52 homilías para la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora
21-31

 

21.

1. La gloria de María, gloria de la comunidad 
Al celebrar hoy la fiesta de la Asunción de María, vamos a procurar que los textos bíblicos nos hablen, cada uno desde su punto de vista, acerca de un acontecimiento que, en realidad, no está consignado explícitamente en ningún lugar del Nuevo Testamento. En efecto, sus páginas nada nos dicen de cómo murió María ni lo que después sucedió. La última vez que María es nombrada, la encontramos con los apóstoles y demás discípulos en Jerusalén, esperando la venida del Espíritu Santo. A partir de entonces, el más absoluto silencio se cierne sobre su figura como si su historia se encarnara y prosiguiera en la Iglesia, madre de los renacidos por la fe; como si quien engendró por el Espíritu Santo a Jesús y lo acompañó en su muerte, ahora se prolongara también por la fuerza del Espíritu en esta mujer-madre que es la Iglesia y de cuyo seno renace permanentemente Cristo en cada creyente.

Efectivamente, el texto del Apocalipsis de la primera lectura se refiere a un "gran signo" a través del cual Dios ejerce la salvación para con todos los hombres, destruyendo las fuerzas del mal. Este gran signo es una mujer, más precisamente una mujer parturienta coronada por doce estrellas e iluminada por el sol. No necesitamos mucha imaginación para descubrir en esta misteriosa mujer al pueblo de Israel con sus doce tribus, acosado permanentemente por las persecuciones de los pueblos vecinos, y que, sin embargo, se dispone a dar a luz al Salvador que ha de brotar de su seno. Y cuando esto tenga que suceder, Israel, la esposa de Yavé, se personifica en una mujer concreta, María, que lleva en su seno al hijo de David y que recibe de Isabel aquel significativo saludo: «Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu seno. ¿Y quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Feliz eres por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado por el Señor.» María engendra a Jesús que nace en Belén. Pero también María, al pie de la cruz, engendra como madre en la fe al Cristo Salvador en la cruz que asciende a los cielos... Entretanto, la Madre, es decir, la Iglesia, cuyo prototipo es María, es perseguida por la antigua serpiente, la misma que persiguió a Eva. Son las persecuciones que asolan a la Iglesia que, con la protección de Dios, se refugia en el desierto de los hombres como signo permanente de la presencia salvadora de Dios. También la Iglesia tiene su corona de 12 estrellas, los apóstoles, y es iluminada por el sol, Cristo... Este primer texto, por lo tanto, nos permite la siguiente reflexión: esta Mujer gloriosa que aparece en el cielo al final de los tiempos, es la Iglesia, la comunidad de fe que alcanza su victoria por la fuerza y el poder de Cristo.

Y esta comunidad es glorificada como madre de los que creen, resucitada de la muerte como Jesucristo. Es decir, que al celebrar hoy la fiesta de la Asunción de María, estamos celebrando, en forma anticipada, nuestra propia fiesta, nuestra propia glorificación. Antes se debe pasar por el duro trance del desierto: persecuciones, hambre y sed en un largo caminar. Pero al final se nos revela una potente voz que resonó en el cielo: Ya llegó la Salvación, el poder y el Reino de Nuestro Dios y la soberanía de su Ungido».

La fiesta de hoy es un grito de esperanza y de consuelo; de alegría y de victoria. Todos, igual que Eva, estamos acosados por la infernal serpiente que intenta devorarnos y destruir nuestra fe y confianza en Dios. También María tuvo que soportar el duro camino de la cruz y morir en el espíritu cuando su hijo, colgado del humillante madero, la consagró como madre de los vivientes por la fe: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Como bien hemos escuchado en la segunda lectura. "Cristo resucitó el primero de todos... después aquellos que están unidos a él en el momento de su venida. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección". Según esta fe, los cristianos unidos a una larga tradición creemos que María goza la misma gloria de Cristo, ya que estuvo asociada a él también en los dolores de la cruz. Y al celebrar hoy la Asunción, de alguna manera estamos celebrando todo el misterio de María, pues la asunción es la coronación de un proceso de fe, de obediencia a la voluntad divina y de humilde seguimiento de Jesús. Pero María no es una estrella solitaria; es la primera creyente, la figura de toda la Iglesia, comunidad de los que creen. Como en Pascua, hoy también gozamos todos anticipadamente de la misma gloria de Cristo, nuestro Salvador.

2. Por el camino de la pobreza y de la fe

El texto de Lucas, el evangelista que más puso de relieve el papel de María en la obra salvadora de Jesús, nos brinda la oportunidad para agregar algunas reflexiones más. Cuando María, que ya tiene en su seno al Salvador, parte gozosa hacia la casa de Isabel, bien ve Lucas en ella al Arca de la Nueva Alianza y el Nuevo Templo de Dios. María, la sierva pobre que abrió todo su corazón a Dios, es ahora la depositaria de su Palabra y de su Salvación, y corre gozosa para anunciarlas por las montañas de Judá. Así nosotros, así toda la comunidad, con alegría y prontitud debemos hoy anunciar esta Buena Nueva, si creemos de verdad que la llevamos como algo nuestro, íntimamente adherida a nuestra carne. Isabel proclama a María la madre del Salvador, y la muy feliz porque ha creído en la palabra del Señor. He ahí nuestra felicidad: aceptar y creer con confianza la Palabra de Dios. Podremos vivir en la pobreza, en la angustia, en la soledad, en la persecución..., mas la fe engendra una cierta alegría interior y permanente: Dios no nos abandona y nos acompaña como una nube.

Finalmente María canta las maravillas de Dios... No se fija en sí misma, ya que se considera una simple esclava; descubre, en cambio, que quien realiza la salvación es Dios, y canta su gloria. María no busca su propia gloria, no ambiciona nada, no espera nada para sí, no especula ahora que tiene en su seno al Hijo, comprometiendo de alguna forma todo el plan salvador de Dios. Ella es la pequeña, la pobre que ha sido mirada con bondad por Dios. Esa es su gloria y por eso la llamarán feliz... Magnífica lección para la Iglesia y para cada uno de nosotros: si la grandeza de María estuvo en la humildad y pobreza de espíritu, no busquemos más gloria que ésa. María, a través de la liturgia de hoy, nos señala un rumbo: dejemos que Dios obre a través de nuestra pobreza.

Seamos el signo viviente de su misericordia, de su amor generoso, de su benevolencia sin límites. Sin violencia, sin prepotencia, sin orgullo, debemos convertirnos en los portavoces y en los gestores de la liberación de los humildes y de los hambrientos, socorriendo al pueblo que confía en la Palabra del Señor. María, lo mismo que Jesús, llega a la gloria a través del camino de la pobreza y del renunciamiento. La Asunción no es la fiesta de una gloria mundana; es el triunfo del silencio, de la entrega delicada, de la espera confiada. Es el desafío a los poderosos y a los ricos que se quedan con las manos vacías porque tienen vacío el corazón; es la apología de una Iglesia que siempre debe tener esta libertad de María de poder cantar, con un corazón pobre y vaciado de toda aspiración ambiciosa, la única maravilla del amor salvador de Dios. Saquemos, pues, nuestra segunda conclusión: Busquemos la gloria al modo de María, la primera que creyó. No disociemos un misterio que ha de permanecer como un todo: cruz y resurrección; pobreza y poder de Dios; entrega silenciosa y gloria de la Pascua. Mientras cantamos hoy al amor de Dios que nos hace sus herederos, miremos nuestra pequeñez. Abrámosle el corazón y las manos. Estemos a su total y completa disposici6n para que el cántico de María sea una realidad: que la misericordia salvadora de Dios se extienda de generaci6n en generaci6n. Como María, también nosotros, por el hecho de ser creyentes, llevamos en nuestro seno a Cristo y su Palabra. Y si lo llevamos, anunciémoslo con alegría.

Celebrar a María es recorrer su mismo camino: el camino de la fe. Mirémosla como la mira el Nuevo Testamento, y la descubriremos como el "gran signo" de lo que tiene que ser nuestra vida: un morir con Cristo para resucitar con él.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 187 ss.


 

22.

«Fue asunta en cuerpo y alma»

Visitando el Metropolitan Museum, me detuve especialmente en las salas dedicadas al arte cristiano antiguo. Entre las maravillosas obras de arte allí expuestas, traídas de tantas partes del Viejo Continente, me llamó mucho la atención una pequeña arca de marfil, en que está primorosamente tallado el episodio de la dormición de María. Los apóstoles rodean cariñosamente el lecho en que se encuentra el cuerpo ya sin vida de la madre de Dios. Uno de ellos, probablemente san Pedro, alza tiernamente entre sus manos una pequeña niña, el alma de María, que acaba de salir de su cuerpo. El letrero que explica la obra de arte indica que se trata de la koimesis, de la dormición de María, y que es una muestra del arte bizantino probablemente del siglo X.

Llama la atención el contraste entre esta bella y tierna representación de María y la imagen de la mujer descrita en el texto del Apocalipsis que hemos escuchado en la primera lectura. Aquí aparece el triunfo de María no en la forma de esa pequeña niña, entre las manos de san Pedro, sino en la forma de «una mujer, vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas».

En el mismo Metropolitan Museum hay otras representaciones de la glorificación de María, inspiradas en esta descripción del Apocalipsis. Nosotros mismos, al pensar en la asunción de María, la asociamos con esa mujer «con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas», que hemos visto representada tantas veces. Los comentaristas del Apocalipsis subrayan que, en el texto que hemos escuchado hoy, y que debe considerarse como el corazón del último libro de la Biblia, la descripción de esta mujer no se está refiriendo directamente a la madre del Señor. Es un texto simbólico en el que se recoge la expectativa, ampliamente difundida en el mundo antiguo, de la venida de un salvador, que está atestiguada desde la India hasta Roma. Hay muchos mitos, en Babilonia, Egipto, Grecia..., que presentan a la diosa que va a dar a luz al salvador perseguida por un monstruo horrible, una personificación del mal. La mujer, protegida de forma extraordinaria, acaba dando a luz a un niño que quita la vida al monstruo y trae felicidad al mundo. Parece sumamente creíble que Juan, en este libro dirigido a las comunidades de Asia Menor, esté aludiendo a ese mito, sin duda conocido por aquellos creyentes.

¿Quién es esta mujer? Los antiguos comentaristas de la Biblia la identificaron con la Iglesia, pero en la Edad media muchos comienzan a considerar que se trata de María, la madre de Jesús. Los actuales exegetas han vuelto a la antigua interpretación y afirman que esa mujer es la Iglesia: la persecución de la mujer es la que tuvo que sufrir la Iglesia primera, oprimida por la bestia, que en el Apocalipsis es el Imperio romano; es la comunidad creyente que tuvo que sufrir crueles persecuciones por su fidelidad a Cristo. Sin embargo esta interpretación no excluye totalmente a María; es posible que Juan esté aludiendo tanto a la Iglesia, el pueblo de Dios, como a María, la que dio a luz al mesías. El evangelio nos trae otra imagen distinta de María. Inmediatamente después de que, en una pobre gruta de Nazaret, ha recibido el anuncio de que daría a luz al salvador, por obra del Espíritu Santo, María no se convierte en la «mujer, vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas»; no aparece la mujer a la que la piedad cristiana ha dado infinidad de títulos en las letanías lauretanas. María, «la esclava del Señor» se puso aprisa de camino y se dirigió hacia la montaña, quizá hacia las idílicas colinas de Ain Kareen, para felicitar y atender a su prima Isabel que iba a ser madre en su ancianidad.

La esclava del Señor, la verdadera arca de la alianza, porque llevaba ya en su seno verdaderamente a la palabra de Dios hecha carne, se convierte en discípula fiel del que iba a decir, poco después, que no había venido a ser servido, sino a servir. Y allí, en la idílica colina de Ain Kareen, María prorrumpe en un exultante canto de acción de gracias porque "el Poderoso ha hecho obras grandes en mí". Y nos habla del Dios en quien ella cree: el que «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos».

Hay dos títulos de María, que son como un resumen del Vaticano Il: ella es modelo de la Iglesia, de la comunidad de seguidores de Jesús, llamados como nuestro maestro no a ser servidos, sino a servir. Y ella es modelo de nuestra fe -«¡Dichosa tú, porque has creído!», le dirá Isabel-, una fe que no fue tampoco fácil para María, la que tuvo que conservar y meditar en su corazón los misterios que se iban desarrollando a su alrededor. Porque aquel que vive cerca del misterio de Dios, y nadie estuvo tan cerca como María, entra por caminos que están acompañados de dificultades, dudas y contradicciones, que le traspasan el alma, como profetizó a la misma María aquel bendito anciano Simeón. Y hoy celebramos el final de la vida de aquella mujer a la que generaciones y generaciones de creyentes hemos llamado bienaventurada. Han sido también generaciones y generaciones de creyentes movidos por ese Espíritu que Jesús nos prometió y que nos lleva hasta la verdad plena, las que comenzaron a afirmar lo que no relatan los evangelios y que Pío XII iba a definir solemnemente hace casi 50 años, en 1950: que María fue asunta en cuerpo y alma al cielo. Como dice el prefacio de la misa de hoy: "Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo".

En María se ha hecho ya realidad, lo que será también un día realidad en cada uno de nosotros. Es lo que afirma hoy Pablo: "Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de los que duermen... Todos también recibirán la vida por ser de Cristo. A la cabeza. Cristo: enseguida los que sean de Cristo, cuando él venga». La fe de generaciones de creyentes, que han llamado bienaventurada a María, es la que llevó a afirmar solemnemente a la Iglesia, por medio de Pío Xll, el triunfo definitivo de María que vive ya, en su realidad total, en la vida de Dios y allí nos espera e intercede por nosotros. De la misma forma que Cristo, nuestra cabeza, ha resucitado, «enseguida» María pasó a gozar de la plenitud de la vida de Dios. Han sido generaciones de creyentes las que afirman que aquella pequeña niña, que llevaba tiernamente san Pedro en sus manos en el arca de marfil del museo, se ha convertido en la «mujer, vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas».

No sé si nuestra vida es hoy tan dura como la de aquellos cristianos a los que Juan dirigió su Apocalipsis. Podemos decir que la comunidad de creyentes se siente hoy amenazada por una bestia que no es mejor que aquel Imperio romano, que acabaría un día derrumbándose. Hoy podríamos hablar de la bestia del materialismo, de la droga, del racismo, de la injusticia entre los hombres y los pueblos. A un nivel personal, sentimos nuestra vida amenazada por tantas y tantas dificultades que nos parece carecen de solución. La fiesta de María, asunta al cielo, es una llamada a la esperanza, a un creer y saber que nada de lo que sembramos queda sin fruto, de que hay un último sentido en todo lo que hacemos y en todo por lo que honestamente luchamos. María asunta al cielo, «figura y primicia de la Iglesia» es «consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra». Por eso, también nosotros, como aquellos primeros cristianos de Asia Menor, podemos escuchar ese griterío inmenso con el que concluye el texto del Apocalipsis de hoy y que es nuestra esperanza: «Ya llegó la liberación por el poder de Dios. Reina nuestro Dios y su Cristo manda».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA. Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 386 ss.


 

23.

Frase evangélica: «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen»

Tema de predicación: LA DICHA DE MARÍA

1. María es vista, en el catolicismo popular y en la iniciación a la devoción mariana, como Madre fecunda que concibe y fructifica, o bien como la «Soledad» o la «Dolorosa» sufriente, como la viuda a la que le matan a su hijo; o bien, finalmente, como «Purísima» o «Inmaculada» sin pecado, transparente y angelical. La Virgen es el polo femenino de un catolicismo sacerdotal y masculino. Simboliza la ternura, el sosiego, la paz... Hasta la renovación conciliar, se destacaban en María las virtudes de pureza, obediencia, resignación y sufrimiento, en tanto que después del Vaticano II se valora su fe en la Palabra y su solidaridad con los pobres, en permanente itinerancia. Es la Madre de la Iglesia.

2. Los evangelios aplican cuatro veces a María el concepto de «dichosa» o «bienaventurada», u otro equivalente: 
1) En la Anunciación, el ángel la saluda diciéndole: «Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo». Es dichosa por su cercanía a Dios, porque es receptiva al Espíritu. 
2) En la Visitación, su prima Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído». Lo es por su fe; es la creyente por antonomasia. 
3) En un momento de su vida pública, una mujer del pueblo le grita a Jesús: «¡Dichoso el vientre que te llevó...!». Es dichosa por su maternidad, por haber engendrado y dado a luz a Jesús. 
4) Al responder a dicha mujer, sanamente envidiosa, Jesús afirma: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». María, pues, es dichosa porque hace eficaz la palabra de Dios. De este modo se cumple la predicción de María: «Me llamarán dichosa todas las generaciones».

3. La dicha cristiana es consecuencia de la fidelidad al mensaje. En los evangelios, «la Palabra de Dios» equivale a la enseñanza de Cristo. Lucas presenta a Jesús como un profeta que revela la misericordia del Padre, el advenimiento del reino y el don del Espíritu Santo.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Ha evolucionado nuestra devoción a María?
¿Qué lugar ocupa la Virgen en nuestra vida?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 316 s.


 

24.

TE LLAMARAN BENDITA TODAS LAS GENERACIONES Isabel saluda a María con aquellas palabras con que la iglesia lo hace siempre (Lc 1,42). El «ave, María» tiene ya en el evangelio de Lucas el carácter de una fórmula de oración, en la que nosotros no escuchamos ya la voz de Isabel, sino, unidos con ella, la voz de la primitiva iglesia, que transmite ese saludo como una oración. Así, en esta escena, puede captarse la veneración viviente de la iglesia del nuevo testamento: la veneración de María es tan antigua como la iglesia misma, y Lucas nos dice que fue inspirada por el Espíritu santo, puesto que la fórmula en la que se expresa no es, para él, la invención de un hombre, sino donación del Espíritu de Dios. Ciertamente, si leemos el evangelio de nuevo, podemos afirmar todavía más: la veneración de María es un encargo confiado a la iglesia que se contiene en la Escritura, puesto que las palabras del Magnificat «He aquí que desde ahora me llamarán bendita todas las generaciones» se dirige a la iglesia de todas las épocas. Es una profecía que exige a los cristianos su cumplimiento, alabando a la llena de gracia.

En esta llamada a la iglesia venidera se halla asimismo, según el pensamiento estructurado del nuevo testamento, el contenido de esta fiesta: no puede ser alabado el que se encuentra bajo el dominio de la muerte. El Dios de los vivos no es glorificado por los muertos, sino por aquellos que viven a partir de él (cf. Mc 12,26s). Lucas explicó esta afirmación mediante otros dos recursos literarios. Mediante el modo como él entreteje las citas del antiguo testamento en el relato de la visita de María a Isabel, y en todo el denominado relato de la infancia, él caracteriza a María como el sagrado «resto» de Israel predicho por los profetas. Ella es, en persona, la hija de Sión llamada bendita y salvada definitivamente de todas las pruebas. Lo que se dice con ello quedará todavía más claro si se observa que Lucas establece un paralelo entre la madre del Señor con el arca de la alianza y que incluso la presenta como la auténtica y real arca de la alianza. Ella lleva en sí misma a la Palabra viviente. Ella es portadora de la palabra viva; antes de ser madre según el cuerpo, lo fue según el Espíritu, como dice muy acertadamente Agustín. En todos los demás, entre los hijos de Adán y Eva, el nacer, el misterio de la vida, es al mismo tiempo un misterio de muerte: la nueva vida presupone que lo viejo camina hacia la muerte. Pero el nacimiento de aquél que es la vida, no es un acontecimiento o hecho de muerte. No es otra cosa que la vida. El arca de la alianza es incorruptible...

De ahí pueden deducirse muchas aplicaciones. Pensemos sólo en una: David danza delante del arca (2 Sam 6,14), el niño Juan hace lo mismo en el seno materno, él se pone a danzar ante la verdadera arca del Señor. A la fe pertenece la alegría por la palabra hecha hombre, el «bailar» delante del arca, el estar alegre: bendita eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre: Jesús.

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 98 s.


 

25.

Toda la celebración de hoy tiene un color de victoria y de esperanza que nos va muy bien. En medio de un mundo sin demasiadas perspectivas y falto de buenas noticias, los cristianos celebramos la victoria de María, la Madre de Jesús y de la Iglesia, y nos dejamos contagiar de su alegría. Esta es una de las fiestas más populares de la Virgen y en muchos sitios se celebra como "fiesta mayor". Los cantos, las moniciones, la homilía y, sobre todo, la proclamación de las oraciones y de las lecturas, deben expresar la admiración por la obra que Dios ha hecho en Nuestra Señora y lo que esto supone de esperanza para la comunidad cristiana. (Aquí comentamos, directamente, las lecturas del día, y no las de la vigilia).

- VICTORIA EN TRES TIEMPOS

La fiesta de hoy se puede decir que tiene tres niveles.

La victoria de Jesús. Cristo Resucitado, tal como nos lo presenta Pablo, es el punto culminante de la Historia de la Salvación. Él es la "primicia", el primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, pasando a la nueva existencia. El segundo y definitivo Adán que corrige la obra del primero. Si él es "la primicia", señal que hay otros que le siguen en su destino glorioso.

La Virgen María, como la mejor cristiana, como la primera salvada por Cristo, participa ya de la Pascua de su Hijo. Como definió el papa Pío XII en 1950, ella, después de recorrer el camino de esta vida, fue elevada al cielo en cuerpo y alma. La que supo decir su "sí" radical a Dios, que creyó y fue plenamente obediente en su vida ("hágase en mí según tu Palabra"), ha sido glorificada, como primer fruto de la Pascua y asociada a la victoria de su Hijo. En verdad, el Señor "ha hecho obras grandes" en ella.

Pero la fiesta de hoy proyecta sobre nosotros el triunfo de Cristo y de su Madre. María, como miembro entrañable de la Iglesia, y en cierto modo de toda la familia humana, condensa en sí misma nuestro destino. Su "sí" a Dios y el "sí" pleno de Dios a ella, glorificándola, pertenecen de algún modo a la Iglesia y a toda la humanidad. Nos señalan el destino que Dios nos prepara a todos. Al celebrar la victoria de María, celebramos nuestra propia esperanza, porque, como diremos en el prefacio, "ella es figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".

- INVITACIÓN A LA ESPERANZA

La Mujer del Apocalipsis, aunque directamente sea la Iglesia misma, representa también de modo eminente a la Virgen María, la Madre del Mesías y el auxilio constante contra todos los "dragones" que luchan contra la Iglesia, que sigue siendo una comunidad en marcha, en lucha constante contra el mal. Los tiempos que vivimos son difíciles. El evangelio de Jesús no sólo no es apreciado, sino muchas veces explícitamente marginado o perseguido. Pero hoy, mirando a la Virgen, celebramos un final de victoria. La Asunción nos demuestra que el plan salvador de Dios se cumplirá, no sólo en Cristo y en su Madre, sino en toda la Iglesia. Esta fiesta es una acto de fe en que es posible esta salvación definitiva. Y así se convierte en una respuesta a los pesimistas y a los perezosos, o a los materialistas y secularizados que no ven más que los valores económicos o humanos. Algo está presente en este mundo, que trasciende nuestras fuerzas y que lleva más allá. La meta del hombre es la glorificación en Cristo y con Cristo. Todo él, cuerpo y alma, está destinado a la vida. Ésa es la dignidad y el futuro de todo hombre. En la misa de hoy pedimos que también a nosotros, como a María, nos conceda Dios que "lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo". Estamos celebrando nuestro propio futuro, realizado ya en una de nuestra familia, la Virgen María. La de hoy es una fiesta de final feliz de un amor y de una fidelidad mutua entre Dios y María, entre Dios y nosotros.

- NUESTRO MAGNIFICAT, LA EUCARISTÍA

Los domingos, y también en otros días como el de hoy que la Iglesia considera muy importantes, la comunidad cristiana se reúne y entona a Dios su alabanza y su acción de gracias. Como Isabel, dedicamos nuestra alabanza a María, porque ha creído. Y como la Virgen, entonamos, sobre todo en la plegaria eucarística, nuestra alegría y admiración por lo que Dios hace. Es nuestra respuesta a Dios, nuestro "Magníficat" continuado. Pero no sólo damos gracias, sino que en la Eucaristía participamos del mismo misterio pascual, la muerte y resurrección de Cristo, del que la Virgen participó ya en cuerpo y alma. Así, en cada Eucaristía, recibimos el inicio y la garantía de nuestra propia Asunción. Por nuestra fe en Cristo, por nuestra participación en sus sacramentos y por nuestro seguimiento de su estilo de vida, estamos caminando en la dirección justa para poder participar de la misma victoria que hoy recordamos de la Virgen María. Lo dijo Jesús: "Quien cree en mi tendrá la vida eterna; quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tendrá la vida eterna, y yo le resucitaré el último día".

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998, 11 7-8


 

26.

El misterio de la Asunción que celebramos hoy orienta nuestro pensamiento hacia una obra maestra de Dios en la humanidad: "una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas".

- María, en quien es glorificada la condición humana Esta mujer es María, la humilde esclava, la silenciosa, aquella que guarda en su corazón la Palabra de Dios. María, la fiel, aquella que creyó desde la Anunciación hasta el Nacimiento, desde el Templo hasta la Cruz. Misterio del amor, poder de la fe, fuerza de la esperanza. En María, toda la condición femenina -mejor dicho, toda la condición humana- es glorificada por Cristo resucitado: él arranca a su madre del pecado, la conduce por el camino estrecho de la fe hasta la Cruz, la ensalza haciéndola superar la muerte. Ella vive para siempre en la gloria de Dios. ¡Qué luz resplandece para nosotros que creemos en el desplegamiento de la Resurrección del Hijo en la Asunción de María! Nosotros que creemos que la condición de María, por anticipación, es también nuestra propia condición definitiva si somos capaces de llenarnos de su mismo amor! Y esta mujer, María, es virgen, es madre, es esposa.

- María es virgen

Virgen, María lo es deliberadamente, y siempre lo será: "María, siempre virgen", afirma nuestra fe. Se trata de una integridad física, ciertamente, pero más todavía de una total y perpetua disponibilidad, de capacidad infinita de donación. Tan sólo el amor exige y da sentido a la virginidad. En el corazón absolutamente libre, en el corazón enteramente disponible, Dios halla un lugar, y -en el caso de María- se encarna. Quizá actualmente no está de moda hacer elogios de la virginidad. Pero hoy no podemos dejar de recordar la fe viva de la Iglesia desde hace 2.000 años, una fe que suscita vírgenes consagradas a Dios para que él pueda llenar más plenamente con su amor a los que son capaces de abrírsele totalmente como María.

- María es madre

Por la acción misteriosa de Dios, María, la virgen, también es madre. Madre de Dios. Corporalmente concibe y da a luz a Jesús, el Hijo de Dios, el Hombre único. Antes de engendrar, ha concebido en su corazón, porque, por encima de la maternidad corporal está la receptividad de la fe: "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen", dirá un día Jesús. Dado que es consecuencia del amor más grande, la maternidad de María se extiende a toda la humanidad. Así lo expresa Jesús en la cruz: "He aquí a tu medre". Hija de nuestra raza humana, preparada con larga antelación por los "pobres de Israel" para los que sólo Dios basta, María es la madre de todos los que su Hijo reúne después de haberlos arrancado a la muerte.

- María es esposa

Virgen y madre, María es también esposa. En el templo, María afirmó: "Tu padre y yo te buscábamos con ansiedad". Descripción luminosa de lo que fue la sagrada familia. ¿Seremos capaces de comprender que la última palabra del amor conyugal no está dicha por la unión de los cuerpos sino por la profunda comunión de los corazones? El misterio de la Asunción consiste en la glorificación de la condición humana en una mujer que es justamente fuente de toda humanidad verdadera. Una luz resplandeciente que guía a esa humanidad hacia una vida plena, la vida plena que se encuentra en el amor de Dios. El Dios que "se ha acordado de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia por siempre" nos da a María como madre y como garantía de nuestra propia exaltación. ¡Démosle, ahora, gracias!

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1998, 11 11-12


 

27. 

La mujer revestida de sol, con la luna a sus pies y coronada de estrellas, es un símbolo femenino de la iglesia futura. Ella engendra la esperanza para una humanidad desgarrada por el poder opresor de la bestia. Ella es el emblema de Dios que encabeza la lucha contra el imperio del mal.

Junto a ésta mujer está Cristo. El es la esperanza de un mundo mejor donde toda violencia y poder opresivo será derrotado. Donde la vida mostrará todo su esplendor y opacará la muerte. Los dos representan el nuevo orden de Dios que poco a poco va irrumpiendo en el mundo para llevar la creación a su plenitud.

María, la madre del Señor, le canta a ese Dios. Un Dios que está decisivamente del lado de los pobres, que se ocupa de transformar el mundo para que sea un lugar de hermanos. Dios de misericordia que realiza su plan a partir de los humildes y sencillos. Por eso, ha glorificado a un sencilla campesina de Nazareth haciéndola gestora de la esperanza. Esperanza que transforma esta humanidad de violencia y muerte en una Nueva Humanidad de Vida y Justicia.

Hoy celebramos la asunción gloriosa de María. Debemos, por tanto, reconocer que en ella Dios ha dignificado a todos los seres humanos, en especial a las mujeres, convirtiéndolos en plenos participantes de su obra salvífica. El hombre había echado a perder los planes de Dios con opresiones, violencias y desigualdades. Dios, en Jesús, llama el mundo al nuevo orden, donde todos los seres humanos son igualmente dignos y de este modo se inaugura una nueva era de plenitud. 

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


 

28.

CIELO A LA VISTA

1. "Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas" Apocalipsis 11,19. El poeta cantó: ¿A dónde va, cuando se va la llama? ¿A dónde va, cuando se va la rosa? ¿Qué regazo, qué esfera deleitosa, qué amor de Padre la abraza y la reclama? El amor del Padre a la Madre Inmaculada de su Hijo y el del Hijo a su Madre, Esposa del Espíritu, a la gloria celeste la ensalzan.

2. El 1º de noviembre de 1950, Pio XII proclamó solemnemente: "Declaramos, definimos, que la Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida mortal, fue asumpta en cuerpo y alma a la gloria del cielo". El Apocalipsis pinta la imagen prodigiosa de una mujer glorificada que aparece encinta, a punto de dar a luz y "gritando entre los espasmos del parto", y acosada por un "enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera".

3. El águila de Patmos vio en esta revelación a la Iglesia, en su doble dimensión de luminosidad y de oscuridad, de grandeza y de tribulación, coronada de estrellas y gritando de dolor. María, Madre del Hijo de Dios, Cabeza de la Iglesia que va a nacer, es también la primera hija privilegiada de la Iglesia, triunfadora del dragón que quiere devorar a la Madre y al Niño, pero fracasa en su intento porque el niño fue arrebatado al cielo junto al trono de Dios, mientras la mujer ha escapado al desierto.

4. Dios llevó al desierto al pueblo de Israel, como a la esposa de Oseas, para hablarle al corazón y fortalecerlo en el amor y en el coraje para implantar "el reino de nuestro Dios", "su victoria que ya llega". Si María ha sido subida al cielo, como tipo de la Iglesia, también lo será ésta. Aunque hoy nos sintamos terrenos y pecadores, porque en el desierto "la Iglesia es a la vez santa y pecadora", seremos en el mundo futuro, resucitados y enaltecidos.

5. Mirad cómo "la traen entre alegría y algazara, al palacio real ante la presencia del rey, prendado de la belleza de la reina, enjoyada de oro a la derecha del rey". Mirad cómo le dice el rey: <Escucha, hija, inclina el oído a las palabras enamoradas que brotan de mi corazón encendido contemplando tu hermosura> Salmo 44. "El ejército de los ángeles está lleno de alegría y de fiesta".

6. "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!" Lucas 1,39. Salta también de gozo Juan en el seno de Isabel. La fiesta de los ángeles del cielo se comunica por anticipado al pueblo de la montaña, donde, con la prisa del amor, llegó María, con un Jesús chiquitín en sus entrañas. El Espíritu Santo invadió aquella casa e hizo cantar a aquellas mujeres dichosas las grandezas y maravillas del Señor. María se sintió poeta y proclamó el Magnificat cantando su alegría porque el Señor ha mirado la humillación de su esclava. Y supo que la llamarían feliz todas las generaciones de los hombres y lo cantó sin rebozo. Y enalteció la misericordia que tiene y que tendrá siempre, de generación en generación, con su fieles amados. Y afirmó que no se había olvidado de lo que les había prometido a nuestros primeros padres, que una mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, "del dragón rojo". "Y que estaba ya cumpliendo las promesas hechas a Abraham y su descendencia para siempre".

7. María ya glorificada en el cielo, no se olvida de los hermanos de su Hijo, que se debaten en las tentaciones y asechanzas del dragón en el desierto. Porque una vez recibida en el cielo no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos los dones de la eterna salvación. En un mundo en que se desprecia la vida, en que se degrada la vida, en que se mata y se tortura la vida, en que se pisotean los derechos de las personas y del niño no nacido, que el dragón en las madres quiere tragarse, tú honor de nuestra raza, eres "vida y esperanza nuestra".

8. Al renovar el sacrificio del calvario, avivemos la fe en ese cielo, que nos espera, cuya prenda es la eucaristía, que nos llega por manos de María asunta al cielo y glorificada.

J. MARTI BALLESTER


 

29.

Alegrémonos, hermanos. Hoy es fiesta para toda la Iglesia. Más aún, para toda la humanidad. En un mundo en que no abundan precisamente las buenas noticias, nosotros estamos celebrando esta: que Dios ha querido que Maria, una humilde mujer de Israel, fuera la madre del Mesías, del Hijo de Dios, y que después participara plenamente, en cuerpo y alma, de la gloria de su Hijo, en el cielo. Es una buena noticia para ella y también para todos nosotros.

- Una victoria contagiosa Ante todo, hoy es un día de victoria para Cristo Jesús. Tal como nos lo ha presentado Pablo, en su lectura, Cristo Resucitado es el motivo de nuestra fe y de nuestra fiesta, a lo largo de todo el año, y también hoy. Él es la primicia de toda la humanidad y de la creación, el primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, resucitando a una nueva existencia, después de haber cumplido la misión que Dios le encomendara. Él es el segundo y definitivo Adán, cabeza de la nueva humanidad, destinada a la salvación.

Pero hoy es fiesta también para la Virgen Maria, su madre. Ella es la primera salvada por Cristo. Ella es la primera cristiana: la mujer que creyó en Dios, la que se puso a su disposición con un "si" total ("hágase en mi según tu Palabra"), la que le dedicó a Dios Padre la gozosa alabanza del Magníficat, la que estuvo siempre con su Hijo -en su nacimiento, en su vida, al pie de la cruz y en la alegría de la resurrección-, la que se dejó llenar del Espiritu, y la que ha sido glorificada como primer fruto de la Pascua de Jesús, asociada a su victoria en cuerpo y alma, al final de su vida mortal, gozando ya para siempre junto a él. En verdad "ha hecho obras grandes" en ella el Señor. Y es también fiesta para nosotros, la Iglesia de Jesús. Maria, miembro entrañable de la comunidad cristiana, la mejor seguidora de Jesús, la Hermana, la Madre, está presente en el camino de la Iglesia, como lo estuvo en el de Jesús su Hijo. La figura de la "mujer" que da a luz al Salvador y triunfa contra el enemigo, como hemos leído en la primera lectura, el Apocalipsis, aunque se refiera directamente a la Iglesia misma, se cumple de modo privilegiado en María, prototipo de todo lo que la comunidad cristiana quiere llegar a ser en su camino de lucha contra el mal.

Lo que Dios ha realizado en María es también nuestra victoria. El "sí" de María a Dios fue de alguna manera nuestro "si". El "si" de Dios a ella es también un "sí" dirigido a todos nosotros, porque a todos nos prepara el mismo destino que a ella. Como diremos en el prefacio, "ella es la figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada: ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".

- Fiesta mayor de la esperanza

Nos hacen falta fiestas como esta. No estamos viviendo tiempos fáciles. La imagen de una comunidad en lucha, tal como aparece en el Apocalipsis, la estamos viviendo también en nuestros tiempos. También a nosotros nos toca luchar contra los varios "dragones" que nos tientan en este mundo, y que hacen que sea cuesta arriba el vivir según el evangelio de Jesús.

Pero hoy, mirando a la Virgen María, que ya comparte la victoria de su Hijo, nos reafirmamos en nuestra confianza. La Asunción nos demuestra que el plan de Dios es plan de vida y salvación para todos. La Asunción es un grito de fe en que es posible esta victoria contra el mal. Que va en serio lo que Dios ha pensado para nosotros y para la humanidad. Que nuestro destino no es la muerte, sino la vida y la felicidad eterna. La fiesta de hoy es una respuesta de Dios a los pesimistas y a los perezosos, y también a los materialistas que no ven más que los valores económicos o humanos: algo está presente en nuestro mundo que trasciende nuestras fuerzas y nos lleva más allá. El destino de la humanidad, después de una vida plena y comprometida aquí abajo, es la glorificación en Cristo y con Cristo. Por eso en la misa de hoy estamos pidiendo repetidamente a Dios que también nosotros lleguemos a participar con Cristo y con María de su misma gloria en el cielo. No sabemos cuándo y cómo sucederá. Pero sí nos alegramos de que ya haya sucedido en Maria de Nazaret.

- Cada Eucaristía, Magnificat y Asunción)

Cada vez que celebramos la Eucaristía suceden dos cosas muy hermosas. Ante todo, imitamos el Magnificat que entonó la Virgen Maria. Le elevamos a Dios nuestras alabanzas, sobre todo en la plegaria eucarística, la oración central de la misa, que el sacerdote proclama en nombre de todos y apoyado por las aclamaciones de todos. Pero además, la Eucaristía es también la garantía de nuestro triunfo final. Hacemos el memorial de la Pascua de Jesús, que es la raíz de la victoria de María y de la nuestra. y, al comulgar con fe en el Cuerpo y Sangre de Cristo, ya participamos de su vida. Él mismo nos aseguró: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá la vida eterna y yo le resucitaré en el último día".

Vamos por buen camino si, a lo largo de nuestra vida, celebramos bien la Eucaristía. Estamos en el mismo camino de la Virgen y de la victoria de su Asunción. . .

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 11


 

30

-Hoy es una gran fiesta

Hoy celebramos la gran fiesta de la Asunción de la Virgen María al cielo. La fiesta de nuestra Madre. El triunfo de María. Y estamos contentos. Una fiesta que ha calado hondo en el corazón del pueblo. Una fiesta que es fiesta mayor en muchos lugares de nuestro país.

Celebramos el triunfo de María. En medio de nuestras dificultades y problemas María nos atrae, nos conoce, nos ama. Ella es el ideal de la humanidad entera, y allá donde ella ya ha llegado, todos estamos llamados a llegar también. María nos tiende la mano y nos quiere ayudar. Celebremos gozosos la fiesta de María que también es nuestra fiesta. Mucha razón tenía al afirmar en su Magnificat: "Desde ahora me felicitarán todas las generaciones". Hoy, de nuevo, la felicitamos y la proclamamos dichosa.

La liturgia aplica a María estas palabras del Apocalipsis, que hemos escuchado en la primera lectura: "Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas". Con estas imágenes magníficas se nos quiere ayudar a descubrir la belleza y la gloria de María. Ella es la estrella, la luz que nos ilumina sin deslumbrarnos.

-María, cercana a nosotros

Y, a la vez, María no es inaccesible. Admiramos su belleza, pero la madre no se aleja de sus hijos. Bien al contrario, se mantiene muy cercana a todos nosotros. Y está muy presente en nuestras vidas. La suya, fue una vida muy sencilla. Todos podemos aprender de su ejemplo en las diversas situaciones de nuestra existencia.

Si habláramos de María como de alguien extraordinario a quien no podemos acceder, nos engañaríamos. Por eso la joven doctora de la Iglesia, santa Teresa del Niño Jesús, nos alerta: "Se presenta a María como inaccesible. Debiera ser presentada como imitable, practicando las virtudes escondidas. Se ha de afirmar que vivía de la fe, como nosotros... Cuánto me gusta cantarle: Nos has mostrado el camino del cielo con el ejercicio de las virtudes humildes. María, continúa santa Teresa, no eclipsa la gloria de los otros santos... Sucede todo lo contrario. Creo que ella aumentará en gran manera el esplendor de los elegidos".

Su prima Isabel, tal como escuchábamos en el evangelio, le dice: "Dichosa tú que has creído..." Ella vivió de la fe. Y muchas cosas no las entendía. Pero se fiaba de Dios. Seguro que la oscuridad penetraba en muchas ocasiones en su interior. Y la luz le llegaba de su actitud interior y de su voluntad de querer agradar al señor, de querer hacer siempre su voluntad.

-El Señor ha mirado la humillación de su esclava

El mérito está en vivir con amor y actitud serena la vida de cada día, las diversas situaciones que se nos presentan. Sin pretensiones, sino buscando siempre el servir a los demás.

María tenía plena conciencia de que su vida consistía en una entrega total al Señor y una disponibilidad generosa para con los demás. Por eso el evangelio nos relata cómo después del anuncio del ángel que le reveló que su prima esperaba un niño, ella "fue aprisa a la montaña" para ayudarla. El servicio, el amor, el gozo, la alegría del encuentro quedan muy bien reflejados en el texto del evangelio de hoy. María ya vivía el amor y la entrega a los demás.

Por eso Dios se fijó en ella. Y ella, de nuevo nos dice en el día de hoy, en esta fiesta gozosa y espléndida de su triunfo, que la grandeza del creyente consiste en servir a los demás. ¡En todo servir y amar! Éste es el camino, éste es el único camino a seguir. Éste es el camino seguido por Jesús y por María. Éste es el camino que Jesús nos ofrece hoy en esta Eucaristía.

Sintámonos contentos, muy contentos, al festejar el triunfo de María, nuestra madre, y pidamos su intercesión para ser capaces de creer como ella creyó, de amar como ella amó, de vivir como ella vivió. Contamos con su estima y con su ayuda.

JOAN SOLER
MISA DOMINICAL 2000 10, 45-46


31. 

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El concepto de “relación” puede servirnos para establecer un lazo de unión entre los textos de la fiesta de la Asunción. La relación de María con Dios Padre la encontramos en el texto evangélico: “Ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso”. En la primera carta a los corintios (primera lectura) podemos vislumbrar la relación de María con su hijo, Jesucristo resucitado, “primicia de los que han muerto”. La primera lectura nos permite establecer una relación de María con la Iglesia, “mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”.

 

MENSAJE DOCTRINAL

María y el Padre. María en el Magnificat reconoce que el Todopoderoso ha hecho obras grandes en ella. ¿Cuáles son esas obras grandes? Primeramente, la plenitud de gracia con que ha sido concebida y que la ha acompañado a lo largo de su existencia terrena. Luego, el misterio de la maternidad divina, maravilloso gesto de amor del Padre a María y a la humanidad entera. Finalmente, Dios ha hecho de María el arca de la nueva alianza que, con Dios en su seno, es causa de bendición para Juan Bautista y sus padres (cf paralelismo con 2Sam c.6). Las cosas grandes de Dios en María no terminan con el nacimiento de Jesús; Dios sigue actuando con su grandeza en el alma y en la vida de María, y la última de esas grandes obras de Dios en ella será precisamente la asunción en cuerpo y alma a la gloria celestial. María es la poseída por la gracia en el cuerpo y en el alma, la inmaculada, en la que nada hay corruptible, porque todo en su persona es gracia, puro don de Dios. ¿Podría Dios Padre dejar incompleta la obra maravillosa de gracia, operada en María, durante su vida terrena?

 

María y su Hijo, Jesucristo. El misterio de la resurrección de Jesucristo y de su consiguiente glorificación es impensable sin la realidad de un cuerpo, como el nuestro, que ha sido amorosamente formado en el seno de María. El Verbo se hizo carne de María y en María. La santísima Virgen puede decir de Jesús: “Es carne de mi carne”. Si esa carne santísima ha sido glorificada por la resurrección de Jesucristo, ¿dudará el Hijo de glorificar también la carne de su Madre, esa carne bendita que fue a la vez arca y alimento? Cristo resucitado es la primicia de entre los muertos; en el templo de Jerusalén, la fiesta de las primicias preanunciaba la abundante cosecha; ahora, Cristo glorioso preanuncia la glorificación de todos los creyentes. Una glorificación que tendrá lugar “en su segunda venida” al final de los tiempos. La Pascua definitiva del cristiano no es posesión, sino esperanza cierta y segura. María es la única mujer que ya vive en la Pascua definitiva, porque en su carne bendita su Hijo Jesucristo ha realizado en plenitud la obra de la redención. En cierta manera podemos afirmar que María es también, junto con Jesús y por obra suya, primicia de entre los muertos. Por eso, podemos elevar nuestra mirada a la Virgen Asunta con amor y con esperanza.

 

María y la Iglesia. La mujer del Apocalipsis (primera lectura) simboliza a Eva, a Israel y a la Iglesia. El dragón es la “serpiente antigua” que tentó a Eva e hizo que fuese arrojada fuera del paraíso (Gén 3). Pero ya en el v. 15 se abre una ventana a la esperanza con la mujer que vence a la serpiente pisando su cabeza. Esa mujer es la nueva Eva, María, aquella sobre la que la serpiente no ha tenido poder alguno, y que por ello puede con total libertad lograr la victoria sobre ella. La mujer representa al pueblo de Israel, esa mujer-esposa con la que Yahvé contrajo una alianza esponsal, esa mujer bella como el sol, poderosa como una grande reina, grávida en espera de un hijo. En María se realiza de modo perfecto la vocación y la esperanza de Israel. Ella es bella con el esplendor de Dios, poderosa por su humildad, grávida por llevar en su seno al mismo Hijo del Altísimo. La mujer simboliza igualmente a la Iglesia. La Iglesia en el esplendor de su santidad, en la maternidad fecunda, en la situación de persecución por obra del demonio, en la huida al desierto para recobrar fuerzas y preparar la batalla de la victoria. María, como hija de la Iglesia ha llevado hasta el mismo Dios su santidad, su fecundidad, su victoria; como madre de la Iglesia, desde el cielo, la asiste en sus pruebas y la consuela en el dolor.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

Una mujer de nuestra raza. María, con toda su grandeza, no es una mujer diversa de las demás mujeres de la tierra. Ella es enteramente mujer, no un ser superior venido de otro planeta ni una creatura sobrenatural bajada del cielo. Ella se presenta en el Evangelio con todas las características de su feminidad y de su maternidad en unas circunstancias históricas concretas, a veces teñidas por el dolor, otras coronadas por el gozo. Siente como mujer, reacciona como mujer, sufre como mujer, ama como mujer. Su grandeza no procede de ella, sino de la obra maravillosa de Dios, eso sí acogida y secundada fielmente por María. Su asunción en cuerpo y alma al cielo no la aleja de nosotros, y la hace más poderosa para mirar por los hombres, sus hermanos, con ojos de amor y de piedad. Su presencia gloriosa en el cielo nos habla no sólo de un privilegio de María, sino de una llamada que Dios hace a todos para participar de esa misma vida en la plenitud de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Como mujer de nuestra raza, ella es la figura más excelsa de humana creatura a la vez que la más tierna y maternal. Jesucristo y María, su Madre, ya han pasado la puerta del cielo con la plenitud de su ser. Nosotros estamos todavía en el umbral, viviendo en espera y esperanza, pero con la seguridad de que llegará el momento en que la puerta se abrirá para todos y comenzaremos a vivir en un mundo nuevo. No es sueño, no es simple promesa. Es realidad que esperamos con absoluta confianza en el poder de Dios. La asunción de María es garantía de nuestra esperanza. ¿No es algo magnífico que el destino glorioso de María sea también nuestro último y definitivo destino?

 

Salmo a la asunción de María.

Bendice, alma mía, al Dios altísimo,
porque se ha dignado elevar en cuerpo
y alma hasta el cielo
a la humilde doncella de Nazaret.

Bendigan todas las creaturas al Padre
porque eligió a una mujer de nuestra raza,
para manifestar en ella la victoria
sobre la muerte y sobre la corrupción,
como primicia, junto con Cristo,
de nuestro destino.

Bendigan todos los redimidos a nuestro Señor Jesucristo,
porque en María, su Madre, asunta al cielo,
hace brillar en su esplendor todos
los efectos de la redención.

Bendigamos al Espíritu Santo,
que ha hecho llamear en el ser
de María de Nazaret
el fuego que no se consume
y la luz que nunca se apaga.

Que todas las creaturas, junto con María, alaben a Dios.