39 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO I DE CUARESMA
10-19

10.

TEMA: VIVIR LO FUNDAMENTAL

FIN: Afrontar, desde las tres tentaciones de Jesús, las pruebas de nuestra vida.

Este evangelio nos presenta a Jesús ante las pruebas de su vida. En ellas toma una posición radical. Sus tentaciones son también las nuestras. La prueba aparece como una confrontación del hombre ante sí mismo y una crisis del sentido de la vida. Cuando nos enfrentamos, de un modo clarividente, ante nuestra existencia nos damos cuenta de que hay un vacío, un abismo, un desierto. En el terreno de este desierto surge la tentación diabólica: realidades periféricas, intentan llenar el centro de la vida.

En este evangelio Jesús aparece optando en favor de lo fundamental y colocando en su sitio lo periférico.

1. En la segunda tentación se nos narra el peligro que tenemos de responder fácilmente ante la vida y su sentido. El símbolo es el alero del templo. Hay quienes quisieran que todo se solucionara en un abrir y cerrar de ojos. Consiste en arriesgarse desmesuradamente, confiando en Dios, para que al salvarnos, podamos reconocerle con facilidad. Es esa actitud de los que creemos en un Dios fácil, solucionador de unos problemas, que por más que lo creamos no quedan resueltos. El Dios-Ascensor que nos salva del abismo, de la mirada hacia dentro, del pozo sin fondo de nuestro ser y de la angustia del sentido de la vida. Creemos que Dios es un helicóptero que nos rescata de las arenas del desierto. El comportamiento del alero, pretendiendo solucionar todo de una vez por todo incitando a Dios, es una temeridad. Es tentar a Dios, y «no tentarás al Señor tu Dios» (Mt 4, 7).

Jesús, por el contrario, ha preferido caminar a pie firme por el Desierto. El, como cada uno, no se puede liberar de las angustias de ser hombre. Hay que asumir, tratar de rastrear un sentido, pero no intentar resolver. La vida es un interrogante sin respuestas. Jesús abandona la tentación de crear un Dios fácil y ha asumido la preocupación, que como un fuego, llevamos todo hombre desde la cuna. Ha aceptado el desierto, la debilidad, el verse abocado al fracaso, la muerte y la destrucción, el sentirse vivo sin remedio. Y ha aceptado también el reto de la rebeldía que revela esa pregunta definitiva: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Junto a la rebeldía de la vida Jesús ha sido capaz de confiar en ella y en Dios. El abandonado puede confiar, sentirse acogido, acompañado, comprendido. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Es una aceptación de Dios, sin caer en la tentación de la evidencia y de pedirle pruebas. La vida, como el Dios de nuestra vida, sólo pueden ser asumidos con fe. La fe sin adjetivos es un comportamiento humano fundamental.

2. La primera prueba consiste en la posibilidad de elegir realidades transitorias, finitas, superficiales, como si fueran lo básico de la vida: «que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 3, 4). El símbolo del «pan» indica todas esas realidades que se convierten en urgencia inmediata, que nos apasionan, aunque sean periféricas. Andamos preocupados por muchas cosas: alimentos, vestidos, ambición de tener, conocimientos, arte, viajes, problemas políticos, económicos... Para Jesús de Nazaret todas estas cosas «se dan por añadidura» (Mt 6, 33). No es que no sean importantes, imprescindibles, vitales, sino que todo ello es relativo, no es fundamental. «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia»; encontraremos de verdad qué es lo que debe captar toda vida como una realidad básica. Frente al ajetreo de Marta, preocupada por mil atenderes accidentales, su hermana María ha elegido la mejor parte. «Marta, te afanas o preocupas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). Porque «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). Los hombres vivimos cuando nos preocupamos por la Palabra, que es fundamento de toda palabra y de todo ser. Cuando somos aceptados por esa preocupación, todas las cosas adquieren un sentido nuevo, se transforman. La Palabra no es un añadido, sino que es lo que sustenta y lo que informa todo.

3. La proposición de la tercera prueba es la de admitir que una preocupación no fundamental llegue a constituir lo importante y decisivo de la vida. En ese momento surge el ídolo, lo diabólico, la mentira. «Te postras y me adoras» (Mt 4, 9). Es un ídolo, pues sin ser nada, se coloca en el centro, como si fuera todo, y pide rendimiento y sumisión.

En esta aceptación, muy corriente, de la admisión como importante de lo que es una bagatela, viene acompañada de una clara oferta: «mostrándole todos los Reinos del mundo y su esplendor, le dijo: «Todo esto te daré...» (v. 9). Sin embargo, es mentira. Un espejismo en el desierto. Pero todos andamos locos detrás de todas las proposiciones. Sólo hay un Señor a quien adorar (v. 10) y una sola preocupación fundamental. ¿Cuál es la preocupación nuestra? ¿Tras de qué va nuestra vida? ¿Hacia dónde estamos orientados? ¿Estamos edificados sobre roca o más bien andamos a la deriva como un globo?

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO A
PPC MADRID 1974.Pág. 49 ss.


11.

La página del evangelio que se nos propone en este primer domingo de cuaresma se coloca en un contexto bien preciso (el desierto) y tiene un contenido bien definido (las tentaciones): Es oportuno aclarar los términos. El desierto, en la tradición bíblica, es un término «ambivalente». En el antiguo testamento, en efecto, se entrelazan dos teologías del desierto. Según la primera, el desierto es el lugar de encuentro con Dios, de la intimidad con él, del diálogo contemplativo. Como una especie de prolongación del paraíso perdido. Aquí Yahvé llama a su pueblo para hacerle escuchar su palabra, para establecer con él una alianza. Pero el desierto es también una tierra inhóspita, árida, dura, donde todo habla de muerte. Es el anti-Edén. Dominio de los demonios. Lugar en donde es necesario afrontar el combate con el adversario.

Consiguientemente tierra de bendición y maldición al mismo tiempo. Oasis benéfico y prueba horrible. La tentación no es el escándalo y tampoco, genéricamente. Ia incitación al mal. Se trata de un poder en acción. Un poder con manos a la obra, con la intención precisa de romper, de separar. El verbo griego, y su equivalente hebreo que nosotros traducimos por "tentar", significan literalmente probar una cosa o a una persona, como intentando probar su resistencia, controlar su constancia. La imagen puede ser la de probar la reciedumbre de una tela. En el relato de Mateo el tentador por excelencia intenta separar a Jesús del proyecto del Padre, o sea del camino de un Mesías doliente, humillado, rechazado, para hacerle tomar un camino de facilidad, de triunfo y de poder. El diálogo se desarrolla a golpe de citas de las sagradas escrituras. El diablo, para separar a Jesús del camino de la cruz, le propone las varias esperanzas mesiánicas del tiempo.

Ante todo, un mesianismo concebido como esperanza terrena, limitado al bienestar económico (transformar las piedras en pan). O sea, reducir la esperanza de la salvación a un proyecto material. Seguidamente, un mesianismo bajo el signo de lo espectacular (tirarse abajo desde el alero del templo), que evite el camino difícil de la fe para abrirse hacia un escenario donde se obliga a Dios a continuas intervenciones milagreras, de tal manera que quiten toda clase de dudas. Finalmente, el mesianismo encarnado de los zelotas: el del poder de la política, de la acción revolucionaria. No el camino del amor y de la libertad, sino la vía más breve del dominio, de la fuerza (¡naturalmente para la mayor gloria de Dios!). Jesús rechaza decididamente estas sugerencias y ratifica su firme voluntad de seguir el camino establecido por el Padre, aunque no coincida con las esperanzas de sus contemporáneos.

Reafirma la propia fidelidad al proyecto divino, sin ninguna concesión a desviaciones a lo largo de las vías más breves del éxito y de la popularidad. Recuerda que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». O sea, que el hombre es algo más que el estómago y que la cartera. Que sus horizontes no pueden ser confiscados por la búsqueda exclusiva del bienestar económico, del placer. Que sus ideales no pueden ser sacrificados a las modas y a los conformismos. Que el hombre está en esta tierra no sólo para producir, consumir, acumular, hacer carrera. Que tiene que aprender a tener hambre y sed de Dios.

Recuerda que «está escrito: no tentarás al Señor tu Dios». O sea el camino de la fe pasa también a través de los silencios de Dios, la oscuridad, la duda, las contradicciones. La fe no se nutre de milagros sino de paciencia, espera, coraje. El creyente tiene que preferir la confianza a los prodigios. Recuerda, finalmente, que «está escrito: al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto». O sea, es necesario deshacerse de los ídolos unificar, centrar la propia vida en lo esencial. No ceder a la fascinación de las tonterías. No dejarse seducir por lo efímero. Resistir a los halagos de la vanidad. Decía Bonhoeffer: "En nuestros corazones hay lugar para una sola devoción total y podemos ser fieles a un solo Señor". Y ahora algunas observaciones.

Las tentaciones no se agotan en este prólogo de la vida pública. Toda la misión de Cristo estará atravesada, contrastada por las tentaciones. Y los «separadores» podrán ser, alternativamente, la muchedumbre, los jefes, ciertos grupos, o incluso (como en el caso de Pedro, en la inminencia de la pasión) los mismos discípulos. Jesús estará siempre obligado a aclarar el significado de su mesianismo, oponiéndose a las ideas corrientes y a los gustos de quienes lo rodean.

La fidelidad al proyecto del Padre será pagada con el precio de las incomprensiones, desgarros, soledad. Aún más, la escena que nos presenta el evangelio de hoy adquiere un profundo significado teológico si se ensambla con la perspectiva del «paso» de Israel por el desierto. Jesús es el nuevo Israel que ha de afrontar las mismas pruebas que el pueblo de la antigua alianza. Pero Cristo vence allí donde el primer Israel había fallado. Son, prácticamente, las mismas tentaciones. En el desierto, los israelitas murmuran continuamente y se rebelan porque están obsesionados con el problema del alimento y del agua. No se fían de Dios. En Masá y Meribá especialmente (segunda tentación) ponen a prueba, tientan a Dios. Quisieran un Dios hacedor de milagros en serie. Y si Dios no interviene inmediatamente, como ellos quieren, dudan de su presencia y de su misericordia. Finalmente, en vísperas de la entrada en la tierra prometida, no se contentan con la protección del único Señor. Emerge de nuevo la consabida tentación del becerro de oro. Piensan que estaría bien llegar a acuerdos, ganarse el favor también de los dioses agrestes de la fecundidad, de los varios Baales. Nunca se sabe...

Esta vez, gracias a Jesús, se supera la prueba. Y, con él, el pueblo de la nueva alianza entra en la tierra prometida de la salvación. Una última reflexión. La iglesia debe confrontarse continuamente con esta página del evangelio. Solamente con referencia a esta «prueba», la iglesia puede verificar la autenticidad de la propia misión y purificar la propia imagen de todas las incrustaciones que la deforman o la vuelven opaca. Sobre todo, aquí la iglesia encuentra fuerza para resistir a las solicitaciones «reductoras» en dirección de la facilidad, del éxito, del poder. Pero también el cristiano se ve obligado a arreglar cuentas con la escena que se desarrolla en el desierto, para recuperar el sentido genuino del propio deber y de la propia presencia en el mundo.

La enseñanza de Jesús resulta verdaderamente «ejemplar» y no consiente dudas o perplejidades. Un día, Jesús multiplicará los panes para quitar el hambre a la multitud. Pero ni siquiera entonces transformará las piedras en pan. Se servirá, en cambio, del don minúsculo, insuficiente ciertamente, «desproporcionado», de un muchacho. Como dando a entender que el verdadero milagro es el gesto del compartir. Más tarde Cristo será ensalzado, glorificado. No sobre el alero del templo. Sino sobre la cruz. Y no recogerá el desafío de soltarse y de «bajar». Salvará a los otros porque no aceptará salvar la propia vida, sino que estará dispuesto a perderla. Indicando así cuál es también el «paso» obligado del discípulo, que no puede eliminar del propio itinerario el camino incómodo del Calvario. Y poco antes lo encontramos de rodillas. No frente a Satanás. De rodillas ante los apóstoles, para lavarles los pies. Poniendo así al revés todos los criterios de grandeza humana. Y mostrándonos que la verdadera grandeza está en el servicio. Y quitándonos cualquier posibilidad de «instrumentalizar» a Dios mediante nuestros intereses egoístas y nuestros sueños de grandeza y de poder.

En una palabra, Jesús nos recuerda que cuando se dice Dios, la ligazón se hace inmediatamente con su voluntad. Y ese nombre no puede invocarse como soporte de nuestros mezquinos proyectos y de nuestras pequeñas codicias terrenas, aunque enmascaradas «con buen fin», y disfrazadas con motivaciones religiosas.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág. 52 ss.


12. MURMURACION/FE 

A través de estas citas, Mateo nos presenta a un Jesús que opta por Dios en contra del diablo. El diablo invita a Jesús a no contar con Dios en la práctica diaria (1ª tentación), a manejar a Dios en beneficio propio (2ª tentación), a no reconocer y adorar a Dios (3ª tentación). Una buena oportunidad para pensar quién es Dios para nosotros. Jesús, una vez bautizado "es conducido al desierto por el Espíritu" recibido precisamente en su bautismo, "para ser tentado por el diablo". Es bastante significativa esta frase que introduce el relato de las tentaciones de Jesús; muestra que la escena evangélica de la tentación de Jesús está orientada a la edificación de los cristianos, porque también nosotros, una vez recibido el bautismo, los cristianos nos enfrentamos con el diablo que "ronda buscando a quién devorar" y al cual debemos resistir con la resistencia de la fe (1P/05/08-09),

-"Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan". Hay una actitud de exigencia, de desafío y reclamo de derechos: si eres... Una actitud que se da en muchos cristianos de nuestro tiempo. Muchos cristianos de hoy viven confiados, convencidos de que saben muy bien cómo es Dios y cómo tiene que actuar: si Dios es Dios, tiene que ser como yo sé, como yo supongo; si Dios es Dios, tiene que actuar como tal Dios: castigador de malos, recompensador de buenos. Y no solamente eso, también tenemos nuestras propias ideas acerca de lo que somos y queremos y por derecho nos corresponde. Si Dios es Dios y uno es bueno, Dios tiene que concederle a uno lo mejor de este mundo o tiene que apartar de uno las desgracias de este mundo. Si eres Dios, convierte esas piedras en pan y mis sueños en realidades.

"Está escrito: no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Coaccionar a Dios para que actúe es dudar de él. Jesús confía en el Padre y sabe que en cualquier situación humanamente desesperada el amor del Padre le acompaña y por eso no se atreve a murmurar de él.

-En la segunda tentación nos encontramos con algo muy parecido: "Si eres Hijo de Dios, tírate y no te sucederá nada". Es, nuevamente, una actitud de desafío pero acompañada de unos viejos prejuicios sobre Dios: Dios tiene que ser espectacular y todopoderoso, amigo de los grandes efectos, que a él le cuestan poco o nada, que para eso es Dios y lo puede todo. Es un verdadero desafío, una tentación hecha a Dios que no ha desaparecido en nuestros días: si eres Hijo de Dios, si eres Dios, castiga a tanto delincuente y asesino, evita el hambre y tantas calamidades, suple todos nuestros fallos, tapa todos nuestros agujeros. Tú lo puedes todo; si eres Dios tienes que hacer todas esas cosas.

"No tentarás al Señor tu Dios". No le digas lo que tiene que hacer y lo que no; no pretendas enseñarle a ser y a hacer de Dios; descubre sus maravillosas obras en la naturaleza, en el amor, en la esperanza; él nos ha hecho a su imagen y semejanza; no es cuestión de hacerlo nosotros ahora a él a nuestro gusto, capricho e intereses.

-La tercera escena tiene sus variaciones. Ahora ya no es un desafío al poder de Dios, ahora se llega a la exigencia, si bien que con contrapartida: "Si me adoras, te daré los reinos de la tierra". Nos encontramos con un lenguaje y una mentalidad y unas actitudes que nos resultan familiares. Estamos ante la imagen de un Dios mercado; si me das, te doy; si me concedes esto, te doy aquello; la compraventa a gran escala; los grandes almacenes celestiales. De nuevo, una respuesta de Jesús a nuestra exigencia: "Al Señor, tu Dios, adorarás". Una urgente llamada de atención para que no olvidemos darle a Dios en la vida el lugar que le corresponde.

En todas las escenas hay una actitud de exigencia para con Dios, tan frecuente en nuestra vida, aunque sea disimulada o ignorada, y tan contraria a la actitud de confianza que debe ser la que presida las relaciones entre el cristiano y Dios. Todavía no hemos aprendido lo que significa confiar plenamente, no hemos aprendido que Dios no es alguien para saberlo, sino para buscarlo; no es alguien para tenerlo a nuestro servicio, sino para adorarlo humildemente, sabiendo que nuestra búsqueda de Dios nunca alcanzará un final definitivo, porque Dios siempre se nos seguirá escapando, siempre estará un poco más allá de donde nosotros hayamos llegado. Jesús confía en el amor de Dios Padre. Rechaza durante toda su vida esa postura de desafío y exigencia que le presenta el tentador. Él también le pedirá al Padre que le aparte el cáliz que le espera y preguntará angustiado por qué le ha abandonado. Pero sabrá reaccionar y tras cada tentación reafirmará su confianza en el Padre: Hágase tu voluntad.


13.

Las tentaciones del viejo y del nuevo Adán

Dos imágenes contrapuestas: la de Adán tentado por la serpiente en el paraíso y la de Jesús tentado por el diablo en el desierto. Las tentaciones venían a ser las mismas. Los resultados fueron opuestos. Adán, «el hombre», el primero y el de todos los tiempos. Adán, seducido por la manzana y engañado por el demonio. No era la fruta en sí lo que le hizo caer, sino el veneno que en ella metió el diablo: «Seréis como dioses». La manzana, gustosa y atractiva, medio para conseguir todo poder. Adán comió del fruto porque deseaba el poder y la independencia por encima de todo, y porque le parecía un fruto «apetitoso, atrayente y deseable». El deseo de poder y el deseo de deleite prevalecieron sobre la palabra y la voluntad de Dios. Adán empezó dudando de Dios y terminó rebelándose contra El. Siendo hombre, quería ser como Dios. Son nuestras mismas tentaciones, con el mismo proceso y los mismos resultados. Ahí están las cosas, atrayentes y deleitables, multiplicándose constantemente. Ahí están nuestros deseos de autonomía y nuestras ansias de independencia. Ahí están las tentaciones del poder y del tener. Ahí está nuestro olvido y nuestra ruptura de relaciones con Dios.

Después que Adán comió, se sintió desnudo y vacío. Es lo mismo que nos pasa a nosotros. La insatisfacción, la soledad y la tristeza, son enfermedades muy de nuestro tiempo.

H/DIVIDIDO: El hombre se siente dividido entre lo que llamamos su carne y su espíritu, nuestro barro y el soplo de Dios. He ahí el origen de nuestras tensiones y tentaciones. Dicho de una manera más actual: la tensión, la esquizofrenia, están entre el origen y el destino, entre la procedencia animal y la evolución espiritual, entre lo que fuimos y lo que estamos llamados a ser. Aún sentimos en nosotros la carga de nuestras raíces simiescas y reptilianas: ahí se anidan todas nuestras codicias y nuestras violencias; ciertos sentimientos nos recuerdan nuestra condición de animales; somos unos «bichos», unas fieras. Pero, por otra parte, sopla en nosotros el aliento creador que nos empuja a trascendernos; deseamos superar nuestras tendencias de muerte y conseguir otras realidades de vida. El espíritu nos hace desear el vuelo, abandonando nuestra condición reptil; nos empuja a escalar las montañas más altas; nos eleva hacia la libertad y el amor. En esta tensión constantemente vivimos. No son leyes deterministas, pero son tendencias que luchan en cada uno de nosotros.

Constatamos con pena que muchas veces preferimos ser gusanos o ser monos o ser salvajes, porque quizá nos resulta más cómodo, nos evita la exigencia de tener que escalar. Pero confiamos que el hombre, alentado por el espíritu, siga dando pasos hacia arriba, evolucionado hacia la perfección que ya fue perfectamente dibujada en Cristo y en su madre.

Jesucristo, el Hijo del hombre, el nuevo Adán. «Llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo». Es una manera de hablar; Jesús iría al desierto para algo más que para ser tentado; iría para orar, para pedir luz, para orientar definitivamente su vida y su programa. Jesús tenía que saber los caminos mesiánicos que se le pedían. El diablo le ofrece caminos engañosos y seductores:

--El milagro fácil, como convertir, así por las buenas, las piedras en pan. Un milagro fácil e interesado, en beneficio propio o de los suyos. No sólo es la tentación del consumo, sino el querer manipular a Dios, el poner a Dios a su servicio, el querer ser como Dios.

--La manifestación apoteósica, la epifanía gloriosa, el mesianismo triunfante. Presentarse ante el pueblo bajando del cielo aparatosamente, estilo «superman». Otra vez el milagro fácil, para su gloria. Otra vez querer revestirse de la gloria divina.

--El poder absoluto, ya en plan descarado, sin rodeos ni limitaciones. Un mesías con todos los poderes del mundo en su mano, pero no por los caminos de Dios, sino por la fuerza o la violencia o la riqueza o lo que sea; que eso es lo que significa adorar al diablo. Jesús sintió estas tentaciones en su propia carne y en su propio espíritu. Y las sintió en el desierto y a lo largo de su vida. Pero Jesús rechazará con decisión las tentaciones. Se apoya en la palabra y tiene la fuerza de Dios. El ve claro, sabe cuál es el camino mesiánico que el Padre le pide.

Jesús ha optado por un mesianismo humilde, servidor y misericordioso. No hará nunca un milagro en favor suyo, para defenderse o para ganar gloria o adquirir nuevos discípulos. Ha decidido salvarnos, no desde el poder y la gloria, sino desde el servicio y el amor, desde la cruz. Siendo Hijo de Dios, quiso aparecer como un hombre cualquiera. Es lo que realmente convenía para nuestra salvación. Si era el nuevo Adán y quería crear un hombre nuevo, no podía alentar los viejos instintos adánicos del orgullo, el consumo, el placer y la violencia. Esos instintos tenían que ser desarraigados y crucificados. El presentaría un nuevo modelo, el hombre libre y servicial, el hombre confiado y entregado, el hombre para-los-demás.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 47 ss.


14.

Ante este texto del Génesis tenemos siempre una gran pregunta, tonta por cierto: ¿de qué pecado se trató? Muchos cristianos andan interesados en conocer detalles curiosos que pertenecen a un estilo de escricritura oriental, muy lejana a nuestra imaginación y mentalidad de ciudadanos del siglo XX, además de ser catequética en vistas a despertar la fe, y poética en su redacción. Es inútil hacer esa pregunta hoy; al redactor no le interesó. Solamente quería darnos una explicación, hay varias más, sobre el origen del mal.

Esta primera lectura nos hace una llamada de atención sobre nuestra ambición de ser dioses, en un contraste bien definido con la lectura del viernes de la quinta semana de cuaresma. Aquí se resalta la intentona de asaltar a Dios, para asumir sus prerrogativas, con el prurito de siempre, "no fui yo", "yo tampoco; fue la serpiente...". (En la otra lectura, la del viernes, se nos hace una propuesta: escuchar la Palabra que Dios envía, y desde ahí ser "dioses"). Se asalta a Dios pero se tiene miedo de El. Se rompió la relación con Dios y, de paso, se perdió la confianza en el otro; se empieza a utilizar al otro, a justificarse en el otro. Cada una de las situaciones planteadas en este poema de la creación del ser humano está pensada y recogida con un afán de cimentar la fe en el poder y la misericordia de Dios. Su ternura superará todas las ambiciones humanas.

Por eso sale este grito del salmista: misericordia, Señor, hemos pecado. Y recogemos en Pablo, con un buen trecho de la historia de la salvación recorrida, la alegría de la vuelta a las relaciones con Dios, todo por obra de Jesús de Nazaret.

En el Evangelio, es Jesús quien desenmascara el egoísmo, la fama y el placer como tentaciones que nos apartan de Dios y de los hermanos; invitaciones a practicar el mal y que permiten que el mal se instale en la vida y en la humanidad.

También en este Domingo se resalta la Palabra de Dios, usada tanto por el mal para confundir y crear caos, como por Jesús, que la vive y le sirve para clarificar las posibilidades de la persona, consigo mismo, con Dios y con los demás. Se contrasta con el llamado que en la última semana de cuaresma se nos hará para escuchar la Palabra y vivir desde ella.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


15.

LA TENTACIÓN, COMO AMBIGÜEDAD DE NUESTRA EXISTENCIA

Desde los orígenes de la Humanidad late en el corazón del hombre una aspiración que le impulsa al progreso, personal y colectivo, en el camino del bien; en el lenguaje profano este proceso será denominado "de humanización", en el lenguaje cristiano será también un proceso "de santificación". Al mismo tiempo nos damos cuenta de que no todo en el hombre, tanto a nivel personal como colectivo, es atracción hacia el bien; experimentamos también la atracción hacia el mal. Así resulta que nuestra estancia en el mundo se halla entretejida por las profundas tensiones entre las fuerzas del bien, que deseamos, y las fuerzas del mal, que nos esclavizan y acosan. Y nuestra existencia, personal y colectiva, se hace ambigua, reflejando una cara de bondad y otra cara de malicia. Bien claro es que nuestro progreso hacia el bien, nuestra humanización y nuestra santificación, no tienen un desarrollo ni pacífico, ni seguro, ni transparente; padecemos la opresión del mal. que sin cesar nos atrae. Esta atracción por el mal es lo que llamamos "tentación". El Vaticano II ha descrito con trazos firmes esta situación dramática del hombre en la tierra:

"Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía: el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas" (IM 13).

Si todavía queremos penetrar más en esta situación dramática del hombre, hay que anotar otra comprobación; y es que con la experiencia del hombre tentado por el mal está asociada la experiencia del hombre pecador. Porque propio del hombre es "caer en la tentación" y experimentar la penosa tiniebla del pecado.

De estas realidades hay en la Biblia una Palabra dicha para el creyente. Palabra luminosa que da testimonio de la profunda experiencia por la que atraviesa el hombre, como ser tentado y pecador.

Tentación y pecado son páginas de la historia de Israel, Pueblo de Dios; tentación y pecado son también páginas de la historia de la Iglesia. Pero para el creyente, tentación y pecado están trascendidos por la obra salvadora de Cristo: Cristo venció la tentación y "murió por nuestros pecados" (I Cor 15, 3).

En la historia de las tentaciones de Israel y de las tentaciones de Jesús podemos reconocer los riesgos principales que nos acechan en la trayectoria de nuestra vida como creyentes por el desierto de este mundo.

-Las "ollas de Egipto" o la Palabra de Dios Cuando el pueblo de Israel tuvo hambre en el desierto, padeció la tentación del pan:

"Toda la asamblea de los hijos de Israel se dio a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto. Los hijos de Israel les decían: ¡Quién nos diera que muriéramos a manos de Yahvé en Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan. Nos habéis traído al desierto para matar de hambre a toda esta muchedumbre» ( Ex 16, 2-4 ) 

Ante el sufrimiento y la angustia de sobrevivir, Israel se rebela contra el designio de Dios y rechaza el don de la libertad y las promesas que Yahvé ha hecho a su Pueblo. Prefiere volver a ser esclavo a costa de satisfacer por "propia cuenta" sus exigencias sin confiar en el proyecto de Dios sobre su destino.

También Jesús, al concluir su estancia en el desierto, experimentó la tentación del pan: «Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres el hijo de Dios di que estas piedras se conviertan en pan» (Mt 4, 2-3).

Por supuesto que el riesgo para el creyente no está en "tener hambre". Nuestra tentación consiste en intentar someter el designio de Dios, su voluntad y su promesa, su mismo poder, al imperio de los propios intereses intramundanos. Hoy la modalidad más característica de esta "tentación del pan", a la que sucumben los cristianos, es la preocupación dominante por conquistar el bienestar y el desarrollo espiritual de la persona, así como la obsesión exclusiva en muchos de reformar y construir una comunidad humana progresivamente mejor, indiferentes a la perspectiva y a las exigencias de una comunidad de fe entre los hombres para la vida eterna.

El creyente victorioso tendrá que reconocer y aceptar la supremacía última del designio de Dios sobre su persona y la sociedad, la fuerza definitiva de la Palabra de Dios sobre las intenciones y los proyectos humanos. Cristo venció diciendo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 1-5).

En las palabras de Jesús hay un eco de las palabras semejantes que Moisés dijo a su pueblo en una situación paralela "Yahvé te afligió, te hizo pasar hambre y te alimentó con el maná que no conocieron tus padres, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahvé". (Dt 8, 3-4).

-"¿Está Dios en medio de nosotros o no?~ Cuando el pueblo de Israel tuvo sed en el desierto, cayó en la tentación de la magia religiosa y exigió a Moisés el "milagro del agua":

"...el pueblo se querelló contra Moisés, diciendo: Danos agua que beber. Moisés les respondió: ¿Por qué os querelláis contra mi? ¿Por qué tentáis a Yahvé? Pero el pueblo, sediento, murmuraba contra Moisés, y decía: ¿Por qué me hiciste salir de Egipto, para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?... ¿Está Yahvé en medio de nosotros o no?" (Ex 17, 2-8).

Al verse apurado, Israel duda de su Dios, viendo que no llega su intervención milagrosa y espectacular para librarle de sus dificultades. El socorro "mágico" es exigido como condición para seguir confiando en su Dio. Y al no manifestarse éste empíricamente, Israel se sumerge en la duda de su presencia y desea volver a la esclavitud de Egipto. También Jesús en el desierto experimentó la tentación de la magia religiosa: "Si eres hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues escrito está: A sus ángeles encargará que te tomen en sus manos para que no tropiece tu pie contra una piedra" (Mt 4, 6).

De esta tentación de hacer de Dios un "mago socorrista" y de reducir la religión a magia tampoco se ve libre el creyente. Nuestra tentación consiste en dudar de Dios, si él no nos saca milagrosamente. mágicamente, de nuestros apuros históricos. Y en medio del silencio de Dios, que calla ante el hambre y la guerra en el mundo, ante la opresión de los débiles y el dolor de la Humanidad, nos atenaza el escepticismo sobre la realidad de su existencia y la eficacia de su presencia; y nos preguntamos si merece la pena un Dios que no hace milagros para sacarnos de nuestros apuros, o si una religión, que no sirve para resolver los problemas de la Humanidad, tiene algún valor para el hombre. ¿Está Dios en medio de nosotros o no? Esta será la duda que asalta a quienes se han hecho de Dios una imagen de mago o "milagrero", cuando ven que sus asuntos marchan mal o el dolor les hiere o que la libertad, la justicia y el amor no triunfan en el mundo en virtud de intervenciones espectaculares del poder divino y comprueban que la historia del hombre continúa, al fin y al cabo, a pesar de su fe o de su increencia, puesta en manos de su propio albedrío. Desearían un hombre esclavo, sin voluntad y sin iniciativas, sin responsabilidad y sin energía creadora, a cambio de un Dios espectacular triunfador de toda adversidad humana. Es la tentación de sustituir con el milagro lo que no debe ser más que responsabilidad y quehacer del hombre. Porque es así como el hombre se revela a imagen y semejanza de Dios, ese Dios que le ha confiado el mundo para que en él sea protagonista de su propia historia, de la guerra o de la paz, de la miseria o del desarrollo, del odio o del amor. De esta tentación se encuentran equidistantes tanto quienes titubean en su fe porque "Dios no les concede la gracia solicitada", como quienes dudan de Dios porque su poder no parece eficaz para el mundo; por ejemplo, porque la revolución social no se hace bajo el signo de la cruz.

Otra modalidad tentadora de la magia religiosa es la de hacerse el creyente e intentar instrumentalizar la religión en función del propio beneficio, del éxito y de la gloria personal. "Tirarse desde el pináculo del templo" para que los hombres le aclamen es para nosotros igual a manifestarse religioso para triunfar en la vida. Esta es una tentación muy propia de los cristianos, en cuyos ambientes sociedad e Iglesia, religión y vida social, están profundamente entremezcladas e incluso confundidas. Unos por la religión intentarán llegar al poder; otros por la religión intentarán apoyar el régimen establecido; los primeros pueden ser revolucionarios y de izquierdas; los otros, conservadores y de derechas; pero en ambos casos lo que se pretende es utilizar la religión, a Dios y a la Iglesia, como plataforma para conseguir objetivos políticos, cuya perspectiva debería estar bien diferenciada de la perspectiva de la fe. En otros casos por la religión se intentará conseguir "puestos de influencia" o prestigio social, "situarse" para medrar en la escalada del bienestar y del consumo.

Todas estas modalidades de "magia religiosa" son como tentar a Dios para que desvíe la trayectoria de su proyecto de salvación para los hombres; sencillamente, es buscar una religión que salve a la medida del hombre y no a la medida de la fe. Y escrito está, como dijo Jesús al tentador:

«No tentarás al Señor, tu Dios."

Son las mismas palabras que Moisés dijo a Israel "No tentéis a Yahvé, vuestro Dios, como lo tentasteis en Masá" (Dt 6, 16).

El verdadero creyente se confía a un Dios cuya presencia no es garantía milagrosa y espectacular de resultados positivos para las cotizaciones de este mundo; ni la fortaleza de su fe se apoya tanto el el "milagro" de la libertad, de la justicia o del amor que Dios va estableciendo mágicamente "desde arriba", cuanto en el "milagro" de la libertad, de la justicia o del amor que el hombre va realizando entre sudor y lágrimas en el mundo. En esta creatividad y bondad del hombre, el creyente sabe que se manifiesta ya el poder de Dios, aunque aparentemente el hombre se encuentre solo en el desierto.

Tampoco el verdadero creyente hace ostentación de su fe ni utilizará la fe de los demás para ser eficaz y triunfar a cualquier precio y en cualquier línea de intereses intramundanos. Jesús contaba con el poder de Dios no para su triunfo, sino para dar la vida eterna a su Pueblo. Y el gran espectáculo de Cristo ante el mundo no iba a ser tirarse desde el pináculo del templo, sino ser alzado en la cruz por amor de sus hermanos, los hombres. El creyente confía en Dios, aun con todo el margen de oscuridad que implica estar convencido de que sus caminos, que son los caminos de la fe, son distintos de los caminos de los hombres, cuando éstos se clausuran sobre sí mismos, sin perspectiva de "tierra prometida". Sabe, sin embargo, que llegada la hora se manifestará sin duda el poder de Dios.

-"Haznos un dios que vaya delante de nosotros".

Israel en el desierto pasó, por fin, por la tentación de la idolatría o sustitución del verdadero Dios, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el que les había librado de Egipto, por otros falsos dioses:

«El pueblo, viendo que Moisés tardaba en bajar de la montaña, se reunió en torno a Aarón y le dijo: Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros... Aarón les dijo: "Arrancad los arillos de oro que tengan las orejas de vuestras mujeres, vuestros hijos y vuestras hijas, y traédmelos. Todos se quitaron los arillos de oro que llevaban en las orejas y se los trajeron a Aarón. El los recibió de sus manos, hizo un molde y en él un becerro fundido, y ellos dijeron: Israel, ahí tienes a tu Dios, el que te ha sacado de la tierra de Egipto". (Ex 32 1-5).

Y aquí tenemos a Israel transformado en un momento de Pueblo de Dios en pueblo del becerro de oro. Esta opción por el becerro de oro quedará grabada en la memoria de Israel como la máxima infidelidad cometida contra su Dios. Verdaderamente, esta es la máxima tentación por la que puede atravesar el hombre: crearse él mismo a su propio dios. Esta es la expresión del ateísmo más radical.

Siguiendo al becerro de oro Israel piensa poder conquistar la tierra; el ídolo será un "dios que vaya delante". He aquí al hombre que se cree capaz por sí solo de llenar la plenitud de la Historia. Una historia clausurada a la sombra de lo que él mismo ha creado, sin el horizonte del Dios que trasciende todas las posibilidades del hombre.

Jesús en el desierto se ve también sometido a la tentación de la idolatría: «De nuevo le llevó el diablo a un monte muy alto y mostrándole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, le diJo: Todo esto te daré si de hinojos me adorares» (Mt 4, 8). En la historia del creyente la sustitución del verdadero Dios por falsos ídolos es una frecuente y real alternativa, que llega a poner en crisis todo el sentido cristiano de su vida. Evidentemente, los ídolos, que nos atraen, no son ahora becerros de oro; son esas realidades en cuya posesión y usufructo, en cuya "adoración" ciframos el sentido de nuestra existencia, como en valores absolutos, fuera de los cuales no reconocemos la supremacía del Dios verdadero, que debería ir "delante de nosotros". En esta perspectiva las principales modalidades de nuestra tentación son éstas: idolatría del poder, idolatría de la riqueza e idolatría del sexo.

La idolatría del poder acosa a quienes cifran su ambición en el señorío sobre los demás, aun a costa de la libertad y de la fraternidad humana. Puede ser la ambición de poder político o también de poder eclesiástico; puede ser el poder de mando supremo o bien otras formas de poder subalterno. Es en todo caso un poder conquistado y utilizado según el propio arbitrio, sin reparar en los medios y adulterando el sentido justo de todo poder en la tierra, que es el servicio. Es la tentación de aceptar a Dios, mientras apoya nuestro poder; y si resulta incómodo, pronto se dice: "Hagamos otro dios que vaya delante de nosotros". Y el empresario deja de ir a misa porque el cura de la parroquia patrocina las justas reivindicaciones de los obreros, y el demócrata cristiano abandona el templo porque el predicador no apoya su política. Los poderosos de este cariz son los "señores de este mundo", a quienes el mismo Dios rechaza, porque el Dios de la fe es un buscador de los humildes.

«Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes» (Luc 1, 52).

RIQUEZA/IDOLATRIA: La idolatría de la riqueza tiene nombre de pecado capital: avaricia. San Pablo afirma expresamente que "la avaricia es una especie de idolatría" (Col 3, 5), y de los avaros dice que son "como adoradores de ídolos» (Ef 5, 5).

Esta tentación se presenta con dos formas características en nuestra sociedad contemporánea. Una es la tentación de transformarse en un perfecto consumidor del confort moderno, sin preocuparse de otras instancias superiores, a las que ha de responder el cristiano; en particular la instancia del propio desarrollo espiritual, como miembro de la comunidad de creyentes, y la instancia del hambre de los demás, de cuya miseria debería sentirse solidario y, en la medida de lo posible, hacerse libertador. Pero el perfecto consumidor termina por decir a los hermanos desnudos y hambrientos: "Id en paz, que podáis calentaros y hartaros" (Sant 2, 16). No reconoce otro Dios, no tiene otro ideal que el de poder consumir más, responder a todos los reclamos de la propaganda comercial. Y aparentemente nada ha cambiado; se continúa con las mismas prácticas religiosas y con los mismos principios cristianos. Pero el Dios de los pobres ha sido sustituido por el Dios del consumo.

Otra modalidad de esta tentación es la idolatría de la riqueza injusta. Si en su primera modalidad la riqueza es una tentación multitudinaria, bajo el aspecto de riqueza injusta es una tentación de minorías, pero fecunda en consecuencias funestas para la multitud. Esta es la tentación del robo, cuya forma más sutil es no dar el justo salario a los obreros y, por supuesto, negarles la posibilidad de defender sus legítimas reivindicaciones. En la conciencia y en la vida del rico la presencia de Dios ha sido suplantada por el ídolo de la explotación de los demás en función del propio desarrollo económico.

En cualquier caso, también los esclavos de la riqueza tienen otro dios que va delante y no es el Dios de la fe; porque nuestro Dios va al encuentro de los pobres: «A los hambrientos los llenó de bienes y a los ricos les despidió vacíos» (Lc 1, 53).

La idolatría del sexo, por fin, tiene asimismo nombre de pecado capital: lujuria. ¿Acaso el hombre puede verse tentado por una elección idólatra del sexo en lugar de Dios? Ciertamente; y esto acontece cuando la posibilidad plenificadora del amor conyugal es sustituida por la ambición desenfrenada del placer de la carne, como forma exclusiva de realización sexual. En esta perspectiva es claro que la idolatría del sexo, como tentación del hombre, trasciende en profundidad destructora a lo que superficial y comúnmente suele entenderse por "tentaciones contra la santa pureza". La atracción más genuina del sexo, como mal, consiste en transformar la actividad sexual en un mundo para la propia gloria, para la propia satisfacción, intentando anular su subordinación y su destino a la comunión conyugal, amorosa y fecunda, entre el varón y la mujer. Y esto es más que una mirada "inmodesta" o un pensamiento "impuro". El sexo se hace ídolo para el hombre cuando éste excluye de su uso la realidad de la comunicación amorosa y de la fecundidad, de las que la actividad sexual no es más que un signo y un instrumento; al hacer esta opción, el hombre se clausura en pos de su carne y deja de seguir en pos del Dios del amor.

No es necesario insistir en que el poder, la riqueza y el sexo son realidades concretas con las que el hombre de hoy, como el de todos los tiempos, tiende a sustituir o a ocultar la suprema instancia de Dios. Por esto las reducimos a formas de tentación idólatra. En definitiva, "hacerse otro dios", que es la idolatría, es elegir como sentido y como destino personal, como guía y norma de vida, unos valores imaginarios distintos de los que la fe ofrece al creyente; becerros de oro en lugar del Dios verdadero.

En esta línea lo que hay que subrayar es que la tentación de "hacerse otro Dios", según estas formas de idolatría, termina por reducirse a la tentación de "hacerse otro hombre"; un hombre contrario al proyecto de Dios, que le ha creado a su imagen y semejanza, como hombre destinado al servicio de los demás, a la convivencia fraterna y al amor. Pero suplantado Dios por los becerros de oro, el hombre ya no puede reflejar genuinamente su imagen; la idolatría del poder le destruye como hombre para el servicio, la idolatría de la riqueza le destruye como hombre para la convivencia fraterna y la idolatría del sexo le destruye como hombre para el amor. Por esto se puede decir que la adoración al Dios verdadero es garantía de la verdad del hombre, de su dignidad y de su destino; en esta convicción se han mantenido fieles los creyentes desde el principio; esta fidelidad es la que Cristo consolida para su Iglesia con sus palabras victoriosas: «Apártate, Satanás, porque escrito está: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.» También a Israel fue dicho: "No te vayas tras otros dioses, tras alguno de los dioses de los pueblos que te rodean; porque Yahvé, tu Dios, que está en medio de ti, es un Dios celoso, y la cólera de Yahvé, tu Dios, se encendería contra ti y te exterminaría de sobre la tierra» (Deut 6, 14).

Para el creyente fiel no hay más que una clave victoriosa frente al mal: reconocer la supremacía de Dios como sentido y como destino de la propia existencia.

(LIBRO BÁSICO DEL CREYENTE HOY
PPC-1.MADRID 1970/Pág. 303 ss.


16. DESIERTO/TENTACION:

-El desierto El desierto es un lugar áspero y difícil. Y «el Espíritu empujó a Jesús al desierto», donde permaneció cuarenta días solo. Desarraigo total. Serán cuarenta días de lucha, tentaciones, ayuno y oración. Allí Jesús se sintió agitado, zarandeado por turbaciones y deseos, angustiado por la duda, rodeado de debilidad. Era el momento de clarificar su misión como Mesías y escoger su camino. ¿Cómo debía manifestarse el Mesías? Si era el Hijo de Dios, ¿no debería darse a conocer enseguida? ¿No estaría bien un signo espléndido, una manifestación gloriosa, algo así como tirarse de lo más alto del templo en un día de fiesta? Así lo verían que bajaba del cielo, como un verdadero Dios. Si era Salvador de los hombres, ¿no debería empezar a utilizar sus poderes taumatúrgicos? Podría empezar, para saciar el hambre de los pobres, por convertir las piedras en pan. Y ahora mismo, puesto que tenía hambre, podía hacer un ensayo. Si quería instaurar el Reino de Dios, ¿no convendría utilizar los medios necesarios para establecerlo? Podría contar con legiones de ángeles armados o con los recursos económicos que deseara. Su poder y su fuerza serían irresistibles.

-Un Dios a su servicio Pero Jesús está a la escucha de la palabra de Dios y de ella se alimenta. Y la palabra de Dios le señala otro camino. No se puede tentar a Dios, como lo hicieran los padres en el desierto. No se puede utilizar a Dios como un mago cualquiera. No se puede forzar a Dios para que haga nuestra voluntad. Así lo hizo muchas veces el pueblo de Dios, que acudía a El pidiendo triunfos, gloria y alimentos. Querían un Dios que les saciara, les protegiera y les diera victorias; un Dios a su servicio. Así hace, hacemos, el nuevo pueblo de Dios, cuya religión es muchas veces mercantilista y utilitarista. ¿No hacemos oraciones y ofrendas para conseguir beneficio de Dios o de sus santos?

-Optó por el amor Pero Dios no está ahí para que lo utilicemos, sino para que nos pongamos en sus manos; no para que nos sirva, sino para que le sirvamos, o mejor, para que nos sirvamos; no para que El haga nuestra voluntad, sino nosotros la suya. El Mesías será el siervo, no el dueño; salvará desde el amor y la entrega, no desde el poder y la gloria. El Hijo ha de decir al hombre que Dios lo ama, no que lo puede. El Hijo del hombre ha de curar al hombre de los viejos demonios que lo esclavizan. El nuevo hombre ha de curar al hombre de los viejos demonios que lo esclavizan. El nuevo hombre no debe parecerse al viejo Adán, ansioso de placeres y lleno de ambiciones. Jesús optó por el amor, y no se volvería atrás. Bien merecía que los ángeles le sirvieran y que las fieras convivieran con él pacíficamente.

-Asignatura pendiente ¡Qué difícilmente nos vemos libres de las tentaciones del poder, del tener, del placer y de la gloria! Aún no sabemos distinguir la voz de Dios y las voces del tentador. A veces tenemos claros los fines, pero erramos en los medios. ¿No necesitaríamos ir también nosotros al desierto? El tiempo y el lugar es lo de menos, pero necesitamos con urgencia encontrarnos con nosotros mismos, liberarnos de prejuicios y de apegos, enfrentarnos limpiamente con Dios y su palabra. Las tentaciones de Cáritas También Cáritas tiene sus tentaciones: el paternalismo, el utilizar a los pobres, el confiar prevalentemente en la economía o en las propias capacidades o en la organización. ¡Atentos! Si Cáritas no es servidora total, si no vive enteramente la gratuidad, si no prefiere una chispita de amor a miles o millones de monedas de oro y plata, mejor que cambie de nombre.

CARITAS
UNA CARGA LIGERA
CUARESMA Y PASCUA 19887.Pág. 31 s.


17.

-Tentación de Cristo, tentación del hombre 

Para entender bien esta liturgia del 1er. domingo, hay que trasladarse a la época en que la comunidad cristiana, rememorando la actual historia de su propia salvación, se estrechaba en torno a los catecúmenos. Esto no se refiere sólo al pasado; en distintos sitios la comunidad vive las mismas situaciones concretas; toda comunidad cristiana debe encontrarse en espíritu, en unión con las demás comunidades, en la misma perspectiva. Esta primera jornada de apertura de la gran "catequesis" hace patentes las dos mayores preocupaciones de la Iglesia: la actitud esencial que es necesario imprimir en el alma de los catecúmenos y las reflexiones fundamentales que deben despertarse entre los fieles. Hemos dicho más arriba lo que había que pensar de la lectura del libro del Génesis al principio de Cuaresma. Volvamos aquí sobre aquellas reflexiones añadiendo algunos aspectos nuevos.

La misión de Jesús comienza con un combate victorioso. Este combate se desarrolló en el desierto mientras ayunaba durante cuarenta días. Si los "4O días" han tenido evidentemente cierta influencia en la elección tradicional de este pasaje para el principio de la Cuaresma, también la ha inspirado la victoria de Cristo en la tentación. Después de su bautismo en el Jordán y de la investidura mesiánica oficial que le había otorgado el Espíritu Santo, Cristo fue conducido al desierto por el mismo Espíritu para ser tentado por el diablo (Mt. 3,13-4,11). Hay que notar desde ahora la actividad específica del Espíritu. Lo mismo que presidio la creación del mundo, lo mismo suscita la nueva creación y conduce a Cristo al desierto para hacerle librar una batalla que, en oposición a la de Adán, acabará en victoria, presagio de una reconstrucción del mundo en la unidad. En el evangelio de San Lucas la misma sucesión del relato crea una yuxtaposición sugestiva. Al final del capítulo 3º donde se lee la genealogía de Jesús, la larga lista acaba con: "(...) hijo de Adán" (Lc. 3, 23-38). Inmediatamente después comienza el relato de la confrontación de este "hijo de Adán" con el diablo. Desde la confrontación oficial del Paraíso no había tenido lugar un encuentro decisivo. Esta vez Jesús, hijo de Adán, toma el relevo de su padre en nombre de toda la humanidad y concluye su lucha con un brillante desquite. A partir de esta victoria total se encontrará en la vida de Cristo una abierta oposición al demonio. Las múltiples curaciones referidas por los evangelistas, así como las expulsiones del demonio, significan esta lucha de Cristo y anticipan su triunfo. Jesús además tendrá que combatir con todos los que padecen el dominio del diablo. Si mediante la expulsión de demonios y las múltiples curaciones quiere dar a entender que "el reino de Satanás ha llegado a su fin" (en Lc. 1O, 17-2O se nos refiere la extrañeza de los discípulos que ven al demonio someterse a ellos en nombre de Cristo) y que "ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt. 12, 28), lo da a entender igualmente mediante su oposición a los "raza de víboras" (Mt. 3, 7-12. 34) y a los "verdaderos hijos del diablo" (Jn. 8, 44: "Vuestro padre es el diablo") representados por sus orgullosos e incrédulos oyentes.

Es sabido que el Evangelio de Juan desarrolla simultáneamente dos temas: mientras Jesús se revela progresivamente como Hijo de Dios y lo prueba mediante signos cada vez más deslumbrantes, la incredulidad de los judíos se vuelve de día en día más implacable. La vida de Jesús es un signo de contradicción que llega a su cima en la Cruz. San Lucas veía claramente cómo la tentación del desierto iba unida a la pasión de Cristo. Al final del relato de la tentación escribe: "Acabado todo género de tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno" (Lc. 4, 13). San Juan, en el momento de la Cena, subraya esta entrada en acción del diablo: "Durante la Cena, cuando ya el diablo había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle..." (13, 2). Satán "entra" en el alma del traidor. San Juan no olvida mencionarlo (13, 27), y para San Lucas esta "vuelta" del diablo (22, 3) corresponde a lo que había dicho en el relato de la tentación: "el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno". Jesús hablará frecuentemente del diablo en el momento de la Pasión; será para expresar el hundimiento de su poder: "Llega el Príncipe de este mundo. Nada puede él contra mí". (Jn. 14, 3O). "Ahora el Príncipe de este mundo será echado abajo" (Jn. 12, 31).

La entrada en acción de las "potencias del mal" es una historia siempre contemporánea. Pero la victoria de Cristo es también siempre contemporánea. Y su victoria se extiende a nosotros desde nuestro bautismo, victoria sobre la muerte.

-Victoria de Cristo, victoria del hombre 

El relato de la falta en el Génesis encuentra su respuesta en la victoria de Cristo y halla también su respuesta en nosotros. En la segunda lectura, de la carta a los Romanos (5,12-21), San Pablo nos lo afirma: Lo mismo que todos se hicieron pecadores porque un solo hombre desobedeció, igualmente todos serán justos porque un solo hombre obedeció. El paralelismo entre "el hombre", Adán nombre colectivo, y Cristo, jefe en adelante de la humanidad de los rescatados, es muy querida a San Pablo así como a los escritos de los Padres.

En la Oración de las Horas, ·Agustín-SAN en sus Comentarios sobre los salmos, y en concreto del salmo 6O,2-3, subraya cómo nosotros somos tentados en Cristo pero cómo en él somos vencedores:

"De forma que nos incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo nuestro Señor se dejó tentar por el demonio. ¡Nada menos que Cristo tentado por el demonio! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para él y de él para ti la vida; de ti para él los ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él la tentación, y de él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en él, también en él vencemos al demonio" (CCL. 39,766).

En el Invitatorio (canto inicial del Oficio de la mañana) cantamos: A Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió, venid, adorémosle. Allí donde el pecado se había multiplicado, la gracia sobreabundó. Es la visión optimista que nos ofrece San Pablo en paralelismo con el relato de la caída. Nuestro optimismo se siente más alentado aún por la victoria de Cristo, nuestra victoria. Sin embargo, por real que esta victoria sea, hemos de hacerla de verdad nuestra; es una posibilidad absoluta para nosotros, por la gracia recibida de Dios, de encontrar nuestro equilibrio. Como no es menos verdad que la vida presente es una vida de lucha.

-Salvados en esperanza

Quien recibe el bautismo escapa al imperio de las Tinieblas, a "este perverso mundo" (Ga 1, 4) que está regido por Satanás, "dios de este mundo -cuyas inteligencias (de los incrédulos) cegó para impedir que vean brillar el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios" (2 Co. 4, 4).

Cristo libera a quien mediante el bautismo se configura a su muerte y resurrección. Antes de la Cena, Jesús anuncia su próxima glorificación mediante su muerte: "Ahora es el juicio de este mundo -dijo-; ahora el Príncipe de este mundo será echado abajo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn. 12,31-32). San Juan escribía en su primera carta: "Sabemos que... el mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn. 5,19). La resurrección de Cristo arrastra con él a los bautizados en su victoria: "EI Príncipe de este mundo está condenado" (Jn. 16,11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1 Jn. 3,8).

Pero podemos perder de vista nuestra situación real: "Nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm. 8,23).

Respecto a nuestro cuerpo no hemos reencontrado la capacidad de dominio que rompa su autonomía y la someta al espíritu. Es la fuente del gran drama humano evocado por San Pablo cuando habla de la oposición que siente en sí mismo (Rm. 7,14 y siguientes). Tenemos además que confesar que nuestro mismo espíritu no está suficientemente invadido por Dios, "no está unido a Cristo según toda su capacidad, no está saturado por la gracia; y es porque -después de su rescate efectivo y antes de todo pecado personal- encierra en sí los principios virulentos del conflicto" (J. Mouroux, Sentido cristiano del hombre).

El cristiano es desde ahora "hijo del día"; vive en este tiempo de gracia que precede a la vuelta de Cristo. (...) Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantarnos del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina.." (Rm. 13,11-12). Ciudadanos ya de los cielos, esperamos ardientemente como salvador al Señor, Jesucristo (Flp. 3,20). Esta espera es un tiempo de prueba y de tentaciones. Jesús en el desierto nos muestra cómo debemos luchar.

Somos el pequeño "Resto" en continuidad con el pequeño "Resto" del Antiguo Testamento que sale de la cautividad, un Resto elegido por gracia: "...Me he reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal. Pues bien, del mismo modo, también en el tiempo presente subsiste un resto, elegido por gracia" (Rm. 11, 4-5). Este pequeño resto, al igual que su jefe, ha de sufrir la tentación y la prueba. La Iglesia nació del costado del Señor, nació en la prueba. El bautismo del cristiano no significa la quietud sino la Salvación que es preciso realizar en el trabajo y el combate. Cuando Santiago y Juan se acercan a Jesús para pedirle sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en su gloria, Jesús responde: "No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? Ellos le contestaron: Sí, podemos. Jesús les dijo: El cáliz que yo voy a beber, sí lo beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado" (Mc. 10, 35-40).

La prueba es, por tanto, la condición de la Iglesia, como lo es del bautizado. Uno y otra son ya celestes en principio, pero todavía tienen que vencer muchos obstáculos. Salvada ya, la Iglesia está sometida, no obstante, a la persecución y a la tentación. "Pronto vendré; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona" (Apoc. 3,11). Lejos de ser una sorpresa para el cristiano que vive en Cristo, la prueba es, por el contrario, una señal de pertenencia: "Y todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones" (2 Tim. 3,12) No sólo es signo de pertenencia, sino necesaria para el desarrollo del cristiano que adquiere con ella una consistencia nueva, como el oro probado en el crisol: "Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo" (1 Pe. 1, 6-7).

El cristiano normalmente tiene pues, que afrontar la aflicción y el sufrimiento; pero éstos le encaminan hacia la gloria futura. Lo mismo que Cristo, el cristiano es objeto de contradicción en el mundo. Pero él está fijo en la vuelta del Señor. Toda su actitud moral depende de eso. En esta misa del 1er. domingo de Cuaresma, San Pablo enumera para nuestro uso algunos principios de esta actitud: demostrar que somos servidores de Dios, no escandalizando a nadie, animosos en medio de las privaciones y las angustias, soportando hambre y sed, exhibiendo una vida pura, una fe límpida, dando prueba de paciencia, de bondad, de afabilidad y de caridad (2 Co. 6,1-10): "El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro..." (Rm. 13,12-13).

-Tú hollarás al leoncillo y al dragón

Las advertencias hechas a quienes quieren enrolarse en las filas de los cristianos y el severo toque de atención dirigido a los fieles acerca del inevitable combate contra el demonio podrían parecer brutalmente duros. Sin duda, la victoria conseguida ya por Cristo es el fundamento del optimismo cristiano, y cada cristiano bautizado tiene clara conciencia de participar ya en esa victoria; la situación en este mundo, sin embargo, parecerá sombría.

El catecúmeno y el cristiano no deben tener ningún temor. El canto de entrada del 1er. domingo de Cuaresma está sacado del Salmo 90. Lo cita el evangelio de ese mismo día. Es un salmo de confianza en la protección divina. En el momento en que va a empezar la liturgia de la Palabra, la Iglesia quiere crear un clima de confianza. Hay que coger sitio en las filas del ejército cristiano con un corazón reconfortado por la certeza de la protección divina al comenzar la lucha:

Me invocará y le responderé
estaré a su lado en la desgracia
le libraré y le glorificaré.
El que mora al abrigo del Altísimo
y se aloja a la sombra del Dios del Cielo (Sal. 90, 15 y 1).

Quien ha de entablar la lucha y proseguirla hasta la vuelta de Cristo, se ve liberado de la red del cazador, refugiado bajo el "plumaje" del Señor, ninguna saeta, ningún azote que temer. La fidelidad del Señor es una armadura, un escudo: los ángeles forman buena guardia; nada que temer del león, de la víbora, del dragón: serán aplastados. Y el salmo termina con un triunfo pascual:

Pues él se abraza a mi, yo he de librarle;
le exaltaré, -pues conoce mi nombre...
Le libraré y le glorificaré.
Hartura le daré de largos días
y haré que vea mi salvación.

El resultado de la lucha, en medio de la cual ha sido invocado el Señor, no tiene duda: es la glorificación y la salvación. San Jerónimo, comentando el salmo 90, escribe: "Te pondrá a la sombra bajo sus espaldas. Será elevado en cruz, extenderá sus manos y nos protegerá. Y bajo sus alas tú esperarás, considerando sus manos clavadas en la cruz".

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO:
CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 76-82


18

1. Tentación y caída.

La historia del pecado original de la humanidad (primera lectura) aparece explicada en la leyenda de la seducción de nuestros primeros padres como tentación de querer ser como Dios. Lo más importante del relato es primero que Dios no ha creado al hombre como alguien extraño con respecto a él, sino en una relación de amistad ofrecida por la gracia. Y después que Dios tiene que dejar libertad de elección a una criatura a la que concede el mayor de los dones, la libertad. Un ser «fosilizado» en el bien sería todo menos libre. Y aunque Dios sabe de antemano que el hombre, en esta su libertad de elección, sucumbirá a la tentación de ser como Dios, sabe más profundamente aún en su plan de salvación sobre el mundo, que Uno, al que El enviará como su Hijo a la misma tentación, resistirá en medio de la tentación y obtendrá para toda la humanidad la victoria sobre ella. Los primeros hombres habían imaginado que el conocimiento no sólo del bien sino también del mal les haría más semejantes a Dios, pero quien quiere penetrar en las «profundidades de Satanás» (Ap 2,24), pierde el gusto y el conocimiento del bien. Y como el bien es la verdad y el mal la mentira (la serpiente miente, el diablo es el padre de la mentira: Jn 8,44), el hombre pecador se abisma en una ignorancia más profunda.

2. Tentación y victoria.

El evangelio describe el triunfo de Jesús después de un ayuno de cuarenta días. Se trata por tanto de un momento en el que, naturalmente, Jesús era más débil y estaba más expuesto a la tentación que nunca, pero, sobrenaturalmente, era más fuerte y estaba más seguro de su triunfo que nunca. Su tentación es perfectamente auténtica: experimenta la atracción del mal no superficialmente, pues no se trata de una satisfacción sensible que está prohibida, sino de algo mucho más profundo, de la desobediencia a su misión divina. Podía procurarse el favor de la multitud realizando un milagro espectacular, el poder sobre el mundo (que él debe conquistar realmente para Dios) aceptando la oferta del que es de hecho «el jefe de este mundo» (Jn 12,31; 1 Co 2,6-8), pero a condición de reconocerle como tal. Ninguna tentación ha sido más auténtica, más grave y más decisiva para el destino del mundo. Jesús, que en su tentación conoce tanto el poder del mal como el del bien, Dios, se decide con verdadera libertad humana por el bien; bastan tres citas de la Escritura para invalidar los falaces argumentos escriturísticos del diablo («El demonio puede citar la Escritura según le conviene», dice Shakespeare). La obediencia a Dios eleva la libertad de elección a la libertad perfecta.

3. La desproporción.

Pablo muestra (segunda lectura), repitiendo cinco veces la misma idea, que la universalidad e incluso la profusión del pecado en toda la humanidad han sido superadas por la obediencia de Uno, que no es un hombre cualquiera, sino el que representa ante Dios a la totalidad de la humanidad: su resistencia a la tentación, su perfecta obediencia tiene tal fuerza que gracias a ella «todos serán constituidos justos». La afirmación es tan categórica y tan universal que se podría pensar que todos los hombres se convertirían automáticamente en justos por la acción de Cristo. Pablo no dice eso, pero sí que en virtud de la acción de Jesús los hombres ya no son esclavos del pecado, sino que han recibido la gracia de la justicia, de la filiación divina, la libertad concedida por gracia de decidirse por la justicia. Y con ello también la libertad de elegir seguir a Cristo en el tiempo de penitencia que viene.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 44 s.


19.

¿GRAN CIUDAD O DESIERTO?

Ya lo sabéis. El hombre de estas últimas décadas ha sentido el atractivo de la «urbe». «Algún espíritu le ha conducido a la gran ciudad seguramente para ser tentado por el diablo de las aglomeraciones». ¡Y bien que está sufriendo la prueba! ¡Camina entre muchedumbres; trabaja en grandes empresas cuyos trabajadores son «fichas» más que personas con nombre y apellido; se divierte masivamente en playas, estadios y discotecas; y vive en torres inmensas, modernos enjambres en los que se amontonan las personas. ¿La «gran urbe» ha mejorado al hombre? ¿Lo ha hecho más humano? Y, en nuestro caso, ¿mejor cristiano?

El evangelio de hoy nos presenta una página a la inversa: «Jesús fue conducido al desierto para ser tentado por los diablos». Y Jesús salió confortado de la prueba. Desde ahí arrancó el itinerario que iba a cumplir. Dos alternativas, pues: el clima de «ciudad» y el clima de «desierto». ¿Por cuál nos decidimos?

La liturgia es también hoy «un espíritu que quiere conducirnos al desierto de la Cuaresma, al desierto del silencio, de la interiorización, de la austeridad y la calma, convencida de que las pruebas que allá suframos nos van a curtir, van a proporcionarnos estimables ofertas»:

UNA.--El conocimiento de nuestro propio «yo». Conocer nuestra dimensión más bien menguada. Por otra parte, son tantos los caminos y posibilidades encerradas en nuestro interior, que esa reflexión descarnada y seria en nuestro desierto íntimo ha de ayudarnos a la realización de nuestra vocación. El que se desconoce a sí mismo, nunca da la talla. Por eso decía Pablo: «Aunque seamos vasijas de barro, llevamos en nosotros tesoros infinitos».

DOS.--Un acercamiento a «los otros», una comprensión mayor, un amor hacia ellos. Y esa es la paradoja. Cultivar la vocación de desierto no quiere decir sostener la idea de Horacio: «Odio al vulgo y lo aborrezco». ·Merton-TOMAS, versado en soledad, escribió: «Algunos hombres se hicieron ermitaños quizá creyendo que la santidad supone una huida de los demás. Pero la única justificación de una vida de soledad deliberada es la convicción de que ésta nos ayudará a amar no sólo a Dios, sino también a los hombres». Es verdad. Desde mi desierto interior adquiriré perspectiva: comprenderé que aquella persona que yo creía «mi enemigo», no lo era; que aquella otra que me ofendió, «no sabía lo que hacía»; que aquel otro a quien yo ignoré, era «oro de ley»... Alguien escribió estas bellas palabras: «He aprendido a conocer a los demás en mi propio corazón».

Y TRES.--Nos afianzaremos en Dios, en el convencimiento de que «en El vivimos». Va siendo tanto nuestro afán de «autonomía», que olvidamos que «estamos en las manos de Dios». El pueblo de Israel, abrumado por las «pruebas del desierto», se desesperó muchas veces y adoptó idolatrías alocadas pensando que «Dios le había abandonado». Pero, cuando atravesó el Jordán y llegó a la «tierra prometida», se dio cuenta que aquello había sido «el camino de Dios». Jesús supo siempre que su «experiencia de desierto», no le llevaba al diablo, sino a Dios: «los ángeles le servían».

Hoy la gente va al desierto a correr «rallys» y hacer excavaciones arqueológicas. Pero, cuando la liturgia nos invita a nuestro «desierto interior», es porque sabe que allá encontraremos esa «dichosa soledad, que es la verdadera felicidad».

ELVIRA-1.Págs. 21 s.

HOMILÍAS 15-20