52 homilías para la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora
32-36

 

32. DOMINICOS 2003

¡Albricias, Señora!
Siglo tras siglo, la piedad del pueblo cristiano venía repìtiendo que la Virgen, Madre de Jesús, subió al cielo tal como era. Y decía bien.

Con eso podía bastarnos. Pero el clamor de esa misma piedad popular hizo que el papa Pío XII, el día 1 de noviembre de 1950, declarara solemnemente que esa fe popular era la fe de toda la Iglesia, y, en su virtud, proclamó el “misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo”.

Hoy nosotros lo repetimos en la liturgia: María, madre, está en Dios y allí nos espera y convoca a todos con entrañas de madre, por gracia de su Hijo y del Padre.

Si esa es la verdad de nuestra fe, ¿cómo no celebrarla con gozo y fiesta?

Para hacerlo en esta página, vamos a servirnos de los textos de la liturgia de la Misa Vespertina, de la Vigilia.

HIMNO A MARÍA:

Hoy sube al cielo María;
hoy Cristo, en honra del suelo,
traslada desde aquí al cielo
la casa en que ella vivía.
Levantad al cielo el vuelo.
De Dios fuisteis; y hoy Dios,
por no estar en él sin vos,
traslada la casa al cielo.

El Amor, divino modo,
os trasplanta, bella flor,
y porque prendáis mejor,
os lleva con tierra y todo.

A su Hija abraza el Padre,
a su Madre, el Redentor,
y a su Esposa coronada
el Espíritu de Amor . Amén.



Palabras del corazón
Primer libro de las Crónicas 15, 3-4, 15-16:
“Un día solemne, el rey David congregò en Jerusalén a todos los israelitas para trasladar el arca del Señor al lugar que había preparado ... Tomaron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David había preparado, y ofrecieron a Dios holocaustos y sacrificios de comunión; y cuando David terminó de ofrecerlos, bendijo al Pueblo en el nombre del Señor”

Esto tiene valor simbólico: así como en su día se traslado solemnemente el arca, así también María, madre, es tomada y eleva al trono de gloria en el cielo.

Primera carta de san Pablo a los corintios 15, 54-57:
“Hermanos: cuando este cuerpo corruptible se vista de incorrupción, y este ser mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la Escritura: la muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria?... ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! ”

Aquí se enuncia el misterio del más alla, en gloria. Dios amor, que nos creó para la eternidad, nos la da por la victoria de Cristo, su Hijo, que hizo con nosotros y antes que nosotros el camino de la tierra al cielo, de la historia a la eternidad, del anonadamiento a la gloria y poder. La primera redimida y glorificada, por excelencia, es María.

Evangelio según san Lucas 11, 27-28:
“En cierta ocasión, mientras Jesús hablaba a las turbas, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!

Pero Jesús repuso: Mejor: ¡dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen!”

Entre las turbas, hay una mujer de especial relieve: María. Entre las madres, hay una madre especial: María. Entre los redimidos, hay una redimida espacialísima: María. Entre los coronados en gloria, hay una mujer coronada: María, Madre del Salvador, Hijo de Dios. No sabemos explicar cómo, pero allí está ella.



Momento de reflexión
Hemos hecho tres lecturas, y en ninguna de ellas aparece un relato de la Asunción de María al Cielo, es decir, al seno del Padre. Ese relato no existe. Hablamos de un misterio de fe y amor que no está recogido en la Escritura Santa sino en la Tradición y piedad de los pueblos creyentes, como culminación de la vida de María, elevada por el Hijo y por el Espíritu al Padre.

Los textos utilizados en la liturgia se contentan con ofrecernos una imagen , un cambio y una alabanza a través de las cuales podemos ver el rostro de María asunta al cielo:

Imagen del arca de la alianza, y María.
La solemnidad que revistió el traslado del tesoro –que era el arca de la alianza- desde una pobre tienda a otra más digna , hecha por el rey David, es la imagen.

No es comparable la elevación de María al Cielo, por los méritos de su Hijo, con el traslado y custodia de un tesoro amado en un estuche de perlas. Pero una grandeza sugiere y lleva a otra.

La Asunción de María es algo parecido a eso y mucho más. María ha sido elevada de la tierra al Cielo, al gozo eterno.

Cambio de cuerpo corruptible en cuerpo espiritual.
El texto de san Pablo insinúa (porque otra cosa no sabemos decir ni él ni nosotros) que ese yo personal de María, esa realidad y mujer bellísima, madre de Jesús, que en su concepción fue semilla llamada a la corrupción, “resplandece” ahora en la incorrupción; “se sembró” en mortalidad, y resplandece en inmortalidad (como esperamos que nos suceda en su día a todos los hijos de Dios).

No tenemos otra forma de decir o explicar que una doncella, virgen y madre de Jesús, madre y corredentora, dejó la vida que tenía en cuerpo y alma mortal para vivir “endiosada” e inmortal.

Alabanza. ¡Salve, Señora!
Hagamos nuestra la alabanza de aquella mujer valiente, a la que todavía no se ha levantado la estatua que merece, que dijo: “dichoso el vientre que te llevó...”.

Feliz mujer aquella que proclamó lo que todos sabemos y decimos de María: que fue genial e inmaculada madre del Hijo de Dios hecho hombre a quien parió, amamantó, educó, acompañó en el apostolado y siguió hasta el martirio en cruz.

¿No está incluido en ese grito de fe y amor el hecho de que, ascendido el Hijo al Cielo, ella tenía que acompañarlo?

¡Digamos, pues: Salve, Reina y Señora nuestra, en tu Asunción!


33. DOMINICOS 2003

Hoy
Solemnidad de La Asunción de María


Hoy es uno de esos días del año que podemos decir que todo pueblo es una fiesta. Son muchas las advocaciones marianas que celebran hoy su fiesta. Es la expresión del ansia del pueblo cristiano de celebrar a su madre. Puede que a veces sean bastantes los que "no están en lo que se celebra". Pero al menos servirá la fiesta para preguntarse qué celebramos. La respuesta es: el triunfo de una mujer. De la mujer que nos dio a quien debemos nuestra liberación. Y en ese triunfo de la mujer el triunfo de toda la naturaleza humana, porque su cuerpo que vence a la muerte y existe glorificado, es el anuncio de la glorificación nuestra. Celebramos, con el recuerdo de la resurrección de Cristo, el triunfo de la naturaleza humana sobre la muerte en alguien de nuestra carne y nuestra sangre, María. Siendo la fiesta de María es la fiesta de nuestro ser humano.

Comentario bíblico:
Solemnidad de La Asunción de María


1ª Lectura: Apocalipsis 11,11-12,1.3-6
“... Apareció un figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora, y gritaba entre los espasmos del parto... Dio a luz a un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos... Y se oyó una voz en el cielo: “Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mundo de su Mesías”

Una primera lectura de este texto ha de referirse a la Iglesia fundada por Cristo sobre los apóstoles. Y otra lectura, propia de la tradición cristiana, añade a ese primer sentido la presencia de María Virgen en la historia de nuestra salvación, como Madre de Cristo, Mesías.



2ª Lectura: Primera a los Corintios 15,20-26
“Hermanos: Cristo ha resucitado, primicia de todos los que son de Cristo... Por Cristo, todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos...”

El triunfo de Cristo es la fuente y punto de partida de todos los triunfos de los creyentes. Quienes creemos en Cristo, Hijo de Dios, resucitado y triunfador, estamos seguros de nuestro triunfo con Él y en Él. La Virgen María, es la primera privilegiada, por ser Madre.



Evangelio según san Lucas 1,39-56
“María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora, me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí..., y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación...”

Una de las obras grandes que el Poderoso hizo en María, fue elevarla al cielo como un hijo eleva a la gloria a su madre que le acompañó en el camino de amor y salvación.

Pautas para la homilía


María, Próxima a los hombres

En primer lugar vemos que María fue una persona que, según nos dice el evangelio de hoy, supo estar siempre cerca. María fue y es una persona cercana. La cercanía a todo acontecimiento salvífico y su cercanía a todos los necesitados es algo muy peculiar en su vida.

Isabel, su prima, persona mayor y en estado, precisaba de compañía, de cariño, de cercanía, y allí estuvo María, con una cercanía que produce gracia y salvación, alegría y entusiasmo.

Su cercanía la hace ponerse en camino, sin medir la distancia, para estar donde hay una necesidad. Si eso fue en su vida en la tierra, ahora también es una realidad. María está cerca de nosotros y produce salvación y gracia.

A nosotros, hoy, también se nos pide esta actitud. Se nos pide estar siempre en camino, en activo, para estar cerca, para estar cercanos a las personas que precisan de nuestra ayuda, a las personas que necesitan nuestro cariño, nuestra comprensión, nuestra alegría, nuestro entusiasmo.

A la escucha de la Palabra

En primer lugar vemos que María fue una persona que, según nos dice el evangelio de hoy, supo estar siempre cerca. María fue y es una persona cercana. La cercanía a todo acontecimiento salvífico y su cercanía a todos los necesitados es algo muy peculiar en su vida.

Isabel, su prima, persona mayor y en estado, precisaba de compañía, de cariño, de cercanía, y allí estuvo María, con una cercanía que produce gracia y salvación, alegría y entusiasmo.

Su cercanía la hace ponerse en camino, sin medir la distancia, para estar donde hay una necesidad. Si eso fue en su vida en la tierra, ahora también es una realidad. María está cerca de nosotros y produce salvación y gracia.

A nosotros, hoy, también se nos pide esta actitud. Se nos pide estar siempre en camino, en activo, para estar cerca, para estar cercanos a las personas que precisan de nuestra ayuda, a las personas que necesitan nuestro cariño, nuestra comprensión, nuestra alegría, nuestro entusiasmo.


34.

Viernes 15 de agosto de 2003
Asunción de María

INICIO
Ap 11, 19; 12, 1-6.10: Una mujer vestida de sol, la luna bajo sus pies
Salmo responsorial 44: “De pie a tu derecha está la reina...”
1 Cor 15, 20-27: Primero Cristo como primicia, después todos los cristianos
Lc 1, 39-56: El poderoso ha hecho obras grandes por mí. Enaltece a los humildes
La primera lectura nos enseña a mostrar las señales con que Dios invita a la esperanza. Aparece la lucha a muerte del dragón contra la mujer y su descendencia (Cristo y los cristianos). La aparición del arca de la alianza de Dios (cf. Núm 10,33-36); 1Sam 4,6-7) señala el hoy de la presencia de Dios en medio de los seres humanos, ya derrotados el pecado y el mal (21,3). Las dos señales que aparecen en el cielo, la mujer y el dragón, deben ser interpretadas por la asamblea litúrgica en el espacio-tiempo. La mujer es el pueblo de Dios; es más, representa la asamblea del pueblo de Dios reunida ya, ahora y aquí, en la Eucaristía dominical. El dragón es el mal, que actúa insertándose en la historia humana, y sobre todo desde los centros de poder (las siete cabezas con siete diademas), para intentar destruir la unidad y la comunión de la asamblea dominical (arroja a la tierra parte de las estrellas). El poder de este mundo se opone al alumbramiento de la mujer (se opone a Cristo) y quiere destruir su fruto (los cristianos). El Cristo elevado y sentado en el Trono de Dios señala la derrota de Satanás. La Iglesia en el desierto, huye del mal y es sostenida por Dios, como Jesús La glorificación de Cristo, una vez para siempre, es la garantía que nunca jamás nada impedirá que El sea dado a luz por la asamblea eucarística dominical en el hoy, en el espacio-tiempo, hasta su venida en la plenitud de la gloria. María asunta es figura de la Iglesia, tanto la celestial como la que camina dando a luz a Cristo para el ser humano de hoy, y prefigura la victoria final de toda la Iglesia con Cristo, por él y en él.

La segunda lectura nos presenta la afirmación central sobre la resurrección de Cristo y de los muertos: Cristo no es un cadáver que revive, sino que es le Resucitado (el vencedor de la muerte) que causa la resurrección de los muertos. Cristo ha derrotado la muerte (la vencedora de la vida) en su propio terreno, la ha destituido (le ha arrebatado todo su poder sobre la vida ), a fin de liberar a todos los que estaban bajo su poder. Cristo resucitado garantiza la resurrección de todos los muertos. Conviene notar el paralelismo alternado: por un ser humano, la muerte; por otro ser humano, la resurrección de los muertos; en Adán, todos murieron; en Cristo, todos vivirán. En definitiva, Pablo afirma que el don de la vida se da en la resurrección de Cristo. María, al frente de los que son de Cristo (15,23), goza de la vida de la gloria del Reino y ya celebra la destitución del único y último enemigo: la muerte.

La escena evangélica de hoy se centra en el encuentro de las dos madres y de sus respectivos niños, en la continuidad del designio de Dios (AT y NT), une teológicamente los relatos paralelos de la infancia de Juan (el último profeta del AT) y de Jesús. Y es el Espíritu quien marca esta continuidad. Toda la escena rebosa de teología, y para que no se pierda ni un ápice, Lucas la concluye con el mutis de María (1,56). En este encuentro, Lucas pone en boca de María este himno judeocristiano (1,47-55), que se inspira en el cántico de Ana (1Sam 2,1-10) y en toda la tradición bíblica (sobre todo de los salmos). Himno que expresa la fe y la esperanza de los pobres y humildes del pueblo de Dios. Son los “hijos de Sión”, “los pobres del Señor”, quienes, en María y con ella, alaban a Dios por las grandes obras que ha hecho en ellos/en ella (1,46-49), por lo que hace en su favor (1,50-53) y, finalmente, por su amor misericordioso a favor de Israel, en conexión con las promesas realizadas y selladas con la bendición de Abraham y a su descendencia (1,54-55). María es también hija de Abraham. Así, en María, en este encuentro entre el AT y el NT, se une la espera con la realización y, al mismo tiempo, se manifiesta la predilección histórica del Señor de Abraham y de María por los pobres de todos los tiempos.


La fiesta de la Asunción de María, es una solemnidad que corresponde al nacimiento (muerte) de los demás Santos y Santas de Dios a la plenitud de vida. Por esto es considerada la fiesta principal de la Virgen. La Iglesia celebra hoy a María en el cumplimiento del Misterio Pascual (2ª. Lectura), siendo ella “la llena de gracia”, sin ninguna sombra de pecado, el Padre la ha querido asociar a la resurrección de Jesús. Las lecturas de este día presentan de modo concreto: los valores de la asunción de María, su lugar en el plan de salvación y su mensaje a la humanidad.

Su valor principal es que María, asunta al cielo, está más cerca de nosotros. María es la verdadera “arca de la alianza” y la “mujer vestida del sol”, imagen de la Iglesia (1ª lectura). María en el cielo con su integridad humana es signo e instrumento de la nueva alianza. Su lugar en el plan de salvación: María nos ofrece a Jesús, quien proclama la ley del amor; en él, el Padre habla y pide le escuchemos. María, al frente de los que son de Cristo (2ª lectura) goza de la vida de la gloria del Reino y ya celebra la destitución del único y último enemigo: la muerte. María, así, nos invita a sentirnos dentro de la historia de salvación y destinados a la resurrección. Por eso ella es signo de segura esperanza y consolación. En el “Magníficat” (evangelio) María comunica su mensaje a la humanidad. Ella nos proclama que Dios ha cumplido un triple derrocamiento de situaciones humanas falsas para restaurar la humanidad en la salvación. En el campo religioso Dios derroca la autosuficiencia humana, la soberbia. En el campo político Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, destruye las desigualdades humanas. En el campo social Dios destruye el intocable clasismo establecido por el dinero y los medios del poder, colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los despide vacíos. Para instaurar una verdadera fraternidad en la sociedad y entre los pueblos, porque todos somos hijos de Dios. María es una joven del pueblo, vivió su vida sin ninguna otra significación más que la de su fidelidad vivida en el proceso normal de joven, esposa, viuda, madre. María continúa siendo la figura típica del cristiano: ha vivido con plenitud una vida normal. Su pobreza sencilla, generosa, callada nos enseña a vivir la fe en nuestros ambientes haciendo extraordinariamente bien lo ordinario de nuestras vidas.


Para la revisión de vida
A ejemplo de María, motivado por su Asunción, ¿respondo de inmediato a las necesidades de los demás?.
Sabiendo que mi trabajo contribuye al plan de salvación de Dios, ¿cumplo con diligencia mis obligaciones religiosas, laborales, familiares y civiles?.
¿Qué espacio tienen en mi vida los pobres y marginados?.


Para la reunión de grupo
Comparar los dos cánticos de liberación (de Ana y de María).
Señalar semejanzas y diferencias
Podríamos elaborar un cántico de liberación aplicado a nuestra situación


Para la oración de los fieles
--Para que la Iglesia se mire en María y trabaje por los pobres, el fin del hambre en el mundo y alumbre la esperanza por su testimonio a favor de la vida.
-Para que quienes ocupan puestos de gobierno, legislan y juzgan en los tribunales, se guíen por un escrupuloso respeto a los derechos humanos.
-Para que las mujeres que sufren por su condición de mujeres sean artífices de su propia promoción.



Oración comunitaria
Padre bueno, cuya misericordia alcanza a todos los seres humanos, generación tras generación; acrecienta nuestra fe, a ejemplo de la de María, para que seamos capaces de construir con ilusión un mundo más humano, según tu proyecto.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


35.

Autor: P. Antonio Izquierdo


15 de agosto. Ciclos A, B y C

Sagrada Escritura

Primera: Ap 11, 19; 12, 1-6a.10ab;
segunda: 1Cor 15, 20-26;
Evangelio: Lc 1, 39-56


Nexo entre las lecturas

El concepto de "relación" puede servirnos para establecer un lazo de unión entre los textos de la fiesta de la Asunción. La relación de María con Dios Padre la encontramos en el texto evangélico: "Ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso". En la primera carta a los corintios (primera lectura) podemos vislumbrar la relación de María con su hijo, Jesucristo resucitado, "primicia de los que han muerto". La primera lectura nos permite establecer una relación de María con la Iglesia, "mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza".


Mensaje doctrinal

1. María y el Padre. María en el Magnificat reconoce que el Todopoderoso ha hecho obras grandes en ella. ¿Cuáles son esas obras grandes? Primeramente, la plenitud de gracia con que ha sido concebida y que la ha acompañado a lo largo de su existencia terrena. Luego, el misterio de la maternidad divina, maravilloso gesto de amor del Padre a María y a la humanidad entera. Finalmente, Dios ha hecho de María el arca de la nueva alianza que, con Dios en su seno, es causa de bendición para Juan Bautista y sus padres (cf paralelismo con 2Sam c.6). Las cosas grandes de Dios en María no terminan con el nacimiento de Jesús; Dios sigue actuando con su grandeza en el alma y en la vida de María, y la última de esas grandes obras de Dios en ella será precisamente la asunción en cuerpo y alma a la gloria celestial. María es la poseída por la gracia en el cuerpo y en el alma, la inmaculada, en la que nada hay corruptible, porque todo en su persona es gracia, puro don de Dios. Podría Dios Padre dejar incompleta la obra maravillosa de gracia, operada en María, durante su vida terrena?

2. María y su Hijo, Jesucristo. El misterio de la resurrección de Jesucristo y de su consiguiente glorificación es impensable sin la realidad de un cuerpo, como el nuestro, que ha sido amorosamente formado en el seno de María. El Verbo se hizo carne de María y en María. La santísima Virgen puede decir de Jesús: "Es carne de mi carne". Si esa carne santísima ha sido glorificada por la resurrección de Jesucristo, dudará el Hijo de glorificar también la carne de su Madre, esa carne bendita que fue a la vez arca y alimento? Cristo resucitado es la primicia de entre los muertos; en el templo de Jerusalén, la fiesta de las primicias preanunciaba la abundante cosecha; ahora, Cristo glorioso preanuncia la glorificación de todos los creyentes. Una glorificación que tendrá lugar "en su segunda venida" al final de los tiempos. La Pascua definitiva del cristiano no es posesión, sino esperanza cierta y segura. María es la única mujer que ya vive en la Pascua definitiva, porque en su carne bendita su Hijo Jesucristo ha realizado en plenitud la obra de la redención. En cierta manera podemos afirmar que María es también, junto con Jesús y por obra suya, primicia de entre los muertos. Por eso, podemos elevar nuestra mirada a la Virgen Asunta con amor y con esperanza.

3. María y la Iglesia. La mujer del Apocalipsis (primera lectura) simboliza a Eva, a Israel y a la Iglesia. El dragón es la "serpiente antigua2 que tentó a Eva e hizo que fuese arrojada fuera del paraíso (Gén 3). Pero ya en el v. 15 se abre una ventana a la esperanza con la mujer que vence a la serpiente pisando su cabeza. Esa mujer es la nueva Eva, María, aquella sobre la que la serpiente no ha tenido poder alguno, y que por ello puede con total libertad lograr la victoria sobre ella. La mujer representa al pueblo de Israel, esa mujer-esposa con la que Yahvé contrajo una alianza esponsal, esa mujer bella como el sol, poderosa como una grande reina, grávida en espera de un hijo. En María se realiza de modo perfecto la vocación y la esperanza de Israel. Ella es bella con el esplendor de Dios, poderosa por su humildad, grávida por llevar en su seno al mismo Hijo del Altísimo. La mujer simboliza igualmente a la Iglesia. La Iglesia en el esplendor de su santidad, en la maternidad fecunda, en la situación de persecución por obra del demonio, en la huida al desierto para recobrar fuerzas y preparar la batalla de la victoria. María, como hija de la Iglesia ha llevado hasta el mismo Dios su santidad, su fecundidad, su victoria; como madre de la Iglesia, desde el cielo, la asiste en sus pruebas y la consuela en el dolor.


Sugerencias pastorales

1. Una mujer de nuestra raza. María, con toda su grandeza, no es una mujer diversa de las demás mujeres de la tierra. Ella es enteramente mujer, no un ser superior venido de otro planeta ni una creatura sobrenatural bajada del cielo. Ella se presenta en el Evangelio con todas las características de su feminidad y de su maternidad en unas circunstancias históricas concretas, a veces teñidas por el dolor, otras coronadas por el gozo. Siente como mujer, reacciona como mujer, sufre como mujer, ama como mujer. Su grandeza no procede de ella, sino de la obra maravillosa de Dios, eso sí acogida y secundada fielmente por María. Su asunción en cuerpo y alma al cielo no la aleja de nosotros, y la hace más poderosa para mirar por los hombres, sus hermanos, con ojos de amor y de piedad. Su presencia gloriosa en el cielo nos habla no sólo de un privilegio de María, sino de una llamada que Dios hace a todos para participar de esa misma vida en la plenitud de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Como mujer de nuestra raza, ella es la figura más excelsa de humana creatura a la vez que la más tierna y maternal. Jesucristo y María, su Madre, ya han pasado la puerta del cielo con la plenitud de su ser. Nosotros estamos todavía en el umbral, viviendo en espera y esperanza, pero con la seguridad de que llegará el momento en que la puerta se abrirá para todos y comenzaremos a vivir en un mundo nuevo. No es sueño, no es simple promesa. Es realidad que esperamos con absoluta confianza en el poder de Dios. La asunción de María es garantía de nuestra esperanza. )No es algo magnífico que el destino glorioso de María sea también nuestro último y definitivo destino?

2. Salmo a la asunción de María

Bendice, alma mía, al Dios altísimo, porque se ha dignado elevar en cuerpo y alma hasta el cielo a la humilde doncella de Nazaret. Bendigan todas las creaturas al Padre porque eligió a una mujer de nuestra raza, para manifestar en ella la victoria sobre la muerte y sobre la corrupción, como primicia, junto con Cristo, de nuestro destino. Bendigan todos los redimidos a nuestro Señor Jesucristo, porque en María, su Madre, asunta al cielo, hace brillar en su esplendor todos los efectos de la redención. Bendigamos al Espíritu Santo, que ha hecho llamear en el ser de María de Nazaret el fuego que no se consume y la luz que nunca se apaga. Que todas las creaturas, junto con María, alaben a Dios.

P. Antonio Izquierdo


36.LA ASUNCIÓN DE MARÍA EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA

"¡Qué hermosa eres, amada mía! -exclama el Cantar de los Cantares ante la Esposa que sube a los cielos-, tus ojos de paloma por entre el velo; tu pelo es un rebaño de cabras descolgándose por las laderas de Galaad. Tus labios son cinta escarlata, y tu hablar, melodioso, tus sienes dos mitades de granada." La Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la participación de María en la misión de su Hijo, sostiene la perenne y concorde tradición de la Iglesia. La Asunción de la Virgen está integrada, desde siempre, en la fe del pueblo cristiano, quien, al afirmar la llegada de María a la gloria celeste, ha querido también proclamar la glorificación de su cuerpo, cuyo primer testimonio aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae», que se remontan a los siglos II y III.

LOS PADRES. LA TRADICION. JUAN PABLO II
La perenne y concorde tradición de la Iglesia muestra cómo la Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la singular participación de María en la misión de su Hijo. Ya durante el primer milenio los autores sagrados se expresaban en este sentido. Así lo testifican san Ambrosio, san Epifanio y Timoteo de Jerusalén. San Germán de Constantinopla pone en labios de Jesús estas palabras: «Es necesario que donde yo esté, estés también tú, madre inseparable de tu Hijo». La misma tradición ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. Un relato apócrifo del siglo V, atribuido al pseudo Melitón, imagina que Cristo pregunta a Pedro y a los Apóstoles qué destino merece María, y ellos le responden: «Señor, elegiste a tu esclava, para que se convirtiera en tu morada inmaculada. Por tanto, dado que reinas en la gloria, a tus siervos nos ha parecido justo que resucites el cuerpo de tu madre y la lleves contigo, dichosa, al cielo». La maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la morada inmaculada del Señor, funda su destino glorioso. San Germán, lleno de poesía, dice que el amor de Jesús a su Madre exige que María se vuelva a unir con su Hijo divino en el cielo: «Como un niño busca y desea la presencia de su madre, y como una madre quiere vivir en compañía de su hijo, así también era conveniente que tú, de cuyo amor materno a tu Hijo y Dios no cabe duda alguna, volvieras a él. ¿Y no era conveniente que, de cualquier modo, este Dios que sentía por ti un amor verdaderamente filial, te tomara consigo?». E integra la relación entre Cristo y María con la dimensión salvífica de la maternidad: «Era necesario que la madre de la Vida compartiera la morada de la Vida». San Juan Damasceno subraya: «Era necesario que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y recibido en pleno corazón la espada del dolor contemplara a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre». A la luz del misterio pascual, se ve la oportunidad de que la Madre fuera glorificada después de la muerte junto con el Hijo. El Vaticano II, recordando el misterio de la Asunción, lo une al privilegio de la Inmaculada Concepción: Precisamente porque fue «preservada libre de toda mancha de pecado original» (LG, 59), María no debía permanecer como los demás hombres en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y su santidad perfecta desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo. Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, se entiende el plan de la Providencia divina con respecto a la humanidad. María es la primera criatura humana después de Cristo, en la que se realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, mediante la resurrección de los cuerpos. En la Asunción de la Virgen podemos ver también la voluntad divina de promover a la mujer. Como había sucedido en el origen del género humano, en el proyecto de Dios el ideal escatológico debía revelarse en una pareja. Por eso, en la gloria celestial, al lado de Cristo resucitado hay una mujer resucitada, María: el nuevo Adán y la nueva Eva, primicias de la resurrección general de los cuerpos de toda la humanidad.Ciertamente, la condición escatológica de Cristo y la de María no se han de poner en el mismo nivel. María, nueva Eva, recibió de Cristo, nuevo Adán, la plenitud de gracia y de gloria celestial, habiendo sido resucitada mediante el Espíritu Santo por el poder soberano del Hijo, lo que pone de relieve que la Asunción de María manifiesta la nobleza y la dignidad del cuerpo humano. Frente a la profanación y al envilecimiento a los que la sociedad moderna somete frecuentemente el cuerpo femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano, llamado por el Señor a transformarse en instrumento de santidad y a participar en su gloria. María entró en la gloria, porque acogió al Hijo de Dios en su seno virginal y en su corazón. Contemplándola, el cristiano aprende a descubrir el valor de su cuerpo y a custodiarlo como templo de Dios, en espera de la resurrección. La Asunción, privilegio concedido a la Madre de Dios, representa así un inmenso valor para la vida y el destino de la humanidad (Juan Pablo II).


LOS POETAS

"Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas" (Ap 11,19). Maravillado y transido de belleza canta el poeta:

“¿A dónde va, cuando se va la llama?
¿A dónde va, cuando se va la rosa?
¿Qué regazo, qué esfera deleitosa,
¿qué amor de Padre la abraza y la reclama?.
Esta vez como aquella, aunque distinto;
el Hijo ascendió al Padre en pura flecha.
Hoy va la Madre al Hijo, va derecha
al Uno y Trino, el trono en su recinto..
No se nos pierde, no; se va y se queda.
Coronada de cielos, tierra añora
y baja en descensión de Mediadora,
rampa de amor, dulcísima vereda”.


SI MARIA TRIUNFA DEL PECADO, TAMBIEN DE LA MUERTE

El Apocalipsis pinta la imagen prodigiosa de una mujer glorificada que aparece encinta, a punto de dar a luz, "gritando entre los espasmos del parto", y acosada por un "enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera". El águila de Patmos vio en esta revelación a la Iglesia, en su doble dimensión de luminosidad y de oscuridad, de grandeza y de tribulación, coronada de estrellas y gritando de dolor. María, Madre del Hijo de Dios, Cabeza de la Iglesia que va a nacer, es también la primera hija privilegiada de la Iglesia, triunfadora del dragón que quiere devorar a la Madre y al Niño, pero fracasa en su intento porque el niño fue arrebatado al cielo junto al trono de Dios, mientras ella ha escapado al desierto. El misterio del mal en el mundo produce escándalo en el algunos hombres. ¿Cómo Dios permite todo si lo puede arreglar todo? No se tiene en cuenta la libertad humana que Dios respeta conscientemente; ni la limitación del mundo creado, con sus leyes inmutables; ni la maldad del maligno, que intenta devorar a los hijos de la mujer mientras vivan en este destierro. Ni que Dios a ese mundo dolorido, probado y exhausto, le tiende la Mano Poderosa, que ayuda y restauradora del bien. El pueblo de Israel fue llevado por Dios al desierto, como la esposa de Oseas, para hablarle al corazón y fortalecerlo en el amor y en el coraje para implantar "el reino de nuestro Dios", "victoria que ya llega". Con María estamos todos en el desierto con la fuerza del Espíritu que nos ayuda a vencer los peligros del erial.


MARIA FIGURA Y PRIMICIA DE LA IGLESIA

Pero si María ha sido subida al cielo, como tipo de la Iglesia, también lo será la Iglesia. Aunque hoy nos sintamos terrenos y pecadores, porque en el desierto "la Iglesia es a la vez santa y pecadora", seremos en el mundo futuro, resucitados y enaltecidos. Mirad cómo la traen entre alegría y algazara, al palacio real ante la presencia del rey, prendado de la belleza de la reina, enjoyada de oro a la derecha del rey. Contemplad cómo le dice el rey: “Escucha, hija, inclina el oído a las palabras enamoradas que brotan de mi corazón encendido contemplando tu hermosura” (Sal 44). Y gozad con "El ejército de los ángeles que está lleno de alegría y de fiesta". "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!" (Lc 1,39). Salta también de gozo Juan en el seno de Isabel. La fiesta de los ángeles del cielo se comunica por anticipado al pueblo de la montaña, donde, con la prisa del amor, llegó María, con un Jesús chiquitín en sus entrañas. El Espíritu Santo invadió aquella casa e hizo cantar a aquellas mujeres dichosas las grandezas y maravillas del Señor. María se sintió inspirada y proclamó el "Magnificat" cantando su alegría porque el Señor ha mirado la humillación de su esclava. Y como supo que la llamarían feliz todas las generaciones de los hombres, lo cantó sin complejos. Y enalteció la misericordia que tiene y que tendrá siempre, de generación en generación, con su fieles amados. Y afirmó que no se había olvidado de lo prometido a nuestros primeros padres, a Abraham y su descendencia para siempre: porque una mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, "el dragón rojo". María, ya glorificada en el cielo, no se olvida de los hermanos de su Hijo, que se debaten en las tentaciones y asechanzas del dragón en el desierto. Porque en el cielo no ha dejado su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos los dones de la eterna salvación (LG 62). “La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en el cielo en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que llegará a la perfeccion en la vida futura, así también en esta tierra antecede como una antorcha radiante de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios peregrinante” (LG 68).


CULMINACION DEL EVANGELIO DE LA VIDA

En un mundo en que se desprecia la vida, en que se degrada la vida, en que se mata y se tortura la vida, en que se pisotean los derechos de las personas y del niño no nacido, que el dragón en las madres quiere tragarse, tú honor de nuestra raza, eres "vida y esperanza nuestra". Cuando el Papa Pío XII definió el dogma de la Asunción, la Escuela Psicoanalítica de Zurich, dirigida por Jung, declaró que la denición del dogma había sido una respuesta genial al desprecio de la vida y la persona humana. Hija de un designio eterno, María es el epítome de todas las perfecciones. Si Dios tuviese necesidad del tiempo como nosotros, habría tenido que emplear la eternidad para idear una criatura tan perfecta. Ni el pecado proyectó su sombra en aquella alma privilegiada, ni la fealdad sentó su garra en aquel cuerpo transfigurado por celestiales reverberos. Ni se marchitaron sus nardos, ni palideció su luz, ni desapareció la fragante frescura que había dejado en ella la gloria del Verbo, al descender como rocío silencioso a sus entrañas. Admirados y gozosos han celebrado los Santos Padres la belleza de María. " San Juan Damasceno llama a María "la buena gracia de la naturaleza humana y el ornamento de la creación". El Areopagita, si San Pablo no le hubiese enseñado el nombre del Dios único, deslumbrado por el brillo de su rostro, la hubiera tomado por la misma divi­nidad. “ Nada puede compararse a su belleza, dice San Epifanio, una belleza en que se mezclan la dulzura y la majestad, que levanta hacia Dios e inspira los nobles pensamientos, que ilu­mina el alma y hace germinar el santo amor”. Viendo a Beatriz con los ojos fijos ante su imagen gloriosa, cantaba el Dante: "El amor que la precede, hiela los corazones vulgares y arranca los malos brotes del corazón. Todo el que se detenga a contemplarla, se convertirá en una noble criatura o morirá a sus pies." En medio de los dolores del Calvario, grandes como el mar, pudimos llamarla la más hermosa entre las mujeres; y cuando, terminados los años de su peregrinación terrena, sale de esta tierra que se había iluminado con sus ojos y enjoyecido con su llanto, los coros celestiales claman llenos de estupor: "¿Quién es ésta que viene del desierto, bañada de encantos, bella como la luna, escogida como el sol, majestuosa como un ejército en orden de batalla?".


LA MUERTE DE MARIA

La muerte no se atrevió a destruir aquella maravilla de la mano de Dios. Ella que se había reído de Nemrod el cazador, de Hércules el invencible, y de Alejandro, dominador de imperios, llegaba ahora tímida y temblando, como una madre que se acerca de puntillas a la cuna de su niño dormido. Ni reacciones dolorosas, ni muecas grotescas, ni violentas sacudidas, ni lágrimas, ni espasmos, ni terrores. Su cuerpo se durmió con la gracia de un clavel desprendido de la clavellina; como un susurro del viento en el hayedo; como un arpegio de arpa al impulso del aire, como una orquídea dorada mecida en el perfume de las albahacas, como una ola de espuma en la playa de un mar de oro. Como el parpadeo de una estrella que se esconde en el cielo; con el balanceo de una espiga dorada y granada mecida por el susurro del viento primaveral. Asi se inclinaría el cuerpo de la Virgen María, así sería su último suspiro, así brillarían sus ojos purísimos en aquella hora. Calma dulcísima de atardecer, nube de incienso que se pierde en el azul, flor que se cierra, sol que se desmaya en la curva del horizonte para resplandecer en un nuevo hemisferio. Eso fue la muerte de María; un sueño dulcísimo, una separación inefable, un éxtasis de amor. "Ella es -exclama San Bernardo- la que pudo decir con verdad: “He sido herida del amor”, porque la flecha del amor de Cristo la transverberó de tal modo que en su corazón virginal no quedó un solo átomo que no se inflamase. "Fue una muerte de amor, de aquel amor que es más fuerte que la muerte, el que transverberó a Santa Teresa. El que le hacía decir aquellas palabras que habían sido escritas para ella: "Hijas de Jerusalén, por los ciervos del campo os conjuro, decidme si habéis visto a mi amado, porque me muero de amor." "Vuelve, vuelve ya, amado mío vuelve con la celeridad del cervatillo". San Francisco de Sales decía: "Es imposible imaginar que esta verdadera Madre natural del Hijo de Dios haya muerto de otra muerte; muerte la más noble de todas y debida, por consiguiente, a la más noble vida que hubo jamás entre las criaturas; muerte que los ángeles mismos desearían gustar, si fuesen capaces de morir." Fue una "dormicíón", como decían los primeros cristianos, como dicen todavía los cristianos orientales; una salida, un éxodo, según la expresión de los españoles de la Edad Media. La Iglesia Romana dice Asunción, designando el momento prodigioso del fin de aquella vida gloriosa entre nuestras pobres vidas humanas. Dios quiso que María pasase por la muerte, aunque no la merecía, para ofrecernos el tipo de una muerte santa y el consuelo de su auxilio en nuestra hora suprema. María pasó por la muerte, dice San Agustín, pero no se quedó en ella. Así cantaba el poeta:

Meced a la esposa mía
para que se duerma ahora:
"Tota pulchra es María
Tota pulchra et decora."

¡Sueño bienaventurado!
¡Cuan dulcemente reposa!
Por las cabras del collado,
por los ciervos corredores,
no despertéis a la esposa,
que en los brazos del Amado
se está muriendo de amores.

Desde el cielo venía la invitación apremi­ante : "Ven, amiga mía, paloma mía, inmaculada mía; ya pasó el invierno, cesó la lluvia y el granizo; ven para ser coronada con corona de gracias."

“Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el Amado
cesó todo y quedéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado”.


LA HORA TRIUNFAL

Un rumor extraño se alza en el sepulcro de Getsemaní donde descansan los restos sagrados. Zumbidos de alas, súbitos resplandores, embajadas de ángeles, como otra noche sobre la gruta de Belén. Los lirios esparcen sus más exquisitos perfumes, las brisas traen caricias de jardines, los olivos inclinan suavemente sus ramas. Después, una procesión de luces, un soberano concierto, una voz acariciadora, un sepulcro vacío y una mujer que atraviesa los cielos, vestida de sol, llevando la luna por pedestal y, en torno suyo, cortejo de ángeles y de serafines. Es la Madre de Dios; como decía el poeta medieval, "la llama coronada que se va en pos de su divina primogenitura; la rosa en que el Verbo se hizo carne; la estrella fulgente que triunfa en la altura como triunfó en los abismos". El prodigio epilogaba una vida endiosada. El círculo abierto en el misterio de la Concepción Inmaculada se cerraba con el de la Asunción gloriosa. De todos los siglos cristianos brota la exclamación admirada: "La Virgen María ha sido trasladada al tálamo celeste, donde el Rey de la gloria se sienta sobre un trono de estrellas." Hace más de mil años clamaba ya la litur­gia en el día de la Asunción: "Alégremonos en el Señor al celebrar esta fiesta admirando tanto más la maravillosa traslación de María, cuanto más conveniente nos parece ese fin singular”. ¿Qué cosa más natural que pase a otra vida sin dolor la que había dado a luz sin dolor? ¿Y qué más conveniente que ver libre de la corrupción a la que había permanecido sin mancha? La Madre de la Vida, no podía dormir en la muerte. La Madre del camino no podía quedarse en medio del camino. La Madre de la Luz no debía dormir en las tinieblas del sepulcro. Ante esa figura que se aleja de nuestro suelo radiante y gloriosa, la Iglesia llena de admiración, estalla en cánticos de alabanza donde reúne las más bellas imágenes, los ecos del Antiguo Testamento, los encantos de la naturaleza y el fulgor del lirismo:

Vi su radiante figura
remontándose a la altura
recostada en el Amado.

Y era como una paloma
que sube del agua pura
cortando el aire callado:
un inenarrable aroma
dejaba su vestidura,
como si todas las flores
que tiene la primavera
condensaran sus olores
en su hermosa cabellera.

Y ella subía, subía,
Subía hasta el Cielo sumo
como varita de humo,
que hacia los aires envía
la mirra más excelente.
mezclada con el incienso;
y el claro sol, a su ascenso,
le rodeaba la frente.


LA RECEPCION CELESTIAL

El amor del Padre a la Madre Inmaculada de su Hijo y el del Hijo a su Madre, Esposa del Espíritu, a la gloria celeste la ensalzan. No se puede comparar el recibimiento que Salomón hizo a su madre Betsabé cuando llegó a su palacio real, que se levantó para recibirla y le hizo una inclinación; luego se sentó en el trono, mandó poner un trono para su madre, y Betsabé se sentó a su derecha” (1 Re 2,19), con el que el Rey del Cielo le ha hecho a su madre glorificada con su abrazo tierno y eterno. “Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, el arrullo de la tórtola se deja oir en los campos; apuntan los frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume. Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí” (Cant 2,10). Cuando surge el amor en el alma, el cuerpo exulta y resplandece. Y el amor a María, que creció siempre enamorada y “enferma de amor”, “decidle que adolezco, peno y muero”, ha llegado a la cumbre donde Dios hace la suprema excelsa maravilla de la criatura nueva que a todos nos precede y nos arrastra, dominando la muerte. El río de amor rebosante convertido en mar, ha entrado en el océano infinito de felicidad y la dulzura. “ El día primero de noviembre de 1950, el Papa Pio XII proclamó solemnemente: "Declaramos, definimos, que la Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida mortal, fue asumpta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".


la leyenda AUREA

Se escriben y se cuentan las narraciones más exquisitas de la leyenda dorada, un drama, lleno de vida, que termina con un epílogo bellísimo; una deliciosa historia, propia del genio oriental, ilumi­nada de estrellas y de ángeles, perfumada de inciensos y azucenas, decorada de todas las maravillas del cielo y de todas las bellezas de la tierra. Empezó a difundirse por el Oriente en el siglo V con el nombre de un discípulo de San Juan, Melitón de Sardes; más tarde, Gregorio de Tours la da a conocer en las Galias; los españoles de la Reconquista también la leían, y los cristianos de la Edad Media buscaron en sus páginas alimento de fe y entusiasmo religioso. Un Ángel se aparecía a la Virgen y le entregaba la palma diciendo: "María, levántate; te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda." María tomó la palma, que brillaba como el lucero matutino, y el ángel desapareció. Esta salutación angélica fue el preludio del gran acontecimiento. Poco después, los Apósto­les, que sembraban la semilla evangélica por toda la tierra, se sintieron arrastrados por una fuerza misteriosa, que les llevaba hacia Jerusalén. Sin saber cómo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, con efluvios de altar, en que la Madre de su Maes­tro esperaba la venida de la muerte. De repente sonó un trueno fragoroso, la habitación se llenó de perfumes, y apareció Cristo con un cortejo de serafines vestidos de dalmá­ticas de fuego. Arriba, los coros angélicos cantaban dulces melodías; abajo, el Hijo decía a su Madre: "Ven, amada mía, yo te colocaré sobre un trono resplandeciente, porque he deseado tu belleza." Y María respondió: " Proclama mi alma la grandeza al Señor." Al mismo tiempo, su espíritu se desprendía de la tierra y Cristo desapa­recía con él entre nubes luminosas, espirales de incienso y misteriosas armonías. El corazón limpio, había cesado de latir; pero un halo divino iluminaba la carne inmaculada. Se levantó Pedro y dijo a sus compañeros: "Obrad, hermanos, con amorosa diligencia; tomad este cuerpo, más puro que el sol de la madrugada; fuera de la ciudad encontraréis un sepulcro nuevo. Velad junto al monumento hasta que veáis cosas prodigiosas." Se formó el cortejo. Las vírgenes iniciaron el desfile; tras ellas iban los Apóstoles salmodiando con antorchas en las manos, y en medio caminaba San Juan, llevando la palma simbólica. Coros de ángeles batían sus alas sobre la comitiva, y del Cielo bajaba una voz que decía: "No te abandonaré, margarita mía, no te abandonaré, porque fuiste templo del Espíritu Santo y habitación del Inefable." Al tercer día, los Apostóles que velaban en torno del sepulcro oyeron una voz muy conocida, que repetía las antiguas palabras del Cenáculo: "La paz sea con vosotros." Era Jesús que venía a llevarse el cuerpo de su Madre. Temblando de amor y de respeto, el Arcángel San Miguel lo arrebató del sepulcro y, unido al alma para siempre, fue dulcemente colocado en una carroza de luz y transportado a las alturas. En este momento aparece Tomás sudoroso y jadeante. Siempre llega tarde, pero ahora tiene razón: viene de la India lejana: Interroga y escudriña; es inútil: en el sepulcro sólo quedan aromas de jazmines y azahares. En los aires, una estela luminosa cae junto a los pies de Tomás, el ceñidor que le envía la Virgen en señal de despedida.


AUNQUE LA IGLESIA NO LA RECOGE EN SU LITURGIA, PERMITIO QUE SE EXTENDIERA

Esta bella leyenda iluminó en otros siglos la vida de los cristianos. La Iglesia romana rehusó recogerla en sus libros litúrgicos, pero la dejó correr libremente para edificación de los fieles. Propagada por la piedad del pueblo, recorrió todos los países, penetró en la literatura, inspiró a los poetas y se hizo popular cuando en el valle de Josafat descubrieron los cruzados aquel sepulcro en que se habían obra­do tantas maravillas, y sobre el cual suspendieron ellos innu­merables lámparas de oro. Pero nadie la recogió con más amor ni la interpretó con tanta belleza como los artistas. La primera representación es anterior a la leyenda escrita. Se encuentra en un sarcófago ro­mano de la basílica de Santa Engracia en Zaragoza. María apa­rece de pie en medio de los Apóstoles. Desde lo alto asoma una mano que aprisiona la suya, recordando aquellas frases del relato apócrifo: "El Señor extendió su mano y la puso sobre la Virgen; Ella la abrazó y la llevó a los ojos y lloró. Los dis­cípulos se le acercaron diciendo: ¡0h Madre de la luz, ruega por este mundo que abandonas! Finalmente, el Señor extendió su mano santa y, tomando aquella alma pura, la llevó al tesoro del Padre."


Los testimonios de la belleza

Después se suceden las representaciones en las telas, en los marfiles y en los mosaicos. Tanto el ro­mánico como el gótico convierten el tema, en una verdadera historia en la piedra. Unas veces veremos a los Apóstoles en torno de María mori­bunda; otras, desfila el cortejo precedido por el discípulo ama­do; otras, el grupo apostólico aparece a la puerta del monumento; o se presenta el ángel para arrebatar su presa a la muerte y al sepulcro. Motivos particulamente amados por el Oriente, que, más que la Asunción, celebra la Dormición de María. Los occidentales prefieren representar el momento en que María atraviesa los cielos pisando estrellas y alas de ángeles. Murillo y Rafael y los imagineros del Siglo de Oro la representaron en sus retablos. Nos trasportan al Cielo, poniendo ante nuestros ojos el momento de la coronación, como el cuadro del Louvre en que Fra Angélico nos presenta a María coronada por su Hijo entre coros de virgenes, de santos y de mártires, vestidos de celestes colores. Pero ya dos siglos antes el tema estaba tratado con grandeza en Notre Dame de París, y al escultor había precedido el maestro románico de Silos. Se ha combinado la Anunciación con la Coronación. Gabriel dobla la rodilla, pronunciando su mensaje con graciosa sonrisa. Dos ángeles salen de las nubes y colocan la corona en las sienes de María. Su diestra hace un gesto de sorpresa ante el anuncio del mensajero divino, pero todo en su actitud revela imperio y majestad. En el Cielo y en la tierra todo se reunía para celebrar el triunfo definitivo de la Madre de Dios: el hombre y el ángel, la flor y la estrella, la inocencia y el pecado, la fe y el amor, la poesía y el arte, en un concierto universal en honor del vuelo sublime. La Madre del amor y de la esperanza se aleja de nosotros; pero no se nos ocurre llorar, sino asociarnos a los júbilos del paraíso. Ni un eco de melancolía en las melodías de la liturgia; a no ser aquel en que, imaginando a María en el momento de trasponer las nubes, se nos ocurre levantar a ella nuestro anhelo, y, asiendo la punta de su manto, repetir las palabras bíblicas: "Oh Reina, llévanos en pos de ti; queremos correr tras el olor de tus perfumes hasta la montaña santa, hasta la casa de Dios”. Pero ya llegará el día de nuestro triunfo, porque también para nosotros hay una silla y una corona.


El MISTERIO DE ELCHE ao

Después del Concilio de Trento y basado en los Evangelios Apócrifos y en la Leyenda Aurea, surge El Misterio de Elche, drama asuncionista del siglo XV, que se celebra en la Basílica de Santa María, por bula papal de Urbano VIII en 1632, y que en la actualidad opta a ser declarado Patrimonio Oral e Intangible por la UNESCO. Se desarrolla en dos actos, en La Vesprá, se representa la muerte de María y La Festa, describe el entierro, la asunción y la coronación de la Virgen. Bajo la cúpula de la Basílica se coloca un cadafal, donde se desarrollan las escenas del drama asuncionista. En la cima de la cúpula, que dista 22 metros desde el cadafal, hay una abertura cubierta por una enorme tela pintada que simula el cielo, donde se esconden los artilugios que hacen aparecer y desaparecer los actores, que crean la magia del Misterio. La Festa La Magrana, una granada gigante desciende y al abrirse desprende una lluvia de oropel, transporta al ángel con la palma para comunicar a la Virgen su próxima muerte y su asunción a los cielos. En la Vesprá el Araceli transporta a cinco ángeles para llevar el alma de María al cielo y pedir a los apóstoles que la entierren en el valle de Josafat, y en la Festa, el ángel con el alma de la Virgen es sustituido por la imagen de la Virgen dormida. En la Coronación, Dios Padre corona a la Virgen en la apoteosis del Misterio. Para manifestar nuestro júbilo por la gloria de nuestra Madre, prenda sagrada de nuestra gloria.

Es bien que todos llenemos
nuestras almas de alegría,
por la grandeza en que vemos
a nuestra Madre María;
pues Dios le ha querido dar
tan soberanos honores,
porque ella los ha de usar
para mejor perdonar
a los pobres pecadores.

JESÚS MARTÍ BALLESTER