38 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO I DE CUARESMA
1-9

 

1. J/TENTACION.

El Diablo tienta a Jesús a través del espectáculo de las cosas; el Espíritu, que "llena" a Jesús, le impulsa desde el interior, actuando en lo más íntimo de su ser. He ahí, pues, cómo estas dos potencias se enfrentan y cómo es Jesús la apuesta de su conflicto, Jesús a quien cada una de las dos quiere apropiarse. El Diablo que no tiene otro deseo que el de ver a Jesús "adorándole"; Dios que, en el bautismo, acaba de proclamar a Jesús Hijo suyo y que le impulsa a conducirse efectivamente como Hijo de Dios. Dejados atrás los generosos grupos de las riberas del Jordán, Jesús llega al desierto. Allí está él solo, completamente solo.

En este desierto, lugar de soledad, realiza Jesús la experiencia del vacío. Vacío físico, en primer lugar: tiene hambre... Vacío más profundo también: Jesús se encuentra sorprendentemente vacío.

Los verbos que le tienen por sujeto están casi todos en pasiva, como si fuese juguete de fuerzas que le arrastraran sin que él pudiera reaccionar, sin que le sea posible plantear una opción.

Jesús está "lleno" y es "llevado" por el Espíritu, antes de que el propio Diablo sea el sujeto de verbos de los que Jesús no es más que el complemento, un objeto movido de acá para allá, como a pesar suyo. Una persona, en todo caso, buena sólo para recibir órdenes tajantes: "Di que estas piedras... Tírate de aquí abajo... Adórame".

Pero este hombre solo, "vaciado", pasivo, debe mostrarse supremamente activo; ha de llevar a cabo una opción decisiva, en la que está en juego el título mismo que ha recibido en el bautismo. Proclamado Hijo de Dios, Jesús es intimado a decir cómo entiende él que ha de vivir ese título, cómo cree que ha de hacer ver que es Hijo de Dios. De un lado, el Diablo, con un proceder tragicómico, le incita a vivir su título de una determinada manera, en tanto que, en el silencio interior, el Espíritu le orienta a otra forma de expresar sus prerrogativas filiales.

Al trabar combate, el Diablo empieza arguyendo a base de cómo se encuentra Jesús al cabo de ese ayuno de cuarenta días.

Jesús está "vacío". Ser Hijo de Dios, ¿no es, por el contrario, vivir "colmado", "lleno"? Que diga , pues, la palabra que le llenará.

¡Pelea inútil! No es lo que el hombre "dice" lo que puede llenarle, alimentarle, sino la palabra que Dios le dirige. De esta forma, Jesús ha elegido su campo. A las proposiciones del Diablo :"Si eres Hijo", Jesús prefiere la Sagrada Escritura: "Está escrito". Ser Hijo de Dios no es, para él, decir una palabra autoritaria, sino escuchar la palabra que Dios ha dicho.

Su alimento en vez de irlo a buscar en el pan, lo encuentra el Hijo de Dios en la palabra divina.

Para el adversario de Dios, el Diablo, ser hijo de Dios es ser rey, poseer todo poder sobre los reinos terrestres; es ser revestido, rodeado, nimbado de la gloria que emana de esos poderes. No dice menos el Antiguo Testamento, especialmente el salmo 2, texto el más apropiado para definir la naturaleza y la misión del Hijo de Dios. Puesto que Jesús se atiene a remitirse a las Escrituras, que recurra a este salmo.

El Diablo, por su parte, se ha inspirado bien en este texto sálmico, al que sin embargo, ha hecho un discreto retoque. Aunque el Hijo de Dios pueda esperar tener la autoridad sobre todos los reinos, es de Dios sólo, según el salmo, de quien ha de esperarlo -"El me ha dicho: Tú eres mi hijo... Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra" (Sal/002/07s)- y de ninguna otra potencia, idolátricamente divinizada, ante la que el candidato al título mundial se prosternará, como pide el Diablo.

A la Escritura "torcida" por su interlocutor, Jesús responde citándola juiciosamente interpretada. Ser Hijo de Dios es, ante todo, rehusar cualquier idolatría, cualquier práctica que no reservara a Dios el lugar absolutamente prioritario que le corresponde. El drama va a terminar en el alero del Templo, en pleno corazón de Jerusalén. El evangelio de Mateo tiene un orden diferente, haciendo pasar a segundo lugar la tentación del pináculo. Leyendo con atención, se ve que es Lucas quien ha cambiado el orden. ¿Por qué este cambio? ¿Cuál es su significado?.

El significado es grande. No existe otro lugar mejor, en donde Jesús pueda manifestar que es Hijo de Dios, que Jerusalén. Ya se ha visto claro al principio del evangelio, al final de los dos capítulos que narran la infancia de Jesús. Jesús ha sido presentado como Salvador, Cristo y Señor ante los maravillados pastores en Belén, pero es en Jerusalén y en el Templo, ante los doctores y ante María y José, no menos sorprendidos, donde Jesús dirá que él es Hijo del Padre: "¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre?". Otro motivo: no existe otro lugar para Jesús, profeta acorralado, para morir sino Jerusalén. Así lo declara a sus amigos: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (13,33).

Tanto más, tercer motivo, cuanto que Jesús preve que su muerte no será una desaparición corriente; cuenta con que sea algo parecido a una "asunción" (9,51), una especie de entronización real que no podría, por lo tanto, llevarse a cabo sino en Jerusalén. ¿No dice el salmo 2: "Yahvé ha consagrado a su rey en Sión, el monte santo"?.

La última tentación, última y decisiva prueba, no podía ocurrir más que en Jerusalén, y no podía menos de anticipar la prueba de la Pasión. Cuando lleguen los últimos días, Jesús no tendrá más que una opción que hacer: esperar únicamente de Dios la gloria regia adjudicada al título de Hijo de Dios, creer que Dios es capaz de dar esa gloria, incluso más allá de la muerte, o bien forzar, de algún modo, la mano de Dios, intentar tomar en las manos su propio destino, rehusando abandonárselo a Dios.

Sabemos que Jesús confiará hasta el fin y que en el último instante no dudará de su Padre: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (23,46). Esta última elección que llevará a cabo en Jerusalén, la anticipa Jesús en el alero del Templo. Mientras que el Diablo le incita, apoyándose en las Escrituras, a forzar la mano de Dios reclamando una intervención espectacular que constituyera la prueba de la filiación divina, Jesús se niega a ello. Se niega a "tentar a Dios"; quiere ser nada más aquel que sabe esperarlo todo filialmente de Dios. Así y sólo así ha demostrado ser verdaderamente "el Hijo de Dios".

Podría verse en el relato de la Tentación la representación dramática de todas las opciones que Jesús tuvo que realizar: al comienzo de su ministerio, orientándolo de una determinada manera; más tarde, cada vez que la multitud se adhiere a él y quiere imponerle su propia representación de la función mesiánica (ver Lc 4,40-43: Jesús ataja un entusiasmo acaparador para "irse a un lugar solitario" y partir luego en dirección a "otras ciudades" a las que se sabe igualmente "enviado"; ver también Mc 6,45s: después del milagro de los panes, Jesús "obligó a sus discípulos a subirse a la barca y a ir por delante... mientras él despedía a la gente", tras lo cual, "se fue al monte a orar"); cada vez que los Apóstoles quieren imponerle sus propias doctrinas mesiánicas (es bien conocido uno de esos momento, en el que Jesús llama a Pedro "Satán-Tentador", por querer desviarle de una determinada orientación, Mc 8,33); en el momento de "subir a Jerusalén", al asumir, con entera libertad, el destino que le aguarda; en el momento de acercarse la última hora, durante la agonía.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 127


2. DESIERTO/TENTACION 

Las tentaciones en el desierto constituyen el prólogo de la misión pública de Jesús. La prueba, pues, tanto para Jesús, como para nosotros viene del desierto. Toda aventura espiritual pasa necesariamente a través del desierto.

Es la prueba de la provisionalidad. La prueba de la precariedad. El desierto es el lugar donde la realidad es despojada de las apariencias, purificada de lo efímero y reducida a lo esencial, a lo indispensable.

En el desierto se encuentra uno frente a un cielo sin límites, frente a la arena y al propio ser. Nada más. Hay un gran silencio, roto solamente a ratos por una ligera brisa. Los árabes lo interpretan así: "Es el llanto del desierto que quisiera ser verde". En el desierto el hombre se ve obligado a encontrarse consigo mismo. Se vive un cara a cara consigo mismo. "Por eso el desierto fascina y asusta -garantiza un monje- . Es la tierra de la gran soledad, y el hombre, instintivamente, tiene miedo a este cara a cara consigo mismo. La esencia del desierto es la ausencia de hombres, ayuno de encuentros, abstinencia de presencias" (E. Bianchi).

Y precisamente el cara a cara consigo mismo es preludio de un compromiso cara a cara con Dios. "El hombre sabe que vivir en el desierto no significa solamente vivir sin los hombres, sino vivir con Dios y para Dios" (S.Bulgakov). El desierto entonces se convierte en lugar del encuentro con Dios. Una presencia cierta, pero escondida, secreta.

El desierto es el lugar de la liberación. Pero el "programa de la libertad" no es una lista de facilidades, de privilegios. Es un programa exigente, arduo, que se realiza en un clima de austeridad por caminos no precisamente fáciles. Dios se hace seguridad, pero a condición de que el pueblo en camino pierda sus seguridades habituales, sus pequeños conforts. Para quien camina por el desierto es obligatorio contentarse exclusivamente con Dios. Dios debe ser todo.

La gran prueba del desierto, en definitiva, es la fe. Sin fe no se puede vivir en el desierto.

Gracias a la presencia del único necesario, el desierto se libera de su aridez, se salva de su esterilidad. Y se hace tierra fecunda. Se transforma en el jardín del Edén. El desierto puede florecer. El silencio puede convertirse en mensaje. La soledad en comunión.

Pero ¿qué son, en concreto, las tentaciones de Jesús? Podemos decir que representan el intento, por parte de Satanás, de hacerlo desviar del camino de fidelidad a Dios. Un camino que pasa a través de la ocultación, la debilidad, la humillación y la cruz. Satanás propone a Jesús tres atajos para evitar aquel camino incómodo:

-El atajo de la popularidad fácil, obtenida reduciendo la salvación a la sola dimensión económica ("di a esta piedra que se convierta en pan").

-El atajo del poder ("llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo; Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo").

-El atajo del triunfo espectacular, de la instrumentación de la fe y de la religión para fines particulares ("lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti").

Jesús rechazó estas tentaciones y reafirmó su elección de una misión que se desarrolla a lo largo de la trayectoria designada por el Padre.

Una misión que rechaza limitar la perspectiva del hombre al horizonte del poder o de los bienes naturales, y se preocupa de hacerles descubrir y satisfacer también otra hambre.

Una misión que rechaza las sugestiones del dominio sobre los hombres, del apremio y de los condicionamientos varios, y elige el camino de la paciencia, del amor y de la libertad, aceptando consiguientemente el riesgo del rechazo.

Una misión que no tiene como fin aturdir a las gentes a golpe de milagros, sino que lleva a la cruz, allí donde el milagro consistirá precisamente en el "no descender", como querían los tentadores, hasta ese momento todavía ávidos de milagros para creer.

Se ha dicho que las tentaciones satánicas vencidas por Jesús son las tentaciones "de todos los mesianismos en cuya base está la confianza en los poderes de este mundo" (E.Balducci).

Y otro intérprete subraya cómo la narración de las tentaciones es "un evangelio en miniatura en el que se dramatizan las opciones fundamentales de Jesús" (R. Fabris). Se trata de tentaciones ante las que debemos confrontarnos también nosotros. Sobre todo, se trata de opciones de fe que también nosotros tenemos que reafirmar cada día, si no queremos que el nombre de cristiano sea usurpado.

Y para poder recitar, con cierta convicción, la frase del Padrenuestro que dice: "Hágase tu voluntad".

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 44


3.

DI QUE ESTAS PIEDRAS SE CONVIERTAN EN PAN. 

La tentación de lo inmediato. Vivir es comer sin problemas; asegurar ante todo el cocido, y no entiendo que "vale más la vida que el alimento". El maná ahora mismo, si es que hay Dios. Que se resuelva el paro y creeré, porque con pan abundante todo se resuelve. Resolvamos el hambre y luego hablaremos de Dios. ¿Qué músicas celestiales son el amor, la esperanza, la libertad, la acción de Dios cada día? Ajos y cebollas abundantes, aunque sea en esclavitud; cuando está escrito NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE.

TODO ESTO TE DARÉ SI TE POSTRAS Y ME ADORAS. 

Son los ídolos. ¿Qué hacemos por el desierto con un Dios que nos trasciende? Cuánto mejor los pueblos vecinos con dioses manejables; ¿por qué no un becerro de oro? ¿Dios? ¡Vaya concepto abstracto! La psicología, la técnica, un poder paralelo al político, personalidad recia, dinero, elocuencia... eso sí da resultados. ¿Dios para vivir? ¿Pero en qué piensas, incauto? Salud, dinero y amor... Y Jesús: ¿No ayudaría una alianza con el Poder Romano o Zelota? ¿Por qué no halagar a las masas?... Así todos: Dios promete salvación, pero cada día eres llamado por ídolos -carne, afectos, dinero, poder- que te insinúan: "todo esto te daré si te postras y me adoras". Cuando está escrito: SOLO A DIOS ADORARAS.

ÉCHATE DE LA TORRE ABAJO. 

Tentación de lo maravilloso. Huir de la historia real y vulgar. Tentación de Moisés: "¿Por qué yo, que soy tartamudo?". Y el Pueblo: "Está o no está Dios en medio de nosotros?". ¿Por qué si Dios es Poderoso, no hace milagros e historias un poco más a nuestro gusto? ¿A dónde voy -fue tentado Jesús- con esta historia de hijo de carpintero? ¿No sería mejor caer de la torre, acunado por alas de ángeles y aclamado por multitudes? ¡Eso sería Epifanía! ¿Y puede ser la cruz camino marcado por el Padre Bueno? Un día por boca de Pedro -¡Satanás!- y en el momento último en burla del pueblo: "Está clarísimo: ¿No dices que Dios te ama? ¡Pues baja de la cruz y creeremos!"... ¿No sientes tú hoy mismo la tentación?: Que Dios corrija mi historia; cuando está escrito: NO TENTARAS AL SEÑOR TU DIOS.

Cuarenta días para la Pascua. Cuarenta días para volverte a Dios. Alégrate, porque se te abre un tiempo de conversión. Reconoce que tú, y no Dios, eres el equivocado. Cuenta con el perdón de Dios.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 50


4.

DE QUE VAN LAS TENTACIONES DE JESÚS.

Lucas nos presenta un esquema y unas situaciones. En la primera tentación se da una situación de hambre. "Di que esta piedra se convierta en pan". Algunos han querido ver aquí una exploración del diablo para ver quién es Jesús, para saber ante quién se halla. Se supone que estaba algo intrigado. La tentación no estaría tanto en querer vivir sólo de pan como en utilizar a Dios para convertir las piedras en panes haciendo uso del milagro. Tentación y grande, es vivir únicamente preocupados por el pan material y reducir el hombre a relaciones de producción y economía. Y no menos tentación es refugiarse en Dios y la religión huyendo del trabajo y las responsabilidades. Ni Dios es un tapaagujeros ni la religión un seguro a todo riesgo.

La segunda condición es bien clásica y se refiere al poder. "Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria... si te postras ante mí". El poder exige esa postración, esa adoración, que sólo a Dios se le debe. El poder, casi siempre, es cosa diabólica y corrompe al hombre. Sobre todo porque para alcanzarlo, para llegar a algo, hay que arrastrase indignamente conculcando los valores más sagrados. Significativamente alardea el mal de que el poder es un campo suyo y puede dárselo a quien quiera. El hombre sólo ha de postrarse y adorar a Dios. Todo lo demás son idolatrías que lo degradan.

La tercera tiene que ver con Jerusalén y, además, con el alero del templo. Es la más sutil y más religiosa. Se trata de controlar a Dios y a sus ángeles, y aparecer como hombre de Dios, como elegido de Dios. En el Evangelio de Lucas se tienen muy en cuenta el seguimiento de Jesús por sus discípulos y por eso en estas tentaciones hay que ver también la ejemplaridad de Jesús.

Son tentaciones unidas a la misión que el Padre le encomendó y en ellas resplandece la fidelidad y el coraje de Jesús. Jesús es el modelo a seguir.

LAS TENTACIONES DE HOY.

Conviene llevar a nuestro terreno estas tentaciones, hacer una lectura de nuestra realidad y ver cuáles son nuestras tentaciones hoy. La primera es la increencia. Hacer nuestra vida sin contar con Dios. Así se cortan de raíz todo mal y toda tentación, porque si Dios no existe todo está permitido. Esta tentación es hoy especialmente fuerte. Esta tentación nos muestra lo mucho que ha cambiado el hombre, ya que de abusar de Dios hemos pasado a prescindir de El.

Otra tentación, que nace de la anterior, es pensar que sólo de pan vive el hombre, o sea, de la economía, y que por ahí va la felicidad y futuro del hombre. Esto en sentido exclusivo y determinante. Este materialismo arranca de raíz toda libertad y humanismo. Este es el mal que anida en muchos planes e informes de cara al año 2000. Y así es como proliferan cantidad de adiciones e idolatrías como el hedonismo narcisista y el culto al placer y al sexo.

Al final el hombre pierde su misión, que es la libertad y la entrega a una misión noble, y termina en una psicología rota y averiada por el vacío y la angustia. Este cuadro puede parecer un tanto dramático y general, pero de alguna forma describe la trayectoria de nuestro hombre de hoy.

Negar la tentación es negar la libertad y, en consecuencia, al hombre mismo.

LUIS GRACIETA
DABAR 1989, 13


5. EV/ACTUAL:

ACTUALIDAD DEL EVANGELIO

En numerosas ocasiones hemos constatado desde estas mismas páginas una innegable realidad: la actualidad de que gozan los textos evangélicos, textos que, aun teniendo cerca de dos mil años de antigüedad, en ocasiones parecen escritos a propósito para nosotros, hombres y mujeres del siglo XX.

Esos mismos textos, en numerosas ocasiones nos desbordan ampliamente: andamos aún muy lejos de ponernos a la altura de las exigencias evangélicas y tenemos que contentarnos con dar pasos más pequeños de los que allí se nos piden, en espera de que un día podamos responder adecuadamente a lo que Dios espera de nosotros. Por el contrario, en alguna que otra ocasión, somos nosotros los que desbordamos esos textos. Como sucede con el Evangelio de hoy.

Sí; sencillamente, este texto se nos queda corto. Por una razón muy sencilla: el texto nos previene de una serie de peligros, que también acecharon a Jesús, en los que hemos de procurar no caer.

Y hemos caído. en todos ellos y en algunos más. Individualmente y comunitariamente. Por eso, el Evangelio de hoy se nos queda corto. O nos llega tarde, porque ya hemos superado esa etapa de rondar el peligro. Y hemos caído en él.

BUSCANDO TRAS LAS APARIENCIAS

Debajo de todo ese ropaje literario, como es ya bien sabido, hay unas intenciones didácticas; la exégesis de hoy nos dice que podemos entender las tentaciones de la siguiente manera:

-incitación al ejercicio prepotente de la condición de hijo de Dios;

-incitación a la ruptura con Dios;

-incitación a la utilidad de Dios en beneficio propio.

ABUSO DE LA CONDICIÓN DE HIJO DE DIOS

Felizmente, ya pasaron a la historia aquellos tiempos en los que se pretendía tener la exclusiva de la salvación; incluso alguien ha habido que se ha atrevido a afirmar que "fuera de la Salvación no hay Iglesia". La cuestión es saber si este planteamiento es, para muchos, algo más que una bella teoría; y si en la práctica se admiten y se respetan a todos los hombres, porque todos son hijos de un mismo Padre.

Frente a esto, cuánto hemos usado y abusado de nuestra condición de "bautizados", de "hijos especiales de Dios". Para hacer lo mismo que acabaron haciendo aquellos judíos que, amparándose en su condición de "pueblo elegido", se entregaron a todo tipo de abusos. Aquéllos corrían al templo a gritar: "¡Templo del Señor, templo del Señor, estamos salvados!" (cf. Jer. 7, 4); hoy se acude a misa el domingo o a la confesión, al "borrón y cuenta nueva", como si tal cosa. Pero la actitud de fondo es la misma.

De aquéllos dijo Jesús cosas como "hipócritas, sepulcros blanqueados, los publicanos y las prostitutas os preceden en el Reino de los Cielos...". ¿Qué diría Jesús de los de hoy día?

ROMPER CON DIOS

Aunque en teoría se sea religioso, aunque las prácticas sean religiosas, se puede romper con Dios, se puede estar lejos de él.

El peligro es viejo; muy anterior a Jesús: "Este pueblo me honra con los labios; pero su corazón está lejos de mí" (Is. 29, 13); texto que, por cierto, citaría Jesús (cf. Mt. 15, 8). Sí, se puede vivir en un mundo religioso, de ritos y cultos, y estar, al mismo tiempo, viviendo de espaldas a él. En esto insistieron los profetas; en esto insistió Jesús; en esto seguimos cayendo los cristianos de hoy día, usando y abusando de nuestra extraña religiosidad: "Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Quiero misericordia y no sacrificios" (cf. Os. 6, 4.6).

DISPONER DE DIOS EN BENEFICIO PROPIO

Aquí sí que nos hemos lucido.

Deberíamos preguntarnos, por ejemplo, qué imagen damos ante "los de fuera", cuando nos ven trabajando afanosamente para resolver lo mejor posible una oscura cuestión financiera, hasta el último fiel que va a misa a pedir suerte en el negocio, en la intervención quirúrgica o en la lotería -que de todo hay-, mostramos esa tendencia a utilizar a Dios -todopoderoso- para que nos eche una mano en lo que nos conviene; o pidiéndoselo directamente, o sacando la manida excusa de que necesitamos medios financieros para mantener nuestras organizaciones.

QUE CADA UNO SE EXAMINE

No hemos pretendido hacer un examen de conciencia; pero sí que, cada uno, deberíamos hacerlo. No por afán moralista, sino por fidelidad al Evangelio. Y, desde luego, no perder la esperanza.

Porque si, como decíamos al principio, este texto evangélico de hoy lo hemos desbordado, no deja de seguir siendo una llamada a la conversión, con la garantía de que podemos resistir la tentación; como Jesús la resistió; eso, claro, si no nos importa perder "la seguridad del pan y de las posesiones en soledad", y caminar con Dios como compañero de viaje con quien "compartir radicalmente todos y cada uno de los riesgos del camino que es vivir".

EUCARISTÍA 1983, 16


6.

El hombre actual ansía vivir cada vez más, cada vez mejor, cada vez más intensamente. Pero, ¿vivir qué?, ¿vivir para qué? Se dice que estamos mejor equipados que nunca para vivir una vida sana y de mejor calidad. Pero, ¿qué es un hombre sano? ¿Qué es una vida de calidad humana? Hemos hecho la vida más larga, más cómoda y placentera, pero, ¿no la hemos hecho también más vacía, superficial y absurda? ¿Es éste el camino para satisfacer la necesidad profunda de vida que se encierra en el ser humano?

Hay además un hecho cultural sobre el que parece existir una conspiración de silencio y es que cada vez se medita menos sobre el sentido último de la vida. Desconectada de toda relación con el Creador, privada de destino trascendente, la vida del hombre contemporáneo se está convirtiendo en un episodio irrelevante que hay que llenar de bienestar y de experiencias placenteras.

Sin embargo, ¿es verdadero progreso entender y vivir la vida de manera tan rudimentaria y tan pobre de contenido, de horizonte y de sentido como lo hacen hoy no pocos hombres y mujeres?

Por otra parte, para muchos, «bueno» es lo que produce bienestar, y «malo» lo que causa malestar. Pero el concepto de bienestar es ambiguo y no coincide necesariamente con la verdadera realización del ser humano.

Un joven puede tomar alcohol o droga para sentir «bienestar», pero, evidentemente, su actuación no es sana. Una persona puede sentirse bien en medio de una sociedad injusta, ocupándose exclusivamente de su bienestar y olvidando el sufrimiento de los más débiles y marginados, pero difícilmente podrá decirse que es sana esa insensibilidad.

Por eso, no es superfluo preguntarse qué bienestar buscamos, qué contenido le damos a nuestro deseo de calidad de vida y en qué hacemos consistir el progreso del ser humano. Estas son las cuestiones e interrogantes a los que los Obispos del País Vasco quieren dar una respuesta desde la fe cristiana en su importante Carta Pastoral de Cuaresma-Pascua, titulada de manera significativa «Al servicio de una vida más humana» .

En realidad, su mensaje no es sino el eco actualizado de esas palabras de Jesús que también el hombre de hoy necesita escuchar: "No sólo de pan vive el hombre".

La verdadera calidad de vida no debe ser confundida con el «índice de renta nacional», el desarrollo industrial o el crecimiento del consumo. No es bueno todo lo que aumenta el bienestar material, ni malo lo contrario. Es bueno aquello que le ayuda al hombre a crecer como persona en todas sus dimensiones.

Por su parte, los Obispos plantean una pregunta que no se ha de soslayar. Calidad de vida, ¿para quién? ¿Calidad de vida para todos, o sólo para mí y los míos? ¿Calidad de vida para los parados, o bienestar exclusivo para los instalados? ¿Calidad de vida sólo para los europeos o para todos los hombres?

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 29 s.


7.

* Estamos en Cuaresma: En este mundo secularizado, en el que a duras penas se hace sitio a la religión y sus celebraciones, hace falta un gran esfuerzo, hermanos, para que no se nos pierda también el sentido de la Cuaresma, que, en definitiva, es el sentido de la existencia cristiana: camino y peregrinación hacia la Pascua. La celebración pascual es lo que repetimos domingo a domingo durante el año y la vida, como en una anticipación gozosa de nuestro destino y de nuestro futuro esperanzador. Pero, ¿qué es la cuaresma?

-La Cuaresma es una llamada a la reflexión, en primer lugar. CUA/QUE-ES Vivimos tan apremiados, tan deprisa, estamos tan aferrados a los medios de vida y a sortear los obstáculos para conseguirlos, que apenas si nos queda tiempo para nosotros mismos. Y necesitamos tiempo para la serenidad y la reflexión. La Cuaresma no es ni debe ser un paréntesis en la vida, sino llamada a la reflexión y la cordura durante toda la vida.

-En segundo lugar, la cuaresma es una oportunidad para guardar silencio y escuchar la palabra de Dios. Para los creyentes la palabra de Dios, recogida en la Biblia, es palabra de vida y para la vida. Necesitamos, pues, confrontar nuestros criterios y nuestros ideales con la palabra de Dios, para no desvirtuar nuestra fe y no perder el horizonte de la esperanza cristiana.

Porque ser cristiano no consiste en hacer algunas cosas, algunas prácticas, sino en creer y esperar en la promesa de Dios en Jesucristo. Tenemos que rescatar el evangelio y leerlo con asiduidad para mantenernos en la fe.

-La cuaresma es invitación a la oración. La oración es la primera consecuencia de la fe. No podemos vivir como si tal cosa. Si somos creyentes, si escuchamos la palabra de Dios, si leemos el evangelio y lo ponemos en práctica, tenemos que entrar en comunicación con Dios y orar: manifestarle nuestros sentimientos y hacerle presente nuestras dificultades y nuestras necesidades.

Orar es principalmente participar en la liturgia de la Iglesia, en la eucaristía de cada domingo o de cada día, en el sacramento de la reconciliación y en todo lo demás.

* La Cuaresma es un prueba para la fe. Porque la vida es difícil y frecuentemente hostil para la fe. Corremos el riesgo de dejarnos llevar de lo que nos parece que hace todo el mundo y así alejarnos progresivamente del proyecto de vida de la fe cristiana. Tenemos siempre el peligro de caer en la tentación, en las tentaciones que nos asaltan diariamente. Por eso, el evangelio de hoy quiere alertarnos contra la tentación y animarnos en la lucha con la palabra de Dios y el ejemplo de Jesús, que también fue tentado.

* No solo de pan vive el hombre: Pero vivimos de pan, es decir, necesitamos comer y vestirnos y divertirnos y trabajar para ganar dinero y gastarlo. La libertad queda siempre acotada por un sinfín de necesidades, que necesitamos satisfacer para conservar la vida, que es don de Dios. ¿Hay algo más justificable que el trabajo o los negocios para ganarnos el pan? Pero el afán por ganarnos el pan puede anular otros afanes que también debemos alimentar. Porque el hombre no vive sólo de pan. Jesús nos enseña que hay otro alimento: hacer la voluntad de Dios. Y si es verdad que tenemos que ganarnos la vida, no podemos olvidar que todos somos hijos de Dios y que también los demás tienen que trabajar y ganarse la vida. En situaciones de paro, de crisis, de hambre, no podemos afanarnos por nuestro pan sin trabajar y solidarizarnos para que todos pueden tener pan, para que todos puedan vivir dignamente.

* No tentarás al Señor tu Dios: Otro peligro que pone a prueba la fe de los creyentes es el intento de reducir la religión a un sucedáneo de nuestros recursos, a un consuelo de nuestras frustraciones o de nuestra impotencia. La verdad es que con frecuencia nos acordamos de Dios o de santa Bárbara cuando truena. Querríamos que la religión sirviese para remediar nuestros infortunios y nos desconcierta el silencio de Dios ante nuestras legítimas pretensiones. Pero Dios, que es nuestro Padre, nos ha hecho responsables y jamás hará por nosotros lo que nosotros tenemos que hacer. ¿Cómo podemos pedir la paz a Dios si estamos obsesionados por la carrera de armamentos, si no hacemos nada en serio para poner fin a la locura de la guerra y de la injusticia? Creer en la providencia no es pensar que Dios está en nuestras manos, a nuestra disposición. Al contrario es creer que, sin renunciar a nuestra responsabilidad, estamos en última instancia en las manos de Dios.

* Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto: Hay con todo un gran peligro para nuestra fe y es la idolatría. Nos confesamos creyentes y reconocemos creer en Dios y en Jesús. No obstante, nuestra manera de proceder indica que nuestros dioses están muy lejos de Dios. Porque hemos puesto nuestra confianza en nuestros ídolos y hemos abandonado al Dios de nuestro Señor.

Ponemos más confianza en las obras de nuestras manos (la técnica, la ciencia, la política, el progreso...) que en nuestros semejantes. No nos fiamos de nadie y tampoco nos fiamos de Dios.

Lejos de fundar nuestra vida en el amor al prójimo, la hemos basado en el recelo, en la hostilidad y en el odio. Hemos de poner las cosas en su sitio, empezando por ponernos en nuestro sitio nosotros y luego a todos los demás. Sin endiosamientos. Porque uno sólo es el Señor y todos los hombres somos hermanos.

Nos reunimos a celebrar la eucaristía en el comienzo de este tiempo importante de Cuaresma. Hemos escuchado la palabra de Dios que nos advierte contra las posibles tentaciones que ponen a prueba nuestra fe. Que el pan y el vino, es decir, el cuerpo y la sangre del Señor nos alimenten y fortalezcan para que, superada la prueba, permanezcamos fieles en la fe, sin temor, sin dudar, sin rebajarnos o conformarnos con vivir como si no tuviéramos fe.

EUCARISTÍA 1986, 9


8.

Sólo puede ser tentado el que tienen que decidir. Y es claro que sólo decide verdaderamente aquél que lo hace desde su libertad, desde esa intimidad en la que cada uno se encuentra a solas consigo mismo. En este sentido, todas las tentaciones surgen en la soledad, en el desierto. No es, pues, causa que san Mateo nos diga que Jesús fue llevado por el espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Las tres tentaciones que relata san Lucas se encuentran en el Evangelio de San Mateo en un orden más perfecto. Se observa aquí una línea ascendente hasta llegar a la última alternativa, el servicio a Dios o a Satanás. Estas tres tentaciones son tres tentaciones típicas que recogen de una manera esquemática todas las posibles tentaciones a las que está sometido el hombre sobre la tierra.

En la primera de ellas, Jesús, que había sido llevado por el Espíritu al desierto, estaba allí cumpliendo la voluntad del Padre, es tentado para salir de su apuro netamente humano, poniendo a su servicio el poder de hacer milagros. Jesús vino al mundo para ser uno de nosotros, para vivir como uno de tantos, para soportar todas nuestras miserias y solidarizarse con nuestra suerte. No vino, pues, para vivir una vida de privilegio, sino para mostrar precisamente en su debilidad humana la fuerza de Dios. Si Jesús hubiera convertido las piedras en pan y de esta forma hubiera saciado el hambre, se hubiera apartado de este misión excelsa que vino a realizar acampando en medio de nosotros. En cierto sentido, aquí vemos de nuevo aquella tentación original a la que fueron ya sometidos nuestros primeros padres. Es la tentación de salir adelante en la vida y de alcanzar la divinidad en contra de la voluntad de Dios. Es la tentación de la autonomía del hombre que quiere vivir como Dios, sin someterse a la voluntad del Padre.

En la segunda tentación se da un paso más en esta escalada sicológica y el demonio, tomando pie de las palabras de Cristo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios", le propone arteramente que abuse de esa confianza en Dios. Esta tentación se sitúa en el polo opuesto a la anterior. Es la tentación de coger la palabra a Dios y de disponer ya de Dios utilizándolo caprichosamente en propio provecho. Es la tentación de la magia: Dios a nuestro servicio.

Uno hace lo que quiere sabiendo que Dios ya le ha sacado de apuros. Es también la tentación de un espiritualismo exagerado que entiende la providencia como un recurso del que siempre puede echarse mano, incluso cuando no se han agotado todavía todas las posibilidades humanas. Y después de esta alternativa surge la tercera tentación. Es la tentación del poder. El demonio, en un instante, le presenta todos los reinos de la tierra; una visión fantástica, ilusoria... El mundo que el demonio presenta es vano, pero no por ello menos atrayente. A cambio de ese mundo, pide que Jesús renuncie a su dignidad y se le someta como un esclavo. Esta es la tentación que el hombre, a pesar de su dignidad, siente una y otra vez de poner en venta todos sus valores humanos, a cambio del poder.

Las tres tentaciones -como hemos dicho- son tentaciones típicas que se repiten en la vida de Cristo, que encuentra sobre todo su expresión cuando el Señor está pendiente en el patíbulo de la cruz. Son tentaciones que igualmente se repiten a lo largo de la historia de la Iglesia.

¿Cuándo no ha sentido la Iglesia la tentación de renunciar a la gracia de Dios y a la obediencia confiada en la palabra de Dios para resolver en un temporalismo exagerado los problemas del pan de los hombres? Renunciar a vivir de la palabra de Dios y pretender la salvación por un simple esfuerzo humano sería caer en la primera tentación. Y ¿cuándo no ha sentido la Iglesia en su historia la tentación de refugiarse en una interioridad espiritualista, de encerrarse en la evasión de una liturgia mal comprendida, esperando que todos los problemas humanos queden resueltos por un Dios que se ha mal entendido como simple recurso de todas nuestras insuficiencias e inoperancias? Y, por fin, ¿acaso no siente la Iglesia una y otra vez la tentación de ceder a los privilegios e intereses creados, al proteccionismo de los Césares, a cambio de renunciar a la sinceridad y la autenticidad del Evangelio, a su deber profético de denunciar la injusticia y de servir a la palabra de Dios? Y lo mismo ocurre en la vida de los cristianos. También nosotros corremos el riesgo de querer hacerlo todo, incluso de alcanzar la salvación sin contar con la voluntad de Dios, con la gracia, e incluso en contra de la voluntad de Dios. En un mundo tecnificado como el nuestro, todos corremos el riesgo de creer que sólo es posible lo que está al alcance de las manos del hombre y que todo está, en principio, al alcance de las manos del hombre. Al contrario, hay quienes, desanimados, desalentados y derrotados ante las dificultades de cambiar un mundo que no nos gusta, se refugian exclusivamente en la inoperancia de una oración inauténtica que a nada les compromete, y ¿qué diremos de la influencia que ejerce sobre nosotros todavía el poder, el dinero, los honores, los placeres de este mundo? Ciertamente, el hombre vale más que el mundo entero y, sin embargo, con cierta frecuencia se vende a cualquier precio. Esta es la tercera tentación.

Ya hemos entrado en Cuaresma. En esta cuarentena en la que vamos a ser probados por Dios. En la que cada uno, en la soledad del desierto de su responsabilidad, ha de responder a la palabra de Dios y ha de vencer en ellas todas estas tentaciones. El tiempo de la gracia es el tiempo de la decisión, pero el tiempo de la decisión es también siempre el tiempo de la tentación.

EUCARISTÍA 1971, 18


9. 

Sólo puede ser tentado el que tienen que decidir. Y es claro que sólo decide  verdaderamente aquél que lo hace desde su libertad, desde esa intimidad en la que cada  uno se encuentra a solas consigo mismo. En este sentido, todas las tentaciones surgen en  la soledad, en el desierto. No es, pues, causa que san Mateo nos diga que Jesús fue llevado  por el espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Las tres tentaciones que relata san  Lucas se encuentran en el Evangelio de San Mateo en un orden más perfecto. Se observa  aquí una línea ascendente hasta llegar a la última alternativa, el servicio a Dios o a Satanás.  Estas tres tentaciones son tres tentaciones típicas que recogen de una manera esquemática  todas las posibles tentaciones a las que está sometido el hombre sobre la tierra.

En la primera de ellas, Jesús, que había sido llevado por el Espíritu al desierto, estaba allí  cumpliendo la voluntad del Padre, es tentado para salir de su apuro netamente humano,  poniendo a su servicio el poder de hacer milagros. Jesús vino al mundo para ser uno de  nosotros, para vivir como uno de tantos, para soportar todas nuestras miserias y  solidarizarse con nuestra suerte. No vino, pues, para vivir una vida de privilegio, sino para  mostrar precisamente en su debilidad humana la fuerza de Dios. Si Jesús hubiera convertido  las piedras en pan y de esta forma hubiera saciado el hambre, se hubiera apartado de este  misión excelsa que vino a realizar acampando en medio de nosotros. En cierto sentido, aquí  vemos de nuevo aquella tentación original a la que fueron ya sometidos nuestros primeros  padres. Es la tentación de salir adelante en la vida y de alcanzar la divinidad en contra de la  voluntad de Dios. Es la tentación de la autonomía del hombre que quiere vivir como Dios, sin  someterse a la voluntad del Padre.

En la segunda tentación se da un paso más en esta escalada sicológica y el demonio,  tomando pie de las palabras de Cristo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra  que sale de la boca de Dios", le propone arteramente que abuse de esa confianza  en Dios. Esta tentación se sitúa en el polo opuesto a la anterior. Es la tentación de coger la  palabra a Dios y de disponer ya de Dios utilizándolo caprichosamente en propio provecho.  Es la tentación de la magia: Dios a nuestro servicio.

Uno hace lo que quiere sabiendo que Dios ya le ha sacado de apuros. Es también la  tentación de un espiritualismo exagerado que entiende la providencia como un recurso del  que siempre puede echarse mano, incluso cuando no se han agotado todavía todas las  posibilidades humanas. Y después de esta alternativa surge la tercera tentación.

Es la tentación del poder. El demonio, en un instante, le presenta todos los reinos de la  tierra; una visión fantástica, ilusoria... El mundo que el demonio presenta es vano, pero no  por ello menos atrayente. A cambio de ese mundo, pide que Jesús renuncie a su dignidad y  se le someta como un esclavo. Esta es la tentación que el hombre, a pesar de su dignidad,  siente una y otra vez de poner en venta todos sus valores humanos, a cambio del poder. Las tres tentaciones -como hemos dicho- son tentaciones típicas que se repiten en la  vida de Cristo, que encuentra sobre todo su expresión cuando el Señor está pendiente en  el patíbulo de la cruz. Son tentaciones que igualmente se repiten a lo largo de la historia de  la Iglesia.

¿Cuándo no ha sentido la Iglesia la tentación de renunciar a la gracia de Dios y a la  obediencia confiada en la palabra de Dios para resolver en un temporalismo exagerado los  problemas del pan de los hombres? Renunciar a vivir de la palabra de Dios y pretender la  salvación por un simple esfuerzo humano sería caer en la primera tentación. Y ¿cuándo no  ha sentido la Iglesia en su historia la tentación de refugiarse en una interioridad  espiritualista, de encerrarse en la evasión de una liturgia mal comprendida, esperando que  todos los problemas humanos queden resueltos por un Dios que se ha mal entendido como  simple recurso de todas nuestras insuficiencias e inoperancias? Y, por fin, ¿acaso no siente  la Iglesia una y otra vez la tentación de ceder a los privilegios e intereses creados, al  proteccionismo de los Césares, a cambio de renunciar a la sinceridad y la autenticidad del  Evangelio, a su deber profético de denunciar la injusticia y de servir a la palabra de Dios? Y  lo mismo ocurre en la vida de los cristianos. También nosotros corremos el riesgo de querer  hacerlo todo, incluso de alcanzar la salvación sin contar con la voluntad de Dios, con la  gracia, e incluso en contra de la voluntad de Dios. En un mundo tecnificado como el  nuestro, todos corremos el riesgo de creer que sólo es posible lo que está al alcance de las  manos del hombre y que todo está, en principio, al alcance de las manos del hombre. Al  contrario, hay quienes, desanimados, desalentados y derrotados ante las dificultades de  cambiar un mundo que no nos gusta, se refugian exclusivamente en la inoperancia de una  oración inauténtica que a nada les compromete, y ¿qué diremos de la influencia que ejerce  sobre nosotros todavía el poder, el dinero, los honores, los placeres de este mundo?  Ciertamente, el hombre vale más que el mundo entero y, sin embargo, con cierta frecuencia  se vende a cualquier precio. Esta es la tercera tentación.

Ya hemos entrado en Cuaresma. En esta cuarentena en la que vamos a ser probados  por Dios. En la que cada uno, en la soledad del desierto de su responsabilidad, ha de  responder a la palabra de Dios y ha de vencer en ellas todas estas tentaciones. El tiempo  de la gracia es el tiempo de la decisión, pero el tiempo de la decisión es también siempre el  tiempo de la tentación. 

EUCARISTÍA 1971, 18