33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO I DE CUARESMA
11-20

 

11. AGUA/SV  DILUVIO/BAU  ALIANZA/DILUVIO 

-El agua que destruye (Gn. 6, 5-7).

La corrupción del mundo llega a un paroxismo tal que Yahvé se arrepiente de haber creado los hombres y el mundo. El relato, observémoslo, engloba en el proyecto de destrucción tanto a las criaturas infrahumanas como al hombre mismo. Sabemos cómo Adán en el Paraíso era un personaje cósmico, cómo su creación no hacía de él un ser aislado sino, al contrario, cómo era a la vez jefe de una descendencia de hombres e intendente de las criaturas infrahumanas. La catástrofe del pecado trastorna radicalmente la unidad de la creación, y el proyecto destructor de Dios engloba a la vez a los hombres y a todo lo que a ellos se refiere.

De hecho, con el diluvio, es la segunda destrucción a que vamos a asistir. Como la primera, responde al desorden de los hombres. La primera fue la consecuencia de la desobediencia de Adán. Esta viene provocada por la progresiva corrupción de su descendencia.

Por más que el Señor declara a Noé que "no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio" (Gn. 9, 11-15), el agua le servirá aún como instrumento para castigar a los hombres.

En Éxodo vemos cómo el agua traga a los soldados del Faraón (Ex 15, 4; Sal 106, 9; Sb 18, 5). El castigo mediante el agua sigue siendo el procedimiento habitual de la justa venganza de Dios (Jb 20, 28-29). Habrá, además un "nuevo diluvio" o al menos así es como Isaías describe la invasión asiria venida del Eúfrates, que va a castigar la falta de fe del pueblo de Israel (Is 8,6-8).

El agua se presenta, pues, como el instrumento de la cólera de Dios dirigido a un mundo corrompido.

No por ello hay que imaginarse que el agua destruya la maldad de los hombres. Esta renace incesantemente: torre de Babel, confusión de lenguas, dispersión de pueblos; consecuencias del pecado original que se oponen diametralmente a la voluntad divina de un mundo reunido en la unidad; esa es la situación.

-El agua que salva

Ya hemos podido constatar que la liturgia nunca propone el pecado a la meditación de los fieles sin mostrarles al mismo tiempo cómo constituye el punto de partida de un rescate. A través de toda la liturgia, la felix culpa del Exultet pascual es siempre el sesgo con que la falta se presenta. La corrupción jamás queda tapada. El que desea acercarse a Dios y ver operarse en él la "conversión", la "vuelta" que le permite reencontrar al Señor, debe tomar conciencia de la corrupción del mundo, de su propia corrupción. A quienes se preparan para entrar en los 40 días de catecumenado intensivo que es la Cuaresma, la Iglesia, sin sustraerse a su deber, expone por lo tanto la realidad de los pecados del mundo, pero subrayando siempre lo que el Señor ha hecho y ha llevado a cabo siempre para curar el mal.

El caso del diluvio se inscribe en las mismas perspectivas: si el pecado es entrevisto siempre desde el ángulo de la curación, el castigo es siempre considerado bajo el aspecto de una reconstrucción.

Durante toda la Cuaresma, y más concretamente a partir de la noche pascual, tendremos que seguir en la liturgia el tema de "el agua que salva". Pero ya desde este domingo de Sexagésima la Iglesia quiere ofrecer a quienes se preparan para el bautismo, y a nosotros que lo hemos recibido, una síntesis de la historia de la Salvación.

El agua puede destruir. Pero del castigo de Dios sale siempre la vida. Sólo los hombres conocen la triste indigencia de un castigo del que nace la muerte. Una pedagogía así no es divina. El agua puede destruir; como toda criatura, está por completo al servicio del Señor:

Si retiene las aguas, sobreviene sequía,
si las suelta, avasallan la tierra (Job. 1215).

Amenaza al mar y lo deja seco,
y todos los ríos agota (Na. 1,4).

El agua puede destruir, pero puede también salvar. El diluvio aparece como el esquema-tipo de la Salvación. Los hombres pecan, Dios castiga al mundo y lo destruye, pero deja que subsista un "pequeño resto", fermento de un pueblo nuevo.

Es evidente que también aquí el relato de Génesis ha sufrido retoques que unifican en el Antiguo Testamento las "técnicas divinas" de la Salvación.

En el Eclesiástico, Noé aparece claramente como "el resto":

Perfectamente justo Noé fue hallado,
en el tiempo de la ira se hizo reconciliación.
Gracias a él tuvo un resto la tierra,
cuando llegó el diluvio.
Alianzas eternas fueron con él pactadas,
para que no fuera ya aniquilada por el diluvio toda carne.
(Eclo. 44, 17-18)

El Nuevo Testamento y los Padres que lo comentan han visto en el diluvio el tipo del bautismo y de la salvación. El relato del diluvio, síntesis de los procesos divinos de Salvación, es tanto más explotado por los Padres cuanto que para los catecúmenos es a la vez un resumen doctrinal y una especie de imagen de la Cuaresma. En efecto. la purificación del diluvio duró 40 días. "Y estuvo descargando la lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches" (Gn. 7, l2). "El diluvio duró cuarenta días sobre la tierra" (Gn. 7,17). "Al cabo de cuarenta días, abrió Noé la ventana que había hecho en el arca" (Gn. 8, 6). Es, pues, la Escritura misma la que nos indica cómo hemos de entender la Escritura.

-Diluvio y bautismo

Es sabido que la primera carta de Pedro es considerada por varios exegetas como una catequesis bautismal. En el capítulo tercero encontramos la íntima conexión entre diluvio y bautismo. Después de recordar la construcción del arca en la que "ocho personas fueron salvadas a través del agua", prosigue la carta: "A ésta corresponde ahora el bautismo que os salva" (1 Pe. 3, 21).

Subrayamos la expresión tan característica: " Ocho personas fueron salvadas a través del agua". El agua, destructora de pecadores, es al mismo tiempo salvadora para un "pequeño resto".

La carta pretende insistir en la correspondencia entre el diluvio y el bautismo. El primero es tipo del segundo. Y debemos desprendernos aquí de una concepción simplista del "tipo", como si fuera sólo un ejemplo, una ilustración. Ha de decirse que el tipo bíblico es el comienzo de una historia, de un gesto de Salvación que continúa ahora. Entre diluvio y bautismo existe algo más que una conexión entre una imagen y lo que ahora vemos realizarse; el bautismo está en estrecha continuidad con el diluvio, lo hace plenamente verdadero, plenamente eficaz, lo realiza por completo; tan bien, que el verdadero diluvio es ahora el bautismo. Aunque existe oposición entre tipo y realidad, y aunque evidentemente hay distinción entre ellos, en el tipo es preciso ver mucho más que una simple imagen, porque allí están ya los gérmenes, los inicios de esta realidad que alcanzará algún día su plenitud.

Se adivinan fácilmente las correspondencias entre diluvio y bautismo. Parece, no obstante, que no hay que extremar en todos los detalles las relaciones del tipo con la realidad. A nuestra espiritualidad del bautismo debe bastarle ver cómo fue preparado durante milenios. Llevar más lejos las comparaciones podría conducir a conclusiones frágiles y que dan la impresión de ficticias. A esto no siempre han resistido los Padres. Justino ve en la insistencia de las dos cartas de Pedro en el número ocho de los que se salvaron del diluvio, el símbolo del ogdoal, del octavo día, el de la Resurrección. El bautizado sumergido en la muerte con Cristo, resucita con él: "Noé con su mujer, sus tres hijos y las mujeres de sus hijos formaban el número ocho y ofrecían el símbolo del octavo día, que es aquel en que nuestro Cristo apareció resucitado" (Diálogo con Trifón 138, 1-2, citado por LUNDBERG, La Typologie baptismale dans l'ancienne Eglise, 1942, p. 82, y recogido por J. DANIELOU, Sacramentum futuri, p. 67). Pero no habría que ser injustos respecto a San Justino; ese mismo pasaje nos ofrece un comentario muy interesante: "En el diluvio se opera el misterio de la salvación de los hombres". Se ve cómo San Justino aprecia el valor del tipo bíblico: "Ahora bien, Cristo, primogénito de toda la creación, ha venido a ser, en un sentido nuevo, el jefe de una raza distinta, de aquella que ha sido regenerada por él, por el agua y el madero que contenía el misterio de la cruz, lo mismo que Noé fue salvado por la madera del arca y llevado sobre las aguas con los suyos". Retengamos el paralelismo Noé-Cristo, ambos jefes de un pueblo nuevo salvado por el agua.

El diluvio tipo del bautismo, el arca tipo de la Iglesia, la Paloma que designa al Espíritu, son temas constantemente reproducidos por los Padres. Aquí citaremos sólo dos textos clásicos.

El primero está tomado del Tratado del bautismo, de ·Tertuliano. "Después que las aguas del bautismo hubieron purificado la antigua mancha, después del bautismo del mundo, si me atrevo a decirlo, es la paloma soltada del arca y que vuelve con un ramo de olivo -símbolo de paz incluso para los paganos- la que vino como mensajera a anunciar a la tierra el aplacamiento de la cólera del cielo. Así también, según una disposición semejante, pero cuyo efecto es enteramente espiritual, la paloma que es el Espíritu Santo vuela hacia la tierra, es decir, nuestra carne, esta carne que sale del baño, lavada de sus antiguos pecados. Aquella trae la paz de Dios, como mensajera del cielo, donde se mantiene la Iglesia de la que es figura el arca" (TERTULIANO, Tratado del bautismo, SC. 35, 77-78). Subrayamos la insistencia de Tertuliano en la paloma figurando al Espíritu, y en el arca figura de la Iglesia. Desde luego, la Escritura misma no da comentario ninguno sobre la paloma ni sobre el arca. Pero es sabido cómo la tradición patrística, sobre todo en cuanto al arca, es unánime en enseñar esta tipología; rápidamente la liturgia misma la recogería como suya (Constituciones apostólicas, libro II, 14, 9). Resulta evidentemente seductora y expresa admirablemente una realidad presente.

El segundo comentario clásico es el de ·Ambrosio-SAN. Tiene un tratado "De Noé y del arca", del que está tomado un pasaje de los maitines del rito monástico el domingo de Sexagésima. Pero es en su obra "sobre los sacramentos y sobre los misterios", conjunto de notas tomadas con ocasión de sus catequesis, donde encontramos los pasajes más interesantes y mejor conocidos.

En el tratado sobre los sacramentos leemos: "Hay también en el diluvio una figura anticipada del bautismo. Ayer empezamos a explicarlo (AMBROSIO DE MILÁN, Sobre los sacramentos, sobre los misterios, SC. 25 bis, 62). ¿Qué es el diluvio sino el medio de preservar al justo para difundir la justicia y hacer morir el pecado? Por esto el Señor, desde que vio multiplicarse las faltas de los hombres, preservó al justo solo con su descendencia, mientras ordenaba a las aguas rebasar incluso la cima de las montañas. Así este diluvio hizo naufragar toda la corrupción de la carne, mientras la raza y el modelo del justo subsistieron. ¿No es este diluvio el bautismo, en el que se borran todos los pecados, mientras resucitan sólo el espíritu y la gracia del justo?" (ID., SC. 25 bis, 62).

Se ve cómo Ambrosio prosigue la teología fundamental de la primera carta de Pedro sin sacar de ella más de lo que dice. En el diluvio como en el bautismo ve él el agua que destruye la corrupción, pero que al mismo tiempo pone a salvo "la raza y el modelo del justo".

En su tratado "Sobre los misterios" recoge Ambrosio los temas queridos a Tertuliano: "He aquí otro testimonio. Toda carne se había corrompido a causa de sus iniquidades. "No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre -dice el Señor- porque no es más que carne" (Gn. 6, 3). Dios muestra con ello que la impureza de la carne y la suciedad de una falta grave deforman la gracia espiritual. Por eso Dios, queriendo que subsistiera lo que faltaba, hizo el diluvio y ordenó al justo Noé que subiera al arca. Este, cuando el diluvio se retiró, soltó primero un cuervo que no volvió. Después soltó una paloma que, leemos, volvió con un ramo de olivo (Gn. 8,1-11). Tú ves el agua, ves la madera, te das cuenta de la paloma, ¿y dudas del misterio? Se trata, pues, del agua donde la carne es sumergida para borrar todo pecado de la carne. Todo crimen es allí sepultado. Es el madero al que fue sujetado el Señor Jesús cuando sufrió por nosotros. Es la paloma, bajo cuya figura descendió el Espíritu Santo, según has visto en el Nuevo Testamento, es él quien te inspira la paz del alma, la tranquilidad del espíritu. El cuervo es imagen del pecado que se va y no vuelve, supuesto que en ti perseveren la observancia y el ejemplo del justo" ( 7).

-El agua y el fin de los tiempos

Pero hay otro aspecto del relato de Génesis que se encuentra especialmente subrayado en la primera carta de Pedro. Es el de la paciencia divina que espera antes de dar su sentencia: "Les esperaba la paciencia de Dios, en los días en que Noé construía el arca" ( 1 Pe. 3, 20).

La segunda carta de Pedro recoge un tema idéntico:

"Sabed ante todo que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, que dirán en son de burla: ¿Dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los Padres, todo sigue como al principio de la creación. Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, y que por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del diluvio y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos. Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día". (2 Pe. 3, 3-8).

La segunda carta de Pedro recoge el comentario que Jesús mismo había hecho de la "paciencia de Dios": "Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre" (Mt. 24, 37-39).

El diluvio, tanto en el Nuevo Testamento como en los Padres, tiene una dimensión escatológica.

En la segunda carta de Pedro hemos podido hallar un paralelismo entre el tiempo que precede al diluvio y el espacio que nos separa del juicio. El plazo pacientemente concedido por Dios tiene por finalidad conducir a los hombres al arrepentimiento: "(...) sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión" (2 Pe. 3,9).

Por otra parte, si para los Padres el diluvio tiene un significado escatológico y prepara el juicio futuro, también el bautismo comporta el mismo significado; prepara al juicio de los últimos tiempos y lo prefigura. "En el bautismo de agua, escribe ·Orígenes, somos sepultados con Cristo; en el bautismo de fuego, seremos configurados al Cuerpo de su gloria" (ORÍGENES, Comentario sobre San Mateo, 15, 23; PG. 13, 1522).

-Vicisitudes de la Salvación

De este modo, la maduración de la obra de Dios, su plan para la salvación del mundo, se ve en dificultades. Las fuerzas demoníacas y el espíritu del mundo se alían para hacerlo fracasar.

El que busca la Luz acaba de ser colocado ante una viva síntesis del misterio de la Salvación y de su historia. Se trata para él -y para nosotros- de integrarse en ese misterio que le concierne. Sólo el justo se salva, aquel que ha sido hallado digno de subir al arca; los demás son exterminados. En principio, el bautizado ha subido al arca que es la Iglesia, pero vive siempre en su condición de hombre. ·Agustín-SAN expresa bien lo trágico de esta paradoja: "Ahora empezamos ya a ser semejantes a Dios porque tenemos las primicias del Espíritu; y le somos desemejantes por lo que nos queda del viejo Adán (...) Ahora poseemos las primicias del Espíritu y por consiguiente ya somos hijos de Dios en realidad. Por lo demás, es en esperanza como estamos salvados, renovados e, igualmente, como somos hijos de Dios; porque no estamos salvados del todo, todavía no estamos plenamente renovados, ni siquiera todavía somos hijos de Dios, sino hijos del siglo (...). Que se consuma, pues, esto que nos hace aún hijos de la carne y del siglo, y que concluya lo que nos hace hijos de Dios y renovados en el Espíritu" (AGUSTÍN DE HIPONA, De peccatis, meritis et remissione II 7, 10. En Jean MOUROUX, Sens chrétien de l'homme, París, Aubier 1943, p. 130, nota 2).

En este domingo, los que buscan la luz como el bautizado, quedan situados una vez más ante el misterio cristiano de la Salvación. Es don, es renacimiento, pero supone una larga maduración durante la cual Dios espera en su paciencia nuestro buen querer activo.

·GREGORIO-NISENO-SAN escribía en su Vida de Moisés: "Cada uno de nosotros nace por propia elección (...) y somos en cierta manera nuestros propios padres, ya que nos damos a luz a nosotros mismos tal como queremos" (GREGORIO DE NISA, Vida de Moisés, PG. 44, 327).

-La Alianza y el Sacrificio

La síntesis que se nos ofrece del misterio de la Salvación quedaría gravemente truncada si no quedaran evocados la Alianza y el Sacrificio. Porque es evidentemente el objetivo final de la paciencia de Dios: volver a unirse con los hombres, conducirlos a la Alianza, unida íntimamente al sacrificio que es su signo. También ahora este tema de la Alianza es un retoque del libro del Génesis, donde se proyecta -en la salvación otorgada a Noé y a los suyos- el hecho de la Alianza que se abrirá en realidad y plenamente con Abraham.

En el Génesis y en el relato del diluvio, Noé aparece después de los cuarenta días como un hombre nuevo, padre de una raza nueva, un nuevo Adán que es a la vez figura de Cristo. La Iglesia quiere mostrar a sus fieles y a cuantos buscan la luz esta figura del hombre renovado. Al mismo tiempo, subraya cómo la Alianza queda sellada con un sacrificio: " Noé construyó un altar a Yahvé, y tomando de todos los animales puros (...) ofreció holocaustos en el altar. Al aspirar Yahvé el calmante aroma, dijo en su corazón: "Nunca más volveré a maldecir el suelo ( ..)" (Gn. 8, 20-21).

El sacrificio da nacimiento a la Alianza. A las iniciativas divinas, la Creación responde con el homenaje del sacrificio.

Dios lo acepta. La Alianza está cumplida:

"Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: "He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra. Establezco mi alianza con vosotros y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio. ni habrá más diluvio para destruir la tierra.

Dijo Dios: "Esta es la señal que para las generaciones perpetuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: Pongo mi arco en las nubes y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra (Gn 9. 8-13).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 132-140


12.

Frase evangélica: «El Espíritu empujó a Jesús al desierto»

Tema de predicación: LAS PRUEBAS DE LA MISIÓN

1. El relato de las tentaciones de Jesús, situado por los evangelistas en un momento crucial entre su bautismo y el comienzo de su ministerio público, es una página teológica admirable por su densidad. Es lógico que Jesús, después de su aparición pública en la escena bautismal, medite y considere el compromiso de su misión. Y es igualmente lógico que revele a sus discípulos y a todos los cristianos el nivel profundo de las decisiones básicas.

2. Las tentaciones de Jesús ocurren durante una cuarentena, imagen del tiempo de la vida humana, y en el desierto, tierra desolada y árida, sin seguridad, morada de Satanás (en hebreo) o del Diablo (en griego), que significa adversario, es decir, el que se opone al proyecto de Dios. Jesús es un hombre encarnado, situado en el corazón del mundo y de la historia, pero con la plenitud del Espíritu de Dios. Aparece más como vencedor que como tentado; la iniciativa es del Espíritu más que del tentador.

La escena no tiene testigos, y las tentaciones van dirigidas al núcleo fundamental de la personalidad de Jesús. Se trata de la prueba mesiánica del Salvador, de su vocación liberadora. Tanto sus discípulos como los escribas se preguntan qué espíritu es el que posee Jesús. Se ventila en este episodio lo más genuino del misterio de Dios: su proyecto de amor.

3. La cuarentena es para nosotros un tiempo de desierto, en el que se prueban o verifican la fe y la conversión. La desnudez desértica nos sitúa entre la esclavitud y la libertad, con una condición básica para elegir bien: oír la voz de Dios. Es necesario llegar al subsuelo de nuestros instintos o pulsiones para distinguir la llamada del Espíritu de la insinuación diabólica.

De hecho, todo cristiano comprueba a lo largo de su vida distintos cambios; observa que precisamente en las horas cruciales de estos cambios es sometido a prueba. A veces no sabe si la tentación le viene del Espíritu de Dios o del espíritu diabólico. Parece que los dos espíritus, entremezclados, lo someten a tentación o lo ponen a prueba. En el fondo, se trata de elegir entre, por una parte, la gana, el orgullo y el dominio y, por otra, la palabra, la fe y el servicio. Es tensión entre dos opciones: la fácil y agradable según la carne, profundamente egoísta e individual (el endiosamiento propio), o la del esfuerzo y el servicio según el Espíritu, hondamente personal y social (la adoración de Dios). Vencida la tentación, Cristo opta por anunciar el reino de Dios y llevarlo a cabo. Cristiano es quien rechaza la tentación, se convierte al reino y cree en la buena noticia.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué espíritu es el que nos mueve a nosotros?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 182 s.


13.

CUARESMA: DESIERTO Y NOCHE

Lo mejor que tiene la noche es la esperanza del amanecer. Pero es necesaria la noche: sin ella, la luz del nuevo día no tendría ese sabor a victoria. Sería como un vaso de agua sin sed; o como un descanso que no ha sido preparado, deseado largamente desde la fatiga.

El diluvio fue una larga noche. ¿Noche, o muerte? Noche, porque una débil esperanza -el arca- se negaba a morir. Al final de aquella noche, el arco iris fue, para aquella familia que se salvó, como un amanecer de victoria, como una señal de alianza con el Señor.

El pecado es noche también. Y el bautismo, para Pedro, es como el arca; una señal de que esa noche tendrá también su amanecer. ¿Quién lo garantiza? Cristo, pasando de la noche de su muerte al alba de su resurrección: «Como Cristo era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida».

El desierto era, para el pueblo judío, como otro nombre de la noche. Lugar de paso hacia una tierra que un día sería «su tierra», pero que aún quedaba lejos. Lugar de purificación y de esperanza. Buen lugar para las grandes batallas y para los grandes encuentros. Por eso Jesús, que quería entrar hasta el fondo de nuestra noche, quiso vivir la experiencia del desierto. «El Espíritu empujó a Jesús al desierto».

Y en el desierto entró como un hombre más; en pie de igualdad. Y en él empezó a librar su gran batalla. A solas con su limitación y con su miedo; cercado por una naturaleza que se le encrespaba ("vivía entre alimañas"), sin seguridades en que apoyarse ("dejándose tentar por Satanás"); desgastado por el hambre y por la sed. Una batalla que no será vencida de una vez para siempre, sino que habrá que continuar ganando cada día, palmo a palmo, cada vez más dura y más dramática, hasta el acoso de Getsemaní, hasta el fracaso de la cruz.

Con la Cuaresma entramos, nosotros también, en el desierto. En él -sed y silencio- nos vamos preparando para saborear un día el agua viva de la Pascua. En él nos vamos convenciendo de la inutilidad de tantas cosas que antes creímos necesarias, de lo débiles que eran nuestros puntos de apoyo. En él, al damos cuenta de nuestra radical pobreza, podremos acabar descubriendo que Dios es nuestra única esperanza.

Entremos, pues, sin miedo en ese desierto. Dispuestos a aguantar la sed y el hambre. Dejando pesos inútiles que nos impedirían caminar: comodidades que nos acaban enmoheciendo la disponibilidad, consumismo que pone en peligro toda nuestra escala de valores, seguridades que nos tientan a que apartemos los ojos del que es nuestra única seguridad: el Señor.

Entremos en la Cuaresma sin miedo a irnos metiendo en el silencio.

Sin miedo a lo que el Señor nos pueda pedir en la oración.

Sin miedo a vernos como somos cuando el sol, implacable, acabe derritiendo nuestros complicados maquillajes.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 38 s.


14.

HASTA EL FONDO

¡Tiene cada ocurrencia el Espíritu! Como el viento, lo suyo es empujar, mover; y a veces -muchas- nos desconcierta. Si nos dejamos conducir por Él, nos mete por caminos inesperados, incomprensibles. A Jesús, desde luego, lo trajo por la calle de la amargura; ¡mira que empujarlo al desierto, para que allí se dejara tentar por Satanás!

Es una manera de meterlo -pienso yo- en pleno remolino de la vida del hombre. Jesús venía para vivir a tope, sin mitigaciones, nuestra vida; para compartir hasta el fondo esta condición nuestra que, si ya era dura de por sí, más la habíamos endurecido al entrar en la inútil aventura del pecado. Y ese pecado sería el único límite: en todo lo demás, Jesús quería ser semejante a nosotros. Por eso quería experimentar en propia carne lo que es estar aquí, en plena corriente, donde mayor es la turbulencia de las aguas, sin ningún asidero. Ver cómo se siente uno cuando el hambre, el calor y la soledad han ido socavando sus resistencias, hasta dejarlo casi a merced del primero que llegue. Sentirse como dejado de la mano de Dios. Bajar, Él también, hasta la difícil coyuntura de la tentación. Y, desde ahí, hacernos ver cómo esa lucha no tiene por qué avergonzarnos, ni hacer que nos sintamos culpables. Que esa pelea puede sentirla cualquiera, porque va dentro de la innata pobreza del hombre. Que el pecado sólo aparece cuando alguien, cansado y desanimado, baja la guardia y se rinde. Pero que Dios nos dará siempre la fuerza que necesitamos para vencer.

Pienso que ocurrió algo más en ese dejarse tentar de Jesús: pudo ser ahí donde empezó a tomar fuerza una intuición que ya venía Él, desde hacía tiempo, barruntando: que el hombre -visto así, desde dentro- no es tan malo como parece. Que la ceguera y la ignorancia son en nosotros mucho mayores que nuestra maldad. Que somos más dignos de lástima que de castigo. Y esa intuición iría después confirmándose, madurando en Jesús a lo largo de su contacto con los hombres; hasta hacerse evidencia al final de su vida. Tan clara quedaría en Él esta verdad, que en el momento supremo de la cruz ya no vería, en aquellos que lo estaban crucificando, el odio y la maldad: sólo las cadenas de sus corazones y las vendas de sus ojos. Por eso llegó a decir -maravilloso resumen de toda la experiencia humana de Jesús-: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".

¿Qué hacer nosotros? Dejarnos conducir por el Espíritu: dejar que sea su viento el que marque el rumbo de nuestra vida. Confiar en su ayuda; y, al mismo tiempo, empuñar fuertemente la espada, meternos sin miedo en la lucha. Cuando sintamos en nuestra carne el azote caliente de la tentación, cuando experimentemos nuestra debilidad, nuestras caídas quizás, estaremos mejor preparados para ver al resto de los mortales, nuestros hermanos, con los ojos de Jesús: Veremos que, en el fondo, no son -no somos- demasiado malos; quizás, eso sí, un poco ciegos y un poco ignorantes. De ahí, a amar y a perdonar, ya sólo hay un paso.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 39 s.


15.

La tentación dura toda la vida.

En cuanto a Mc, sostengo que el dejar la tentación en la indeterminación es intencional. En realidad, a lo largo de todo el evangelio Cristo sufre la tentación. Durante todo el desarrollo de su misión, Cristo tiene que afrontar a quien intenta disuadirlo, "separarlo" del camino emprendido: el del servicio, de la debilidad, de la obscuridad, de la derrota, del sufrimiento. Siempre habrá alguien que le "sugerirá" otro camino, le invitará a dejarse servir, a comportarse como amo y no como siervo, le propondrá ser Mesías "de otra manera", le solicitará para que sea Dios acomodándose a los deseos de los hombres. Y es significativo que Mc, a diferencia de Mt (4-10) ponga el "¡apártate, Satanás!" no en este momento, en el desierto sino mucho más tarde (8,33). Y el mandato irá dirigido a un apóstol, es más, al primero de los apóstoles.

Pero no hay duda alguna de que Jesús sale victorioso, en el desierto, allí donde el pueblo elegido ha flaqueado.

Durante toda su vida, Cristo resistirá a las instigaciones del adversario, de "aquel que divide", permaneciendo obediente al Padre, y a su voluntad. "No sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". (Mc 14,36).

La fidelidad a la misión recibida es posible gracias a la unión con Dios y a la fuerza del Espíritu.

Que Cristo haya superado la prueba del desierto Mc más que afirmarlo explícitamente lo sugiere con las dos imágenes de los "animales salvajes" y de los ángeles que le servían (v. 13).

Quizás viene a cuento recordar un texto judío:

"Si, pues, hacéis el bien, los hombres y los ángeles os bendecirán y Dios será glorificado gracias a vosotros en medio de las naciones. Y el diablo huirá lejos de vosotros, y los animales salvajes os temerán, y el Señor os amará, los ángeles se dedicarán con premura a vosotros" (Testamentum Nephtalim 8,4).

Algunos ven en las fieras un elemento "indiferente" de la soledad de Jesús en el desierto. Me parece, sin embargo, que aquí la imagen puede indicar o bien la victoria de Cristo sobre las potencias del mal, o bien una referencia a Adán que rodeado de animales, les había dado un nombre, signo de dominio (Gén 2,20). La armonía restablecida con los animales sería signo de la comunión restablecida entre el hombre y Dios. Y en en suma, la reconciliación entre las creaturas y el creador.

De todos modos "la victoria está ciertamente indicada en el hecho de que los ángeles le servían. Las potencias celestiales están a disposición de quien ha hecho huir al diablo".

PROVOCACIONES.

1. "...El Espíritu lo impulsa...". Me agrada esta acción del Espíritu, inmediatamente después del bautismo.

Cristo es echado fuera, empujado hacia el desierto para librar un combate. El Espíritu no mima al creyente, no le asegura un clima "favorable", no pone al resguardo su fe.

Más que aire acondicionado, es "soplo" que empuja hacia el mundo, donde las potencias del mal obstaculizan el plan de Dios.

"Echa fuera" de la tibieza de una piedad confortable, de esquemas garantizados que excluyen cualquier tipo de aventura, de estructuras en las que el funcionamiento ocupa el puesto de la vida, para precipitarse en el desierto donde se vive el riesgo de la fe y donde se siente uno abofeteado, por los rigores de la vida real.

El Espíritu no protege, hace salir a la intemperie.

No dispensa de las dificultades, sino que nos mete precisamente dentro de ellas. Después de la inmersión en el agua, el Espíritu nos sumerge en las ambigüedades, contradicciones, peligros de la existencia cotidiana. Es el bautismo en la humanidad.

Es la participación en las luchas de los hombres.

El mismo Espíritu nos hace hijos de Dios, y hermanos de todos los hombres. Nos une hacia arriba y hacia abajo.

El desierto -lugar de la prueba, de la lucha, no de la evasión- se convierte así en el punto de soldadura entre las dos dimensiones, la divina y la humana.

La vida en el Espíritu no produce "almas bellas", sino cristianos que aprenden el oficio de hombres en medio de los otros hombres.

La vida en el Espíritu no es parada, no es nido, sino camino, itinerario que ha de inventarse día a día.

Un cristiano que se coloca "al resguardo", no es alguien que se pone al seguro. Es alguien que se ha escapado a la fuerza del Espíritu, que se ha sustraído a su "soplo".

ALESSANDRO PRONZATO
UN CRISTIANO COMIENZA A LEER
EL EVANGELIO DE MARCOS I
Edic. SÍGUEME.SALAMANCA-1982.Pág. 52-54


16.

1. El diluvio

No sólo la Biblia, sino muchas tradiciones antiguas, recogen la historia del diluvio universal como castigo por la corrupción generalizada de los hombres. «Todos los pensamientos del hombre tienden siempre al mal» (Gn 6, 5). Una conclusión muy pesimista. Está escrita hace casi tres mil años. Se nos dice que el espíritu de los hombres es malo; que Dios mismo se avergonzó de su obra predilecta; que lo mejor sería terminar de una vez con el hombre y hacer, si acaso, otra cosa distinta. El hombre no tiene remedio. Dios llegó a perder la esperanza.

-El hombre tiende al mal

Es una manera de hablar, lo sabemos, pero impresiona. Y hasta estamos tentados a dar a Dios, a este Dios, la razón, o a los que forjaron esta historia. Es verdad que el hombre tiende siempre al mal. Es verdad que el hombre está hecho de barro. Es verdad que sucumbe una y mil veces a la tentación. Es verdad que la serpiente, o quien fuera, metió en el barro una buena cantidad de veneno. Es verdad que nuestros genes tienen una mala herencia. Es verdad que llevamos en la sangre glóbulos de violencia y de crueldad. Es verdad que a veces parecemos endemoniados.

-El hombre provoca el mal

Después de tres mil años, ¿estamos capacitados para corregir al autor bíblico? Todas las generaciones parecen estar viviendo los peores tiempos de la historia. Algunos piensan que la del siglo xx es la más cruel de todas. ¿Hace falta poner ejemplos? No hubo ahora diluvios de agua, pero sí hubo diluvios de fuego, de metralla, de azufre devastador, de energía atómica destructiva. Hubo y hay diluvios de hambre, de miserias, de torturas, de todo tipo de injusticias. Hubo y hay diluvios de pestes, de SIDA, de prostitución, de toxicomanías, de accidentes y todo tipo de enfermedades absurdas. Y todos estos diluvios no los mandaba Dios -era una manera de decir, mentalidad mítica- sino que el mismo hombre los provoca.

-Corrupción generalizada

Arrastramos una herencia de barro y veneno, ¿quién lo duda? Bueno, hoy la gente lo duda y se pregunta que qué es eso del pecado. Parece que hoy no se siente conciencia de pecado o, echando balones fuera, culpabilizamos de todo a la sociedad y a las estructuras. Satanizamos a los partidos, a las finanzas, al mercado común, a las Naciones Unidas, a las multinacionales, a lo que sea. Pero yo no me siento pecador. Pecado es una palabra desfasada. Es mejor hablar de corrupción. Sí, es verdad, existe una corrupción generalizada... Pues estamos dando la razón, casi con las mismas palabras, a los que hablaban del diluvio. Así que tendríamos todos que decir: «Yo, corrompido, me confieso a...». Si no a Dios, porque no se lleva, sí a ese Estado, esa sociedad, esa democracia o esa Constitución en la que crees.

-Enfermedad psíquica

Otros, en vez de pecado, prefieren hablar de desequilibrios psíquicos, taras, enfermedades mentales. No existen criminales, sino enfermos; no existen terroristas, sino desequilibrados; no existen viciosos, sino desintegrados; no existen conductas inmorales, sino marginales o atípicas. Así que lo mejor es que digas: Yo, enfermo psicópata, me confieso al psicólogo y psiquiatra. También hay que tener mucho cuidado con las palabras. No digas degradación o pérdida de valores. No digas adulterio, sino experiencia extramatrimonial. No digas aborto, sino interrupción del embarazo. No digas fornicar, sino hacer el amor. No digas masturbación -¡qué palabra tan fea!-, sino desahogo de la naturaleza. Los eufemismos son necesarios.

-La realidad suena mal

Pues, aunque utilicemos palabras bonitas que suenen bien al oído, la realidad es siempre bien fea y suena muy mal al corazón. Por desgracia, seguimos teniendo todo un diluvio de pecado: pecados personales y estructurales, pecados individuales y colectivos, pecados de acción y de omisión, y también de motivación, es decir, el mal que se hace, el bien que no se hace y el bien que no se hace bien, porque no se hace desde el amor y para amar. Que cada uno busque ejemplos.

2. Después del diluvio

Si nos quedáramos aquí, ¡qué sabor tan amargo! Si esta fuera toda la verdad, ¡qué tristeza ser hombre! Una visión tan pesimista no puede ser cristiana. No podemos aceptar la visión de un Dios que crea una cosa tan sucia, para estar después amenazando siempre con posibles diluvios. Eso sería una mala noticia.

En el hombre hay aspectos más luminosos y esperanzadores que los señalados. En la constitución del hombre no sólo hay barro y veneno, sino también un soplo de vida y un aliento de espíritu. Alienta en él constantemente un deseo de superación, un esfuerzo de liberación y un hambre de justicia. Hay personas ejemplares que nos ayudan a crecer. Hay una bondad natural generalizada que sostiene a las familias y a los pueblos. No se ha perdido la conciencia de lo bueno y de lo malo, lo que es signo de buena salud. El que se confiesa culpable o responsable está en camino de salvación.

-Buena noticia

Todo esto es buena noticia. Es buena noticia que añoremos el bien perdido, que nos entusiasmen los grandes ideales, que nos arrastren los bellos ejemplos. Los hombres tienden al bien y no sólo lo aplauden, sino que lo siguen.

Y, sobre todo, es buena noticia que no estamos solos en la lucha contra el mal y el seguimiento del bien, que es Dios mismo el que no nos abandona y que busca siempre una solución para nosotros. ¡Y vaya si la encontrará! Y es buena noticia el saber que lo del diluvio es poco más que un cuento -un mito-, que lo importante no es lo del diluvio, sino lo que viene después. Los diluvios de Dios no son de castigo, sino de gracia y misericordia. Dios abre las compuertas del cielo para hacer llover sobre nosotros al mismo Espíritu Santo, que es agua y es fuego. ¿Qué otra cosa es el bautismo sino un diluvio del Espíritu? Así nos lo enseña San Pedro: «Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva». Nos bañamos en las aguas que nos salvan. Sí. Es Dios mismo el que llueve sobre nosotros. ¡Ojalá nos dejemos empapar en estas aguas vivificadoras de Dios! Esto sí que es buena noticia.

-Alianza

Lo que viene después del diluvio es lo mejor. Se anuncia amistad perpetua entre Dios y los hombres. Se ofrece un pacto de respeto mutuo y de amor, que ha de extenderse a todo ser viviente y ha de repercutir en toda la tierra. Dios y el hombre trabajarán juntos para la vida, nunca para la muerte. Dios no quiere la muerte. Dios quiere que el hombre viva y que sea a su vez vivificador. Dios y el hombre, trabajando juntos, harán la tierra más bonita, más segura, más limpia, más fecunda. Y cuidarán de los animales para que el equilibrio ecológico no se rompa.

-Arco sin flechas

El arco iris puede ser una buena señal de esta alianza. Es alegre y pacificador; es un arco sin flechas. Invita a la reconciliación. Este arco será signo no sólo de la amistad entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres, sino signo de entendimiento entre un punto y otro de la tierra, entre un pueblo y otro, entre todas las razas y naciones. Cuando una nación quiere reñir con otra, se extiende el arco iris entre ellas y se acabó la guerra. Cuando un país quiera separarse de otro, se lanza el arco iris para unirles y ya no se pueden escapar; y cuando los hombres, abusando de su poder, exploten o ensucien demasiado la tierra, aparecerá el arco iris para que se vuelva al respeto y al buen gusto que han de presidir todos los comportamientos humano-divinos.

-Arco que abraza

El arco iris tiene también una lectura cristológica. Los místicos, que saben leer mejor la naturaleza, ven en el arco como un símbolo de la sonrisa y el abrazo de Dios al mundo, pero personalizado en Jesucristo. El es el abrazo vivo entre Dios y los hombres, el arco iris vivo que extiende sus brazos para reunir a todos los pueblos. Ahí está Cristo para perdonar y reconciliar. Ahí está Cristo para alegrar y llenar de esperanza. Ahí está Cristo para hablarnos siempre del amor paciente y generoso de Dios. La belleza y policromía del arco se debe al reflejo del agua y la sangre, iluminadas por el potente sol del Espíritu. Los colores del arco son siete, porque representan a los sacramentos que brotan de Cristo; todos nos transmiten la gracia, pero con gracia y belleza propias.

Cuando veas el arco iris, piensa: Dios me sonríe y me quiere; piensa: Cristo me acoge y me salva. Cuando veas el crucifijo, piensa: eres un arco iris de amor. Y al ver todo esto piensa: yo debo también colaborar.

CARITAS
VEN...
CUARESMA Y PASCUA 1994.Págs. 45-49


17. "El Espíritu empujó a Jesús al desierto" DESIERTO/SENTIDO:

La experiencia del desierto es una de las cosas más propias de la Cuaresma; un símbolo grandioso que nos habla de desapego, de austeridad, de soledad, de lucha, de tentación. Todo esto tiene que ver con la Cuaresma, que nos prepara y ejercita para seguir a Jesucristo hasta la Pascua, para vaciarnos de todo lo que no sea Dios.

Hay muchas clases de desiertos: geográficos, sociales, humanos, espirituales. Todos nos hablan de marginación y dureza, de dificultad y de lucha; pero también de fe y de esperanza, de oración y compromiso. Y es buena noticia que Jesús fuera al desierto. Quiere decir que estas experiencias están redimidas y pueden ser redentoras.

-Lugar de amor

Y es buena noticia saber que Jesús fue al desierto no por capricho o curiosidad, sino empujado por el Espíritu Santo. Casi resulta sorprendente. El Espíritu Santo se le había manifestado con poder en el bautismo. Jesús se sentía dominado enteramente por esta Fuerza de Dios. Y la fuerza se manifestaba como amor. Movido por esta Fuerza-Amor, sería «enviado a evangelizar a los pobres... a dar libertad a los oprimidos...». Movido por esta Fuerza-Amor, expulsaría a los demonios y devolvería la salud a los enfermos. Movido por esta Fuerza-Amor, denunciaría la injusticia y entregaría su vida. Pero ahora, lo primero, movido por esta Fuerza-Amor, se marcharía al desierto.

Esta permanencia de Jesús en el desierto es, por lo tanto, una respuesta de amor. Estará en el desierto para dejarse envolver más por el amor del Padre, para meditar y saborear la palabra que ha escuchado, para estar a solas con Dios. Lo decía así un admirado teólogo: «El Espíritu lo saca fuera, a la soledad, lejos de los suyos, lejos de la multitud que estaba junto al Jordán, al desierto, donde sólo están su Padre y él» (·Guardini-R).

Todas las experiencias del desierto, escogidas o forzadas, deben ser experiencias de amor. A través de ellas, de un modo o de otro, Dios te prepara para un encuentro con El en profundidad, para llevarte a una mayor libertad, y de ahí, probablemente, a un mayor compromiso. Que quede claro, el desierto no tiene por qué ser un lugar terrible; aunque no lo parezca, el desierto es un lugar de amor. Así se expresa Dios mismo: «Voy a seducirle, le llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (/Os/02/16-18). El desierto es tiempo de misericordia. «Vosotros mismos habéis visto... cómo os he llevado en alas de águila y os he traído a mí» (Ex 19, 4). «Lo encontró en el desierto... y lo cubrió, lo alimentó, lo cuidó como a la niña de sus ojos. Como un águila incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así El extendió sus alas y lo tomó y lo llevó sobre sus plumas» (Dt 32,10-11). Te conviene un poco de desierto, para que sientas el cuidado y el cariño del Señor.

-Lugar de prueba DESIERTO/PRUEBA:

Pero el desierto también es lugar de prueba. «Tierra de arenales y barrancos, tierra árida tenebrosa, tierra por donde no transita nadie ni nadie fija su morada» (Jr 2, 6). Nadie, sino «las alimañas», con las que tuvo que vivir Jesús. Es horrible. El desierto no es lugar de turismo, sino de combate. Se entiende. La sequedad, la soledad, el despojo, los recuerdos, las dudas... No tienes ningún colchón donde descansar. Y surgirá la tentación.

Irremediablemente surgirá: sobre ti mismo, sobre tu misión, sobre tu obra, sobre tu imagen, sobre tu fe; y sobre los demás, los que te rodean y te aprecian o te persiguen; y sobre la vida y el sufrimiento y la esperanza; y sobre la muerte; y sobre todo; y sobre Dios. Soplará el viento del desierto, como un mal espíritu que te zarandea. Puede que te sientas morir. Sólo fue un momento. En medio de la sequedad y la prueba, tú has rezado, aunque sólo sabías decir: «Dios mío». La prueba te ha purificado y te ha vaciado. Ahora vienen los buenos pensamientos y la dulzura interior. Vienen los ángeles y te sirven. Ahora se oye de nuevo el viento del desierto, pero es el viento penetrante del Espíritu.

CARITAS
VEN...
CUARESMA Y PASCUA 1994.Págs. 49-51


18. CV/CUA 

La conversión

«Convertíos», decía Jesús en Galilea, «donde empezó la cosa». Es una gran palabra, sobre todo si se completa con la siguiente: «Creed en el Evangelio».

«Convertíos» no es simplemente que se nos perdonen los pecados. Estos ya se perdonaban con Juan y con cualquier acto de arrepentimiento. Jesús no se limitó a decir: vengo a perdonaros los pecados. Le hubiera sido tan fácil, como cuando perdonó al paralítico o a la mujer pública. Ni mucho menos dijo: vengo para que confeséis vuestros pecados; podéis hacerlo conmigo o con mis discípulos; voy a colocar en el templo, en las sinagogas y en lugares estratégicos unos objetos apropiados, como capillitas, que llamaremos «confesionarios»; serán de madera y quedarán preciosos; señalaremos horas apropiadas para escuchar vuestras, diremos, «confesiones», con distinción de hombres y mujeres.

Dejaos convertir

Jesús dijo: «convertíos«, o mejor: dejaos convertir. Tendréis que dar un cambio tan radical que no lo podréis conseguir con vuestras propias fuerzas. Tenéis que cambiar, no de vestidos ni de prácticas piadosas o de costumbres morales; más o menos oraciones, purificaciones, ayunos, limosnas y ofrendas; tenéis que cambiar de pensar, de sentir y de ser; necesitáis ojos, cerebro y corazón nuevos; necesitáis ser otra persona, necesitáis volver a nacer.

Pero no os preocupéis, que todo esto es obra del Espíritu. Basta que creáis en Dios, que creáis que Dios viene, que creáis que el Reino de Dios empieza, que creáis que Dios os ama. Este es el «Evangelio»: la buena noticia de que Dios os ama y se acerca como Salvador. Convertirse es creer en el Evangelio.

Abrirse al amor

Porque creer en el Evangelio es abrirse al amor y a la fuerza de Dios. Si os abrís a Dios, si dejáis entrar a Dios en vuestra vida, entonces todo en vosotros cambiará.

Vuestro cambio tiene que ser de la tristeza a la alegría, de la desesperanza a la fe, del miedo a la fortaleza, de la esclavitud a la libertad, del egoísmo a toda clase de apegos al amor, de vuestra injusticia a la «justicia» o santidad que viene de Dios.

El mensaje de Jesús se recibió con expectación y enorme alegría. No podía ser menos, porque anunciaba la llegada del Reino de Dios, tan prometido y tan esperado.

Creed en el Evangelio

Pero este mensaje de Jesús sigue resonando hoy, que empieza la Cuaresma, y siempre. «Convertíos, dejaos convertir o, lo que es lo mismo, creed en el Evangelio». Es el paso de nuestra justificación a la «justicia» de Dios; es despojarnos de nuestras cosas y aun de nosotros mismos, para llenarnos de Dios; es morir o crucificar nuestra propia vida, para vivir la misma vida de Cristo; es sumergirse en Cristo, es dejarse mover en todo por el Espíritu de Dios.

Comprenderéis que la conversión no es una simple confesión, sino una renovación continuada y permanente. Es algo que no está sólo en nuestras manos -¿quién puede por sí mismo volver a nacer?

Conviértenos, Señor, y nos convertiremos a Ti.

CARITAS
UNA CARGA LIGERA
CUARESMA Y PASCUA 19887.Pág. 33s.


19.

-Una alianza estable

Hermanos: toda la Iglesia se ha puesto en camino, el camino de la propia conversión, para poder celebrar en la comunión de fe y de sentimientos la Resurrección del Señor Jesús.

Si el pasado miércoles, el Miércoles de Ceniza, las lecturas nos proponían un plan de vida, basado en la oración intensa y sincera, la solidaridad fraterna y la sobriedad personal, hoy se nos estimula en la misma dirección tomando como punto de apoyo la alianza que Dios ha sellado con el hombre. Una alianza a favor de la vida. Dios se compromete no sólo a conservarla sino también a darle plenitud .

El pecado del hombre jamás provocará la ira de Dios. Al contrario, por encima de la ingratitud del hombre resplandece el amor y la misericordia de Dios. La iniciativa bondadosa y amorosa de Dios no tendrá ningún límite. Como el arcoiris va de un extremo al otro de la tierra, del mismo modo, el desvelo y la solicitud de Dios para con los hombres no conocerá ninguna frontera. El hombre puede respirar tranquilo.

Dios sale como fiador suyo. Esta es la rectitud verdadera: renovar la vida de todas las criaturas. Quien favorece la calidad de vida de las criaturas restablece la alianza de Dios con la creación.

-Camino de superación

Somos colaboradores de Dios en el trabajo de nuestra propia realización. Y todos sabemos que el capricho, la comodidad y la flojera no forjan personas ecuánimes. Si queremos secundar el plan de vida que Dios tiene sobre nosotros, debemos imponernos una cierta radicalidad o una "determinada determinación", que diría santa Teresa de Jesús, para contrarrestar todo aquello que de mal haya en nosotros. Nuestra tentación mayor es el conformismo. Nos adaptamos fácilmente a cuanto nos rodea. El Espíritu de Dios también nos ha empujado a nosotros al desierto o a la jungla de nuestra vida cotidiana para que aprendamos a saber discernir entre lo que nos empequeñece y lo que nos libera. Es imprescindible tomar el pulso de nuestro trabajo diario. No dejarnos arrastrar por la corriente. Dios quiere que tengamos vida en abundancia. Pero Dios también espera de nosotros que, a ejemplo de Cristo, no nos dejemos seducir por el mal. Es decir, que superemos las tentaciones del desencanto, la pasividad, la indiferencia.

La Cuaresma es un grito a lo más noble de nosotros mismos para que Dios pueda llevar a plenitud su alianza en nuestra existencia.

-Camino de limpieza de conciencia

Para que esto sea así, es preciso que purifiquemos nuestra conciencia.

En este núcleo central, en la conciencia, es donde nacen y maduran las decisiones más importantes de la persona. El camino de conversión comienza en lo más íntimo de uno mismo. Aquí radica la gran dignidad de la persona. Siempre está abierta y capacitada para alcanzar nuevas metas. Nunca es tarde para volver a orientar su vida. Una y otra vez puede acrecentar su coherencia personal, si se deja iluminar por Dios y se comparte generosamente con los hermanos.

En un tiempo de pesimismo y de crisis, los cristianos somos los primeros llamados a comprometer nuestra vida en un clima de mayor austeridad y sobriedad, prescindiendo de cuanto nos es superfluo para compartir, al menos eso, lo superfluo, con los que carecen de lo necesario. Nosotros somos los primeros vocacionados a transmitir una palabra de optimismo -y ojalá que también sean gestos concretos- porque Dios se ha comprometido con la vida del hombre. Pero, no lo olvidemos, su compromiso pasa por nuestra fidelidad.

Nosotros somos sus embajadores.

En la medida en que nos identificamos con lo bueno, lo justo y lo bello, en la misma medida Dios está más en todos. Y nuestra conversión individual -por tanto, nuestra limpieza de conciencia- se traduce en conversión eclesial y social, en mayor dignidad de vida. ¿A qué más podemos aspirar para asemejarnos a ese Hombre Nuevo que se dio totalmente por todos nosotros? ¿No será esto lo mínimo que hemos de hacer para celebrar dignamente la fiesta del Resucitado?

-Adhesión a Jesucristo y a su Evangelio

Convertíos y creed en la Buena Nueva. El Reino de Dios no solamente está cerca sino que está en nosotros. Nos falta descubrirlo en las pequeñas cosas de cada día, testimoniarlo con alegría en el trabajo bien hecho, en el cumplimiento de nuestras responsabilidades, en la proximidad y ternura con los enfermos, en la participación activa en la vida de la comunidad, en el perdón y en el amor.

Esta es la Buena Nueva proclamada por Jesucristo y que nosotros debemos recrear nuevamente. Esta es la conversión que nos transforma en buenas personas y mejores cristianos. Este es el reto de la Cuaresma: identificarnos con Jesucristo, creer en su mensaje y tenerlo como norma de vida. Con El se superan las tentaciones de pasividad, se purifica la conciencia y nos transformamos en testimonios de Resurrección.

ÁNGEL M. BRIÑAS
MISA DOMINICAL 1994/03


20.

1. El Plan de Dios

Hoy comenzamos la Cuaresma, o, lo que es lo mismo, estos cuarenta días de preparación a la celebración central del cristianismo: nuestra salvación por la muerte y resurrección de Jesucristo.

Y la Iglesia, a través de los textos que vamos a meditar, desea que situemos a Jesús en su justo lugar, es decir, como el eje o centro de toda la humanidad, y no como el patrimonio exclusivista de una raza o de una cultura determinada.

En efecto, grande es la tentación de hacer de Jesús «algo nuestro», como si nosotros fuésemos los dueños o poseedores de esa joya preciosa llamada Jesús. Tampoco podemos convertir a Jesús en el mero fundador de una nueva religión, una más que se agrega a las que ya existían o a las que vendrían después. Menos aún como un simple renovador moral o un maestro que trajo ideas nuevas.

Todas éstas son concepciones parciales de Jesús que no llegan al fondo mismo de su existencia.

Si ya en tiempos de Jesús la mayoría de los judíos eran exclusivistas y pretendían encerrar el plan divino en los estrechos límites de la Palestina o en las mezquinas márgenes de sus corazones, también es cierto que nosotros, acostumbrados al «Occidente cristiano», hemos pretendido hacer de Jesús el prototipo del hombre blanco, civilizado, culto, europeizado, y, cuando no, una especie de gran encubridor de deseos inconfesables, entre los que suele resaltar el de dominar a los demás bajo pretexto de que nuestra religión es la verdadera o de que nuestra cultura es la mejor...

Mas he aquí que la liturgia de hoy, con sus claros y significativos textos, rompe tan microscópico esquema cristiano y nos presenta una concepción grandiosa y universal, que abre el horizonte cristiano -es decir, de Cristo- más allá de una cultura, de una raza, de un credo o de un continente geográfico.

El mensaje central de este domingo es éste: Desde un principio el plan de Dios consistió en realizar una alianza universal con todos los hombres y, más aún, con todo el universo. Si bien es cierto que después la alianza se realizará en forma especial con Abraham y sus descendientes para hallar su rubricación en el Sinaí, convirtiéndose el pueblo hebreo en el pueblo de Dios por excelencia, también es cierto que la voluntad primera y eterna de Dios es la unidad de toda familia humana en un pacto de amor y de mutuo respeto.

Sobre el tema de la Alianza vamos a reflexionar durante todos los domingos de esta Cuaresma. Hoy centraremos nuestra atención en el texto del Génesis referido a la Alianza universal de Dios con Noé y con toda la humanidad salvada del diluvio.

2.ALIANZA/NOE: La Alianza con el Dios de la vida

La primera lectura nos trae la figura de Noé, conocido popularmente por su famosa arca. Lamentablemente, a Noé se le suele ver desprovisto de todo significado profundamente religioso y más bien lo asociamos con otros personajes de las leyendas o de los cuentos infantiles.

Tratemos, pues, de rehacer su figura, que tanta importancia adquiere en el Antiguo Testamento y que en el Nuevo es presentada nada más y nada menos que como símbolo y prefiguración de Jesucristo.

Noé era el hombre justo que existía sobre la tierra: «Noé fue el hombre más justo y cabal de su tiempo. Noé andaba con Dios» (Gén 6,9). «Yavé dijo a Noé: Entra en el arca tú y toda tu familia porque tú eres el único justo que he visto en esta generación» (7,1). En efecto, «Dios miró la tierra y he aquí que estaba viciada porque todos los hombres tenían una conducta culpable».

La Biblia, entonces, contrapone la santidad y justicia de Noé, el hombre que caminaba con Dios, al pecado universal enclavado en los hombres. Por eso Dios lo elige como un nuevo Adán, para ser el padre de la nueva humanidad y el intermediario para la primera alianza con los hombres.

Por lo tanto, más allá del contexto mítico-alegórico del diluvio universal -presente en todas las mitologías y religiones antiguas como recuerdo de una antiquísima catástrofe-, debemos encontrarnos con el sentido bíblico de este episodio presentado como una nueva creación de la humanidad, esta vez conforme a un pacto con Dios.

El diluvio --o juicio divino por las aguas-- es el fin de una humanidad o de un estilo de existencia humana: «Viendo Dios que la maldad del hombre cubría toda la tierra... se arrepintió de haber hecho al hombre y se indignó profundamente. Entonces dijo: Voy a borrar de la superficie de la tierra al hombre que he creado; desde el hombre hasta los ganados, reptiles y aves del cielo...» (6,5-8.13.17).

Y así sobreviene el diluvio que durará cuarenta días; se trata de un número simbólico que expresa un tiempo completo en el cual el hombre es purificado y, al cabo del cual, es recreado por Dios. Cuarenta días también pasará Jesús en el desierto, y estos cuarenta días conforman nuestra cuaresma.

En el diluvio, el hombre es juzgado por medio de las aguas purificadoras, portadoras al mismo tiempo de muerte y de vida. Para unos fue juicio de muerte, ya que la inundación lo arrasó todo; para otros, unos pocos, fue juicio de vida ya que sobre ellas pudieron flotar. El diluvio marca el final de una etapa; termina un período humano. Después, Dios rescata a Noé de las aguas -de la misma forma que había rescatado a Adán de la tierra- y le concede la nueva vida, fundamentada sobre un pacto.

Por lo tanto, el diluvio (acaecido con bastante seguridad hace unos trece mil años a consecuencia de los grandes deshielos) adquiere un significado religioso, como también será religioso el significado de las aguas del Jordán o del Bautismo.

Efectivamente, finalizado el diluvio y ya en tierra firme con su familia, Noé construyó un altar y ofreció holocaustos a Dios. El Señor, ante este gesto, pareció arrepentirse del duro castigo que había infligido a la humanidad y se juramentó con estas palabras: «Nunca más volveré a maldecir la tierra por causa del hombre ni volveré a herir todo ser viviente.» Y tal como hiciera con Adán, ahora repite nuevamente: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra.» A continuación -se trata de un importante elemento del pacto o alianza- prohíbe severamente todo derramamiento de sangre, ya que «a imagen de Dios hizo El al hombre» (8,20 - 9,6).

Y no contento con esto y como si aún le pesara el desastre ocurrido, por primera vez Dios deja de ser el Señor autoritario y absolutista del hombre, ya que establece -como de igual a igual- un pacto o alianza con el hombre. Por ese pacto, Dios se presenta como el Señor de la vida y se compromete a defender por siempre la vida del hombre, absteniéndose de nuevos castigos destructores.

Como fácilmente puede observarse, tenemos en este texto bíblico las bases para una concepción religiosa amplia y universalista, abierta a toda la humanidad de buena voluntad; concepción religiosa que será recogida por Jesús para darle cabal culminación. La etapa provisional de la religión nacional-judía debe terminar. Noé y Jesús son dos eslabones de una alianza religiosa que no conoce más limitaciones que el profundo respeto por la vida humana.

La alianza es realizada con Noé, que no era hebreo.

El pacto es hecho con el hombre, con todos los hombres, con la humanidad en cuanto tal; no está circunscrito a una raza o a un pueblo especial, sino que está abierto a todos sin excepción. Noé el resucitado de las aguas, -el segundo Adán- es ahora el socio de Dios en un plan común.

Observemos cómo esta página bíblica nos brinda una imagen de Dios mucho más cercana y familiar al hombre. Dios mismo se ata con un pacto o alianza y establece una «Constitución» según la cual se regirán tanto sus actos como los de los hombres.

¿Qué es lo esencial de esta alianza? Es el más absoluto y total respeto por la vida humana. Dios se compromete a no destruir jamás ni la raza humana ni las especies animales. Y la misma exigencia obliga al hombre que, a modo de recuerdo ritual, se abstendrá incluso de comer carne con sangre. Si el hombre viola el pacto matando a un semejante suyo -creado a imagen de Dios-, el mismo Dios vengará esa sangre derramada. En síntesis: del diluvio surge un Dios de la Vida, socio y compañero del hombre, su imagen viviente sobre la tierra.

Pero aún hay otro aspecto importante en esta alianza. Se la realiza también con todo el universo, con el cosmos entero: «Con todos los seres vivientes, con los pájaros, con el ganado y las fieras salvajes...; en una palabra: con todos los seres vivientes que hay en la tierra.» Se trata, pues, de una concepción grandiosa y unitaria de la alianza; toda la creación es manifestación de la vida divina, y toda ella es respetada y amada por Dios. Por eso, el signo de esta alianza no es un altar ni un rito cultual, sino un signo cósmico: el arco iris, imagen del arco guerrero de Dios que se cuelga para siempre como señal de paz...

Hay algo maravilloso en esta página bíblica, aún no comprendida por nosotros después de tantos siglos... La creación es el gran altar de la nueva alianza, porque es la gran manifestación del amor de Dios, como asimismo de una paz y armonía eternas. Si ahora comparamos esta visión grandiosa y universalista de la religión (visión que será recogida en las cartas a los colosenses y a los efesios) con la manera práctica como entendemos nuestro cristianismo, es posible que hasta podamos sentir vergüenza. El hombre antiguo supo intuir y descubrir algo que nosotros, aun teniéndolo ya escrito y profundizado en la Biblia, no terminamos de comprender.

Hoy se nos invita a comenzar por el abc de la alianza de Dios con los hombres. El elemento básico de toda auténtica religión es buscar la armonía y la paz entre Dios y los hombres, entre los hombres consigo mismos, y entre el hombre y la naturaleza. Para que este simple dogma religioso no sea olvidado por los hombres, hizo su aparición Jesús en el mundo.

3. Jesús, nuevo Noé: J/NOE:

Si hemos comprendido el significado de Noé y de la primera alianza, nos será fácil ahora comprender las otras dos lecturas bíblicas que nos presentan a Jesucristo como nuevo Noé, por medio de quien la alianza se afirma eternamente. Pero ahora son las aguas del bautismo las que, como un nuevo diluvio, nos hacen renacer a la nueva vida.

Comprometido Dios a mantener la vida del hombre y atado por esa palabra, envía a su Hijo, quien, como recuerda Pedro, "siendo justo padeció por los injustos para llevarnos a Dios".

Jesús es el Noé «justo», pero que no se salva solo mientras la humanidad sucumbe, sino que se sacrifica para que la humanidad se salve. El arco iris se transforma ahora en una cruz en la cual Dios colgó para siempre su condena entregándonos la paz.

La muerte de Jesús en la cruz nos hace descubrir la seriedad con que Dios cumplió su palabra de no sacrificar más a la humanidad sino de darle la vida.

Y Marcos, en el breve texto de su evangelio hoy leído, nos muestra a Jesús -nuevo Noé- pasando cuarenta días, no ya en las aguas, sino en el desierto, purificándose a sí mismo a través de la lucha y de la tentación.

Jesús se mantiene fiel al plan divino, rechaza la tentación de rebelarse asumiendo el cómodo camino del mesianismo político y del poder sobre los hombres, y encuentra así la armonía con el universo. Signo de esta armonía es la significativa constatación de Marcos: «Vivía entre alimañas y los ángeles le servían.» Ya en paz con Dios -cuya obediencia ha observado- y en armonía con la naturaleza, Jesús se lanza a su tarea específica: restaurar la paz y la armonía de los hombres con Dios y entre sí: «Se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios; convertíos y creed la Buena Noticia.» Después de haber reflexionado sobre el texto de Noé, no nos puede extrañar que los evangelistas interpreten esta buena noticia del Reino como una invitación a todos los hombres para sentarse en una sola mesa sin diferencias de raza, sexo o cultura.

Y también este llamamiento es una urgencia a cumplir nuestro compromiso o pacto con Dios. Así lo entiende Pedro, que nos presenta el Bautismo como el arca salvadora, pero exigiéndonos al mismo tiempo «una conciencia pura» que nos libere de muchas formas distorsionadas de vivir la fe cristiana.

De ahí que el primer elemento de la alianza nueva de Jesús es la conversión del corazón y la aceptación de esta Buena Noticia: el Reino de Dios se ha establecido en medio de los hombres. Termina la era del monopolio religioso por parte de un pueblo y se inicia la etapa de la religión de la universal fraternidad.

Concluyendo...

Jesús, por medio de su resurrección, es liberado del seno de la muerte -como Noé fue liberado del diluvio- y, «empujado por el Espíritu» (Evangelio), se transforma en el camino para que todos los hombres alcancen la nueva vida de Dios, vida de paz y armonía. Cristo realiza en su muerte la alianza eterna de Dios; esta alianza establece un nuevo plan, un nuevo proyecto de existencia, una forma armónica de vida.

Si quisiéramos sintetizar la esencia de esta alianza -esencia de la fe cristiana-, podríamos decir que se trata de:

--La armonía con Dios, que se asocia al hombre en un mismo y único proyecto: mantener y acrecentar la vida del hombre. Nuestra religión, o es la religión de la vida o no es nada.

--La armonía con los hombres, creados todos ellos a imagen y semejanza de Dios. No hay alianza ni fe religiosa sin un profundo y total respeto por el hombre, sea quien sea. Jesús muere para garantizar la vida del hombre y el cristiano se juramenta en una alianza para que no se viole este elemental aspecto de su fe. Si los cristianos hemos sido fieles a este juramento de sostener la unidad, la paz y la armonía entre todos los hombres, es algo digno de ser reflexionado en este tiempo de Cuaresma...

--La armonía con la naturaleza y el universo enteros, que están al servicio del hombre para su alimento y sostén (Gén 9,2-3) y como medio de progreso. La naturaleza es el medio en el cual el hombre vive, crece y alcanza su total desarrollo. Sentirnos integrados en el universo y partícipes de su destino es también un elemento de nuestra fe cristiana, a pesar de que lo hayamos harto olvidado.

Hoy iniciamos la Cuaresma: son los cuarenta días para purificar una concepción miope de la fe y para nacer a una concepción universalista y total. El cristiano es el artífice de la paz...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.2º
EDICIONES PAULINAS. MADRID 1978.Págs. 10 ss.

HOMILÍAS 15-20