42 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
37-42

37. + PARA ORIENTACIÓN DE NAVEGANTES:

ESTA REFLEXIÓN LARGA ES COMO UNA CARPETA, UN “MERCABÁ” O CARRETA DONDE EL PROFETA LLEVA SUS ESCRITURAS Y PAPIROS.

*  ESTA REFLEXIÓN GENEROSA: ME SITÚA, ME ORIENTA Y ENCUADRA LA ENSEÑANZA DE ESTE TERCER DOMINGO DE CUARESMA. LO ENTENDERÉ MEJOR.

*  SU MATERIAL ME PUEDE SERVIR PARA ALGUNA CATEQUESIS, REUNIÓN, HOJA PARROQUIAL, CARTELERA ETC

*  LA HOMILÍA PROPIAMENTE , CONTITUYE EL FINAL DE ESTE TEXTO Y VA EN AZUL.

 

 Hoy, día del Señor, nos reunimos para alimentar nuestro espíritu con la Palabra de Dios, que poco a poco nos va transformando, sin casi nosotros darnos cuenta. No lo dudéis, cada vez somos mejores, a pesar de nuestras miserias, debilidades  y pecados.

* Estamos recorriendo y viviendo esta etapa del año litúrgico, que llamamos cuaresma. Cuaresma o 40 días de preparación de cuerpo y alma, para vivir este año con mayor profundidad, con más fe y esperanza este gran misterio que da sentido a nuestra vida y a nuestra muerte: la Pascua de Resurrección de Jesucristo, que nos abre a nosotros también la puerta de nuestra resurrección, llenándonos así de esperanza, de gozo y de alegría, mientras recorremos este camino de la vida.

* Para nosotros, los cristianos, la muerte no es el final, tan solo un portalón que se abre a cuanto en este mundo hemos esperado y en lo que hemos creído, enseñados y formados  por la Palabra de Dios, que se nos ha revelado y hemos oído.

 

Nos encontramos ya en mitad de este tiempo de cuaresma, en su tercer domingo de los cinco que comporta. En los dos primeros domingos se nos ha enseñado el principio y el fin de la vida cristiana. En el primer domingo se nos dijo que la vida es lucha y trabajo duro para lograr el equilibrio de nuestros instintos, tendencias y pasiones, venciendo, como Cristo, las tres grandes tentaciones o deseos, que son:

 

1º- La avaricia y egoísmo, que se cura con la limosna, compartiendo lo que tengo y lo que soy.

2º- La soberbia y orgullo, que se cura con la oración, al reconocer al rezar, que el Señor y Dios es único, y que “nunca es el hombre más grande que cuando está de rodillas”.

Y 3º- La impureza, ebriedad o alcoholismo y glotonería, que se curan con el ayuno y abstinencia, es decir, me abstengo de todo aquello que me esclaviza y no me deja ser dueño y señor de mi mismo.

San Juan nos lo dirá de esta manera: “Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra. de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno.  No améis al mundo ni lo que hay en  el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo es: concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”

(1 San Juan, 2, 16-17)

 

Naturalmente que este trabajo cristiano, si se toma en serio y con responsabilidad, asusta y le hace a uno temer por ser duro y difícil. Por eso, la Iglesia, para darnos ánimos e impulso, nos presentó inmediatamente, en el 2º domingo de cuaresma, el fin o la meta de la vida cristiana por anticipado, haciéndonos contemplar a Jesucristo trasfigurado en el monte Tabor, con Pedro, Santiago y Juan, como testigos de lo maravilloso, de la gloria y gozo inmensos, que nos hacen olvidarnos de nosotros mismos, y de las cosas de este mundo.  

 Los apóstoles, al hacer esta experiencia de la vida gloriosa, quisieron quedarse allí para siempre, y Pedro se divinizó, porque, como Dios, pensó en los demás y se olvidó de si mismo, no necesitaba nada, solo pensó en Jesús Moisés y Elías. Pero les faltaba aun mucho camino que recorrer en su vida de cristianos o seguidores de Cristo y tuvieron que bajar del monte Tabor al trabajo y tarea de la llanura, de esta vida terrena.

 Hemos visto, pues el principio, tentaciones y lucha, y el final al que nos dirigimos, la gloria de la Resurrección, que es también la nuestra.

 Ahora, en estos tres domingos que nos restan se nos presenta:

* En este tercer domingo, la naturaleza de esa gloria, de la nueva vida o resurrección, que Jesucristo nos ha ganado con su pasión, muerte y resurrección y a la que nos encaminamos. ¿Cómo es esa nueva vida o resurrección gloriosa, cuál es su naturaleza, cómo se vive? Hay que beber esa agua de la roca que evita la muerte de sed. Cristo dará en cambio el agua viva para la vida eterna.

 * En el cuarto domingo se nos llenará de esperanzas, pues nos presentarán como un retrato magnifico del Dios a quien adoramos. Cristo, se nos revelará como luz  que da otra visión de las realidades oscuras. No debemos apoyarnos en simples apariencias. Vemos como el ciego de nacimiento a un hombre y nos postramos, adorando a Dios: Creo, Señor en ti

 *  Y en el quinto domingo, se fortalecerá nuestra fe en ese final de la vida humana, que es la muerte, relatándonos la resurrección o reanimación de Lázaro por Jesús, para entrar así en la gran Semana Santa y celebrar con devoción, misterio y agradecimiento el jueves santo, con dolor y esperanza, el viernes santo y con gozo y alegría el domingo de Pascua, con la resurrección de Jesucristo, que nos anuncia nuestra propia resurrección.

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Veamos, pues, en lo que debemos trabajar y renovar las ideas que tenemos de nuestra vida cristiana, en esta semana. ¿Qué es propiamente la nueva vida de resucitados, que Jesús nos ha ganado con su muerte y su propia resurrección? ¿En qué consiste, cuál es su naturaleza? ¿En qué terreno se desenvuelve la verdadera vida cristiana? Y en este domingo nos lo van a explicar con símbolos, imágenes y situaciones, para que no nos quedemos en la materialidad de los relatos, como niños pequeños de  la catequesis, sino que vayamos más allá de todas las cosas materiales, más allá de lo que se ve, más allá del agua material de la Samaritana, más allá de  la comida que le traían a Jesús los apóstoles, más allá del culto material en Jerusalén del que hablaba la samaritana, más allá de la cosecha que amarilleaba en los campos, al acercarse los samaritanos en masa a Jesús.

 La justicia, la honradez, la templanza, la humildad, la solidaridad es campo común para todo hombre que se precie de serlo. El no cristiano lucha también por estos valores.

 Pero hoy a los cristianos de verdad, a los que hemos abierto las puertas de nuestra vida a la confianza en el Dios de Jesucristo, se nos impulsa a sobrepasar los límites y fronteras naturales para entrar en lo específicamente cristiano. Se trata de una obra de artesanía. Debemos tomar, pues, una cierta distancia de la materialidad del relato de la samaritana para no quedar presos de la simple narración poética y sugerente.

 Observemos en primer lugar las contraposiciones o antítesis del relato para hacernos pensar y lanzarnos a la vez, de lo material, natural y terreno a lo de más allá, a la nueva vida que Dios ha puesto en nosotros, a ese tesoro escondido, que hay en nuestro corazón y que aun no hemos descubierto.

Vemos a Jesús fatigado y hambriento, que pide pan a sus discípulos y ellos fueron al pueblo a comprarlo. Pero al traérselo, les invita a sobrepasar las apariencias del hambre y del pan material: Maestro, come”, le decían, pero él les respondió: “tengo un alimento, que vosotros no conocéis”. Los discípulos estaban anclados en este mundo presente y material. No concebían, ni pensaban en otro alimento que el pan material que tenían entre sus manos, por eso, comentaban entre ellos: ¿le habrá traído alguien de comer?”. Jesús les dice entonces: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra”. La vida de Jesús está más allá que el hambre y el pan material. Nuestra vida también tiene que tender hacia esa otra realidad trascendente, que nos lleva más allá de la realidad de este mundo material. Ni por el hambre debemos dejarnos apresar y renunciar a ese más allá, con lo difícil que resulta todo esto.

 Corremos el riesgo de lanzarnos a lo social con el enjambre de ONGs y dejar de lado lo trascendente. Necesitaremos los ojos del ciego de nacimiento del domingo próximo para descubrir que el ser humano no es solo alimento y bebida y vestido con qué cubrirse…

 Veamos otro fragmento del relato de la samaritana, que nos impulsa también hacia adelante, hacia lo trascendente, que está más allá de lo aparente. A la samaritana le pide agua para beber: “Dame de beber”, pero a la vez la invita a sobrepasar el gesto humano y generoso de dar de beber esta agua material del pozo. “¡Ah! Si conocieras lo que Dios te quiere dar y quién es el que te pide de beber, tú misma se lo pedirías a él y él te daría agua viva”.

 Ella no puede entender este lenguaje, como nosotros tampoco, porque estaba y estamos anclados, agarrados y presos de lo material y de la técnica de este mundo. “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde puedes sacar esa agua viva?” Jesús continúa: El que bebe de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed, porque el agua que yo le daré se hará en él manantial de agua viva, que brotará para la vida eterna. Pero ella no acababa de entender. Agua... y agua viva.

 Ante esta invitación a sobrepasar la materialidad de las cosas, la apariencia de esta vida para ir más allá, hacia lo trascendente, la mujer, que no acababa de entender este lenguaje, insiste en las ventajas materiales, que ella tendría, si Jesús le da esa agua viva, pues ya no necesitará hacer todos los días el medio kilómetro para venir al pozo a buscar agua.  Le dijo entonces la samaritana: “Señor, dame de esa agua viva para que no sufra más sed” Y el diálogo profundo sobre el agua viva, comenzó.

 Una observación muy importante es que para ir más allá de las cosas, a lo trascendente, hay que partir de lo que está más acá, de las mismas cosa de la vida. No está bien hacer  “angelismo”, andar por las nubes, sino que para entender la naturaleza de la nueva vida hay que tener los pies en el suelo. Así vemos cómo Jesús no hablará del agua viva, sino a una persona dispuesta a darle agua natural  del pozo para apagar su sed.

Y no hablará de otro alimento eterno, sino a los apóstoles, a quienes ha enviado a buscar el pan material, que calma el hambre y la fatiga.

 En otras palabras: la personalidad de Jesús no  la captan más que los hombres que busca pan y agua para sus hermanos. Es inútil discutir del misterio de Jesús con gentes que no se han comprometido en lo profano y temporal. Nada, pues, de misticismos, piedades o angelismos falsos. Jesús no está por encima y al margen de  estas tareas temporales y profanas, sino que está dentro y... más allá. El peligro es que nos quedemos dentro y olvidemos “el más allá”

 ¿Estás tú dispuesto a responder con sinceridad y a convertirte como la samaritana para adentrarte como ella en tu interior y ver el desorden de tu vida? Es muy comprometido, pero es muy liberador. Para beber de esta agua pura y viva hay que tener un corazón dispuesto a todo, a la conversión, a cambiar muchas cosas que están incrustadas en nuestra vida y ya las vemos normales, como tragarnos toda esa televisión basura.

Ella echó de su corazón a los cinco maridos que había tenido y apartó de su vida al hombre que convivía con ella sin serlo, porque había encontrado a un hombre excepcional, que le había llenado de luz, de pureza y de valor su vida y si existencia.

 Tú ¿qué echarás de tu corazón? Claro, primero hay que aceptar esta invitación de ir más allá de las cosas, de las apariencias, de nuestros intereses, vamos, de nuestros pecados o vida desarreglada en pocas o muchas cosas, graves o no tan graves. Esta agua, que hace referencia al agua viva del sacramento del bautismo, revela a cada hombre lo que es en sí mismo. Le descubre el misterio y tragedia de  su personalidad. No nos basta con ser justos, generosos, honrados, humildes y templados. Hay que ser cristianos

 Que en esta semana y en esta eucaristía y toda la vida,  nos comprometamos con lo profano: dar pan al hambriento, dar agua al sediento, que es lenguaje real y a la vez simbólico, para que así nos podamos encontrar con Jesús como la Samaritana: dentro de nosotros... y más allá.

Eduardo Martínez Abad
escolapio


38. DOMINICOS 2005

La liturgia de este domingo nos invita a vivir con responsabilidad y hondura nuestra existencia humana. Ante los traumas personales o los problemas sociales, con frecuencia nos vamos por las ramas, sin asumir ni enfrentar las cuestiones de fondo. Con esta actitud, ni nuestra vida, ni nuestra sociedad se transforman.

Y lo más grave es que, a través de los tiempos, el culto y la religión, que pueden ayudarnos, se han tomado como estandartes para esclavizar, oprimir y masacrar al ser humano; para conducirle por derroteros de cierta superficialidad, de conductas externas carentes de sentido; para justificar lo que a los ojos de Dios es injustificable: la falta de Amor. Y eso es inadmisible, porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rm 5, 5) y tenemos que activarlo.

Como a la mujer de Samaría, Jesús de Nazaret nos espera en “el pozo de Jacob” para recordarnos que el verdadero culto no está en las formas, sino en la vida. Y que lo verdaderos adoradores del Padre lo hacen en “espíritu y en verdad” (Jn 4, 24).

Imágenes del primer Alfarero, nuestro corazón anhela lo infinito. No hay sustitutos posibles que lo llenen. Por eso, Jesús nos regala “un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna” (Jn 4, 14). Bebamos de esa agua para ir mitigando la gran sed que nos habita.


Comentario Bíblico

Buscar la religión que procura la "Vida"

Iª Lectura: Éxodo (17,3-7): Masá y Meriba: Dios siempre da de beber
I.1. Los nombres de Masá y Meribá -en los que se ha establecido una relación etimológica con el hecho “de tentar y de contender” (reyerta y tentación), de que habla el relato-, son con toda seguridad nombres de lugares antiguos que se han cargado de mito y leyenda. Pero también ha venido a tener su simbología en la actitud por la que pasa el pueblo y por la que pasan por los todos los creyentes; por eso no importa mucho si ignoramos en dónde están y en qué desierto. La leyenda judía ideó que esa roca iba siguiendo a los israelitas por el desierto. Y de ahí tomó pie Pablo para hacer una lectura midráshica, como han puesto de manifiesto los especialistas y glosar, desde la perspectiva del cristiano que ve en Cristo el gran signo de Dios: "Y la roca era Cristo" (1 Cor 10,4).

I.2. La roca del Horeb sobre la que debía golpear Moisés para dar agua al pueblo en el desierto, en las fuentes de Meribá, ha tenido una gran tradición en el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos (78; 95; 105; 106; Sab 11,4). Ya se sabe que el desierto es el lugar de la prueba, especialmente por la necesidad de beber. El agua, en Israel, era y es un tesoro, porque es una pequeña región rodeada de desierto. Un poco de agua es como un milagro y toda sequía es como un castigo y una tentación. Al pueblo, en el desierto, no le compensa su libertad frente a los faraones; no quieren morir en el desierto, aunque podían haber muerto esclavos y explotados cerca de la pirámides de Egipto. Pero así es el sino de todo tipo de liberación.

I.3. “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” Es la pregunta del pueblo sediento… ¿de qué vale la libertad conquistada? El texto quiere reafirmar la fe de un pueblo en Dios, pase lo que pase y suceda lo que suceda. Es más, las dificultades y adversidades deben ser las que ponga de manifiesto la fe en Dios, porque siempre Él, de una manera o de otra, nos “da del agua de la roca”… Dios está en medio de nosotros, pero no podemos exigirle que lo muestre como nosotros queremos, sino que sepamos buscar “el agua” que nos proporciona de rocas que en su entraña llevan una fuente. Sin la vara de Moisés, sin el milagro de la magia, sino con la confianza y la fortaleza de ánimo, porque Dios ¡sí está en medio de nosotros!


IIª Lectura: Romanos (5,1-8): Dios nos ofrece la salvación "por amor"
II.1. La segunda lectura nos ofrece una enseñanza clave en esta carta paulina. La verdad es que la liturgia no ha tomado la totalidad de este conjunto, uno de los más fuertes y densos de este escrito paulino. El apóstol comienza en este instante el meollo de su carta (5,1-8,39) y lo hace con una significativa proclamación kerygmática de lo que Dios ha hecho por la humanidad, por medio de Cristo que “lo ha llevado” hasta dar la vida por todos. Esto es básico en el pensamiento de Pablo y en la proclamación de la condición de la religión cristiana. Vemos aquí que es Dios el que sale al encuentro del hombre, no el hombre el que sale a la búsqueda de Dios. Por eso debemos seguir afirmando que el cristianismo es la religión de la gracia, de la oferta, del milagro de la misericordia y gratuidad divina.

II.2. Pablo, aquí, centra su pensamiento en lo que significa en la vida presente para los creyentes ser justificados por la fe. La salvación, pues, es una gracia de Dios que se nos otorga mediante nuestra confianza en Jesucristo. El enunciado de esto es de un calado teológico sin precedentes, dicho, además, por alguien que procede del judaísmo, como Pablo. Esta gracia es lo que define la justicia de Dios y la vida cristiana. De esto es de lo que debe gloriarse el cristiano, de creer y experimentar la gracia que nos llega por medio del Espíritu de Dios. Pablo está queriendo decir que no hay que gloriarse del esfuerzo que debemos hacer para salvarnos, porque entiende que la salvación es una gracia, un regalo; pero también los regalos hay que saber acogerlos y agradecerlos.

II.3. ¿Qué significa, pues, la proclamación kerygmática de Rom 5,1-11? Pues que la justificación ó si queremos la salvación, para ser más directos, tiene una estrategia que ha establecido el mismo Dios, por medio de Cristo. Aunque Pablo no se va a poder liberar del lenguaje propio del AT, de los sacrificios y de la muerte, no debemos quedarnos en eso, sino en lo que se afirma. Cristo murió por los “impíos”… y puesto que Dios nos ama (v. 8), Cristo dio su vida por nosotros. ¿Era necesaria esa muerte? Para Dios no era necesaria, y no es Dios quien entrega a la muerte a Jesús, sino los hombres. Pero la formulación de Pablo quiere dejar clara la iniciativa divina. Esto ha ocurrido porque Dios nos “ha amado” y nos ama…


Evangelio: Juan (4): El agua viva de una religión de gracia
III.1. El evangelio, de san Juan (en este domingo se prescinde de Mateo), nos ofrece una de las escenas y diálogos mejor construidos del cuarto evangelista. Todo hemos escuchado alguna vez esta narración de Jesús y la samaritana; aunque no siempre hayamos podido abarcar todo su significado y profundidad. Puede que hoy no la oigamos completa, pero su sentido es el mismo que exponemos. Jesús pasa por territorio de herejes, como eran considerados los samaritanos por los judíos ortodoxos. Es una vieja historia de odios y rencores a causa de la religión. Los samaritanos se consideraban herederos de los patriarcas, tenían su Pentateuco, creían en Yahvé, en Dios, pero unos y otros pensaban que su “dios” era mejor que el otro, y su templo, y su monte santo, y su agua y sus fuentes. La escena se sitúa en Samaría.

III.2. Los samaritanos proceden de la unión de tribus asirias y de judíos del reino del Norte antes de su destrucción en el año 721 a. C.. Después se llegó a un verdadero cisma entre judíos y samaritanos, como rigorismo de la reforma judía que sigue al destierro de Babilonia. Los samaritanos se opusieron a la construcción del nuevo Templo de los judíos. Construyeron otro santuario para ellos en el monte Garizim que fue destruido en el año 129 a C.. Los samaritanos se consideran descendientes de los Patriarcas, y estaban orgullosos del pozo que ‑decían‑ les había dejado su padre Jacob por medio de José (Gn 33,19;48,22; Jos 24,32). Los samaritanos solamente creen en los cinco libros del Pentateuco; aún hoy existen tribus samaritanas. Un judío religioso debía evitar todo contacto con los samaritanos, no solamente impuros, sino herejes, y lo que menos se podía pensar era en pedirle a ellos de comer o beber (Cf. Eclo 50,25‑26; Lc 9,52; 10,33; Mt 10,5). En este relato van a coincidir una serie de factores, muchos tipológicos, para enseñar verdades que nunca deberíamos olvidar. Jesús fatigado del camino, deja Jerusalén, va hacia Galilea y pasa por Samaría que era un lugar que evitaban los judíos piadosos. El, Jesús, un hombre, un judío, y si queremos Dios «pide» a una mujer pecadora y herética. Jesús, a una samaritana, a una persona que por herejía solo podía dar hastío y maldición, le pide. Ya sabemos que Jesús le pide para dar él mucho más. El diálogo es sabroso, es un diálogo con alguien maldito. Y Jesús ofrece a cambio «agua viva». Esta expresión en el AT significaba: los valores de la vida, la revelación, la Sabiduría divina y la Ley (Cf: Jer 2,13; Zac 14,8; Ez 47,9; Prov 13,14; Is 44,3; Jl 3,1). En nuestro caso, a cambio, Jesús ofrece por el agua del pozo (que puede significar el judaísmo con lo que prometía y no daba, ya que los samaritanos también eran judíos), «agua viva» que según el mismo Juan es el Espíritu que da la vida eterna (cf: Jn 7, 37‑39).

III.3. Jesús no pasa por casualidad por aquél camino, ya que a la ida o vuelta de Jerusalén, había que evitar este territorio central de Tierra Santa; había elegido él mismo el camino por el que debía pasar; se siente cansado, pero, más bien que por el camino, a causa de estas disputas religiosas sin sentido y le pide a la mujer (representante de todo un pueblo odiado y condenado) agua, llega pidiendo, no ofreciendo. Existe desconfianza, aunque Jesús ha venido para ofrecer a estos herejes un espíritu nuevo, un agua viva, un culto nuevo, un Dios verdadero. El agua del pozo estaba encerrada y el pozo era hondo; representa el judaísmo y el samaritanismo. Es una crítica a las religiones que ponen tanto empeño en sus cosas, en sus tradiciones, en sus costumbres y en sus normas. A una y otra religión les faltaba el agua viva, carecían de Espíritu y verdadera adoración. Vemos a Jesús que escucha las quejas de la mujer samaritana contra los judíos; pero Jesús, en el evangelio no representa a los judíos, aunque sea confundido con uno de ellos. Advirtamos que Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente sed, para ofrecerse como agua viva.

III.4. Con esa dinámica de contraste, la teología joánica de este pasaje, emblemático a todas luces, propone una religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. El Espíritu dará a conocer cuál es el culto que tiene sentido: el conocer a Dios y el adorarlo como Padre. Pero los judíos y los samaritanos no adoran precisamente a un Dios como Padre, sino a un dios que ellos mismos se han creado a su modo y manera; el dios que justifica sus odios y rencores. Esa religión, que muchas veces sigue siendo la dinámica de nuestras religiones actuales es un contra-Dios y anti-evangelio. Hoy, pues, también podemos aprender mucho desde el punto de vista ecuménico en la celebración de la eucaristía con este evangelio joánico. Ese no pasar de lejos por el terreno, por el mundo o la vida de los malditos; ese pedir para dar y ofrecer en nombre del Dios vivo la felicidad y la vida verdadera… es lo propio de la “religión” de Cristo. Son muchos los desafíos que esta narración evangélica nos sugiere. El relato nos muestra a un Jesús que en este caso no es un simple judío, sino el Logos de Dios, que habla y dialoga con una mujer (que representa a un pueblo con sus influencias sincretistas, pero al fin y al cabo una mujer)… que descubre algo nuevo que viene de Dios. Y entonces todo cambia… se dejan de lado historias pasadas, reglas que atan el corazón y el alma de la gente religiosa… y hacen posible descubrir a Dios como Padre.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

 

Pautas para la homilía

El surtidor de agua viva

En nuestros días se ve como un desafío el diálogo interreligioso. Y lo es. Jesús es el paradigma de hombre dialogante. Así le descubrimos en el encuentro con la mujer de Samaría. Los samaritanos eran gente despreciada por los judíos, entre otras razones, porque su religión y costumbres estaban impregnadas de elementos paganos. No era, pues, concebible que un judío entablara conversación con una samaritana. Y, para colmo, con una mujer. Jesús altera los esquemas convencionales para dar paso a una novedad relacional. ¿Qué pasos damos en el diálogo con personas de otras religiones? ¿De qué manera buscamos con ellas lo esencial, lo que nos une?

Jesús aparece signado por la carencia: pide agua a la mujer. Esta se sorprende, y con razón. Posiblemente es la primera vez que un judío se dirige a ella y, además, para pedirle un gesto de solidaridad, más allá de credos religiosos o discriminaciones sociales. ¿Cómo es nuestra solidaridad con el inmigrante, con el diferente?

Cual sabio pedagogo, Jesús va despertando el interés de la samaritana. Pues no le ofrece solamente palabras, sino una “agua viva” plenificante, esa felicidad a la que todos aspiramos y que los ídolos (poder, tener, placer…) no nos pueden otorgar. El surtidor de una vida plena nos lo regala el Espíritu y los que por él se dejan alcanzar. En nuestro cotidiano vivir ¿qué ofrecemos a los demás? ¿Palabras? ¿Gestos que ayudan a vivir?


En Espíritu y en Verdad

El culto que no privilegia la vida es falso. Nuestras prácticas religiosas pueden convertirse en fórmulas huecas y rutinarias. Con frecuencia, se oye decir: “Ya cumplí con la Misa del domingo”. Como la mujer de Samaría, evadimos lo esencial para justificar nuestro culto. Nuestros sustitutos del Dios de la vida y de la historia. ¿Cómo es nuestro culto? ¿Qué incidencia tiene en nuestra vida y en la de los demás?

Es el Espíritu el que nos lleva a conocer el “don de Dios” y despierta en nosotros ese deseo de autenticidad, de verdad. Jesús, sentado en el brocal del pozo, en el bochorno de nuestra historia, nos urge a no absolutizar nuestros espacios ni nuestros conceptos, pues Dios los desborda todos con su derroche de amor, ternura y misericordia. ¿Hemos escuchado, de verdad, a Jesús? ¿A quién o a qué absolutizamos?

La praxis religiosa, en “Espíritu y en Verdad” genera cauces de libertad, justicia, tolerancia, amor inclusivo, fraternidad. Belinski, en una carta dirigida a Borkin, escribe: “No deseo la felicidad que se me dispensa, si no se me tranquiliza de antemano sobre cada uno de mis hermanos”. Los verdaderos adoradores del Padre apuestan por la vida y se preocupan, de manera especial, por los más pobres y olvidados que habitan en los márgenes de una sociedad injusta.


Encontrar a Jesús

El encuentro con Jesús nos signa. Nos inquieta. Prende fuego en nuestro interior y nos envía. La samaritana de Sicar que fue al pozo con un objetivo bien concreto, sacar agua del pozo, abandona el cántaro vacío y, transformada por este encuentro, realiza una experiencia misionera con los de su pueblo. A partir de este relato de Juan, podemos preguntarnos: ¿Hemos encontrado a Jesús? ¿De qué manera nos inquieta? ¿Qué experiencia misionera tenemos?

La pasión por Jesús nos mantiene en estado de vigilia y expectación. Es la aproximación al que nos regala el “agua viva” la que hace emerger nuestra sed más honda y nos lleva a relativizar los aspectos secundarios de nuestra vida, que tanto nos entretienen. La que nos sigue invitando a cultivar la intimidad con Él, porque es ahí donde se nos revela. Con los samaritanos, con los despreciados de este mundo, podremos hacer nuestro acto de fe, afirmando: “él es de verdad el Salvador del mundo” (Jn 4,42). ¿Cómo es nuestra vida espiritual? ¿De qué manera cultivamos la intimidad con Jesús?

La experiencia del encuentro con Jesús centra y dinamiza nuestras vidas. Se convierte en un nuevo comienzo y en una manera diferente de comprender las cosas. Siempre de cara al cultivo de la alteridad. Cada día nos irá exigiendo más y más, hasta llegar a entender la gran paradoja evangélica: “El que conserve su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mi la conservará” (Mt 10, 39). El despojo y la pérdida nos conducen a la ganancia. Nos convierte en esos hijos e hijas “buscados por el Padre” que lo adoran “en espíritu y en verdad”. ¿Estamos dispuestos a gastar nuestra vida en el servicio a nuestros hermanos y hermanas? ¿Al servicio del Reino de Dios?

María Teresa Sancho Pascua
dmsfpg@terra.es


39. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO 2005

Comentarios al Texto Sagrado

Éxodo 17, 3-7:

La lectura de hoy nos presenta un episodio muy denso de contenido no sólo por sus enseñanzas morales, sino sobre todo por el significado Mesiánico que en él late:

— Israel, una vez más, sucumbe a la tentación de desconfianza e infidelidad para con Dios, de re­beldía con Moisés. A la prueba de la sed, prueba ciertamente muy dura en el desierto, responde con el propósito de volverse a Egipto, abandonar para siempre su vocación a la Tierra Prometida.

— Moisés, fiel siempre a Dios y misericordioso con su pueblo, realiza la maravilla: Al golpe de su vara, de las entrañas de la Roca fluyen ríos de agua límpida. El pueblo, ante el milagro, desiste de sus planes de deserción. Pero deberá hacer penitencia y ser purificado del enorme pecado cometido al desconfiar de Dios, despreciar su vocación y soli­viantarse contra Moisés.

— Al leer la Biblia nunca debemos olvidar que todo debe interpretarse en clave de Historia Salvífica. En esta página se nos ofrece, bajo el “signo” de esta Roca que brota agua, uno de los dones Mesiánicos o Salvíficos más claros y más ricos. En efecto, cuidará el N. T. de decirnos que tanto la “Roca” (1 Cor 10, 4) como el “Agua” (Jn 7, 37) simbolizan, prenuncian y prometen a Cristo. Mientras peregrinamos camino de la Patria nos acosará como a los israelitas la tentación de la desconfianza e infidelidad, la tremenda tentación de despreciar los bienes invisibles y eternos para saciarnos de los caducos y sensibles. Pero tenemos siempre con nosotros la Roca de la que mana Agua de Vida Eterna. Recordemos el sermón de Jesús en la Fiesta de los Tabernáculos: “El último día de la Fiesta, el más solemne, Jesús, de pie y en alta voz, decía: “Quien tenga sed venga a Mí, y beba quien cree en Mí”. Como dice la Escritura, “fluirán de sus entrañas avenidas de agua viva” (Jn 7, 37). Y comenta el mismo Evangelista: “Esto lo decía refiriéndose al Espíritu Santo que habían de recibir los que creerían en Él” (Jn 7, 39). A eso nos orienta la lección de la Roca de Agua del Desierto: Quien cree en Cristo tiene Vida Divina. Vida saciativa. “Bebe a Cristo. Es la fuente de la Vida” (Amb in Ps. 1, 33). La Eucaristía, máxima presencia de Cristo en nuestra etapa de viadores (Desierto) es Sacramento de fe y Fuente de Vida Divina.

Romanos 5, 1-2. 5-8:

Israel, peregrinante del destierro a la Tierra Prometida, prefiguraba al Israel de Dios, el Pueblo cristiano, la Iglesia Peregrina. San Pablo nos traza el programa que ahora, viadores, debemos cumplir los renacidos del Agua Bautismal, vigorizados en la Fuente de Agua Viva (Eucaristía).

— Firmes y perseverantes en la Fe (1). A la “Fe” en Cristo van anejas todas nuestras riquezas: la Gracia, que es paz y reconciliación con Dios; que es Vida Divina en nosotros (2).

— La Fe debe tener un fuerte latido de “Confianza”. Peregrinos, vamos a ser sometidos a pruebas y tentaciones. Pero nosotros, que nos “gloriamos en la esperanza de la Gloria de Dios, nos gloriamos asimismo en las tribulaciones” (5). Las tribulaciones no nos hacen zozobrar. Miramos siempre a la Patria. Nuestro destino es la Gloria de Dios. Cristo nos ha hecho “Herederos, coherederos con Él en la Gloria del Padre” (R 8, 17). Y de esta gloria tenemos ya las más preciosas arras. Como garantía y testigo del amor de Dios y del destino eterno que nos ha señalado, tenemos el Espíritu Santo que inhabita nuestros corazones. Realmente “esta esperanza no defrauda. Pues el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, dado a nosotros” (5). El Espíritu Santo que nos inhabita es a la vez testigo y garante del amor que el Padre nos tiene, y latido filial del amor que nosotros tenemos al Padre.

— Otro testimonio aún del amor que el Padre nos tiene: Testimonio que debe tornar firme nuestra fe, inconmovible nuestra esperanza, urente nuestra caridad: El Hijo de Dios ha muerto por quienes éramos enemigos de Dios. Argumenta Pablo: Si cuando éramos enemigos tanto nos amó Dios que envió su propio Hijo a que nos redimiera del pecado; ahora que estamos ya plenamente en paz y amor con Dios: “mucho más al presente seremos por Cristo salvados y en Cristo amados” (11). Acaba Pablo de proponernos el mejor itinerario para nuestra vida peregrina: Fe-Esperanza-Caridad. Y para que los viadores no erremos el camino, la Iglesia nos insiste: Qui nos per abstinentiam tibi gratias referre voluisti, ut ipsa et nos peccatores ab insolentia mitigaret, et, egentium proficiens alimento, imitatores tuae benignitatis efficeret (Pref.)

Juan 4, 5-42:

San Juan enmarca en el episodio del encuentro de Jesús con la Samaritana preciosas enseñanzas:

— Jesús se revela a la Samaritana: a) Como Fuente de Agua Viva. Poco a poco Jesús conduce a la Samaritana a desear otra Agua; la de verdad saciativa; manantial en la misma entraña del alma (14). b) Como Templo único, espiritual y verdadero. Los otros templos, incluso el de Jerusalén, son materiales, rituales, transitorios (23). c) Y sobre todo se le revela como Mesías: “Yo Soy; contigo habla” (26). Precisamente porque es el Mesías nos puede dar Agua Viva y nos puede transformar en adoradores en espíritu. Es el Mesías que nos va a saciar de Espíritu Santo. En el Espíritu de Cristo viviremos; adoraremos y amaremos al Padre: “Cuando Jesús pide agua a la Samaritana, ya crea en ella el don de fe; y se digna tener sed de su fe para encender en ella el fuego del amor divino” (Pref.).

— Jesús hace también en este momento revelaciones importantísimas a los Apóstoles: a) Jesús hace la “Obra” del Padre. Esta Obra es nuestra Salvación. Realizar esta Obra divina es su misión y su manjar (34). b) Pero Él deberá retornar al Padre; y quedarán ellos como continuadores de esa Obra (35). Tienen, pues, que estar muy gozosos de que los haya asociado a su Obra. El ha sembrado. Ellos cultivarán y segarán las mieses. Un mismo gozo debe unirlos, ya que los une una misma Obra y Premio (38).

— Ante sus ojos tienen un espectáculo consolador: la fe de los samaritanos (40). Samaria ha sido el campo de cosecha más generosa. Oleadas y más oleadas de samaritanos proclaman a voz en grito: “Creemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo” (42). Precisamente también en Samaria cosecharán Pedro y Juan su más rica siega de almas (Act 8, 14-17).
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San Agustín

El agua, símbolo bíblico del don vivificante del Espíritu Santo, signo de vida en la conciencia humana y en la historia de la salvación, constituye el tema litúrgico de este Domingo, en el que se tienen de modo especial se tiene presentes a los catecúmenos, que se preparan para ser bautizados en la Vigilia Pascual.

–Éxodo 17,3-7: Danos agua para beber. El agua viva que Moisés dio misteriosamente a su pueblo, sediento en el desierto, era signo de la Providencia divina. Comenta San Agustín:

«Bebieron la misma bebida que nosotros, pues la Roca era Cristo. Bebieron, pues, bebida espiritual, la que se tomaba por la fe, no la que se bebía con el cuerpo. Oísteis que era la misma bebida: la Roca era Cristo... fue golpeada la roca misma con el madero para que saliera agua, pues fue golpeada con una vara ¿Por qué con madera y no con hierro, sino porque la Cruz fue acercada a Cristo para darnos a beber la gracia?

«Así pues, el mismo alimento y la misma bebida, mas esto sólo para los que entienden y creen. Para los que no entienden, allí no había más que maná y agua, alimento para el hambriento y bebida para el sediento. Entonces Cristo tenía que venir aún; ahora, Cristo ya ha venido... distintas palabras, pero el mismo Cristo» (Sermón 352,3)

–«Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos en su presencia dándole gracias. No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras» (Salmo 94).

–Romanos 5,1-2.5-8: El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que se os ha dado. En la Nueva Ley, Cristo es la garantía de nuestra fe y de la vida divina que, por el don del Espíritu Santo, se derrama en nuestros corazones. San Agustín comenta este pasaje paulino:

«¡Admirable bondad de Dios, que nos otorga un don igual a Él mismo! Su don es el Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un Dios único: la Trinidad. Y ¿qué bien nos trajo el Espíritu Santo? Óyeselo al Apóstol: El “Amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones”. ¿De dónde, oh mendigo, te vino ese amor de Dios descendido en tu corazón? ¿Cómo ha podido este amor divino ser derramado en el corazón de un hombre?

«“Llevamos este tesoro en vasos de barro, dice el Apóstol”. ¿Por qué en vasos de barro? Para que resalte la fuerza de Dios. Y, por último dice: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”, y, para que no se atribuya nadie a sí mismo el amar a Dios, añade: “por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.

«Luego, para que tú ames a Dios es necesario que Dios more en ti, que su amor venga de Él y vuelva de ti a Él; o sea, que recibas su moción, ponga en ti su fuego, te ilumine y levante su Amor» (Sermón 128,4).

–Juan 4,5-42: Un surtidor de agua que salte hasta la vida eterna. El encuentro personal con el Corazón de Cristo, por la fe y el amor, es la base misma de los sacramentos, signos de la acción de Dios que nos salva en su Hijo Redentor. También San Agustín contempla el pasaje evangélico de la samaritana, al hablar de los encuentros redentores personales de Jesús en el Evangelio:

«Les propuso la parábola de dos personas deudoras de un mismo acreedor. También Jesús deseaba a Simón, que le había invitado a comer su pan. Tenía Él mismo hambre de aquél que le alimentaba... Es lo mismo que dijo a la samaritana: “Tengo sed”. ¿Qué quiere decir “tengo sed”? Quiere decir: “Anhelo tu fe”» (Sermón 99,3).

El encuentro de Jesús con la samaritana marcó la vida y la conciencia de aquella mujer, para transformarla y redimirla. Nosotros también tenemos que ser marcados por la Eucaristía que celebramos y recibimos.

(Tomado de GARRIDO BONAÑO O.S.B., Manuel. Año litúrgico patrístico. Fundación Gratis Date)
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Fulton Sheen

LA MUJER JUNTO AL POZO

En el jardín de todo corazón se libra de continuo un gran combate. Sólo Dios y el alma lo conocen. Así como los planetas afectan a las plantas, como la luna de un modo o de otro influye en todas las mareas del mundo, así todo corazón es alcanzado por los influjos de otro mundo.

Uno de los más hermosos relatos sobre las pugnas que se libran en el alma, es el de la mujer junto al pozo.

El lugar del hecho fue Samaría, región situada entre Judea y Galilea, en Palestina. Galilea está al Norte, Judea al Sur y entre ambas se halla Samaría.

Como podéis deducirlo, el Buen Samaritano procedía de Samaría. En el año 722 antes de Cristo, Asiria deportó a muchos habitantes de Samaría y también exportó a esa región a muchos asirios. Este intercambio de sangre y religión produjo una raza híbrida: mitad judía y mitad asiria. Por el año 409 a.C. los samaritanos levantaron un templo propio en el Monte Garizim. Mediaba una notable enemistad entre los judíos y los samaritanos. Estos últimos arrojaban frecuentemente huesos humanos dentro del templo de Jerusalén para profanarlo, mancillarlo, y detener así las solemnidades de los ritos religiosos. Por esa razón, los judíos no querían pasar por Samaría cuando estaban en camino a Galilea. Los judíos solían anunciar a las personas de su religión que habitaban lejos, la celebración de tales o cuales fiestas, encendiendo fuegos en las cumbres de las colinas; los samaritanos, entonces, dos o tres días antes encendían otros fuegos para confundir a sus enemigos los judíos.

Cierto día, Nuestro Divino Salvador, que estaba de viaje de Judea a Galilea, no quiso evitar el pasar por Samaría. Llegó cerca del pueblo de Sicar y se sentó junto al pozo de Jacob. Estaba hambriento y cansado, pero mucho mayor era en Él el hambre de cosecha espiritual que experimentaba en su Alma. Frente a Él, elevándose a unos doscientos cincuenta metros de altura, estaba el Monte Garizim, donde se alzaban las ruinas del templo rival samaritano. Detrás de Él se levantaban el Templo y la Ciudad de Jerusalén.

Era la hora del mediodía, Nuestro Bendito Salvador es descrito por los Evangelios como hallándose cansado a causa de la jornada. Estaba cansado en su trabajo y no a causa de su trabajo. El cansancio mismo puede ser puesto al servicio de una finalidad. Dos de sus más extraordinarios convertidos fueron logrados por Él cuando estaba cansado. Mientras descansaba sentado junto al pozo, una mujer llegó hasta allí en busca de agua. Era una hora poco usual en los países orientales a causa del intenso calor que reina al mediodía. Generalmente las mujeres acuden a sacar agua a la mañana o al atardecer.

Nuestro Señor inició la conversación en el plano de las necesidades humanas y le pidió que le diera de beber. Conocía el pasado y la vida presente de su interlocutora pero, esto no obstante, comenzó pidiéndole un favor: que le facilitara la obtención del agua. Frecuentemente, cuando Dios desea hacernos un favor comienza pidiendo otro por su parte. La finalidad de su pedido es la de crear un vacío en el corazón. Él, por quien todas las cosas fueron hechas, el Creador de las montañas, de los mares y de los océanos, no halla menoscabo en pedir un sorbo de agua de mano de una criatura pecadora.

La respuesta de la mujer fue la siguiente: “¿Cómo Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”

Entre nosotros, un enemigo puede pedir y recibir un sorbo de agua sin temor de comprometerse a sí mismo ni de comprometer a su oponente; pero no sucede lo mismo en el Oriente. Allí el dar y recibir agua para aplacar la sed es una convención, un símbolo de hospitalidad.

Nuestro Señor le respondió: “Si conocieras el don de Dios y Quien es el que te lo dice: “dame de beber”, serías tú quien le pidiera a Él, y Él te daría el agua Viviente”.

Se invierten los papeles del donante y recibidor. El que pide se transforma en Donante y la donante en recibidora. Habiendo demandado agua, Él expone el Don bajo la imagen del agua, como en otra oportunidad, cuando los circunstantes esperaban de Él que les proporcionara pan, trajo a colación el mismo Don bajo la figura del pan. Relaciona lo celestial con lo terreno y utiliza lo segundo para exponer lo primero.

Dilucida tres pasos para llegar a Él:

1) Si conocieras.

2) Serías tú quien pidiera.

3) Él te daría.

El primer paso es conocimiento; hay en las palabras un emocionante reproche por su ignorancia y despreocupación de lo valedero, ignorancia y despreocupación que ciega a tantas personas. Antes de que pueda pedir se debe conocer, saber. El segundo paso es el deseo: “Serías tú quien pidiera”. El conocimiento despierta el apetito, el ansia de tener; por lo tanto, hemos de conocer a Dios antes de que podamos desearlo. Es nuestra ignorancia la que impide hacer surgir de nuestros labios el grito de “¡Dame de beber!”.

El tercer eslabón de la cadena es la donación. El pedido debe preceder a la donación. El don es Él Mismo. El Padre no da una criatura o un ángel o un serafín: da a Su Hijo. “Tanto amó Dios al mundo que le dio Su Hijo Unigénito”.

La mujer vio al hombre cansado pero no al Descanso para las almas angustiadas y fatigadas; vio al peregrino sediento pero no al Ser que había satisfecho la sed del mundo. No alcanzó a comprender el profundo significado de las palabras del caminante. Tomó en sentido literal lo que era figurativo y en sentido natural lo que era espiritual. Se dirigió luego a Él con cierta consideración, llamándolo “Señor”, y añadió: “Tú no tienes medios para sacar el agua, y el pozo es profundo. ¿De dónde tienes entonces el Agua Viviente?”

Procedió así con la intención de demostrar que las palabras del Viajero implicaban un absurdo. Podemos imaginar que al hablar sostenía en sus manos el balde traído, recordando así al Salvador que Él no disponía de medios para hacer subir el agua. El hombre natural considera las cosas espirituales de un modo carnal y entonces no acierta con el don de Dios. La mujer pensó que Nuestro Señor hablaba acerca del agua elemental.

Luego quiso cubrir la posibilidad de que el Viandante hubiera descubierto otro pozo y preguntó: “¿Eres Tú superior a nuestro Padre Jacob?”; e, inmediatamente, el Señor le dio la respuesta: “Todo el que bebiere de esa agua, tendrá sed nuevamente; pero todo el que bebiere del agua que Yo le daré, nunca más tendrá sed. El agua que Yo les daré será una fuente dentro de él que saltará continuamente hasta la vida eterna”.

¿Qué es lo que ocupará el lugar de la otra cisterna del mundo? No se puede desplazar un objeto del afecto terreno del mundo sin sustituirlo por algo mejor. La naturaleza siente horror ante el vacío. Nuestro Señor no condena las corrientes terrenales ni las prohibe. Tan sólo dice: “Nunca estaréis satisfechos”. El creyente tiene en su alma una fuente interna que también tiene su Agua. El agua terrena nunca sube más arriba de su propio nivel, y consiguientemente, lo mejor de los placeres y emociones terrenales no pueden subir más arriba de la tierra misma: comienza y termina en ella. El Agua Viviente, con la que Cristo llena al alma, surgiendo de los Cielos lleva nuevamente a los Cielos; fluyendo desde el Infinito eleva al Infinito; halla su nivel en el río de las Aguas de la Vida que fluyen en el medio del Paraíso Celestial.

Se despertó un cierto anhelo enceguecido en el alma de la mujer que por largo tiempo había estado sedienta y que ya había extinguido su sed en uno de los más fangosos pozos de la satisfacción sensual; exclamó: “Señor, ¡dame de esa Agua a fin de que nunca vuelva a estar sedienta y no tenga que volver aquí por agua!” No podía comprender al Agua maravillosa pero pensó, posiblemente, que podría ser dispensada de verse obligada a caminar a mediodía, por espacio de una milla y media, en busca de ese líquido.

También podría ser que esperara recibir esa agua sin esfuerzo alguno de su parte, lo que sería razón de las palabras que le dirigió Nuestro Señor: “Ve a tu casa, busca a tu marido y vuelve aquí”.

Tales palabras pueden ser consideradas solamente dichas para suscitar la respuesta que efectivamente provocaron, o sea: hacerle sobrevenir una sana vergüenza. Alcanzaron el objetivo para el que fueron pronunciadas: su confesión de culpas. La convicción del pecado es el comienzo de una gran obra del espíritu.

“No tengo marido”. Y Jesús le contestó: “Es muy cierto, no tienes marido. Has tenido cinco, y el hombre que ahora está contigo no es tu marido; has dicho la verdad”.

El proceder de Nuestro Señor ante la sincera confesión de la mujer nos enseña que debemos aprovechar las palabras del pecador ignorante. Un inhábil médico de las almas probablemente hubiera reprochado a la mujer por su culpabilidad, pero Nuestro Señor le dijo: “Has dicho la verdad”.

Ella pidió a Él Agua Viviente; ignoraba que el pozo de agua debe ser cavado primeramente, que la dura arcilla debe ser removida: “Ve a tu casa, busca a tu marido”, fue el primer llamado incitándola al arrepentimiento.

¿Cómo impresionaría a cualquiera de vosotros estar algún día junto a una fuente y que alguien se acercara o estuviera allí y dijera algo acerca de nuestros divorcios y del hombre con el que vivierais en ese entonces? ¿Cómo procederíais en tales circunstancias? Haríais exactamente lo que ella hizo; todo ser humano procedería así, y no sólo las mujeres; también los hombres. Cambió el tema de conversación, y habló diciendo: “Señor, me doy cuenta de que eres un profeta”. Con esas palabras hacía un intento desesperado para salir de apuros. En su opinión, el Señor estaba comenzando a entrometerse en lo suyo. La conversación se desenvolvía en el plano moral, ella la llevaría al plano puramente intelectual. Quería que la religión fuera un asunto de discusión y el Señor lo conducía a ser materia de decisión. Había sido compelida a declarar, de modo que adoptó el método de suscitar un punto teológico.

“Bien, fueron nuestros padres los que adoraron en esa montaña, aunque vosotros nos decíais que el sitio donde los hombres deben adorar es en Jerusalén”. Alejaba de Él algunas desagradables verdades sobre la vida de ella e introducía un problema doctrinario evitándose así cosas que le produjeran vergüenza.

Nuestro Señor le contestó: “Créeme, mujer, llegando está el tiempo en que ni este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis. Pero nosotros adoramos lo que conocemos porque la salvación procede de los judíos. Pero ya llega el tiempo, ya estamos en él, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque tales son los adoradores que el Padre busca”.

En estas palabras está involucrada la Santísima Trinidad; está el Padre, el Espíritu, que es el Espíritu Santo, y la Verdad, que es el Hijo, el que habla con la mujer. Dios Padre no ha sido adorado siempre en esa forma; Cristo ha venido a revelarlo como tal. Lo revela no solamente como Creador que ha hecho las montañas y los insectos, sino como el Ser que comunica una existencia como la Suya Propia. La adoración debe tomar su carácter de la Naturaleza de Dios y no de la naturaleza de ningún pueblo o nación o raza. Casi todos los intentos en pro de la unidad religiosa comienzan con el hombre el lugar de comenzar con Dios Padre. Todos los que procuran la unidad de religión no deben principiar por hacer de lado las Verdades Divinas, sino más bien como Él lo dijo: “Comenzad por lo sumo, alcanzad la recta compresión de Dios y entonces seréis uno”.

Cuando Él manifestó: “Llegando está el tiempo”, ella replicó: “Sé que está por venir el Mesías. Cuando venga, pues, Él nos lo declarará todo”. Podéis imaginar la sorpresa de la mujer cuando Aquel Viandante ocasional que estaba junto al brocal del pozo le manifestó: “Ése soy Yo, que hablo contigo”. Los anhelos y ansias de miles de años, de poetas, filósofos y dramaturgos: Virgilio, Sófocles, Buda, Confucio, Moisés, todos ellos habían señalado hacia esa hora en que Él diría: “Yo soy el Cristo... Yo soy el Maestro de la Verdad, Yo soy el Hijo del Padre”.

Se asombró y excitó tanto la mujer al oír aquellas palabras que corrió inmediatamente a la población dejando su cántaro junto al pozo. Quizá lo olvidó, quizá lo dejó como un símbolo de que ya no deseaba el agua terrena. Y ahora llegamos a la parte más interesante de este relato evangélico.

¿Por qué fue la mujer a buscar agua al pozo justamente a la hora inapropiada del mediodía? Porque era de la clase de mujer que debía hacerlo a esa hora no frecuentada: era una mujer pública, y las demás mujeres no le tolerarían que se asociara con ellas.

Corrió a la población, habló de las novedades con los hombres, se desquitó de las murmuradoras mujeres: había hallado al Maestro, lo dijo solemnemente a los hombres. Figuraos un rato después de su partida, saliendo de la población y trayendo en pos de sí a los hombres de Samaría; los conducía ahora por el correcto camino, ella que antes los llevaba por el sendero del mal. Pero demostraron ser gente ingrata con la mujer que les anunciara la gran novedad, pues después de tratar al Salvador, le dijeron a ella: “Ya no creemos por lo que tú has dicho pues nosotros mismos hemos oído y hemos conocido que Éste es verdaderamente el Salvador del mundo”.

Lo invitaron a entrar en su población, y en esta oportunidad se oyó, por primera vez en el mundo, el grandioso título que Cristo ostenta preeminentemente, el título dado por la mujer junto al pozo de Jacob y por los hombres y mujeres de la población: el glorioso título de “¡Salvador del mundo!”.

(Fulton J. Sheen, La vida merece vivirse, Primera Serie, Ed. Difusión, Bs. As., 1962, Cap. 19, pp. 165-172)
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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

JESÚS Y LA SAMARITANA

Explicación. — Este fragmento contiene una de las más delicadas narraciones de los Evangelios. Un hecho en la apariencia vulgar da pie a Jesús para exponer elevadísimos conceptos de orden sobrenatural, envueltos en los procedimientos de una pedagogía divina de verdad, en la que se disputan la primacía la sinceridad, el candor, la claridad y la oportunidad. De la narración evangélica parece desprenderse que Jesús estaba completamente solo con la mujer samaritana durante el diálogo; con todo, no creemos aventurado suponer que le acompañaba el mismo Evangelista, que ocultó su intervención como de costumbre: en este caso quedaría naturalmente explicado el realismo de la narración en que abunda el detalle histórico y preciso.

ENCUADRAMIENTO HISTORICO (5.6). —A su salida de Judea, que parece haber sido precipitada por el peligro que amenazaba a su persona, Jesús, acompañado de sus discípulos, a través la Samaria, especie de enclavamiento entre Judea y Galilea. Casi en el centro del país se hallaba la ciudad del Sicar, la primitiva Siquem, en la pequeña colina a cuyos pies se encuentra hoy Balata, a unos diez minutos del pobre poblado de Askar, y a dos kilómetros de Naplusa, actualmente capital de Samaria. Allí se hallaba el campo que Jacob había dado en herencia a su hijo predilecto José (Gen. 33, 19; 48, 22): Vino, pues, a una ciudad de Samaria que se llama Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Había en este campo un pozo, que Jacob había cavado en la caliza y que se llenaba del agua de una fuente subterránea: Y estaba allí la fuente de Jacob. Consérvase todavía este pozo, de cuya identidad con el del Evangelio y del Génesis no cabe dudar. Tiene unos 24 metros de profundidad, y es mas ancho en el fondo que en el brocal, de piedras labradas. Lo recubre un recinto abovedado, propiedad de los griegos cismáticos. En lugar contiguo se construye hoy hermosa iglesia católica. Los peregrinos beben piadosamente de aquella agua, en la que tan bellamente simbolizo Jesús la divina gracia, y suelen llevar consigo botellitas, que allí se expenden, llenas de ella. Dista el pozo como un kilómetro de Sicar.

De Jerusalén a este sitio hay catorce horas de camino. Seguramente pernoctaría Jesús en algún poblado intermedio. Emprendí el viaje a la mañana siguiente. El camino es montuoso: la prisa, la duración del viaje y lo accidentado del terreno fatigaron a Jesús, que se sentó sencillamente, «así», tal como se ofrecía el asiento, en el brocal del pozo, dispuesto a tomar su refección, cuando regresaron sus discípulos de Sicar con vituallas : Jesús, pues, cansado del camino, estaba así sentado sobre la fuente. Llámalo fuente e1 Evangelista, porque en realidad se llenaba el pozo de las aguas de una fuente subterránea. Era mediodía, hora del máximo calor y de la principal refección de los judíos: Era como la hora de sexta, desde la salida del sol.

DIÁLOGO CON LA SAMARITANA (7-26). — El cansancio le había dado sed a Jesús. Pero es profundo el pozo, y hay que aguardar quien venga por agua; pronto se presenta la ocasión. Una mujer, samaritana de religión y nacionalidad, no de la ciudad de Samaria, distante unas horas, viene de la vecina Sicar a buscar agua, sin duda para los menesteres de la comida: Vino una mujer de Samaria a sacar agua. Los discípulos, que habían ido a la ciudad a comprar víveres, no podían sacarla con el vaso y bramante que acostumbran llevar en aquel país los viandantes; aprovechará el Señor el motivo de su sed para entablar conversación con la mujer: Jesús le dijo: Dame de beber. (Porque sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de corner.)

La mujer conoce que Jesús es judío: le descubren ciertas particularidades del vestido, especialmente las filacterias, y su especial pronunciación, menos suave que la de los hijos de Samaria: el rencor del samaritano para todo judío sube en un momento del corazón a los labios de la mujer, que contesta a Jesús con desenvoltura: Y aquella mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tu, siendo judío, me pides de beber a mi, que soy mujer samaritana? Para que conozcan sus lectores el alcance de la respuesta, el Evangelista, que escribía para quienes desconocían las costumbres de Palestina, añade esta frase explicativa: Porque los judíos no tienen trato con los samaritanos (pag. 74).

Jesús no hace caso de la insinuación de las profundas querellas que dividen a judíos y samaritanos, y va derecho al sublime asunto que propondrá a la pobre mujer. El agua natural pasa ya a segundo plano, y solo sirve para expresar metafóricamente un agua divina: Respondió Jesús, y le dijo: Si supieses el don de Dios, y quien es el que te dice: Dame de beber, puede ser que le pidieras a él, y te daría agua viva. El agua viva es la que brota sin cesar de la fuente, para distinguirla de la que se recoge en cisternas en tiempo de lluvia. El agua que brota de la fuente de Dios es la gracia, la predicación evangélica, la vida eterna. La Samaritana no llega a comprender el gran don que le hace Dios de hallarse con el Salvador, ni sabe que hable precisamente con el: si lo supiese le pediría abundante la gracia divina, riquísimo don del espíritu.

No entiende la metáfora la Samaritana; con todo, su primera indiferencia se ha trocado en profundo respeto para con el forastero. En el aspecto de Jesús habrá sorprendido algo extraordinario, y le da tratamiento de distinción y respeto: La mujer le dijo: Señor...; y una curiosidad legitima la mueve a averiguar cual sea el agua que tenga Jesús. No será la del pozo, profundo, que no puede alcanzar Jesús: No tienes con que sacarla, y el pozo es hondo: ¿de donde, pues, tienes el agua viva? Jacob, padre de judíos y samaritanos, para no depender de sus vecinos en la cuestión del agua, en un país donde es escasa, tuvo que labrar, a falta de agua viva, con costoso trabajo, el pozo de su nombre, que tuvo agua abundante para todos los menesteres de casa y campo; no es posible, en el concepto de la Samaritana, que su interlocutor tenga mas poder que Jacob; por ello le dice, titubeando y con deseo de saber: ¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Jacob, el cual nos dio este pozo, del que bebió el, sus hijos y sus ganados?

Jesús avanza en la declaración de su metáfora. El agua del pozo, como toda agua material, no apaga la sed para siempre; la que tiene Jesús, la gracia, basta para toda la eternidad; con ello Jesús declara su superioridad sobre Jacob: Jesús le respondió y le dijo: Todo aquel que bebe de esta agua, volverá a tener sed: mas el que bebiere del agua que yo le daré, nunca jamás tendrá sed. No solo no tendrá sed; como las aguas buscan su nivel, la gracia del Espíritu Santo, que brota del mismo seno de Dios eterno, será, para quien la tenga en su espíritu, como una fuente perenne que le levantara hasta la vida eterna: Pero el agua que yo le daré, se hará en el una fuente de agua que saltará hasta la vida eterna: es imagen tomada de las fuentes-surtidores. Entonces la mujer le dijo ingenuamente, no comprendiendo aún el alcance espiritual de las palabras de Jesús: Señor, dame esa agua, para que no tenga jamás sed, ni venga aquí a sacarla; entiende que Jesús tiene un agua que calma la sed por largo tiempo, y se la pide para evitar la doble incomodidad, de tener sed, y tener que ir al pozo para proveerse de agua.

Al llegar aquí Jesús cambia bruscamente el rumbo de la conversación: el corazón de la mujer mundana está ya preparado para la semilla divina. Jesús, que va a convertir a aquella alma y a revelársele como Mesías, va ahora al fondo de la conciencia de la Samaritana: y le dijo: Ve, llama a tu marido, y vuelve acá. La mujer, que quiere esconder a los ojos de Jesús su abyección moral, le confiesa solo parcialmente la verdad: La mujer respondió y dijo: No tengo marido. Jesús, que penetra hasta el fondo de la conciencia de la mujer, ni la arguye, ni la reprende o amenaza, antes toma pie de su confesión parcial para alargarle la mano de su misericordia, y, lleno de bondad, le dijo: Bien has dicho: No tengo marido: porque cinco maridos has tenido: y el que ahora tienes, no es tu marido: esto has dicho con verdad. Los cinco primeros fueron verdaderos maridos; resolvió el lazo conyugal la muerte o el libelo de repudio, provocado quizá por la conducta de la esposa; el actual no es marido, sino amante, con quien vive en concubinato. La mujer, que ve en Jesús ciencia extraordinaria, confesando su miseria moral y la alta dignidad de Jesús, le dijo: Señor, veo que eres profeta: es más humilde y generosa con el Señor que los judíos, que le dirán endemoniado.

La idea de que tiene ante ella un profeta, hace surgir súbitamente en la mente de la Samaritana la profunda cuestión de orden dogmática que traía divididos a judíos y samaritanos. Aunque lleva mala vida de algún tiempo, no ha perdido la mujer el sentimiento de patria y religión. Los samaritanos habían levantado otro tiempo un templo en el monte Garizim, que se erguía próximo al pozo de Jacob, declarándose en cisma contra los judíos, que le tenían en Jerusalén. Para oír el parecer del profeta, la mujer, señalando sin duda al Garizim, monte de laderas escarpadas, situado al noroeste del pozo de Jacob, a unos 400 metros sobre el Valle y a 868 de altitud sobre el Mediterráneo, le dice: Nuestros padres en este monte adoraron; hacia como cien años que Juan Hircano había destruido su templo, del que aún hoy quedan vestigios: y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar en donde es menester adorar.

Jesús no entra en controversia con la mujer sobre esta cuestión histórico-dogmática que traía divididos a los israelitas sino que se traslada de un golpe a los tiempos mesiánicos en que será abrogada toda prescripción localista y, por lo mismo, también la ley mosaica, fundándose una religión y un culto universal: Jesús le dijo: Mujer, créeme, que viene la hora, en que ni en este monte ni en Jerusalén adorareis al Padre. Aunque no tendrán ya lugar las querellas entre judíos y samaritanos, porque con Jesús ha llegado la hora de la religión universal, con todo, sienta Jesús la verdadera doctrina en la cuestión propuesta por su interlocutora: la salvación debía venir por los judíos (Is. 2, 3); por lo mismo no pudo faltar en ellos el verdadero conocimiento de Dios, de su ley y de su culto; no tenían, pues, razón los samaritanos al dividirse de los judíos: Vosotros adoráis lo que no sabéis: nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salud viene de los judíos.

No obstante ello, también la religión de los judíos será abolida: Dios pide ya, y ha llegado la hora, porque el Mesías ha venido ya, la religión pura y universal: Mas viene la hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad. Le adoraran en Espíritu, que Dios enviara sobre el mismo corazón de los hombres que le dirá a Dios Padre» (Gal. 4, 6); y le adoraran en verdad, en la que les habrá enseñado el Mesías, que les dará mas perfecto conocimiento de Dios, de donde vendrá mayor perfección en el culto. La razón es porque el Padre también busca tales que le adoren; porque quiere que el hombre, que es como una síntesis del mundo y un portavoz de la creación, en nombre de ella y propio le rinda perfecto culto. Y otra razón, mas fundamental aun, es que el culto debe responder a la naturaleza de Dios, y siendo El espíritu purísimo, que trasciende sobre toda materia, se le debe un culto espiritual: Dios es espíritu y es menester que aquellos que le adoran, le adoren en espíritu y en verdad; para ello el mismo Dios comunicara a los hombres una participación de su mismo Espíritu y de su misma verdad, por la infusión del Espíritu Santo y por la doctrina de la fe. El culto externo deberá ser informado de este espíritu y de esta verdad.

Poco entendió la Samaritana de la alta doctrina de Jesús. Por ello, tratándose de una cosa tan trascendental, y no viendo clara la solución que a la cuestión propuesta da Jesús, apela al urgente advenimiento del Cristo, quien adoctrinara a todos en punto tan capital: La mujer le dijo: Yo se que viene el Mesías, que se llama Cristo : y cuando el viniere, nos declarará todas las cosas. Premio a esta expectación de un Mesías de carácter religioso, es la declaración que Jesús hace a la Samaritana de que el es el Cristo: Jesús le dijo: Yo soy, que hablo contigo: no hizo tal afirmación a los judíos que esperaban un Mesías prepotente en el orden temporal.

DIALOGO CON LOS DISCÍPULOS (27-38). — En este punto culminante de la conversación llegaron de la ciudad los discípulos, con las vituallas adquiridas: Y al mismo tiempo llegaron sus discípulos. Los doctores judíos tenían en tan poco a la mujer, que consideraron deshonroso, aunque fuese la propia esposa, hablar en público con ella; a mas de que las costumbres judías establecían gran separación de sexos. Por ello les admira la conducta del Maestro, aunque el profundo respeto que hacia Jesús sienten hace que no se atrevan a preguntarle sobre este punto: Y se maravillaban de que hablaba con una mujer. Pero ninguno le dijo: ¿Qué preguntas, o que hablas con ella? Mientras los discípulos, admirados, llegaban junto a la fuente, la Samaritana, oída la declaración de Jesús: «Yo soy el Mesías», descuidada del objeto que al pozo la había traído, abandona su ánfora y va presurosa a su ciudad a anunciar la grata nueva a sus paisanos: La mujer, pues, dejó su cántaro, y se fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, y ved a un hombre que me ha dicho todas cuantas cosas he hecho. De unos hechos que de su vida le ha descubierto, deduce que sabe todos los secretos de su corazón: no duda ya de que ha hablado con el Mesías; pero gozosa, y para que no la crean solo bajo su palabra, al invitarles a que la acompañen les insinúa que quizá se hallen con el Cristo: ¿Si quizás es este el Cristo? Ante el grave anuncio, salieron entonces de la ciudad, y vinieron a el.

Habían ya los discípulos dispuesto ante Jesús la comida. El Señor ha quedado como absorto, después de la conversación con in Samaritana, meditando las altas cosas que con ella había tratado; y al ver que no se preocupaba de la comida, le instan sus discípulos a que coma: Entretanto le rogaban sus discípulos, diciendo: Maestro, come. Pero Jesús siente la pasión de la conquista de las almas; no le molesta ya el estimulo del hambre: Jesús les dijo: Yo tengo para comer un manjar que vosotros no sabéis. Como la Samaritana no comprendió la metáfora del agua, así ahora los discípulos no entienden la del manjar; ni se atreven a preguntar.

¡O Maestro!: Decían, pues, los discípulos unos a otros: ¿Si le habrá traído alguno de corner? Jesús, que los oye; no desperdicia la ocasión de dar a los futuros apóstoles, fundamentos de su Iglesia, una lección de alto celo y de gobierno: Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que cumpla su obra; como el manjar material es apetecido del hambriento, y le deleita, y le refocila, así apetezco yo y me nutro de in voluntad del Padre, y siento hambre de llenar su obra, la predicación del reino de Dios, la redención, la salvación del mundo.

Mientras Jesús estaba pensativo, los discípulos en su conversación habrían hablado del tiempo de la siega. Jesús, dulce amador de metáforas, junta la idea de la siega material con la mística siega o cosecha de las almas. Su manjar es hacer la obra que el Padre le ha confiado; ahora se alegra ya porque la Samaria va a dar las primicias de su cosecha espiritual. De la ciudad de Sicar venia una multitud hacia el pozo de Jacob, atraída por el anuncio de la Samaritana. ¿No decís vosotros que aún hay cuatro meses hasta la siega?, dijo Jesús a sus discípulos; y señalando a los samaritanos que venían, añadió: Pues yo os digo: Alzad vuestros ojos, y mirad los campos, que están ya blancos para segarse: los samaritanos están ya dispuestos a recibir la fe. De este dato histórico, o costumbre agrícola de la Palestina, donde la siega tenia lugar a mediados de abril, se colige, como ya hemos dicho, que el episodio del pozo de Jacob tendría lugar el mes de diciembre. El blanquear los campos, algunos intérpretes lo explican de los samaritanos que se acercaban, vestidos de blancas túnicas, según su costumbre, y bien dispuestos a recibir la palabra de Dios.

Pasa Jesús de la siega a la enumeración de los beneficios que reporta. Primero, el estipendio del segador, que es el fruto personal del ejercicio del apostolado: Y el que siega, recibe jornal. Luego, los frutos de vida eterna para quienes han sido conquistados: Y allega fruto para la vida eterna: son los hombres convertidos y salvados por la predicación. De estos dos beneficios, el estipendio y el fruto, nace el tercero, el gozo del que siembra y del que siega: Para que se gocen a una, el que siembra y el que siega: son Cristo, el divino sembrador, y los apóstoles, que en su nombre y virtud recogen los frutos de su apostolado. Y aplica aquí Jesús un refrán popular: Porque en esto el refrán es verdadero: que uno es el que siembra, y otro es el que siega; sembraron los antiguos profetas, especialmente Jesús; recogen la mies todos los que ejercen el apostolado, que aquellos prepararon. Yo, sigue Jesús, os he enviado a segar lo que vosotros no trabajasteis: otros lo trabajaron, los que precedieron a los apóstoles, y vosotros habéis entrado en su trabajo, para recoger la mies. Es una bella imagen de la perpetuidad y unidad del apostolado, en el cual nadie lo hace todo, sino que, por un encadenamiento de esfuerzos, uno recoge el fruto de sus antecesores, y echa a su vez la semilla cuyos frutos no podrá el recoger.

FRUTO ENTRE LOS SAMARITANOS (39-42). — Una prueba de que estaba ya madura la mies fue la pronta conversión de muchos samaritanos. Creían estos en la proximidad del advenimiento del Mesías; el simple testimonio de su conciudadana, que les comunica la ciencia extraordinaria de Jesús, hace que se conviertan a el, demostrando mucha mejor disposición que los judíos de Jerusalén, donde no logró Jesús sino escasos prosélitos, a pesar de los milagros allí obrados: Y creyeron en el muchos samaritanos de aquella ciudad por la palabra de la mujer, que atestiguaba, diciendo: Que me ha dicho todo cuanto he hecho.

Para instruirse mejor en la fe, y honrar a tan gran personaje, vinieron los samaritanos de Sicar al pozo de Jacob, y le pidieron con instancia que fuese su huésped: Mas como viniesen a el los samaritanos, le rogaron que se quedase allí. Accedió a ello amablemente Jesús ; aunque, sabiendo que era principalmente enviado para evangelizar a Israel (Mt. 15, 24), no dedicó a los samaritanos mas que dos días, de su predicación de mas de tres años: Y se detuvo allí dos días.

La presencia y la predicación personal de Jesús fueron eficacísimos medios de proselitismo entre aquella gente. Su fe se hizo mas llena y robusta: Y creyeron en el muchos más por la predicación de el. Y decían a la mujer: Ya no creemos por lo dicho: porque vosotros mismos lo hemos oído. Tal fue su convicción, que le tuvieron por Mesías, no solo de los judíos, sino de todo el mundo; si no hubiese sido el Salvador universal, no hubiese ido a evangelizar la ciudad: Y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo.

Lecciones morales. -- A) v. 6. —. Jesús, pues, cansado del camino... — Jesús, reposando de su fatiga, sediento, junto al pozo de Jacob, es sujeto de meditación provechosísima para todos nosotros. Se fatiga el que es la «fortaleza de Dios», para significarnos lo costoso del precio a que nos rescató, la solicitud con que nos buscó, el ansia insaciable que tuvo de la conquista espiritual del mundo. «La fortaleza de Cristo hizo que existiésemos, dice San Agustín; su debilidad y cansancio nos libró de perecer. Ello debe motivo de profunda gratitud para nosotros. Los que ejerzan apostolado del bien tienen en este paso de la vida de Jesús una lección elocuentísima. Acosado el Señor por los judíos, y obligado a salir precipitadamente de la Judea, aprovecha un alto en su camino para salvar muchas almas y aleccionar a sus discípulos.

a) v. 9. — ¿Cómo tu, siendo judío, me pides de beber a mi...? — La separación entre judíos y samaritanos era profunda; llegaba de lo más alto de la doctrina, ya que los samaritanos no admitían más que a Moisés y hacían poco caso de los profetas, hasta las pequeñas cosas del uso diario, pues no podía beber un judío en vaso de un samaritano: de aquí la extrañeza de esta mujer. Sin embargo, Jesús prescinde de todo y va derecho a la conquista espiritual de la Samaritana. Pero si tal vez no hubiese tenido reparo alguno en beber en el vaso de una samaritana, porque, como dice el Crisóstomo, habían ya pasado todas estas minucias de la ley, con todo, en la cuestión dogmática que le plante la mujer fue irreductible, sosteniendo el criterio absoluto de la verdad. No solo esto, sino que pasó a enseñarle doctrinas más altas y nuevas para ella. Es la divina estrategia del apostolado, que aquí nos enseña Jesús. Salvos los fueros de la verdad y de la moral católicas, podemos, en nuestro trato con quienes no tienen la suerte de profesar nuestra religión —o dentro de nuestra religión con quienes se han apartado de sus practicas por ignorancia, desidia o malicia—, condescender con sus puntos de vista en el orden meramente human, ser urbanos y amables con ellos, aprovechar la coyuntura para darles el pábulo de la doctrina en formas humanísimas. Si en las cosas humanas se sigue este procedimiento entrar con la suya para salir con la nuestra, como dice el refrán, ¿cuánto más si se trata de los altos intereses de la salvación del prójimo o de no hurtarnos a los deberes de nuestro apostolado? San Pablo se hacia todo para todos, para ganarlos a todos a Cristo.

c) v. 10. — Y le daría agua viva. — Jesús tiene un agua viva que darnos. Se la ofrece a la Samaritana: nos la ofrece a cada momento a nosotros, a todo el mundo. Es el agua de la gracia: agua viva, porque brota de la vivísima fuente del divino Espíritu, porque vivifica el alma, porque nos hace producir obras vivas, porque nos hace vivir en Dios, porque nos conducirá hasta el mismo seno del Dios vivo para vivir eternamente la vida misma de Dios. Debemos tener, en nuestro pecho, viviendo siempre en gracia de Dios, esta fuente perenne de agua viva y vivificadora: Y debemos sentir siempre sed de nuevos aumentos de gracia, que nos quitaran la sed de las cosas de la tierra.

d) v. 11.- ¿De donde, pues, tienes el agua viva? — Tiene Jesús agua viva porque es el Verbo vivo de Dios vivo, a quien llama San Agustín vita vitarum, vida de las vidas. En él esta la vida, y sin el nada tiene vida. En el orden natural toda vida vive por el Verbo de Dios, que es la persona de Jesús, Dios y Hombre verdadero, en quien mora la plenitud de la divinidad, sirviéndonos su Humanidad santísima para comunicarnos la vida divina que esta en é1. Por esto es inagotable la vida divina que nos viene de Jesús, porque es vida de Dios; y por esto salta hasta la vida eterna, porque viene de la vida eterna, escondida en el seno del Padre.

e) v. 24. — Dios es espíritu: y es menester que aquellos que le adoran, le adoren en espíritu y en verdad. — Estas palabras de Jesús son la condenación de la manera de practicar la religión y el culto que tienen muchos cristianos. No son pocos los que creen han llenado sus deberes religiosos oyendo misa los días festivos, confesando una vez al año, absteniéndose de dañar al prójimo y viviendo en lo demás como pudiese hacerlo un pagano. Otros, personas piadosas, se cargan de practicas materiales de devoción, creyendo que la multitud de plegarias y ejercicios de piedad arguye intensidad de vida religiosa. ¡Cuán lejos están, unos y otros, de la religión del espíritu y verdad que es la religión cristiana! La religión verdadera supone una vida informada toda del sentir de Cristo, como quiere el Apóstol; el cumplimiento de todas nuestras obligaciones para con Dios, el prójimo y nosotros mismos; una manera de vivir que nos hace trasuntos de Cristo, «otros Cristos»; que nos hace difundir a nuestro rededor «el buen olor de Cristo», por la adaptación de todos nuestros actos a lo que el Apóstol llama el «sentido de Cristo». Cuanto al culto, no basta la practica externa del mismo: el debe ser la expresión de toda nuestra vida, que no es solo fisiológica, sino espiritual y sobrenatural. Para ello importa penetrarnos bien del sentido de las plegarias y ritos de la Santa Iglesia en su Liturgia sagrada.

f) v. 34. — Mi comida es que haga la voluntad del que me envía... — El manjar de nuestro espíritu, especialmente de los varones apostólicos, debe ser hacer la voluntad del Padre, como lo era para Jesús. Ello data orientación y fuerza a nuestra vida. Nada hay que robustezca mas el espíritu que la convicción de que hacemos la voluntad de Dios. Ello dará eficacia a nuestros trabajos, porque nos ocuparemos en lo que Dios quiere de nosotros. Ello nos hará soportar con gozo toda contrariedad, porque, si estamos con Dios, nada importa que todo el mundo vaya con nosotros, según el Apóstol

g) v. 36. — Y el que siega, recibe jornal. — Con estas palabras, dice el Crisóstomo, establece Jesús una distinción entre lo temporal y lo eterno. En el trabajo de la tierra quien siega es el que recibe el jornal, y no participan de él los que sembraron: no hay solidaridad entre el sembrador y el segador. En cambio, si la hay en los trabajos de la siembra y siega del apostolado. Porque se trabaja aquí para recibir los frutos de la eternidad, recibiendo paga de la misma naturaleza el que sembró que el que segó. De la misma naturaleza, no en la misma cuantía: porque puede darse el caso de un sembrador que no hizo en la tierra mas que roturar campos durísimos, sin premio visible de sus trabajos, y este recibirá copioso premio; y el otro caso de un segador que no haya hecho más que recoger, tai vez en la indiferencia, el fruto de los sudores de otro; y este recibirá exigua paga. Sembradores y segadores, vean o no el fruto de su trabajo, gócense o no en la cosecha, sufran o no en el bregar de la labor apostólica, recibirán el premio igual, la vida eterna, pero no en igualdad, sino en proporción: Cada uno según su trabajo (1 Cor. 3, 8): cantidad de trabajo y manera de trabajar.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 405-415)
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CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA PARROQUIA ROMANA
DE SAN GELASIO I PAPA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
LEÍDA POR EL CARDENAL RUINI

III domingo de Cuaresma - 3 de marzo de 2002

1. "Señor, dame esa agua: así no tendré más sed" (Jn 4, 15; cf. Aleluya).

La petición de la samaritana imprime un giro decisivo al largo e intenso diálogo con Jesús, que se desarrolla junto al pozo de Jacob, cerca de la ciudad de Sicar. Nos lo narra san Juan en la página evangélica de hoy.

Cristo dice a la mujer: "Dame de beber" (Jn 4, 7). Su sed material es signo de una realidad mucho más profunda: expresa el deseo ardiente de que su interlocutora y los paisanos de ella se abran a la fe. Por su parte, la mujer de Samaría, cuando le pide agua, manifiesta en el fondo la necesidad de salvación presente en el corazón de toda persona. Y el Señor se revela como el que ofrece el agua viva del Espíritu, que sacia para siempre la sed de infinito de todo ser humano.

La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos propone un espléndido comentario del episodio joánico, cuando en el Prefacio se dice que Jesús "quiso estar sediento" de la salvación de la samaritana, para "encender en ella el fuego del amor divino".

2. El episodio de la samaritana delinea el itinerario de fe que todos estamos llamados a recorrer. También hoy Jesús "está sediento", es decir, desea la fe y el amor de la humanidad. Del encuentro personal con él, reconocido y acogido como Mesías, nace la adhesión a su mensaje de salvación y el deseo de difundirlo en el mundo.

Esto es lo que sucede en la continuación del relato del evangelio de san Juan. El vínculo con Jesús transforma completamente la vida de la mujer que, sin demora, corre a comunicar la buena noticia a la gente del pueblo vecino: "Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será este el Mesías?" (Jn 4, 29). La revelación acogida con fe impulsa a transformarse en palabra proclamada a los demás y testimoniada mediante opciones concretas de vida. Esta es la misión de los creyentes, que brota y se desarrolla a partir del encuentro personal con el Señor.

3...

4...

5. "La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5, 5).

También estas palabras del apóstol san Pablo, proclamadas en la segunda lectura, se refieren al don del Espíritu, simbolizado por el agua viva prometida por Jesús a la samaritana. El Espíritu es la "prenda" de la salvación definitiva que Dios nos ha prometido. El hombre no puede vivir sin esperanza. Sin embargo, muchas esperanzas naufragan contra los escollos de la vida. Pero la esperanza del cristiano "no defrauda", porque se apoya en el sólido fundamento de la fe en el amor de Dios, revelado en Cristo.

A María, Madre de la esperanza, le encomiendo vuestra parroquia y el camino cuaresmal hacia la Pascua. María, que siguió a su Hijo Jesús hasta la cruz, nos ayude a todos a ser discípulos fieles de aquel que hace saltar en nuestro corazón agua para la vida eterna (cf. Jn 4, 14).
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Catecismo de la Iglesia Católica

Cristo Jesús

727 Toda la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías.

Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo a la luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se mencionará solamente lo que se refiere a la promesa del Espíritu Santo hecha por Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.

728 Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también a Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7, 37-39). A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración (cf. Lc 11, 13) y del testimonio que tendrán que dar (cf. Mt 10, 19-20).

729 Solamente cuando ha llegado la Hora en que va a ser glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio.

730 Por fin llega la Hora de Jesús (cf. Jn 13, 1; 17, 1): Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre (cf. Lc 23, 46; Jn 19, 30) en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por la Gloria del Padre" (Rm 6, 4), enseguida da a sus discípulos el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento (cf. Jn 20, 22). A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf. Mt 28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8).
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Ejemplos predicables

Lo cuenta Fray de Cantimprato y sucedió en su tiempo, en el Brabante.

Era una doncella virtuosa y noble, mas la poca edad, la ocasión, la inexperiencia la arrojaron en brazos de un joven disoluto. Tan ardiente fue su pasión, que no podía apartarlo ni de su pensamiento ni de su deseo. El joven, que lo notó, le puso cerco y le costo poco trabajo, teniendo los enemigos dentro para rendir la fortaleza. Con todas las artimañas de su infernal astucia, la iba convenciendo poco a poco hacia la deshonra. La joven luchó al principio y se rindió al fin.

Le dio palabra de acudir a un lugar que él había propuesto. Llegó la noche. Llena de remordimientos y vergüenza, saltó de la cama. Miró una imagen de la Virgen y bajó la cabeza. La pasión lo podía todo. Estaba dispuesta a dejar el amor a Dios por el amor de un hombre. Bajó descalza la escalera y se lanzó como un ladrón hacia la puerta. A tientas y cautelosamente la abrió. Y de pronto oyó una voz dulcísima que le decía: “¿Adonde vas?” Quedó aterrada. A la puerta estaba Jesús, hermosísimo y radiante.

“¿Adonde vas?”, le volvió a preguntar.

“¿Es ese joven más hermoso que yo? ¿Te puede el enseñar unas llagas como estas? ¿Por qué no me amas a mí, y verás cómo no necesitas otro amor?” Jesús se desvaneció en las tinieblas. Ella cerró la puerta, volvió a su lecho, se deshizo en lágrimas y pidió perdón. Desde entonces amó a Jesús y fue feliz.

(Del libro ejemplos predicables, pag 48, nº 103, Mauricio Rufino, editorial Herder, 1962)


40. Fray Nelson Domingo 27 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Danos agua para beber * Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo * Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

1. La sed...
1.1 Hay un denominador común en las lecturas de este domingo: la sed. Ello encaja con el acento "bautismal" que es propio de este Ciclo A de lecturas, y que se irá acentuando con los textos del evangelio de Juan que nos guiarán hasta el final de la Cuaresma. propósito de hoy: admirar más y más el poder del agua que nos regenera, agua que "salta hasta la vida eterna."

1.2 La Cuaresma, en efecto, puede ser vista como un camino de recuperación de la gracia bautismal. Es también como ir al desierto con el pueblo elegido que ha salido ya de Egipto pero aún no entra a la tierra prometida. Y es como estar con Jesús en aquel desierto al que fue conducido por el Espíritu Santo. Es normal que se sienta sed, y es bueno: porque esa sed nos conducirá al Manantial de la vida.

2. La rebeldía
2.1 El pueblo torturado por la sed no soportó más y terminó hablando mal de Dios y de Moisés, su enviado. Miremos atentamente qué les sucedió a ellos y veámonos quizá retratados en el proceso que hicieron y que les condujo a rebelarse contra Dios.

2.2 Ante todo, es explicable su disgusto, y muy humano: si hay una sensación poderosamente desagradable y agobiante es la sed. Pero sobre la base de esa sensación no hay una reacción predeterminada. Es posible sufrir y confiar o sufrir y ya no confiar. Es posible hacer del dolor del desierto un camino que nos une más a Dios y que nos une también entre nosotros mismos, o un camino que nos aparte de Dios y de los hermanos. Finalmente la decisión no la toman las circunstancias: la tomamos nosotros.

2.3 Observemos, aún más, que el dolor nos obliga a hacer una pregunta. En el caso de los israelitas la pregunta era: ¿Con qué propósito nos sacó Dios de la esclavitud? Esa pregunta se convierte en rebeldía cuando se presupone que Dios no es de fiar. En este caso la interrogante se vuelve lo que hemos oído: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?" Hablando así, el hombre renuncia a apoyarse en Dios sin tampoco encontrar otro apoyo, porque no lo hay. De este modo, la rebeldía se vuelve suicidio, apelación a la nada. Perder a Dios, aunque sea sobre la base "razonable" del dolor, es perderlo TODO.

3. Si conocieras el don de Dios
3.1 Una de las tragedias del dolor es que nos enceguece porque nos obliga a mirarlo a él, a concentrar nuestra atención en él. Incluso en cosas tan elementales como puede ser un dolor de muela experimentamos que sentir sufrimiento es algo que encadena nuestra atención y casi nos obliga a agacharnos y dejar de lado nada que no sea que estamos sufriendo. Lo mismo vale, y con más razón, para dolores que son más continuos y profundos, como es el dolor de la soledad, el de un duelo o el de un fracaso.

3.2 Aturdidos por la pena o el fracaso deberíamos sin embargo escuchar lo que Jesús tenía para decirle a la mujer samaritana, que llevaba su propia y pesada carga de vacío afectivo y existencial: "si conocieras el don de Dios..." Admiremos la delicadeza de esta invitación y la profundidad de las palabras que invitan a buscar el pozo de aguas verdaderas.

3.3 La samaritana intentaba huir de las preguntas de Cristo. Cambiaba de tema, procuraba ocultar su verdadero problema, que finalmente quedó a la luz cuando Jesús le habló del marido, porque precisamente ella no lo tenía aunque lo había querido tener. Conduciéndola a su verdad, el Señor la llevó a descubrir su necesidad, su sed, y a través de ella, la gracia de un agua de vida, agua que sacia y no engaña.


41.  P. Octavio Ortíz


Nexo entre las lecturas

Deseamos proponer como elemento unificador de este tercer domingo de Cuaresma por una parte el "anhelo de Dios que existe en el corazón del hombre" y por otra parte el amor salvífico de Dios que sale a su encuentro. La prueba más elocuente y hermosa del amor de Dios es que nos amó cuando todavía éramos pecadores (2L), cuando nos habíamos despeñado y alejado del redil. En la primera lectura se muestra la rebelión del pueblo contra Moisés al experimentar la sed asfixiante del desierto. Ponen a prueba a Dios y lo emplazan para que diga si efectivamente está o no, con ellos. Las pruebas tan claras de su poder en favor de los israelitas se olvidan ante la angustia de la sed del desierto. El Señor, sin embargo, sale a su paso y hace fluir de la roca corrientes de agua (1L). En el evangelio de San Juan es Jesús quien experimenta la sed de la fatiga y del peso del día, pero es la samaritana la que tiene el deseo y la nostalgia de Dios. Cristo que padece sed da de beber a la samaritana un agua que se convierte para ella en fuente de agua viva. Cristo se le revela como el Mesías que debe salvar al mundo (EV).


Mensaje doctrinal

La sed del hombre y la voluntad salvífica de Dios. El pueblo de Israel se siente agobiado por la sed del desierto. No comprende cómo el Señor, que lo hizo salir de Egipto con mano poderosa, lo encamina al desierto para hacerlo perecer en él. Se encara con Moisés y ponen a prueba al Señor. Moisés, el liberador de Egipto, recibe instrucciones precisas de parte del Señor: "preséntate al pueblo, lleva contigo los ancianos, toma el cayado golpea la roca y yo estaré allí". Y de la roca brotó el agua que apagaría la sed de los israelitas. A pesar de que éste es un pueblo de dura cerviz, el Señor no lo abandona: "yo estaré allí". Incluso cuando no sean dignos de mi amor y mi cuidado, "yo estaré allí". Sabe que más allá de esa sed material hay una sed espiritual mucho más profunda y dolorosa. Ahora el verdadero Moisés es Cristo, liberador del pecado y de la muerte, que se ofrece en rescate del mundo. Es Él quien intercede por nosotros ante el Padre. Es Él quien nos amó cuando éramos impíos y pecadores. Jesús sale al encuentro de la Samaritana y le hace presente que tiene sed, sin embargo, la mujer no comprende cómo un judío pide de beber a una mujer samaritana. El amor de Jesús y su habilidad pedagógica conducen a aquella mujer al reconocimiento de su necesidad y de su nostalgia de Dios. En las palabras de Jesús ella encuentra que hay alguien que la conoce, la ama y desea su bien sobrenatural y eterno; alguien que no la abandona y que le ofrece la vida eterna. Iluminada interiormente y saciada por este agua de Cristo, la Samaritana se convierte en apóstol entusiasta del evangelio entre los suyos. Quien ha experimentado a Dios no puede quedar quieto, siente la imperiosa necesidad de anunciarlo.

"Tanto amó Dios al mundo que le envió a su unigénito" (Jn 3,16). ¡Qué valor debe tener la persona humana a los ojos de Dios para que el Padre haya enviado al Hijo para rescatarle. El hombre es precioso a los ojos de Dios. La experiencia del Éxodo es aleccionadora. A pesar de que los israelitas han visto grandes prodigios, han visto cómo la mano poderosa de Dios los libraba de la esclavitud de Egipto y los hacía caminar por el fondo del mar Rojo, ellos dejan caer su confianza en Dios en tiempos de dificultad. Aquella pregunta del pueblo sigue siendo una gran tentación: "¿Está Dios con nosotros sí o no? Cuando la sombra de la cruz se alarga sobre nuestras vidas, el hombre se encuentra con Dios y lo interpela ¿Por qué, Señor, este dolor, esta enfermedad, esta guerra, esta falta de sentido, esta pérdida de fuerzas para vivir, este mal que nos rodea? ¿Estás con nosotros sí o no? Fue la misma tentación del pueblo en el desierto. Pero Dios revela su continua voluntad de salvar y, aunque el pueblo lo rechazó en varias ocasiones, Él no viene a menos en su promesa: lo cuida, lo protege y lo conduce a la tierra de promisión. Si en tiempo de Moisés bastaba que éste intercediera para que el Señor saliera en favor de su pueblo, ¿qué podremos decir en la Nueva Alianza que Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ha establecido? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? (Rom 8,32) Dios nos amó cuando éramos pecadores. Dios salió a nuestro encuentro en el Pozo de Jacob para darnos el agua viva. Dios está siempre haciéndonos presente su voluntad salvífica porque no quiere que ninguno se pierda. Él es el agua viva.

La esperanza si la voluntad salvífica de Dios no cede ante ningún obstáculo, la actitud que conviene al creyente, no obstante las obscuridades y la sed del camino, es la de la esperanza. La esperanza que no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. La situación propia del cristiano es la de la esperanza: de un lado tiene ya la reconciliación con Dios, pero por otro, no ha superado todavía todas las alienaciones del camino, especialmente la muerte se le presenta como un enigma. "Ya, pero todavía no" y por ello se exige la esperanza. Romano Guardini, después de una larga enfermedad concluía: "He reflexionado para ver si se pudiese encontrar una palabra con la que exprimir la actitud humana justa ante la vida y no he encontrado mas que una sola: Esperanza-Confianza. Confianza ¿en qué? ¿En la vida? ¿En el orden de la existencia? Creo que toda abstracción sería equivocada. Más bien es confianza en aquel que ha creado el mundo, lo dirige, lo gobierna en un sentido supremo. El elemento decisivo es la benevolencia de Dios que es radicalmente bueno en relación con nosotros... Fiarse de Dios es la única solución para subsistir" (Romano Guardini "Sobre el límite de la vida").


Sugerencias pastorales

El año jubilar dio lugar a que miles de personas se acercaran al sacramento de la penitencia. Los frutos de conversión fueron espléndidos. El Papa manifestó su esperanza de que esta práctica penitencial se prolongara en los años venideros. Sin duda, el período de cuaresma nos ofrece la oportunidad para intensificar la participación en el sacramento de la penitencia. Sabemos que todos tenemos necesidad de Él porque todos pecamos. Será importante en la acción pastoral insistir en la formación de las conciencias, redescubrir el verdadero sentido del pecado y ayudar a los fieles a procurar la compunción del corazón. Así como Cristo iluminó y formó la conciencia de la Samaritana, así el sacerdote debe iluminar y formar la conciencia de sus fieles. Tarea no fácil en un mundo caracterizado por el relativismo moral. El sacerdote debe conducir a los fieles con habilidad pedagógica y con verdadero amor pastoral a la conversión del corazón en la penitencia. Muy elocuente fue el caso de aquel hombre que reconocía que se había confesado después de varias décadas de no hacerlo, sólo porque: "el Papa, cuando pasó en el coche, me miró".

La pedagogía de Dios. Existe un principio fundamental de la fe: antes y más allá de nuestros programas hay un misterio de amor que nos envuelve y nos guía: es el misterio del amor de Dios. Es oportuno repetir en nuestra predicación esta verdad tan necesaria para el mundo de hoy abatido por múltiples miserias. La fe viva logra descubrir en medio de los acontecimientos y los avatares de la vida la mano providente de Dios. Esto no se da de modo inmediato, sino más bien, es el resultado de un proceso de conversión. En la medida en la que el cristiano participa de la vida y de la misión de Cristo, en la medida en la que bebe en las fuentes de la vida como la Samaritana, en esa medida va creciendo su capacidad de comprensión. Dios actúa con una pedagogía divina: a veces nos hace caminar por el desierto en medio de hambre y sed, a veces se muestra soberano en la cumbre del monte, a veces permite la experiencia de la derrota y el cansancio de la vida. El creyente es aquel que sabe descubrir en todo ello una pedagogía amorosa de Dios. Si queremos organizar nuestra vida, debemos aprender a "descifrar su designio" leyendo la misteriosa "señalización" que Dios pone en nuestra historia diaria.


42.  Fuentes de aguas vivas

Fuente: Catholic.net
Autor: P Sergio Córdova

Reflexión

La península del Sinaí ofrece al peregrino un panorama encantador y desconcertante al mismo tiempo. Abajo, a sus pies, un desierto desolado y abrumador. Pero basta levantar un poco la mirada para contemplar un paisaje maravilloso: ante sus ojos se abre la inmensidad del mar, con un azul intenso lleno de vida. ¡Qué contrastes tan impresionantes! Parece imposible que esa inmensa masa de agua no logre transformar la aridez del desierto en un jardín paradisíaco.

Los pueblos del Medio Oriente comprendían y comprenden mejor que nosotros el valor del agua. Además, es un tema tan frecuente en la literatura oriental y en la misma Biblia que ha llegado a convertirse en una realidad de alto simbolismo teológico y espiritual.

Se la señala como fuente y fuerza de vida. Sin ella, la tierra se vuelve un desierto, y los hombres y los animales se ven condenados a una muerte segura. También la Biblia habla de las aguas purificadoras que se utilizan para el uso doméstico, pero, sobre todo, para el culto del templo, donde el rito del baño y las abluciones reciben un significado sagrado.

Bástenos recordar las páginas de la creación, en las primeras líneas del Génesis. Allí el autor sagrado nos describe la obra de Dios Creador y menciona explícitamente la separación de las aguas para dar origen a la vida (Gn 1, 2.6-7). En el paraíso, el Señor Yahvé colocó un manantial de frescas aguas que regaba todo el jardín y lo llenaba de flores y de frutos hermosos (Gn 2, 10). Más tarde, las aguas del diluvio (Gn 7-8) y el paso de los israelitas por el mar Rojo (Ex 14) vinieron a ser como el símbolo del bautismo, que destruyen el pecado y dan origen a una nueva alianza de Dios con el hombre. Y cuando los hebreos estuvieron a punto de morir de sed en el desierto del Sinaí, Dios hizo brotar el agua de la roca en el Horeb (Ex 17, 1-7). Y Yahvé transformó para ellos aquella agua amarga e insalobre de Mará en un agua dulce y deliciosa (Ex 15, 22-27).

También los profetas vieron en el agua un símbolo de vida y como el cumplimiento de las promesas mesiánicas: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación” (Is 12, 3). Isaías repite una y otra vez al pueblo desesperanzado: “Los pobres y los menesterosos buscan el agua y no la hallan; su lengua está seca por la sed. Pero yo, Yahvé, haré brotar manantiales de agua fresca en las alturas peladas y fuentes en medio de los valles.Tornaré el desierto en estanque, y la tierra seca en corrientes de aguas” (Is 41, 17-18; 43, 18-21). “¡Oh vosotros los sedientos, venid a las aguas, aun los que no tenéis dinero!” (Is 55, 1).

Y el río de aguas frescas y medicinales que sale del nuevo templo, del que habla Ezequiel y el Apocalipsis del apóstol Juan, son como otro símbolo de la vida eterna que Dios nos ofrece (Ez 47, 1ss; Ap 22, 1-5).

Debido a la grandes carestías en Palestina, los israelitas hicieron la experiencia de recoger el agua de la lluvia en cisternas; si éstas estaban construidas sobre la roca, el agua se purificaba sola y se volvía fresca y potable. Pero aunque estuviera bien administrada, siempre se agotaba y su falta se convertía en una terrible amenaza. Por eso, un pozo era considerado como un gran tesoro, tanto más si se trataba de una fuente de “agua viva”, como el que dio Jacob a su familia, del que nos habla el Evangelio de hoy.

Aquella mujer samaritana tenía que acudir por necesidad todos los días, como tantísimos otros habitantes del lugar, a aquel pozo para poder saciar su sed, la de sus animales, y transportarla en cántaros a sus casas para sus usos domésticos.

Pero aquel día, de una forma totalmente insospechada, se encuentra con un judío junto al pozo. Y lo más extraño es que le dirige la palabra y le pide de beber. El evangelista tiene la atención de explicarnos que no se trataban los judíos y los samaritanos. Además, no era normal que una mujer le dirigiera la palabra a una mujer extranjera. Pero Jesús, como siempre, no se detiene ante las costumbres o tradiciones humanas cuando está en juego la salvación de las almas. Y, por eso, toma la iniciativa: “Dame de beber”.

La mujer, extrañada, responde a Jesús objetando su situación de mujer y de samaritana. Pero se sorprende aún más al escuchar la respuesta del Señor: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva” (Jn 4, 10). ¿Cómo le puede dar agua viva este judío, si ni siquiera es suyo el pozo ni tiene cuerda para sacar el agua? ¿De dónde le puede venir a éste esa “agua viva”? Pero Jesús ya ha tocado su curiosidad. Y ya no parará hasta conquistar completamente la fe y el corazón de aquella mujer para Dios.

“Quien bebe de esta agua volverá a tener sed –prosigue Jesús—, pero el que beba del agua que yo le dé no tendrá jamás sed, pues el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” (Jn 4, 13-14). ¡Vaya! Esa promesa, si era cierta, sonaba bastante interesante. ¡Así se podría ahorrar tantas fatigas e incomodidades todos los días!... Y desde ahora comienzan a invertirse los papeles. Es ya la mujer la que pasa a pedirle a Jesús que le dé de esa agua.

Pero, ¿cuál era esa agua de la que hablaba Jesús? Ciertamente, Él estaba en otro plano superior. Y la respuesta nos la da el mismo Juan en unos capítulos más adelante de su evangelio: “El último día, el día grande de la fiesta, se detuvo Jesús y gritó, diciendo: ‘Quien tenga sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, torrentes de agua viva brotarán de su seno’. Esto lo dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él” (Jn 7, 37-39).

Esa agua es la que brotó del costado traspasado de nuestro Salvador, una vez que “entregó el Espíritu” sobre la cruz: “llegando a Jesús, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice la verdad para que vosotros creáis” (Jn 19, 33-35).

Esa agua viva, pues, es el Espíritu Santo, la fe en Jesucristo, la vida eterna y la gracia santificante que brota de su pasión, muerte y resurrección, y que nos comunica a través de los sacramentos de la Iglesia. ¡Acerquémonos a esta fuente de aguas vivas y saciemos nuestra sed con el don que Jesucristo nos ofrece en su Iglesia!