42 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO III DE CUARESMA
(11-20)

 

1.

1. El riesgo de la muerte

Este texto quiere expresarnos con claridad el sentido de los acontecimientos humanos, de la historia de cada día y de cada uno de los hombres. Consta de dos partes: dos hechos de actualidad, de los que Jesús saca unas conclusiones, y una parábola. Las dos partes hacen referencia al tema de la urgencia escatológica: el riesgo de la muerte nos rodea constantemente y, por ello, es necesario que estemos prevenidos ante ella. Ante su certeza hemos de convertirnos dando frutos verdaderos.

Dios quiere mantener un constante diálogo con los hombres a través de los acontecimientos de todo orden que tejen nuestra historia. Sucesos que no son simples adornos, sino palabras dichas a cada uno, mensajes que conciernen a la vida de todos. En nuestra sociedad, mucho más que en el mundo en que murió Jesús, muchas personas mueren todos los días a causa de guerras o de los intereses políticos y económicos más diversos, o pr causa de accidentes. Son hechos que nos preocupan, por lo menos cuando los vivimos de cerca. La respuesta más normal al porqué de esas muertes la encontraban los contemporáneos de Jesús en el castigo de Dios a causa del pecado de esas personas. Idea que sigue muy extendida en el mundo actual.

Jesús no acepta esta explicación, y parte de unos hechos concretos para rebatirla. Rechaza toda explicación fácil y cómoda al problema del mal. Los que pretendían -o pretenden- solucionarlo todo a base del castigo de Dios para ahora y para después de la muerte, se quedan tan tranquilos ante las personas que sufren o que mueren cada día injustamente. Suelen ser personas de "buena conciencia", pues de otra forma tendrían miedo a sufrir esas tragedias. No es ésta la postura de Jesús ni debe ser la de los cristianos.

Con dos sucesos de entonces pretende Jesús modificar la idea de los judíos, según la cual todo pecado tenía un castigo en este mundo y todo castigo era debido a un pecado. Unos peregrinos de Galilea subieron a Jerusalén a ofrecer los sacrificios rituales. Con la excitación del momento religioso o de la fiesta se produjeron disturbios. Quizá debidos a que Pilato había tomado el dinero del erario del templo para la construcción de un acueducto, a lo que ellos se opusieron violentamente. Pilato, en la mejor línea dictatorial y tiránica, atajó el enfrentamiento con sangre. Este dramático acontecimiento, desgraciadamente muy frecuente en regímenes de terror, despertó entre la gente comentarios variados: que no se metan, algo harían, eran pecadores y los castigó Dios... Pero a las personas dispuestas a dejarse interpelar, a profundizar en los acontecimientos, debía llevarles a una reflexión que desembocara en una revisión.

El segundo hecho recuerda una catástrofe imprevista: la caída de una torre al sur de Jerusalén y cerca de la piscina de Siloé, con el balance de dieciocho muertos. En ambos sucesos hay una diferencia significativa. Los que han muerto ajusticiados por Pilato eran culpables de alguna manera: desde el punto de vista político eran rebeldes que habían aprovechado el momento oportuno para manifestarse en contra del poder establecido, sufriendo los lógicos efectos de una represión violenta. A los ojos de Roma, su muerte era un castigo o escarmiento. Jesús no los condena: ni aprueba ni rechaza su revuelta. Su finalidad era otra. No debemos olvidar esto a la hora de juzgar las actitudes de los que ahora, como entonces, atentan contra la seguridad de un Estado al que rechazan por opresor o extranjero. Pero sí debemos distinguir entre terrorismo y guerrilla: el primero es una minoría que quiere imponer sus criterios a la mayoría por la fuerza bruta; la segunda es una mayoría marginada y explotada, es el pueblo que lucha contra los tiranos que lo oprimen y asesinan. Los aplastados por la torre mal construida no intervinieron para nada en ello, no podían ser considerados culpables de ninguna manera. Para Jesús, la desgracia de una política que conduce a la violencia, a la represión y a la muerte, lo mismo que la desgracia de una civilización que puede aplastar a los mismos que la construyen, son signos de la precariedad del hombre sobre la tierra, ejemplos para mostrarnos que toda nuestra vida está montada sobre el riesgo de la muerte, ante la que hemos de vivir preparados.

2. La conversión, única salida válida para el hombre

"Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera". Los que murieron en ambos sucesos no eran más pecadores que los demás. Dios no es un juez que sancione inmediatamente las acciones de los hombres. Jesús va directamente al nudo de la cuestión: estamos viviendo el tiempo de la conversión, del cambio de vida y de mentalidad; y si no cambiamos... todos estamos perdidos.

Hemos de convertirnos, no para huir de la muerte, que siempre estará a la vista de todos y de cada uno, sino para estar dispuestos a ella. Una muerte que nos está señalando a la conversión a una vida verdadera como única salida válida para el hombre. Lo verdaderamente grave en la vida humana es no esforzarnos por dar los frutos que Dios y la humanidad esperan de nosotros. La conversi6n profunda lleva dentro de sí el aceptar la muerte como prueba definitiva de fe y de confianza en Dios.

Pero los signos solamente son válidos para aquellos que los saben captar e interpretar. Y es la muerte el signo más claro y el que más fácilmente puede llevarnos a la conversión. Los dos sucesos fueron casos de muertes inesperadas y violentas. Estas personas murieron por sorpresa; en su lugar podían haber muerto otras. El juicio de Dios vendrá como estas muertes: de improviso, cuando menos lo esperemos.

Este texto es una llamada a la conversión y una invitación a examinar nuestra vida para ver el paralelismo entre estos acontecimientos y las situaciones que vivimos nosotros: problemas políticos, malestar social y económico, enfrentamientos personales, accidentes de circulación y de trabajo... ¿Cómo intervenimos en ellos: con despreocupación, positiva o negativamente?...

Los acontecimientos de la historia no pueden dejamos indiferentes, puesto que Dios nos ha colocado como protagonistas de ella. Debemos cambiar todo lo que no sea según la palabra de Dios, todo lo que no busque la igualdad entre todos los hombres. Lo sucedido en ambos casos es un aviso y un llamamiento para todos a la conversión, a vivir verdaderamente; nos invitan a avanzar por el camino de la justicia que él anuncia y promueve, o todos acabaremos mal. Porque Dios y la injusticia humana son incompatibles. Y lo que es opuesto a Dios es desastre absoluto y definitivo. Lo que sucede en el tiempo es evocación del tiempo final, que exige decisión, conversión y penitencia. Todas las catástrofes que se producen en el tiempo deben ser una llamada a entrar dentro de nosotros mismos, nos anuncian la necesidad que tenemos todos de volvernos a Dios. En definitiva, estos acontecimientos nos vienen a decir: ¿Cómo te gustaría haber empleado el tiempo de tu vida cuando te llegue el momento de dejarla? La respuesta a esta pregunta y el ser consecuente con esa respuesta es lo más importante para la vida de cada ser humano.

3. No podemos vivir cruzados de brazos

El otro signo de llamada a la conversión está redactado en forma de parábola. Lucas, en este relato de la higuera estéril, acentúa la misericordia y la paciencia de Dios ante la pereza humana, en contraposición a la narración de Mateo (21,18-22).

La higuera existe y es cuidada para que dé fruto; como nosotros. La higuera de la parábola ha tenido ya tiempo de crecer y dar frutos, pero no ha producido nada. Por eso el dueño de la viña está decidido a cortarla. El viñador -el mismo Jesús- intercede ante el Padre para que le alargue el tiempo. Él mismo cuidará de ella de modo extraordinario; el hecho de cavar a su alrededor y de abonarla con estiércol eran labores desconocidas en Israel y, además, innecesarias para que la higuera dé frutos.

La viña de la parábola simboliza al pueblo de Israel; la higuera, a los dirigentes. Jesús tiene aún esperanzas de que los dirigentes de Israel quieran entender y seguir el camino de fidelidad al Padre que él les propone. Parece que quiere llevar adelante el reino mediante el cambio de actitud de los poderosos dirigentes religiosos y demás responsables de la situación. Quiere probarlo todo, como quien cava y abona una tierra difícil. ¡Había que ser optimista! Si esta última prueba resulta inútil, entonces se podrá arrancar el árbol por carecer de frutos. El tiempo de Jesús es la última posibilidad para el pueblo de Israel y para sus dirigentes.

Con la parábola de la higuera, Jesús quiere enseñarnos la necesidad que tenemos los hombres de dar una respuesta, unos frutos en la vida. Frutos de justicia, de amor, de libertad, de paz... No podemos vivir con los brazos cruzados, sin hacer nada, sin ningún esfuerzo. Debemos secundar con nuestro trabajo la obra de Dios, debemos realizarnos plenamente como personas haciendo el bien que Dios espera de nosotros.

Para Jesús todos somos como aquella higuera plantada en la viña, que con frecuencia no damos el fruto que cabría esperar. Pero, al mismo tiempo, se nos ofrece la posibilidad de darlo en adelante. Más aún, se nos trata de forma que no tengamos excusa si no damos fruto.

Con esa lluvia de información dirigida que cae sobre los hombres constantemente, con esas prisas de vivir, con ese acostumbrarnos a todo, con tanto culto a la sensación y tanta cultura dirigida a la masa y digerida en masa, con tanto barniz y tanta apariencia, nos es prácticamente imposible vivir en la profundidad de las cosas y de las personas; más bien nos movemos en la corteza de ellas. Es posiblemente esa pérdida de la dimensión de profundidad un elemento decisivo en la actual situación del hombre occidental. Por ello ha perdido el sentido de la trascendencia. Y es en esa trascendencia y en esa profundidad donde está la verdad plena, la esperanza, la alegría... Viviendo plenamente la vida terrena, ¿se terminará por creer?

Dios nos llama, desde lo profundo de la realidad, a un encuentro con él y con los hombres, del que brota la misión y el compromiso. Para conectar con él es necesario que nos convirtamos de la superficie a la profundidad y trascendencia de la vida. Los signos y las llamadas están en la realidad de cada día; pero hay que profundizar, y comprometerse, y convertirse.

Sólo el hombre consciente de su dignidad y libertad será capaz de la conversión que el evangelio nos exige; porque sólo ese hombre podrá ir descubriendo que la vida que nos comunicó Jesús es la verdadera, la única que merece la pena ser vivida; la vida que es posible, que no es un esfuerzo irrealizable e inútil.

¿Se va identificando nuestra vida con la de Jesús? ¿Vamos dando los frutos que espera de nosotros? ¿Cuáles son?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 210-215


12.

1. "¿Cuál es tu nombre".

¿Cómo te llamas?, preguntaba Moisés al Señor. «¿Cuál es tu nombre». No es mala pregunta. Porque no se trata de simple curiosidad, como puede suceder entre los nombres humanos. Ni se trata de saber si su nombre es Dios o Yahveh o Jehová o Alá o Zeus Pater. La pregunta va más por el contenido y el significado que por el signo y las palabras. Cuál es tu nombre, tu definición, quiere decir quién eres, cómo eres, qué quieres, cómo actúas. Y quiere decir también qué relación tienes con nosotros y nosotros contigo; hasta dónde te pertenecemos y somos tuyos y nos quieres; y hasta dónde te podemos ver y te podemos conocer y te podemos poseer.

El nombre es la clave de la personalidad. Poner el nombre es dominar la cosa, como Adán al principio. Conocer el nombre es penetrar en el núcleo íntimo del ser, tanto o más que ver en profundidad a la persona. Conocer el nombre de Dios es casi poseerlo, es poder invocarlo con eficacia, casi con magia. Por eso nadie puede ver a Dios y quedar con vida. Y nadie puede conocer en plenitud su nombre. (En este sentido la respuesta «Yo soy el que soy» podría equivaler a una afirmación de la trascendencia divina, negándose Dios a revelar su propia naturaleza. No tanto una definición esencialista de Dios: "Yo soy el ser", sino una definición negativa o tautológica: «Yo soy el que sea» y punto).

-¿Cómo te llamas, Señor?

Pero el hombre quiere conocer a Dios y no ceja en su empeño de apoderarse de su fuego sagrado. ¿Cómo te llamas, Señor? ¿Podemos saber de Dios algo más que meras palabras? Si la gente nos pregunta cómo se llama vuestro Dios, ¿qué podemos responder? Quizá sería mejor contestar con imágenes y palabras, como hacía Jesús en relación con el Reino. Aunque la verdad es que sólo en Jesús Dios se ha definido "y le pusieron por nombre Jesús", Enmanuel- podríamos decir, siguiendo los textos litúrgicos: Dios es un fuego que arde sin consumirse

Dios es una energía inmensa que todo lo ilumina, calienta y vivifica. Yo soy la energía que encendió los soles y dinamizó la materia. Yo soy el calor que enardece todos los corazones. «Yo soy el verdadero calor», que diría Jesús a Sta. Teresa. O, dicho de otro modo. Yo soy el amor que creó el mundo. En el principio fue el Amor. El amor crea y alimenta a los amantes y el que pone en marcha todas las energías creadoras de la tierra. Y Yo soy el amor que atrae a todos los seres, el imán que todo lo arrastra, el océano en que todo confluye, el punto omega en que todo converge.

"Fuego que no se consume" «Yo soy un fuego ardiente» y quiero que con él todo se incendie (Lc. 12, 49; Mt. 2,2; Hb. 12,29). El fuego que mora en la zarza (Dt. 33,16) y en el monte (Ex. 19,18) y en los cuerpos de los hombres (Hch. 2,3); el fuego en el que se bautizan los creyentes (Lc. 3,16), el amor que se derrama en todos los corazones (Rm. 5,5) Decir que Dios es un fuego que arde sin consumirse quiere decir sencillamente que Dios es amor (IJn. 4,8).

-Dios es el Dios de los padres: de Abraham, Isaac y Jacob

Es el Dios de los hombres. Es un Dios de personas. No es un Dios de dioses y ángeles, que se encierra en su cielo y se entretiene en su olimpo. No es un Dios lejano, absolutamente inalcanzable. Es un Dios cercano, que gusta de pasear con el hombre entre los árboles y se sienta bajo una higuera esperando el banquete de un amigo. Es un compañero de viaje que juega con otro peregrino a ver quién puede más y casi se deja vencer (Gn. 32,25). Es un esposo que se pone a «danzar con gritos de júbilo» por su amada (Sof. 3,17). Es un padre que acaricia a los pequeños, «los enseña a caminar y le levanta en sus brazos» (Os. 11,3).

-Dios de Abraham, Isaac y Jacob

La lista de los nombres puede prolongarse interminablemente, hasta llegar al Dios de Juan-Pablo, de Teresa, de Romero, de Gandhi, de Clementina Annuarite, de Tutu, de Francisco, Juan y María. Es el Dios de la historia. No pasa de nuestros acontecimientos. Asume nuestros gozos y esperanzas, nuestras tristezas y angustias. Padre de «filantropía» (Tit. 3,4). Nos va guiando y enseñando a través de nuestra propia historia, que hace suya. Nos habla más con hechos que con palabras.

Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Dios de vivos. Todo el que se relaciona con El tiene vida para siempre. El puede colmar nuestros grandes deseos de inmortalidad. El puede aliviar nuestra angustia por la temporalidad. Si Dios está conmigo, seré eterno. Nuestros padres no son puro recuerdo, acontecimiento del pasado. No sólo fueron, son los amigos de Dios. Viven con el Vivo. Y nosotros viviremos.

-Dios es el que ve, el que oye, el que actúa

"He visto,... he oído... Voy a bajar a librarlos". Dibujamos un ojo grande para significar la omnipresencia de Dios. Sí, Dios tiene muy buena vista y un agudísimo oído. Puede ver lo más oculto y puede captar los más profundos silencios. Penetra el corazón y las entrañas. Recoge todos los ruegos y lamentos. «Si le vejas y él clama a mí, no dejaré de oír su clamor» (Ex. 22,22). «Clamará a mí y yo le oiré, porque soy compasivo» (Ex. 22,26). Dios escucha con emoción y compasión las quejas del oprimido. No es un Dios impasible. Dios ve, escucha y comparte nuestro problema. No pasa. Y por eso se decide a actuar. Por eso no duda en "bajar a librarnos". Conocemos bien estos descensos liberadores de Dios. No es un Dios «inmutable». Y conocemos bien el precio y la fuerza de su rescate.

-"Cargando todos los fardos"

Dios no sólo siente y compadece, sino que comparte, toma parte y se compromete, aconteciendo y actuando salvíficamente. Bajó a nosotros rescatando todas las esclavitudes, acariciando todas las dolencias, cargando todos los fardos. Decir que Dios ve, oye y actúa es decir que Dios es solidario y compasivo. En el principio fue la Pasión y la compasión.

-«Yo te envío a Faraón para que saques a mi pueblo»

No quiere salvarnos Dios en plan protagonista o en actitud paternalista. El nos salva para que nos salvemos, protagoniza nuestro protagonismo, nos crea creadores y nos redime redentores. Por eso no solo baja a librarnos -¡y de qué manera!-, sino que escoge caudillos, profetas, pastores, discípulos y apóstoles. Ellos no salvan, pero entienden la salvación; son testigos y sacramentos de liberación; son encarnación y prolongación de Dios-Amor.

2. El riesgo de la frustración

¿Qué hubiera pasado si Moisés, vencido por el miedo, hubiera rehusado la misión que se le encomendaba? Porque trabajo costó: un pastor balbuciente frente a un faraón poderoso; una tribu de esclavos frente al ejército más fuerte del mundo; un Dios de nombre desconocido frente a multitud de dioses protectores. Moisés estuvo a punto de seguir con sus ovejitas. Una vida tranquila en el hogar, un pastor que no se mete con nadie. Pero se hubiera perdido un gran liberador, un gran legislador y profeta, el gran amigo y confidente de Dios. Hubiera sido una tremenda frustración. El que estaba llamado a ser gran estrella se hubiera quedado en gusanito de luz; no hubiera prendido en él el fuego de la zarza ni hubiera podido transmitirlo a los demás.

Somos pequeños Moisés, pequeños pastores de hombres. Puede que el Señor te llame y te envíe a los nuevos faraones, para que liberes a los hermanos. Los nuevos faraones, con nombres distintos, siguen siendo enormemente poderosos: son aquellos ídolos que veíamos, que suelen terminar en «ismos»; más el sexo, la droga y tantos otros. Muchos millones de esclavos gimen oprimidos por las duras leyes de estos modernos faraones. ¿Qué puedes hacer, qué debes hacer, si el Señor te envía, para que saques a sus hijos de la esclavitud?

-¿Guardar el talento?

Sería terriblemente frustrante dar una respuesta negativa. Pecado de omisión. Es el caso del hombre de las manos atadas, que nada malo hizo, pero tampoco nada bueno. Es el caso de la higuera infructuosa: no estorbaba a nadie, pero no daba fruto alguno; se complacía con las hojas de su religiosidad sociológica. Es el caso del que guarda su talento en el pañuelo y deja que se le atrofie el corazón, de no usarlo. Es el caso del que no es capaz de descalzarse, despojarse de comodidad y seguridades y dejarse quemar por el fuego sagrado.

IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA

1. Dios no tiene nombre: «es el que es». Pero se define, por sus manifestaciones, por sus presencias, por sus signos liberadores, por sus acciones salvíficas, por su amor. Algún día se definirá por las palabras y las obras de una persona, y entonces ya tendrá un nombre: Jesús, Enmanuel.

2. Entre las principales manifestaciones de Dios están sus acciones liberadoras, su defensa de los oprimidos, su cercanía a los pobres, su protección a los débiles, su predilección por los pequeños. El ve, escucha, comparte, ayuda, ama.

3. Pero Dios quiere siempre nuestras mediaciones: las necesita. Por eso nos llama y nos capacita para que continuemos liberando a los oprimidos, rescatándolos de los nuevos faraones.

4. A la propia vocación podemos responder como Moisés, o podemos quedarnos en higuera infructuosa, por muy vistosa que aparezca.

CARITAS
PASTOR DE TU HERMANO
CUARESMA 1986.Págs. 43-47


13.

Tríptico pascual

A) DIOS

Es el gran protagonista de todas las historias de libertad y de vida. Dios es la Libertad y la Vida. Dios es la fuerza liberadora y energía de amor. La página de hoy vale por muchos libros de la Sagrada Escritura. Es un esfuerzo intenso por llegar a conocer el misterio de Dios. Se manifiesta en el deseo de Moisés por conocer su nombre. No era curiosidad o simple apoyatura verbal. Era hambre de Dios, interés por conocer su verdad, su intimidad, «su gloria» .

--«¿Cómo te llamas, Señor? Dime quién eres. Enséñame tu nombre». Unos capítulos más adelante aparece el mismo deseo. Moisés dialoga amistosamente con el Señor, que le concede lo que le pide «pues has hallado gracia a mis ojos y yo te conozco por tu nombre». La réplica del amigo de Dios fue inmediata: Yo también quiero conocer tu nombre: «Déjame ver por favor tu gloria» (/Ex/33/17-18). Quiero conocer tu misterio, lo que hay más dentro de ti, la fuente última de tus acciones y sentimientos. Quiero saber cómo nos miras y qué quieres de nosotros. ¿Qué somos nosotros para ti? ¿Qué eres Tú para nosotros?

Dios dará a conocer a su amigo sólo parte de lo que pide. Conocer el nombre de una cosa o una persona equivalía casi a poseerla y dominarla. Por eso «pronunciaré delante de ti mi nombre... Pero mi rostro no podrás verlo porque nadie puede ver a Dios y seguir con vida» (/Ex/33/19-20). Me podrás ver como de paso, como una ráfaga. Podrás llegar a ver, no mi cara, sino «mis espaldas» (Ex 33, 23).

Efectivamente, habrá que esperar mucho tiempo para poder ver el rostro de Dios, que se manifestó en Jesucristo, el cual es: «Resplandor de su gloria» (Hb 1, 3); «la gloria de Dios que está en la faz de Cristo» (2 Cor 4, 6). Ahora ya podemos decir con verdad: «...y hemos visto su gloria» (Jn/01/14).

-El Dios que Moisés llegó a conocer

Ante todo es un Dios cercano. No está en las nubes o en el tercer cielo. Es un Dios que se deja encontrar. Es el Dios del encuentro. Llegará a poner la Tienda del Encuentro, en medio de su pueblo (cf. Ex 33, 7). (¡Qué imagen más sugestiva para aplicarla a Jesús, el Emmanuel el que «acampó entre nosotros»!).

-El Dios del encuentro

Quiere decir que Dios viene a nuestro encuentro: «He bajado». Se deja encontrar por Moisés y se deja encontrar por todos los que le buscan. Como se dejó encontrar por Magdalena. Como salió al encuentro de Tomás y de los discípulos de Emaús. Si profundizáramos más en este sentido, concluiríamos que Dios se deja encontrar siempre en la tienda del amor. Quiere decir que Dios está con nosotros: «Yo estaré contigo» (Ex 3, 12). No viene de visita, para ver cómo nos van las cosas. El se queda y está con nosotros. El «Yo estoy contigo» es una de las frases más repetidas en toda la historia de la salvación. No sólo contigo, sino en ti. Su presencia es muy íntima. Está ahí, alentando nuestra existencia. Es la fuente secreta de nuestra vida. Y quiere decir que Dios está con nosotros especialmente cuando nos encontramos. Es el Dios del encuentro porque lo propicia. Donde hay encuentro, se encuentra Dios. Donde hay unión, allí está Dios. La dispersión, la desunión, la discordia, los muros y las fronteras, son el signo más claro de la ausencia de Dios.

-Un Dios compasivo y misericordioso

Dios es sensible, entrañable, benévolo. Le llegan nuestros problemas y le duelen nuestros sufrimientos. ¡Que Dios no es impasible! ¡Que Dios no es un duro! ¡Que Dios es capaz de llorar! ¿Cómo serán las lágrimas divinas? En la conversación con Moisés se manifiesta como: El que ve: «Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto». Esta visión le conmueve, le interpela y le hace tomar partido. Es una comprensión profunda y compasiva. El que oye: «He escuchado su clamor. El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí». No hace oídos sordos. Los tiene bien abiertos, especialmente para los que sufren, para el clamor del pobre: «Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy compasivo» (Ex 22, 26). El que hace gracia: "Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti mi nombre, pues hago gracia a quien haga gracia y tengo misericordia con quien tenga misericordia" (Ex 33, 19). «Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en bondad y fidelidad» (Ex 34, 6).

Es una revelación preciosa. Dios es el que mira con cariño, el que se prodiga en caricias y gestos de ternura, el que nos sonríe y hace gracia, el que se emociona con nuestras cosas. El que hace gracia, favor, y el que hace gracias, alegrías y chirigotas con nosotros. El que juega con nosotros. ¿Cómo serán sus juegos? El que nos dice palabras y cosas bonitas. El que llega a bailar gozoso y "danzar" emocionado con nosotros, «con gritos de júbilo» (Sof 3,17). Decididamente, Dios es maternal y un pobre enamorado.

D/MADRE: Hasta los duros Padres del desierto llegaban a sentir a Dios de esta manera: «...porque hasta un niño, con toda su debilidad y su incapacidad para acercarse a su madre por su propio pie, puede, no obstante, llamar su atención gritando y llorando, movido por su deseo. Y entonces la madre se compadece de él, a la vez que se siente complacida por el hecho de que el pequeño la desee de tal modo. Y, como él no puede ir hacia su madre, ella, obedeciendo a los deseos del niño y a su propio amor de madre, lo toma en sus brazos, lo acaricia tiernamente y le da el pecho. Pues bien, con el mismo amor se comporta Dios con el alma que acude a El y suspira por El». (De una homilía atribuida a Macario de Egipto).

-Un Dios liberador

La compasión de Dios no se reduce a un sentimiento emotivo y blando. Es una pasión fuerte y operativa. Cuando ve un sufrimiento, El lo interioriza, lo comparte y se esfuerza por eliminarlo. Dios no es un «sentimental», sino un «apasionado». Por eso actúa liberadoramente:

--«He bajado para librarlos de la mano de los egipcios, para sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa».

--"<He decidido sacaros de la tribulación de Egipto" (Ex 3,17).

--«Yo extenderé mi mano... y después os dejará salir" (Ex 3, 20).

--«Yo haré que este pueblo halle gracia a los ojos de los egipcios" (Ex 3. 21 ).

--«Vete, que yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que debes decir» (Ex 4, 12).

D/LIBERADOR: Dios se acerca siempre a nosotros para rescatarnos de todas las opresiones y esclavitudes. Dios nos acompaña siempre en el largo y doloroso camino de la libertad. A veces no es fácil percibirlo. pero El está ahí, alentando nuestro esfuerzo por salir de la opresión y la esclavitud. Gracias a la acción de Dios se hacen posibles todas las Pascuas: la del pueblo hebreo, la del pueblo negro, la de los pueblos indios o iberoamericanos, la de los pueblos del Este. ¿Cuándo podremos celebrar la Pascua de los pueblos del Sur y la de todos los esclavos? ¿Cuándo podremos cantar: «Al fin libre, al fin libre, por la gracia de Dios, al fin libre?».

La liberación no es fácil, porque la acción de Dios no es avasalladora sino respetuosa. Para sacarnos de la opresión, Dios no puede actuar opresoramente, como serían las plagas de Egipto. Sería una contradicción en Dios mismo. ¡Qué fácil sería liberar a todos los pueblos, si Dios siguiera mandando sus plagas a los opresores! Pero si algo queda claro es que Dios ama la libertad. Entonces no puede hacer nada en contra de ella, ni siquiera para defender la libertad.

B) MOISÉS

Es el signo de las mediaciones divinas. Dios no actúa en plan protagonista o paternalista o absorbente, sino que se deja ayudar. Diríamos que necesita nuestra ayuda, que El no puede hacer nada sin nosotros. Cada uno de nosotros puede llegar a ser la mano de Dios, o la boca de Dios, o el corazón de Dios:

--«Yo te envío a Faraón para que saques a mi pueblo» (Ex 3,10).

--«Ve, y reúne a los ancianos de Israel, y diles» (Ex 3,16). Dios nos sigue enviando a los faraones de nuestro tiempo y de nuestros pueblos. Sin Moisés tampoco la Pascua hubiera sido posible. Hoy tampoco lo será sin nuestra colaboración.

Moisés es también el símbolo de la pequeñez del instrumento y de la pobreza de medios. ¡Qué incapaz se sentía ante la misión que se le encomendaba!:

--"¿Quien soy yo para ir a Faraón?" (Ex 3, 11).

-- «No van a creerme, ni escucharán mi voz" (Ex 4, 11).

-- «Oyeme, Señor, yo nunca he sido hombre de palabra fácil...: sino que soy torpe de boca y de lengua" (Ex 4.10).

-- «Oyeme, Señor, te ruego que encomiendes a otro esta misión~ (Ex 4. 13). Moisés, el pobre, se resiste cuanto puede. Dios le viene a sacar ahora de la paz de su familia y de la tranquilidad de su rebaño. ¿Y qué puede hacer un pobre pastor ante un potente Faraón? Y, por si fuera poco, tartamudo. Ya podía Dios haberse fijado en personas más brillantes y elocuentes. Y además ¿qué medios tenía para enfrentarse a todo el ejército egipcio? ¿Un cayado? No tenía ni espadas, ni dinero, ni palabra. Una empresa de risa. Seguro que de una u otra manera, todos nos sentimos identificados con este pastor tartamudo. Cuando el Señor nos envía o nos pide un compromiso, nos sentimos tan pequeños, tan incapacitados, como Moisés. Y seguro que es así. Pero el problema es que Dios tiene siempre el gusto de lo pequeño. Todo es cuestión de fe. Dios no nos pide elocuencia, talento, poder, salud. Sólo nos pide confianza y entrega. El «Aquí estoy». Lo demás, lo pone El.

C) EL PUEBLO Y FARAÓN

El pueblo. Una estampa de toda situación opresiva. Tenemos un pueblo esclavizado, por el hecho de ser extranjero. Un caso de xenofobia bien aprovechada. Como eran inmigrantes extranjeros, les dedicarían a los trabajos que nadie quería, les pagarían los sueldos que nadie aceptaba y les sacarían el jugo que pudieran. Una mano de obra barata. Unas espaldas fuertes, dispuestas a recibir todas las cargas y todos los palos. Unos esclavos útiles. Y cuando ya no lo fueran, pues al Nilo.

Este pueblo, como todos los que han padecido y siguen padeciendo situaciones parecidas, es un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. Dios se hace ahí presente, y espera nuevos pastores balbucientes que le ayuden a la liberación de sus opresores. Y Faraón, en la parte contraria. Representa a los fuertes y poderosos, los «padres del pueblo», del que se aprovechan. Harán construir grandes monumentos, templos y pirámides que reten a los siglos, pero ¿alguien podrá contar las lágrimas y la sangre que amasaron esas piedras? ¿Quiénes construyeron de verdad las pirámides?

¿Pero quién dio a Faraón el poder de esclavizar? ¿Era Faraón de raza divina? ¿Quién dio a los conquistadores españoles y portugueses el poder de tomar a los indios y a los negros como esclavos? ¿Es que los indios y los negros eran bestias? ¿Y quién da a las grandes o a las medianas Potencias el poder de aprovecharse injustamente de los pueblos pobres? ¿Y quién da a las grandes empresas multinacionales el poder de imponer las leyes del mercado que les conviene? ¿Quién da al nuevo pueblo hebreo el poder de tratar a los palestinos como ellos fueron un tiempo tratados? ¿Y quién da poder a ciertos patronos para tratar como esclavos a los extranjeros?

La raza de faraones no se ha extinguido. Y ahora, como ya no existen las plagas, estos faraones cada vez se endurecen más. ¿Cuántos Moisés serían hoy necesarios? Y una última pregunta: nosotros, ¿de qué parte estamos? ¿Estamos con y en el pueblo oprimido? ¿Compartimos sus luchas y sufrimientos? ¿O estamos con Faraón? ¿Nos integramos en sus sistemas opresivos? No creas que caben posturas intermedias. ¡O dentro o fuera de "la alambrada"!

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 83-88


14.

-Si no os convertís...

El pasado domingo veíamos como Dios ha hecho alianza con los hombres y, por tanto, la humanidad (nuestro mundo, nuestra sociedad, nuestra historia) es el lugar de nuestro encuentro con Dios. Y el misterio de la Transfiguración nos recordaba como esta experiencia de Dios puede llegar a ser, en ocasiones, un sentimiento profundo y una transparencia de la realidad más honda de nuestro mundo; el mismo Dios, Dios con nosotros.

En esta perspectiva de lo que escuchamos el pasado domingo, escuchamos hoy la enérgica llamada a la conversión. Porque ¿produce nuestro mundo -"la viña" del Señor- el fruto propio de la Alianza de Dios con los hombres?

-La cuestión decisiva: ¿a qué nos tenemos que convertir? Pero, convertirnos ¿A QUE O A QUIEN? Si toda la existencia cristiana está sellada por la Alianza, debe consistir necesariamente en una relación personal con el Dios de esta Alianza y con el pueblo que él mismo une. Por tanto, la cuestión decisiva no es tanto A QUE, sino A QUIEN nos convertimos. Más aún, ¿quién es el Dios de nuestra fe, al que debemos dirigirnos en nuestras plegarias, al que respondemos con nuestra vida? La lectura del Éxodo y el salmo responsorial nos ofrecen una vía fecunda de reflexión.

-"Quítate las sandalias de los pies... He visto la opresión de mi pueblo" Estas dos frases de la primera lectura marcan significativamente la imagen de Dios que nos presenta la Biblia y que Jesús, con su vida y su palabra, nos manifestó ampliamente. Dios, el Padre "del cielo". La distancia entre El y nosotros es infinita, nunca llegaremos a comprenderlo del todo, nunca llegaremos a abarcarlo con nuestra mente, ni llegaremos a corresponder a su infinita bondad. Es la zarza que arde; arde, pero no se quema.

De aquí se sigue esta actitud fundamental que conlleva una fe auténtica: la veneración, el respeto, la adoración... Actitud que -¡notémoslo muy bien!- nada tiene que ver con el miedo ni con ninguna clase de encogimiento o servidumbre espiritual. Es mas bien la conciencia de encontrarse ante la inmensa bondad de un Ser, la presencia del cual nos dignifica y ennoblece. Por eso la primera reacción es de admiración y fascinación: "este espectáculo admirable"; "a ver cómo es que no se quema la Zarza".

Y, en seguida, un comportamiento de veneración: "quítate las sandalias de los pies". D/SOLIDARIO: Todo este conjunto de contemplación, admiración y adoración no es una serie de actos artificiales y atomizados, sino una única experiencia simple y rica de dejarse cautivar por el Señor que es siempre presente en nuestro mundo. Un Dios que, a la vez, se nos revela SENSIBLE a la realidad de los hombres: "He visto la opresión de mi pueblo... he oído sus quejas contra los opresores". La fe verdadera es la que identifica el DIOS-DIOS ("del cielo", "la zarza que no se quema",...) con el DIOS-DE-LOS-HOMBRES ("he visto la opresión", "he oído sus quejas", "voy a bajar a librarlos"...).

-Una fe arriesgada

La experiencia que vivió Moisés fue el principio de un camino que tuvo que recorrer él mismo y todo el pueblo de Israel. Camino largo y lleno de dificultades... Porque Dios, a veces, se les presentaba demasiado lejano y, entonces, les era difícil comprender sus designios, su silencio, su iniciativa amorosa... A veces, sin embargo, este Dios era demasiado "terrenal" y era difícil verlo en las exigencias de perseverancia, en el deber de la fraternidad, en la mediocridad de una existencia ORDINARIA... "Estas cosas sucedieron en figura para nosotros...". Efectivamente, ¿no es muy parecida nuestra situación de cristianos ante Dios? Ciertamente, por el bautismo ¡ya "atravesamos el mar"! Pero aún nos encontramos muy a menudo encarados con el dilema de situar a Dios en una "trascendencia" sin ninguna clase de significación para nuestra vida cotidiana de hombres; o bien, de encerrarlo en el círculo reducido de nuestras ideas o intereses (que por sublimes que sean nunca son la medida del mismo Dios). "Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga".

Esta es la llamada e interpelación de hoy: ¡convertirnos al Dios verdadero! Una conversión que abarca toda nuestra vida, porque el Dios que nos invita a adorarle es el mismo que, simultáneamente, nos compromete con El a "liberar" a su pueblo. Porque es el "Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob", Dios de los hombres. Y, para adentrarnos en esta tarea de conversión, ¿qué medio encontraríamos más adecuado que el de dejarnos llevar por el impulso del salmo responsorial? Este salmo nos enseña a bendecir al Señor con "todo mi ser"; el Señor que "hace justicia y defiende a todos los oprimidos". Señor que, cada uno de nosotros puede contemplar, lleno de confianza, como quien es de verdad "compasivo y misericordioso".

JOSEP RAMBLA
MISA DOMINICAL 1986, 5


15.

-¿Por qué hay mal en el mundo?: Jesús comenta dos sucesos de diversa índole, pero igualmente calamitosos: El primero acaba de suceder, el segundo perdura todavía en el recuerdo de sus oyentes; aquél es un crimen de la historia, un acto de represión perpetrado por el Gobernador Poncio Pilato contra un grupo de piadosos galileos, y éste es una catástrofe natural, un terremoto que derriba la torre de Siloé aplastando a 18 habitantes de Jerusalén.

Semejantes sucesos acaecen constantemente en nuestro mundo, no hay un solo día que sea para todos los hombres un día de buenos recuerdos. Ayer las víctimas son unos habitantes de Jerusalén, hoy unos galileos asesinados en el templo, mañana serán unos campesinos en El Salvador, hoy puede ser un día malo para ti, pues los males en el mundo se reparten con la misma desigualdad que la renta per cápita. Antes corrían las malas noticias de boca en boca, en nuestro tiempo saltan a las primeras paginas de la prensa y llenan las pantallas de los televisores; pero, antes como ahora, sigue en pie una pregunta que nadie sabe responder:

¿Por qué suceden estas cosas?  P/MALES/MUNDO: Las respuestas convencionales no convencen: En aquel tiempo, cuando sucedió lo de la torre de Siloé y lo de galileos, había una respuesta convencional: "Dios -se decia- castiga a los malos y premia a los buenos, a cada uno le va en la vida según su conducta; quien mal anda mal acaba..."; pero este convencionalismo ni convencía entonces ni puede convencer ahora, aunque entonces y ahora se mantenga más de una vez probablemente para eludir la propia responsabilidad y desentenderse de las penas ajenas. También hay hoy quien piensa, por ejemplo, que la miseria de los pueblos subdesarrollados es la pena que padecen por su holgazanería. Claro que esto lo dicen precisamente aquellos que gozan de los beneficios del desarrollo. En general, siempre sucede lo mismo: la respuesta convencional se da como válida en tanto no sea uno mismo el afectado. Cuando a uno le "toca la china", se convence enseguida de que el mundo no es como una película de las llamadas "buenas", en las que los malos son castigados siempre al fin y al cabo y los buenos reciben la recompensa. Entonces uno comprende que en el mundo sucede con frecuencia lo contrario, y hasta llega uno a exagerar diciendo que siempre sucede lo contrario. La verdad es que los males en el mundo no tienen que ver con los pecados personales de quienes los padecen, que los judíos aplastados por la torre de Siloé no eran mejores ni peores que los otros ciudadanos de Jerusalén. Por eso Jesús denuncia la respuesta convencional de sus oyentes y les advierte a todos de la necesidad que tienen de convertirse.

-El pecado del mundo: Aunque Jesús no responde directamente a la pregunta sobre el origen de los males en el mundo, supone de hecho una cierta conexión entre éstos y el pecado de los hombres. Jesús ve en los tremendos crímenes de la historia y en las catástrofes naturales síntomas de un mal más profundo, que atañe a todos los hombres; ese mal es el pecado del mundo. Porque Jesús entiende que todos los hombres somos solidarios en ese pecado, exige de todos sus oyentes su conversión. Ante los males que aquejan a la humanidad, el creyente debe evitar en la teoría y en la praxis dos opiniones extremas e igualmente falsas: la opinión simplista de los que ven en todos los males el castigo de Dios por los pecados personales de quienes los padecen, y la otra opinión nihilista de los que creen que el mundo es un absurdo en el que todo ocurre totalmente al margen de nuestra responsabilidad. La fe cristiana nos lleva más bien a sentirnos solidarios con todos los que sufren y a entender el sufrimiento como una llamada a la conversión de todos y de todo.

-Conversión permanente: Por supuesto que la conversión del hombre y de la sociedad puede ir acabando con los crímenes de la historia, que no suceden nunca al margen de nuestra libertad. Por supuesto también que muchas de las llamadas catástrofes naturales pueden y deben ser evitadas o mitigadas en sus efectos. Pues si en otro tiempo la torre de Siloé se cayó sin culpa de quienes la construyeron, es muy probable que en nuestros días se caigan los rascacielos por culpa de quienes se lucraron antes de construirlos. Y si es natural que sigan las inundaciones y los terremotos, no es ya tan natural y tan inevitable que sean siempre los pobres quienes sufran las consecuencias de estas catástrofes. No es cristiano adoptar ante los males que aquejan a la humanidad una actitud meramente pasiva como si no tuviéramos en ellos arte ni parte. Cristiano es emprender y seguir día a día una conversión permanente, individual y social, que vaya acabando con los males del mundo y abriendo camino hacia el Reino de Dios. En el horizonte de esta conversión permanente se mueve la esperanza cristiana que, contra toda esperanza humana, confía superar hasta la misma muerte.

EUCARISTÍA 1983, 12


16.

-Jesús siempre activo y constante en la esperanza

Hoy, tercer domingo de Cuaresma, Jesús de una manera indirecta, por medio de una parábola, nos hace una gran confidencia: nos manifiesta cuál es su posición personal en relación a la vida social, a la convivencia con los demás. Nos deja bien clara su manera de entender y situarse en la historia humana. Efectivamente, en la segunda parte del evangelio que acabamos de leer, Jesús se identifica con el jornalero de la viña que dice al dueño de la plantación: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y la echaré estiércol, a ver si da fruto". Jesús convive y trabaja sin perder nunca la esperanza, convencido de que su entrega y su trabajo darán fruto.

-Cómo aplicarlo a nuestra vida

Tampoco nosotros podemos ceder al pesimismo ni acobardarnos ante el mal, la injusticia, la violencia y todos los poderes negativos que actúan en la historia humana. Para nosotros como cristianos, el espectáculo a veces horrible de las tragedias del mundo no debe hundirnos nunca en la desesperación. Por un lado somos realistas y sabemos que siempre en el mundo habrá una mezcolanza de bondad y de pecado y mal. Pero por otra estamos esperanzados, y somos en cierto sentido optimistas, porque vamos aprendiendo, no sin crisis, que la raíz fecunda de la realidad y las entrañas más profundas de la humanidad se hallan en el mismo Dios bueno, en el Dios Bondad y Amor, que se revela en Jesucristo.

Hoy, 19 de marzo, nos recuerda la fiesta de san José, hombre justo que con María, mujer siempre activa para la causa de su hijo, proporcionaron a Jesús un ambiente de educación positiva, un sustrato humano de esperanza. Asimismo, el viernes por la noche se celebrará el quince aniversario del asesinato de monseñor Oscar Romero de El Salvador, que entregó su vida por el bien de su pueblo y que poco antes de morir decía: "Mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo permanecerá en el corazón de aquellos que hayan querido acogerla".

El ejemplo de san José y de Oscar Romero nos sirven hoy como ilustración del evangelio. Seguramente que también a nuestro alrededor conocemos otros testimonios de personas activas y llenas de esperanza. Ojalá que esta nuestra comunidad, adultos y j6venes, sea un instrumento de aplicación a nuestros días de la esperanza de Jesús, de su acción y su entusiasmo.

-Vigilemos para que las noticias no sean para nosotros un vicio que nos inhiba de la responsabilidad y la actuación

Las noticias de aquellos tiempos que tenemos en la primera parte del evangelio que hemos leído son dos desgracias: unos galileos han sido asesinados por el gobernador romano, Pilato, cuando ofrecían un sacrificio en el templo, y mientras la gente paseaba por la ciudad de Jerusalén, se ha derrumbado la torre de Siloé y ha ocasionado la muerte de dieciocho personas. ¿Verdad que no son noticias muy diferentes de algunas de nuestros días?

Jesús, el viñador activo y lleno de esperanza de la parábola, parece como si regañara a la gente que le trae la noticia de estas desgracias. Les responde: "Si no os convertís, todos terminaréis igual". Lo hace porque no le gusta la manera cómo se toman las noticias: una manera frívola, como unos espectadores ávidos de sensacionalismos y dispuestos siempre a comentar la jugada con pesimismo y lavándose las manos de todo lo que ocurre, con una conciencia falsamente tranquila.

Ésta no ha de ser nuestra manera de mirar el mundo. No hemos de limitarnos a comentar, a criticar los acontecimientos, sino implicarnos en ellos y actuar con responsabilidad. Más que escandalizarnos de las cosas debemos reaccionar con prácticas alternativas diferentes, con la recuperación de valores, con el diálogo educativo con las personas, especialmente con los más jóvenes. Unos buenos ejemplos son las personas voluntarias que actúan en colectivos sociales, sindicales, políticos, en grupos de presión como la plataforma del 0,7 % de ayuda al Tercer Mundo, en ecología, marginación y otros.

Jesús se nos presenta como nuestra oportunidad de conversión, nos hace accesible que vivamos como Él ante el Padre y que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo y así participemos en la construcción de la historia del final de nuestro siglo XX y de la presencia del cristianismo en nuestra sociedad.

-Cultivemos siempre el entusiasmo que nos lleva a la acción esperanzada

Es fundamental para los cristianos cultivar el entusiasmo por todo lo que brota en el mundo de esperanza y de solidaridad . Dios sigue animando la historia. Nada nos puede hundir, nada nos puede separar del amor de Cristo y de la "cristificación" o divinización del mundo, ni la misma muerte. Por eso el obispo Casaldáliga ha escrito hace poco que la historia vale la pena, que a pesar de tanta paz perdida en nuestro mundo, tantos pueblos y grupos humanos maltratados, a pesar de que el imperio neoliberal triunfe por todas partes, la historia vale la pena. Porque en ella se nos da y construimos el Reino de Jesús. Porque este Dios-con-nosotros es nuestro aliado total en la dura y bella historia humana.

JOSEP HORTET
MISA DOMINICAL 1995, 4


17.

1. Dios se revela como «liberador»

--Ver a Moisés desde Cristo. Para comprender la reflexión de hoy debemos partir de las palabras de Pablo, quien nos indica que toda la gesta de Moisés no es más que un símbolo o figura de lo que nos sucede ahora por medio de Cristo. Esto significa que ahondando en la personalidad y misión del gran caudillo hebreo, podemos adentrarnos más en el misterio de Jesús. Moisés tiene cuarenta años y se halla fugado, apacentando el rebaño de su suegro en pleno desierto. Quiso salir en defensa de un hebreo maltratado por una capataz egipcio, y ahora se encuentra lejos de su pueblo, pasando sus días en cuidar el ganado que no es suyo. Está en el desierto, ese tiempo de búsqueda, de silencio... y es allí donde será llamado por Dios para una de las gestas religiosas más importantes de la historia. Su encuentro con Dios en la zarza es un episodio lleno de símbolos y de valores religiosos que todavía hoy merecen nuestra especial atención. El proceso interior de fe que se desarrolla en Moisés es el mismo que sentimos en nuestro interior cuando prestamos atención a los signos a través de los cuales el Señor habla.

2. De la admiración a la fe liberadora

--Moisés se encontró con Dios casi diríamos «ocasionalmente». Mientras caminaba tras el rebaño, supo fijar su atención en una zarza ardiendo. El fuego atrajo su mirada y su curiosidad, pues era un fuego especial... Entonces pensó: «Voy a acercarme para mirar este espectáculo admirable...» Es el primer paso que solemos dar en la experiencia de fe, un paso bastante infantil. Lo religioso se nos presenta como «un espectáculo admirable», algo fuera de serie, que nos saca de la vida diaria para llevarnos hacia el mundo de lo maravilloso. Una religión que despierta curiosidad, como la de aquellos judíos que se acercaban a Jesús por sus milagros; como la de los que van a los santuarios a ver prodigios, o pretenden tener visiones que señalan el fin del mundo o catastróficos sucesos para la humanidad.

Una fe que hizo de los sacramentos también un espectáculo, digno de verse por la magnificencia de los ritos, vestimentas y coros, pero que se quedaba ahí... O que convirtió el mensaje de Jesús en un complicado libro para lucimiento de los sabios y los eruditos. Dios es fuego y luz; es cierto. Pero nos llama no para encandilarnos, sino, todo lo contrario, para que asumamos una responsabilidad junto a los hermanos que sufren la opresión. Mas para llegar hasta ese punto, aún tenemos un largo proceso por recorrer.

--Es el mismo Dios quien nos ordena no acercarnos a El como a un objeto de curiosidad. Al contrario, nos dice: "Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado". Un Dios exigente a partir de su primera palabra. Quitarse las sandalias... Ya entrevemos su sentido: despojarnos de nosotros mismos, quitarnos esa seguridad falsa que esconde el paso inseguro del caminante. Es lo mismo que si nos dijera: hay que desnudarse... El mundo de la fe es el mundo de lo nuevo y se necesita nacer de nuevo. Hay que caminar, sí, pero al modo de Dios.

Y otra advertencia: estamos en terreno sagrado. A Dios debemos acercarnos con una actitud distinta. No basta la curiosidad, ni el conocimiento intelectual... El desierto, la vida entera, se tornan sagrados tan pronto como descubrimos toda su hondura y trascendencia. No es el hábito el que hace al religioso ni son las posturas externas las que hacen al cristiano. Es el mismo mensaje de Juan Bautista, la misma réplica de Jesús a sus compatriotas.

Despojemos a nuestra fe de todo ese aparato «mundano», mágico, superficial, y comprendamos que «lo religioso» está en una nueva actitud y disposición para mirar las cosas, las mismas cosas de antes que ahora comienzan a tener distinto significado. Dios trata de cambiar a Moisés por dentro de él mismo, porque El no es un ídolo que deba ser adorado al modo de los dioses que constantemente el hombre se fabrica. Dios es lo distinto, lo nuevo, «lo sagrado», porque sencillamente es la Vida. En efecto; a ese desierto quiere llevar a su pueblo para que como lo recuerda hoy Pablo -«coma el alimento espiritual... y beba la bebida espiritual».

Es posible que nuestro cristianismo tenga a veces cierta apariencia de rito idolátrico y que -en lugar de adorar al Dios que se nos revela como Vida Nueva- sigamos adorando una postura exterior que nos deja por dentro exactamente como antes. Como lo vuelve a recordar el texto de Pablo: nosotros que vivimos la era de Cristo, tengamos cuidado en no caer en los mismos errores del ayer.

--Y ya es hora de que nos preguntemos como Moisés: ¿Y quién es este Dios? Y una primera respuesta: Soy el mismo Dios de tus padres, el que comenzó la historia de este pueblo y que hoy quiero continuarla.

Importante detalle: el nuestro es un Dios encarnado en la historia. No podemos separar a Dios de la vida de los hombres ni hacer de la religión un asunto puramente espiritual. Ese Dios lejano y abstracto, nebuloso y filosófico, no es el Dios de la Biblia ni el Padre al que rezó Cristo.

Quizá aquí radique uno de los dramas del cristianismo de Occidente: tenemos un Dios del templo, de los sacramentos, de la teología, de las "últimas realidades", pero... ¿es el Dios de nuestra historia, la historia como acontecer de los hombres, como vida diaria? Hemos separado fe y vida, y el cristiano se siente arrastrado por un esquema falso y arbitrario: ¿Acaso hay que abandonar la belleza de la vida y la «crudeza» de la vida humana para vivir en la fe? ¿Qué relación existe entre el Bautismo, inserción en la comunidad de fe, y nuestra inserción en la sociedad moderna? ¿Cuál es el compromiso histórico que supone comulgar y participar en la Eucaristía o rezar juntos el Padrenuestro? El Dios de la historia de los hombres te habla... El mismo que sacó un pueblo de la esterilidad de Abraham.

Moisés comprendió bien la lección, pues le replica a Dios: Si le digo a] pueblo que eres el Dios que hizo la historia, me preguntará qué haces ahora por ellos... ¿Cómo te llamas hoy?

--Esta pregunta da pie a Dios para que revele un segundo nombre que le cuadra mejor aún que el primero. Es cierto, no basta que los cristianos digamos que Dios hizo esto y lo otro, que Jesús curó al enfermo, resucitó a Lázaro y perdonó a la adúltera. Queremos saber qué hace hoy, ahora y aquí, por nosotros...

No es suficiente el Dios o -si se prefiere- la fe de la tradición. Cuando Dios se presentó como «Dios de Abraham, Isaac y Jacob», se refirió al pasado del pueblo. Y esto es importante: somos los herederos de ese pasado y Dios es parte de esa herencia. Pero no basta: el mundo moderno que mira hacia el futuro, que tiene problemas distintos, otra mentalidad y otra forma de encarar sus conflictos, ese mundo moderno exige un Dios-Presencia hoy y aquí. Bien lo comprendió Moisés, que pensó para sus adentros: ¿De qué le sirve al pueblo oprimido que le hable de un Dios que hizo cosas con nuestros antepasados, si ahora no hace nada por nosotros...?

A nadie se le oculta el desafío que esto significa para el cristianismo del siglo veinte. No podemos vivir a expensas del pasado ni seguir levantando monumentos a los que ayer hicieron historia. ¿Qué aportamos hoy nosotros como creyentes a un mundo en permanente desarrollo y cambio?

Desgraciadamente, a menudo en la Iglesia se han opuesto los términos «tradición» y «progreso», cuando en realidad son complementarios. Se progresa sobre la base heredada del pasado. Sin tradición no hay progreso posible. Mas también es cierto que la tradición sin el progreso de los tiempos nuevos aborta como proceso humano y se transforma en un museo o en una tumba. Más aún, negar hoy el cambio y el progreso de la fe cristiana es negar esa misma tradición que, según todo el testimonio de la Biblia, fue siempre una constante y continua transformación. Así lo entendió Jesús, que exige una fe como opción presente para «este» pueblo; y así lo entendió Cristo, que superó el esquema de Moisés con la novedad de su evangelio.

--Dios recogió el desafío que le lanzaba Moisés, quien, por otra parte, no podía ocultar su «temor» de enfrentarse con el Señor. Pero era importante que lo hiciera. Le pide a Dios «su nombre», que se identifique, que deje el anonimato, que presente sus credenciales. Y la respuesta de Dios es tan misteriosa, que aún hoy seguimos discutiendo por su significado: «Soy el que soy». «Yo soy» te está hablando...

Más allá de ciertos preciosismos teológicos, parece claro el sentido del nombre de Dios: él es el que siempre actúa y obra en medio de los hombres. Como dirá mucho después Jesús: «Mi padre siempre obra» (Jn 5,17). Lo característico de Dios, lo que le da nombre propio como para distinguirlo de los ídolos, es su permanente actividad, su presencia dinámica... o como dirá El mismo: su obrar liberador.

El mismo nombre que llevará su Hijo, Jesús: «Dios salva» . Y para que no quedaran dudas, el texto sagrado continúa haciendo hablar a Dios de esta forma: «He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos... Voy a bajar a librarlos, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa...»

Pero aquí no termina el relato; más bien comienza. Ahora el Señor toma la iniciativa y le dice a Moisés: Prepárate, que te envío a ese pueblo tuyo para que en mi nombre lo saques de la esclavitud...

--Conocemos cómo se realizó la liberación de los hebreos por medio de Moisés... Tres mil años después nos volvemos a encontrar con ese Dios, el Dios de nuestros antepasados, y surge nuevamente la gran cuestión religiosa: "Si la gente nos pregunta cómo se llama nuestro Dios, ¿qué les responderemos?"

Podremos leerles la Biblia, contar la vida de Jesús, hablar de su muerte y de su resurrección... Pero hoy, ¿qué obras realiza Dios por medio de sus enviados, por medio de nosotros, en favor de esta humanidad oprimida del siglo veinte?

Algo ya tenemos claro: el Dios de nuestra fe está allí donde el pueblo sufre y es explotado, donde gime bajo ataduras sutiles como son las del mundo moderno, más psicológicas que bélicas... Afirmar que creemos en El, es escuchar a los hermanos que se quejan, que se sienten prisioneros de la misma civilización que adoran como un ídolo. ¿Cuál es nuestro aporte en esta civilización técnica, científica, materialista, hedonista, orgullosa de sus grandes conquistas? ¿Cuál nuestro compromiso en pro de los derechos humanos, de las clases necesitadas, de la mujer, de los jóvenes, de los hombres marginados por su color, raza, nacionalidad o religión?

3. Este es nuestro tiempo: tiempo de conversión

El evangelio de este domingo nos brinda la última reflexión. Mientras los apóstoles, aún con cierta mentalidad mágica, se preguntan si los hombres víctimas de Pilato o los aplastados por el derrumbe de una torre, son más culpables que los otros..., Jesús va directamente al nudo de la cuestión y la zanja de un tajo.

Estamos viviendo el tiempo de la conversión, del cambio de vida y de mentalidad; y si no cambiamos... todos estamos perdidos. El viñador ya baja a buscar los frutos y le fastidia nuestra pereza. Aún nos deja un tiempo para reaccionar... Los cristianos del siglo veinte estamos viviendo «nuestro tiempo». La Iglesia debe vivir «esta época»... No perdamos el tiempo en descubrir culpables, porque «Yo Soy» está golpeando a las puertas. «Yo Soy» nos exige que nos descalcemos y que estemos como presencia liberadora allí donde está el pueblo, allí donde la historia está luchando la gran batalla. En los próximos domingos tendremos la oportunidad de ahondar en el sentido de nuestro compromiso de salvación. Entretanto, hoy algo nos queda soberanamente claro: se nos ha traído al desierto, no para apartarnos de los humanos ni para marginarnos de la historia, sino para volver a ellos con el fuego liberador del «Yo Soy».

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 43 ss.


18.

NO BASTA CRITICAR

Si no os convertís, todos pereceréis.

No basta criticar. No basta indignarse y deplorar los males, atribuyendo siempre y exclusivamente a otros su responsabilidad.

Nadie puede situarse en una «zona neutral» de inocencia. De muchas maneras, todos somos culpables. Y es necesario que todos sepamos reconocer nuestra propia responsabilidad en los conflictos y la injusticia que afecta a nuestra sociedad. Sin duda, la crítica es necesaria si queremos construir una convivencia más humana. Pero la crítica se convierte en verdadero engaño cuando termina siendo un tranquilizante cómodo que nos impide descubrir nuestra propia implicación en las injusticias y nuestra despreocupación por los problemas de los demás.

Jesús nos invita a no pasarnos la vida denunciando culpabilidades ajenas. Una actitud de conversión exige además la valentía de reconocer con sinceridad el propio pecado y comprometerse en la renovación de la propia vida. Hemos de convencernos de que necesitamos reconstruir entre todos una civilización que se asiente en cimientos nuevos. Se hace urgente un cambio de dirección. Hay que abandonar presupuestos que hemos estado considerando válidos e intangibles y dar a nuestra convivencia una nueva orientación.

Tenemos que aprender a vivir una vida diferente, no de acuerdo a las reglas de juego que hemos impuesto en nuestra sociedad egoísta, sino de acuerdo a valores nuevos y escuchando las aspiraciones más profundas del ser humano. Desde el «impasse» a que ha llegado nuestra sociedad del bienestar, hemos de escuchar el grito de alerta de Jesús: "Si no os convertís, todos pereceréis". Nos salvaremos, si llegamos a ser no más poderosos sino más solidarios. Creceremos, no siendo cada vez más grandes sino estando cada vez más cerca de los pequeños. Seremos felices, no teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor. No nos salvaremos si continuamos gritando cada uno nuestras propias reivindicaciones y olvidando las necesidades de los demás.

No seremos más cuerdos si no aprendemos a vivir más en desacuerdo con el sistema de vida utilitarista, hedonista e insolidario que nos hemos organizado. Nos salvaremos si desoímos más el ruido de los "slogans" y nos atrevemos a escuchar con más fidelidad el susurro del evangelio de Jesús.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 275 s.


19.

La vida moderna ha traído consigo un aumento notable del número de muertes repentinas. Hombres jóvenes fulminados por el infarto o la crisis cerebral. Vidas destrozadas en cualquier carretera. Accidentes laborales y tragedias de todo tipo. Son noticias que a veces aparecen en primera página. Pero, casi diariamente las podemos encontrar en los espacios de «noticias breves» o en las páginas de sucesos. Ya sólo nos afectan cuando se trata de un familiar, un amigo o alguien conocido. Todos sabemos que nuestra vida es limitada y que siempre está amenazada por la enfermedad, el accidente o la desgracia.

Pero la muerte repentina nos hace ver con más claridad la fragilidad de nuestra existencia. Sin embargo, el hombre contemporáneo se resiste a reflexionar. La muerte ya no es misterio ni destino. No ayuda a comprender la vida. Hay que tomarla como un accidente inevitable, triste y desagradable que es necesario olvidar cuanto antes. Los mismos predicadores apenas hablan de ella. Se ha abusado tanto en otras épocas infundiendo el temor a la muerte repentina y urgiendo la conversión bajo la amenaza del juicio imprevisto de Dios, que nadie quiere caer en una trampa tan poco digna. Sin embargo, es una equivocación considerar la muerte como algo irrelevante y cerrar los ojos a una realidad que pertenece a la misma vida: la existencia de cada persona puede quedar truncada en cualquier momento.

Es más sana la postura de Jesús que, ante el asesinato de unos galileos a manos de Pilato o ante el accidente mortal de dieciocho habitantes de Jerusalén aplastados por el derrumbamiento de una torre cercana a la piscina de Siloé, se esfuerza por hacer reflexionar a sus contemporáneos. La posibilidad de que de nuestra vida acabe en cualquier momento nos ha de hacer pensar qué estamos haciendo con ella. La parábola de la higuera estéril es una llamada de alerta a quienes viven de manera infecunda y mediocre. ¿Cómo es posible que una persona que recibe la vida como un regalo lleno de posibilidades vaya pasando los días malgastándola inútilmente? Según Jesús, es una grave equivocación vivir de manera estéril y perezosa, dejando siempre para más tarde esa decisión personal que sabemos daría un rumbo nuevo, más creativo y fecundo a nuestra existencia.

He podido leer estos días un conjunto de pensamientos breves atribuidos a Madre Teresa de Calcuta. Tal vez puedan ayudar a alguien a decidirse por una manera nueva de vivir:

«La vida es una oportunidad, aprovéchala. La vida es belleza, admírala. La vida es un reto, afróntalo. La vida es un deber, cúmplelo. La vida es un juego, juégalo. La vida es preciosa, cuídala. La vida es amor, gózalo. La vida es un misterio, desvélalo. La vida es tristeza, supérala. La vida es un combate, acéptalo. La vida es una tragedia, domínala. La vida es una aventura, arrástrala. La vida es felicidad, merécela. La vida es la vida, defiéndela.»

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 35 s.


20.

¿Castigo o solidaridad? En un libro de Jorge Ferrer, cuyo título es "El sida, ¿condena o solidaridad?", aborda este jesuita puertorriqueño la no frecuente afirmación de que el sida es un castigo de Dios dirigido contra un mundo cuya moral es decadente y, especialmente, contra los drogadictos y los homosexuales. Hace poco, una encuesta afirmaba que el 13% de los españoles califica al sida como castigo de Dios, un porcentaje preocupante, pero ciertamente más bajo que el de la encuesta Gallup, citada por Jorge Ferrer y referida a Estados Unidos, en la que el 42,5% de los encuestados ha pensado, al menos algunas veces, que el sida podría ser un castigo divino.

Precisamente el tema del castigo de Dios es el que aparece en el evangelio de hoy. Se trata de la única ocasión en que el evangelio nos ofrece una reflexión de Jesús sobre un hecho sangriento de la vida política de su tiempo. Pilato debía haber organizado una especie de redada en la que quitó violentamente la vida a unos galileos que habían subido a Jerusalén con motivo de una peregrinación. El mismo evangelio relata, con un tono de exageración, que la sangre de aquellos galileos -que debían pertenecer, probablemente, al movimiento zelota, muy floreciente en Galilea- se mezcló con la de las ofrendas de la peregrinación al templo.

Las palabras de Jesús se entienden mejor si nos imaginamos que sus oyentes creían que aquellos galileos, asesinados por Pilato, se lo tenían merecido. Lo refleja el mismo evangelio al insinuar que eran más pecadores que otros habitantes de Galilea que no compartían las ideas revolucionarias de los zelotas. Jesús se opone a esa consideración que les convertía en más pecadores que los otros: «os digo que no». Y añade hábilmente otro ejemplo, tomado no de la crónica política de Jerusalén, sino de la laboral: las dieciocho víctimas del derrumbamiento de la torre en construcción de Siloé. Allí era menos fácil ver culpabilidades en los pobres albañiles aplastados por las piedras de la torre. Jesús remachará su idea: «os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera».

Jesús rechaza la imagen de Dios que le quieren proponer sus interlocutores. Se está en el mal camino cuando se cree en un Dios así: que castiga a los galileos, a los albañiles de la torre de Siloé, o a los actuales enfermos del sida. Lo dirá Jesús, de forma aún más clara, en el episodio del ciego de nacimiento en el evangelio de Juan. A la pregunta de los discípulos: «¿Quién tuvo la culpa de que naciera ciego: él o sus padres?», Jesús responde tajantemente: «Ni él, ni sus padres». Jesús nos dice que ante acontecimientos de este tipo no se debe responder buscando culpables y señalándolos con el dedo; la verdadera respuesta es mirarnos a nosotros mismos: «Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera».

En este contexto la liturgia de la Iglesia nos presenta en la primera lectura un episodio fundamental de la fe judía: la teofanía o manifestación de Dios a Moisés. Sube al monte de Dios, Horeb -otra forma de calificar al monte Sinaí, en que años después Yavé se manifestará de nuevo a Moisés-. Dios se revela a Moisés en la imagen de una zarza que arde sin consumirse -zarza se dice en hebreo seneh, otra alusión al Sinaí-. Moisés refleja en este pasaje la actitud del hombre religioso que se enfrenta al misterio de lo trascendente, de lo numinoso, de Dios: se mantiene a distancia, se descalza de sus sandalias, se cubre el rostro.

«Yo soy el que soy»: es la respuesta de Dios a Moisés cuando este le pregunta por su nombre que debe comunicar a sus paisanos. La explicación, más común en nuestros días, de esta frase enigmática no subraya su contenido filosófico -«Dios es el que existe en sí mismo y por sí mismo»-, sino su significado existencial: «Yo soy el que estoy y estaré con vosotros; el que actúo y actuaré con vosotros» (ya que el hebreo primitivo carecía del tiempo futuro).

El Dios que se manifiesta a Moisés es el Dios de la historia, el Dios que acompaña y se ha hecho solidario con los hombres. No es un Dios frío y distante: es el Dios que actúa y que actuará. Precisamente, el mismo texto subraya muy marcadamente, con una serie de verbos, esta actuación de Dios en la historia de su pueblo: «He visto la opresión..., he oído sus quejas..., me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos.... a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra que mana leche y miel». Como comenta un autor, Scheifler, lo que nos quiere decir Dios en este texto es: «La garantía de que voy a estar con vosotros es que yo soy así. Yo tuve y tengo afecto, ternura hacia vosotros. Y los tendré con toda seguridad y con toda libertad. Soy y seré clemente, tierno, compasivo; estad seguros de ello. Pero os lo mostraré a mi manera, como yo quiera. Sin que podáis manipularme». ¡Qué distante aparece ese Dios de Moisés a ese otro que castiga a los revoltosos zelotas, a los albañiles de la torre de Siloé, a los enfermos de sida!

J. A. Pagola hace el siguiente comentario al evangelio de hoy: «Ha crecido de manera notable nuestra capacidad crítica frente a las estructuras, la institución y la culpabilidad de los demás. Pero corremos el riesgo de quedarnos ciegos ante nuestra propia culpa. Tratamos de buscar al culpable, y lo encontramos casi siempre en los demás. Pero todos sabemos que nuestra sociedad no cambiará por el hecho de que cada uno apunte acusadoramente al vecino. El enemigo de una sociedad más justa no es sólo el otro, sino yo mismo, con mi egoísmo, mi irresponsabilidad, mi absentismo cómodo, mi despreocupación por los problemas ajenos».

Es lo que dice Jesús en el evangelio de hoy: hay que mirar a uno mismo. No somos quién para juzgar y condenar a los otros; es Dios únicamente el que lo puede hacer. Ante acontecimientos de este tipo -sea un injusto derramamiento de sangre, un accidente laboral o la tragedia del sida-, lo que tenemos que hacer es mirarnos a nosotros mismos, retomar humildemente la frase de Jesús: «Si no me convierto, pereceré».

Porque tenemos que huir de nuestras falsas seguridades: las que tenían también los cristianos de Corinto, demasiado confiados por su conversión al evangelio, que se despreocupaban exageradamente de la vida concreta a la que llama este mismo evangelio. Por eso san Pablo les presenta en la segunda lectura una serie de ejemplos del Antiguo Testamento para decirles que los títulos externos no bastan si no van acompañados del cambio de vida, del cambio de corazón. Y concluye: «Por tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga».

El libro de Jorge Ferrer que cité al principio, después de un estudio bien documentado, concluye diciendo: «El lenguaje acerca del castigo divino debe descartarse. El potencial que tiene para fomentar actitudes discriminatorias y farisaicas y para comunicar una imagen distorsionada de Dios hace que su uso sea peligroso y hasta irresponsable». Por el contrario, la respuesta ética cristiana debería cimentarse en la categoría de la solidaridad, que «fundamenta e incluye los imperativos de responsabilidad y compasión tan frecuentemente repetidos en los documentos eclesiales» sobre el tema del sida.

¿Condena o solidaridad ante el mal del mundo? Ciertamente un cristiano no es quién para condenar a nadie. Sí nos debemos sentir llamados, si no a condenarnos a nosotros mismos, a mirarnos a nosotros y preguntarnos qué hacemos por nuestra conversión. Y a hacerlo con confianza en un Dios que sabe esperar -como el dueño de la higuera del evangelio-. Por tanto: condena no, solidaridad sí. Sí a la solidaridad, porque creemos en un Dios que se nos ha hecho solidario y nos dice: «Soy y seré clemente, tierno, compasivo. Estad seguros de ello. Pero os lo mostraré a mi manera, como yo quiera».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 90 ss.