42 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
26-36

26.

«¿Está o no está el Señor?» (Primera lectura)

En el proceso de crecimiento hacia una utopía, las crisis son factores generadores de energía. En las dudas y tinieblas amanece la aurora y se amplía el horizonte, siempre que el guía sea sabio. Quien pretende avanzar solo, está condenado al cansancio que acaba causando la muerte. Un guía sólo se vuelve sabio cuando aprende a acompañar pasando él antes por el mismo sendero; de lo contrario, esconderá su incapacidad, pretendiendo manipular la obra singular del Espíritu en el nómada del espíritu.

Las crisis del pueblo de Israel en el desierto camino de la Tierra Prometida, se fueron repitiendo porque una sola no basta para aprender a confiar. El paso del Mar Rojo, el hambre, la sed, los sucesivos enemigos, la soledad, etc., fueron la escuela en la que el pueblo, bajo la dirección de Moisés, tenía que descubrir su identidad, su Dios y su proyecto de futuro. En cada una de ellas el pueblo dudó y se quejó de Dios y de su enviado: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?» No sabían juntar la presencia de Dios con la cadena de problemas que provoca todo proceso liberador o de crecimiento.

Es la misma situación la que pasa el que pretende creer en la Buena Nueva de Jesús. El mal vence en nuestro mundo corrompido por el dios dinero que produce injusticia y mata a hombres, mujeres y niños tanto en el Norte como en el Sur del planeta; en unos mata el cuerpo, en otros el espíritu y en otros ambas cosas a la vez. Los cristianos no irradiamos suficientemente la vida nueva de Jesús Resucitado en nuestro mundo, pero sin embargo estamos llamados a alcanzar la gloria radiante de esta Vida del Señor que nos salva. Cuaresma es camino hacia la Vida; es crecimiento en el conocimiento del Señor y de su mensaje salvador; es lucha contra las estrategias del mal que nos priva de la felicidad; es alimento del espíritu cansado o herido.

«Estamos en paz con Dios» (Segunda lectura)

En un alarde de bondad generosa vino Dios a nuestro encuentro ofreciéndonos su amor, su casa, su mesa, su Hijo. Para nada tuvo en cuenta la distancia ni las consecuencias, pues sólo buscaba la cercanía y nuestra plena felicidad. Derramó su Espíritu en la raíz más profunda de nuestro amor y nos transformó en hijos suyos. Celebramos esta salvación cada vez que contemplamos su rostro y le invocamos como Padre. ¿Quién no confiará en su amor sorprendente y sin límites?

Cuando profundizarnos en nuestra identidad, aparece nuestro «corazón» (profunda raíz del ser) inundado del amor y del Espíritu de Dios. ¿Cómo dudar de nuestra dignidad? El don de Dios nos capacita para altas metas en la vida y nos constituye a todos hermanos como principio del amor universal. Sobre todo transforma nuestro estilo en el amar y dilata las capacidades de la voluntad humana con recursos desconocidos hasta que llegó el don del Espíritu. Toda esta maravilla se ensambla perfectamente con la naturaleza del ser humano; se acopla con ella, la corrige y amplía, elevándola aún más en su grandeza ya tan alta de por sí.

Jesús y la samaritana (Evangelio)

Considerados como judíos bastardos, los samaritanos eran rechazados en aquella sociedad. Jesús, en cambio, dialoga con la mujer samaritana, ya que es un Maestro liberado de los condicionamientos sociales irracionales. El diálogo tiene lugar en las horas más calurosas del día y junto a un pozo, luego el tema es obligado: la sed y el agua. El Evangelista se remonta del nivel humano al mensaje de Jesús: el don del Espíritu, simbolizado en el agua, superior a la Ley y a la Sabiduría del A.T. Don que es El mismo: «Soy yo: el que habla contigo». Don ofrecido a todos los rechazados del mundo, los samaritanos de hoy. Buena lección del Maestro que está sembrando lejos del templo y fuera de Jerusalén, hablando con una mujer samaritana junto a un pozo. Según este gesto de Jesús, la salvación también se ofrece y se aprovecha entre los alejados y excluidos de la sociedad, de la moral o del orden establecido.

Esta samaritana simboliza todos los vacíos del corazón humano con todos los sucedáneos de la verdadera plenitud, los ídolos (2 R 17, 24-41). Sobre el fondo de la famosa visión de Ezequiel (Ez. 47, 1-12), Jesús aporta la plenitud a este vacío humano: su Espíritu, simbolizado en el agua viva recibida e interiorizada, que crece como una fuente vital. Don del cielo que alcanza lo más profundo del ser humano, abierto y sediento. Salvación integral, adaptada a las necesidades de cada persona, que va creciendo a lo largo del proceso de cada uno.

La mujer, herida de Vida, deja su jarra vacía que ya no necesita llenar y, de su propia plenitud recibida, derrama con alegría de testigo su testimonio contagioso y convincente. Proclama su testimonio por necesidad y hace crecer la salvación. Jesús sembró una semilla en el surco abierto que ahora grana en espiga.

LORENZO TOUS
DABAR 1996/18


27.

En estos tres domingos que nos. conducen a las grandes celebraciones de Semana Santa, de la Pascua del Señor y nuestra, leemos tres extensos evangelios de san Juan que tienen una especial importancia para cada uno de nosotros. Porque son la gran respuesta a una pregunta básica: ¿Qué es ser cristiano? O. quizá mejor dicho: ¿Quién es Jesucristo para cada uno de nosotros? ¿Qué nos da? ¿Qué significa e implica nuestra comunión con él, nuestra relación personal con él?

-¿Está el Señor en medio de nosotros?

Pero hoy, en primer lugar, quizá podríamos fijarnos un momento en el interrogante, que hemos escuchado en la primera lectura. El pueblo judío había experimentado la presencia y la fuerza de Dios que lo había liberado de la esclavitud en Egipto. Y, guiado por Moisés, había emprendido el largo camino por el desierto hacia la gran promesa de una patria, de una tierra que sería suya y donde podría vivir libre. Pero el camino se hace difícil, el pueblo experimenta la terrible tortura de la sed. Y por eso primero duda y luego se rebela. Su duda, su interrogante, es: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?".

Es muy posible que éste sea -aunque no siempre lo reconozcamos- nuestro interrogante. Cuando nuestro camino se hace especialmente difícil. Y quizá ayuda a ello la situación de nuestra sociedad, en la que con frecuencia Dios parece ausente. O los defectos y anacronismos que encontramos en nuestra Iglesia. Sin olvidar nuestro propio pecado, o nuestra pereza y tibieza espiritual. Sea por lo que sea, me parece que en muchos de nosotros, en el fondo de nuestro corazón, está -o de hecho es como si estuviera- el interrogante, la duda, quizá la rebelión: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?".

-La respuesta de Jesús

La respuesta que nos da Jesús es clara y rotunda: Yo estoy dentro de vosotros y estoy "como un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". O dicho con otras palabras, con las de san Pablo en la segunda lectura: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado". A aquella mujer que coleccionaba hombres ("has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido"), que siendo samaritana era considerada como hereje por los judíos, Jesús le hace esta gran oferta: Si quieres yo te daré una agua de vida que fecundará tu corazón, que se convertirá dentro de ti en inacabable fuente de amor, de amor real, abierto, generoso. Este es el anuncio de Jesús, esta es su oferta. A aquella mujer de los seis hombres. Y a cada uno de nosotros.

-El Espíritu de Jesús es la fuente interior

¿Qué es ser cristiano? ¿Quién es Jesucristo para cada uno de nosotros, qué significa e implica nuestra comunión con él -aquella comunión que significó nuestro bautismo-, cuál es nuestra relación personal -de fe y amor- con él? Decíamos que estas eran las preguntas de estos tres últimos domingos de Cuaresma. Y he aquí la respuesta que hoy Jesús nos ofrece: él está dispuesto a instalar dentro de nosotros una fuente de vida, de amor. Una fuente potente, como un surtidor, que puede beneficiar a los demás, que salta y conduce hasta la vida eterna. Una fuente de agua que es él mismo, es su Espíritu presente y vivo en nosotros.

Esta es su oferta. Esto es lo que afirmaremos y celebraremos el día de Pascua. No dudemos ni desconfiemos: se lo ofreció a aquella pobre y pecadora mujer, nos lo ofrece a cada uno de nosotros. Lo más importante, lo decisivo es que cada uno de nosotros crea que eso va en serio y que a todos se nos ofrece esta posibilidad, este don, esta gracia. Como nos decía hoy san Pablo: no por mérito nuestro sino porque Dios nos ama y por eso murió y resucitó Jesús, el Mesías.

* * *

Cuando hoy, ahora en esta eucaristía -en este culto "en espíritu y verdad" que Dios nos ofrece y comparte-, nos acerquemos a comulgar con Jesús, pidámosle que realmente deseemos y confiemos que él sea en nuestro corazón, en nuestra realidad de cada día. esta fuente fecunda de vida y de amor.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1996/04


28.

Hoy nos enfrentamos a la presencia de dificultades que afectan todo el transcurso de nuestro caminar (tener sed en el desierto), y durante toda nuestra vida. La siutación actual que vivimos nos lleva a ratificar esta ley de la historia. Hoy, buscando el bienestar, la salud, la felicidad, la libertad, tenemos un sin fin de problemas y obstáculos que se nos presentan y a los que hay que vencer.

Los cristianos somos dados a pensar a nuestro Dios, principalmente, en momentos de angustia y dificultad, cuando la sed o el hambre nos agotan.

El dolor, el sufrimiento, la angustia y la incertidumbre nos llevan con mucha facilidad a preguntarnos si Dios nos acompaña y está con nosotros en los momentos de lucha y camino. Como el pueblo de Israel, tentamos a Dios, pedimos signos; con Jesús se hace lo mismo: pedirle signos.

Pablo nos invita hoy a replantear nuestra amistad y relación con Dios. ¿Lo haremos como en el A.T. pidiendo pruebas? ¿O daremos el paso cualitativo que es percibir a Jesús como la manifestación y prueba del amor de Dios? El suscita la esperanza sin falla que transformará todo tipo de relaciones con uno mismo, con los demás y con Dios, al que no le pediremos pruebas o al que no tentaremos, el que nos dará las fuerzas para caminar.

Este Evangelio de hoy nos sintetiza las dos lecturas anteriores. Nos propone el camino para superar nuestras primeras visiones, humanas, de necesidades primarias y básicas, a otras visiones un poco más "altas", de espíritu, de vida, de relaciones, donde si impliquen con mucha calidad a los otros y al Otro, pero desde esa realidad que es cada cual.

El paso cualitativo que da la samaritana en el conocimiento de Jesús, es el proceso (catequesis y vida) que debemos vivir todos. Del forastero incógnito y el judío aborrecido, pasa al hombre que la desconcierta, al profeta de Dios, incluso al erudito (le pregunta asuntos de su vida normal de creyente samaritana: dónde hay que adorar...) y finalmente llega a conocerlo como Mesías. Por esto que acabamos de decir, la samaritana es un prototipo de vida cristiana, un prototipo de lo que nos debe suceder con Jesús: ir gradualmente conociéndolo, dejando esos maridajes (cinco para ser exactos) que nos atan, y sentir que nuestra vida se acerca a la vida de Dios.

Pero no nos quedemos ahí; la samaritana sale a anunciar a sus paisanos la Buena Nueva que ha recibido en el pozo de Jacob. Se convierte en proclamadora, en servidora de la salvación, proclamando su testimonio y ayudando a crecer la salvación.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


29.

-Jesús nos descubre, como a la samaritana, el camino de la felicidad También nosotros, como esa mujer samaritana del evangelio, en algún momento de nuestra vida, nos hemos encontrado a Jesús que nos esperaba sentado ahí, junto al camino.

Quizá recordamos ese encuentro con Jesús como un momento importante, preciso: quizá recordamos una ocasión concreta en la que gracias a él nuestra vida cambió. O quizá no: quizá no podemos recordar ningún momento concreto y relevante, sino muchos pequeños momentos, desde la infancia, en los que poco a poco hemos ido descubriendo a Jesús. Pero en cualquier caso, y sea como sea, si estamos aquí es porque de un modo u otro nos hemos encontrado con Jesús.

Él, sentado junto a nuestro camino, ha entablado conversación con nosotros, y hemos descubierto, como aquella samaritana, que él, y sólo él, podía darnos el agua viva capaz de saciar nuestra sed. Que sólo él era capaz de llenar, plenamente, los deseos que toda persona de corazón limpio lleva en su interior. Que sólo él podía darnos, realmente, la felicidad: esa felicidad que se encuentra en el amor generoso, en el servicio a los pobres, en la capacidad de perdonar y de ver en los demás antes el bien que el mal, en la lealtad y la honestidad, en el desprendimiento, en la lucha contra el egoísmo que a todos nos atenaza, en la lucha también por un mundo en el que todo ser humano pueda vivir con dignidad, con paz y con libertad...

Jesús, sentado con nosotros junto al camino, nos ha hecho descubrir que esa felicidad la podíamos vivir realmente, que merecía mucho la pena vivirla, porque era así como las personas llegábamos a ser auténticamente personas. Personas como él, hombres y mujeres como el mismo Jesús, llenos de lo mismo que Jesús llevaba dentro: un manantial de agua viva que nunca se agota, un manantial de agua viva que es el Espíritu de Dios, el propio Dios dentro de nosotros.

-Renovemos nuestro encuentro con Jesús, como los catecúmenos que se preparaban para el bautismo

Hoy, en este tercer domingo de Cuaresma, leemos el evangelio de la samaritana como lo leían, hace muchos siglos, en los primeros tiempos del cristianismo, los catecúmenos que se preparaban para recibir el bautismo en la noche santa de Pascua. Ellos lo leían para entender mejor lo que significaba encontrarse con Jesús y llenarse de su fuente inagotable de agua viva. Aquella agua viva en la que se sumergirían simbólicamente al recibir el bautismo. Y sin duda que, escuchando esa narración, renovaban y reafirmaban la ilusión de tener a Jesús muy cerca, como un amigo que nunca falla, que anima a seguir adelante, que da la mano cuando el camino se hace difícil, que ayuda a levantarse cuando uno tropieza y cae. Un amigo que no sólo está ahí al lado, acompañando, sino que está dentro, en el corazón, llenando todos los repliegues del alma, compartiendo totalmente la vida. Como a aquellos catecúmenos de los primeros tiempos, también a nosotros nos debería ilusionar esta historia de la samaritana. Nos debería ilusionar recorrer de nuevo el camino de aquel bautismo que la mayoría recibimos al poco de nacer. Porque constantemente, constantemente, debemos vivir y revivir nuestro encuentro con Jesús. Constantemente debemos sentarnos a su lado, allí junto al camino, y escucharle, y dejar que él renueve nuestro corazón, y nos diga una vez más que nos ofrece un manantial de agua viva que salte dentro de nosotros para darnos vida eterna.

Eso es, en definitiva, lo que hacemos en este tiempo de Cuaresma. Para eso sirve la Cuaresma. Para descubrir de nuevo a Jesucristo, para escucharle, para dejar que entre dentro de nosotros, para volver a calentar nuestro corazón, para volver a creer, muy de verdad, que la felicidad auténtica y plena sólo está en su Evangelio, en su forma de vivir, en su amor, en su Espíritu.

En los domingos que nos quedan hasta llegar a la noche de Pascua, nos iremos preparando para renovar, como si fuésemos aquellos catecúmenos de los primeros tiempos, nuestro bautismo. Aquí en la misa dominical escucharemos las narraciones evangélicas que ellos también escuchaban y recibiremos la Eucaristía, el alimento del cuerpo y la sangre de Jesús. Y cada uno, en la vida de cada día, deberemos esforzarnos para que este encuentro con Jesús sea muy de verdad y dé mucho fruto.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/04/11-12


30

- SITUACIÓN LITURGICA

Lo que más caracteriza a este domingo, en el ciclo A, es el comienzo de los tres evangelios de Juan con temática bautismal: agua, luz y vida (Samaritana, Ciego y Lázaro), que tradicionalmente han servido para motivar y valorar el camino bautismal de los catecúmenos -o también de la comunidad cristiana- en su recorrido cuaresmal hacia la Pascua. Son evangelios claramente cristológicos, con su revelación progresiva hasta el yo soy (el agua viva, la luz, la vida).

Vale la pena que los tres domingos se lean enteros estos evangelios, lenta y expresivamente. (Mateo deja de ser por unos días "el evangelista del año" para dar paso a estas escenas simbólicas tan expresivas de Juan). Si parece oportuno, se puede invitar a la comunidad a que tome asiento después de la aclamación y el título, para que los pueda escuchar más serenamente.

Es bueno que en estos tres domingos a) se profundice en la comprensión de lo que es el Bautismo cristiano, b) que se acentúe el camino cuasi-catecumenal de todos los cristianos, hasta la cumbre de la Vigilia Pascual, noche bautismal por excelencia, y c) que este año 1999 subrayemos del Bautismo sobre todo el gran don que nos hace de convertirnos en hijos en la casa de Dios Padre. La 2a lectura nos da pie para insistir en este aspecto, con el entusiasmo de Pablo por el amor que nos ha mostrado Dios: "la esperanza de los hijos de Dios", "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu"... La 1 a lectura, aunque habla del agua que calma la sed del pueblo, no está seleccionada por esto, sino como una de las etapas de la Historia de la Salvación en el Antiguo Testamento. Pero es bueno aprovechar la coincidencia.

- EL SIMBOLISMO DE LA SED Y DEL AGUA VIVA

El cansancio y la sed de Israel en el desierto es un expresivo símbolo de la historia humana y de la de cada uno de nosotros. Ya están bastante lejos Egipto y el primer entusiasmo de la libertad. La Tierra prometida se hace esperar. En el camino hay desierto: dificultades y falta de agua. El pueblo empieza a dudar de todo: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?". Sí, está con ellos, y les da agua de la roca de Horeb. Es una historia siempre actual: por parte del pueblo, sed y desesperanza; y la respuesta de Dios, su presencia y su cercanía: agua para el camino. Lo mismo sucede a la inquieta mujer con la que Jesús se encuentra junto al pozo. Tiene sed, y no sólo de agua, sino de felicidad. No sabe bien a qué pozo acudir para que dé sentido a su vida. Es un símbolo de la humanidad que busca, que tiene sed, que se hace preguntas profundas y no encuentra respuestas. La mujer se encuentra con el Enviado de Dios, el que puede dar el agua de la vida. Jesús es la respuesta de Dios a la sed de la humanidad: "Yo soy, el que habla contigo". La iniciativa es de Jesús, que "cuando pidió de beber a la samaritana, ya había infundido en ella la gracia de la fe... para encender en ella el fuego del amor divino" (prefacio propio de este domingo).

- AGUA PARA NUESTRO CAMINO HACIA LA PASCUA

También nosotros tenemos sed. Es una experiencia que todos conocemos, en nuestra vivencia humana y en la espiritual. Sed de verdad, de felicidad, de amor, de vida. Es bueno que sintamos sed. ¿Dónde busca el hombre de hoy agua para saciar su sed? (el que no tiene sed, no busca fuentes de agua. El que lo tiene todo, ¿para qué necesita la Pascua?). La respuesta nos viene de arriba. Pablo nos recuerda los dones que nos ha hecho Dios, sobre todo su amor de Padre. Esa sí que es agua verdadera, "el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado". Dios nos ha dado, además, el agua auténtica que es Cristo. De las múltiples respuestas que el mundo nos ofrece, nunca quedaremos satisfechos. El "yo soy" de Jesús sigue siendo la respuesta más profunda a nuestra sed, a nuestro cansancio, a nuestra búsqueda de sentido a la vida.

En la Pascua del 99, Dios, Padre lleno de misericordia, nos quiere salir al encuentro, una vez más. Como Jesús se hizo el encontradizo con la samaritana. Sea cual sea nuestro estado personal y comunitario. Si Dios ofreciera su agua sólo a los que la merecen... Pablo dice que Cristo murió por nosotros a pesar de que éramos pecadores. A cada uno de nosotros, y a la comunidad parroquial o religiosa, Cristo nos dice de nuevo: "Yo soy el agua viva, el Salvador, la respuesta a tus interrogantes".

La Pascua nos invita a renovar cada año el camino que empezó en nuestro Bautismo, cuando por primera vez nos unimos a Cristo y entramos en su vida o él entró en la nuestra. Hoy con la imagen del agua. En próximos domingos, con las de la luz o de la vida. En la Vigilia Pascual, en la noche del 3 al 4 de abril, el Resucitado nos quiere hacer partícipes de su nueva vida, hecha de novedad, energía y esperanza.

Y en la Eucaristía de hoy mismo concentra esta gracia, dándosenos él mismo como alimento: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tendrá vida eterna, y yo le resucitaré el último día".

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1999/04/07-08


31.

1. Lecturas en la Misa del día: Éxodo 17, 3-7 : pruebas y rebeldía en el desierto.

"Moisés, ¿nos has sacado de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?... ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros? Moisés dijo al Señor: ¿qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen... El Señor le respondió: golpea la roca y manará agua .."

Carta de san Pablo a los romanos 5, 1-2. 5-8 : Cristo es la prueba de que Dios nos ama.

"Hermanos:.. hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo ... La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros".

Evangelio según san Juan 4, 5-42 : diálogo de Jesús con la Samaritana, junto al pozo de Sikar .

"Mujer, dame de beber.... ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?... ¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú se lo pedirías, y él te daría agua viva...! "

2. En el agua de la roca, no en la sequía, estaba Dios

2.1. La riqueza de la liturgia de la Palabra de hoy es impresionante. Aunque en ella predomina el diálogo magistral de Jesús con la Samaritana, compuesto de forma catequética por otro maestro, Juan, no conviene silenciar otros aspectos de la misma.

2.2. En primer término está la cruda realidad histórica-moral-religiosa de un pueblo que, sintiendo sed el "elegido de Yavé", huyó de Egipto bajo signos providenciales que enunciaban la "presencia" de Dios en su historia, pero luego avanzó lentamente hacia Israel haciendo vida por el desierto durante 40 años. Analicemos la situación psicológica de ese pueblo:

Dios le ha indicado cuál es su destino, Israel; pero su posesión no se la regala; tiene que ser objeto de fatigosa conquista.

Dios le concede mínimos auxilios naturales en el camino de desierto; pero son pocos.

Dios pone a prueba su fidelidad, con el realismo de la vida, y , a veces, con extrema dureza. Esta prueba prolongada es la que le hace recordar el pan y las cebollas de Egipto ...

El pueblo elegido, a causa de la falta de agua, se subleva, en ocasiones, contra Dios. A un amigo (piensa) no se le trata como Yavé trata a su pueblo. MASÁ y MERIBÁ (tentación y querella) son los nombres con que Moisés designó los lugares o momentos de esa rebeldía.

Dios, al final, envía el agua para refrigerio de personas, animales y campos, de forma milagrosa, manando de la roca. Dios está allí.

2.3. ¿Lección? La de siempre: en el dolor, en la prueba, consideramos "ausente" a un Dios que siempre está a nuestro lado, pero cuya voz no escuchamos en la adversidad sino sólo en la bonanza.... No sabemos amar y entender a Dios por encima de las adversidades.

3. Cristo, roca firme de nuestra fe, y esperanza

3.1. Al pueblo elegido le era difícil mantener su confianza en Yavé, si no veía sus signos de predilección. Entender lenguajes de confianza en la adversidad, de ternura en árido desierto, de providencia en días aciagos, nos resulta extraño. Sin embargo, la vida religiosa, fiel, ha de contar con ellos. Ser amigos de Dios no significa disfrutar de sus favores; menos aún, de que él sirva a nuestros caprichos.

3.2. San Pablo sabe muy bien que en el seguimiento de Cristo no faltan ni faltarán días de desierto, de sequedad estéril, de aparente ausencia del mismo Dios que nos llama... Pero no tiene a su alcance, igual que nosotros, remedios contra ese mal de ausencia. La curación está en una profunda vida de fe, más allá de toda razón; está en ponerse en manos de Dios, porque él nos ha revelado que es fiel y amigo, aunque no lo parezca. Tenemos, pues, un aval que no es jurídico ni económico, sino espiritual.

Dios nos ha dado la garantía de su amistad o justificación, por la fe; y con ella nos asegura que podemos vivir en esperanza de salvación eterna.

El amor y la misericordia de Dios han sido los móviles de nuestra redención y salvación, y ese amor no muere nunca.

El Señor nos ha dicho que, por vía de amor-amistad, toma posesión de nuestra alma, si le damos morada de amigo, e inhabita en ella.

3.3. ¿Qué lenguaje es ése? El de la fe. El que nos pone en manos del Señor que se entregó por nosotros. Y el que nos impulsa, por compromiso de fidelidad y esperanza, a obrar como Jesús: disponibles para los demás, providencia amorosa para cuantos nos necesitan. Pero pensémoslo: esa actitud de fe viva toma el agua en otra fuente, en Cristo Roca.

4. Nueva agua: la del pozo de Sikar, la de Cristo

4.1. En el desierto surgió la rebeldía del pueblo por falta de agua, y la roca dio agua.

Ahora, en el Evangelio, nos sentamos con Jesús junto a un pozo de Sikar cuyas aguas calman también la sed de personas, animales y campos. Y viendo al Señor sentado en su brocal, asistimos a un coloquio primoroso, en el que pozo y agua adquieren valor nuevo.

4.2. Veamos con qué delicadeza se suceden las cosas en el relato evangélico de Juan :

- En el diálogo, Jesús (judío = Señor) es como un sustituto de Moisés, pero que se muestra superior a todos sus predecesores: más grande que Jacob, más que Moisés... Jesús es el Mesías. Y la Samaritana es la mujer que nos representa a todos los sedientos de agua-gracia-vida.

El agua del pozo, fruto de la lluvia que hacía fértiles a los campos y que abrevaba a los ganados, se transfigura: se convierte en agua de vida espiritual, y el pozo-manantial deja de ser de tierra y se transfigura en el corazón de Jesús ... que ofrece y regala el don del cielo ...

En el diálogo, Jesús habla como quien revela el misterio de amor salvífico, y la Samaritana (nosotros) no lo capta y juega con preguntas que no aciertan a entrar en situación. ¡El don de la fe no es fruto de la razón capciosa!

En el mensaje, lo antiguo cede ante lo nuevo: las exigencias de la tierra en sequía (agua) ceden ante las exigencias del corazón (amor), y las barreras del pueblo elegido se rompen y dejan despejado el horizonte de la universalidad de redención (don de Dios, por la fe).

4.3. Además, Jesús instruye a la Samaritana (a nosotros) sobre otras tres verdades:

Los hombres todos estamos llamados a participar del don de Dios, que es gracia, santidad, identificación con Cristo, Hijo de Dios, revelador del Padre.

Si nos hacemos amigos de Dios, por Cristo, Dios (que es Padre, Hijo, Espíritu) inhabita en nosotros, y nos constituimos en verdaderos templos suyos, mucho más importantes que el templo material de Jerusalén o el de Garizím...

Finalmente, Jesús se revela, se muestra así mismo, en el coloquio, como el Mesías esperado: soy yo, el que habla contigo.

5. Conclusión: vida cristiana, vida en el Espíritu

La conclusión más importante a la que debemos llegar en esta liturgia de la Palabra es que nuestra vida cristiana, si lo es de verdad y no de apariencia, consiste en superar criterios meramente racionales de actuación, aunque sean nobles, para entrar en la cámara y misterio de Dios, por Cristo:

cámara y misterio de fe, colmada de confianza, incluso en la adversidad;

cámara y misterio de esperanza, que da y adquiere fortaleza por la paciente perseverancia,

cámara y misterio de amor, que hace gustar lo divino incluso más que lo humano.

DOMINICOS
Convento de San Gregorio
Valladolid


32.

1. El libro del Éxodo nos anuncia el agua viva por contraste. Rafidim, en plena estepa del Sinaí, es un sequedal donde no hay ni pizca de agua, y como el agua es elemento de primera necesidad, es natural que el pueblo de Israel, después de su liberación de Egipto y devorado por la sed, acuda a Moisés protestando, como casi siempre, por las carencias del desierto: "¿Nos has hecho salir de Egipto para matarnos de sed?" (Exodo 17,3). Los hombres normalmente queremos ver satisfechas nuestras necesidades en cuanto aparecen. Aquella necesidad era de "primera", pero la confianza en el Señor debe prevalecer sobre ella. Vemos lo de la tierra como prioritario y único. El Señor y sus planes quedan lejos, y nos dejamos ganar por la inmediatez. Basta hacer un recuento de nuestras vicisitudes vitales para que nos demos cuenta de que a todas ha subvenido el Señor, no siempre a nuestro gusto, pero siempre ajustado a su línea programática, que nosotros desconocemos y por eso nos rebelamos, a menos que estemos superdotados de fe y de espíritu de sacrificio. Aquellos caminos sinuosos que considerábamos absurdos e injustos, tenían sentido y, aunque aún no los sepamos descifrar, no habrán quedado al margen de la providencia de Dios. Tienen sed los israelitas en el desierto y es natural. Tienen sed de trascendencia sobrenatural, ellos y todos los hombres, que sólo Dios puede saciar, porque El nos ha hecho para El. Preguntaba el pueblo: "Está o no está con nosotros el Señor?". Llegó Moisés, y ante la expectación de todo el pueblo, golpeó la roca, y brotó un chorro grande de agua. Y San Pablo dice "y la roca era Cristo"(1 Cor 10,4). El agua de la roca era la respuesta al pueblo que dudaba desconfiado y preguntaba por la presencia de Dios en el desierto con ellos: El chorro generoso de agua era la respuesta a su interrogación: Sí que está, y sigue estando y estará Dios con el pueblo, saciando su sed, de una manera total e integral, individual y social. Jesús es la fuente de agua viva, que va a ofrecer a la samaritana.

2."He sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt 15,24). Galilea es evangelizada. Lo es también Judea. ¿Qué pasa con Samaría? ¿No recibirá la Buena Noticia?. Sabemos que una vez quisieron apedrear a Jesús y a sus discípulos, por lo que Juan y Santiago pidieron a Jesús que hiciera bajar fuego del cielo (Lc 9,54). Nos es conocido que por cismáticos, siendo parte de Israel, odian ferozmente a los judíos. ¿No habrá manera de que puedan recibir el influjo de la Palabra de Jesús. Para Galilea y Judea Jesús ha elegido hombres. Para Samaría va a elegir a una mujer. Por tanto, Jesús en la samaritana no va a convertir a una pecadora, va a elegir una evangelizadora. Jesús va de Judea a Galilea. Pudo haber hecho el viaje por el valle del Jordán, aunque esta ruta, sobre todo en mayo, era más incómoda por el calor sofocante y agotador de la orilla del río, que discurre bajo el nivel del mar. Por eso, como la mayoría de los que hacían este recorrido, Jesús con su grupo, se decidió por la montaña, y porque esperaba manifestarse a una persona, que sería la semilla de la predicación para toda una comarca, de otro modo inaccesible.

Nos conviene, ante la nueva evangelización, observar el procedimiento de Jesús en el trato con las personas y en su apertura a la buena noticia. ¿Cómo va a abordar a esa persona? Jesús está cansado por la fatiga del camino y se ha sentado junto al pozo de Jacob, no sólo pozo, sino manantial, en Siquem (Nablus), cerca de la tumba de José, por donde Abraham hizo su entrada en la tierra prometida, en la región palestinense de Samaría. Es mediodía y llega una mujer a sacar agua. Los judíos son enemigos de los samaritanos. Se detestan brutalmente. Pero Jesús, no sólo no es enemigo de nadie, sino que está sediento del amor de todos. "Que soy Dios y no hombre, enemigo a la puerta". Jesús abre el diálogo. Comienza humillándose. ¡Que me pida él a mí!. Yo me mantengo en mi sitio! ¡Que me busquen ellos!. Sin embargo, pedir algo, es un resorte psicológico para simpatizar con cualquiera y romper la barrera de la distancia: "Mujer, dame de beber". Hoy diríamos: "dame fuego". La mujer se extraña y lo manifiesta: "¿Como siendo judío?"... -"Si tú conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú y él te daría agua viva". La samaritana entiende las palabras en sentido literal, ¡cómo va a entenderlas!. Jesús, que es maestro en el arte de subir de lo terreno a lo celestial, ofrece un agua de otra naturaleza, trascendente. Agua que puede satisfacer las necesidades más profundas del corazón humano.

3. "Señor, dame esa agua". Sólo quien ha experimentado la sed del desierto, como los israelitas en Rafidim, está capacitado para entender el valor del agua, que se convierte en el símbolo de lo único que puede satisfacer profunda y plenamente al hombre.

4 Un fariseo ni siquiera hubiera dirigido la palabra a una mujer, ni menos la hubiera estado esperando, ni hubiera recorrido tan largo camino, hasta cansarse, pues según la costumbre observada por los rabinos un hombre no podía hablar en la calle con una mujer. El escándalo pues, estaba servido. Como sucede a menudo, en un primer encuentro después de haber hablado de cosas triviales e intrascedentes, aflora el problema verdadero. No perdamos de vista que esta mujer es elegida para evangelizar aquella comarca. Por otra parte, conviene saber que Cristo no podía acceder a Samaría, como lo hacía.sin dificultad en las sinagogas de Galilea y en Judea y en Jerusalén en el templo. De ahí que tenga que hacer su catequesis a campo libre, junto a un pozo. Está en Israel y ha sido enviado a predicar en Israel. Samaría es una región cismática. Tienen su templo en el monte Garizim, rival del de Jerusalén, y de los libros revelados, sólo aceptan el Pentateuco. ¿Dónde predicará Cristo? A la intemperie. Se pone de manifiesto el sentido de adaptación de Jesús para cumplir "la obra" que le ha encomendado el Padre. ¿Quién proclamará la buena noticia en Samaría? Los judíos son mal recibidos. Se lo encargará a una mujer samaritana Pero no se puede recibir tal encargo sin haber sido antes curada. La samaritana tiene un problema personal, que le preocupa poco, dado el ambiente social sincretista del país en el que vive. Por eso Jesús le va a ofrecer la vida, sin que ella ni se arrepienta, ni él le ofrezca el perdón, como hará con la adúltera. En Judea se tiene una conciencia más estricta que en Samaría. Sobre todo los que la acusaban y acosaban. ¡Cuántas mujeres viven aquí tan campantes en situación semejante o peor que la samaritana! "Bien dices: no tengo marido; porque cinco tuviste, y el que ahora tienes no es tu marido". El sexto marido no es obstáculo para que Jesús le ofrezca la vida y ella pueda recibir esa agua. Jesús le va a dar el agua de su revelación de Mesías, aún sin romper con ese marido. ¿Acaso le preguntó a Simón Pedro, o a Andrés o a los otros apóstoles por su vida privada? La va a evangelizar y la dejará con su responsabilidad y su conciencia, al igual que al recaudador y a Zaqueo. La buena noticia es por sí misma vivificante y exigente. Anunciada por Cristo, debió de ser irresistible, atrayente, positiva, luminosa y deslumbrante, con sabor a Dios y a felicidad. La felicidad que ella andaba buscando inútilmente. Entonces, ¿por qué Jesús le desvela su situación personal? Para darle a la mujer una prueba de que él no es uno de tantos, para que acepte el evangelio. De hecho ella decidirá que es un profeta, porque "me ha dicho todo lo que he hecho": "Anda, trae a tu marido". "No tengo marido".

5. Ni un reproche, ni las preguntas de dónde y de cuándo y cuántas veces. Nada de hurgar la herida, que es ignorancia y un poco de rencor o una especie de resentimiento. Se remonta y en vez de ponderarle el mal que ella ha hecho le habla de la riqueza que él le quiere dar. Basta que la desee. El que ha visto a Dios, o sabe ver y decir a qué sabe Dios, no necesita magnificar el pecado, que es contraproducente e indica falta de sensibilidad y delicadeza. ¡Bastante humillado está ya el pecador! Así obra Jesús también con la adúltera, con Zaqueo, con Leví el publicano y con el hijo pródigo. Su padre no le pregunta: ¿De dónde vienes? ¿Dónde has gastado el dinero? Jesús mira al pecador para que se entregue. "Mirar Dios es amar" (San Juan de la Cruz). Lo otro es mirarse a sí. A Dios no le duele el mal que le hacemos al pecar, sino el que nos hacemos nosotros por ignorancia: "Perdónalos, no saben lo que hacen". Nos quiere felices y ve que nos hacemos desgraciados cuando nos alejamos.

Ella intenta escabullirse con preguntas curiosas que desvíen la conversación, echa balones fuera. Es igual, ya está cazada. Y, como ha hecho oración: "dame esa agua", aunque ha sido de manera interesada, "para no tener que venir aquí a sacarla", Jesús que ha dicho: "Pedid y recibiréis", se la da, y se revela, por primera vez, como Mesías: "Yo soy el Mesías: el que habla contigo". La samaritana al contacto con Jesús, ha ido descubriendo gradualmente primero a un judío, después a un señor. Si se le notaba la clase de lejos y al instante, ¿qué sería de cerca y oyéndole hablar, y, sobre todo una mujer, que tienen una intuición singular?. Reconoce también en él a un profeta. Por fin, al Mesías. Y los samaritanos, han terminado conociendo: "al Salvador del mundo" (Juan 4,5). Es la única vez que en el Evangelio se le llama así.

6. Cuando se tiene un conflicto interior, queda bloqueada la Palabra. La samaritana comienza a entender. Los cinco maridos que ha tenido no han llenado su sed de infinito. Cada uno de ellos comenzó gustándole y terminó encontrándole fallos y aburriéndole. Ahora vive con el sexto. ¿Cuánto le durará? Durante la decadencia del Imperio romano, había llegado la corrupción a tal extremo, que las matronas no contaban los años por los cónsules, sino por sus maridos sucesivos. En nuestra sociedad los divorcios han dejado de ser mal vistos. ¿Están satisfechos? El epicureísmo de antes de Cristo, el hedonismo, el materialismo, domina entre gran parte de nuestros conciudadanos. Comenzamos a zapear en la televisión y en todas las cadenas nos sirven lo mismo, pues por lo visto hay demanda, porque la publicidad mide el índice de audiencia. Como si los 2000 años de cristianismo se hubieran esfumado.

7. A nosotros, y a todos, como a la samaritana, Cristo nos dice que el que bebe de esa agua vuelve a tener sed. ¿Qué remedio, pues? "El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: porque esa agua se le convertirá dentro de él en un manantial que salta dando una vida sin término". La mujer, evangelizada por Jesús, comienza a pedir: "Señor, dame de esa agua para que no tenga que venir a sacarla de aquí". Quiere traducir las palabras de Jesús en eficacia material. Como pidieron los judíos cuando multiplicó los panes: "Danos siempre de este pan".

8. Cuando se escucha la palabra pensando en su utilidad, no se aprecia el don de la Palabra y sus exigencias, sino que se vive para poder hablar o para conseguir salir airosos en nuestro cometido; se intenta hacer que todo converja en el éxito apostólico y ascético, pastoral y personal: se cifra el objetivo en adquirir claridad de ideas, que nos broten intuiciones nuevas, ideas originales para sí y para los demás, pero afecta poco o nada nuestra vida, no se obra nuestra conversión, que es el objetivo principal a estas alturas de la Cuaresma.

9. "Dame de esa agua". A Santa Teresa le encantaba esta oración y tenía pintada en su celda la escena de la samaritana. Para ella esa agua viva era la contemplación infusa, el don de Dios, todos los bienes mesiánicos, la paz, la alegría, la plenitud.

10. Pero conviene no polarizar el mensaje de esta lectura en el personaje de la Samaritana, tan insinuante y atractiva, en perjuicio de otras dimensiones de la perícopa. Pretende toda ella valorizar el Don de Dios, simbolizado en el agua, que es Cristo, su amistad, su seguimiento, nuestra divinización y plenitud. Es la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo (Mt 13,44). El que lo encuentra se hace rico. Es lo mejor que le puede pasar. El testimonio de la mujer samaritana fue convincente. Hablaba de su propia vida y contagiaba la sed que el Maestro le había puesto en el corazón. La había sembrado Cristo, y la cosecharán después los discípulos, cuando ya resucitado y subido al cielo, tengan que venir, anunciada a Jerusalén la cosecha por el diácono Felipe, Pedro y Juan (He 8,14) para imponerles las manos y confirmarlos. "Vosotros recogéis lo que otros han sembrado". "Uno es el que siembra y otro el que recoge". La seguridad de la cosecha es estímulo para seguir sembrando, aunque no la veamos. El encuentro vivo con Cristo, como el de la samaritana, es el que hace al cristiano convincente y persuasivo, y ese encuentro sólo lo conseguiremos en la oración. Sin oración, los sembradores siembran granos vacíos, sin germen de vida, consiguientemente estériles. "Qué piensas tú que es predicar? ¿Estar hablando una hora de Dios? No. Que venga a ti un demonio y salga hecho un ángel", escribió San Juan de Avila.

11 Hagamos nuestro acto de fe como los samaritanos, y prometamos con el salmo: "Escucharemos tu voz, Señor. Demos vítores a la Roca que nos salva; démosle gracias al son de instrumentos. Que somos su pueblo y el rebaño que él guía. No endurezcamos el corazón, como nuestros padres en Masá y Meribá" (Salmo 94), para recibir con fruto la sagrada eucaristía.

J. MARTI BALLESTER


33.

Nexo entre las lecturas

Deseamos proponer como elemento unificador de este tercer domingo de Cuaresma por una parte el "anhelo de Dios que existe en el corazón del hombre" y por otra parte el amor salvífico de Dios que sale a su encuentro. La prueba más elocuente y hermosa del amor de Dios es que nos amó cuando todavía éramos pecadores (2L), cuando nos habíamos despeñado y alejado del redil. En la primera lectura se muestra la rebelión del pueblo contra Moisés al experimentar la sed asfixiante del desierto. Ponen a prueba a Dios y lo emplazan para que diga si efectivamente está o no, con ellos. Las pruebas tan claras de su poder en favor de los israelitas se olvidan ante la angustia de la sed del desierto. El Señor, sin embargo, sale a su paso y hace fluir de la roca corrientes de agua (1L). En el evangelio de San Juan es Jesús quien experimenta la sed de la fatiga y del peso del día, pero es la samaritana la que tiene el deseo y la nostalgia de Dios. Cristo que padece sed da de beber a la samaritana un agua que se convierte para ella en fuente de agua viva. Cristo se le revela como el Mesías que debe salvar al mundo (EV).


Mensaje doctrinal

La sed del hombre y la voluntad salvífica de Dios. El pueblo de Israel se siente agobiado por la sed del desierto. No comprende cómo el Señor, que lo hizo salir de Egipto con mano poderosa, lo encamina al desierto para hacerlo perecer en él. Se encara con Moisés y ponen a prueba al Señor. Moisés, el liberador de Egipto, recibe instrucciones precisas de parte del Señor: "preséntate al pueblo, lleva contigo los ancianos, toma el cayado golpea la roca y yo estaré allí". Y de la roca brotó el agua que apagaría la sed de los israelitas. A pesar de que éste es un pueblo de dura cerviz, el Señor no lo abandona: "yo estaré allí". Incluso cuando no sean dignos de mi amor y mi cuidado, "yo estaré allí". Sabe que más allá de esa sed material hay una sed espiritual mucho más profunda y dolorosa. Ahora el verdadero Moisés es Cristo, liberador del pecado y de la muerte, que se ofrece en rescate del mundo. Es Él quien intercede por nosotros ante el Padre. Es Él quien nos amó cuando éramos impíos y pecadores. Jesús sale al encuentro de la Samaritana y le hace presente que tiene sed, sin embargo, la mujer no comprende cómo un judío pide de beber a una mujer samaritana. El amor de Jesús y su habilidad pedagógica conducen a aquella mujer al reconocimiento de su necesidad y de su nostalgia de Dios. En las palabras de Jesús ella encuentra que hay alguien que la conoce, la ama y desea su bien sobrenatural y eterno; alguien que no la abandona y que le ofrece la vida eterna. Iluminada interiormente y saciada por este agua de Cristo, la Samaritana se convierte en apóstol entusiasta del evangelio entre los suyos. Quien ha experimentado a Dios no puede quedar quieto, siente la imperiosa necesidad de anunciarlo.

"Tanto amó Dios al mundo que le envió a su unigénito" (Jn 3,16). ¡Qué valor debe tener la persona humana a los ojos de Dios para que el Padre haya enviado al Hijo para rescatarle. El hombre es precioso a los ojos de Dios. La experiencia del Éxodo es aleccionadora. A pesar de que los israelitas han visto grandes prodigios, han visto cómo la mano poderosa de Dios los libraba de la esclavitud de Egipto y los hacía caminar por el fondo del mar Rojo, ellos dejan caer su confianza en Dios en tiempos de dificultad. Aquella pregunta del pueblo sigue siendo una gran tentación: "¿Está Dios con nosotros sí o no? Cuando la sombra de la cruz se alarga sobre nuestras vidas, el hombre se encuentra con Dios y lo interpela ¿Por qué, Señor, este dolor, esta enfermedad, esta guerra, esta falta de sentido, esta pérdida de fuerzas para vivir, este mal que nos rodea? ¿Estás con nosotros sí o no? Fue la misma tentación del pueblo en el desierto. Pero Dios revela su continua voluntad de salvar y, aunque el pueblo lo rechazó en varias ocasiones, Él no viene a menos en su promesa: lo cuida, lo protege y lo conduce a la tierra de promisión. Si en tiempo de Moisés bastaba que éste intercediera para que el Señor saliera en favor de su pueblo, ¿qué podremos decir en la Nueva Alianza que Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ha establecido? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? (Rom 8,32) Dios nos amó cuando éramos pecadores. Dios salió a nuestro encuentro en el Pozo de Jacob para darnos el agua viva. Dios está siempre haciéndonos presente su voluntad salvífica porque no quiere que ninguno se pierda. Él es el agua viva.

La esperanza si la voluntad salvífica de Dios no cede ante ningún obstáculo, la actitud que conviene al creyente, no obstante las obscuridades y la sed del camino, es la de la esperanza. La esperanza que no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. La situación propia del cristiano es la de la esperanza: de un lado tiene ya la reconciliación con Dios, pero por otro, no ha superado todavía todas las alienaciones del camino, especialmente la muerte se le presenta como un enigma. "Ya, pero todavía no" y por ello se exige la esperanza. Romano Guardini, después de una larga enfermedad concluía: "He reflexionado para ver si se pudiese encontrar una palabra con la que exprimir la actitud humana justa ante la vida y no he encontrado mas que una sola: Esperanza-Confianza. Confianza ¿en qué? ¿En la vida? ¿En el orden de la existencia? Creo que toda abstracción sería equivocada. Más bien es confianza en aquel que ha creado el mundo, lo dirige, lo gobierna en un sentido supremo. El elemento decisivo es la benevolencia de Dios que es radicalmente bueno en relación con nosotros... Fiarse de Dios es la única solución para subsistir" (Romano Guardini "Sobre el límite de la vida").


Sugerencias pastorales

El año jubilar dio lugar a que miles de personas se acercaran al sacramento de la penitencia. Los frutos de conversión fueron espléndidos. El Papa manifestó su esperanza de que esta práctica penitencial se prolongara en los años venideros. Sin duda, el período de cuaresma nos ofrece la oportunidad para intensificar la participación en el sacramento de la penitencia. Sabemos que todos tenemos necesidad de Él porque todos pecamos. Será importante en la acción pastoral insistir en la formación de las conciencias, redescubrir el verdadero sentido del pecado y ayudar a los fieles a procurar la compunción del corazón. Así como Cristo iluminó y formó la conciencia de la Samaritana, así el sacerdote debe iluminar y formar la conciencia de sus fieles. Tarea no fácil en un mundo caracterizado por el relativismo moral. El sacerdote debe conducir a los fieles con habilidad pedagógica y con verdadero amor pastoral a la conversión del corazón en la penitencia. Muy elocuente fue el caso de aquel hombre que reconocía que se había confesado después de varias décadas de no hacerlo, sólo porque: "el Papa, cuando pasó en el coche, me miró".

La pedagogía de Dios. Existe un principio fundamental de la fe: antes y más allá de nuestros programas hay un misterio de amor que nos envuelve y nos guía: es el misterio del amor de Dios. Es oportuno repetir en nuestra predicación esta verdad tan necesaria para el mundo de hoy abatido por múltiples miserias. La fe viva logra descubrir en medio de los acontecimientos y los avatares de la vida la mano providente de Dios. Esto no se da de modo inmediato, sino más bien, es el resultado de un proceso de conversión. En la medida en la que el cristiano participa de la vida y de la misión de Cristo, en la medida en la que bebe en las fuentes de la vida como la Samaritana, en esa medida va creciendo su capacidad de comprensión. Dios actúa con una pedagogía divina: a veces nos hace caminar por el desierto en medio de hambre y sed, a veces se muestra soberano en la cumbre del monte, a veces permite la experiencia de la derrota y el cansancio de la vida. El creyente es aquel que sabe descubrir en todo ello una pedagogía amorosa de Dios. Si queremos organizar nuestra vida, debemos aprender a "descifrar su designio" leyendo la misteriosa "señalización" que Dios pone en nuestra historia diaria.

P. Antonio Izquierdo

34. 2002 . COMENTARIO 1

SAN ROMERO DE AMERICA

Este comentario se publicó al cumplirse siete años del martirio del anterior arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, San Romero de América, en expresión de un hermano suyo en el episcopado. Estaba presidiendo la celebración de la eucaristía y una bala asesina acabó con aquella celebración en la que culminaba el culto que él daba permanentemente al Padre: el ofrecimiento de su vida en favor de la vida del pueblo; la entrega de su vida como expresión de su amor leal al Padre y a sus hijos.


LA SAMARITANA

Los judíos no se llevaban bien con los samaritanos. Los consideraban herejes y evitaban cualquier contacto con ellos, y el peor insulto que podía hacerse a un judío era decirle «sa­maritano ».

Los galileos, que se mantenían unidos a los judíos, cuando tenían que ir a Jerusalén procuraban dar un rodeo por las tierras del otro lado del Jordán para no pasar por la región de los herejes. Pero Jesús, dice el evangelio, «tenía que pasar por Samaría». Tenía que ofrecer también a. ellos su mensaje, su Espíritu, el agua viva que sacia definitivamente la sed de Dios que la persona humana siente. En un pueblo de Samaría, Jesús se encuentra con una mujer. Se trata de una mujer de vida alegre que ha sido esposa de cinco maridos y que ahora vive con alguien que no es su esposo.

Según el modo de contar las cosas que el evangelio tiene, esta mujer representa a Samaría, a todos los samaritanos. Ellos habían abandonado a Dios dando culto a cinco dioses falsos (cinco maridos), aunque desde hacia algún tiempo intentaban dar culto al Dios de los judíos. Jesús, enviado por Dios, que ha sido fiel a su pueblo a pesar de la infidelidad de éste, se acerca a Samaría para ofrecerle la definitiva reconciliación con Dios.


UN CULTO NUEVO...

Una de las causas de la división entre Judea y Samaría era la pretensión de los samaritanos de dar culto a Dios en su tie­rra, sin tener que ir al templo de Jerusalén. De hecho, en el año 128 antes de Cristo los judíos habían destruido un templo que los samaritanos tenían en el monte Garizín. Por eso es lógico que, cuando la samaritana toma conciencia de que el que le habla lo hace en nombre de Dios, le pregunte acerca de aquel problema que tantos enfrentamientos había provocado: ¿dónde debemos dar culto a Dios? ¿Aquí, en nuestra tierra, o en Jerusalén?

La respuesta de Jesús no da la razón a nadie. Es verdad, dice, que la salvación de Dios «proviene de los judíos» (la salvación es Jesús, judío de raza); pero eso va a dejar -ha dejado ya- de tener importancia, pues por medio de Jesús Dios ofrece su amistad -y algo más que su amistad- a todos los hombres, sin discriminación. Hasta ahora, el culto a Dios dividía a los hombres y a los pueblos porque estaba limitado por las paredes de un edificio situado en un lugar concreto adonde había que acudir, por unos mediadores con los que había que contar, por unas ceremonias que había que realizar. Pero llegan tiempos nuevos en los que todo eso no será nece­sario: «se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto verdadero adorarán al Padre con espíritu y lealtad, pues el Padre busca hombres que lo adoren así». Y de­jará de ser necesario porque Jesús va a revelar el verdadero ser de Dios: «Dios es Espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y lealtad».


CON ESPIRITU Y LEALTAD

Dios es Espíritu, es decir: Dios es amor. Dios es dinamis­mo, fuerza de amor que tiende a comunicarse en forma de vida y de amor. Por eso Dios se llamará en adelante Padre, el que, por amor, da la vida. No es un Dios distante al que hay que buscar en los lugares sagrados; ni un Dios terrible al que haya que estar adulando constantemente para conseguir aplacar su ira; ni un Dios lejano que necesite intermediarios para que los hombres se entiendan con él. Es el Padre (el único al que se debe llamar así: Mt 23,9) y se le encuentra cuando se acepta ser su hijo y comportarse como un hijo suyo. Y si, como dice el evangelio de Juan en otro lugar, el Padre «demostró su amor al mundo llegando a dar a su Hijo... para que el mundo por él se salve» (3,16-17), los que acepten ser hijos de Dios deberán corresponder a su amor contribuyendo a la felicidad de todos los hombres, que es lo que el Padre quiere. Ese es el culto que Dios quiere: la práctica del amor leal; amar con el mismo amor de Dios, con la fuerza de su Espíritu, a nuestros hermanos los hombres.


SAN ROMERO DE AMERICA

La república centroamericana de El Salvador vivía -vive aún- días terribles de represión. Junto a otros miembros del pueblo salvadoreño, muchos cristianos dieron su vida por amor a su pueblo. Entre ellos, Rutilio Grande, un cura muy cercano a Oscar Romero que, asesinado, murió amando, según dijo el mismo Oscar Romero en la homilía de su funeral. Toda esa sangre derramada hizo comprender al arzobispo lo que él sabía sólo en teoría: que el amor era la salvación para su pueblo. Y se dedicó a amar -defendiéndolo- a su pueblo. Y convirtió su actividad de obispo, y en especial su predicación de los domingos, en servicio de amor para con su pueblo. El 23 de marzo de 1980, quinto domingo de Cuaresma, en la predicación de la misa, exigió a los soldados del ejército de El Salvador (el presidente era entonces un demócrata-cristiano (!)) que dejaran de disparar contra los miembros de su pueblo. Al día siguiente, mientras celebraba la eucaristía, una bala de aquel ejército le partió el corazón. Así culminó su amor leal para con su pueblo. Y en su muerte se llenó de sentido la eucaristía que estaba celebrando: a la vez, Jesús y él daban de nuevo la vida, por amor, para la salvación del pueblo.



35. COMENTARIO 2

vv. 5-42. Contraste con el rechazo en Judea: la región infiel y despre­ciada por los judíos reconoce su situación y acepta al salvador. Tema central: en la nueva relación con Dios desaparece el culto localizado y ritual (templos); el culto verdadero es la práctica del amor, expresión del Espíritu.

Tierra que conserva los recuerdos de los orígenes de Israel Jacob, José; cf. Gn 33,19; 48,22; Jos 24,32), Sicar, la antigua Siquén (Gn 33,18-20; Jos 24,32; Os 6,9) (5).

El manantial de Jacob (6), más adelante llamado el pozo (11.12), que en la tradición judía se convierte en un elemento mítico, que sintetiza los pozos de los patriarcas y el manantial que Moisés abrió en la roca del desierto; cf. Gn 29,2-10; Nm 21,16-18. Es figura de la Ley, de la que brota el agua viva de la sabiduría.

La mujer (7-8) no tiene nombre propio; representa a Samaría, que pretende apagar su sed en su antigua tradición. Encuentro del Mesías con Samaría a solas (cf. Os 2,15s). Dame de beber: Jesús pide una muestra de solidaridad en el nivel humano elemental, que une a los hombres por encima de las culturas y de las barreras políticas y reli­giosas (9).

Jesús quiere superar la enemistad ofreciendo un don mayor que el que pide. El don de Dios es Jesús mismo (3,16). El agua viva (10) sim­boliza el Espíritu. Extrañeza de la mujer, como la de Nicodemo (3,5); no conoce más agua que la de la Ley (el pozo) y piensa que ha de ex­traerse con esfuerzo humano. No se imagina un don de Dios gratuito (11). Conoce el don de Jacob (nos dio), pero no el de Dios (12). Insufi­ciencia del don hecho por Jacob (13); la Ley no satisface al hombre (cf. Eclo 24,21-23); Jesús ofrece a todos su agua/Espíritu (Is 55), que puede satisfacer las aspiraciones más profundas del hombre (14); el Espíritu es un manantial interno, no externo como la Ley/pozo; el hombre recibe vida en su raíz misma (dentro); manantial perenne que da vida y fecun­didad, desarrollando a cada uno en su dimensión personal. La Ley, ex­terna y genérica, despersonaliza; el Espíritu personaliza y comunica una vida que supera la muerte (definitiva). La mujer, dispuesta a abandonar el pozo de la Ley/tradición, que no calma su sed.

Obstáculo para recibir el agua/Espíritu. Cinco maridos (16-18), tras­fondo del libro de Oseas, donde la prostituta (Os 1,2) y la adúltera (3,1) son símbolos del reino de Israel, que tenía a Samaría por capital. Prostitución y adulterio: la idolatría, haber abandonado al verdadero Dios (Os 2,4.7-9.15). Alusión a 2 Re 17,24-41, donde se narra el origen de la idolatría de los samaritanos y se mencionan cinco ermitas de dioses, además del culto a Yahvé (2 Re 17,29-32). A estas cifras aluden las palabras de Jesús.

Piensa que la relación con Dios es cultual (19-20). No se trata de elegir entre templos, ha terminado esa época; no hay lugar privilegiado (2,19-12). Mujer (21) significa esposa (cf. 2,4). En contraste con la madre de Jesús, que representaba al Israel fiel, la samaritana representa al Is­rael infiel. Nuevo nombre de Dios: el Padre (21), el dador de vida. Nueva relación, establecida por la comunidad de Espíritu entre Dios y el hombre; excluye todo particularismo (12: nuestro padre Jacob; 20: nuestros padres). Vínculo familiar y personal; el culto será también per­sonal, en el marco de la relación hijo-Padre.

Lo que no conocéis (22), alusión a la infidelidad/idolatría de los sa­maritanos (cf. Dt 13,7). La salvación que proviene de los judíos es Jesús mismo como Mesías (26), salvador de la humanidad entera (cf. 11,52).

El verdadero culto a Dios (23) suprimirá el culto samaritano y el ju­dío. No se dará a un Dios lejano, sino al Padre, unido al hombre por una relación personal. Se da culto, se honra al Padre siendo como él, colaborando en su obra creadora, actuando en favor del hombre. Los antiguos cultos y templos, sustituidos por el amor leal al hombre (cf. 1,14.17) (el culto con Espíritu y lealtad), que prolonga el del Padre. Ur­gencia del amor del Padre (el Padre busca). Dios es Espíritu (24), dina­mismo de vida/amor; el hombre/hijo ha de comportarse como su Pa­dre: sintonía que lleva a la semejanza. El culto antiguo subrayaba la dis­tancia, humillando al hombre ante Dios; el nuevo (la práctica del amor fiel) tiende a suprimirla, haciendo al hombre cada vez más semejante al Padre. Revelación del Mesías (25-26).

Los discípulos: inferioridad de la mujer (27). La respuesta de la sa­maritana (28-30) y la de los habitantes abre el horizonte de la cosecha inmediata.

Para mí es alimento (cf. Sal 119,103; Prov 9,5, de la Ley) (34): el designio de Padre es comunicar a los hombres el Espíritu; en otras pa­labras, terminar la creación del hombre comunicándole la capacidad de amar.

Realizar el designio del Padre se expresa ahora en términos de siem­bra y siega (36), que están en función del fruto. El salario, el fruto mismo.

Al ocupar la tierra prometida, Israel gozó de bienes que no había trabajado (Dt 6,10s; Jos 24,13). Así ocurrirá ahora a los discípulos, quienes gozarán de la vida en la comunidad mesiánica, nueva tierra prometida, sin esfuerzo propio (37-38), mientras Israel, que rechaza a Jesús, se verá privada de ella (Dt 28,30; Miq 6,15).

La noticia dada por la mujer (39-40) hace comprender a los samari­tanos que ha llegado para ellos la hora de la misericordia de Dios (Os 7,1). Dos días, cf. Os 6,2: En dos días nos hará revivir. La fe, fruto del contacto personal con Jesús (41-44). Salvador del mundo, cf. 1,29: el que quita el pecado del mundo; 3,16. El tema del profeta rechazado por los suyos se había hecho proverbio (Mt 13,57; Mc 6,4; Lc 4,24; Jr 12,6-9; cf. Jn 1,11).



36. COMENTARIO 3

Ya mediada la Cuaresma, la 1ª lectura, tomada del libro del Éxodo, nos propone una persona y un signo: la persona es Moisés, el signo es el agua. Acerca de Moisés no se trata de una figura entre otras de la his­toria sagrada, del AT. No es un profeta como los de­más profetas. No se le aplica un título ni se le atribu­ye un solo rango de prerrogativas. Moisés es, en la Biblia una figura sólo parangonable con la Jesús. Así como para nosotros los cristianos Jesús es el profeta definitivo, el enviado escatológico de Dios, el media­dor de la nueva alianza; así para los judíos Moisés es el caudillo liberador, el líder fundador de la nación, el garante de la ley, el mediador de la primera alianza.

El agua vivificante es como un don, un regalo de Dios, cuando ya el pueblo desesperaba de encontrarla y enfrentaba la muerte. Es un signo muy natural: to­dos captamos su significado, a lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo. En las antiguas mitologías el agua era el origen de todas las cosas, el elemento funda­mental del que todas estaban hechas. En nuestro tiempo, comenzando el tercer milenio, llega a valer casi como el oro: se pronostican guerras por su posesión, se sueña con encontrarla en un planeta cercano a ver si se puede aprovechar. En el AT es una criatura de Dios, Él la tiene a su merced y la quita o la da según su voluntad. Puede convertirla en instrumento de castigo, como en el diluvio, o en don anhelado e inespe­rado, como en el pasaje que hoy leemos.


San Pablo, en el pasaje de su carta de hoy, define cual es ahora nuestra condición de cris­tianos: salvados por haber creído en Cristo, reconci­liados con Dios, llenos de sus dones, podemos gloriarnos como hijos de Dios. El mayor de los dones divinos es el Espíritu Santo que nos ha sido dado, don inme­recido e inesperado, como el agua de las fuentes de agua que brotaron del Horeb para saciar la sed del pueblo. Como el don que Cristo va a ofrecer a la mujer samaritana: no simplemente el agua del pozo, sin un surtidor que sube hasta el cielo que es precisamente el Espíritu divino.


La 2ª lectura está tomada de la carta de san Pablo a los romanos. Es uno de los más importantes escritos del NT, pues el apóstol nos presenta en ella una síntesis del Evangelio tal y como le fue revelado por Cristo.

El Evangelio de hoy, tomado de san Juan, es un texto de sobra conocido, todos podemos imaginarnos la escena casi idílica: a la vera del pozo en las afueras de una aldea de samaritanos, un hombre descansa y espera a sus amigos, que han ido a buscar alimentos. De pronto se presenta una samaritana orgullosa de su raza, del lugar de culto de su pueblo, en la cumbre del monte Garizim, tal vez también orgullosa de su vida conyugal y afectiva: ha tenido 5 maridos y ahora vive libremente con otro.

Como se niega a ofrecer de beber al viajero judío, este le ofrece un agua que quita la sed para siempre, el agua del Espíritu divino como un don, un regalo. Le anuncia el tiempo en que Dios ya no será adorado aquí o allá, por un pueblo o por otro, sino que será adorado en el corazón de cada ser humano reconciliado con todos los demás, abolidas las fronteras racia­les y sociales, los prejuicios religiosos y sexuales. La mujer termina deponiendo su orgullo y reconociendo en el extraño a un profeta, al Mesías esperado que le ha iluminado la existencia. Se convierte en misione­ra: va a contar a sus paisanos todo lo que este Jesús le ha dicho y provoca una pequeña revolución en la aldea: el odiado judío es invitado a quedarse unos días entre ellos, y termina siendo reconocido por los samaritanos como el Salvador del mundo.


Podríamos decir que esta es la "historia de un alma", la historia de cada uno de nosotros, los cris­tianos, cuando nos hemos abierto a la fe en Jesucris­to, nos hemos hecho consciente y activamente sus discípulos, hemos recibido el don de Dios, de Cristo, el Espíritu Santo. Si permanecemos en cambio al mar­gen de nuestra fe, sin querer comprometernos del todo, escudados en nuestros prejuicios sociales, nuestros intereses personales, somos como la samaritana que se negaba a dar a Jesús unos sorbos de agua. Sin saber que se estaba perdiendo la fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna.

Preparándonos en esta Cuaresma para la celebra­ción de la pascua de muerte y resurrección de nuestro Señor, debemos renovar el don de nuestro bautismo, asumir activa y conscientemente nuestro compromiso de cristianos: con Jesús, con nuestros hermanos y con el mundo entero al que debemos testimoniar nuestra fe «con pasión y entusiasmo».

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).

HOMILÍAS 15-20