuestro juicio importante lo constituye la confianza.
También está relacionado con los dos anteriores. Donde mejor aparece expresado
es en la segunda carta a Timoteo: la ayuda que Dios le ha dado al apóstol
librándolo de los peligros son motivo de confianza para la última prueba. Pero
también se encuentra recogido en los demás textos. La primera lectura está
organizada en torno a la comprensión de los acontecimientos desde el plan de
Dios, el objetivo del salmista es aumentar la confianza en Dios de los que se
encuentran atribulados, y el evangelio da muestras de que la declaración de la
identidad de Jesús procede de los planes del Padre.
Al comienzo de nuestra reflexión tratábamos de alejarnos de una utilización a
ultranza de los textos. Por ello nos hemos dirigido a su situación vital desde
los elementos más sobresalientes. El punto final lo ha de poner el encuentro que
se establece con nuestra propia situación. Podemos resumirlo del siguiente modo:
- El creyente adquiere su identidad en su comunidad. En todo momento los
creyentes Pedro y Pablo han de ser comprendidos en relación con sus comunidades.
No están situados por encima. La comunidad es parte decisiva en sus vidas, de
ahí que esta sea, dependiendo de las circunstancias, una comunidad orante, o de
regocijo, de escucha o comunidad de creyentes.
- Los momentos de dolor son la circunstancia donde Dios revela con más claridad
su rostro. La importancia concedida a los dos grandes apóstoles se apoya en el
testimonio que dan de la manifestación salvífica de Dios en sus vidas, tal
manifestación se presenta en contextos de sufrimiento. El testimonio es también
la consecuencia lógica de esta acción divina de la que ellos se consideran
simples instrumentos.
- El protagonista principal es Dios, de ahí nace la confianza absoluta del
creyente. En los textos en todo momento está presente la convicción de que Dios
guía la historia de su pueblo (la historia del pueblo comienza a ser tal desde
el momento en que éste es el pueblo de Dios).
Para la revisión de vida
- Si no queremos matar su significado, la fiesta de hoy no es la celebración de
la superioridad de unos apóstoles sobre otros, ni la justificación de la
autoridad eclesiástica de nuestra iglesia. Desde este punto de vista ¿qué
sentido tiene para mí la celebración de la fiesta de San Pedro y San Pablo? ¿Veo
en ellos a dos santos como predestinados por Dios con cuyas vidas la mía nunca
se podrá asemejar? ¿Cómo debería comprender el testimonio de sus vidas y cómo
debería afectar en mí?
- En los textos de hoy se da mucha importancia al sufrimiento y la persecución
ejercida sobre las comunidades o los personajes más importantes, ¿se dan
situaciones de dolor en mi vida por causa de mi fe? ¿Cómo las comprendo?
- El testimonio de vida es, junto con el punto anterior, otro de los aspectos
importantes, ¿hasta dónde apoyo en mi comunidad a las personas que, aunque no
tengan autoridad visible, tienen la autoridad que se les debería conceder por el
testimonio de sus vidas? ¿De qué modo me siento agradecido/a por la presencia de
estas personas?
- ¿Qué actitudes deberían tener los que están al frente de nuestras comunidades?
¿Me conformo con lo que siempre he visto y se me ha dicho? ¿Qué debo cambiar en
mi forma de ver las cosas?
Para la reunión de grupo
- Tradicionalmente la fiesta de San Pedro y San Pablo se ha venido comprendiendo
como la celebración de los apóstoles más importantes de Jesús, de los que la
jerarquía católica es heredera directa. Con los textos bíblicos se ha
corroborado esta idea y se ha dado razón de cómo existe una continuidad
indiscutible entre ellos dos y lo que el mismo Jesús tenía en mente. No es muy
acertado entender de este modo la figura de Pedro y Pablo. Se pueden analizar,
sin ayuda de los textos, cuál es la imagen de iglesia que se tiene desde esta
perspectiva (piramidal, comunitaria, etc.). Se pueden ver otros casos en los que
se mira al pasado para justificar el presente.
- ¿Qué función tiene la comunidad de creyentes que se vislumbra en cada uno de
los textos? ¿Qué características tiene? ¿De qué modo los personajes más
importantes que aparecen están ligados a dichas comunidades? ¿Qué imagen de
Iglesia es la que se puede percibir?
- Un elemento que se repite en torno a los personajes de los textos de hoy es el
sufrimiento. ¿Cuál es la relación que guarda éste con su fe? ¿Cómo podemos ver
relacionada en los textos la cadena sufrimiento-acción salvadora de
Dios-testimonio?
- A partir de los tres puntos anteriores se pueden detallar las nuevas
características y consecuencias que tiene la celebración de San Pedro y San
Pablo para nuestras comunidades, y se puede comparar con el primer ejercicio
propuesto.
Para la oración de los fieles
- En la fiesta de San Pedro y San Pablo, te pedimos, Señor, por las comunidades
cristianas de nuestro mundo, para que nos sintamos en comunión unas con otras
por tener un mismo origen en el grupo de los apóstoles.
- Te pedimos también por nuestro mundo, por las personas que se aprovechan de
los demás, para que les ayudes a transformar sus corazones, y por quienes sufren
a causa de su fe, para que el testimonio de los apóstoles les llene de
fortaleza.
- Señor, que como San Pedro, sepamos reconocer al Mesías presente en las
personas que comparten cotidianamente nuestras vidas.
- Que seamos, Señor una comunidad apostólica. Que a ejemplo de San Pablo
llevemos el mensaje del evangelio allá donde más se necesite.
- También te pedimos, Señor, por nuestra comunidad, para que esté cerca de sus
miembros que sufren por su fe y aprenda a valorar su testimonio.
Oración comunitaria
Señor, te damos gracias por poder celebrar en este día la fiesta de San Pedro y
San Pablo. Te agradecemos el testimonio de sus vidas, su fe, y sus trabajos, que
son un estímulo para cada uno de nosotros. Te pedimos, que nos ayudes a tener un
corazón generoso, dispuesto a dar testimonio de Ti con nuestro comportamiento.
Concédenos también, Señor, que seamos una comunidad que esté cerca de quienes
sufren por causa de su fe.
31. DOMINICOS 2004
El Señor te dijo:
‘Simón, tú eres Piedra, sobre este cimiento fundaré mi Iglesia:
la roca perenne, la nave ligera.
No podrá el infierno jamás contra ella.
Te daré las llaves para abrir la puerta’
Vicario de Cristo, timón de la Iglesia.
Hoy la atención litúrgica se centra en los dos pilares más robustos de la
Iglesia de Cristo, san Pedro y san Pablo, aunque se dé preferencia en la fiesta
a san Pedro. La antífona de entrada nos lo dice así: Pedro, apóstol, y Pablo,
doctor de las gentes; ellos nos han señado tu ley, Señor.
Hagamos, pues, oración por los Pastores que rigen a las Iglesias, sobre todo por
el Papa Juan Pablo II, y vivamos la comunión en la fe, caridad, esperanza,
misión, obediencia, solicitud fraterna.
Todos somos la Iglesia de fe, amor, esperanza, solicitud, servicio, comunión,
participación, encarnación. Fundada por Cristo y puesta sobre las columnas de
los apóstoles, todos hemos de trabajar para que la universalidad de los
creyentes en Cristo alcancemos la unidad ardientemente deseada por el Espíritu.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Lectura de los Hechos de los apóstoles 12, 1-11:
“En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la
Iglesia. Primero, hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan, y, al ver que esto
agradaba a los judíos, mandó detener a Pedro.
Era la semana de Pascua. Mandó meterlo en la cárcel..., con intención de
ejecutarlo en público, pasadas las fiestas de Pascua.
Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba
intensamente a Dios por él, y la noche antes de que lo sacara Herodes..., de
repente se presentó allí un ángel del Señor toda la celda se iluminó. Al ángel
tocó a Pedro en el hombro, le despertó y le dijo: date prisa, levántate...,
ponte el cinturón.., échate la capa y sígueme. Pedro salió...”
Lectura de la carta de san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18:
“Querido hermano: estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida
es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he
mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez
justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí sino a todos los que tienen amor
a su venida.
El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que
lo oyeran todos los gentiles...”
Lectura del Evangelio según san Mateo 16, 13-19:
“En una ocasión, llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a los
discípulos: ¿quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Unos contestaron que Juan Bautista, otros que Jeremías o uno de los profetas.
Y él les preguntó: y vosotros, ¿quién decís que soy yo?.
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás... ¡ Ahora te digo yo: tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...”
Reflexión para este día
Hoy la figura de Pedro nos aparece radiante en su fe pascual-pentecostal,
dispuesto a afrontar con alegría todas las dificultades, incluida la cárcel; e
el reconocimiento de la grandeza y majestad de Jesús, que le eleva más allá de
los niveles de reflexión humana; e la asunción de un papel que le vincula para
siempre a la Iglesia de Cristo. Es la vinculación que en la Eclesiología
llamamos primado de Pedro en la caridad y gobierno de la comunidad cristiana.
Fe, servicio, amor, oblación. Toda comunidad formada por multitud de miembros
requiere algún tipo de presidencia en caridad y servicio. En la Iglesia de
Cristo, Pedro y sus sucesores son designados para cumplir ese deber y misión,
que son muy difíciles y están siempre expuestos a las flaquezas humanas en el
modo de sobrellevarlas, como atestigua la historia. Porque ello es así, hagamos
oración de súplica para que el Espíritu ilumine a nuestro Pontífice, y también
para que todos y cada uno de los creyentes, desde nuestro papel y
responsabilidad, seamos solidarios conscientes en la búsqueda siempre nueva de
fidelidad a cuanto el Señor quiso para su Iglesia.
ORACIÓN:
Señor Dios nuestro, te suplicamos, por medio de Cristo, tu Hijo, que en estos
años difíciles de la historia de la Iglesia, cuando son muchos los que titubean
en su fe, y en su amor a la Iglesia, nos concedas la gracia de contar con Papas,
Obispos, Sacerdotes, Religiosos, Consagrados y Fieles santos, capaces de hacer
milagros de amor y generosidad. Amén.
32. CLARETIANOS 2004
El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en
él celebramos el martirio de los santos Pedro y Pablo. Estos daban testimonio en
su vida de lo que habían visto, y con un desinterés absoluto, dieron a conocer
la verdad hasta morir por ella. (S.Agustín)
Pedro, el primero de los apóstoles, que amaba ardientemente al Señor, oyó de él
estas palabras: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. La
piedra no es Pedro, sino la fe que él profesó: “Tú eres el Mesías, el Hijo del
Dios vivo”
¿Cómo expresas hoy tu fe? ¿en qué consiste? ¿darías la vida por lo que crees?
Pero no pienses que estos santos nacieron ya así. Siempre me emociona y conmueve
recorrer el camino de fe vivido por Pedro. De muchas maneras se sintió Pedro
salvado por el Señor, desde su presunción primera, pasando por su negación
triple, hasta su. también triple declaración de amor a orillas del lago...
Salvado en lo más íntimo de su ser, sobre todo del orgullo y de la confianza en
sus propias fuerzas. La primera lectura narra cómo Pedro experimenta de nuevo la
salvación, la liberación de la prisión. La Iglesia, su comunidad de referencia,
oraba insistentemente a Dios por él, corría peligro de muerte. Dios escucha esta
oración comunitaria, todavía no había completado Pedro la misión que se le tenía
reservada...
También el Señor libra a Pablo de numerosos peligros y le dio fuerzas para
anunciar íntegro el mensaje cristiano. La 2ª lectura rebosa humildad, que es la
verdad, y confianza, lo dice todo sobre la vida y misión de Pablo: he combatido
bien mi combate, he mantenido la fe, me aguarda la corona merecida... a él la
gloria por los siglos.
¿Podremos decir lo mismo al final de nuestros días?
Procuremos imitar la fe de estos apóstoles, su vida, sus trabajos, su
sufrimiento, su doctrina, su confianza.
Pedro, roca; Pablo, la espada;
Pedro, la red en las manos;
Pablo, tajante palabra.
Pedro, llaves; Pablo andanzas.
Y un trotar por los caminos con cansancio en las
pisadas.
Cristo tras los dos andaba;
a uno lo tumbó en Damasco y al otro lo hirió con
lágrimas.
Roma se vistió de gracia: crucificada la roca, y la espada muerta a espada.
Amén
Vuestra hermana en la fe
Consuelo Ferrús, Misionera Claretiana
(rmiconsueloferrus@telefonica.net)
33 Miércoles 29 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: Ahora sí estoy seguro de que el Señor envió a su ángel,
para librarme de las manos de Herodes * Ahora sólo espero la corona merecida *
Tú eres Pedro y yo te daré las llaves del Reino de los cielos.
Más información.
1. Sucesor de Pedro...
1.1 El Papa Juan Pablo I, de tan breve como gratamente recordado pontificado,
nos regaló en la Eucaristía en que iniciaba su servicio de Supremo Pastor, el 3
de septiembre de 1978, estas palabras que bien ilustran no sólo lo que significa
el Papa sino quién es Pedro en el querer de Cristo. Entresacamos algunos textos.
La numeración es nuestra.
1.2 Venerados hermanos e hijos queridísimos. En esta celebración sagrada, con la
que damos comienzo solemne al ministerio de Sumo Pastor, que ha sido puesto
sobre nuestros hombros, el primer pensamiento de adoración y súplica se dirige a
Dios, infinito y eterno, el cual, con una decisión suya humanamente inexplicable
y por su benignísima dignación, nos ha elevado a la Cátedra de San Pedro. Brotan
espontáneamente de nuestros labios las palabras de San Pablo: “¡Oh profundidad
de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son
sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Rom 11, 33).
2. Todo el Pueblo de Dios reunido en torno al Papa
2.1 Nuestro pensamiento va después, con paterno y afectuoso saludo, a toda la
Iglesia de Cristo; a esta asamblea que casi la representa en este lugar
--cargado de piedad, de religión y de arte--, que guarda celosamente la tumba
del Príncipe de los Apóstoles; y también a la Iglesia que nos está viendo y
escuchando en estos momentos a través de los modernos instrumentos de
comunicación social.
2.2 Saludamos a todos los miembros del Pueblo de Dios: a los cardenales,
obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, misioneros, seminaristas, seglares
empeñados en el apostolado y en las diversas profesiones; a los hombres de la
política, de la cultura, del arte, de la economía; a los padres y madres de
familia, a los obreros, a los emigrantes, a los jóvenes de ambos sexos, a los
niños, a los enfermos, a los que sufren, a los pobres.
2.3 Queremos dirigir asimismo nuestro saludo respetuoso y cordial a todos los
hombres del mundo, a quienes consideramos y amamos como hermanos, porque son
hijos del mismo Padre celestial y hermanos todos en Cristo Jesús (cf. Mt. 23, 8
ss.).
3. La misión de Pedro en la Iglesia
3.1 La Palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos ha presentado como en un
crescendo, ante todo a la Iglesia, prefigurada y entrevista por el profeta
Isaías (cf. Is 2, 2-5) como el nuevo Templo, hacia el que confluyen las gentes
desde todas las portes del mundo, deseosas de conocer la ley de Dios y
observarla dócilmente, mientras las terribles armas de guerra son transformadas
en instrumentos de paz. Pero este nuevo Templo misterioso, polo de atracción de
la nueva humanidad --nos recuerda San Pedro--, tiene una piedra angular, viva,
escogida, preciosa (cf. 1 Pe 2, 4-9), que es Jesucristo, el cual ha fundado su
Iglesia sobre los Apóstoles y la ha edificado sobre San Pedro, Cabeza de ellos
(Lumen gentium, 19).
3.2 “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia” (Mt 16,18): son
las palabras graves, importantes y solemnes que Jesús dirige a Simón, el hijo de
Juan, en Cesárea de Filipo, después de la profesión de fe que no ha sido el
producto de la lógica humana del pescador de Betsaida, o la expresión de una
particular perspicacia suya, o el efecto de una moción sicológica; sino el fruto
misterioso y singular de una auténtica revelación del Padre celestial.
3.3 Y Jesús cambia a Simón su nombre, poniéndole el de Pedro, significando con
ello la entrega de una misión especial; le promete edificar sobre él su Iglesia,
sobre la cual no prevalecerán las fuerzas del mal o de la muerte; le entrega las
llaves del Reino de Dios, nombrándolo así máximo responsable de su Iglesia, y le
da el poder de interpretar auténticamente la ley divina.
3.4 Ante estos privilegios, o mejor dicho, ante estas tareas sobrehumanas
confiadas a Pedro, San Agustín nos advierte: “Pedro, por su naturaleza, era
simplemente un hombre; por la gracia, un cristiano; por una gracia todavía más
abundante, uno y a la vez el primero de los Apóstoles” (SAN AGUSTÍN, In Ioannis
Evang. tract., 124, 5; PL 35, 1973).
3.5 Con atónita y comprensible emoción, pero también con una confianza inmensa
en la gracia omnipotente de Dios y en la oración ferviente de la Iglesia, hemos
aceptado ser el Sucesor de Pedro en la sede de Roma, tomando el “yugo” que
Cristo ha querido poner sobre nuestros frágiles hombros. Y nos parece escuchar
como dirigidas a Nos, las palabras que según San Efrén, Cristo dirige a Pedro:
“Simón, mi apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te
he llamado ya desde el principio Pedro porque tú sostendrás todos los edificios;
tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la
tierra;... tú eres el manantial de la fuente, de la que mana mi doctrina;... tú
eres la cabeza de mis apóstoles;... yo te he dada las llaves de mi reino” (S.
EFRÉN, Sermones in hebdomadam sanctam, 4, 1; LAMY T. J., S. Ephraem Syri hymni
et sermones, 1,412).
4. Roma, centro de la unidad y de la caridad
4.1 Desde el primer momento de nuestra elección y en los días siguientes, nos
hemos sentido profundamente impresionado y animado por las manifestaciones de
afecto de nuestros hijos de Roma y también de aquellos que, de todo el mundo,
nos hacen llegar el eco de su incontenible gozo por el hecho de que una vez más
Dios ha dado a la Iglesia su Cabeza visible. Resuenan de nuevo espontáneas en
nuestro espíritu las conmovedoras palabras que nuestro gran Predecesor, San León
Magno, dirigía a los fieles romanos: “No deja de presidir su sede San Pedro, y
está vinculado al Sacerdote eterno en una unidad que nunca falla... Y por eso
todas las demostraciones de afecto que, por complacencia fraterna o piedad
filial, habéis dirigido a Nos, reconoced con mayor devoción y verdad que las
habéis dirigido conmigo a aquel cuya sede nos gozamos no tanto en presidir, como
en servir” (S. LEÓN MAGNO, Sermo V, 4-5; PL 54, 155-156).
4.2 Sí, nuestra presidencia en la caridad es un servicio y, al afirmarlo,
pensamos no solamente en nuestros hermanos e hijos católicos, sino asimismo en
todos aquellos que quieren también ser discípulos de Jesucristo, honrar a Dios y
trabajar por el bien de la humanidad.
4.3 En este sentido, dirigimos un saludo afectuoso y agradecido a las
Delegaciones de las otras Iglesias y comunidades eclesiales, aquí presentes.
Hermanos todavía no en plena comunión, dirijámonos juntos hacia Cristo Salvador,
avanzando unos y otros en la santidad que él quiere para nosotros y, juntos en
el recíproco amor sin el cual no existe cristianismo, preparando los caminos de
la unidad en la fe, en el respeto de su verdad y del ministerio que él ha
confiado, para su Iglesia, a sus Apóstoles y a sus Sucesores.
4.4 Rodeado de vuestro amor y sostenido por vuestra oración, comenzamos nuestro
servicio apostólico invocando, cual espléndida estrella de nuestro camino, a la
Madre de Dios, María, Salus populi romani y Mater Ecclesiae, que la liturgia
venera de manera particular en este mes de septiembre.
4.5 La Virgen, que ha guiado con delicada ternura nuestra vida de niño, de
seminarista, de sacerdote y de obispo, continúe iluminando y dirigiendo nuestros
pasos, para que, convertidos en voz de Pedro, con los ojos y la mente fijos en
su Hijo, Jesús, proclamemos al mundo con alegre firmeza, nuestra profesión de
fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Amén.
34.San Pedro y San Pablo: Iglesia Apostólica
Homilía que ha dedicado a esta celebración el obispo de San Sebastián, José
Ignacio MunillaImágenes
La pregunta con la que se abre el Evangelio de esta Solemnidad de San Pedro y
San Pablo, la escuchábamos también recientemente en una lectura del Evangelio
dominical: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”(Mt 16, 13), “¿Quién
dice la gente que soy yo?” (Lc 9, 18).
He aquí una pregunta fundamental. Lejos de encerrar una curiosidad
intrascendente, hemos de reconocer que en la respuesta a esta pregunta nos va la
vida… No es lo mismo que Cristo sea un hombre más, por mucho que le reconozcamos
un especial carisma y talento; o que sea el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.
¡Ciertamente, no es lo mismo…! En el primero de los casos, Jesús podría ser un
personaje atractivo y admirable, como lo han sido tantos otros a lo largo de la
historia de la humanidad; pero, obviamente, nuestra existencia y nuestro destino
eterno no dependerían en absoluto de su persona…
Jesús no se anduvo por las ramas cuando formuló la pregunta: “¿Quién dice la
gente que soy yo?”… La respuesta no debía de ser tan fácil, porque los
discípulos allí presentes comenzaron por constatar la pluralidad de opiniones
existente: “Unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o
algún otro profeta”. Es decir, que podríamos deducir que la “opinión pública” no
lo tenía fácil para descubrir el misterio que se esconde y se revela en la
persona de Jesucristo. O quizás, matizando mejor las cosas, habrá que decir que
el plan de Jesús no era darse a conocer, sin más intermediarios, ante la
“opinión pública”, sino en el seno de aquella Iglesia incipiente. Veámoslo...
Llama la atención que, tras las primeras respuestas fallidas, Jesús vuelve a
formular la pregunta al conjunto de los apóstoles: “¿Y vosotros, quién decís que
soy yo?” (Mt 16, 14). No pregunta “¿tú qué piensas?”, sino “¿qué pensáis
vosotros?”. Se dirige al grupo de los discípulos, no a cada uno en particular.
En otras palabras: a Jesucristo no se le conoce aisladamente, no llegamos a Él
yendo por libre, sino en la comunión de la Iglesia… No hay Jesús sin Iglesia, de
la misma forma que tampoco hay Iglesia sin Jesús. Jesucristo y la Iglesia están
intrínsecamente unidos, como lo está la cabeza con su cuerpo. Aquí también
podríamos aplicar aquella máxima del Evangelio: “Lo que Dios ha unido, que no lo
separe el hombre” (Mt 19, 3-6).
Pero si continuamos con la lectura atenta del texto, podremos fijarnos en un
detalle importante: el apóstol Pedro se adelanta a los demás discípulos para
responder a Jesús en nombre de todos, haciendo una confesión de su divinidad:
“¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!” (Mt 16, 16). No parece un dato
irrelevante el que fuese precisamente Pedro quien respondiese al Señor, a tenor
de las palabras que posteriormente le dirige Jesús: “Dichoso tú, Simón, porque
esas palabras no te las ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en el Cielo” (Mt 16, 17). Parece obvio que Pedro ha recibido una gracia
especial para dar respuesta a la pregunta que hace Jesús sobre su identidad, es
decir, para confesar con autoridad la fe de la Iglesia: “Tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia… Lo que ates en la tierra quedará atado en los
cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,
19).
He aquí una muestra de la misericordia divina hacia todos nosotros: el
ministerio apostólico de la Iglesia. Dios no nos deja a merced de nuestras
dudas, no nos abandona en los errores de nuestra subjetividad, en la dificultad
real que tenemos de conocer el misterio divino que nos trasciende. No, Dios
tiene misericordia de nosotros y nos asiste a través del ministerio apostólico,
y de una forma especial en el ministerio de Pedro y de sus sucesores.
Ahora bien, el hecho de que Pedro tenga esa asistencia divina para confesar la
fe y para gobernar la Iglesia, no quiere decir que no sea humano, y que no le
pesen las cruces concretas de la vida… En la primera lectura vemos al primer
Papa encarcelado, en grave peligro para su vida, y a la primera comunidad de los
cristianos de Roma, que reza por él con plegarias especiales. El texto de los
Hechos de los Apóstoles es conmovedor: “Mientras Pedro permanecía bajo custodia
en la cárcel, la Iglesia rogaba incesantemente a Dios por él” (Hch 12, 5).
Sí, queridos hermanos, también hoy, dos mil años después, la Iglesia entera
continúa orando por el sucesor de Pedro, consciente de las responsabilidades tan
grandes que se le han encomendado, acompañadas de incomprensiones y de no pocas
persecuciones… En la fiesta de hoy, la Iglesia entera se une en torno a Pedro,
precisamente en este día en que el Papa entrega el palio a los nuevos arzobispos
de Valladolid, Toledo y Oviedo, entre otros muchos arzobispos de diversas partes
del mundo.
Esta liturgia que se ha realizado esta mañana en la Basílica de San Pedro de
Roma, conocida como la “entrega del palio”, es un signo de la encomienda que
Cristo hace de su tarea pastoral a la Iglesia. El Señor le dijo a Pedro en aquel
coloquio inolvidable a orillas del lago de Galilea: “Apacienta mis ovejas”. Y
nos lo continúa diciendo también hoy a todos y cada uno de los obispos y
sacerdotes, cuando nos asocia a su pastoreo por el ministerio sacerdotal. Y os
lo dice también a todos los fieles bautizados, cuando os llama a ejercer el
apostolado, en la comunión del ministerio apostólico.
Como ya es tradicional en este día, nuestra Diócesis da gracias a Dios por el
curso pastoral que nos ha permitido concluir. En nombre del Señor, quiero
agradeceros a todos vuestra entrega generosa en este curso pastoral 2009-2010
que concluye. Aquél que dijo que no dejaría sin recompensa un vaso de agua que
diésemos a uno de sus discípulos, os quiere agradecer a través de este pastor
suyo, vuestra oración en favor de la Iglesia y vuestra participación en su vida
pastoral, así como vuestro testimonio en la vida pública.
Celebramos en esta solemnidad la memoria de dos apóstoles a un mismo tiempo: San
Pedro y San Pablo. Algunos podrían suponer equivocadamente que en el transcurso
de sus vidas, Pedro y Pablo tuvieron una estrecha relación de amistad, pero lo
cierto es que, posiblemente, por los datos que podemos extraer de las cartas
paulinas, no se vieron más que en dos contadas ocasiones. Tres años después de
su conversión, Pablo subió a Jerusalén para ver a Pedro (cfr. Gal 1, 18).
Catorce años después, sube de nuevo a Jerusalén para exponer “a las personas más
notables” el Evangelio que proclama, para saber si “corría o había corrido en
vano” (Gal 2, 2).
Es decir, San Pablo nos da un auténtico ejemplo de cómo llevar adelante la
misión pastoral que Dios nos encomienda. Él tiene una conciencia muy clara de la
importancia de obtener la bendición de Pedro y del Colegio Apostólico, para
tener la plena garantía de que no se predica a sí mismo, y de que no está
confundiendo su ideología con la fe de la Iglesia. No lo hace porque tenga una
amistad especial con Pedro, sino porque sabe que es la roca sobre la que Cristo
fundó la Iglesia.
En las primeras Vísperas que ayer celebró Benedicto XVI en la Basílica de San
Pablo Extramuros, recordaba que las figuras de Pedro y Pablo evocan la doble
llamada de la Iglesia, a la unidad y a la universalidad: Pedro encarna la
llamada a la unidad, mientras que Pablo encarna la llamada a la universalidad…
No se trata de dos dimensiones contrapuestas, sino complementarias, como ellos
mismos demostraron en sus vidas, al morir hermanados en la confesión de la fe.
En este contexto de la llamada a la “universalidad en la unidad”, el Santo Padre
hizo pública ayer la creación de un nuevo organismo, bajo la fórmula de “Consejo
Pontificio”, con la tarea principal de promover una renovada evangelización en
los países de vieja cristiandad, que están viviendo una progresiva
secularización de la sociedad y una especie de “eclipse del sentido de Dios”. Se
trata, por lo tanto, de una nueva iniciativa del Papa para la nueva
evangelización en países secularizados.
Encomendemos especialmente al Papa en esta Santa Misa y apoyémosle con nuestra
oración diaria. ¡Dios bendiga los esfuerzos del sucesor de Pedro y de nuestra
Diócesis de San Sebastián en la preciosa tarea de la Nueva Evangelización!