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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO III DE CUARESMA
(36-43)
36.
Nexo entre las lecturas
Las lecturas de hoy nos describen algunos rasgos del Dios cristiano. En la
primera lectura Dios aparece como fuego que no se consume y se define a sí
mismo: Yo soy el que soy.
El evangelio por su parte nos presenta un Dios misericordioso que desea
ardientemente la conversión del pecador, que sabe esperar antes de intervenir
con su justicia. El Dios cristiano es también un Dios providente, que nos pone
ante los ojos la historia de Israel para que estemos atentos y nos mantengamos
en pie (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
Dios es fuego que no se consume. En la mentalidad antigua el fuego es
símbolo de poder y de fuerza divinos. En el Antiguo Testamento es además símbolo
de la presencia divina en la creación (el sol, el rayo...) y en el entramado
histórico de los hombres. Puesto que Dios es eterno, el fuego de su presencia y
de su poder no puede consumirse.
¡Qué hermosa manera de expresar la cercanía constante de Dios para con Moisés y
para con los descendientes de Israel! La presencia poderosa de Dios entre los
suyos, llega a plena realización en el momento en que el Verbo mismo de Dios se
encarna en el seno de María y se hace en todo semejante al hombre, a excepción
del pecado.
Jesús, durante su vida pública, dirá: He venido a traer fuego a la tierra y ¿qué
es lo que quiero sino que arda?. Se trata del fuego que es Dios mismo, en su
misteriosa proximidad al hombre; un fuego, que debe llamear, como una bandera
enhiesta, en el corazón de la historia y de cada ser humano.
Dios se define a si mismo como EL QUE ES. Yahvéh dice a Moisés: Dirás a
los israelitas: Yo Soy me envía a vosotros. El fuego de Dios no es destructor,
sino amigo y benefactor del hombre, en quien el hombre puede poner su confianza.
Sin excluir una posible interpretación esencial del nombre divino revelado a
Moisés, parece más apropiada, teniendo en cuenta el contexto, una interpretación
existencial.
Como si Moisés dijera a los israelitas en Egipto: Me manda a vosotros el Dios en
quien podéis tener la confianza y total seguridad de que os va a liberar. No
sólo para los israelitas en Egipto, sino también para los judíos en otras épocas
de su historia y para los cristianos en diversas ocasiones de estos veinte
últimos siglos, la situación puede aparecer desesperada.
No hay horizontes, no hay casi esperanza. ¿Quién podrá salvarnos? ¿Quién podrá
sacarnos de esta situación angustiosa? Dios ha repetido y seguirá repitiendo
hasta el fin de los tiempos las mismas palabras que hallamos en la primera
lectura: Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: ’Yo Soy’ me envía
a vosotros. La confianza en estas palabras divinas renueva constantemente la
historia.
Un Dios que anhela la conversión del hombre. Primeramente Moisés ’se
convierte’ a Yahvéh y se pone en marcha hacia Egipto para llevar a cabo, de
parte de Dios, la liberación de los israelitas. Jesús en el evangelio nos
advierte que Dios no ama el castigo (los galileos asesinados en el templo y los
18 jerosolimitanos muertos al desplomarse la torre de Siloé, no murieron porque
Dios los castigó), sino el arrepentimiento y la conversión. La historia de
Israel y la historia del cristianismo son para todos nosotros una invitación
fuerte a la conversión. Porque, como nos dice el evangelio, si no os convertís,
pereceréis.
Un Dios paciente, que sabe esperar. Dios sabe que convertirse de verdad
no es fácil, ni cosa de unas horas o días. Porque conoce el interior del hombre,
Dios sabe esperar, no tiene prisas, cuando ve una disposición sincera para la
conversión.
La parábola de la higuera, narrada por Jesús en el evangelio, es de gran
consuelo para el hombre débil, y no pocas veces estéril en sus esfuerzos de
conversión. Dios no sólo espera, además actúa en la conciencia humana para que
se convierta y dé frutos.
¿Será el hombre tan ingrato ante tanta bondad y misericordia de Dios? Somos
cristianos. No olvidemos que con Cristo ha llegado la plenitud de los tiempos,
como nos recuerda la segunda lectura. Con la plenitud de los tiempos llega
también la plenitud de la paciencia divina. ¿La rechazaremos? Señor, líbranos de
este mal, el mal supremo.
Sugerencias pastorales
Saber esperar al estilo de Dios. Un gran pecado del apóstol, del
cristiano comprometido, del misionero es o puede ser la impaciencia, la
incapacidad para esperar el momento de Dios.
Un párroco, por ejemplo, puede sentirse impaciente ante ciertas situaciones por
las que pasa la parroquia: padres que no bautizan a sus hijos, bautizos más
sociológicos que religiosos, parejas de hecho o casadas sólo civilmente, notable
disminución de la natalidad, ignorancia religiosa de los fieles, presencia
activa y destructiva de los Testigos de Jehová, desintegración familiar, disenso
sobre ciertas verdades de fe y de moral cristianas... ¿Para qué seguir, si son
problemas diarios en la vida de un párroco?
Ante todo, conviene decir que junto a los problemas existen hechos confortantes
dentro de la misma parroquia: una fe más madura y responsable, núcleos de vida
cristiana renovada y floreciente, presencia generalmente positiva de grupos y
movimientos eclesiales, creciente ayuda económica y moral a los más necesitados,
etc. ¿No son estos hechos signos claros de esperanza?
Ante los problemas, que son muy reales, no perder los estribos; mucho menos,
gastar las propias energías en lamentarse, impacientarse, mirar hacia el
pasado... Hay que actuar, sí, actuar y saber esperar.
Actuar con fe y con amor, los medios más eficaces para cambiar la vida de los
hombres. Esperar, sin prisas y sin pausa. Jamás decaer en la espera y esperanza.
En la paciencia, nos dice Jesús, poseeréis vuestras almas; en la esperanza
encontraremos nuestra salvación y la de nuestros hermanos.
No cesar de predicar al Dios cristiano. Dios es uno solo, por eso el Dios
cristiano tiene rasgos comunes con el Dios en el que creen los judíos o los
musulmanes. A pesar de ello, hay también aspectos diferenciales, que de ninguna
manera deben ser callados.
Hay que hablar del Dios presente y cercano al hombre, del Dios misericordioso
que sabe esperar... Y hay también que hablar del Dios que, siendo uno, coexiste
en tres personas, algo que constituye el rasgo más diferencial de nuestra
concepción cristiana de Dios. Por otro lado, es verdad que hay que hablar de
problemas morales, de cambios de mentalidad, de laicismo y liberalismo
ideológicos..., pero ¿no será algo mucho más importante hablar de Dios?
El cristianismo no es un sistema moral, que implica una religión; el
cristianismo es ante todo y sobre todo una religión, una fe, de la que se deduce
una moral, un modo de vivir y estar presente en el mundo y en la sociedad.
Puede ser que hablando más del Dios vivo y verdadero, algo cambie también el
modo de vivir y de pensar de nuestros contemporáneos. ¡Acepta el reto!
P. Antonio Izquierdo
37. DOMINICOS 2004
Las lecturas de este tercer domingo de cuaresma
continúan ayudándonos en nuestra “subida a Jerusalén”, en nuestro camino hacia
la pascua, hacia la plena manifestación de Dios. Para ello, ya desde hace mucho
tiempo sabemos que tenemos que “convertirnos”: dar frutos de conversión.
La semana pasada intentábamos descubrir la meta. La meta no es otra que Dios.
¿Pero será que aquello a lo que llamamos Dios, es realmente Dios?. Para no caer
en el peligro de un relativismo del “dios” a nuestra propia medida, intentemos
descubrir al Dios de “Abrahán, de Isaac, de Jacob”, al Dios de Moisés, al de
Pablo, al de Jesús.
Nuestra imagen o imágenes de Dios proyectan muchas veces nuestra propia imagen,
que no coincide precisamente a lo mejor de nosotros mismos.
La primera lectura nos presenta una preciosa manifestación de Dios. La “zarza
que arde sin consumirse” atrae la atención de Moisés: Es el asombro, el
misterio, la trascendencia, lo sagrado. Pero ese sentimiento de profundo estupor
le descubre la realidad de sus hermanos que sufren y le compromete en su
liberación.
En la segunda lectura Pablo escribiendo a los Corintios les pone cuidado en “no
vivir de rentas”, confiados. “¡El que se cree seguro, cuidado no caiga!”. ¿De
qué seguridad nos habla?
En el Evangelio encontramos a Jesús intentado también corregir errores de la fe:
¿“pensáis que esos galileos eran más pecadores de los demás porque acabaron
así?. Os digo no. ¿Qué nos diría hoy ante tantos “Dios quiere”, “o Dios castiga”
que se manifiestan en nuestro discurso, porque quizás están en nuestra mente?.
Hay que convertirse a la manifestación de Dios, de lo sagrado, en lo más
profundo del ser humano –nosotros y nuestros hermanos – en la naturaleza, en la
creación.
Comentario Bíblico
Merece la pena convertirse al Dios de la salvación
Iª Lectura: Éxodo (3,1-15): Yahvé, el Dios que da su nombre al hombre
I.1. La lectura de Éxodo nos introduce en uno de los momentos más significativos
de la historia del pueblo de Israel: la revelación de Dios a Moisés, para que
éste comunicara al pueblo su decisión y su proyecto liberador. Es un episodio
determinativo de ese pueblo, que ha definido siempre su vida en razón de su fe
en el Dios, Yahvé, que lo sacó de la esclavitud de Egipto y le dio una tierra
para que pudiera vivir en libertad. También es un episodio que, en el conjunto
de las experiencias religiosas de la humanidad, marca un hito decisivo y
original. Este capítulo, pues, prepara la gran narración de la liberación de
Egipto, que es el momento culminante de las relaciones de Dios, Yahvé, con
Moisés y con su pueblo.
I.2. El Dios, Yahvé -nombre misterioso, que puede tener muchos significados-, no
se revela para dar a conocer un nombre extraño e impenetrable, sino porque ha
escuchado el clamor de un pueblo en esclavitud y quiere comprometerse con los
pueblos que viven esa opresión. Egipto, entonces, era una potencia
impresionante, y sus dioses, los más magníficos del mundo. Sabemos que en el
trasfondo de esta narración, que corresponde a la llamada tradición elohista, se
apunta a la magia de conocer el nombre de la divinidad, que en las religiones
ancestrales tenía un significado especial; quien conocía el nombre de la
divinidad lo atrapaba de alguna manera. Podíamos señalar que en nuestro texto el
nombre de Yahvé (el famoso tetagramaton divino, compuesto de cuatro letras yhwh,
impronunciable para los judíos) tiene una raíz verbal, es decir, dinámica. No
es, pues, una definición. Pero en Dios quien dice su nombre, quien se revela,
quien descubre el misterio. No es un Dios egoísta de su nombre o de su esencia,
al menos aquí. Es un Dios que se da: es el que hace existir, el que crea, el que
desvela el misterio… pero eso no significa que ese Dios pueda ser manipulado por
el hombre a su antojo. Ahora lo dice para poder conducir a Moisés desde la zarza
ardiendo hasta la esclavitud de Egipto para liberar.
I.3. Por tanto el Dios, Yahvé, es un Dios que se da nombre a sí mismo, no lo ha
descubierto el hombre escrito en un templo (y eso que los especialistas piensan
que podía ser un dios local de Madián). No es ahora el momento de explicar en
sus pormenores el origen del yahvismo como religión. En realidad es el que hace
venir a la existencia lo que no existe; es quien da libertad a quien no la
tiene; es quien libera de la esclavitud; es un Dios que se compromete en la
historia, con los hombres y con los pueblos de la historia. Esta es la fuerza de
la lectura de este domingo de Cuaresma. En las narraciones de la liberación de
Egipto, y una de ellas es nuestra lectura, Israel nos trasmite una teología bien
determinada: la experiencia que su Dios, Yahvé, se manifiesta como un Dios que
no solo salva de las amenazas de los enemigos, sino que también viene en ayuda
de las cosas más elementales de la vida: libertad, pan, paz y justicia. Por eso
Israel aprenderá en esta teología a identificar el “pan de la vida” con el “pan
de la salvación”. Todo eso es lo que significa esta revelación de Yahvé a
Moisés.
IIª Lectura: Iª Corintios (10,1-12): El pasado se revive, se actualiza
II.1. Pablo, que había comenzado una polémica sobre la carne sacrificada a los
ídolos (1Cor 8,1), comienza aquí (1Cor 10,1) un nuevo período de reflexión para
llevar a sus últimas consecuencias cómo tienen que comportarse frente a la
idolatría. Para ello se ha valido de un proceso exegético, que se llama midrash,
una actualización de un texto del AT, en este caso la epopeya del éxodo; en
realidad son varios textos los que Pablo comenta y actualiza (Ex 13,20-22; Ex
14,19; Sal 104,39). Entiende que todo aquello fue un “bautismo” para renacer
como pueblo en la libertad que Dios le ofrecía. Pero no todos los vivieron así,
sino que murmuraron contra Moisés y contra Dios. El desierto era duro, es
verdad; pero la libertad siempre debe tener un precio.
II.2. Todo eso era un anticipo, un “tipos” para lo que ahora deben vivir los
cristianos. Ahora Pablo intenta sacar las consecuencias parenéticas para la
comunidad de Corinto que de nuevo, como el pueblo en desierto, no está lejos de
ciertas actitudes idolátricas. La tipología es un ejemplo para que aprendamos,
quiere decir Pablo, porque algunos pueden ir a banquetes paganos y comer de algo
que se ha consagrado a los ídolos. Esta es una tentación constante en todos los
procesos religiosos. Una lectura actual ya no podría referirse a un problema de
carnes y participaciones en banquetes sagrados, sino en otros banquetes de poder
y de gloria que pueden robar la identidad cristiana.
Evangelio: Lucas (13,1-9): Vivir con sentido siempre
III.1. El evangelio de Lucas viene hoy a hacer una llamada a la fidelidad de ese
Dios salvador de la historia, que se ha jugado todo su prestigio y toda su
divinidad con el pueblo. Se narran dos episodios de acontecimientos que
ocurrieron, muy probablemente en tiempos de Jesús: unos galileos que el Prefecto
romano mandó masacrar mientras ofrecían un sacrificio. Algunos apuntan a la
sospecha de tipo político que tenían que ver con el terrorismo zelote, pero no
es fácilmente aceptable esta tesis. Sí es importante el dato de que ocurrió
mientras ofrecían un sacrificio, un acto religioso. No sabemos a qué se refiere,
aunque tenemos noticias de que Pilato (por Flavio Josefo especialmente),
responsable directo de la crucifixión de Jesús, fue uno de los políticos más
perversos y venales de la administración romana. El otro episodio es mucho más
normal, un accidente de trabajo, de tantos como ocurren en la vida, en el
trabajo y ante los que uno se pregunta por qué.
III.2. ¿Qué pueden significar estos episodios narrados por Lucas? ¿Tiene que ver
algo Dios en estos? ¡Desde luego que no! Eso es lo primero que debemos inferir
en la lectura del texto ¿Por qué, pues, son narrados? Pues sencillamente para
poner de manifiesto que Dios no es venal como Poncio Pilato y no tiene nada que
ver con el accidente de la torre de Siloé del muro que rodeaba la ciudad de
Jerusalén; esas cosas pasan en la vida. Eso nos descubre que somos lábiles y que
no podemos vivir nuestra vida sin sentido. Todo el conjunto del evangelio de hoy
va en esa dirección de una llamada a la conversión y a contar con Dios en
nuestra vida. Jesús no ve en los samaritanos sacrificados, ni en los obreros de
la torre maldad alguna para ser castigados por ello. No es el anuncio del Dios
juez el que aquí aparece. Jesús habla de los “signos” de terror de la vida. Es
una lectura realista de lo que ocurre y de lo que siempre ocurrirá, unas veces
por la maldad humana y otras porque no podemos dominar la naturaleza. Pero
¿acaso esto no nos debe hacer pensar que debemos estar preparados siempre? ¿Para
qué? No diríamos que para morir (aunque pueda parecer que ese es el sentido del
texto), sino para vivir con dignidad, con sabiduría, con fe y esperanza. Y si
llega la muerte, no nos ha de afanar con las manos vacías.
III.3. El tercer momento de la lectura evangélica se centra en una especie de
parábola sobre la higuera plantada en una viña que, al cabo de tres años, no da
fruto y se la quiere arrancar. La parábola de la higuera estéril es de la
tradición (cf Mc 11, 12-14.20-26; Mt 21,18-22). Es curioso y original que Lucas
se haya decidido por unirla a esos episodios anteriores. ¿Por qué? Para dar a
entender que nuestra vida es como un tiempo que Dios permite (el dueño de la
higuera) hasta el momento final de nuestra vida. Los Santos Padres entendieron
que Jesús era el agricultor que pide al dueño un tiempo para ver si es posible
que la higuera saque higos de sus entrañas. Sabemos que la higuera era símbolo
de Israel en el AT, concretamente en los profetas. Por tanto resuena aquí, de
alguna manera, la interpelación profética a la conversión. Nuestro evangelista
le da mucha importancia en su obra al “hoy” y al “ahora” de la salvación. Por
eso ese tiempo concedido a la higuera… es para un hoy y un ahora de salvación y
de gracia.
III.4. Las conexiones de estos episodios se establecen en razón de la necesidad
de estar siempre en actitud de responsabilidad y preparados para cambiar de
vida, para arrepentirse; unas veces porque los hombres perversos aniquilan y
otras porque ocurren catástrofes. Jesús, con sus palabras, exculpa a los que han
sufrido la maldad de Pilato o la mala suerte del accidente, en el sentido de que
no son responsables individualmente de lo que ha sucedido. Esto era importante
entonces, donde todo se explicaba en razón de conexiones entre responsabilidad
personal y castigo. No, los galileos o los trabajadores de la torre de Siloé no
eran peor o más responsables que los que no les sucedió nada. Por el contrario,
todos debemos estar siempre en actitud de conversión, porque Dios siempre ofrece
oportunidades, como es el caso de la parábola de la higuera estéril. Siempre,
con el Dios de la salvación, tenemos oportunidad de convertirnos y de buscar el
bien.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Convertirse volver a Dios exige saber quien es Dios
Son tantos los “dioses” que pueblan nuestro universo... Se nos ofrece felicidad
y salvación por todas partes... y a veces tenemos la tentación de poner nuestra
esperanza, no “en la transformación de nuestra humilde condición” de la que nos
hablaba el apóstol Pablo en la lectura del domingo pasado, sino en estos
productos, o esta casa, o estas vacaciones, o... Convertirse pasa por descubrir
al Dios revelado por Jesucristo. Que, como veíamos el domingo pasado, es el Dios
de Moisés y de Elías. Esto es, el Dios de los padres, el Dios de los profetas.
Los cristianos de Corintio pensaban que ya lo habían conseguido todo porque
pertenecían a la Iglesia y Pablo les recuerda que eso no es suficiente. “No
quiero que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos
atravesaron el mar y.... pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios...”
En el Evangelio también Jesús intenta romper los mal entendidos sobre el modo de
ser y de actuar de Dios. “Pensáis que esos galileos eran más pecadores porque
acabaron así?...”
La clave de la conversión que el evangelio nos exige la encontramos hoy en la
primera lectura. en la revelación de Dios a Moisés.
Misterio, asombro y misión
El Dios que se revela en la zarza que arde sin consumirse, misterio que produce
asombro y atrae, pide respeto y adoración; a Él podemos “acercarnos” y“mirar”,
al que debemos “escuchar” y que hace nacer la necesidad de anunciarlo a los
otros. Algo que resulta difícil de comunicar. No es una doctrina que se aprende
y repite. No es una ley que se obedece es ¡Una experiencia!. Una experiencia
difícil de transmitir.
Este Dios no tiene rostro, pero se deja ver en el asombro, y su visión le
produce temor: “Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios”. Este Dios no
tiene nombre, pero tiene ser. “Yo soy el que soy”, el Dios que le habla del
sufrimiento de sus hermanos, de los opresores, de la liberación y le envía a
cumplir una misión.
Nuestro Dios, aquel a quien debemos convertirnos esta cuaresma, ¿cómo es?, ¿cómo
se llama?, ¿dónde lo encuentro?, ¿qué sentimientos produce en mi? y, sobre todo,
¿me habla del sufrimiento de mis hermanos?, ¿me envía a ellos con un mensaje
liberador?.
Como a la higuera, aún nos dejan un tiempo
Podría darse que sintamos que nuestra realidad no es aquella de Moisés, y la del
pueblo no es la misma que la de los hebreos en Egipto. Podría darse que no
hayamos sentido a Dios hablarnos del sufrimiento de sus hijos en tantos países
del tercer mundo o en los inmigrantes ilegales, o en las guerras o el
terrorismo. Si no sentimos a Dios en el sufrimiento de los seres, puede ser que
debamos buscar urgentemente el camino que nos conduzca a algún desierto para
encontrarnos con el “Misterio”, con el “que Es”, a pesar de ser mujeres o
varones que frecuentamos la iglesia. Como a la higuera del Evangelio, continúan
ofreciéndonos la oportunidad de los frutos de conversión.
Clara García, Dominica de la Anunciata
clara.dacg@dominicos.org
38. «Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo»
¿Ser cristiano es una exigencia o un privilegio?, ¿qué respuesta podríamos dar
como válida a esta pregunta? Con toda sinceridad, debemos decir que es un don de
Dios, pero al mismo tiempo pide el compromiso de quien recibe este don. En
tiempos de san Pablo había cristianos que pensaban que, por el simple hecho de
serlo, ya estaban salvados y no necesitaban nada más; también entre los
israelitas había quienes creían que, por el mero hecho de pertenecer al pueblo
judío, tenían la salvación asegurada. Pero esto sólo no basta; es preciso que la
fe esté acompañada por obras y de actitudes que la manifiesten; de lo contrario,
seríamos como la higuera estéril del Evangelio: estaríamos plantados en una
tierra fértil y rica, pero sin aprovecharnos de ello ni nosotros ni el prójimo.
Jesús insiste hoy en la responsabilidad personal y la necesidad de conversión a
partir de dos hechos luctuosos: los galileos muertos por Pilato y el
derrumbamiento de la torre de Siloé, que mató a dieciocho hombres. ¡Siempre ha
habido tragedias a lo largo de la historia de la humanidad!, por eso, Jesús
insiste en el hecho de que, en todas las circunstancias de nuestra vida, sean
las que sean, es necesario que nos convirtamos, que cambiemos de modo de pensar
y de obrar, que adquiramos criterios evangélicos y estemos preparados, porque
Dios puede llamarnos en cualquier momento a su presencia. Mientras tanto,
durante nuestro paso por la tierra, Dios está esperando pacientemente.
Sin duda, una de las virtudes que más nos asemejan a Dios es la paciencia, pues
Él tiene una paciencia inmensa con la humanidad. Y con la paciencia, nos revela
también un gran deseo de perdón y reconciliación. Cada uno de nosotros puede ser
la higuera del Evangelio: un árbol grande y lleno de hojas, pero sin los frutos
que sería de esperar. Ante esta posibilidad, conviene que nos preguntemos: ¿No
nos ha manifestado Dios su amor?, ¿no nos ha concedido una gran abundancia de
dones?, ¿qué hemos hecho?, ¿cuáles son nuestros frutos? ¿Hemos llegado a darnos
cuenta de todo lo que Dios nos da y nos continúa dando, o estamos siempre
lamentándonos de nuestra mala suerte y de la fortuna que los demás parecen
tener? Todos y cada uno de nosotros podemos ser una higuera aparentemente
inútil; pero Jesucristo es el viñador que intercede por nosotros ante del Padre,
riega con su sangre nuestro terreno y nos da el alimento de su cuerpo. Si
estamos plantados en tan buena tierra, si tenemos un alimento espiritual tan
excelente, si compartimos todos una fe tan grande, ¿no tendríamos que dar
mejores frutos? Dios tiene paciencia y continúa esperando, porque, por encima de
todo, Él quiere que tengamos vida y que, a través de nosotros, muchos hermanos
lleguen al conocimiento de su Reino.
39.
En los dos primeros domingos de cuaresma se nos han señalado los dos momentos o puntos clave de referencia en nuestro caminar cristiano. El punto de salida o de partida y el punto de arribada. El punto de salida representado y determinado por la lucha contra las tres grandes tendencias, que nos solicitan, nos tientan a todo ser humano. El mismo Jesucristo, como hombre, lo vivió en el desierto, que es lugar simbólico del combate. Lucha, pues, desde la señal de salida, que se nos dio el miércoles de ceniza, para lograr el equilibrio de nuestras tres fuerzas constitutivas de nuestra naturaleza.
Esas tres fuerzas o tendencias o aptitudes son: 1ª fuerza: deseo de tener. Que no nos desborde el deseo desmedido de tener, cayendo en la ambición, avaricia y egoísmo. Hay que dar y darse. Es el remedio para tal mal o tentación. Decimos, tradicionalmente, limosna, que no es nunca dar lo que te sobre, pues eso sería una burla a Dios y un desprecio del pobre. Dar lo que te corresponde, como ciudadano de este planeta. Primero, da LO QUE TIENES, si mucho, mucho, si poco, poco. Pero la verdadera limosna la das cuando das LO QUE ERES
La 2º fuerza o deseo de ser. Que no nos desborde el deseo de prestigio, querer ser más que los demás con soberbia y orgullo, esclavizando y despreciando al prójimo, como si fuéramos nosotros mismos, dioses. El remedio a ese desorden es la oración íntima, en que descubrimos a Dios y lo reconocemos como Creador y Señor y nosotros solo criaturas. Él es el Señor, nosotros, servidores. Y dejamos de ser así, avasalladores, dominadores de los demás. “Nunca es el hombre más grande, que cuando está de rodillas”, que decía Donoso Cortés.
La 3ª fuerza o deseo de gozar. Que no nos desborde el deseo de placer en el comer, en el beber y en el sentir, con la gula, la embriaguez y la lujuria o impureza. Y con templanza y castidad lograr ese equilibrio y señorío de uno mismo; que no sea la copa de alcohol y todo lo demás quienes rijan tu vida. Que tú mandes en ti y en tu corazón.
Pero todo este empeño de equilibrar nuestras fuerzas y nuestro ser, lo debemos poner, no por simple afán de superación personal, de ser incluso mejores, sino, porque queremos vivir conforme corresponde a la dignidad del ser humano que ha sido redimido, salvado ya por Jesucristo en la cruz; como ocurre con el hijo del rey, que al tomar conciencia de su categoría, de su condición, de su responsabilidad de príncipe heredero, se esfuerza por tener un comportamiento real. Si en la cuaresma solo luchas por ser una mejor persona, te preparas entonces, para un simple concurso de méritos, pero no para vivir la Pascua, que es transfiguración de tu vida: de humano a divino, de esclavo a ser libre, de criatura a hijo de Dios, de temporal a eterno, de habitar en tinieblas a vivir en la luz esplendorosa, de muerte a nueva vida. Todo ello como Jesucristo en el Tabor, que constituye el punto de llegada, la meta.
Para llegar a ella hay que recorrer este camino de la cuaresma, que es lo mismo que decir, el camino de nuestra vida. Hay que convertirse cada día un poco más; pero fíjate bien, con la confianza de que Dios no romperá su alianza de esperarnos y salvarnos, aunque nosotros le seamos infieles. El nos estará siempre diciendo: te sigo esperando, te sigo siendo fiel a mi promesa, que le dijo Dios a Abraham, de darle un cielo de estrellas como descendencia y una tierra, manando leche y llena de ganados, y miel, llena de cosechas.
Recordad por un momento lo que nos decían el domingo último: que Dios selló su compromiso, su Alianza, diciendo: “Que quede yo descuartizado, como estos animales, que tu has partido por la mitad y que quede consumido, como yo lo he hecho, al pasar entre ellos, con la tea encendida, si no te soy fiel a mi promesa.”
¡Qué fantástico trabajar y luchar en la cuaresma con esta esperanza ante nuestras debilidades. Hay que convertirse, pues, cuanto antes. No dejarlo para después, pues puede ser algo tarde, si viene el Señor a buscar fruto a la higuera de nuestra vida, como nos lo ha recordado el evangelio de hoy. En esta cuaresma hay que repasar, de verdad, la propia vida para ver qué debemos cambiar y qué cosas nuevas debemos hacer. Nos tenemos que volver a Dios y entregarnos al servicio de todos los hombres, nuestros hermanos. Como Dios lo hace por todos nosotros.
En la primera lectura de hoy, Dios se nos muestra saliendo de sí y dirigiéndose en ayuda de la gente esclavizada. No es un Dios indiferente a la situación de desgracia de los hombres: “he visto la opresión de mi pueblo.. He oído sus quejas…me he fijado en sus sufrimientos…” Y este Dios no se queda con los brazos cruzados, indiferente e insensible a estas situaciones de necesidad, de miseria y de esclavitud. Este es el ejemplo que nos da Dios. Nosotros nos quedamos insensibles, indiferentes y despreocupados ante los grandes problemas del mundo: el hambre, la guerra, el terrorismo, la degradación moral con la droga, la prostitución... Y lo mismo hacemos ante problemas menores, como los ancianos en nuestras familias o en nuestro barrio o pueblo, los niños sin catequesis, los pobres, que como Lázaro están cerca de nosotros y no los vemos a la puerta de nuestra casa, porque miramos para otra parte; los enfermos sin la atención debida, sin medicinas y solos.
“Voy a bajar a librarlos y a sacarlos de esta tierra de esclavitud, a una tierra fértil y espaciosa”. Nosotros nos quedamos en casa, mirando la televisión. Este ejemplo de Dios nos está pidiendo a cada uno, una entrega vital, para que nuestro ser se transfigure, que es la meta o punto final. No ir, pues, tanto a lo tuyo. No murmurar, no fisgonear, haced alguna obra de caridad: como dialogar más en el matrimonio, ser más responsable en la educación de los hijos y nietos, dar más dinero a causas que lo necesitan, esforzarse por leer sobre todo la Biblia y asistir a algún cursillo sobre la Biblia para aprender y cultivarse más, en nuestra formación cristiana.
En el evangelio de hoy se nos advierte, que debemos convertirnos cuanto antes, no sea que la muerte nos sorprenda, como a aquellos galileos, que Pilatos degolló o aquellos diez y ocho, que murieron, aplastados por el derrumbamiento de la torre de Siloé; porque si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Nuestra vida será un desastre. Y Dios, como buen pedagogo, nos lo enseña y advierte con los desastres, que vivimos en nuestros tiempos.
Afortunadamente, Dios, es más indulgente que nosotros y nos protege contra nuestra propia debilidad y abandono. En la parábola de la higuera estéril con que concluyó su charla de aquel día, Jesucristo aparece como el buen viñador, que intercede por nosotros, que nos concede algunos plazos de tiempo y que nos cultiva. Pero, no lo olvidemos, hay que dar fruto. No se puede ocupar un lugar un sitio en el mundo como un parásito. “Si el año que viene no da fruto, entonces córtala”. Nos han dado un plazo más, un momento de esperanza, con esta cuaresma, que pudiera ser la última, sea mayor o sea joven.
Que en la Eucaristía, en la que nos vamos a encontrar con este buen viñador, le demos gracias de todo corazón y le pidamos que nos haga sensatos con la sabiduría que hay en su Palabra, para que demos frutos.
AMEN.
40. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano
Análisis
El texto del libro del Éxodo nos presenta una versión -la más conocida,
seguramente- de la así llamada vocación de Moisés, y también “autopresentación”
de Yavé.
Las antiguas opiniones sobre diferentes fuentes hablan de dos antiguas
tradiciones que se integran en este texto. Según Gen 4,26 Enosh fue el primero
en invocar el nombre de Yavé, sin embargo, acá Moisés no lo conoce por lo que
Diosa se lo debe revelar. Por otra parte el nombre del monte es Horeb y no Sinaí,
y el suegro de Moisés es Jetró mientras que en 2,18 es Reuel. Así se ha hablado
de las diferentes tradiciones a las que históricamente se las llamó Elohista y
Yahvista, aunque el tema hoy está en discusión (en especial la antigüedad de
estas, y la existencia del primero).
Muchos elementos podríamos señalar, pero destaquemos solo algunos:
Moisés es llamado, y como es frecuente en los relatos de vocación de la Biblia
se sigue un esquema similar: (1) oración y respuesta, v.7 y v.9;(2) promesa de
salvación, v. 8 y v.10; (3) encargo, v.16-17 y v.10; (4) objeción, 4,1 y v.10;
(5) signo, 4,1-9 y v.12; (6) nueva objeción, 4,10 y v.13; (7) respuesta final de
Dios, 4,13-16 y 4,17. Como se ve, parecería que las dos fuentes entremezcladas
tienen el mismo esquema. Que se utilice un “relato de vocación” nos pone en el
contexto de los profetas, lo que no es ajeno al texto, ya que Moisés debe ser
“escuchado” como uno que habla “en nombre de Dios”.
Otro elemento es lo que causa la intervención de Dios: lo que lo motiva es “el
clamor”. El grito de dolor no deja a Dios “fuera” de la historia. Desde el
clamor de la sangre de Abel, Dios toma partido por “los-que-claman”, los que
sufren la opresión e injusticia (Gn 18,21; 19,13; Ex 11,6; 22,22: “no dejaré de
oír su clamor”; 1 Sam 9,16; Is 5,7; Sal 9,13). El clamor de su pueblo no le
permite “hacer oídos sordos”, y frente a ese dolor es que elige y envía a su
elegido “Moisés”.
Finalmente digamos algo sobre el”nombre” de Dios. Entre los antiguos semitas, el
“nombre” es el sentido, es su misma existencia. Que Dios tenga nombre, y
distinto del nombre que recibió hasta ahora indica que algo ha cambiado
(cambiamos de Dios); este es un Dios que se muestra a partir de la historia,
como un Dios que manda a los que elige para dar respuesta a los clamores que lo
conmueven y no lo dejan indiferente. ¿Qué significa el nombre de Dios? Podemos
preguntarnos qué significó en su origen, y qué significó para los lectores del
Éxodo. No es fácil dar respuesta, lo cierto es que parece incluir el verbo
“ser”/“estar”: las opiniones más sólidas hoy son tres: “yo soy el que hace ser”,
lo que remite a que Dios es creador, aunque no se entiende a qué viene esta
confesión de fe en este momento; además de que el reconocimiento de Dios como
creador parece más tardío, como en el 2º Isaías, en tiempos del exilio); “yo soy
el que soy” en el sentido de resaltar Dios existe, mientras que los
dioses-ídolos no existen (en ese sentido parece usarlo Os 1,9), el marco remite
en cierto modo a la alianza y la “duplicación” destaca la soberanía de Dios que
“hace misericordia con quien hace misericordia” (Ex 33,19), es decir: siempre;
finalmente, “yo soy el que estaré” (con ustedes), es el Dios de la presencia
salvadora, el que acompaña la historia. Este último por el contexto, y el
anterior por el marco son los que nos parecen más probables: Dios garantiza su
presencia y se enfrenta con los dioses de Egipto: el clamor de su pueblo por el
sufrimiento no puede quedar impune.
Nos encontramos ante uno de los salmos más “cristianos” del AT. La misericordia
aparece como la característica fundamental de Dios que, además, es presentado
como “padre”, como un Dios que supera la justicia yendo más allá, hasta las
fronteras del perdón. Como ocurre con frecuencia en los “himnos” de “acción de
gracias”, al comienzo (v.1) y al final (v.22) se repite la misma idea (en este
caso literalmente). Quizá debamos señalar que no es este uno de los salmos más
creativos literariamente (por ejemplo, no parece muy amante de sinónimos y
algunas palabras, como rhm y hsd, ternura y misericordia, se repiten con
frecuencia, casi monótonamente), aunque esto no impide que sea muy profundo
teológicamente.
No es fácil saber en qué contexto nació ya que a veces parece individual (alma
mía) y otras parece comunitario (no nos trata, Moisés, Israel...), y no hay un
contexto histórico aparente (por algunos elementos parece post-exílico, pero no
parece importante en este caso): puede ser una persona curada de una enfermedad
(vv.3-4), una situación nacional (vv.7.18), o una reflexión religiosa sobre
Dios, tanto en lo personal como en lo comunitario (v.8). Todas son posibles.
La liturgia incorpora sólo los vv.1-4.6-8 (con lo que omite la extraña
comparación del águila que se “renueva” de v.5) y v.11 (con lo que también omite
la actitud de Dios que “no paga conforme a las culpas” sino que las supera en
misericordia). En v.11 comienzan varias comparaciones marcando la distancia
entre el amor de Dios y el hombre con una serie de imágenes (horizonte, padre,
polvo, hierba). En la liturgia de hoy sólo tenemos la primera: la distancia
entre el cielo y la tierra.
El orante se invita a sí mismo (alma mía) a bendecir a Dios. Los “beneficios”
tienen que ver con la retribución (la raíz gml dice relación a eso), no se alaba
la justicia rígida, sino que va más allá de la mirada a los méritos (como vuelve
a recordarlo en vv.8-10). Luego lo siguen una serie de participios que se
aplican a Dios (vv.3-6): que perdona, que cura, que libra, que corona, que
sacia, que renueva. Por el lado negativo nos libra de culpas, enfermedades (que
suelen ser vistas como consecuencia de las culpas) y -por tanto- de la muerte;
positivamente nos da ternura, misericordia, bienes (hsd, rhm, twb). Ambos
elementos negativosd y positivos tienen como conclusión que nos rejuvenecen.
De allí se pasa a algo más social que personal: la justicia y la liberación con
lo que prepara a la referencia -ahora nacional- a Moisés e Israel (v.7). La idea
de que Yavé es clemente y compasivo la encontramos en Ex 34,6; Jl 2,13; Jon 4,2;
Sal 86,15; 145,8; Neh 9,17 con coloración litúrgica. Esto se expresa por
comparaciones que -como vimos- la liturgia sólo incorpora la primera, la
diferencia de altura entre cielo y tierra -la más grande imaginable- (ver Sal
36,6; 57,11), que sirve para mostrar cómo es de grande el amor de Dios (“como [min]
el cielo es más alto que la tierra...” Is 55,9; ver Jb 11,8; 22,12). El Salmo
aparece, entonces, como una presentación de Dios en la historia tanto personal
como comunitaria, y su característica principal radica en su ternura (materna) y
su paternidad que actúa en esa historia y nos debe llevar (imperativo) a
alabarlo constantemente.
La Primera carta de Pablo a los Corintios presenta muchas dificultades cuando
pretendemos “ubicarla”. Parece muy desordenada, y no es evidente que todo esté
en el lugar que Pablo lo pensó. Sabemos que Pablo contesta preguntas escritas
que la comunidad le ha hecho (7,1) y es probable que cada vez que usa “con
respecto a” también lo esté haciendo (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12). Eso no impide
que se hayan introducido en el resto de la carta textos provenientes sea de
otras cartas o de nuevas circunstancias que exigieron una reelaboración del
escrito por parte del mismo Pablo (esta última es nuestra opinión pero no es el
caso destacarla acá). En principio, entonces, el texto de 1 Cor 10,1-13
pertenece al bloque donde Pablo responde acerca de la carne ofrecida a los
ídolos.
Sin embargo, la frase “no quiero que ignoren” destaca que comienza una nueva
unidad, como además se ve en el uso de “hermanos”. La referencia evidente a los
acontecimientos del desierto nos hace pensar que estamos ante una relectura del
A.T., o una breve homilía, en clave evidentemente cristiana: se compara la nube
y el paso del mar con el bautismo, el maná y el agua con la eucaristía, y se
recuerda que esos acontecimientos ocurren “en figura” (vv.6.11) y que no deben,
los corintios, repetir lo malo que hicieron en el desierto “nuestros padres”. El
discurso se mueve de a pares: nube/mar, alimento/bebida espiritual, y pretende
que “no hagamos como ellos hicieron” donde se repiten, siempre de a pares, los
verbos que caracterizan el comportamiento incorrecto de los israelitas en el
desierto y que Pablo pretende que los cristianos eviten: codiciar, fornicar,
tentar, murmurar. En el centro encontramos una actitud que también se debe
evitar pero no tiene su par, pero -por el contrario- está iluminada por un texto
bíblico: “no idolatren”; la referencia es al “becerro de oro”, pero la cita
remite a la comida y bebida. Seguramente Pablo podía haber escogido otra cita
mejor para aludir a la idolatría, pero esta hace referencia a la comida que es
lo que a Pablo le interesa marcar. De allí que pase a la siguiente unidad
recordando “huyan de la idolatría” (10,14) para volver a la comida de carne
ofrecida a los ídolos, que -como vimos, es el marco de la unidad. El hecho de
que “no idolatren” no tenga par (“como ellos idolatraron”) y que sea iluminado
con la Escritura revela que para Pablo es el corazón del relato.
La referencia a las figuras (typos) del AT que recuerdan el bautismo y la
eucaristía, parecen decir que no se debe creer que por ser partícipes de la
comunidad sacramental, no por estar bautizados y tomar parte de la eucaristía
tenemos la garantía de no caer (eso sería hacerse un ídolo; ver 11,30). La
idolatría es la clave de la unidad (lamentablemente omitida por el texto
litúrgico). Los israelitas cayeron, y también nosotros debemos cuidarnos de no
caer: “el que crea estar de pie cuide de no caer” es la conclusión y la clave
del texto.
El Evangelio se ubica en el “viaje a Jerusalén” donde Lc presenta muchos textos
de su fuente propia, “L”, un poco -aparentemente- desordenados. Sin embargo, el
relato presenta una cierta semejanza en la forma con lo que viene diciendo: en
12,51 también había preguntado “creen que...” y su respuesta fue “les aseguro
que...” concluyendo con una parábola. En este caso se presenta abruptamente una
situación histórica, con una aparente interpretación religiosa. Jesús corrige
esa interpretación e incluso presenta otra situación semejante que se prestaría
a la misma interpretación. “No, les aseguro” es la corrección que Jesús propone
(vv.3.5) para lo cual presenta otra parábola (vv.6-9).
El acontecimiento histórico nos es desconocido. Se han propuesto diferentes
hechos, pero ninguno coincide exactamente con este. Es extraño que Flavio Josefo
no lo haya narrado siendo, como es, muy poco amigo de Pilato. Pero el debate
supone un (o dos) acontecimiento(s) ocurridos realmente. La mezcla de sangre de
galileos con la de los sacrificios hace pensar en la fiesta de la Pascua: en esa
fecha Pilato y los peregrinos -también los de Galilea- se encuentran en
Jerusalén, y los laicos participan de los sacrificios ya que deben llevar a su
casa, o lugar de tránsito, el cordero para ser comido en familia. El otro hecho
afecta a 18 personas, si el primero es incidental, este es ocasional, en el
primero hay un criminal, pero en el segundo hay un hecho casual, lo común de
ambos son los muertos y la interpretación que los interlocutores de Jesús hacen
del hecho. De la torre de Siloé sabemos de su existencia, y su ampliación.
Josefo la narra, pero no cuenta -tampoco- ningún accidente de este tipo. No
sabemos si Lc no está pensando o puede estar releyendo la caída de Jerusalén
posterior al 70, pero más allá del o los hechos históricos, lo importante es la
respuesta a la imagen de Dios que todo esto supone.
La opinión teológica clásica establece una estrecha relación entre culpabilidad
y castigo, de allí que los interlocutores piensan que en estas muertes Dios ha
castigado sus pecados; estamos cerca de la teología tradicional de la
“retribución”, la misma que defienden los amigos de Job. Jesús no cuestiona la
culpabilidad de los galileos, pero se niega a presentar un Dios así de cruel, y
prefiere mostrar un Dios en diálogo con los hombres, un Dios que dé espacio a la
conversión. “Si ustedes no se convierten” pone a los oyentes en el mismo nivel
que los galileos y parte de la ideas de que “todos son culpables”. Y nos lleva a
mirar el mundo y los acontecimientos no como espectadores sino como actores. En
vv.2 y 4 se pone en paralelo pecadores y deudores; seguramente los lectores
griegos de Lucas no entienden “deuda” en un sentido también religioso (ver el
Padre nuestro donde Lc dice “pecados” donde la fuente decía “deudas”) pero al
estar en paralelo no precisa explicación y se comprende que aquí por “deuda”
debe comprenderse “culpa”. Al rechazar esta imagen de Dios, Lc presenta una
divinidad menos poderosa y más misericordiosa, presenta un Dios de amor y nos
invita a tener presente que nuestra suerte se juega en el perdón de Dios más que
en nuestras actitudes.
En este marco, Jesús nos presenta una parábola. Con frecuencia se la ha
alegorizado (por ejemplo los 3 años harían referencia a la vida pública de
Jesús, dato del que Lc nunca habla y parece desconocer). Sabemos que con
muchísima frecuencia Israel es comparado con una vid (el ejemplo más evidente -y
es solo uno entre muchos- es Is 5,1ss-, pero también se ha comparado a Israel
con una higuera (ver Jer 24,1-10). Es interesante que ambas imágenes se mezclan
algunas veces en los profetas (Jer 8,13; Os 9,10; Mi 7,1). No es necesario decir
que la vid representa a Israel y la higuera a Jerusalén, probablemente el uso de
ambas imágenes tiene como intención simplemente reforzar la idea (ver Mi 4,4) y
que quede muy claro de quienes se está hablando, de Israel, y de ese modo mover
a la “conversión” (metánoia) que es el centro de toda la unidad. La higuera no
sólo no da fruto sino que ocupa un lugar importante. El poseedor repite lo que
sabemos, que ha ido a buscar infructuosamente, pero aporta nuevos elementos: que
hace tres años que lo hace, y su decisión de cortarla; la destrucción es aquí,
imagen del juicio. Lo sorprendente ocurre con la intercesión del viñador (es
común en la Biblia que el intercesor sea uno inferior como es en este caso el
viñador sobre el dueño de la viña), él se ocupará de dar alimento y bebida a la
planta y mueve al dueño a una nueva -y última- esperanza, en este caso un año.
Este será la última oportunidad del árbol de dar frutos, sino será cortado. Como
otras parábolas, el final permanece “abierto”, no sabemos si la higuera dio o no
el fruto esperado, como no sabemos si el hijo mayor entró a la fiesta del padre
por el regreso del hijo menor. Como la parábola pretende mover a una actitud,
son nuestras actitudes la que darán el final sea negativo o positivo...
Los oyentes, pecadores, tienen también su última oportunidad de dar fruto de
conversión para Dios. Los israelitas están invitados, tanto en las desgracias
cotidianas, como en la palabra de Jesús, a escuchar la voz de Dios que los
invita a la conversión. Y con ellos también nosotros.
Comentario
Jesús nos enseña, en el texto de hoy a aprender a escuchar la voz de Dios en los
acontecimientos de la historia. De hecho sus interlocutores también lo hacían, y
por eso van a contarle los hechos, pero escuchaban mal, Dios no decía lo que
ellos entendían. Es verdad que Dios habla, pero hay que aprender a escucharlo.
Dios no nos dice que los muertos de esos acontecimientos drásticos eran
pecadores, de hecho todos lo son. Lo que Dios nos dice es que por serlo, debemos
convertirnos y dar frutos de conversión. Los frutos son una palabra de Dios para
esta etapa de la historia.
La vid y la higuera, representan en la Biblia, frecuentemente, al pueblo de
Israel, para que quede claro que se refiere a esto, el pasaje de la parábola nos
habla de una higuera plantada en una viña. Pero en estos casos, el problema, con
muchísima frecuencia son los frutos, o para ser precisos, los frutos malos la
falta de ellos... ¿De qué sirve una higuera que no da frutos? Si no da frutos
reiteradamente, el problema se agrava: no sólo no da fruto sino que ocupa un
lugar que se podría aprovechar para otra planta. Dios preparó el terreno, hizo
todo lo necesario, se tomó un tiempo prudencial, pero ¿y los frutos? El pueblo
que Dios se ha preparado con tanto cariño, ¿cómo responde al cariño de Dios?, el
tiempo se acaba y la higuera puede ser cortada. Sólo la intercesión de los
trabajadores puede postergar esto un breve tiempo más.
Vivimos en sociedades llamadas cristianas. "Occidental y cristiana" se decía, y
los frutos fueron torturas, desapariciones, asesinatos, delaciones, miedo,
desesperanza... y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de
salud y vivienda, desesperanza... y "por los frutos se conoce el árbol". Hoy,
muchos llamados cristianos siguen viviendo su fe muy lejos de los frutos de amor
y justicia que nos pide el Evangelio: participan de mesas de dinero, de la
tiranía del mercado, pagan sueldos "estrictamente «justos»” y precisamente
bajos, están afiliados a partidos que nada tienen que ver con la Doctrina Social
de la Iglesia (¿se puede -por ejemplo- ser cristiano y neo- liberal?
¡ciertamente no!). ¿Y los frutos? Individualismo, hambre, pobreza... Así, por
ejemplo, vemos que uno de los problema que tenemos en América Latina para el
reconocimiento “oficial” de nuestros mártires es que quienes los han matado “se
llaman ellos mismos cristianos!” y esto desconcierta a muchos.
¡Cuántos se llaman cristianos entre nosotros! ¡Cuántos son "cristianos
comprometidos" participantes de misas y movimientos!... Pero también, ¡cuánto es
el escándalo!
"Dios mío: quiero pedirte perdón hoy por haberme olvidado de lo más importante:
que eres mi Padre; Señor, nunca más quiero tenerte miedo, soy tu hijo y no tu
esclavo. Desde hoy en adelante quiero que estés contento conmigo. Quiero
demostrarte con hechos, y no con meras palabras, que te quiero... quiero amarte
en cada hombre que me salga al encuentro, porque ésa es tu voluntad. Quiero
sufrir con mis hermanos que están sin trabajo, quiero sentir como mía la
angustia de miles y miles de jubilados... Haz, Señor, que como Tú, pase por la
vida desparramando amor" (Carlos Mugica).
No bastan las palabras. De nada sirve una higuera estéril. Una higuera debe dar
higos ya que para eso ha sido plantada. Un pueblo redimido por Cristo, debe
edificar, con su vida (y con su muerte si fuera necesario) un Reino que dé
frutos de verdad, de justicia y de paz, de libertad, de vida y de esperanza....
Estamos lejos, ¡muy lejos! de lograrlo. Es verdad que en decenas de comunidades
hay también frutos muy vivos de solidaridad, de paz, de oración, de justicia y
de vida, de celebración y de esperanza... y podríamos multiplicar los frutos que
vemos en las comunidades; pero todo lo anterior también es cierto. Faltan muchos
frutos que dar, falta mucha vida que cosechar y alegría que festejar. El
continente de la violencia, de la injusticia y el hambre reclama frutos de los
cristianos. Y esos frutos deben darse en la historia. Los acontecimientos
cotidianos, de dolor y de muerte, que tan frecuentes vivimos en América Latina
nos dan una palabra de Dios, una palabra que debemos aprender a escuchar, que
debemos comprender para no creer que Dios dice lo que no está diciendo. Jesús
nos enseña la “dinámica del fruto” para aprender a reconocer allí un Dios que
sigue hablando y que nos sigue llamando a la conversión. no para una conversión
individual y personal, sino que dé frutos para los hermanos, para la historia y
para la vida. Y la Cuaresma es tiempo oportuno para empezar a darlos...
Para la revisión de vida
¿Cuántas veces –en qué concretamente, de qué forma…- ha venido Dios a buscar
fruto a mi higuera sin encontrarlo? ¿Estaré agotando la “paciencia de Dios”?
¿Será necesaria una poda en mi vida para que se renueve y revitalice?
Para la reunión de grupo
-Solemos tener en nuestra visión inconsciente una imagen de Dios como
mecanicista: si nos portamos bien nos han de salir bien las cosas, y si nos
salen mal pensamos que se deberá a que algo hemos hecho mal… Como si fuera Dios
quien enviase el mal al mundo… ¿Qué tipos de mal podemos encontrar en el mundo,
y cuáles serían sus orígenes? (Mal natural, mal cometido por el ser humano, mal
provocado por él…)
-Se dice que la escena del Exodo que hoy leemos es como la primera presentación
de Dios en la historia, la primera vez que entra Dios en ella de un modo
decidido… ¿Qué imagen de Dios refleja este texto bíblico?
Para la oración de los fieles
-Para que tengamos en nuestra fe una imagen de Dios conforme a lo que la Palabra
de Dios nos manifiesta: un Dios que interviene en la historia, escucha el clamor
de su puelo y sin quedarse en la pasividad decide entrar en acción, roguemos al
Señor.
-Para que también nosotros tengamos una espiritualidad que corresponda al dios
bíblico: abierta a captar los signos de la presencia de Dios en la historia, y
principalmente dispuesta a escuchar el clamor de los hermanos que sufren,
roguemos al Señor.
-Para que no achaquemos a Dios el mal que nosotros mismos provocamos, roguemos
al Señor.
-Para que no decepcionemos una y otra vez al Señor que viene a recoger los
frutos que espera de nosotros, sino que con tesón y con esperanza produzcamos
frutos de amor comprometido, roguemos al Señor.
-Por la humanidad, para que se haga cada vez más consciente de que tiene que
cuidar este mundo, sus riquezas naturales, sus aguas, sus bosques, su capa de
ozono… como el hogar que nos ha sido dado y que debemos conservar para las
futuras generaciones, en vez de destruirlo simplemente por ambición y afán
irracional de lucro, roguemos al Señor.
Oración comunitaria
Oh Dios, misterio infinito. Estamos acostumbrados a atribuir a tu acción todo lo
que nosotros no sabemos explicar, sobre todo el mal cuyo sentido no logramos
captar. Queremos expresarte nuestra voluntad de ser adultos, de asumir nuestras
responsabilidades en el mal, y de preferir maduramente el silencio y la
adoración del misterio, a la respuesta fácil de achacarte nuestros límites y
deficiencias. Nosotros lo aprendemos esto del ejemplo de Jesús, nuestro hermano,
tu hijo bienamado.
41. CLARETIANOS 2004
El que se cree seguro... ¡cuidado no caiga!
Ha sido horrible la tragedia que el pasado 11 de marzo tuvo lugar aquí, en Madrid. No podemos celebrar la Eucaristía de este tercer domingo, sin hacer referencia a esa experiencia de infierno. Mujeres y hombres madrugadores, que van a su trabajo, a ofrecer múltiples servicios, reciben un ¡buenos días! apocalíptico, diabólico y burlesco. El dragón no dejó dar a luz un nuevo día de paz. Dio su zarpazo de muerte. El gesto de bendición diaria de Dios Padre, quedó interrumpido violentamente. La madre -ahora es la ciudad de Madrid- llora a sus hijos e hijas y no tiene consuelo. Pero surgen por doquier ángeles que con su solidaridad y amor llevan el consuelo de Dios.
También hoy Dios quiere encontrarse con nosotros y salirnos al encuentro, como lo hizo con Moisés. No debemos pensar en otra cosa, ni salir de ese estado de lamentación y dolor en que nos encontramos. La Palabra de Dios es mensaje para hoy, para nosotros ¡Entremos en el desierto de la muerte, en el escenario del horror, en silencio que interrumpen los teléfonos móviles. Ahí escuchamos una voz que nos dice: ¡Descálzate, que la tierra que pisas es santa! Dios está paradójicamente presente entre quienes han sido asesinados, entre los heridos y deformados, entre los lamentos, los gritos. Dios "ha visto" lo que ha ocurrido, Dios "ha oído los lamentos y gritos", se ha fijado en el sufrimiento de todos y cada uno. Son tres verbos muy importantes que indican hasta dónde llega la implicación de Dios en este lugar de asesinato y opresión. Dios Padre ha seguido la acción terrorista. Ha actuado en el corazón de cada uno de ellos para que se volvieran atrás. Ha puesto impedimentos para que el dragón no actuara. Pero, por ahora, ha perdido la batalla. Ha sido vencido, relegado, despreciado. Dios está conmovido, apenado, derrotado... Y se le contempla en tantos rostros, en tantas actitudes de duelo y de plegaria.
A Dios le duele, le afecta la situación en la que nos encontramos sus hijas e hijos: le duele el fratricidio; que unos hermanos o hermanas sin corazón atenten contra hermanas y hermanos inocentes, de forma indiscriminada, brutal. Le duele esta injustificada y diabólica decisión de un grupo de seres humanos de decidir la vida y la muerte a su antojo. Pero Dios está decidido a actuar. Él no quiere dejar su Reino en manos diabólicas. Y actuará y vencerá. Debemos creernos las palabras que dijo a Moisés y ahora nos dirige a nosotros: "voy a sacar, liberar, y llevar. Son los tres verbos de la acción liberadora que Dios quiere emprender entre nosotros.
Dios realiza su plan contando con nosotros. Moisés es un ejemplo de disponibilidad. Experimenta la presencia del Dios compasivo y enseguida se siente "enviado" -antes de que en el relato medie una palabra explícita de Dios al respecto-. Moisés se anticipa, se ofrece. Su disponibilidad es total. Lo único que quiere es un aval, una garantía que dé consistencia a su misión. Y esa garantía es "la revelación del nombre de Dios". Dios le revela su Nombre, su más profunda identidad y le dice: "Yo soy el que soy". Ante la debilidad del pueblo, vejado por el imperio del faraón, ante la conducta huidiza de Moisés, refugiado en casa de Jetró, Dios emerge como la Roca firme, como el Consistente, el que "siempre ES" y, por consiguiente, como el que "siempre será".
En nuestra experiencia de muerte, vemos aparecer a Dios como "el que es", el Consistente, el que no se doblega, "el que SERÁ". Y por eso, estamos llamados a colaborar con Él: cada uno a nuestra manera. Hay muchas formas de participar en la acción liberadora de Dios, en la realización del sueño de su Reino.
Muchos de nosotros sabemos que el atentado terrorista nos podría haber incluido. Somos carne para cualquier atentado terrorista. Pero ¿porqué a unos sí y a otros no? ¿Qué fuerza providente ha podido hacer que unos no sean atacados y sobre otros haya recaído la desgracia? ¿Es que Dios salva a unos y a otros no?
Esa pregunta se la hicieron a Jesús. También el apóstol Pablo en su carta a los Corintios advierte a los cristianos que aquella desgracia que le sucedió al Pueblo de Israel, que mayoritariamente pereció en el desierto de la liberación, puede recaer sobre cualquier cristiano. El mismo Jesús, el Inocente, sería una de las víctimas a la que tocó la Muerte prematura. ¿Qué respuesta hay a esa pregunta? Miles de personas estarán estos días preguntándose: ¿porqué a mí, porqué en mi familia, porqué en esta ciudad, porqué?
La respuesta de Jesús es contundente. Las víctimas no son culpables de nada. No hay culpables de nada. Pero sí una situación global, mundial, que hace posible la circulación diabólica del Mal y le deja las manos libres al mal. Algo, algo serio hemos de pensar para cambiar este mundo. No podemos impunemente hacer nuestra voluntad sin contar con el todo. Los egoísmos, las cerrazones en lo propio, la avaricia, el orgullo, la ambición, deterioran el clima del mundo y lo tornan violento. Lo que ha ocurrido en Madrid no es un asunto solo de Madrid, ni tampoco de España. Es un problema de nuestro mundo entero... que ha emergido en esta ciudad, con nuestra gente.
Por eso, Jesús, nos invita al cambio de mentalidad y de conducta. Se ve que nuestra plantación no da buenos frutos. Tendremos tiempo de prórroga... pero no mucho. Habrá gente que se pregunte: ¿qué nos viene encima? ¿Qué habrá después de todo ésto? No confiemos en las armas, en la violencia, en la lucha armada. Confiemes en los valores, en la seducción del bien. Confiemos en el valor de los Valores, en Aquel, que es y siempre será, en el Consistente, en nuestro Abbá y Padre-Madre que no abandonará a sus hijos e hijas que le suplican, que claman a Él, desde su dolor. Enviará a sus Ángeles que nos liberarán. La Bestia Apocalíptica no se apoderará de nuestro mundo. La Mujer dará a luz sin peligro, aunque después tenga que huir al desierto por un tiempo.
JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES
42. 2004
LECTURAS: EX 3, 1-8. 13-15; SAL 102; 1COR 10,
1-6. 10-12; LC 13, 1-9
FUE A BUSCAR FRUTO ... Y NO LO ENCONTRÓ.
Comentando la Palabra de Dios
Ex. 3, 1-8. 13-15. Moisés, huyendo del faraón, fue a parar al desierto
cuidando el rebaño de su suegro Jetró. En esa soledad, pensando en la opresión
de sus hermanos en Egipto, tal vez hizo conciencia de que el camino de la
violencia, que quiso emprender matando a un egipcio que golpeaba a un hebreo,
no era el de la liberación. Y Dios se le aparece; Dios mismo será quien le
indique cuál es ese camino. Escuchar a Dios no puede convertirse para nosotros
sólo en un momento piadoso dentro de nuestra vida de fe. Mientras nuestro
corazón no arda cuando el Señor nos explica su Palabra, y mientras no nos
levantemos para ir y dar testimonio sobre nuestra experiencia de Dios, para
sacar a los cautivos de sus prisiones, consolar a los tristes y ayudar a que
todos vuelvan a Dios, no tiene sentido orar y meditar con la Sagrada
Escritura. A nosotros Dios nos quiere como los primeros liberados del mal. A
partir de nuestro encuentro personal con Él hemos de ir, en su Nombre, a
construir el Reino de Dios en el mundo, de tal forma que su Redención sea
eficaz en nosotros, liberándonos de todo mal y encaminándonos, fraternalmente
unidos, a la posesión de los bienes definitivos.
Sal. 102. La Escritura debe ser leída como una historia
del amor de Dios hacia los suyos. A pesar de que abandonamos sus caminos, Él
nunca ha dejado de amarnos. Ciertamente a veces la vida se nos complica y
pareciera como que si Dios se hubiese alejado de nosotros. Pero Él jamás nos
ha abandonado. La liberación de los Israelitas de la esclavitud a la que les
habían sometido los Egipcios, el camino del Pueblo de Dios por el desierto en
medio de tentaciones y pruebas, la llegada a la tierra prometida y la posesión
de la misma, siempre acompañados por el Señor, hace patente que Dios siempre
está con los suyos, a pesar de que el hombre muchas veces no ha vivido su
fidelidad a Él. Por eso podemos decir que a Dios lo conocemos como el Señor
compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar.
Ojalá y así como Dios nos ha tratado a nosotros, así tratemos nosotros a los
demás.
1Cor. 10, 1-6. 10-12. ¿Acaso tendremos asegurada nuestra salvación sólo por
estar en contacto con lo sagrado? ¿Basta estar bautizados y sentarnos a la
Mesa del Señor para decir que viviremos eternamente con Él? Recordemos lo que
nos dice Jesús: En aquel día muchos me dirán: Señor, ábrenos; hemos comido y
bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero Él les dirá: No sé
de dónde son, apártense de mí, malvados. Hay que aprender a vivir unidos a
Dios mediante los sacramentos; y hay que escuchar y meditar amorosamente su
Palabra, pero hay que ponerla en práctica, de tal forma que con una vida
intachable manifestemos que en verdad pertenecemos al Señor. Los Israelitas, a
pesar de tantos signos mediante los cuales Dios los liberó de su esclavitud y
los condujo hacia la tierra prometida, se rebelaron contra el Señor, y muchos
de ellos perecieron en el desierto. Por eso no podemos pensar que por la
recepción de los sacramentos ya estamos salvados. Es necesario vivir
totalmente comprometidos con la fe, que hemos depositado en el Señor, y que
los sacramentos nos ayudan a hacer realidad para vivir totalmente como hijos
de Dios.
Lc. 13, 1-9. ¿Quién de nosotros podrá eludir la muerte? El Señor nos enseña en
este Domingo que eso no nos debe angustiar. Muchos tal vez sufran una muerte
ignominiosa y violenta; pero eso no les sucede porque sean más pecadores que
los demás. ¿Quién de nosotros puede decir que no tiene pecado? Lo más
importante, efectivamente, es reconocerse pecador y saberse arrepentir, para
que, volviendo a Dios, Él nos libre de la muerte eterna. Dios ha infundido su
vida en nosotros. No podemos vivir bajo la esterilidad de las obras buenas y
la fecundidad de la maldad y del pecado. Si no queremos al final perecer
eternamente debemos, no sólo llamarnos hijos de Dios, sino serlo en verdad y
con las obras. Sólo así el Señor nos reconocerá como suyos. Y puesto que Dios
no quiere que nadie perezca, sino que todos vivamos eternamente con Él, nos
ofrece este tiempo de gracia para que, con sinceridad volvamos a Él cuando aún
es tiempo. No dejemos que la gracia de Dios sea estéril en nosotros ni que su
vida caiga en nosotros como en saco roto.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
A pesar de nuestras fragilidades, miserias y pecados, el Señor nos reúne en
torno a Él para ofrecernos su perdón, y para hacernos participar de su misma
Vida. Dios envió a su propio Hijo para conducirnos hacia Él, libres de toda
maldad, convertidos en hijos en el Hijo por nuestra comunión de vida con Él.
Ya la Escritura nos recuerda por medio del Profeta Isaías: Como la lluvia y la
nieve caen del cielo, y sólo regresan allí después de empapar la tierra, de
fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al que siembra y pan al que
come, así será la Palabra que sale de mi boca: no regresará a mí con las manos
vacías, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo. De nada nos
sirve buscar al Señor, escuchar su Palabra y sentarnos a su Mesa, si después
volvemos a nuestros caminos cargados de miserias y de signos de muerte. Dios
nos quiere rectos, santos como Él es Santo. Él quiere que trabajemos por su
Reino y que dejemos a un lado nuestras esclavitudes al pecado, pues no fuimos
bautizados sino en su Nombre.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
Al paso del tiempo la fe de la Iglesia debe haber ya dado una tal abundancia
de frutos, que en verdad muchos puedan alimentarse de su amor, de su bondad,
de su paz, de su alegría. La Iglesia nació para evangelizar. Y Evangelizar es
llevar a Aquel que es el Evangelio del Padre para que los demás le conozcan,
le amen y vivan comprometidos con Él. Pero no podemos llevar a Jesucristo sólo
con palabras expertas. Jesucristo, con todo su amor y con todo su poder
salvador, se ha de hacer presente desde la vida de la Iglesia. Contemplémoslo
en su entrega, en su sencillez, en su cercanía a todos, especialmente a
aquellos que fueron despreciados por su condición social, o por su condición
de pecadores. Sólo siguiendo las huellas de Cristo podremos alimentar la fe,
el amor y las esperanzas de todas las personas del mundo. Mientras los demás
busquen en la Iglesia las huellas de Cristo, pero sólo encuentren más
marginación y desprecio, no podemos decir que en verdad estamos evangelizando,
sino sólo buscando nuestro prestigio o el mercar con la fe para provecho
nuestro. Tratemos de que nuestra vida de fe nos convierta en un auténtico
signo de la cercanía del Señor como Salvador de todos.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de saber volver a Él de todo corazón, sabiendo
que, a pesar de la muerte que tengamos que sufrir, nuestra vida está ya desde
ahora depositada en Dios. Por eso, teniendo a Dios con nosotros, seamos un
signo claro de su amor para cuantos nos traten, de tal forma que, unidos como
hermanos, y buscando el bien unos de otros, podamos finalmente vivir
eternamente como Reino y Familia de Dios. Amén.
43.CUA-03C
El Papa en el ángelus: ‘¡Nunca es demasiado tarde para convertirse!’
TEXTO COMPLETO. El Santo Padre recordó este domingo la invencible paciencia de
Jesús y su irreducible preocupación por los pecadores
28 febrero 201
(ZENIT – Ciudad del Vaticano) Como cada domingo, el papa Francisco rezó la
oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico,
ante una multitud que le atendía en la plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le
acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Cada día, lamentablemente, las crónicas reportan malas noticias: homicidios,
accidentes, catástrofes… en el pasaje evangélico de hoy, Jesús se refiere a
dos hechos trágicos que en aquel tiempo habían suscitado mucha sensación: una
represión cruel realizada por los soldados romanos dentro del templo; y el
derrumbe de la torre de Siloé, en Jerusalén, que había causado dieciocho
victimas (Cfr. Lc 13, 1-5).
Jesús conoce la mentalidad supersticiosa de sus oyentes y sabe que ellos
interpretan este tipo de acontecimientos de modo equivocado. De hecho, piensan
que, si aquellos hombres han muerto así, cruelmente, es signo que Dios los ha
castigado por alguna culpa grave que habían cometido; como diciendo: “se lo
merecían”. Y en cambio, el hecho de ser salvados de la desgracia equivalía a
sentirse “bien”. Ellos se lo merecían; yo estoy bien.
Jesús rechaza claramente esta visión, porque Dios no permite las tragedias
para castigar las culpas, y afirma que aquellas pobres víctimas no eran peores
que los otros. Más bien, Él invita a sacar de estos hechos dolorosos una
enseñanza que se refiere a todos, porque todos somos pecadores; de hecho, dice
a aquellos que le habían interpelado: “Si no os convertís, todos pereceréis
del mismo modo” (v. 3).
También hoy, frente a ciertas desgracias y a eventos dolorosos, podemos tener
la tentación de “descargar” la responsabilidad en las víctimas o incluso en
Dios mismo. Pero el Evangelio nos invita a reflexionar: ¿Qué idea de Dios nos
hemos hecho? ¿Estamos realmente convencidos de que Dios es así, o esto no es
más que nuestra proyección, un dios hecho “a nuestra imagen y semejanza”?
Jesús, al contrario, nos invita a cambiar el corazón, a hacer una radical
inversión en el camino de nuestra vida, abandonando los compromisos con el mal
–y esto lo hacemos todos, ¿eh?, los compromisos con el mal–, las hipocresías
–pero, yo creo que casi todos tenemos un poco, de hipocresía–, para retomar
decididamente el camino del Evangelio. Pero está ahí, nuevamente, la tentación
de justificarse: ¿De qué cosa debemos convertirnos? ¿No somos en fin de
cuentas buenas personas –cuantas veces hemos pensado esto: pero, en fin de
cuentas yo soy bueno, soy alguien bueno… y no es así, ‘eh?–, no somos
creyentes, incluso bastante practicantes? Y nosotros creemos que así
nos justificamos.
Lamentablemente, cada uno de nosotros se asemeja mucho a un árbol que,
durante años, ha dado múltiples pruebas de su esterilidad. Pero,
afortunadamente para nosotros, Jesús se parece a un agricultor que, con una
paciencia sin límites, obtiene todavía una prórroga para la higuera infecunda:
“Déjala todavía este año –dice el dueño– […] Puede ser que así dé frutos en
adelante” (v. 9). Un “año” de gracia: el tiempo del ministerio de Cristo, el
tiempo de la Iglesia antes de su regreso glorioso, el tiempo de nuestra vida,
marcado por un cierto número de Cuaresmas, que se nos ofrecen como ocasiones
de arrepentimiento y de salvación. Un tiempo de un Año Jubilar de la
Misericordia. La invencible paciencia de Jesús, ¿Habéis pensado en la
paciencia de Dios? Habéis pensado también en su irreducible preocupación por
los pecadores. ¡Cómo debería conducirnos a la impaciencia contra nosotros
mismos! ¡Nunca es demasiado tarde para convertirse! ¡Jamás! Hasta el último
momento, la paciencia de Dios nos espera. Recordáis aquella pequeña historia
de santa Teresa del Niño Jesús, cuando rezaba por aquel hombre condenado a
muerte, un criminal, que no quería recibir la consolación de la Iglesia,
rechazaba al sacerdote, no quería, quería morir así. Y ella rezaba, en el
convento, y cuando aquel hombre está ahí, en el momento de ser asesinado, se
dirige al sacerdote, toma el Crucifijo y lo besa. ¡La paciencia de Dios! ¡Lo
mismo hace con nosotros, con todos nosotros! Cuantas veces, nosotros no lo
sabemos, lo sabremos en el Cielo; pero cuantas veces nosotros estamos ahí,
ahí, y ahí el Señor nos salva. Nos salva porque tiene una gran paciencia
con nosotros. Y esta es su misericordia. Jamás es tarde para convertirnos,
pero ¡es urgente, es ahora! Comencemos hoy.
La Virgen María nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de
Dios, a su misericordia; y nos ayude a no juzgar jamás a los demás, sino a
dejarnos interpelar por las desgracias cotidianas para hacer un serio examen
de conciencia y arrepentirnos.