42 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO III DE CUARESMA
(21-35)

21. CV/QUÉ-ES 

-Unas lecturas llenas de «cambios» El mensaje del evangelio de este domingo no deja ninguna posibilidad a la duda: Es necesario y urgente convertirse. Y. en conjunto, las tres lecturas de hoy son prolijas en ejemplos de cambio.

-Moisés pasa (cambia) de una vida regalada en la corte, llena de privilegios y comodidades, a una vida de duro pastoreo por el desierto. No es precisamente lo que hoy llamaríamos un «cambio a mejor».

-Dios cambia la comodidad de su cielo, distante y tranquilo, por el compromiso de pelear al lado de su pueblo. ¡Qué Dios éste, que se acerca a la tierra para escuchar el lamento de su pueblo! ¡Qué ganas de complicarse la vida! Si nosotros estuviéramos en su lugar, ¡para rato...!

-Y el pueblo, que pasa (cambia) de la esclavitud a la libertad; el único cambio aparentemente positivo; pero no podemos olvidar que éste sólo es posible gracias a los dos anteriores. Dios y Moisés tienen que poner lo suyo, y luchar, y «sacrificarse» para poder salvar al pueblo. -

Necesidad urgente de conversión

Convertirse es cambiar, pasar de una situación a otra, de una manera de vivir a la otra. La conversión no es un lavado de cara, no es un poco de maquillaje o un arreglo temporal. La conversión es cambio radical, transformación, nueva situación, nueva vida. El evangelio de hoy, como decíamos, nos habla de la urgente necesidad de conversión. En realidad el evangelio es mucho más radical, más drástico, más contundente: «si no os convertís, todos pereceréis».

La sabiduría popular lo sabe muy bien. «Renovarse o morir», decimos. El evangelio va más al fondo: «convertirse o morir». Y. al igual que el refrán no nos suena a amenaza sino a constatación de una realidad que es incuestionablemente así, las palabras de Jesús tampoco son una amenaza (cuidado con esto en la predicación), sino la constatación de una verdad incuestionable.

Por tanto, no se trata de que la no conversión se castigue con la muerte; se trata de que la no conversión nos lleva a la muerte inevitablemente, igual que nos lleva a la muerte el no comer o el no respirar. Se trata de una relación que podríamos definir como de causa-efecto. Jesús no amenaza; todo lo contrario: nos avisa para que eludamos la muerte; y la manera de eludirla es cambiando, convirtiéndonos.

-Morimos porque no nos convertimos

La afirmación vale en las dos direcciones. Por eso, porque no nos convertimos, en nuestro mundo hay muerte física. Cuando cientos de horas de conversaciones parecen comenzar a fructificar para pacificar una guerra, otro conflicto surge en cualquier rincón del planeta, y así la cadena de víctimas bélicas no se interrumpe; muerte física porque hay padres que ponen su comodidad por encima de la vida de los seres humanos que se están formando y desarrollando; muerte física por la violencia callejera, por el fanatismo en el deporte, por la supremacía de la ley del más fuerte, por... Y si no nos convertimos, seguiremos muriendo.

También hay muerte moral, porque los valores que imperan no son los valores que nos humanizan, sino otros muy distintos que nos ponen al nivel de las bestias: el más fuerte, el más guapo, el más rico, el más pícaro, el más poderoso, el más sexy, el más... El tipo de persona que genera quien desarrolla estos valores no es el más «humano», sino el más despiadado porque siempre ve al otro como a un competidor al que hay que superar. Con un hombre así, el famoso «homo homini lupus» se queda corto; porque con un hombre así, «homo homini mors».

Y hay muerte social; la sociedad se descompone por muchas partes, como no puede ser menos con los antecedentes vistos: los políticos se corrompen y sustituyen el trabajo de gobernar los pueblos por los afanes de su provecho personal (y, como mucho, el provecho de familiares y «protegidos»); se corrompen las sociedades y, en el más puro estilo hitleriano, ponen etiquetas para marcar y marginar (y matan socialmente) a «los otros»: enfermo de sida, homosexual, gitano, drogata, moro, sudaca, negro...; se corrompen los pueblos y caen en el aldeanismo más barato y cerril, preocupados sólo de lo suyo; se corrompen los países y crean (y mantienen y fomentan) una división entre el norte y sur que ceba a los primeros con los recursos y la sangre de los segundos.

-Estamos «heridos de vida»

Es difícil, muy difícil resistirse a la tentación de pensar que nuestra sociedad está herida de muerte. La sociedad y también el hombre. Pero Jesús no sólo no amenaza, no sólo advierte del peligro; Jesús, asumiendo la muerte en su propia persona, abre la puerta de la vida. En el libro de la historia humana, escribe un nuevo capítulo detrás del capítulo de la muerte, que parecía el último; ahora ya no lo es. Así, aunque las apariencias apuntan hacia la muerte, la realidad señala directamente a la vida. No estamos heridos de muerte sino que estamos «heridos de vida». De alguna manera, Jesús ha dejado sin efecto su propio aviso: «si no os convertís, moriréis pero yo os resucitaré». Lo que sucede es que, si somos capaces de convertirnos, todo será distinto, mejor, más fácil, más rápido; empezaremos a disfrutar antes del gozo de la vida, del gozo, la fraternidad y la justicia (todos, no sólo unos pocos privilegiados); y, aunque todavía nos esperará la muerte física, «nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3,14). Ahí está el asunto: en que seamos capaces de amar (=convertirnos).

LUIS GRACIETA
DABAR 1995, 18


22.

Moisés tiene 40 años y se halla fugado apacentando el rebaño, en pleno desierto. Quiso salir en defensa de un hebreo maltratado por un capataz egipcio, y ahora se encuentra lejos de su pueblo, pasando sus días en cuidar el ganado que no es suyo. Está en el desierto, ese tiempo de búsqueda, de silencio... y es allí donde será llamado por Dios para una de las gestas religiosas más importantes de la historia.

Mientras caminaba tras el rebaño supo fijar su atención en una zarza ardiendo. El fuego atrajo su mirada y su curiosidad. Entonces pensó: "Voy a acercarme para mirar este espectáculo admirable".

Es el primer paso que solemos dar en la experiencia de fe, un paso bastante infantil. Lo religioso se nos presenta como "un espectáculo admirable", algo fuera de serie que nos saca de la vida diaria para llevarnos al mundo de lo maravilloso.

Una religión que despierta curiosidad, como la de aquellos judíos que se acercaban a Jesús por sus milagros; como la de los que van a los santuarios a ver milagros, o pretenden tener visiones que señalan el fin del mundo.

Es el mismo Dios quien nos ordena no acercarnos a Él como a un objeto de curiosidad. Al contrario, nos dice: "Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado".

"Quítate las sandalias". Ya podemos entrever su sentido: Dios quiere que nos despojemos de nosotros mismos. Quiere quitarnos esa falsa seguridad que hemos conseguido apoyándonos en nuestra razón, en nuestros sentimientos, en nuestras cosas, y que nos hacen andar con paso inseguro. Es lo mismo que si nos dijera: hay que desnudarse.

Y otra advertencia: estamos en terreno sagrado. A Dios tenemos que acercarnos con una actitud distinta. No basta la curiosidad, ni el conocimiento intelectual ni la emoción sensible. El mundo de la fe es el mundo de lo nuevo y se necesita nacer de nuevo. Hay que prescindir de la búsqueda egoísta de uno mismo para ponerse al servicio del Señor.


23. D/CONOCIMIENTO  D/IMAGENES-FALSAS 

1. ¿Quién eres?

El hombre religioso, como Moisés, tiene hambre y sed de Dios; tiene deseos incontenibles de conocerle y poseerle. ¿No te has sentido alguna vez identificado con el salmista: «¡Oh Dios, Tú eres mi Dios!, por ti madrugo, mi alma tiene sed de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua...»? Este deseo es algo que brota de lo más hondo del ser. Lo que pasa es que las seducciones del mundo y las preocupaciones de la vida cotidiana, las diversiones y los placeres alienantes, nos distraen y nos embotan. El deseo de conocer a Dios, tan importante en sí, es también decisivo para marcar y orientar nuestra vida. Nos identificamos con el Dios en quien creemos. Uno se asemeja al Dios que venera, es lo que adora.

¿Quién eres Tú?

Personas y pueblos están caracterizados en gran medida por su fe y su religión. Así, por ejemplo, el espíritu de «sumisión» del islam ha conformado un pueblo excesivamente resignado en muchos aspectos, y por otra parte ha originado la guerra santa para «someterlo» todo a Alá. También la idea de Dios Rey ha motivado innumerables guerras de conquista y crueles guerras de religión. Si pongo la verdad de Dios por encima de su amor, tengo que estar defendiéndole a cada paso y puedo llegar a perseguir y quemar a los herejes.

La imagen de un Dios Todopoderoso me lleva necesariamente a una religión cúltica, en la que multiplicaré mis adoraciones, genuflexiones e incensaciones. La Iglesia sentirá sin querer la tentación del poder, la soberanía y el dominio; querrá controlar las conciencias y tendrá miedo a la libertad. Por otra parte, si Dios todo lo puede y todo lo controla, necesitaré estudiar mucha apologética para responder a los problemas del sufrimiento y del mal. Y si creo en un Dios que juzga, que reparte premios y castigos, haré las cosas por interés, perderé el sentido de la gratuidad, me sentiré constantemente amenazado y juzgado, podré llegar al escrúpulo y la neurosis. Y si creo en un Dios Santo puedo caer en una ascética desencarnada y martirial que destruye la naturaleza. Si lo que realmente importa es amar mucho a Dios, puede que termine por no amar a nadie. Y si lo que importa es la otra vida, la religión termina convirtiéndose en opio del pueblo. Es verdad, estamos hechos a imagen del Dios que adoramos.

Ah, pero si creo en un Dios débil, un Dios que no se defiende, que se deja vencer por cualquier Jacob de turno, que se deja crucificar; un Dios cercano y misericordioso que opta por los pobres y se empobrece; un Dios que quiere a todos, que perdona todo, que no ha aprendido todavía a castigar; un Dios todo gracia; entonces, ¡Dios mío!, qué buena noticia, qué liberación más grande, pero también qué compromiso más radical.

¿Quién eres Tú, Señor?

La primera respuesta sería que no sabemos, que Dios es indefinible. Las imágenes de Dios siempre son insuficientes. Si nos aferramos a una imagen, la convertimos en un ídolo. Por eso hay que estar siempre relativizando nuestras ideas sobre Dios, siempre preguntando su nombre. Hay imágenes de Dios verdaderamente pobres y caricaturescas. ¡Cuántas veces utilizamos el nombre de Dios en vano! ¡Y cuánto barro y cuánta sangre hemos echado sobre este santo nombre!

2. ¿Quién eres Tú, Señor? La Teofanía mosaica De Dios sólo conocemos lo que El quiere revelarnos. Si El se manifiesta, si El se digna revelar un poquito el misterio... Un poquito nada más, porque, si no, moriríamos.

«El Dios de nuestros padres» Nuestro Dios se relaciona con el hombre. No es el Dios de los árboles, las montañas o los ríos. Es un Dios de personas. Tampoco se encierra en su cielo. No es un Dios totalmente inalcanzable. Es un Dios que se acerca, que gusta de pasear con el hombre y se deja invitar a la mesa. Es compañero de viaje que juega y que lucha con el peregrino. Es amigo de los hombres. Es el Dios de las promesas y la alianza. Es el Dios fiel a la amistad. Es el Dios del encuentro, que puso su tienda para dejarse encontrar en medio del pueblo. Dios de Abraham, Isaac y Jacob. La lista puede prolongarse interminablemente, hasta llegar a nuestros abuelos y nuestros padres. ¿Verdad que Dios debe parecerse algo a nuestros padres? De ellos recibimos la fe y la idea de Dios. Y están, por otra parte, los padres en la fe. Es el Dios de tantos creyentes, pasados o actuales. Todos están vivos, porque los amigos de Dios no mueren.

Sobre todo será el Dios de Jesucristo, manifestación plena de Dios. Aquí ya no es el Dios de los hombres, sino el Dios-Hombre, la gran Teofanía, la Tienda viva del Encuentro entre Dios y los hombres.

-El que ve, el que oye, el que libera

El diablo, que es el antidios, puede definirse como el que ciega, el que tapa los oídos, el que ata la lengua, el que paraliza y destruye al hombre. Terrible demonio el sordomudo. Trabajo costó a Jesús exorcizarlo (cf. Mc 9, 22-25). Palabras muy duras salieron de su boca contra los voluntariamente ciegos y sordos, duros de oído y corazón (cf. Mt 13,14-15; Jn 12, 40; 9, 39). Temible demonio el que ata y encadena (cf. Lc 13,16). Jesús se dedicó a curar ciegos, sordos y mudos, y a romper ataduras diabólicas.

Dios es luz, ojos y oídos abiertos, y sobre todo abierto el corazón. Dios es fuerza curativa y liberadora. Una llamada en el desierto y una voz íntima desde el fuego: «Estoy aquí. Yo soy el que estoy. He visto. He oído. Me he fijado. Voy a bajar a librarlos».

¿Que quién es Dios? Ya sabes, el que mira con ojos comprensivos, el que escucha con interés, el que acompaña con amistad, el que libera con misericordia. Dios es pura presencia: el que está ahí, el que está aquí.

-El Dios de los pobres Dios capta hasta los más profundos silencios, penetra el corazón y las entrañas, escucha toda oración o suspiro. Entre todas las voces y ruegos, lo que más pronto traspasa las nubes y llega a Dios es el clamor de los pobres, las quejas de los oprimidos, los gritos del torturado, la impotencia del secuestrado, la sangre del asesinado, el temblor de los débiles, el llanto del huérfano, la oración de la viuda, la desesperanza del parado, la humillación del inmigrante. Antes que digan un ¡ay!, antes que derramen una lágrima, antes que muevan sus labios o tiemble su cuerpo, ya lo ha oído el Señor.

Se ve claro que es el Dios de los pobres, «el que oye el clamor del desnudo» (Ex 22, 26), el que «abre a los cautivos la puerta de la dicha» (Sal 67, 7). Por eso, «conoce la opresión de su pueblo y ha oído sus quejas contra los opresores», porque «me he fijado bien en sus sufrimientos». Diríamos que le llegan al alma.

-El Dios que comparte y libera

Dios no sólo escucha nuestro clamor y sufrimiento, sino que lo hace suyo, lo asume, lo comparte; por eso es verdaderamente compasivo. ¿No sabéis que Dios también llora? Preguntad a Jesús, que cargó con todo el peso humano solidario con todos los hombres. A veces, esa es la única respuesta posible de Dios a nuestros sufrimientos. También es el Dios que libera: «Voy a bajar a librarlos», aunque para eso necesite de algún Moisés o de algún King o de algún Mons. Romero o de alguna M. Teresa. La Pascua hebrea fue posible porque Dios es fuerza liberadora. Cristo es nuestro gran liberador, que da vista a los ciegos y libertad a los oprimidos, que expulsa a los demonios opresores y nos libra de toda esclavitud.

-«Ve... para que saques a mi pueblo»

Dios necesita de mediaciones; quiere que alguien le preste sus manos y sus pies. Dios necesita de Moisés, y aunque el pobre se resiste cuanto puede, su gracia es más poderosa. Siempre pasa lo mismo. Ante la misión, nos sentimos incapaces. Además, Dios suele escoger instrumentos insignificantes, hasta tartamudos. ¿Un pastor tartamudo ante todo el faraón? Pero «ve, yo te envío, yo estaré contigo». Una palabra que llega hasta nosotros. Hay muchísimos oprimidos en manos de los nuevos faraones. No importa tu incapacidad y tu pequeñez. Dios te envía. Dios está contigo. Basta que tengas en tus manos el cayado de la fe.

3. El Dios de la paciencia

Con Moisés, y mucho más con su pueblo, tuvo que tener Dios muchísima paciencia; por eso, Moisés terminaría siendo «el hombre más sufrido del mundo» (Nm 12, 3). Y es que, claro, lo que se trata se contagia, lo que se adora se pega. El Dios de Moisés se define como «tardo a la cólera y rico en amor» (Ex 34, 6). Un poco más de paciencia, es lo que nos enseña la parábola de la higuera. Tres años esperando el fruto, y nada. ¡Qué paciencia, Dios mío! Pues eso, un poco más todavía. Un año más y otro, y otro... y todo lo que sea necesario. Quizá no dependa del árbol, sino de la tierra, del abono, o del clima, o de las circunstancias. Hay que dar siempre una nueva oportunidad. ¿No lo hacemos nosotros así con las personas que amamos? La paciencia de Dios nos la enseñó Jesús en otras parábolas, como la de la cizaña, la del sembrador que espera el crecimiento de la semilla, la del hijo pródigo. Pero nos lo enseñó sobre todo con su ejemplo: paciencia con sus discípulos, incluso con Judas, siempre un nueva oportunidad; paciencia ante la mala acogida de un pueblo samaritano, cuando los Zebedeos, «hijos del trueno», pedían un castigo ejemplar (cf. Lc 9, 54-55); paciencia con los pobres y los pecadores; paciencia, sobre todo, en la Pasión. Verdaderamente es el Siervo que «no quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo vacilante» (Is 42, 3). ¡Si alguna vez se habla de la ira de Dios, es una manera de expresar su pasión, su amor apasionado por los hombres. No es indiferente a nuestras cosas. Le duelen muchísimo nuestras infidelidades, como a un esposo traicionado. "Fue un momento de ira, pero no volveré, lo juro. No te destruiré. Con amor eterno te amo" (Is 54, 7-8; cf. Jr 31, 3; Os 2; 11, 9). Si Dios es amor, no puede dejar de amar. Si Dios es amor, no se va a poner a matar, como pedía el irascible Jonás. Si Dios es misericordia, nunca actuará sin misericordia. Podrá, sí, corregir, exigir, podar, para que demos más fruto, pero nunca destruir.

-El riesgo de la frustración

Si Dios no destruye, el hombre sí puede destruirse a sí mismo. Podemos encontrarnos con personas estériles, higueras viejas y endurecidas que consumen sin provecho cuantos abonos se les echan. «Ni una breva, que tanto desea mi alma» (Miq 7,1). Esas higueras son como nuestro hombre consumista: voraz, pero vacío. Hay muchos que guardan sus talentos bajo tierra y se quedan con la amargura de la frustración. Todo hombre que guarda su vida la pierde. El hombre se puede perder, quedarse sólo en un proyecto de hombre, en un o apunte frustrado. Es cuando el hombre se cierra a la gracia. Es cuando dice no a la llamada de Dios. Lo que le hubiera pasado a Moisés si se queda con su rebaño. Lo que le pasa a todo el que no quiere secundar su verdadera vocación.

Lo que le pasa al hombre que vive sólo para sí, que no vive en el amor, porque «el que no ama está muerto» (1 Jn 3, 14). Estamos llamados a ser estrellas y podemos quedarnos en gusanos de luz, o incluso convertirnos en verdaderos puntos negros.

IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA

1. El hombre desea conocer a Dios. Sólo podemos conocerlo si El se manifiesta. Tenemos muchas imágenes de Dios que deben ser relativizadas, porque Dios siempre es otra cosa. Hemos echado mucho barro sobre la idea de Dios. Es importante, porque tratamos ser lo que adoramos.

2. Dios se revela a Moisés, gran teofanía, como el Dios cercano, el Dios de los padres; el Dios que ama a los hombres- el Dios que ve, que oye el clamor del pueblo; el Dios que está cerca especialmente de los pobres; el Dios que libera de la esclavitud. Dios no es ajeno a nuestra historia, pero quiere que el hombre sea protagonista. Dios necesita de nosotros.

3. Dios es paciente con el hombre. Espera un año y lo que haga falta, hasta que la higuera dé su fruto. Confía en el hombre y le ofrece otra oportunidad. No destruye nada. Pero el hombre puede destruirse a sí mismo cuando guarda su talento, cuando se cierra a la gracia, cuando no secunda su vocación, cuando quiere vivir para sí. Entonces él mismo se pierde.

CARITAS 1995.Pág. 83-88


24.

-LA CONVERSIÓN, TAREA CONSTANTE

Vamos avanzando por el camino de la Cuaresma hacia la Pascua, que no es más que una oferta y una invitación del Padre a incorporarnos más plenamente a Cristo. Por eso hoy se nos hace más patente la urgencia constante de nuestra conversión como respuesta a Dios que nos llama siempre a la renovación, también a través de los acontecimientos a menudo amargos y desgraciados de la existencia.

Podemos decir con toda verdad que la Biblia entera, la totalidad de la Palabra de Dios, la historia de la salvación entera es una llamada constante a la conversión, a empezar una y otra vez, a continuar adelante a pesar de las caídas y las infidelidades. La Cuaresma es una ocasión propicia para escuchar y acoger más intensa y cordialmente esta llamada para hacerla fructificar en la viña de la existencia cotidiana.

-DIOS: EL QUE ES, EL QUE LIBERA

Saber el nombre de Dios es conocerle, poseer la clave de su personalidad, disfrutar en cierto sentido y experimentar su poder. Saber el nombre era importantísimo entre los semitas.

Moisés, el enviado de Dios, recibe la revelación del nombre y así puede presentarse a sus compatriotas. Yahvé es, pero también actúa: liberando al pueblo oprimido. La página del Antiguo Testamento que leemos hoy es un hecho de primera magnitud en la historia de Israel, pero también "fue escrito para nosotros", los creyentes en Jesús, que lleva por nombre: "Dios salva". Por eso hacemos una lectura pascual de la revelación del Nombre de Dios, de la misión de Moisés para liberar al pueblo. El Dios liberador se manifestará plenamente en la muerte y resurrección de Jesús, Dios-con-nosotros, Dios-que-salva y libera de toda esclavitud y crea el nuevo Israel.

-NO BASTA CON SER CRISTIANOS DE NOMBRE

En los evangelios, Jesús repite a menudo que no basta con se contado en la lista de sus seguidores para ser del Reino de Dios. Pablo insiste hoy sobre eso en la segunda lectura. Muchos fueron los israelitas, liberados de Egipto, que no resistieron la prueba del Éxodo: desfallecían por el camino en la fidelidad al Dios que salva.

A los cristianos nos puede suceder lo mismo. Hay que entender en las palabras de Pablo el itinerario de la iniciación cristiana: el bautismo es, para nosotros, el paso del Mar Rojo; nos une al nuevo Moisés, Cristo mediador de una nueva alianza; hemos probado el alimento y la bebida de Cristo en nuestra peregrinación hacia la Tierra prometida. Pero no podemos vivir confiados: estamos expuestos a las tentaciones: desear lo que no es bueno, murmurar, no fiarnos del Dios-Padre.

El toque de alerta de Pablo es claro: "El que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga".

-"Y SI NO OS CONVERTÍS..."

A partir de unas desgracias públicas y de una represalia de los ocupantes romanos, Jesús lanza una llamada a la conversión. El versículo antes del evangelio es bien significativo: "Convertíos, dice el Señor, porque está cerca el Reino de los cielos". Llamada a la conversión en la expectativa de la Pascua. Ésta, este año, es la gran urgencia que se repite durante la Cuaresma.

Las palabras de Jesús en el evangelio sintonizan perfectamente con las de Pablo. No son para asustar; son para hacer cristianos fuertes y vigilantes, no confiados de su nombre sino abiertos y despiertos ante la llamada a la conversión, que es una tarea constante en la vida cristiana, una respuesta fiel a la vocación recibida.

-"A VER SI DA FRUTO..."

Ser cristiano no es llevar una etiqueta, un salvoconducto de salvación. Ser cristiano quiere decir dar fruto. Si uno no da fruto, llega a ser un estrobo, una higuera estéril, en la viña del reino de Dios. Si no damos fruto, cada año se nos ofrece una oportunidad para remediar nuestra inutilidad en la viña del Señor. Es la renovación pascual, la Cuaresma. El viñador, Cristo, intercede cada año ante el dueño de la viña por nosotros. Cada año y siempre: en el tiempo de gracia y salvación inaugurado por la Pascua del Señor. Eso nos llena de confianza para rehacer constantemente nuestra vida estéril.

PERE LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1995, 4


25.

1. "A ver si da fruto". En el evangelio de hoy abundan las advertencias. Se cuenta a Jesús que Pilato ha mandado matar a unos galileos y que dieciocho hombres han muerto aplastados por una torre. Para él todos los demás, en la medida en que pecan, están igualmente amenazados. Después el propio Jesús cuenta la parábola de la higuera que no da fruto. Habría que cortarla, pues ocupa terreno en balde y es un parásito. Pero merced a la súplica del viñador, se concede al árbol una última oportunidad: «A ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás». Los primeros acontecimientos deberían interpretarse ya en este sentido: es a cada uno de nosotros al que amenaza la espada de Pilato, a cada uno de nosotros puede aplastarnos la torre. Aquí no se maldice a la higuera estéril, sino que se pone a prueba hasta el extremo la paciencia del propietario; que se cave a su alrededor y se eche estiércol, es una gracia -última- que el árbol no ha merecido. Una gracia que se le otorga y que no produce frutos automáticamente, sino que él, el hombre simbolizado por el árbol, debe hacer fructificar colaborando con esa gracia.

2. «Todo esto fue escrito para escarmiento nuestro».

En la segunda lectura se ofrece un resumen de las gracias otorgadas al pueblo de Israel en el desierto: travesía del mar Rojo, alimento venido del cielo, agua salida de la roca, que según la leyenda camina con el pueblo y cuya agua vivificante es un preludio de Cristo. Pero de nuevo toda la descripción debe servirnos de advertencia: el pueblo era ingrato, añoraba las delicias de Egipto, se entregaba a la lujuria, murmuraba contra Dios. Y por eso la mayoría de ellos, por castigo divino, no llegó a la meta, a la tierra prometida por Dios. La Iglesia, que es a quien se dirige la advertencia, no puede dormirse en los laureles, pensando que disfruta de una seguridad mayor que la de la Sinagoga y que al final todo terminará bien. Quizá precisamente por estar más colmada de gracia está también más en peligro. Nadie termina cayendo en peores extravíos que aquellos que estaban predestinados por Dios para convertirse en camino para otros y son infieles a su vocación. Los predestinados a una mayor santidad pueden convertirse en los apóstatas más consumados y peligrosos, y arrastrar consigo en su caída a partes enteras de la Iglesia: «Un tercio de las aguas se convirtió en ajenjo» (Ap 8,11).

3. «Yo soy».

En la primera lectura se describe el milagro de la zarza que arde sin consumirse y la elección de Moisés para anunciar al pueblo este nombre de Dios: «Yo soy», como el nombre del Salvador. ¿Qué puede significar esto en el contexto de hoy sino que las advertencias que se dirigen al hombre, y que ciertamente pueden cumplirse, nunca ponen en cuestión la fidelidad de Dios, que camina con nosotros? Así pues, sería un error concluir que la paciencia de Dios con el hombre que no da fruto puede llegar algún día a agotarse, y que entonces al amor divino le sucedería la justicia divina. Los atributos de Dios no son finitos. Pero el hombre sí es finito en su tiempo y sólo puede dar fruto en el curso de su existencia limitada. La advertencia que se le dirige no indica que la paciencia de Dios se haya agotado, sino que sus propias posibilidades, que son limitadas, tienen un fin. Dios no puede pagar un salario a cambio de una vida estéril, como muestra claramente la suerte que corre el empleado negligente y holgazán en la parábola de los talentos.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 234 s.


26.

«¿PIENSA MAL... Y ACERTARAS?» 

Cuando Jesús condenó aquello de «ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio»; cuando a continuaci6n añadió: «no juzguéis y no seréis juzgados», no sólo estaba empleando un estilo refranero, propio de la sabiduría popular, sino que estaba demostrando un profundo conocimiento de la psicología humana.

En efecto, el hombre tiende a emitir juicios precipitados sobre las personas y las conductas ajenas. Contempla un suceso, una desgracia, e inmediatamente se atreve a deducir culpabilidades buscando rápidos argumentos de causa-efecto: «Le ha ocurrido esto a Fulano... Luego, algo habría hecho».

Con un juicio temerario de este estilo «acudieron algunos a Jesús». Pilatos, en una redada claramente represiva, había mandado matar a un grupo de galileos, nacionalistas exaltados, de ésos que concebían la «implantación del Reino de Dios» incluso por las armas. Pilatos no lo dudó: «Cuando estaban ofreciendo el sacrificio a Dios», los sacrificó a ellos también. Los que acudieron a contar el suceso a Jesús, veían ya en el hecho «el castigo de Dios». Eran, por tanto, culpables.

No, amigos. Jesús no quiere que veamos las cosas así. Ya, en otra ocasión, cuando ante un ciego de nacimiento le preguntaron: «¿quién pecó: éste o sus padres?», Jesús contestó tajantemente: «Ni éste pecó ni sus padres». Dios no es un guardia de tráfico que esté al acecho tratando de «cazar» infracciones para poner después un castigo. El principio que dice: «ha ocurrido después de esto, luego ha sido por eso» no casa con la idea de un Dios que vuelve año tras año a ver si la higuera ha dado fruto. La imagen de Dios está retratada, más bien, en aquel padre que salía cada tarde a la puerta esperando que, por fin, el hijo pródigo volviese. No para castigarlo, sino para abrazarlo y hacer una fiesta. Por eso Jesús enfoca su dialéctica en otra dirección, en la del corazón de cada hombre. No sólo en el de aquellos galileos, para que se convirtieran, sino en el de todos: el de Pilatos, el de los guardias que los mataron, el de los que lo vieron y el de quienes vinieron con la pregunta a Jesús. «Porque, si no nos convertimos, todos igualmente pereceremos».

No puede el hombre ir por la vida haciendo juicios definitivos sobre nadie: «Este es bueno, aquél malo». Es muy expuesto constituirse en fariseos irreprochables y salir lanzando anatemas a diestra y a siniestra desde la pura letra de la legislación: «Tus discípulos comen espigas; luego son pecadores»; «esa mujer ha sido sorprendida en adulterio, luego debe ser apedreada»; «nosotros cumplimos la ley con pelos y señales, por lo tanto somos "los maestros de Israel"».

Cuando Jesús se encontraba con ejemplares de ésos, o arremetía contra ellos llamándoles «raza de víboras» y «sepulcros blanqueados», o se distraía escribiendo con el dedo en el suelo, sin hacerles ni caso, para levantar después su cabeza y decir como quien no dice nada: «El que de vosotros esté sin pecado, que tire sobre ella la primera piedra». ¡Ahí queda eso!

Por eso Jesús -no lo dudemos- no era partidario de ese refrán que dice: «Piensa mal y acertarás». Toda su doctrina sobre nuestros «juicios» acerca del prójimo podrían condensarse, más bien, en otro refrán que dijera: «Piensa bien, aunque te equivoques y no aciertes».

ELVIRA-1.Págs. 209 s.


27.

Frase evangélica: «Si no os convertís, todos pereceréis»

Tema de predicación: LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

1. La constitución conciliar Gaudium et spes afirma que «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del evangelio». «Signos de los tiempos» son los fenómenos que, por su significación y frecuencia, caracterizan una época o unos acontecimientos históricos de importancia; fenómenos universales y repetidos que para la conciencia de los hombres tienen un significado especial: el de revelar hacia dónde se orienta conscientemente la humanidad, de acuerdo con sus necesidades y aspiraciones.

2. Jesucristo invitó a los fariseos a que aprendieran a discernir «la señal de cada momento» (Mt 16,3), a fin de conocer la «hora mesiánica» o el «signo de Jonás» (Lc 11,29), que es la presencia salvadora de Dios en la historia. En el evangelio lucano de este domingo, Jesús interpreta dos acontecimientos relacionados con la muerte personal, en un caso por represión, y en otro por accidente. Y lo que trata de decirnos es, por una parte, que la desgracia física no es sanción por el pecado y, por otra, que hay una muerte más grave que la muerte física. De ahí la apelación a la conversión mediante la imagen de la higuera estéril.

3. Los cristianos, por participar como creyentes en una lglesia que vive en la sociedad, deben saber leer evangélicamente los acontecimientos que tienen una determinada orientación y que, en su esencia más profunda, son reveladores de un progreso histórico, secular y eclesial. La Iglesia percibirá los signos de los tiempos en tanto en cuanto esté presente en el mundo. Ahora bien, los acontecimientos pueden ser objeto de diversas interpretaciones, según las distintas ideologías. En sí mismos, los signos de los tiempos son ambiguos, como ambiguo es todo lo humano, ya que puede ser imagen de la acción de Dios o sombra de un ídolo soberbio. Sólo desde la fe podrá la Iglesia descifrar en los signos de los tiempos los designios de Dios.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Conocemos los signos de los tiempos que nos toca vivir? ¿Cómo valoramos ciertos acontecimientos desde la fe?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 255 s.


28.

Dos hechos luctuosos -algunos muertos en una revuelta contra los romanos y el hundimiento repentino de una torre- dan pie para que Jesús hable del juicio de Dios, que vendrá de forma imprevista sobre quien menos se lo espera.

Puede sorprender comprobar el lugar que la consideración de la muerte ocupa en el anuncio del Reino, y a veces incluso comporta un cierto rechazo su tratamiento. No obstante, nuestra condición mortal constituye un "signo" que toda persona ha de saber interpretar. La invitación de Cristo a hacer penitencia no es para que todo el mundo se lave la cara y se maquille un poco para estar "presentable" y entrar como Dios manda en el más allá. La penitencia constituye más exactamente la aceptación de la muerte como una realidad personal que nos encara con nuestra condición creatural.

- LA CONVERSIÓN: ACTO LIBRE DEL HOMBRE

La urgencia de conversión por la proximidad del juicio de Dios es nuestra respuesta a la experiencia de un Dios que viene para hacernos salir de Egipto, que viene a ayudarnos a reencontrar nuestra identidad de seres humanos. Dios escucha el clamor de su pueblo y envía a Moisés para librarlo de los egipcios, sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel (Ia lectura). Un pueblo liberado es un pueblo en conversión. Una conversión continua.

Aun así, igual que al pueblo de Israel no tuvo suficiente con atravesar el Mar Rojo, de alimentarse del maná y de apagar su sed con el agua de la roca, para ser fiel a Dios, así al nuevo pueblo de Dios, a nosotros, no nos basta haber sido bautizados y haber participado de la mesa eucarística para entrar en el Reino de la promesa (2ª lectura). La vida del pueblo en el desierto, nos dice san Pablo, fue escrita para escarmiento nuestro, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquellos.

Por lo tanto, la palabra de Dios de este domingo quiere provocarnos con la vista puesta en la conversión asumiendo, en Cristo, una tonalidad muy particular: Él es la misericordia del Padre, una ocasión ofrecida a cada persona para hacer penitencia. El tiempo de Cristo es el tiempo de la paciencia del Padre, que no tiene "fecha de caducidad". Incluso un largo pasado de esterilidad no impide a Dios conceder otra oportunidad para que dé fruto. No es debilidad, sino amor.

- LA CONVERSIÓN: ACTO QUE COMPROMETE

El camino de la conversión nos puede llevar a decisiones insospechadas. Hay personas que viven situaciones que parecen irreversibles, aparentemente muy difíciles de cambiar; caminos que son duros de volver a recorrer después que se ha pasado por ellos con sufrimiento. No obstante, es siempre válida la llamada a la conversión incluso en estas realidades. Nadie ha dicho que esto sea fácil y rápido. Por eso a estas personas les hace falta la ayuda de la comunidad y de los maestros espirituales que los apoyen en todo momento. No podemos ser "expeditivos" cuando lo que se está jugando es el destino eterno de un ser humano. Comprensión, paciencia, perdón concedido hasta setenta veces siete es lo que conviene. El Señor no ha permitido que se arrancara un árbol hasta ahora improductivo. Un brote de nueva vida es posible en cada primavera.

J. GONZÁLEZ PADRÓS
MISA DOMINICAL 1998, 4, 13-14


29.

- Todos tenemos necesidad de liberación El mensaje del evangelio de hoy es éste: todos tenemos necesidad de conversión. Y, juntamente con este mensaje nos llega el anuncio de que Dios, en la Pascua de Jesucristo, en su entrega para liberar a todos, ofrece al pueblo una nueva oportunidad de convertirse. Jesús hace que todo el mundo note esta necesidad de convertirse. Sin juzgar a nadie, Jesús ayuda a tomar conciencia de la condición pecadora común a todo ser humano. Sin embargo, a diferencia de él, a menudo nos sucede que nos convertimos en jueces, y a unos les echamos en cara que se han de convertir, quizás porque piensan de diferente manera o hacen cosas que no nos gustan; y con otros hacemos gala de ser jueces magnánimos, lo cual no nos corresponde, y los adulamos diciendo que no necesitan convertirse. En el evangelio de hoy Jesús es claro: "Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo" Y san Pablo en la segunda lectura también advierte sobre lo mismo: "El que cree seguro, ¡cuidado!, no caiga".

- "He visto la opresión de mi pueblo... Voy a bajar a librarlos"

La primera lectura nos sitúa, como hace quince días -el primer domingo de Cuaresma- en los orígenes de la Pascua del pueblo de Israel. Asistimos al diálogo entre Yavé y Moisés en el que Dios expresa su voluntad de liberar al pueblo oprimido. Moisés sale de aquel encuentro convertido en el enviado de Dios para conseguir esta liberación. Hay que considerar dos cosas en esta lectura del Éxodo, ambas relacionadas con el evangelio que hemos leído después. La primera, que Dios está atento a la situación de esclavitud de su pueblo pero no es un mero espectador sino que sale al encuentro del pueblo para liberarlo. Lo mismo expresa la palabra del hombre que tenia una higuera en su viña: Dios se preocupa para que el pueblo dé fruto; si no da fruto se ha de hacer algo. La última oportunidad será la que ofrecerá enviando a su propio Hijo.

La otra consideración de la lectura del Éxodo: Dios se fija que es el pueblo, no unos cuantos "particulares", quien está oprimido y necesita ser liberado. Es el primer mensaje del evangelio de hoy: considerar que no necesitas convertirte es equivalente a excluirte del pueblo, de lo que vive el pueblo, y, por tanto, de la liberación que Dios quiere para todo el pueblo. Así pues, dos buenas noticias: Dios está con nosotros, atento a la necesidad de liberación; y nos considera -a todos por igual- dignos de su liberación, porque tenemos necesidad de ella: sólo es necesario reconocerlo. El acto penitencial de la misa, por ejemplo, es signo de estas dos cosas: nos reconocemos pecadores comunitariamente para que, comunitariamente, Él pueda actuar a través de la Palabra y el Sacramento.

- "El Señor es compasivo y misericordioso"

Este "evangelio" de liberación que Dios quiere para todo el pueblo y que realiza definitivamente por la Pascua de Jesucristo es al mismo tiempo manifestación de la "identidad" de este Dios. Moisés le pedía el nombre para poder decir quién le enviaba. Y Dios se define, sobre todo en lo que respecta a su acción: él es quien libera enviando a Moisés, enviando a su propio Hijo.

Las palabras del salmo que hemos cantado también explican quién es Dios. Estas palabras que el pueblo -liberado y necesitado de liberación- ha cantado a lo largo de las generaciones, nos pueden ayudar a continuar nuestro camino cuaresmal: "El Señor es compasivo y misericordioso... Él perdona todas tus culpas... él rescata tu vida de la fosa... defiende a todos los oprimidos... Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios".

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 4, 17-18


30.

El relato del libro del Exodo nos presenta la intervención de Dios en los acontecimientos concretos de la vida de su pueblo. El Dios de Israel sabe lo que sucede y siente el dolor de los hombres y mujeres de aquel tiempo, como dolor propio. Dios se dirige a Moisés desde una zarza ardiente. Esa llamarada es el instrumento por medio del cual Dios y Moisés entienden que el dolor del pueblo que sufre.

La zarza que arde podemos entenderla como la rebeldía del pueblo. Dios se da cuenta de la maldad que ejercían los egipcios sobre su pueblo, toma cartas en el asunto e inicia la liberación de su gente: "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos". El clamor de dolor del pueblo es tan fuerte que el escritor sagrado coloca a Dios hablando con Moisés de esta manera. Dios sacará a su pueblo de la casa de servidumbre y le conducirá a una Tierra Nueva, tierra de abundancia en Leche y Miel.

La experiencia que Israel tiene de su Dios es única. Es un Dios del que no se puede hacer una imagen, porque se convertiría en ídolo, y los ídolos reproducen los esquemas de esclavitud. Yahweh es un Dios invisible en su rostro, pero visible en su acción, en su compromiso de liberación con todos los que la necesitan en la tierra. Por eso en su presentación se hace llamar "Yo Soy", -el que actúa, el que no es pasivo, el que lucha por su pueblo-. Así lo conocerán, así lo tratarán, sin ninguna representación, sin imágenes de por medio, sin ninguna confusión. Siempre a favor de los que están solos y de los desamparados en la historia.

El escritor de la carta a los Corintios está haciendo una relectura del acontecimiento de Dios en la vida del pueblo antiguo que vivió en la esclavitud de Egipto y que fue conducido por Moisés hacia el camino de la liberación. Esa relectura tiene una intención: colocar a Cristo en el centro de aquel acontecimiento de liberación que significó tanto para el pueblo. La pregunta sería: ¿por qué siendo un acontecimiento antiguo, colocan a Cristo como la roca de donde bebieron vuestros padres en el desierto? Porque Cristo se ha convertido para los cristianos en el Señor de la historia y de la vida y entonces todo acontecimiento antiguo es leído a través del lente del cristianismo, y por lo tanto ven a Cristo prefigurado en aquellos acontecimientos donde el poder de Dios para ellos actuó en su favor liberándolos de los enemigos.

Dios no quiere la muerte de ninguno de sus hijos, él quiere que se corrijan de sus malas acciones y tengan vida en abundancia». Jesús es muy claro con sus coetáneos y les interpela sobre sus acciones. Les critica fuertemente, y les hace caer en la cuenta de que todo cuanto tienen y todo cuanto son se lo deben a Dios, y que si no han corrido la suerte de muchos no es porque sean mejores que los otros, sino que por pura misericordia de Dios.

Dios sigue actuando en la vida de los del Nuevo Testamento de forma liberadora. El mal en el mundo no es culpa de Dios. Somos los mismos hombres y mujeres quienes hemos hecho que el mal se arraigue en el mundo con tanta fuerza. Pero Dios nos hace un llamado constante a que trabajemos por el bien y por la justicia y que vivamos radicalmente el mensaje que nos encomendó predicar.

Necesitamos una nueva sociedad donde la vida y la honra de nuestro pueblo esté salvaguardada. Una nueva vida donde no haya explotación, miseria, pobreza y muerte. Una vida donde todos nos comprometamos con nuestros hermanos mas vulnerables, como el mismo Dios lo ha hecho a lo largo de la historia, y en estos últimos tiempos en la persona de Jesucristo.

Para la revisión de vida:

-"Si no renuncian a sus caminos, si no se convierten, todos perecerán": ¿qué me pide Dios para mi conversión personal en esta cuaresma?

-"He oído el clamor de mi pueblo, he visto su opresión, me he fijado en sus sufrimientos...": tengo un corazón sensible y una espiritualidad encarnada que me permitan escuchar el clamor de Dios en el clamor del pueblo, imitando así la encarnación histórica que caracteriza a nuestro Dios?

-¿Cuáles son las zarzas ardientes -quizá tan silenciosas como incombustibles- en las que hoy Dios sigue llamando a la humanidad y llamándome a mí?

Para la reunión de grupo bíblico:

-"Soy el que soy": Sobre este nombre sin nombre de Dios han corrido ríos de tinta y de interpretación. Preguntar, investigar entre todos las interpretaciones principales, exponerlas en el grupo y aplicarlas a nuestra vida.

-La escena de la zarza ardiente es como la primera vez que Dios "baja" de su lejanía, porque ha escuchado el clamor de su pueblo, y busca a Moisés y se autopresenta... Como que Dios da su tarjeta de presentación al comienzo de la historia de la salvación... ¿Qué características, qué rasgos ofrece esta imagen del Dios que nos sale así al encuentro en la historia?

-Pablo dice que lo que sucedió en el antiguo testamento era como en figura, como un ejemplo, para provecho de nuestro... ¿Qué relación guarda la historicidad material de los hechos del antiguo testamento con el mensaje de salvación que vehiculan. [Se puede profundizar en el tema del "sentido pleno" de la Escritura, el fundamentalismo...].

-Jesús se muestra reacio a achacar a Dios los males que nos suceden, como si fueran sus castigos... El pensamiento mágico ve detrás de cada mal que sufrimos un "castigo de Dios". ¿Será pensamiento también mágico el adjudicar a Dios los bienes que nos sorprenden en nuestra vida? Si Dios es la "causa primera", ¿tienen autonomía y responsabilidad propia las causas segundas?

Oración comunitaria (2):

Dios, Padre nuestro, que en Jesús nos llamas hoy a la conversión; aviva nuestra sintonía con la comunidad eclesial que en este tiempo celebra fervorosa la cuaresma, para que, respondiendo a tus cuidados y atenciones, produzcamos frutos que nos hagan merecedores de tu misericordia. Por J.N.S.

Dios Padre nuestro, que escuchas siempre nuestros clamores y dejas las lejanías celestes para inmiscuirte en nuestra historia y en nuestras vidas; danos un corazón grande, para que podamos imitarte, amándote a ti siempre en nuestros hermanos, especialmente en los que sufren y nos necesitan. Por J.N.S.

Para la oración de los fieles:

-Para que el Señor nos ayuda a seguir caminando por esta cuaresma en un camino cierto de conversión, roguemos al Señor...

-Para que los cristianos imitemos a Dios que, como nos dice por boca suya en la primera lectura de hoy, "escucha", "mira", "se fija" en el clamor de su pueblo sufriente...

-Para que, como Moisés, sepamos descubrir las "zarzas que arden y no se consumen", a través de las cuales Dios nos quiere decir algo...

-Por todos los cristianos que caen en el fundamentalismo, y por todos los seres humanos víctimas del movimiento fundamentalista de los últimos tiempos, para que el estudio de las escrituras y de las tradiciones religiosas se combine siempre con las exigencias de la sana razón y se evite todo género de fanatismo e intolerancia...

-Para que los cristianos no seamos como la higuera estéril, que no da fruto a pesar de los cuidados de su amo, y para que no agotemos el tiempo de la paciencia de Dios...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


31.

LIBERACION Y CONVERSION

1 "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, que mana leche y miel" Exodo 3, 1. Todo esto que ha visto Dios y le duele, tiene una connotación especial que le compromete: aquellos sufrimientos, entre los cuales, ver arrojados al Nilo los niños hebreos, hijos de Isaac, atentaban contra la promesa a Abraham. Dios es fiel y va a sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Librado Moisés de las aguas, y criado por la hija del Faraón, recibió una educación especial, pero nunca renunció a la vinculación con su pueblo y tuvo que huir. Cuando Moisés salió de Egipto, se refugió en Madián, donde se casó con una hija del sacerdote Jetró. Un día llegó con el rebaño a Sinaí, vio una zarza que ardía sin consumirse y se acercó. El Señor le habló: "<Moisés, Moisés>. Yo soy el Dios de tus padres, de Abraham, Isaac y Jacob".

2. Moisés pide credenciales. El Señor se identifica como Yavé, el que es, nombre que revela su obra y su acción para librar al pueblo de su esclavitud. Soy el que demostraré que soy en lo que voy a hacer: liberación, plagas, exterminio de de los primogénitos de los egipcios, mar Rojo, desierto, maná, agua de la roca, codornices... A Dios, que nos conoce por nuestro nombre, y nos ama inmensamente, escucha siempre, y se le conmueven las entrañas cuando nos ve sufrir, se compadece y está presente a nuestro mundo y actúa liberando, le duele el mundo. Y pudiendo liberar él solo, elige a Moisés, y siempre se servirá de instrumentos que le acompañen en su obrar, librar, salvar.

3. Por eso hoy también sigue eligiendo mediadores: que prediquen la palabra, que oren e intercedan, que curen a las víctimas del odio y de la ceguera, que se empeñen en construir un mundo mejor, más justo, más benigno, más humano. Envía a hombres y mujeres a aquellos lugares donde hace falta cariño, entrega, generosidad y perdón. Hay que estar a la escucha porque el Señor no quiere que los hombres se confinen y limiten en el círculo afín o familiar. El amor dilata el corazón y mueve a más y mayor entrega.

4. El Señor viene a librar a los hombres de su esclavitud, de todas las esclavitudes, comenzando por la del pecado, que está en la raiz de todas las demás, porque "es compasivo y misericordioso y perdona todas nuestras culpas, lento a la cólera y rico en clemencia. Su bondad es más alta que el cielo, y nos cubre con infinita ternura" Salmo 102.

5. Los muertos aplastados por la torre o asesinados por Herodes no lo fueron porque eran más pecadores: "Si no os convertís, todos pereceréis" Lucas 13,1. Las desgracias naturales no son castigos de Dios. Dios no es un juez que sanciona de inmediato los actos de los hombres en esta vida. No se puede deducir que quien las sufre las padece por sus pecados. El sida, las guerras, el hambre, la sequía, los incendios forestales, no son castigos de Dios; unas veces son provocados por los mismos hombres, como el asesinato de los galileos que estaban ofreciendo sacrificios en el templo y Pilato mezcló su sangre con la de los sacrificios; o por el odio tribal entre etnias enemigas; otras, son fenómenos de la naturaleza, que ocurren como efectos de sus leyes, violadas tal vez criminalmente. Unos y otros son permitidos por Dios por un bien superior, que desconocemos.

6. Las catátrofes nos están advirtiendo que estamos cada día corriendo riesgos imprevistos, en los que la muerte nos puede asaltar de repente. Por eso Jesús nos avisa que es necesario que nos convirtamos, que cambiemos la ruta, que hagamos marcha atrás, que volvamos sobre nuestros pasos. No quiere que nos quedemos lamentando las desgracias que cada día nos sirven los medios de comunicación. Convirtámonos nosotros y mejorará el mundo. Una célula viva sana, vivifica el organismo; si está enferma, lo deteriora. Es más fácil calzarse unas zapatillas, que alfombrar toda la tierra de moqueta. En medio de la oscuridad de un campo de fútbol, alguien encendió una cerilla. A la cerilla encendida, siguieron otra y otra... y miles..., y el estadio quedó iluminado. La conversión es cosa personal. La gracia actúa, pero tiene que ser acogida con docilidad.

7. Todavía es tiempo de conversión. La parábola de la higuera que está tres años sin dar fruto, nos remite a la paciencia de Dios, que sigue esperando un año más prodigándole cuidados, los frutos de penitencia. El espera ver la liberación de ese árbol, y él mismo pondrá los medios, más gracias, más palabra, más amor, para conseguir su libertad, como la de su pueblo esclavizado en Egipto. Cada uno debe ayudar a que esos cuidados intensivos ejercidos por la paciencia de Dios, por la misericordia de la Iglesia y por la caridad de los hermanos, consigan que la higuera pase de la esterilidad a dar frutos abundantes.

8. "Nuestros antepasados estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar, y en la nube y en el mar, recibieron todos un bautismo que los vinculaba a Moisés. Todos comieron el mismo alimento profético y todos bebieron la misma bebida profética, y la mayoría no agradó a Dios" 1 Corintios 10,1. Inutilizaron la comida y la bebida, que era Cristo, maná y agua viva brotada de la roca. Cuidados por Dios, no dieron el fruto que esperaba de ellos.

9. Esto, que "sucedió para que aprendiéramos nosotros", nos puede ocurrir igual, si no damos el giro copernicano que quizá está necesitando nuestra vida mediocre. Comida y bebida no nos faltan. Estamos escuchando la palabra salvadora. Y vamos a consagrar y a repartir el pan y el vino, que actualiza nuestra redención. Nadie podrá decir que el dueño de la higuera la abandona. Está ahí actuando ahora mismo y esperando, porque su amor es eterno y su misericordia sin fin (Sal 137,8). En la vida futura se hará realidad lo que vamos a recibir en el sacramento de la eucaristía.

J. MARTI BALLESTER


32. COMENTARIO 1

¿CASTIGO DE DIOS?

'Castigo de Dios' es una expresión que se suele oír cuan­do sucede alguna tragedia. Pronunciar esta frase produce ali­vio a quienes consideran que Dios es un juez severo que, con frialdad, examina la vida y obras de sus clientes, dictando sentencia condenatoria para los culpables. 'Dios premia a los buenos y castiga a los malos', nos dijeron desde pequeños; pero esta afirmación no corresponde, tal vez, a la etapa de nuestra existencia en la tierra, pues ese Dios -justo juez- parece callar demasiadas veces ante la injusticia flagrante, ante el dolor y la opresión humana.

Para algunos, Dios no interviene siempre, sino que manda de vez en cuando un aviso, a modo de escarmiento, para que estemos alerta. Dios se puede cansar, se nos ha dicho. Tiene paciencia hasta un cierto límite.

Pero ¿es éste el rostro del Dios de Jesús? En una ocasión «se presentaron a Jesús algunos para con­tarle que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con la de las víctimas que ofrecían». Pilato había asesinado a unos galileos mientras mataban en el templo de Jerusalén unos ani­males que iban a ofrecer a Dios. En las épocas de gran afluen­cia de público al templo, cada uno de los oferentes de ani­males mataba su propia víctima, limitándose el sacerdote a recoger la sangre del animal y derramaría sobre el altar. Lo que sucedió aquel día fue considerado como una gran profa­nación del templo, un sacrilegio, pues se había mezclado la sangre de los animales con la de sus oferentes asesinados.

Quienes pasaron la noticia a Jesús pensaban que se trata­ba de un 'castigo de Dios' hacia aquellos galileos, gente pro­pensa a sublevaciones contra el poder romano ocupante y sin demasiados escrúpulos religiosos. Quienes no habían sido ase­sinados podían considerarse justos delante de Dios.

Jesús, que no estaba de acuerdo con semejante raciocinio, les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecado­res que los demás porque acabaron así? Os digo que no; y si no os enmendáis, todos pereceréis también. Y aquellos dieci­ocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusa­lén? Os digo que no, y si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también» (Lc 13,lss).

Los informadores de Jesús debieron de llevarse una sorpre­sa. La situación se volvió contra ellos. Dios no actúa castigando o haciendo escarmentar a nadie. De ser así, el castigo les hu­biera tocado también a ellos, pues eran igualmente pecadores.

Y por si esto no hubiera quedado bien claro, Jesús añadió esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar higos y no encontró. Entonces dijo al viña­dor: Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué, además, va a esquilmar el terreno? Pero el viñador le contestó: Señor, déja­la todavía este año; entre tanto yo cavaré y le echaré estiércol; y si en adelante diera fruto..., si no, la cortas.»

La higuera, árbol con muchas hojas y bella apariencia, es imagen de un Israel que no da el fruto del cambio y la con­versión (Jr 8,13). Pero Dios tiene paciencia y espera. En lugar de cortar la higuera-Israel, está siempre decidido a seguir ca­vándola y abonándola como el viñador de la parábola. Dios no es partidario de escarmientos: tiene una paciencia infinita. Nadie debe utilizar la tragedia humana como mecanismo de justificación propia. Lo único que justifica ante Dios son las obras. Sólo éstas muestran quién es bueno o malo ante El. Lo demás son falsas imágenes de un Dios del que sabemos muy poco...



33. COMENTARIO 2

LA RESPONSABILIDAD ES DE TODOS

Si la sociedad es injusta, si vemos que en la comunidad eclesial hay mucho que corregir, eso afecta no sólo a los políticos o a la jerarquía eclesiástica; la situación presente y el futuro de los grupos humanos es responsabilidad, en mayor o menor grado, de todos sus miembros. Al menos para los cristianos así queda dicho en el evangelio.

PECADO Y CASTIGO

...le contaron que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con las víctimas que ofrecían. Jesús les contestó:

-¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás por la suerte que han sufrido? Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Sibé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habi­tantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os enmendáis, todos pereceréis también.

Según la mentalidad más extendida en el pueblo de Israel, los sufrimientos son siempre consecuencia del pecado, el cas­tigo que Dios impone como sanción a quien desobedece sus normas (Ex 20,5).

En un primer momento esta creencia se refería sobre todo a los desastres colectivos: derrotas militares, catástrofes..., se consideraban la consecuencia del alejamiento del pueblo respecto a Dios y a sus mandamientos (Gn 19,1-26; Is 40,2; Am 1,3-2,16).

En tiempos de Jesús, y desde unos siglos antes, la idea de que el sufrimiento era siempre castigo por el pecado se man­tenía, pero el acento recaía en el sufrimiento personal y, sobre todo, en el pecado individual: cada enfermedad, cada desgra­cia era la consecuencia directa de cada pecado cometido por quien la sufría o, en todo caso, por sus progenitores (véase Jn 9,2). Además, la doctrina oficial, especialmente la farisea, reducía el concepto de pecado a la pura transgresión de la ley, resaltando, aún más en el aspecto individual, y encerrando la cuestión en el ámbito exclusivo de la relación entre Dios y el individuo.

Que la gente pensara así resultaba muy beneficioso para las clases dirigentes: los sumos sacerdotes, que colaboraban con los invasores romanos; los fariseos, que no movían un dedo para que la situación cambiara; todos los instalados en la cumbre de la sociedad podían decir, siempre que sucedía algo como lo que cuenta el evangelio de hoy, que la sangre derramada, ya por la violencia del imperio, ya por la casuali­dad o por la incompetencia, era un castigo de Dios: los galileos asesinados por los romanos o los habitantes de Jerusalén aplas­tados por la torre de Siloé habrían pagado con su muerte sus propios pecados. Las víctimas acababan así convertidas en culpables; los verdaderos culpables, absueltos, y el pueblo, asustado y sometido, pues, si no obedecían a los jerarcas, a cualquiera podría pasarle lo mismo.

SI NO OS ENMENDÁIS...

Jesús no está de acuerdo con ese punto de vista. El sufrimiento que pueda padecer un individuo no es consecuencia directa de sus propios pecados; sin embargo, la capacidad de hacer sufrir y el potencial de muerte que se han instalado en las sociedades humanas sí que son consecuencia del pecado colectivo del que todos somos personalmente responsables.

Por eso, la ruina o la salvación de una sociedad son cuestiones que afectan a todos. Se trata de un asunto que, al mismo tiempo, es personal y colectivo, de tal modo que ni se puede diluir la responsabilidad de cada uno en la de la masa ni se puede eludir la solidaridad olvidando que se trata de un pro­blema común Cada uno, por tanto, debe cambiar en sus actitudes y sus comportamientos y abandonar aquellos -si no os enmendáis - que comportan o favorecen la injusticia, la violencia, el egoísmo porque en el cambio personal se encierra ya la semilla de una sociedad nueva: al nacimiento de un hombre nuevo corresponde la aparición de una nueva humanidad.

OBRAS SON AMORES

Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró...

Cierto que la cuestión no es sólo individual. Porque se trata no sólo de evitar el mal, sino de construir, como acaba­mos de indicar un mundo nuevo.

El fruto que, con firmeza aunque sin agobio exige el dueño de la viña es una sociedad organizada de acuerdo con la voluntad de Dios- para nosotros los cristianos sería lo que el evangelio llama «el reino de Dios», puñados de humanidad, comunidades que organizan su convivencia de tal modo que todos se tratan y se sienten tratados como hermanos. No es sólo una sociedad en la que no hay injusticia, odio, egoísmo, violencia..., sino una sociedad en la que se han instalado definitivamente la justicia, el amor, la solidaridad, la paz.

No se puede formar parte del pueblo de Dios (la viña, véase Is 5,1 7) sin estar contribuyendo eficazmente a que ese pueblo sea cada vez más fiel al proyecto del evangelio, sin crecer personalmente en la vida y en el compromiso cristiano y sin asumir como propio el testimonio colectivo de la comu­nidad y la misión de presentar a otros e invitarlos a incorporarse a la tarea de realizarlo. Sería como un árbol que no da fruto, que estorba y resulta perjudicial en un campo. Esto vale para personas y para grupos, organizaciones, institucio­nes... La higuera, en otros lugares de los evangelios, y posible­mente aquí, es figura de la estéril institución religiosa judía. Recordemos el refrán español: ¡Obras son amores -el amor es el fruto- y no buenas razones!



34. COMENTARIO 3

NO HAY ESCAPATORIA PARA NADIE

La maldad de los fariseos se hace patente en la mala fe con que lo informan. Vienen a decirle: 'Tú y tu gente acabaréis tan mal como aquellos galileos, ya que sois galileos y os comportáis como ellos.' Ellos ya han emitido su veredicto: son unos pecado­res. Jesús, no obstante, jamás condena a ningún zelota o fanático nacionalista, a pesar de que él morirá como un zelota más: «¿Pen­sáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos porque acabaron así? Os digo que no; y si no os enmen­dáis, todos vosotros pereceréis también» (13,2-3). Ahora es Jesús quien les advierte severamente: «Vosotros no sois menos pecado­res que aquéllos y pereceréis igualmente si no os enmendáis a fondo.» Todos tenemos necesidad de cambiar de conducta, de no ser así perderemos la oportunidad de vivir para siempre.

Acto seguido pasa a la carga y los pone en evidencia: «Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os enmendáis, pereceréis también todos vosotros» (13,4-5). Informe contra informe. A los que le habían recordado, como galileo que era y presuntamente zelota, el castigo ejemplar infligido por Pilato a unos nacionalistas galileos, Jesús les recuerda, como jerosolimitanos que son, la muerte por accidente de unos conciudadanos suyos, accidente que ellos consideraban en su casuística como un castigo de Dios. No son menos culpables que aquella pobre gente que ellos han inculpado sin motivo.

PARABOLA DE LA COMUNIDAD ESTERIL

La secuencia concluye con la conocida parábola de la higuera estéril, figura de Israel. Es necesario que nos la apliquemos nos­otros, individualmente y, sobre todo, como comunidad cristiana o iglesia. Una iglesia, una comunidad que no dé frutos no tiene razón de ser, por mucha hojarasca que ostente. ¿Nuevamente Jerusalén? Os digo que no; y si no os enmendáis, pereceréis también todos vosotros» (13,4-5. Jesús suplica por su pueblo y por cada comunidad cristiana. Y se compromete con ella: «entre tanto yo la cavaré y le echaré estiércol» (13,8). Siempre espera, contra toda esperanza: «si en adelante diera fruto...» (13,9a). Resuena la buena noticia del ángel Gabriel a María: «y la que decían que era estéril está ya de seis meses; para Dios no hay nada imposible» (1,36-37). Isabel personificaba el estamento religioso, causa de esterilidad. «¡Si no, la cortas!» (13,9b).



35. COMENTARIO 4

El relato del libro del Exodo nos presenta la intervención de Dios en los acontecimientos concretos de la vida de su pueblo. El Dios de Israel sabe lo que sucede y siente el dolor de los hombres y mujeres de aquel tiempo, como dolor propio. Dios se dirige a Moisés desde una zarza ardiente. Esa llamarada es el instrumento por medio del cual Dios y Moisés entienden el dolor del pueblo que sufre.

La zarza que arde podemos entenderla como la rebeldía del pueblo. Dios se da cuenta de la maldad que ejercían los egipcios sobre su pueblo, toma cartas en el asunto e inicia la liberación de su gente: "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos". El clamor de dolor del pueblo es tan fuerte que el escritor sagrado coloca a Dios hablando con Moisés de esta manera. Dios sacará a su pueblo de la casa de servidumbre y le conducirá a una Tierra Nueva, tierra de abundancia en leche y miel.

La experiencia que Israel tiene de su Dios es única. Es un Dios del que no se puede hacer una imagen, porque se convertiría en ídolo, y los ídolos reproducen los esquemas de esclavitud. Yahweh es un Dios invisible en su rostro, pero visible en su acción, en su compromiso de liberación con todos los que la necesitan en la tierra. Por eso en su presentación se hace llamar "Yo Soy", -el que actúa, el que no es pasivo, el que lucha por su pueblo-. Así lo conocerán, así lo tratarán, sin ninguna representación, sin imágenes de por medio, sin ninguna confusión. Siempre a favor de los que están solos y de los desamparados en la historia.

El escritor de la carta a los Corintios está haciendo una relectura del acontecimiento de Dios en la vida del pueblo antiguo que vivió en la esclavitud de Egipto y que fue conducido por Moisés hacia el camino de la liberación. Esa relectura tiene una intención: colocar a Cristo en el centro de aquel acontecimiento de liberación que significó tanto para el pueblo. La pregunta sería: ¿por qué siendo un acontecimiento antiguo, colocan a Cristo como la roca de donde bebieron vuestros padres en el desierto? Porque Cristo se ha convertido para los cristianos en el Señor de la historia y de la vida y entonces todo acontecimiento antiguo es leído a través de la visión del cristianismo, y por lo tanto ven a Cristo prefigurado en aquellos acontecimientos donde el poder de Dios para ellos actuó en su favor liberándolos de los enemigos.

Dios no quiere la muerte de ninguno de sus hijos, él quiere que se corrijan de sus malas acciones y «tengan vida en abundancia». Jesús es muy claro con sus coetáneos y les interpela sobre sus acciones. Les critica fuertemente, y les hace caer en la cuenta de que todo cuanto tienen y todo cuanto son se lo deben a Dios, y que si no han corrido la suerte de muchos no es porque sean mejores que los otros, sino por pura misericordia de Dios.

Dios sigue actuando en la vida de los del Nuevo Testamento de forma liberadora. El mal en el mundo no es culpa de Dios. Somos los mismos hombres y mujeres quienes hemos hecho que el mal se arraigue en el mundo con tanta fuerza. Pero Dios nos hace un llamado constante a que trabajemos por el bien y por la justicia y que vivamos radicalmente el mensaje que nos encomendó predicar.

Necesitamos una nueva sociedad donde la vida y la honra de nuestro pueblo esté salvaguardada. Una nueva vida donde no haya explotación, miseria, pobreza y muerte. Una vida donde todos nos comprometamos con nuestros hermanos más vulnerables, como el mismo Dios lo ha hecho a lo largo de la historia, y en estos últimos tiempos en la persona de Jesucristo.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).