38 HOMILÍAS PARA EL PRIMER DOMINGO I DE CUARESMA
10-19

 

10.

-Tentado pero victorioso en la fe 

Lo mismo que en los otros dos Ciclos, se nos propone de nuevo el relato de la Tentación  del Señor. Aquí adquiere una particular significación: la prueba sufrida por Cristo termina  con un triunfo que es el de la confianza en el Padre y la voluntad de seguir lo que él decida. 

El hombre no vive sólo de pan, sino que el pan que tiene que comer es el de la voluntad del  Padre, conocida a través de su Palabra viva (Is. 55,1). Para Jesús, el pan es esta Palabra  de Dios de la que debemos vivir cada día (Mt. 4, 4). A esta Palabra tenemos que dar la  adhesión de nuestra fe (Jn. 6,35-47). Hay que adorar al único Dios cumpliendo su voluntad,  sin pedir explicación. Pero esta fe en el Señor ha hecho de Israel una gran nación que,  reducida a la esclavitud, fue atendida por su Dios, liberada y conducida a un país que mana  leche y miel (Dt. 26, 4-10). El salmo 90: "Yo digo al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios  mío, confío en ti", sirve de respuesta a la 1ª lectura que nos refiere la fe del pueblo de Dios  y su salvación a través de la tribulación. Es el grito de triunfo de la nación tentada y  reducida a esclavitud; y oímos la respuesta de Dios:

Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré.

Esa misma confianza ha de ser la de quienes creen en Cristo. San Pablo, en la 2ª lectura  nos dice esas mismas palabras de aliento y confianza en medio de la prueba y del  sufrimiento: "La Palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón" (Rm. 10,8).  Toda esta lectura del Apóstol es un grito de fe con la seguridad de la liberación: "Si tus  labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás.  Por la fe del corazón llegamos a la justicia".

Estos alientos de Pablo llegan hasta nosotros, en lo concreto, en la intimidad de nuestra  vida. No hay ningún momento de nuestra vida en que no podamos estar seguros de nuestra  salvación, desde el momento en que, en la fe, invocamos el nombre del Señor, que es  generoso para con todos los que lo invocan.

Este domingo está sobre todo dominado por el pensamiento de la "salvación" que se  obtiene mediante la fe. Son los dos temas dominantes: Fe y Salvación. Advirtámoslo: se  refiere a todos los hombres; no existe distinción entre judíos o griegos, sino que cualquiera  que invoque el nombre del Señor se salvará. La salvación no está reservada, por lo tanto, a  un pueblo ni a una raza; ni siquiera al pueblo de la promesa. Cristo da una noción más  amplia y más profunda de la economía de la salvación que la que Abraham, Moisés v el  pueblo de Israel vivieron. San Pablo, en los 5 y 6 de este capítulo 10 -versos no recogidos  en la lectura de hoy- tiene interés en oponer la justicia que viene de la Ley y la justicia que  viene de la fe. La Ley se mostró incapaz de conferir la verdadera salvación a quienes  intentaban obtenerla mediante sus propias obras (Rm 9 32; 10, 3). Mediante la fe, cada uno  se confía a Dios y no intenta una aventura imposible: la de salvarse mediante su propia  justicia. La Ley daba el conocimiento del pecado (Rm. 3,20), la fe da la fuerza del Espíritu  que santifica (Rm. 1, 4; 8,11). Esta fe da la salvación.

Obedeciendo a la Ley, el Israelita buscaba satisfacer su legítima aspiración a la vida  desbordante; pero sólo el camino de la fe conduce a la salvación dada por Dios. Esta fe da  una salvación que es presente, pero es también una salvación futura: "El que mediante la  profesión de sus labios afirma su fe, llega a la salvación". Al final de la vida, en el momento  del juicio, ninguno de los que hayan afirmado así su fe conocerá el bochorno. "Todo el que  invoca el nombre del Señor se salvará". La 1ª lectura del Deuteronomio ligaba la profesión  de fe (Deut. 26,5-9) a un ceremonial de ofrenda de las primicias de la tierra (Dt. 26,4-10). 

Los exegetas ven aquí la intención de acomodar al culto de Yahvé los cultos agrícolas. Los  dones de la tierra son actualización de la salvación y muestran cómo Dios quiere salvar a  su Pueblo, a condición de que éste le exprese su confianza.

Se ve cómo la 1ª y la 2ª lecturas están ligadas entre sí, la 2ª dando toda su glorificación  cristiana y actual a la 1ª. En cuanto al evangelio de la Tentación, ha de subrayarse sobre  todo el aspecto de adoración y de fe para con el único Dios. Tenemos aquí una nueva  ocasión de constatar cómo la lectura litúrgica de un mismo texto ha de ser interpretada  según el ángulo de visión determinado por las demás lecturas. Por eso el evangelio de la  Tentación, proclamado en los tres Ciclos, tiene que ser comentado de forma diferente,  siguiendo el ángulo determinado por las otras dos lecturas de cada Ciclo. 

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 160 ss


11.

CONVERTIRLO TODO EN PAN 

Es nuestra gran tentación. Reducir todo el horizonte de nuestra vida a la mera  satisfacción de nuestros deseos y empeñarnos en convertirlo todo en pan con que  alimentar nuestras apetencias.

Casi sin darnos cuenta, lo hemos convertido todo en pan. Nuestra mayor satisfacción y, a  veces, casi la única es digerir y consumir comidas, artículos, objetos, espectáculos, libros,  televisión. Hasta el amor ha quedado convertido, con frecuencia, en mera satisfacción y  técnica sexual.

Corremos la tentación de buscar el placer fuera y más allá de los límites de la necesidad,  incluso, con detrimento de la vida y la convivencia.

Porque falseamos la vida y la empobrecemos cuando lo reducimos todo a mera utilidad y  provecho. Y, por otra parte, terminamos luchando por satisfacer nuestros deseos aun a  costa de los demás, provocando así la competencia y la guerra entre nosotros.

La carta cuaresmal de nuestros Obispos nos pone en guardia ante las actitudes  hedonistas de nuestra sociedad «que consisten en la búsqueda del placer por encima del  deber, del servicio y del compromiso».

Nos engañamos si pensamos que es ése el camino de la liberación y de la vida. Al  contrario, ¿no hemos experimentado nunca que la búsqueda exacerbada del placer lleva  pronto al aburrimiento, el hastío y el vaciamiento de la vida? 

¿No estamos viendo que una sociedad que atiza nuestras apetencias de consumo y  satisfacción, no hace sino generar insolidaridad, irresponsabilidad y violencia creciente?  Esta civilización que nos «ha educado» para la búsqueda del placer fuera de toda razón  y medida, está necesitando un cambio de dirección que nos pueda infundir nuevo aliento de  vida.

Hay que «volver al desierto». Aprender de aquel Jesús que se negó a hacer milagros por  pura utilidad, capricho o placer. Escuchar la verdad que se encierra en sus inolvidables  palabras: "No sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de  Dios".

Al escucharlas, nos damos cuenta de que no estamos vivos, que nuestra vida no es vida.  Que necesitamos liberarnos de nuestra avidez, egoísmo y superficialidad, para despertar  en nosotros el amor y la generosidad. Necesitamos escuchar a Dios que nos invita a gozar  creando solidaridad, amistad y verdadera fraternidad. 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 271 s.


12. J/TENTACIONES:

«Un hombre frágil» 

La vieja tradición de la Iglesia ha situado el episodio de las tentaciones de Jesús en una  montaña escarpada del desierto de Judea, cerca del lugar en que las tierras áridas se  convierten en el vergel del valle del Jordán en Jericó. Los peregrinos a Tierra Santa  pueden contemplar, desde la vegetación exuberante de palmeras y sicomoros de Jericó, los  riscos escarpados en donde una gruta, dentro de un viejo monasterio ortodoxo, recuerda el  lugar donde Jesús fue tentado. Aquella monja abadesa gallega, Egeria, que peregrinó a  Tierra Santa en el siglo IV, afirma haber subido a un monte «que cae sobre Jericó,  consagrado por el Señor».

Curiosamente Jericó fue una de las primeras ciudades construidas por los hombres.  Vigiladas por las rocas escarpadas del monte de las Tentaciones o de la Cuarentena, se  encuentran las excavaciones que muestran las ruinas de una ciudad del neolítico, de esa  época histórica en que el hombre deja de ser cazador y recolector de granos y frutos para  convertirse en ganadero y agricultor. Es realmente curioso que la tradición cristiana haya  situado las tentaciones de Jesús precisamente allí donde el hombre dejó de vivir en hordas  y comenzó a construir las primeras ciudades y habitar en ellas; cuando comienza a ser  Homo politicus -zoon politikon- porque empieza a vivir en la polis, en la ciudad.

La narración de las tentaciones no debe entenderse de forma literal. El relato de los  evangelios no es histórico, en el sentido que hoy se entiende por historia, aunque sí  verdadero. Es verdadero porque Jesús fue realmente tentado en su vida, como lo subraya  especialmente la Carta a los hebreos. Pero no se trata de un relato histórico que refleje  hechos acontecidos en la vida de Jesús tal como están recogidos por los evangelios. Jesús  fue semejante en todo a nosotros menos en el pecado, pero no fue distinto a nosotros en la  tentación, que formó también parte de su vida.

Podemos decir que es una especie de parábola en acción en la que se nos describe de  forma simbólica una verdad fundamental de la vida de Jesús: el hecho de que fue tentado,  que participó de esa lucha interior que forma parte de la condición humana. L. Monloubou presenta así este episodio: Jesús es un hombre, «un hombre frágil,  accesible al hambre, capaz de estrellarse si cayera del templo, y capaz también de dejarse  seducir por el espectáculo de los reinos del mundo y de su gloria». Y este hombre frágil  aparece en el corazón de un conflicto entre dos poderes colosales: «El mal, representado  por el rostro sarcástico del diablo, y Dios, un Dios invisible, oculto pero presente».

Varias veces se dice: «Está escrito», una expresión que significa frecuentemente en la  Biblia: «Dios ha escrito..., Dios ha hecho escribir». «Dios está presente -dice Monloubou-,  por lo tanto, en esas frases de la Escritura que están en la memoria fiel de Jesús». El  mismo autor insiste en que Jesús aparece en el relato «sorprendentemente pasivo, como si  fuese juguete de fuerzas que le arrastraran sin que él pudiera reaccionar». Jesús «está  lleno» del Espíritu y «es arrastrado por él». El diablo aparece dando órdenes tajantes a  Jesús: «Di que estas piedras... Tírate de aquí abajo... Adórame».

«Si eres el Hijo de Dios»: así interpela el tentador a Jesús. Y es el momento en que ese  hombre frágil, «vaciado», pasivo, comienza a reaccionar.

«Si eres el Hijo de Dios»: el diablo le muestra lo que él piensa que es ser Hijo de Dios. Y  Jesús responde por tres veces: «Está escrito». No es el diablo, el tentador, el que debe  determinar cómo debe ser el Hijo de Dios; ni lo es el mismo Jesús. es Dios mismo el que ha  escrito cómo debe ser su enviado, su Hijo predilecto, a quien los hombres tienen que  escuchar.

Se han dado diferentes interpretaciones a las tres tentaciones de Jesús. Hay un núcleo  indiscutible en las tres: versan sobre su mesianismo, sobre su misión. El diablo presenta las  expectativas de los contemporáneos de Jesús: un mesías poderoso, prepotente, que  liberase a Israel del dominio romano y le devolviese su pasado esplendor.

Esta tensión va a aparecer muchas veces en los relatos de los evangelios. Más en  concreto puede decirse que la tentación de convertir las piedras en panes es una invitación  del diablo para que Jesús ejerza de forma prepotente su condición de Hijo de Dios; la  tentación de adorar al diablo para recibir los reinos del mundo es una incitación para  romper con Dios en la búsqueda del poder; finalmente la tentación de dejarse caer del alero  del templo es una incitación a la utilización de Dios en beneficio propio.

Todo el relato tiene referencias muy claras al tránsito del pueblo de Israel por el desierto:  dura cuarenta días en lugar de cuarenta años, hay alusiones implícitas al maná y al becerro  de oro. Las respuestas de Jesús están tomadas del Deuteronomio, el libro que relata el  paso de Israel por el desierto. De esta forma se nos está dando un mensaje: con Jesús  comienza un nuevo pueblo de Dios, capaz de superar las tentaciones del antiguo Israel. En  Jesús ha surgido ya el hombre nuevo, el que es capaz de seguir lo que «está escrito», es  decir, lo que Dios quiere de él y lo que Dios quiere de todo hombre.

Es una notable coincidencia que todo ello acontezca, según la tradición, cerca de las  ruinas de una de las primeras ciudades de la humanidad, en el asentamiento neolítico de  Jericó. Porque puede decirse también que las tentaciones de Jesús son las tentaciones del  Homo politicus, del ser humano de la ciudad: la de creer que sólo de pan puede vivir el  hombre -la tentación del poseer, del tener, que se ha convertido últimamente en la fiebre  del consumir-; la tentación de adorar ídolos distintos a los que se venera en el lugar del  Dios único; y, finalmente, la tentación del éxito fácil y espectacular, como el dejarse caer del  alero del templo, y la renuncia al trabajo del día a día, al esfuerzo oscuro y cotidiano pero  que es el que realmente construye al hombre y a la ciudad de los hombres. Una tentación  tan actual en la búsqueda del enriquecimiento fácil: desde las diversas loterías hasta la  corrupción en sus distintos niveles.

La Fundación Santa María ha publicado un estudio sociológico sobre la religiosidad de  los españoles. Muchos datos de esa encuesta, que merecería un comentario mayor, son  preocupantes: la quinta parte de los españoles ha pasado desde el catolicismo al ateísmo o  la indiferencia entre los años 1970 y 1989. Si en 197O un 96% de los españoles se  autocalificaba como «católico», hoy lo hace sólo un 72%. El porcentaje de católicos  practicantes que era del 53% en 197O se sitúa ahora en el 24%.

Sin embargo un sociólogo, Amando de Miguel, hace también el siguiente comentario: «A  pesar de esa evidente secularización, el factor religioso sigue contando. Quiere esto decir  que la religiosidad de las personas es hoy más auténtica que antes. Lo que ocurre también  es que, paradójicamente, la práctica religiosa ha dejado de ser un indicio claro de  religiosidad. El hombre religioso lo es por dentro». Y alude a la creciente tolerancia en los  temas sexuales y a «la creciente severidad para los del latrocinio».

Quiero subrayar brevemente dos aspectos positivos de esta encuesta en relación con el  evangelio de hoy. Por una parte, lo que significa de incremento de la autenticidad: quizá  nos sentíamos felices hace veinte años porque el 96% de los españoles se confesaba  católico. Esa pérdida de casi un 2O% cuestiona mucho la autenticidad del pasado.

¿Qué importa ser menos si se gana en autenticidad? Autenticidad: esa debe ser nuestra  preocupación, y no tanto los números. Y, en segundo lugar, estos resultados pueden  acercarnos al estilo de Jesús: al estilo del que no se dejó caer desde el alero del templo,  del que no aceptó el éxito fácil, porque lo que le interesaban no eran los aplausos sino el  cambio de los corazones. Desde el estilo de Jesús, que nos muestra el evangelio de hoy,  podemos aproximarnos a estos datos para sacar de ellos conclusiones positivas para  nuestra fe. 

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 79 ss.


13.

El evangelio del primer domingo de Cuaresma nos presenta a Jesús en una situación  difícil. Jesús es tentado por el diablo, es decir, se siente solicitado de una manera atrayente  hacia una conducta que no se corresponde con sus convicciones morales y religiosas. Jesús está a punto de iniciar una vida de dedicación a las gentes, al pueblo. Y se plantea  una serie de interrogantes: ¿cómo lo hará?, ¿cómo vivirá y expresará su mensaje? ¿por  dónde va a empezar?, ¿cómo hacerlo para que todos puedan entenderle? ¿con quién  contará? El momento es ciertamente trascendental y está lleno de consecuencias.

El evangelio nos presenta el desierto como el lugar en el que Jesús es tentado. El  desierto con su aridez, el sol que todo lo calcina y el frío crudo de sus noches, lugar de  hambre, de sed, de miedo, de soledad y también de espejismos y alucinaciones seductoras.  Las tentaciones están muy bien presentadas, utilizan el mismo nombre de Dios y se  expresan con palabras de la Biblia, el libro santo. A Jesús sólo le falta dejarse llevar por  estos slogans sacados de una fuente tan piadosa: "Como Hijo de Dios, haz que estas  piedras se conviertan en pan; recibe el poder y la gloria de los reinos de la tierra, confía en  que los ángeles te guardarán".

Pero Jesús no se deja engañar por el tentador y desde su fe personal replica y arranca la  máscara maligna de la tentación.

-Todos somos tentados 

Jóvenes y mayores que participamos en esta Eucaristía tendríamos que ser un poco más  lúcidos hoy con respecto a nuestra condición humana: todos, al igual que Jesús, somos  personas expuestas a las tentaciones, es decir que siempre estamos interiormente  fluctuando entre el egoísmo y el amor, entre la verdad y la mentira. En la sociedad, con  mucha facilidad nos convertimos en caja de resonancia de todo cuanto significa injusticia y  orgullo, tristeza y cobardía, corrupción y consumismo.

-Tengamos el sentido del pecado

En nosotros hay como una ley de gravedad que nos hace tender a la degradación.  Estamos constantemente necesitados de salvación. A menudo nos parece que nadie es  malo voluntariamente, que sólo lo somos por error o ignorancia. Pero aunque es verdad que  la ofuscación y la debilidad son propios de la condición humana, desde el Evangelio se nos  advierte constantemente de que la persona humana puede entregarse al mal, que podemos  decir no al bien.

Debemos velar para no corrompernos. ¡Debemos velar para que las acciones y las  actitudes que empiezan con generosidad y buen sentido no se degraden y adquieran virus  que las destruyan! 

Hay un orgullo que nos vacuna peligrosamente contra esta sana vigilancia, una  prepotencia que nos hace creer que somos buenos y que actuamos correctamente; por  definición hagamos lo que hagamos, sintamos lo que sintamos, sabemos encontrar  justificaciones para todo y en ciertos momentos para no dejarnos afectar por valores que  merecen la pena, tales como la fraternidad, el respeto, la honradez, el no dominar, ni  poseer, nuestra actuación recta en los problemas públicos.

-Las tentaciones de la comunidad cristiana 

Seamos lúcidos también en nuestra comunidad cristiana para no caer en la tentación de  una Iglesia encerrada en ella misma, que utiliza demasiado el nombre de Dios para justificar  normas y costumbres, que a veces parece que nos montamos un decorado para fomentar  nuestra buena conciencia y sentirnos mejores que los demás. Jesús desenmascara la  tentación de utilizar la religión con fines egoístas, incluso cuando falsamente los  consideramos desinteresados. Es aquello de servirnos del nombre de Dios en lugar de  servir a Dios. Por eso la Iglesia, como decía el concilio Vaticano II, siempre necesitada de  purificación, va constantemente en busca de renovación.

No somos dioses, ni como humanos, ni como creyentes. Somos los seguidores siempre  tentados de Jesús también tentado. Seamos modestos y discretos, dejemos el orgullo y la  prepotencia intelectual, política, religiosa, individual y familiar.

Repitamos de corazón las respuestas de Jesús a la tentación: "No vivamos sólo de pan,  adoremos sólo a Dios, no tentemos al Señor nuestro Dios".

JOSEP HORTET
MISA DOMINICAL 1995, 3


14. «A MIS SOLEDADES VOY» 

Así escribía Lope de Vega, decepcionado sin duda de esta «feria de vanidades» que es  la vida: «A mis soledades voy, / de mis soledades vengo, / porque para estar conmigo, / me  bastan mis pensamientos».

Vivimos en una época de multitudes. Verdaderos enjambres humanos llenan las  avenidas, los estadios, los salones, las playas. No quiere esto decir, ni mucho menos, que  el hombre se sienta más acompañado.

Al contrario, parece que la soledad, como una serpiente inevitable, se enrosca en él y lo  paraliza. Nunca como en nuestros días se han escuchado tantas historias tristes de  hombres solitarios. Y, sin embargo, puede existir un positivo y beneficioso encuentro del  hombre con la soledad.

El evangelio de hoy nos dice: «Jesús volvió al Jordán y durante cuarenta días el Espíritu  lo fue llevando por el desierto». ¿Qué fue este «a mis soledades voy» de Jesús? y ¿qué  puede ser para nosotros? 

1.° Soledad-encuentro con el «Yo»: No cabe duda, Jesús se encontró consigo mismo,  con su misión, con su vocación: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». El hombre  que dice: «para estar conmigo, me bastan mis pensamientos», termina viendo en el espejo  de esos pensamientos, la realidad de su propia estatura. La que «ha dado» hasta la fecha.  Y la que «está llamado» a dar. El «conócete a ti mismo» de los antiguos siempre será un  gran principio de sabiduría. Sabiduría que se adquiere en muchas horas de reflexión  solitaria.

2.° Soledad-encuentro con el «tú»: No fue Jesús al desierto porque odiaba a la  Humanidad como cantó Horacio:ODIO-VULGO: «Odio al vulgo profano y lo aborrezco».  Al revés, fue a la soledad para prepararse mejor a ese encuentro con la Humanidad a la  que iba a salvar. El cristiano, siguiendo a Jesús, «ha de amar al prójimo como a sí mismo».  Y, seguramente la distancia, la larga perspectiva del desierto, puede ayudarle a conocer  mejor el valor de cada hombre. Dicen que quienes caminan por el desierto agudizan su  vista, consiguiendo ver muchas cosas en la infinita lejanía. Así, cuando vuelva del desierto  diciendo «de mis soledades vengo», habrá aprendido el hombre a estimar mejor las  peculiaridades de cada «otro».

3.° «Soledad-encuentro con El». La larga prueba, la tenaz lucha con el Malo, le llevó a  Jesús al verdadero encuentro con El, con su Padre. Las tres tentaciones fueron  pulverizadas gracias a «aquella Palabra que salía de la boca de Dios». Y cuando al fin «se  marchó el demonio hasta otra ocasión», llegó el encuentro pleno de Jesús con el Padre. Cuando el hombre, amigos, se adentra en su profundo desierto interior, la «soledad se  hace sonora» como cantaba aquel solitario que fue San Juan de la Cruz. Sí, el hombre  termina dándose cuenta, con asombro y gozo, de la total presencia de El. Tagore, en los  estremecidos poemas de Ofrenda Lírica, se repite mil veces: «¿No oís sus pasos  silenciosos? El viene, viene, viene siempre. De pena en pena mía, son sus pasos los que  oprimen mi corazón». También Jacob, en plena soledad, tuvo la experiencia de la presencia  de Dios. Fue aquella escala, de la tierra al cielo, que vio en sueños. Al despertar, no pudo  menos de reconocer: «Este es un lugar sagrado y yo no lo sabía». El pueblo de Israel, vivió  como nadie esa plenitud de Dios en sus muchos años de desierto.

Si enfocamos bien, amigos, la cuaresma y la búsqueda de la soledad, llegaremos al  «solus cum Solo», la soledad se hará «compañía». Y Lope tendrá razón: «A mis soledades  voy, de mis soledades vengo...».

ELVIRA-1.Págs. 206 s.


15.

1. Tentado 

Jesús es llevado y traído, impulsado y zarandeado, como un hombre cualquiera, movido  por el Espíritu Santo, o movido por el diablo.

¿Quién le lleva a Jesús al desierto y para qué?, «¿Por qué razón Dios nos ha traído a  este desierto?» (Ex. 16,3). Si está lleno del Espíritu Santo, ¿puede ser tentado por el  espíritu malo? Si el Espíritu le lleva al destino, ¿por qué el diablo le arrastra de acá para  allá? 

Pero, ¿sintió de verdad Jesús la tentación? ¿La necesitaba? ¿O fue sólo por vía de  ejemplo? Y ¿cuántas veces la sintió? ¿Sólo tres veces en el desierto? Porque la verdad es  que el demonio fue vencido, pero no parece que se fuera muy convencido. «Hasta otra  ocasión». ¿En qué otra ocasión volvieron a enfrentarse los dos espíritus en el campo de  batalla: Jesús? 

Sí. También Jesús fue para sí mismo un campo de batalla.

La escena dramatizada y compendiada del desierto no es más que un reflejo de un  proceso duro y prolongado, en el que Jesús fue clarificando su misión, a la luz de la palabra  del Padre, y fue rechazando halagos y fue venciendo resistencias y fue superando miedos y  fue renovando a cada instante su entrega incondicional, hecha de una vez para siempre. Satanás se le presentará una vez revestido de parientes que quieren llevarlo a casa, o le  hablará por la boca de Pedro y cualquier discípulo que sólo quieren para él -y para ellos- la  gloria, o se mezclará entre la masa que le ofrece el poder, o se insinuará por medio de  algún celote que le empuja a la violencia, o se encarna en los fariseos, letrados y  autoridades que le resisten, o se apodera de sus sentimientos, amargándole el cáliz que ha  de beber.

Jesús fue tentado, y no sólo aparentemente, lo fue de manera viva y dramática, llegando  a luchas agónicas y sangrantes. Y estas tentaciones le acercan más a nosotros,  «semejante en todo», iluminan nuestras luchas, estimulan nuestra esperanza.

-"Dile a esta piedra que se convierta en pan" 

No pases necesidad alguna. Tienes poder para librarte de todos los peligros y para  superar todos los males. Puedes convertir las piedras en pan y el agua en vino. Puedes  calmar la tempestad y caminar sobre las aguas. Puedes mandar a tus ángeles que te  ayuden o que te sirvan. Puedes hacer bajar fuego del cielo. Puedes bajar de la cruz y  apabullar a tus enemigos.

En el fondo se trata de un mesianismo caprichoso y egoísta. Se trata de utilizar sus  poderes en provecho propio. Jesús sólo los utilizaría en favor de los demás. Y está ahí  también la tentación de consumo. Un Mesías rico y que enriquece. Un buen "ministro de  hacienda", que llena el estómago. Concede a todos los favores que te pidan: la suerte, la  lotería... Tentación de tener.

-"Te daré el poder y la gloria si te arrodillas delante de mí" 

Maneja la espada y la palabra. Te seguiremos. Contigo podemos vencer a los romanos.  Te coronamos rey. Que empiece el Reino de Dios, el tuyo, el nuestro. Podemos contar, en  caso de apuro, con ayuda de tus ángeles. O hacer bajar fuego del cielo. Un mesianismo político. Imponer el Reino de Dios por la fuerza y el poder. Un buen  «ministro de la guerra». Estos son mis poderes. Y el poder se convierte en tentación.

-"Tírate de aquí abajo" 

Baja glorioso del cielo, deslumbrando a los mortales. Enséñale unos cuantos trucos a  Herodes. Usa del prodigio a tu capricho. Exhíbete ante la multitud a lo supermán. Superstar. Aparécete a los niños, a las mujeres, a las multitudes y haz que gire el sol  espectacularmente. Que en tu presencia todo quede impregnado del olor de las rosas.  Magia. Utiliza a Dios. Tentación de la gloria.

-"Está escrito"

Hay cosas que alimentan más que los panes, y es la Palabra de Dios. Y hay cosas que  engrandecen más que los reinos, y es la voluntad de Dios. Y hay cosas que glorifican más  que los milagros, y es el amor de Dios.

Cristo no ha venido a enriquecer a los hombres ni a dominarlos ni a deslumbrarlos. No ha  venido para ser aplaudido ni para ser servido. Sólo ha venido para servir y salvar. No ha  venido para combatir al demonio con sus mismas armas, sino para quitarle sus armas. Por  eso no rivalizará por ser el más fuerte, el más glorioso, el más rico, sino el más débil, el más  humilde, el más pobre. No entra en terreno enemigo, sino que abre camino nuevo.

2. La Iglesia tentada 

Por la riqueza, el poder y la gloria. De siempre han sido las peores tentaciones. Desde  Constantino, por poner un ejemplo conocido. ¡Cuánta historia de alianzas, regateos,  banalidades, fiscalismo, violencias! Es el problema de los medios. ¿Cómo se puede  evangelizar al Cristo de las bienaventuranzas desde el poder, con la fuerza, por la  economía? ¿Cómo se puede predicar a Cristo crucificado castigando, guerreando,  condenando...? ¿Cómo se puede predicar a Cristo pobre desde la pompa y la suntuosidad?  Que vengan los grandes testigos de Cristo y me lo expliquen. Y ¿cómo se puede predicar a  Cristo libre con amenazas, con prohibiciones, y con leyes? Que vengan todos los santos y  me lo aclaren.

-«Piedras preciosas» 

El evangelizador debe desarmarse. No se puede luchar contra Goliat vestido con las  armas de Saúl. Bastan una honda y cinco chinarros, que no son otra cosa que la fe y la  palabra, o la fe en la palabra, o la palabra de la fe. No se puede combatir al demonio  utilizando las armas del demonio: «panes y reinos, la gloria del mundo». No se puede salvar  al mundo consumista y tecnificado entrando en su mismo terreno, revestido con codicioso  bagaje técnico y material, y, mucho menos, mercantilizando los dones ofrecidos. La Iglesia  no convertirá las piedras en pan, pero muchas veces ha convertido los panes de Dios, la  palabra y la gracia, en piedras preciosas.

Panes y reinos, la gloria del mundo. ¿Presenta todavía la Iglesia una imagen rica y  poderosa? Sí, si buscamos una Iglesia que se imponga por la fuerza de sus instituciones,  por el magnetismo de sus líderes, por la grandeza de sus glorias; si creemos más en la  eficacia de los recursos humanos: apoyatura política, economía, técnica, publicidad, que en  la fuerza de la fe.

3. Nuestras tentaciones de cada día 

-Pan-Droga- Consumo 

Dios, dame pan. Un Dios supermercado. Dios es una buena despensa. Dios, aliméntame;  que no me falten el pan y los langostinos. (No las langostas de Juan). Quizá a muchos les  falte el pan, pero yo soy hijo tuyo y creo en ti. Conviérteme el pan en rosquillas, el vino en  whisky, la aspirina en heroína. La palabra es un alimento poco consistente. ¡Ah!, y  proporcióname una buena colocación, y que apruebe la oposición.

-Dios, enriquéceme 

Que me toque la lotería. Te prometo que haré muchas obras de caridad. Que las piedras  se conviertan en oro y piedras preciosas. Quiero alimentarme de cosas. Quiero tener muchas cosas. El coche, la casa, las cosas.  El brillo de las cosas. El reino de las cosas.

-Dios, diviérteme 

Tú nos has dado la vida para disfrutarla. Que me lo pase muy bien. Dios, cásame. El  sexo es fundamental para realizarse. Dios, cúrame. No me prives del tabaco, del alcohol y  del placer. Líbrame del cáncer y de los accidentes.

-Poder 

Mendigamos sus migajas. Dios, hazme triunfar. Un Dios mecenas, un poder fáctico, un  buen trampolín. Dios, dame poder, éxito, victorias. Anticípame un poco de la gloria futura.  No aguanto el fracaso ni acepto la cruz.

A ti, Sr. Santísimo, Virgen santa, Sr. santo, Sr. muerto en olor de santidad; a ti, que ves a  la Virgen, que tienes llagas, que te encierras en un convento, que estás cerca de Dios:  quiero una migajita de poder; no quiero ser un desgraciado. Quiero un buen puesto, quiero  entrar en la buena sociedad, quiero relacionarme con la gente bien.

Los enchufes hacen milagros. Yo estoy dispuesto a todo; a sacar el carnet del partido...  que esté en el poder, y a pertenecer a la cofradía que tenga más éxito. A ti, señor poderoso, levanto mis ojos: a ti, Sr. ministro, Sr. gobernador, Sr. director, Sr.  millonario, Sr. campeón, Sr. Obispo, Sr. canónigo, Sr. cura; a ti, esposa del Sr. ministro,  esposa del Señor, madre superiora; a ti, amigo del Señor...

-Gloria 

Buscamos el éxito; ser reconocidos y aplaudidos; salir en los periódicos y en la TV. Dios, manifiéstate en mí. Un Dios mago y milagrero, Dios, bájame de la cruz; sácame las  castañas del fuego. Haz que tenga éxito y suerte. Quiero ser el primero de la clase; quiero  ser estrella; quiero ser el mejor profesional; quiero ser el mejor cura, y que mi parroquia sea  la que mejor funcione y que mi iglesia sea la más bonita; quiero que mi colegio sea  preferido y mi congregación la más numerosa e influyente.

Señor, quiero que mi nombre sea recordado para siempre, inmortal. Hay muchas otras tentaciones: la violencia de cada día, el rencor de cada día, el  desamor de cada día, la tristeza de cada día, la pereza de cada día, la omisión de cada día.  Pero quizá todos puedan reducirse a las antes señaladas.

4. «Señor no nos dejes caer en la tentación» 

Te lo pedimos cada día. Líbranos del consumo esclavizante, del poder oprimente, de la  gloria vana. Líbranos de la idolatría del tener, de la corrupción del poder, de los caprichos  del triunfar. Líbranos del vacío de las cosas, del endiosamiento de los mandos, de la  borrachera del triunfo. Líbranos de la tristeza, de la envidia, del embotamiento de la gula, de  la ceguera de la soberbia.

Líbranos del afán de acumular, de la pasión de dominar, de la manía del compararnos.  Sí, Señor, líbranos del comparativo, raíz de nuestras luchas, desasosiegos y  mezquindades.

Líbranos Señor de todo mal.

IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA 

1. La cuaresma es una vivencia concentrada del proceso liberador de cada persona y  cada pueblo. Se empieza el éxodo, se camina 40 días o años por el desierto liberado. El  caminante cristiano ha de tener «fijos los ojos en Jesús».

2. Jesús fue tentado a lo largo de toda su vida. El Espíritu lo permite y aún lo quiere. Sus  tres tentaciones compendian las tentaciones constantes del pueblo de Dios; el antiguo y el  nuevo. Jesús vence con la oración y la escucha de la palabra.

3. Nuestras tentaciones de cada día: el consumo, el poder y la gloria; o el poder, el tener  y el placer; o la violencia, la injusticia, y la frivolidad. «Señor, no nos dejes caer en la tentación». 

CARITAS
PASTOR DE TU HERMANO
CUARESMA 1986.Págs. 20-24


16.

El relato de las tentaciones de Jesús, que se lee siempre el primer domingo de  Cuaresma, aparece esta vez asociado con dos confesiones de fe, en el Antiguo y en el  Nuevo Testamento respectivamente. Por eso en la escena de las tentaciones la confesión  de fe de Jesús aparece también en el centro.

1. «El Señor nos dio esta tierra». 

La ofrenda de las primicias aparece asociada en la primera lectura a una antigua  confesión de fe de Israel, la cual narra en apretado resumen la acción salvífica de Dios: el  arameo errante y sin patria debe ser Jacob, que había servido en Aram, en casa de Labán;  venía del extranjero y se estableció en Egipto, una tierra aún más extranjera. Sólo la salida  de Egipto merced a la fuerza de Yahvé y la tierra que Este dio al pueblo proporcionaron a  Israel el bienestar y la vida sedentaria. Por eso las primicias de los frutos del suelo  pertenecen a Dios. La confesión es aquí reconocimiento. Los dones que se traen en la  cesta no son más que la imagen simbólica de la actitud interior de fe.

2. «Durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto».

La actividad pública de Jesús comienza también, según el relato del evangelio de hoy,  con un vagar sin patria por el desierto, y aquí resuenan más fuertemente los cuarenta años  que Israel anduvo errante por el desierto. Fue éste un tiempo de prueba y a menudo de  verdadera tentación, a la que el pueblo sucumbió más de una vez. Fue también un tiempo  de ejercicio solitario de su relación con Dios, del mismo modo que los confesores, los  apóstoles y los santos cristianos con frecuencia sólo han comenzado su misión entre los  hombres después de años de desierto y de estar con Dios a solas. Que durante este tiempo  su fe se forjara definitivamente, muestra que han seguido el camino de su Señor, que  también ayunó en el desierto y se vio sometido a las tentaciones relativas a su misión  mesiánica. En modo alguno debemos poner en cuestión o subestimar la profundidad de  estas tentaciones de Jesús. El, que tomó sobre sí nuestro pecado, quiso también conocer  nuestras tentaciones, su maligno y engañoso poder de seducción. «Eva se dio cuenta de  que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia» (Gn 3,6). A  Jesús, que no había probado bocado durante cuarenta días, un pan al alcance de la mano  debió parecerle apetecible; la posesión de este mundo que él debía llevar al Padre,  deseable, y el milagro que se le propuso, muy útil para afirmar su posición ante el pueblo.  Todo esto era tan plausible. ¿Por qué elegir un camino tan complicado de renuncia? Los  tres versículos de la Escritura con los que Jesús replica y se opone al diablo, no son  fórmulas aprendidas de memoria, sino respuestas amarga y trabajosamente conseguidas.  Se las puede llamar, en un sentido más elevado, una confesión de fe existencial.

3 . "La fe del corazón y la profesión de los labios". 

Esta confesión (en la segunda lectura) no quiere decir que eso sea algo subjetivamente  fácil: la palabra (de la fe que la Iglesia anuncia) «está cerca: en los labios y en el corazón»  del creyente, porque esa palabra es en el fondo el mismo Cristo; pero es una palabra que el  propio creyente ha de pronunciar y nadie puede pronunciar por él. Y esto de nuevo no  como una fórmula aprendida de memoria, de todos conocida y sacada de la liturgia de la  comunidad, sino como una afirmación que implica estar dispuesto a sacar las  consecuencias para la propia vida: «Jesús es el Señor (Kyrios)» y «Dios lo resucitó» de  entre los muertos. Las dos cosas se implican mutuamente: como el resucitado, Jesús es  también el Kyrios que reina sobre el mundo entero, por tanto también sobre mí, sobre mi  corazón, sobre mi vida; por ello también es el Kyrios «de todos, generoso con todos los que  lo invocan», ya sean judíos o griegos, chinos o indios. La confesión de fe en este Señor, la  entrega de sí que en ella se expresa, proporciona «justicia y salvación», y no otra cosa que  podamos imaginar como instrumento de salvación o como mérito. 

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 231 s.


17.

Frase evangélica: «El Espíritu lo fue llevando por el desierto» 

Tema de predicación: EL MESIANISMO DE JESÚS 

1. La Biblia distingue entre prueba, que es un exigente y escrutador examen del hombre  por parte de Dios, y tentación, caso especial de prueba en la que interviene el tentador o  demonio. La tentación es una servidumbre de la vocación por la que uno se siente inclinado  a seguir un ideal centrado en él mismo, no en el reino de Dios. La tentación no es en, el  fondo, moral, sino religiosa: es cuestión de fe y de amor.

2. Los sinópticos sitúan las tentaciones de Jesús en los comienzos de su ministerio  público. Antes de comenzar su obra, Jesús es tentado o probado por el diablo. En realidad,  es tentado quien decide cambiar de vida o realizar algo importante. También fue tentado -y  sucumbió a la tentación- el pueblo de Dios en el desierto, en su peregrinación hacia la  Tierra Prometida. Jesús, en cambio, «lleno del Espíritu Santo», triunfó sobre la tentación.  Para darnos a entender que Jesús fue tentado, los sinópticos, en una página admirable,  refieren tres escenas grandiosas que tienen lugar, respectivamente, en la soledad del  desierto, en la alta montaña y en el alero del templo. Jesús y el diablo (o lo diabólico) se  encuentran frente a frente en un momento que representa toda una vida.

3. Las tres tentaciones pueden ser entendidas así: la prueba del «pan» es tentación del  universo religioso: que Jesús sea un hechicero y que el cristianismo se convierta en religión  de los milagros útiles (Jesús fue acusado de mago). La prueba de los «reinos del mundo»  es tentación del universo político: que Jesús actúe aliado con los poderosos y que la  Iglesia, endiosada, se convierta en un poder entre otros poderes (Jesús fue acusado de  agitador). La prueba del «alero del templo» es tentación del universo mesiánico: que Jesús  fracase en su misión pascual y que los cristianos no acepten el riesgo de la fe (Jesús fue  acusado de blasfemo).

4. En definitiva, el objeto de las tentaciones de Jesús es que éste actúe al margen de  Dios. Algo parecido pretenden las tentaciones del cristiano: que rechace su condición  trabajadora (no amasar el pan), que se erija en dueño absoluto (sin liberar a los demás) y  que huya de sus propias responsabilidades (preocupado sólo por sí mismo).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Nos damos cuenta de nuestras propias tentaciones? 

¿Cómo podemos salir airosos de las pruebas? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 253 s.


18.

Comenzamos hoy la "Cuaresma dominical" que tiene su propio dinamismo independiente  de la "Cuaresma de las ferias". El conjunto de los cinco primeros domingos forman como  una unidad y se contraponen al último domingo -el de la Pasión del Señor- el cual se une  naturalmente con las ferias de la Semana Santa y con el Triduo Pascual. 

También las lecturas bíblicas durante la Cuaresma se mueven en diversos planos. En  esta área dominical cabe destacar la síntesis breve de la historia de la salvación (primeras  lecturas de la misa), como también el dinamismo de los respectivos textos evangélicos,  divididos en dos bloques, comenzando por el que forman los dos primeros domingos, los  cuales se ponen en el camino de la penitencia hacia la gloria de la transfiguración.  De una forma u otra hoy es muy adecuado poner un especial énfasis en la Palabra de  Dios. 

ATRAVESAR EL DESIERTO

El israelita que había llegado al país que el Señor, su Dios, le daba como herencia, tenía  que presentarse ante el sacerdote que estaba en funciones aquellos días y entregarle las  primicias de los frutos de la tierra prometida y allí mismo hacer su profesión de fe. En ella se  resume la historia de la relación de un pueblo con su Dios. Es un ejercicio de memoria, de  comprender el sentido profundo del momento presente, y también de la dependencia filial  hacia Aquél que es la fuente de la vida (nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y  miel). Después de la esclavitud de Egipto y de las tentaciones con numerosos rodeos  durante el periplo a través del desierto, el pueblo aprendió a discernir la presencia de su  Dios y a ver salir de su fuerte mano todo el bien alcanzado. La profesión de fe prescrita  quiere ser un instrumento pedagógico para no olvidar nunca las lecciones aprendidas  atravesando el desierto y para conducir a cada israelita a la adoración de un único Dios  verdadero. 

EL DIABLO "ESCRITURISTA"

Jesús también se pone en sintonía con su pueblo y realiza su particular experiencia en el  desierto. Soledad y confrontación con los límites de sus fuerzas humanas (Todo aquel  tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre). Es el momento propicio para el diablo:  dile a esta piedra que se convierta en pan. Sin embargo, Jesús recuerda el texto del  Deuteronomio 8, 3: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre. Lo que fue alimento para  los israelitas en su peregrinaje a través del desierto -el maná- era imagen del auténtico  alimento para el creyente: la Escritura, la Palabra que sale de la boca del Señor. Hay, pues,  que alimentarse para tener vigor y no desfallecer ante los múltiples esfuerzos que la vida  nos exige: "Toda la Escritura sirve además para enseñar, reprender, corregir, educar en la  rectitud; así el hombre de Dios será competente, perfectamente equipado para cualquier  tarea buena" (2 Tim 3, 16-17). 

Pero también el diablo conoce la Sagrada Escritura, a pesar de que no puede adherirse a  ella interiormente. No obstante, intentará hacer de ella un instrumento de perdición  separándola de su recto significado: la voluntad de Dios. Con Jesús no tendrá éxito. Él está  totalmente entregado a la voluntad del Padre. 

¿QUÉ DICE LA ESCRITURA, HERMANOS? 

Esta pregunta que dirige san Pablo a los cristianos de Roma, podemos hacérnosla  nosotros también en este primer domingo de Cuaresma, y darnos cuenta del grado de  alimento de la Palabra de Dios que damos a nuestra fe (y revisar la calidad de la  proclamación de las lecturas en nuestra liturgia), no se diera el caso que, extenuados por  los trabajos y los sufrimientos que la vida nos trae, y anémicos de la palabra que sale de la  boca del Señor, seamos una presa fácil para el diablo "escriturista", maestro como es en el  arte del engaño y lo suficientemente astuto para robarnos, con una suavidad inimaginable,  la fe que nos han legado los apóstoles. Por lo tanto, nos hace falta el contacto directo con  la Palabra de Dios, y abrir ante la Sagrada Escritura el libro de nuestra vida dejándonos  iluminar por el Espíritu que ha inspirado las páginas santas y que continúa aclarando las  oscuridades de nuestro corazón a través de la predicación de la Iglesia. 

J. PADRÓS GONZÁLEZ
MISA DOMINICAL 1998, 3, 25-26


19.

-"Si tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos..." 

El camino hacia la Pascua que recorreremos durante estos domingos de Cuaresma  empieza hoy poniendo en nuestros labios y en nuestro corazón la profesión de fe. Se trata  de anunciar lo que la liturgia hará solemnemente en la noche de Pascua, cuando en la  Vigilia Pascual se nos invite a renovar las promesas del bautismo. 

Las lecturas primera y segunda de hoy contienen dos profesiones de fe. Hemos  escuchado primero cómo los israelitas formulaban su fe. Narraban con toda sencillez su  experiencia de liberación que habían obtenido de Dios, haciéndola presente. Expresaban  que todo lo que tenían -la tierra y los bienes que ésta produce, y la vida nueva que en ella  habían hallado- eran don de Dios, quien les había librado "con mano fuerte y brazo  extendido". 

Por su parte, san Pablo recuerda cuál es la profesión de fe de los discípulos de Cristo: la  fe que afirma que la acción de Dios "resucitó a Jesús de entre los muertos". 

-Profesar la fe en Cristo muerto y resucitado es, a la vez, renunciar al diablo 

San Pablo insiste en decir que "todo el que invoca el nombre del Señor se salvará".  ¿Acaso creer es una cuestión de palabras, de "invocar" verbalmente el nombre del Señor?  Por supuesto que no. Pero sí que los labios han de afirmar la fe que llevamos en el  corazón. Y sabemos todos por experiencia propia que, por la boca, nos comprometemos,  que nuestras palabras nos comprometen. Nos comprometen incluso cuando no son  sinceras, porque la vida pone en evidencia nuestra condición. 

El evangelio de hoy nos ayuda a entender esto. Vemos a Jesús en el desierto. Un Jesús  tentado por el diablo. Un Jesús que, ante cada tentación, invoca el nombre de Dios: "Al  Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto". Vemos, pues, que invocar el nombre del  Señor y profesar la fe en él es, a la vez, decir "no" al diablo, decir "no" a otros caminos que  se nos presentan. Y debemos decir "sí" al camino de Dios para decir "no" al camino del  diablo. Porque el "sí" nos compromete, nos pone en evidencia, nos hace salir de toda  ambigüedad. En el desierto de Jesús sólo caben dos caminos: el de Dios y el del diablo. Si  la Cuaresma pretende ser este tiempo de desierto de la Iglesia y de cada cristiano, debe de  ser la ocasión propicia para definir nuestras vidas, para salir de la ambigüedad, para  comprometernos en el camino del Señor abandonando otros posibles. 

-Profesamos la fe gracias a la acción del Espíritu 

El evangelio de hoy nos hace también caer en la cuenta de que es el Espíritu del Señor  quien hace posible la profesión de fe. Vemos cómo Jesús va al desierto cuando ha recibido  el Espíritu Santo. Y que es este mismo Espíritu quien le conduce por el desierto. 

Es cierto que se ha de ser valiente para afrontar la realidad de la vida y definirse ante  ella. No es fácil decir "no" a según qué proposiciones de nuestro mundo, que pasan por  buenas y, quizás, son inhumanas y deshumanizadoras. Durante la Cuaresma intentamos  hacer este esfuerzo. Y vemos que no es fácil ni tan siquiera empezar. Y aún es mucho más  difícil plantar cara a la tentación. 

Debemos contar con el Señor que nos ha entregado su Espíritu Santo. No nos lo  planteemos, pues, sólo como un esfuerzo personal, necesario por supuesto. Sino también  como una apertura a su acción. Debemos pedirle, debemos invocar la fuerza del Espíritu y  dejarnos conducir por Él. Así podremos llegar a la Pascua y contestar con seguridad el "sí,  creo", al hacer la profesión de fe; habiendo dicho antes, también con vigor, "renuncio a  Satanás". 

-Profesar la fe significa reconocer a Dios como Señor de todo y de todos 

Finalmente, tengamos bien presente a lo largo de estos días de preparación para la  Pascua, que profesar la fe con los labios significa reconocer a Dios como Señor de todo y  de todos. Esto es, reconocer y vivir que lo que tenemos no nos pertenece. Que nosotros  mismos no somos nuestros sino de Él. Que el pan que tenemos es un don de Dios y lo  recibimos para todos. 

Pongamos la atención en la profesión de fe del pueblo de Israel: al acabar de decir con  los labios cuál es su fe, dejan ante el Señor los primeros frutos de la tierra que Dios les ha  dado, y le adoran. Atención, también, a la respuesta de Jesús ante la primera tentación: "No  sólo de pan vive el hombre". Puede hablar así porque sabe que es Dios quien está por  encima de todo, y que el pan no es el mismo si sólo es mío o si es de Él y, por tanto, de  todos. 

Preparar la Pascua es, por tanto, despojarme de todo aquello que tengo como posesión  personal, de todo lo que me he dado a mi mismo. Para reconocer así a Dios como Señor de  todo. Sólo de esta manera podremos profesar la fe en un hombre despojado, crucificado,  que nada tiene. Sólo de esta manera podremos reconocer en El al Dios de la vida. 

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 3 29-30