39 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO I DE CUARESMA
1-9

 

1. JESUS.CONFIANZA EN EL PADRE. J/CONFIANZA-EN-DJ/TENTACIONES:

El texto tan célebre de las tres tentaciones es ante todo una luz sobre la persona de Jesús. No busquemos allí demasiado pronto nuestros propios combates. Es verdad que también ellos están allí ya que Jesús es en todo un modelo para nosotros.

Pero fijémonos sobre todo en su combate y aprenderemos muchas cosas sobre él. Antes de descubrirlo a través de sus comportamientos y de sus palabras se nos ha dado penetrar en su corazón, en ese lugar en donde un hombre hace sus opciones decisivas. Lo que Jesús es en el momento de las tentaciones lo será a lo largo de toda su vida pública, inquebrantablemente. De ahí la importancia de este episodio, que no es un simple preludio, sino un enfrentamiento radical en donde descubrimos en la fuerza de Jesús la fuerza de un hombre.

Sí, Jesús es el Hijo de Dios, pero es verdaderamente hombre y nos cuesta trabajo admitirlo. ¡Ah, si pudiéramos inventar a Jesús! "Como eres el Hijo de Dios puedes hacerlo todo". No; él no puede hacerlo todo como tampoco nosotros; las respuestas a las tentaciones demuestran que es "de condición humana". Hasta el fin llevará una vida auténticamente humana, limitada y expuesta al fracaso.

A pesar de esta debilidad, la debilidad real del hombre triunfará porque tiene total confianza en su Padre. Contemplar a Jesús significa verse siempre levantado hacia el Padre y entrar en esperanza. Ante las desconcertantes horas de la pasión, el evangelio quiere darnos enseguida el tono a nuestra unión con Jesús: estamos tratando con un vencedor. En el momento más negro dirá: "¡Tened confianza!".

Jesús es el hombre que cree en el Padre y que tiene la misión de inculcaros la misma confianza: creer en nuestro Padre celestial. Es lo que revelan sus contestaciones breves, firmes sin discusiones. Él es Hijo, ciertamente, y como Hijo lo espera todo del Padre. Pero rechaza radicalmente la idea demoníaca: la tentación de utilizar para sí, para su hambre, para su gloria, el poder de Dios. ¡Y menos aún el poder de Satanás! Lo único que busca es sumergirse en los designios del Padre. Y así es como nos revelará al Padre: lo que Dios quiere nos manifiesta lo que Dios es.

Este combate contra Satanás nos hace descubrir en Jesús su inteligencia de la palabra de Dios y lo absoluto de su confianza: el hombre vive de Dios, el hombre no pone a prueba el poder de Dios, el hombre no adora más que a Dios. Basado en estas tres convicciones, Jesús puede avanzar por los caminos más difíciles; su vida no estará protegida, pero resultará victoriosa. Esa mezcla de vida ardua y de vida triunfadora es la que iremos descubriendo a lo largo de los evangelios. Vamos a aprender cómo un hombre puede ser el Hijo de Dios: hombre verdadero y Dios verdadero.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 18


2. CUA/SENTIDO:CUA/CAMINO

Siempre, cada uno de nosotros, en cualquier edad de su vida, está en camino, hace camino. Pero, sorprendentemente, no siempre avanzamos: a veces retrocedemos. Porque el camino de cada uno de nosotros -pequeños y mayores, jóvenes y viejos- debería llevarnos cada vez más a tener una densidad mejor de amor en nuestra vida, una mayor profundidad de verdad en nuestro pensar y obrar... Y, como todos sabemos, no siempre es así: con frecuencia, en vez de avanzar, retrocedemos, o -por lo menos- nos quedamos parados, como si ya tuviéramos en nosotros bastante amor, bastante verdad, bastante bondad y generosidad.

El tiempo de Cuaresma que iniciamos es una invitación a revisar cómo va nuestro camino. Es, sobre todo, una invitación -una invitación de Dios, evidentemente- a llenarnos de esperanza en la posibilidad que todos tenemos de avanzar más y mejor por nuestro camino de cada día, para vivir más abiertos a la verdad, más penetrados de amor, más transparentes a la bondad. Es decir, más abiertos al Padre, más cercanos a Jesús, más confiados en el Espíritu Santo.

A veces se ridiculiza la Cuaresma -quizá porque en otros tiempos se entendió mal lo que significaba- y se la presenta como si fuera sólo un tiempo de privaciones y sacrificios más o menos impuestos y sin sentido. Como si fuera un tiempo de muerte. Y es -debe ser- todo lo contrario: un tiempo de vida, de renovación, de esperanza, precisamente porque es para nosotros -para los creyentes en Jesús- el tiempo de preparación ascendente hacia la gran fiesta de la Pascua, celebración de la gran victoria sobre la muerte, la gran victoria sobre todo lo que hay en nosotros de mal, de falta de vida auténtica. Si durante estas semanas sabemos privarnos de esto o de aquello, no lo hacemos porque sí, sino porque creemos que nos ayudará en nuestro camino de renovación, de mejora. Por ejemplo: si decidimos ayunar un poco de la televisión, no lo hacemos porque pensemos que es malo verla sino porque necesitamos algún espacio más de silencio, de tranquilidad, de oración, de lectura del Evangelio..., en nuestro camino de preparación hacia la Pascua.

Hemos escuchado en la misa de este primer domingo de Cuaresma dos narraciones de tentaciones. Dos narraciones tejidas de lenguaje simbólico, es decir, que no se han de interpretar literalmente. Pero dos narraciones llenas de contenido.

En la primera, los protagonistas son Adán y Eva. Pero en ellos estamos como simbolizados todos nosotros (significativamente el texto que hemos escuchado hablaba de "el hombre" y de "la mujer"). Me parece que se simboliza lo que decíamos al comenzar este comentario: todo hombre, toda mujer, está en camino, hace camino, pero no siempre avanza, en ocasiones retrocede (o si queréis, equivoca el camino). Dios nos ha dado el gran don de la libertad y por eso siempre tenemos la posibilidad -la tentación- de no avanzar, de elegir un camino equivocado. Dios nos ha comunicado su "aliento de vida" al que podemos ser fieles y tener en nosotros cada vez más vida, pero también podemos ceder a la tentación de alejarnos de su vida -quizá con el pretexto de buscarnos nuestra vida- y así entra algo o mucho de muerte en nosotros.

La segunda narración nos hablaba -también con un lenguaje lleno de símbolos- de las tentaciones de Jesús. Es posible que nosotros tendamos a olvidar que Jesús, como hombre que también era, debía necesariamente pasar por la tentación, no sólo en este momento del inicio de su misión pública, sino en toda su vida (hasta el umbral de su muerte, en el huerto de Getsemaní, hasta en la misma cruz cuando se sintió abandonado por su Padre). Debió convivir con la tentación, ya que como todo hombre hubo de hacer su camino; incluso podríamos decir que fue más tentado que nadie, ya que su camino fue el más difícil, el que fue más allá, el que tuvo más verdad y amor y bondad y generosidad.

Según la narración del evangelio de Mateo, a Jesús se le ofrece abundancia para él (podría convertir las piedras en pan), triunfo para él (ser sostenido por ángeles al tirarse del alero del Templo), poder para él ("te daré todos los reinos del mundo"): Jesús no quiso convertir las piedras en pan para él, pero luego multiplicó unos panes para alimentar a los demás; Jesús no quiso bajar gloriosamente del alero del templo, como no quiso bajar de la cruz, porque su camino fue compartir su vida con los sencillos, con los pobres, con los pecadores; Jesús no se arrodilló ante ningún ídolo, ante ningún poder de este mundo, pero sí se arrodilló antes sus doce discípulos para lavarles los pies. Así Jesús, fiel y obediente a la voluntad del Padre, avanzó por su camino y nos dejó camino abierto para que también nosotros le sigamos.

Revisar nuestro camino, avanzar mejor por él: este es el programa de esta Cuaresma que iniciamos. Siguiendo el ejemplo de Jesús, encaminándonos hacia la celebración de la Pascua.

Busquemos tiempo para leer el Evangelio, busquemos tiempo -intentemos encontrar algo de "desierto" en nuestra vida- para abrirnos a una oración sencilla y profunda. Y, sobre todo, como Jesús, confiemos que superaremos nuestras tentaciones si no nos preocupamos tanto por nosotros y nos ocupamos más de los demás, nos abrimos más a los demás. Es lo que convendrá que pidamos hoy, con confianza, sabiendo que el Señor hace camino con nosotros.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1990/05


3. NU/000040-DIAS-AÑOS CUA/PRUEBA.

El simbolismo bíblico del número cuarenta ha pasado a nuestra cultura dando origen a la palabra cuarentena. Así se denomina al espacio de tiempo en el que el sujeto ha de demostrar una determinada cualidad cuestionada: salud, resistencia, buen funcionamiento... Trasladando esta significación, la cuaresma es para el cristiano un simbólico tiempo "de prueba". Decimos simbólico, porque realmente será durante toda su existencia y en todos los ámbitos de ésta cuando el discípulo deberá "probar" que lo es. En cierto sentido, el tiempo litúrgico de cuaresma es a la celebración de la pascua lo que la vida toda del creyente es a la resurrección.

El antiguo pueblo elegido en su caminar por el desierto sucumbió a las tentaciones que ponían a prueba su fidelidad a Dios. Jesús, al que Mateo presenta como el Moisés de un pueblo nuevo, sale victorioso de ellas. Tanto para Israel como para Jesús, las tentaciones no fueron cuestión de una época concreta: duraron toda su vida. La Iglesia, en cuanto nuevo pueblo de Dios, ve también su fidelidad probada en su diario caminar. Lo mismo le ocurre a la pequeña comunidad creyente y al cristiano particular. Las circunstancias externas podrán ser muy diferentes, pero la cualidad a demostrar es la misma: lo que el N.T. llama obediencia a Dios o seguimiento de Jesús.

La comunidad cristiana actual no puede conformarse con una confesión de fe en Jesús manifestada en la lectura reverente de las tres paradigmáticas tentaciones. Desde luego, es preciso que, en primer lugar, examine su propio comportamiento para corregir aquello que se presente como menos evangélico.

Pero también es necesario que mire con serenidad al mundo en el que camina para descubrir de qué puntos pueden venirle los "cantos de sirena" que puedan hacer naufragar su fidelidad al Maestro. Más aún: ha de contemplar también qué gestos y actitudes pueden hacer más vitalmente comprensible el mensaje evangélico a los hombres de nuestro mundo. La fidelidad de la Iglesia no consiste sólo en escuchar y acoger la palabra del Señor, sino también en transmitirla, de la forma más entendible que sepa, a todos los hombres. Parafraseando al salmista, podríamos decir que la Iglesia camina en el desierto de la sociedad actual como en "una soledad poblada de ruidos", de dificultades y de problemas. Pero es el Espíritu quien la ha colocado allí, y su primer acto de obediencia será precisamente no pretender escapar de la prueba "huyendo" de este mundo o cerrándose defensivamente frente a él.

La gran Iglesia, la pequeña comunidad y el creyente individual deben siempre juzgarse sin engañosas apariencias, deben tener el valor de encontrarse cara a cara consigo mismos. Sólo así, el desierto (nuestro mundo) se convierte en lugar de encuentro. Y lo árido da flores, el silencio se convierte en mensaje y la soledad en solidaridad y comunión. No debemos olvidar que la prueba es "de funcionamiento", no de teorías teológicas. El tentador pide a Jesús que convierta las piedras en panes.

Su respuesta es que el pan es necesario pero que igualmente es preciso el sentido de vivir. Como diría A. Machado, es importante el agua, pero sobre todo, el saber para qué sirve la sed. Vivimos en un mundo en el que, paradójicamente, se peca por convertir los panes en piedras destruyendo excedentes alimenticios para mantener los precios y el nivel de vida de unos, mientras otros mueren con este provocado diluvio de hambre. Cuando esto ocurre, no podemos limitarnos a predicar el sentido que da a la vida humana la palabra de Dios. Hemos de dar también pan.

"Tírate abajo, porque la Escritura dice que no te pasará nada. Imponte por lo milagroso y lo espectacular", viene a ser el mensaje de la segunda tentación. "Dios respeta la libertad", es la respuesta. La apelación a dogmatismos, la propaganda y la disciplina suelen caminar en dirección contraria a esta contestación. Unos pretenden solucionar así los problemas sociales, otros incluso creen que de esta forma "salvan a la Iglesia". También Pedro intentó salvar a Jesús, y fue tratado de "tentador". Se hacen abundantes y solemnes documentos, nos reunimos mucho, nos "preparamos y formamos" sin cesar, nos llenamos la boca hablando de teología de la liberación y de sus mártires, pero... nuestras obras clarifican la realidad: estamos bastante dormidos.

"Tendrás todo, si me adoras". "Sólo Dios merece adoración" El consumismo se ha convertido en un comportamiento generalizado. Consumismo para que la economía siga funcionando y porque, si no lo hacemos, los ahorros se los llevará la Hacienda pública. Nos creamos, cada vez más, falsas necesidades olvidando que no es más libre (léase feliz, si se quiere) quien más tiene, sino quien menos necesita. Llevamos un tesoro en vasos de barro. Lo decimos, pero no parece que seamos, de verdad, conscientes de ello. Señor, no nos dejes caer en la tentación.

EUCARISTÍA 1990/11


4. SERVICIO.CONVERSIÓN.

Las tentaciones de Jesús son las tentaciones de cualquier hombre normal. La respuesta de Jesús es clara:

-Alimentarse sólo de las cosas de la tierra no lleva a la felicidad. El hombre no se puede contentar con este alimento. Si lo hace tendrá siempre hambre insaciable.

-El hombre no está hecho para poner a Dios a prueba. Lo que importa es vivir en comunión con Dios. Eso sí. Como un hijo. En confianza absoluta. Cuando el hombre se mide con Dios, lo único que hace es tomar distancia de Dios.

-El hombre no está hecho para adorar a nadie que no sea Dios. Los ídolos y los demás hombres, hombres e ídolos son. El hombre se dobla ante Dios, a Él sólo debe servir. Cuando estas cosas no se dan, lo único que pasa es que el hombre pone en juego su propia identidad.

La gran tentación del diablo es siempre la misma, la que ya puso al primer hombre en el paraíso: "serás como Dios". Y no hay manera de ser como Dios que no pase por imitar lo que ha hecho Jesús de Nazaret, arrodillarse delante de los hermanos para lavar los pies de los discípulos. Esa es la única manera de llegar a ser como Dios. Convertirse es comprender esto.

ÁLVARO GINEL
CELEBRAR LA CUARESMA
C.C.S./MADRID


5.- Toda tentación consiste, apreciaciones teológicas aparte, en el descubrimiento de algo apetitoso, una estimulación que nos mueve a desear alcanzar algo. Pero, puesto que no todo estímulo es una tentación, hay que buscar qué es lo característico de una tentación. Cuando un estímulo lo que excita es uno de los resortes más íntimos del hombre como es el egoísmo, entonces nos encontramos con una tentación. Cuando nuestro egoísmo es estimulado para que éste se convierta en constitutivo del comportamiento humano, eso es una tentación.

Y el egoísmo no es sino la tendencia del hombre a cerrarse en sí mismo; a convertirse a sí mismo en dios, en valor fundamental -cuando no único- de la propia existencia, cayendo así en la autosuficiencia, con lo que esto implica de rechazo real, existencial, de los demás -de los otros y del Otro- de la propia vida.

Si profundizamos un poco más en el sentido de la tentación e intentamos explicarnos su realidad con categorías más bíblicas podremos decir que la tentación es la llamada al hombre a renunciar a Dios como componente de la historia individual y colectiva; es, ni más ni menos, la máxima expresión del egoísmo, de la autosuficiencia del hombre: construir "mi" mundo particular, "yo solo", prescindiendo de todos los demás.

El mismo Jesús, verdadero hombre -no lo olvidemos-, tuvo la tentación de renunciar a Dios, olvidarse de su misión y construir su vida a su aire, a su gusto y capricho; y esto no es mera especulación sino sucesos reales en la vida de Cristo.

Esta realidad es la que nos presenta el evangelio de hoy, realidad que Jesús experimentó en repetidas ocasiones a lo largo de su vida, y que el evangelista nos ha transmitido sintetizadas bajo tres esquemas diferentes (que son las llamadas tres tentaciones); vamos a ver esos esquemas y cómo siguen repitiéndose hoy día, cómo son tentaciones que no han desaparecido pues se arraigan, como hemos dicho, en algo muy íntimo al hombre: el egoísmo, que siempre funciona igual.

La primera tentación es la de querer organizar la vida desde el solo devenir humano, contar únicamente con la dimensión inmanente, prescindiendo de toda referencia a la trascendencia ("no sólo de pan.."). Es la tentación del ateísmo existencial, real, práctico. No es una tentación que nos llame a negar los artículos del credo de palabra, sino a llevar una existencia cómoda, indolente, incomprometida, sin complicaciones..., sin Dios, sin el Dios Padre de Jesucristo, pues otros serán quienes ocupen su lugar y se instauren en dioses. Así puede darse el caso de bautizado que, diciéndose creyentes, e incluso realizando "prácticas religiosas", en realidad no han construido su vida en torno a Jesús, no han puesto al Mesías sobre todo lo demás, y tienen, en la práctica, como dios -o dioses- el dinero, el lujo, el bienestar, la posición social, la fama, el sexo... Estos podrán declararse todo lo creyentes que quieran, pero son verdaderos ateos existenciales, que pueden resultar incluso más peligrosos que los ateos doctrinales que luego, sin embargo, no se tienen a sí mismos por centro de su vida, y trabajan por el bien y la promoción de los demás.

MANIPULACION/D:La segunda forma de tentación es la de querer ver a Dios como un sistema al uso del que poder disponer al propio antojo. Es una tentación de lo más frecuente y que responde a una determinada imagen de Dios: Dios como un objeto que utilizar a mi antojo, o -con otra imagen- como un gran mago, capaz de hacer los "milagritos" que yo necesite o me apetezcan, todo ello a cambio de que yo rece unas jaculatorias o haga una serie de ritos que no buscan más que eso: manipular a Dios a mi antojo. Ante un examen, una operación quirúrgica, un concurso, un viaje..., se corre en busca de la ayuda de Dios como si fuese un amuleto mágico que nos da el éxito seguro. Seguramente antes de estas situaciones no nos acordamos de Dios para nada; y si el asunto sale bien, después tampoco; y si sale mal se protesta contra Dios para pasar, también rápidamente, a otra cuestión.

Esta es una tentación que se hace realidad con mucha frecuencia: rechazar, existencialmente al Dios Padre de Jesucristo para, tomando otros valores fundamentales, construir la propia vida alrededor de ellos. Estos valores, convertidos en ídolos, totalizan la vida del idólatra y la desplazan de su auténtico centro de interés. Ya hemos visto algo de esto al hablar de la primera tentación.

Vemos, pues, que la tentación es algo viejo, que "ataca" al hombre por uno de sus puntos más débiles: el egoísmo. Lo que hemos de intentar es conseguir rechazar las tentaciones con el mismo estilo que supo hacerlo Jesús a lo largo de toda su vida: con elegancia y con firmeza, con serenidad y con decisión. El modelo que tenemos en él es, sin lugar a dudas, perfecto; nunca nos podrá servir como excusa el no saber cómo actuar; el evangelio de hoy nos previene, avisa y enseña magistralmente.

DABAR 1978/17


6. J/TENTACIONES:

-LAS TENTACIONES DE CRISTO LEÍDAS CON CLARIDAD

Sabemos que Mateo resume y compendia en esas tres las grandes tentaciones de Jesús. Podríamos compendiarlas así:

-"Sé un Mesías de la abundancia material y de la revolución social": da pan al pueblo hambriento y bienestar a los pobres y serás una bendición de Dios. Te llamarán: el Esperado.

-"Sé un Mesías religioso, sólo dedicado a lo de Dios": apégate a la Palabra, a la Tradición y a la Ley. Y los hombres del culto y del templo te venerarán. Se apoyarán en ti. Serán tus incondicionales valedores y quienes promocionen tus ideas. Te llamarán: el Santo de Dios.

-"Sé un Mesías del progreso, del mundo del éxito y del poder, de la ciudad nueva, secular": que estén contigo los sabios, los economistas, los comunicadores sociales, los políticos. El mundo progresista e ilustrado. Y con ellos construye imperios basados en la ciencia, la tecnología, la sabiduría dúctil de la democracia. Te llamarán: el Gran Visionario.

-EL SEÑOR LAS RECHAZA POR INSUFICIENTES

Los tres son caminos equivocados y blasfemos porque el enemigo desconoce el corazón humano, y sobre todo el de Cristo. Jesús ve que sólo desde un amor solidario y creativo que despierte al hombre que dormita en el hambriento, podrá manifestarse Dios. Tampoco es en el Culto y la Ley donde se nos muestra primariamente Dios. El cuida de sus hijos en el quehacer diario de ser hombres, formar una familia, saber experimentalmente qué es el amor a una mujer, a unos hijos, a una profesión, a un servicio a la comunidad -sin que ello esté divorciado de su Dios- es donde le sentimos y descubrimos como Padre. El Dios de Jesús es el Dios de la Historia.

Para el Señor van por caminos equivocados aquellos que buscan un triunfo social, político, económico o artístico, procurándose un nombre, el esplendor de una organización o la bondad de una ideología que puede imponerse a otras. Sólo la promoción humana deja de ser tentación y es un modo social de amar, cuando el poder se ejerce desde una actitud de humilde servicio a los demás. Con la gratitud de haber podido desarrollar nuestras dotes en favor de un proyecto solidario, compartido con las gentes de buena voluntad. Y ese éxito, por bueno que pueda ser, tampoco es su camino liberador.

-LAS TRES TENTACIONES DE NUESTRA HUMANIDAD HOY Semejantes a las tentaciones de Jesús, son las de nuestra Humanidad hoy. EL ABANDONO DE DIOS POR EL HOMBRE HAMBRIENTO Y FRACASADO. La primera tentación es la tentación latino-americana, la tentación de los pueblos del Hemisferio Sur. La de todos los parados del mundo y la de los marginales de toda sociedad. El hambre, el fracaso social, la privación de lo que los demás tienen y a lo que uno debe aspirar, es la puerta abierta para buscar salvadores humanos en los líderes de los populismos políticos. O en las ideologías económicas y sociales que prometen para ya la abundancia, el bienestar -aun a costa de lo que sea-. "Si para comer hoy hay que materializarse, lo hacemos. Si hemos de renunciar a la conciencia o a la verdad, hagámoslo de una vez. Calmemos el hambre de pan y de disfrutes que ya es demasiado larga la noche. Y hay hijos. Y la vida es corta. Dennos pan como sea, que Dios puede esperar". Tremenda tentación.

Nuestra elección, nuestra gran decisión, está en que podamos decir con ellos que Dios es "Padre nuestro" -de ellos y de nosotros- con un poco de credibilidad. Credibilidad que nace del compartir. Esta es la cuestión de nuestra Cuaresma.

LA TENTACIÓN ECLESIAL. La segunda tentación es una tentación eclesial. Dormirnos en el templo. Tener la casa arreglada y limpia y un rebaño dócil y contento. Alimentar con el culto, la fiesta y la ortodoxia a multitudes que viven lo emocional, y desde allí, todos a una, prometen y juran. Y si luego preguntamos por qué no hay vocaciones, por qué la violencia reina en nuestra sociedad, por qué hay una rebaja de mística en la solidaridad y el compromiso, aunque leamos buenas encíclicas sociales, hemos de responder que porque hemos caído en la tentación de polarizarnos en lo divino y olvidar que ha de asumir lo humano del hombre. La voz de Jesús se levanta alentadora y llena de promesas: No tientes a Dios. Comprométete con el hombre también. Sígueme actualizando mi estilo de vida de hace dos mil años, pues está en tus manos.

LA TENTACIÓN DE DESENTENDERNOS DEL HERMANO. La tercera tentación era ayer un sueño para el sur de Europa. Hoy es la tentación de cada día: vivir para no perder el tren de los triunfadores. Vivir O.K. Para que nos entendamos, podría traducirse por "consumismo durante el año y caridad en Navidad:. Pero más radicalmente se llamaría: miremos por nosotros; si ellos -los de la deuda externa, los de la deuda eterna- no saben, son indolentes, o sus genes no les permiten alzarse al carro de la competitividad, no hemos de dejar que nos amarguen la vida. "¿Acaso soy el guardián de mi hermano?".

Terrible tentación la del bienestar que nos hace egoístas, adoradores de nuestro ego satisfecho. No nos extrañe que hablemos de la "muerte de Dios", cuando cada día "matamos a nuestro hermano". Para Él no hay lugar en nuestro mesón.

-QUE ES LA CUARESMA

Comenzar la Cuaresma es escuchar estos textos extraños y difíciles y traducirlos a nuestro aquí y ahora. Es descubrir unas semillas que teníamos olvidadas allá, justo en la Biblia. Es sembrarlas y regarlas con el cuidado del sabio que investiga: ¿tendrán todavía vida? ¿Tendrán todavía fuerza para renovar este terreno un tanto árido y triste que es nuestro mundo? Son cuarenta días de cultivo. ¡Tal vez estás sembrando la Resurrección!

FEDERICO MARÍA SANFELIU
QUITO. DABAR 1990/17


7. TENTACION/J:

Adán se deja seducir por la voz de la muerte. Es la realidad de todo hombre que pisa esta tierra. Estamos acostumbrados al pecado del mundo (Jn/01/29). 1Jn/02/15-16. Entre las muchas cosas que nos acechan, tres sobresalen por su importancia:

1ª: Buscamos un "pan" que sacie el deseo de vivir.

2ª: Vivir con esperanza no es fácil. Tener constantemente una actitud de superación, tampoco; por ello las personas y los grupos buscamos motivos espectaculares para mantener la fe, signos contundentes para creer.

3ª: Nos asalta la voluntad de poder o de dominio que impide unas estructuras en las que la igualdad humana, la libertad y la fraternidad sean posibles.

"Di que estas piedras... si te arrodillas... tírate de aquí abajo..." Jesús se encuentra sorprendentemente pasivo, como si fuese juguete de fuerzas que le arrastraran sin que él pudiera reaccionar, sólo apto para recibir órdenes. Las tentaciones tendían a matar su verdadero "yo": lo que debía ser y para lo que había sido enviado. Tendían a buscarle un dios a la medida del mundo.

Jesús es un hombre colocado en la ambigüedad humana, tiene dificultades para reconocer su camino: esto significa ser tentado.


8. PODER/SATANAS UN RELATO EJEMPLAR

El relato de las tentaciones es un relato ejemplar, esto es, está hecho para que sirva de ejemplo a los seguidores de Jesús. El evangelista reúne en una única narración los obstáculos más importantes que todos aquellos que no van a aceptar el modo de ser Mesías de Jesús van a ponerle en el desarrollo de su misión, y la correspondiente reacción de Jesús; las tentaciones, presentes a lo largo de toda su actividad pública, son todos los intentos de desviar a Jesús del camino indicado por el Padre; son, pues, las resistencias que encuentra el mensaje de Jesús: las que se le opusieron cuando lo proclamó por primera vez y las que encuentra cada vez que alguien se plantea la posibilidad de aceptarlo y de vivirlo.

El propósito del evangelista al construir este relato y colocarlo al principio del evangelio es advertir a los que se sientan atraídos por el proyecto de Jesús que, para seguirlo, hay que romper con ciertos valores, propios de este mundo, pero totalmente incompatibles con Dios y con el mundo que él quiere. Por eso presentan a Jesús despreciando, desde el principio, el atractivo que pudieran tener esos valores: para que sirva de ejemplo a sus seguidores.

CONVERTIR LAS PIEDRAS EN PAN...

"Si eres hijo de Dios, di que las piedras estas se conviertan en panes". Primera prueba: el Adversario (eso es lo que significan las palabras diablo y Satanás, el Adversario, el enemigo del hombre, el enemigo de Dios) propone a Jesús que use su fuerza de Hijo de Dios para satisfacer su hambre; que utilice a Dios en su propio beneficio, y que olvide la Palabra de Dios, según la cual el hambre se saciará definitivamente cuando haya solidaridad. La abundancia ha de ser consecuencia del compartir lo que se tiene, la satisfacción plena de las necesidades del hombre -la paz- queda garantizada por el Padre y la seguridad del hombre reside en su fidelidad al plan de Dios. Una tentación que se ha presentado repetidamente a lo largo de la historia y a la que, personal y colectivamente, hemos sucumbido una y otra vez: siempre que hemos usado a Dios para saciar mi hambre, para llenar mi bolsillo o, quizá con más frecuencia, para hinchar mi vanidad. Una tentación a la que hemos sucumbido cada vez que hemos utilizado a Dios olvidándonos de Dios.

...Y A DIOS EN UN MAGO

"Si eres hijo de Dios, tírate abajo; porque está escrito: "A sus ángeles ha dado órdenes para que cuiden de ti; y también: 'te llevarán en volandas, para que tu pie no tropiece con piedras'".

Esta es la segunda. Ya que no quiere usar a Dios en beneficio propio, que presente una imagen falseada de Dios: un Dios que se dedica a hacer milagros espectaculares como si de un prestidigitador se tratara; un Dios al que le interesa más su éxito que la felicidad de sus criaturas. Y, por eso, un Dios al que se puede manejar, al que se le puede obligar a realizar hechos portentosos porque sí, aunque éstos no tengan nada que ver con su plan de liberación. Se propone a Jesús que acepte sin espíritu crítico alguno las costumbres, las tradiciones, que, aunque se llamen populares, están fomentadas por las clases privilegiadas (según una tradición judía, el Mesías tenía que aparecer espectacularmente en el patio del templo de Jerusalén).

¿Verdad que esta tentación también ha sido un peligro constante en nuestra historia? Determinados modos de entender y presentar la realeza de Dios, la religiosidad popular basada en apariciones, milagros.. Así, si no se solucionaban los problemas de este mundo, a nadie se le ocurriría buscar a los responsables de tejas abajo; y si de camino se podía participar del triunfo de Dios.. Por supuesto, el prestigio conseguido se utilizaría en favor de Dios, para favorecer la expansión de su Reino....

"No tentarás al Señor tu Dios".

TODO TE LO DARÉ

"Te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje". Esta es la más grave: lo que el Adversario propone a Jesús es que utilice el poder -"le mostró todos los reinos del mundo con su esplendor... te daré todo eso..."- como medio para instaurar y propagar el reinado de Dios. Le propone que en lugar del camino del servicio hasta la muerte, escoja el del triunfo; en lugar de la fraternidad, el dominio; en lugar de la solidaridad con los pobres, la riqueza. Otra vez el "seréis como dioses" (Gn 3,5). Lo más sorprendente de esta tentación -sobre todo después de casi dos mil años de cristianismo- es descubrir que el poder no pertenece a Dios, sino al Adversario, y que, por tanto, el poder no sirve para extender el reinado de Dios, sino para todo lo contrario. Y que el señor de los señores de este mundo no es el Padre de Jesús, sino su Adversario, al que hay que estar dispuesto a rendir culto si se quiere poseer el poder: "Te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje".

Y es que -deberíamos tenerlo claro desde que tomó partido en favor de un pueblo de esclavos- Dios no está con los señores, sino con el servicio.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 41ss.


9.

-Las tentaciones de Jesús

Mateo, Marcos y Lucas unen la historia de las tentaciones con el acontecimiento del bautismo. El Espíritu, que acaba de descender sobre Jesús, le "empuja" (Marcos) -palabra que denota violencia- al desierto, hacia la soledad, lejos de los hombres y a solas con Dios. Jesús fue al desierto y allí fue tentado. Juan ya vivía en él. Parece como si en los caminos de Dios la salvación viniera siempre del desierto. El símbolo del desierto evoca la experiencia de nuestra vida: soledad, llamada a lo verdadero, tierra sin caminos, silencio...

Todos estamos en el desierto, pero no lo aceptamos o no lo sabemos. Y tenemos que descubrirlo y aceptarlo. Quien no sufre la experiencia del desierto no puede comprender el valor del "agua"; quien no camina largamente con un sol abrasador no puede gozarse de la "sombra". El desierto lo verifica todo: la mentira, la vanidad, la inconsistencia de la vida que estamos edificando. En el desierto nada nos separa de Dios, descubrimos la realidad de nuestra condición humana. Por el desierto el hombre busca, peregrina, espera, decide su vocación, prepara el futuro, se encuentra delante de sí mismo sin posibilidad de hacer trampa.

Es el lugar del encuentro con Dios presente en la vida del hombre, el lugar de la experiencia personal de su amor. Es la patria del evangelio, el lugar de la verdad para el hombre, de la decisión, de la opción. En medio de su silencio se puede oír la llamada a la conversión. Dios llama y actúa en el silencio y mueve al hombre y a la historia con las fuerzas que se recuperan a solas con El.

La tentación también corresponde a este tiempo de tranquilidad, de soledad, de silencio... del desierto. ¿Cómo escuchar la tentación en medio del ruido que nos rodea por todas partes? ¿Y cómo escuchar a Dios? ¿Es el ruido ya la caída en la tentación? Jesús en el desierto busca el silencio de la oración, el trato a solas con el Padre; se deja guiar por el Espíritu. Nosotros construimos ciudades, civilizaciones, luchamos por jornadas de cuarenta y ocho, cuarenta o treinta y cinco horas semanales de trabajo..., nos llenamos de ruido y bienestar y creemos que ya hemos encontrado la tierra prometida.

La palabra de Dios nos llama constantemente a volver al desierto. A ese silencio profundo, más allá del ruido ensordecedor que nos impide pensar. Jesús llega al desierto. Allí está solo, porque la respuesta que tiene que dar es personal. Nadie puede responder por otro cuando se trata de opciones fundamentales de la propia vida. En él realiza la experiencia del vacío físico: tiene hambre; y del vacío más profundo también: el del espíritu. Y allí el diablo -personificación de las fuerzas del mal- lo tienta, lo coloca en una situación de guerra entre el bien y el mal que definirá toda su actuación mesiánica. El evangelio habla de diablo en singular, para indicarnos que hay una única raíz del mal y de la injusticia en nuestro mundo. Es el polo opuesto a Dios. En una manera de expresar lo que es anti-Dios.

Jesús se encuentra sorprendentemente pasivo, como si fuese juguete de fuerzas que le arrastraran sin que El pudiera reaccionar, sólo apto para recibir órdenes: "Di que esta piedra..., si te arrodillas..., tírate de aquí abajo..." Las tentaciones tendían a matar su verdadero "yo": lo que debía ser y para lo que había sido enviado por el Padre. Tendían a buscarle un dios a la medida del mundo.

Este hombre solo, "vaciado", ha de optar, debe decidir cómo entiende y cómo debe manifestar su camino. El diablo le invita a vivirlo según un sentido triunfalista muy extendido entre los judíos; el Espíritu le anima a seguir el camino de los profetas. Para el diablo, ser Hijo de Dios es poseer todo poder sobre los reinos terrestres, ser rodeado de la gloria que emana de esos poderes: para el Espíritu, ser Hijo de Dios es, ante todo, rehusar cualquier tipo de idolatría, cualquier práctica que no reservara a Dios el lugar absolutamente prioritario que le corresponde Jesús es un hombre colocado en medio de la ambigüedad humana, que tiene dificultades para reconocer su camino -es lo que significa "ser tentado"- que debe esforzarse duramente por ser fiel, que en Getsemaní deberá hacer un último y decisivo esfuerzo para mantener la fidelidad hasta la muerte. Inicia su misión no haciendo milagros ni predicando, sino luchando. Con una lucha que durará toda su vida y le llevará a ser asesinado en una cruz.

Los evangelios sinópticos nos describen simbólicamente la lucha de Jesús con la fuerza del mal. ¿Cómo expresar la hondura de la tentación de otra forma? El relato de las tentaciones es la representación dramática de todas las opciones que Jesús tuvo que realizar en su vida: cada vez que la multitud o sus discípulos quieren imponerle su propia idea de la función mesiánica; cada vez que pretenden desviarle de su camino para inducirlo a un mesianismo político temporal, con éxitos halagadores, facilidades o dominio sobre los pueblos; cada vez que se le quiere llevar a elegir un mesianismo falso, un mesianismo triunfalista y humano. Así hubiera agradado a la inmensa mayoría del pueblo de Israel. Por entenderlo así, agrada en la actualidad a tantos cientos de millones de cristianos. Pero ese mesianismo no se corresponde con el plan de Dios. ¿Corresponde el de la Iglesia? Cada uno debe descubrirlo por sí mismo, cada comunidad. ¡Es triste edificar una Iglesia sin Jesús! Al comenzar la vida pública, Jesús pensaría muchas veces en el camino que debería seguir para proclamar el reino de Dios.

Sentiría con frecuencia las ganas de llevar su lucha mesiánica por caminos más fáciles y menos dolorosos para El, caminos que no atacaban el mal en su raíz o no respetaban la creatividad del pueblo y se basaban en una fe en Dios alienante. Al igual que nosotros, tendría sus dudas sobre el camino mejor.

Esas dudas que tuvo Jesús durante el tiempo de su actividad con el pueblo, se dan en la vida de todo hombre que lucha realmente por un mundo nuevo. Cuando se quiere trabajar eficazmente por una revolución auténtica, no es fácil determinar bien los fines que deben perseguirse, acertar en los medios que conducen a ellos, mantenerse fuera del afán de poder o de honor, aceptar y corregir errores...

Los evangelistas resumen todo esto, que fue realidad en la vida pública de Jesús, en un solo pasaje elaborado con imaginaciones mitológicas propias de la religiosidad de aquellos tiempos y con frases sacadas del Antiguo Testamento.

"El Espíritu" empuja a Jesús al lugar de la tentación, al desierto, al deseo de vivir verdaderamente como hombre. Jesús vive allí "cuarenta días", recorriéndolo. La presencia del Espíritu, que inspira y provoca su ida al desierto, supone la necesidad de la prueba: no es Hijo de Dios sino aquel que se muestra dispuesto a vivir como tal; lo que lleva como consecuencia el enfrentamiento con el mal, el enfrentamiento con todo lo que trate de impedirlo. La presencia del Espíritu nos hace prever el resultado: la victoria del candidato mesiánico.

"Cuarenta" significa el tiempo en que los hombres aprendemos a depender enteramente de Dios, a no contar más que con El; el tiempo del castigo, del ayuno y de la proximidad de Dios; el tiempo de la vida.

El relato de las tentaciones del evangelio de Marcos es muy reducido; muy distinto al relato en tres actos de Mateo y Lucas. En Marcos, la tentación no tiene lugar al final de los cuarenta días -como en los otros dos-, sino que acompaña a Jesús a lo largo de todos ellos; nos dice que fue tentado, pero no nos dice en qué. Considera más importante subrayar el vínculo entre el bautismo y la tentación, rico en sugerencias. ¿De qué va a ser tentado el que jamás optó por nada? El Espíritu, que se da en el bautismo, no separa a Jesús de la historia y de la ambiguedad; al contrario, lo coloca dentro de la historia y en el interior de la lucha que en ella se desarrolla. Por eso nos dice que Jesús, después del bautismo, fue tentado "por Satanás". "Vivía entre alimañas y los ángeles le servían". La mención de las alimañas puede ser una simple descripción del desierto, o puede referirse a la recuperación de la paz paradisíaca de los tiempos mesiánicos (Is ll,l-10). Con su obediencia prolongada, a lo largo de los cuarenta días de la tentación, Jesús habría restablecido la primitiva armonía del paraíso. A partir de este momento, dicha armonía está a disposición de los que se adhieran a El o imiten su obediencia confiada.

La presencia de los ángeles nos muestra la ayuda especial de Dios. Como respuesta al bautismo, Jesús comienza una existencia en la que experimenta el enfrentamiento con Satanás y al mismo tiempo la ayuda de Dios; una existencia en la lucha y al mismo tiempo en la paz. Es el misterio de Cristo: Hijo de Dios, pero tentado. Y es también el misterio del cristiano que cuestione su bautismo: la vida en la que introduce el bautismo está hecha de luchas, pero está bajo el signo de la victoria y de la paz.

El relato de Marcos queda como incompleto. La respuesta plena nos la dará todo el evangelio. La historia sucesiva es la que nos indicará la naturaleza de la tentación, sus peripecias y su resultado. Toda la vida de Jesús es un enfrentamiento entre el "fuerte" -Satanás- y el "más fuerte" -Jesús-. Lo mismo debe ser la nuestra.

Marcos es el que muestra más insistentemente a Jesús como aquel que pasa por Palestina luchando contra el diablo y librando de él a los hombres. Mateo y Lucas nos ofrecen una descripción más extensa y detallada de las tentaciones. Cambian el orden: la segunda de Mateo es la tercera de Lucas, y al contrario. La primera en ambos coincide. Seguiré el orden de Lucas. ¿Quién es este hombre, "lleno del Espíritu Santo", que es tentado en el desierto? Es un hombre frágil, accesible al hambre, capaz de dejarse seducir por el poder y la gloria. Hombre frágil que se ve en el centro de un conflicto que sostienen entre sí dos fuerzas antagónicas: el mal, representado por el diablo, y Dios, invisible, pero presente mediante la Escritura: "Está escrito", contesta Jesús, a las insinuaciones del adversario. Estas dos fuerzas se enfrentan y es Jesús la apuesta del conflicto; Jesús a quien cada una de las dos quiere apropiarse: el diablo, para esclavizarle a través de la grandeza y de la gloria aparentes; el Espíritu, desde su interior, impulsándole a conducirse como hombre auténtico, como Hijo de Dios.

-Las tres tentaciones y el cristiano Jesús vive durante su vida humana toda la historia profética del pueblo de Israel. Puede hablar de cumplimiento porque en El se han cumplido todas las profecías del Antiguo Testamento. Nosotros tenemos que irnos aplicando su camino, viviéndolo, para poder acceder a su salvación, a su liberación.

Las tres tentaciones podrían llamarse mesiánicas -son las que impiden que el hombre llegue a su plenitud-. Son tentaciones tipo, síntesis de las tentaciones reales que Jesús iría superando en el transcurso de su vida. Y síntesis de las tentaciones de cada hombre que quiera ser auténtico. Surgen de la lucha de cada día. Están muy relacionadas entre sí. Se presenta ante Jesús el ideal de un mesianismo temporal y político, compuesto de bienestar, poder y triunfo popular. Jesús tiene que luchar contra ellas para poder anunciar el reino de Dios.

Son las mismas que el pueblo elegido sufrió en el desierto. Y son las mismas de la Iglesia, de la sociedad y de cada persona, en todo tiempo y lugar. Son claramente las tentaciones de los sistemas capitalistas -tan "cristianos"- y de todas las dictaduras. Responden también a los tres grandes planteamientos del marxismo: económico, político e ideológico.

El triunfo sobre las tentaciones está siempre por alcanzar. Todo hombre se encuentra con la tentación del materialismo, del egoísmo, de la soberbia, de la superficialidad, del afán de poder... El pueblo de Israel -hoy la Iglesia- cayó en la tentación de querer tener mucho -y a muchos- sin esfuerzo, de abusar de la amistad con Dios, de arrogancia frente a los demás pueblos... Aparecen como una confrontación del hombre ante sí mismo y como una crisis del sentido de la vida. No las recibimos -lo mismo que Jesús- de una vez para siempre. Por eso tenemos que estar siempre en vela, ya que vendrán cuando menos lo esperemos. La peor tentación -la más frecuente es no darnos cuenta de vivir en ella.

Son las mismas circunstancias de la vida las que ponen a prueba a todos los hombres. Las tentaciones no hay que ir a buscarlas, vienen solas. En la imaginación de la Biblia no son simplemente las circunstancias, es "el diablo" o "Satanás". Jesús las venció. Toda su vida consistió en anunciar que la vida de los hombres es algo más: es creer en un camino de vida que conduce hacia el Padre; es salir de uno mismo y querer vivir cada día con más amor, más justicia...; es ir descubriendo a Dios como Padre que nos ama y querer corresponder siendo sus hijos, hasta desear depender únicamente de su voluntad...

Jesús dedicó toda su vida a superarlas, hasta morir por ello y resucitar como señal y garantía para todos. Y así fue un hombre plenamente libre, su relación con los demás fue liberadora y su unión con el Padre fue total. Nosotros tenemos como un deseo imperioso que nos empuja a bastarnos a nosotros mismos, a no creernos dependientes de nadie.

a) Primera tentación: El pan y la Palabra

Es la tentación del "pan", de la comodidad. Es el problema del "hambre" y de la riqueza. La sociedad de consumo trata de dar gusto y al máximo exclusivamente al cuerpo. Me gusta o no me gusta, se ha convertido en la única norma válida de nuestra sociedad. Es decir, la satisfacción de todo placer físico por encima de todo lo demás. Es el ir tirando, la superficialidad. ¡Bastante difícil está todo para que cada uno no tenga derecho a vivir como mejor pueda! Nos lleva a buscar realidades transitorias, finitas, como si fueran lo básico de la vida. Nos lleva a creer que uno puede bastarse a sí mismo independientemente de cualquier otro y de Dios.

Pero esta forma de vivir no nos deja satisfechos. Tal vez resulte atractiva de momento, pero nos hace insensibles, tristes, sin ilusión para vivir. Nos encierra en nosotros mismos y no nos deja amar ni sentirnos amados.

Jesús siente la tentación de asegurarse comodidades, de no sufrir, de hacer su vida. Se siente hombre, con deseos frecuentes de dejar una vida tan sacrificada, tan pobre, tan sin sentido aparentemente, abocada al fracaso. ¿Qué adelantaba con ser un pobre más?, ¿para qué pasar tantas fatigas? Hace falta tener más pan, comer mejor, vivir mejor, para poder rendir más. Además una vida tan pobre y sacrificada no reflejaba su dignidad de Hijo de Dios.

El compromiso con el pueblo le haría plantearse también lo que se plantea pronto todo buen revolucionario: la revolución ¿es sólo cuestión de pan, vestido y techo? Estas cosas son importantes; por eso, toda verdadera revolución buscará la raíz que produce la miseria de tantos hombres -raíz que hoy es la propiedad privada y privante de individuos y naciones-, a la vez que hará ver que el problema del pan es algo mucho más serio y amplio. En los días de ayuno, cuando parece que todo se oscurece Jesús "sintió hambre", necesidad primaria del hombre. Está en la situación mejor para ser tentado. El "diablo" se sirve del hambre como tentación: tienes poder ilimitado..., úsalo. "Si eres Hijo de Dios", y Dios se preocupa de los hombres, es evidente que debe alimentarlos, preocuparse de ellos. Y son millones los hambrientos, millones los que lloran sin que nadie los consuele, millones los que mueren solos, despojados y errantes por el mundo. Son millones los que no encuentran el sentido de la vida...

Si Dios existe y tiene fuerza, ¿no estará obligado a resolver este problema? Si Jesús viene de parte de Dios, tendrá que resolver la gran tragedia del hambre -de todas las hambres- de los pueblos y de los individuos. Según el marxismo hace falta una revolución económica que destruya la explotación capitalista, supere la esclavitud del hambre y de la miseria y haga posible la justicia. Esto es evidente: es necesario alimentar a los hombres porque el hombre es grande sobre la tierra. Pero...

"No sólo de pan vive el hombre". Jesús no cayó en el error de convertir la revolución popular, que se estaba gestando entonces en Palestina -y que era expresión de la fe bíblica-, en una ideología del bienestar y nada más. Sentiría el atractivo de este error. De seguirlo, hubiera sufrido menos, habría sido mejor interpretado y más seguido, pero hubiera sido un falso profeta.

Jesús, ante la absolutización del pan de este mundo, nos asegura que hay un pan superior, que el hombre no sólo vive de pan -pero también-, que es necesario que se alimente "de toda palabra que sale de la boca de Dios".

Jesús supo ver que toda aquella forma de pensar no era más que una tentación. "Si eres Hijo de Dios", ponte a trabajar y a luchar para que se acabe la opresión de unos hombres sobre otros, que es lo que produce hambre y miseria. Y esto es lo que hizo Jesús. El error de la mayoría de los cristianos está en entender la religión como un recurrir al poder de Dios para que nos solucione todos los problemas. Y así han convertido la oración en un pedirle a Dios que actúe, rehuyendo toda responsabilidad personal en la transformación del mundo.

La palabra de Dios no es un añadido, sino que es lo que sustenta y lo que informa todo. Los hombres vivimos cuando nos preocupamos y ponemos en práctica toda la palabra de Dios, que coloca toda la vida humana auténtica bajo el signo de un total desinterés. Para Jesús el problema del hambre en el hombre no se puede resolver sólo a través del alimento. El hombre tiene que aceptar hasta el final su condición de buscador y caminante, tiene que conquistar su propio pan y descubrir a Dios en libertad.

El problema se plantea como una alternativa: o pan o libertad. La tentación está en pensar que sólo construye del todo el que da de comer. Así piensan normalmente los hombres que no ahondan en su realidad personal. Si Jesús hubiera optado por el pan, habría respondido al sentir del hombre en general. Según esto, el hombre sería principalmente un estómago; le bastaría con ser rico, poseer, convertir el universo en objeto de consumo disfrutar de la vida, olvidando la libertad y sus problemas, olvidando, finalmente, su trascendencia.

¿No es éste, en parte, el planteamiento del marxismo ateo y de todos los que niegan o prescinden de la existencia de Dios y de un futuro eterno para el hombre, más allá de la muerte? Nada que tenga fin podrá saciar jamás el corazón del hombre. Jesús ha preferido hacernos libres. Quiere que el hombre se realice por sí mismo y busque su pan. No quiere obligarnos con ninguna evidencia. Sabe que el hombre se realiza en el plano de la elección libre, en el riesgo, en el amor abierto hacia el misterio, hacia la plenitud y la eternidad. Amor desinteresado, agradecido, fuerte, eterno. Un amor que convierta nuestra vida -incluido el pan material- en un don hacia los otros. Un amor que tiende a saciar el hambre de los otros. Este es el fondo de la respuesta de Jesús. A partir de las necesidades de la humanidad, nuestra existencia debe convertirse en un esfuerzo, humilde y confiado, por lograr bienes que puedan saciar el hambre de eternidad y plenitud de los hombres que viven a nuestro lado. Mas ¿cómo saciar el hambre de plenitud sin llenar antes el estómago? No podemos limitarnos a saciarles -y a saciarnos- el hambre material, aunque también luchemos por ello. Correríamos el riesgo de quedarnos ahí, de pensar que no hay más.

Tenemos que ayudarles a descubrir que el principio de la vida es el amor, que Dios existe y que nos está ayudando para que nosotros mismos nos realicemos como imagen y semejanza suyas. La Iglesia, la sociedad capitalista, nosotros mismos, hemos caído en la gran tentación de buscar la riqueza en sus múltiples manifestaciones. Y hemos velado el mensaje de Jesús. Jesús nos presenta el ideal de la pobreza como camino mejor para ir venciendo esta tentación. Una pobreza que tiene que ser amor para que sea liberadora, creadora, comunicativa; para que sea bienaventuranza.

b) Segunda tentación: El poder no es liberador

Es la tentación del "poder" (la tercera en Mateo). Es creer que el camino de la libertad está equivocado y que dará más resultado recurrir a medios contundentes y de poder. El afán de poder es una tentación que viene rondando al hombre desde que vive en el mundo. El hombre ambiciona dominar, quedar encima de los demás. Es un instinto primario y voraz en todo hombre.

Este deseo de poder -lo mismo que el deseo de riquezas- es ciego, no se sacia nunca. Impide que podamos entablar en la humanidad relaciones de fraternidad, de igualdad entre todos.

Hace imposible un clima de libertad, ya que es necesario reprimir y coartar los derechos de los demás para conservar los propios privilegios, conseguidos a costa de la esclavitud de la mayoría. Los hombres estamos estructurados en sociedades que se imponen por la fuerza. El ansia de poder nos lleva a aprovecharnos unos de los otros. Este deseo de dominio va cristalizando en estructuras de poder, radicalmente injustas, que nos son impuestas y que nos envuelven. ¿Qué adelantamos, por ejemplo, con chillar contra los gastos militares y las desigualdades de trabajo que abruman a nuestro mundo? Los que mandan hacen lo que quieren, y a callar.

También son víctimas de este poder los mismos hombres que lo ejercen, ya que les impide ser libres, porque viven esclavos de él para conservarlo. El poder exige adoración, subordinarle todo lo demás. El que lucha por el poder admite que una preocupación inhumana llegue a constituir lo importante y decisivo de la vida. Y así surge el ídolo, la mentira. Es un ídolo lo que, careciendo de valor, se coloca en el centro de la vida, como si lo fuera todo, y nos pide obediencia y sumisión. El hombre anda loco constantemente detrás de los ídolos. Ceder a la voluntad de poder es ceder a todo auténtico ideal, que sólo puede apoyarse en el amor; es escoger, más que la lucha sencilla por mejorar cada realidad, el situarse en el pedestal que da el mandar, es el no servir, el no amar.

Jesús, como buen judío, experimentaría en su propia carne la opresión de su pueblo explotado y dominado por los romanos. Y es indudable que alguna clase de poder necesitan los oprimidos para deshacerse de los explotadores -individuos y naciones- y crear una sociedad donde sea imposible la dominación de unos sobre otros. Jesús quería a su nación libre de los romanos y a todo su pueblo -y a todo el mundo- disfrutando en plenitud de aquella sociedad feliz, sin clases, que habían soñado y anunciado los profetas. Para ello, hacía falta que el poder cambiara de manos, que el poder que estaba en manos de los grandes pasara a manos del pueblo para llegar a esa sociedad en la que todos fueran pueblo.

Pero sabía que hay tipos de poder y maneras de ejercerlo que no conducen a esa meta. Sólo conduce a ella el poder que forma parte del rendir homenaje y prestar servicio al Dios de la Biblia, que es lo mismo que vivir atento al grito del pobre, del oprimido, del esclavizado, y responder concretamente a este grito con la práctica del amor liberador. Parece que Jesús intentó realizar los cambios sociales por el camino del amor "no-violento", aunque el evangelio nunca nos lo presenta criticando a los zelotes, que eran los guerrilleros de su tiempo.

Para tener lo que es suyo, el pueblo no debe adorar ni someterse a nadie. El único sometimiento válido es a Dios, que consiste en buscar la auténtica libertad de todos para el bien de todos El diablo aparece como el príncipe de este mundo, el dueño. El poder total, el que los imperialismos y sistemas opresores siempre han robado al pueblo, aparece aquí en manos del diablo que lo ofrece a Jesús. Jesús no cayó en la trampa del servilismo ante los poderosos. No se doblegó ante ningún poder de este mundo. Se mantuvo totalmente fuera de las estructuras de poder de su tiempo.

Es una tentación constante de la Iglesia y de cada cristiano: tratar de llevar adelante la obra de la salvación-liberación del hombre por medios de poder y no mediante el testimonio de una vida de entrega y de servicio. Ceder a ella es aceptar una verdadera corrupción del mensaje, quedando éste absorbido por la voluntad de poder. La Iglesia ha caído de lleno en la tentación y se ha convertido en un gran poder en el mundo. De esa forma es imposible que pueda transmitir el mensaje de Jesús. Realizar una liberación profunda y total basándose en un poder recibido de los opresores del pueblo, por medio de alianzas con ellos, es una contradicción que Jesús supo detectar y superar. Según el marxismo hace falta una revolución sociopolítica, es decir, la construcción de una sociedad en la que no domine un hombre sobre otro, en la que todas las decisiones vengan desde abajo y respondan a las necesidades del pueblo. Lo difícil es el modo de conseguirlo.

Frente a todos los gobiernos de injusticias que han regido el universo, parece lógico que Jesús hubiera debido tratar de gobernar, de dominar: El lo habría hecho mucho mejor. Sin embargo, frente al ídolo del poder que le haría señor de las gentes, afirma que sólo ante Dios puede inclinarse la rodilla. Evitó el error de vencer sin convencer. No quiso reducir la liberación popular y la fe bíblica a un simple modelo político que siguiera el ritmo de los que existían entonces. Sabía que el poder que se consigue y que se ejerce en forma de dominio sobre el hombre siempre es alienante, nos pide adoración. Es verdad que con el poder se consigue con rapidez acabar con abusos si se quiere, pero es a costa de otro abuso: convertir la humanidad en una especie de colmena. Y esto es absolutamente destructor e inhumano. Dios no quiere esclavos; quiere hijos. Garantizar así el orden para todos es conseguir un buen rebaño, pero es matar al hombre.

Jesús lo rechaza: se le pide al precio de adorar a ese poder que pertenece al diablo. La misión del poder en el mundo es irse convirtiendo en algo innecesario. Nada que se obtenga con el poder o se apoye en él puede construir el reino de Dios sobre la tierra. Jesús ofrece amor, es amor; extiende ese amor callada y humildemente. Y aquí reside su autoridad.

El creyente tiene que superar, como Jesús, toda estructura de poder: entre padres e hijos, entre hermanos, entre niños y mayores, entre jefes y subordinados... Nadie tiene derecho a pedirnos que doblemos la rodilla. Sólo ante Dios debemos hacerlo. Nadie puede hablarnos de gobierno o de política cristianos.

El mal no se vence con ningún tipo de dominio, sino desde dentro de cada uno, siendo hombres nuevos que siguen el camino del amor de Jesús. En la medida en que un poder se va haciendo cristiano, va desapareciendo, porque no buscará ya su propia conveniencia, sino el bien de todos los demás. Esta utopía del hombre nuevo parece imposible. Y es así si analizamos la realidad que nos rodea por todas partes. Pero Jesús de Nazaret ha realizado este imposible: rechazó para siempre el poder y demostró con su vida entera que es posible vivir totalmente para los demás, sin mandarles, sin tener ninguna forma de poder o de dominio sobre ellos. Sólo hay un Señor -Dios- a quien adorar y una sola ocupación fundamental -el amor-. ¿Cuál es nuestra preocupación?, ¿detrás de qué va nuestra vida? Jesús nos presenta el ideal de la obediencia a la voluntad del Padre como camino para ir venciendo esta tentación. Esa obediencia-dependencia que fue el alimento de su vida (Jn 4,34). Una obediencia que irá superando ese deseo de poder que habita en el hombre por el tantas veces señalado "pecado del mundo" (Jn 1,29)

c) Tercera tentación: La fe, no el milagro

Es la tentación (segunda en Mateo) del milagro, del triunfalismo, de la superficialidad. Vivimos en la sociedad de la permisividad, de la facilidad, en la que todo carece de importancia. Hemos pasado del tabú del pecado al liberalismo de considerarlo todo como relativo: cada uno tiene su propia moral, que fundamenta en la ley del mínimo esfuerzo No se trata, naturalmente, de volver a los tabúes -con frecuencia deshumanizantes-, pero sí de ser sinceros y de reconocer que nos pasamos: en el campo del erotismo, que reduce al hombre y a la mujer a meros objetos de placer; en el campo del dinero, con gastos innecesarios; en el campo del trabajo o del estudio no damos importancia al cumplimiento del deber; en el mundo familiar cada uno hace su capricho; en el campo personal es nulo el esfuerzo por superarnos como personas responsables...

Esta tentación nos plantea el peligro que tenemos de responder fácilmente ante el sentido de la vida, de creer en un Dios fácil, un Dios que nos da todo hecho y que se adapta a nuestras conveniencias.

¿Deslumbrar o convencer? Jesús pensaría a veces que por el camino de la sencillez y de la humildad no iba a conseguir nada.

Quizá fuera mejor presentarse ante el pueblo con solemnidad, hacer ante la gente sencilla cosas maravillosas. Así todo sería más rápido... ¡y mucho más eficaz!, porque da más resultado buscar los aplausos de la gente, de la gran masa, que aplaude tanto más cuanto menos se le exige.

Jesús, al verse rodeado de multitudes entusiasmadas ante El, sentiría la tentación de impresionarlas, de demostrar con evidencia que es el Hijo de Dios. Estaba convencido de la posibilidad de una real liberación para el pueblo. Y veía un camino para lograrlo; pero ¿cómo convencer a la gente para que tomara este camino?, ¿cómo lograr que le siguieran? El tenía cualidades de jefe, hablaba bien a las masas, interpretaba sus inquietudes y sentimientos, atraía por su libertad y creatividad personales.

Se notaba en El esa "mano de Dios" que el pueblo capta con tanta facilidad. Y sentiría la tentación de usar estas cualidades para deslumbrar, sin preocuparse tanto de convencer y de formar; la tentación de comprometer a Dios en un tinglado así. ¡Cuántos tinglados de éstos conocemos hoy! Jesús está sobre "el alero del templo". Los hombres ante el milagro descubrirán que Dios está con El y aceptarán su palabra.

Pero buscar los caminos del triunfalismo es "tentar a Dios", es presentar una imagen de Dios muy equivocada, es abusar de su ayuda, es forzarle a intervenir, es no aceptarle sin pruebas evidentes.

Jesús quiere servir a Dios, no servirse de El; quiere obedecerle, no someterle. No quiere presentarnos a un Dios que elimine el riesgo y las decisiones de la libertad humana. Dios debe ser una exigencia que acompañe y aliente el riesgo de los hombres y de los pueblos que luchan por el Reino. Toda superficialidad y facilidad es traición al Dios de Jesucristo. Si Dios es liberador, no lo será imponiéndose con triunfalismos y milagros, dogmas o grandes discursos de sus representantes. Lo será si lo descubrimos junto a nosotros en la lucha revolucionaria y en el horizonte de liberación hacia el que caminamos.

Jesús vence la tentación ridícula del hombre de convertirse en ídolo. Y acepta el desierto, la debilidad, el verse ante el fracaso, la destrucción y la muerte. Ha tratado de rastrear el sentido de la vida, ahondarlo, pero sin intentar resolverlo todo de una forma definitiva. Ante las dificultades de la vida, confía en Dios, acepta a Dios sin violencia y sin pedirle pruebas. La vida y el Dios de Jesús sólo se pueden aceptar desde la fe. Del milagro que demuestra la fe y quita las dudas nos dice que es "tentar a Dios".

Rehúsa ceder al prestigio fácil de la propaganda y de la influencia sobre las multitudes: trata de liberar al hombre, no de conquistarlo ni de seducirlo con el éxito. El milagro reduce la liberación y la fe a una religión triunfalista y espectacular, de santuarios e imágenes con fama de milagrosas, de liturgias solemnísimas; a una religión que aliena al hombre sacándolo de su tarea y luchas humanas y creadoras, y que hay que aceptar sin discusión.

Según el marxismo hace falta una revolución cultural, ideológica, que nos lleve hacia una cultura popular que logre un nuevo proyecto de civilización, en la que los hombres pierdan la angustia de la búsqueda o las dudas para siempre. Son muchos los marxistas que creen tener la verdad definitiva; verdad que pueden demostrar como una ciencia porque están apoyados en la base del avance de la historia. Una vez más, la necesidad del milagro lleva al hombre a postular seguridades absolutas, a convertirse en dios.

¿No es lógico pensar que la razón la tiene el tentador? Son los signos que una y otra vez pedimos todos. De ello tenemos muchos ejemplos, muchas "apariciones". Los hombres queremos seguridades, tener evidencia de lo que es verdad y mentira, disponer de Dios y de la vida sin riesgo, creer de una vez.

Dios quiere una fe libre. No quiere lograrla con el milagro que resuelva todos los problemas y preguntas de los hombres, aunque nunca sepamos del todo el porqué. Presentimos que en el fondo hay un misterio impresionante de amor y libertad, ya que si una verdad se impone, ha dejado de ser una verdad humana; si el amor se da a la fuerza, ya no puede llamarse verdadero. Lo mismo la fe.

Hubiera sido más sencillo relacionarse con Dios a través del prodigio, de reglas científicas demostrables. Pero Dios se nos ofrece, por Jesús, allí donde surge una respuesta a su amor en libertad.

Esto debemos tenerlo claro la Iglesia y los cristianos: no tenemos demostraciones ni contamos con milagros. No podemos apoyamos exclusivamente en los efectos sacramentales con abandono de la santidad personal. Nuestra razón de ser es dar testimonio de Jesús, siguiendo su camino; el encuentro con Dios que se realiza en la hondura de la vida.

A partir de la respuesta de Jesús y por la misma constitución del hombre, los cristianos hemos de responder que no existe el milagro, la respuesta que resuelva definitivamente los problemas de la historia y de los hombres.

La ciencia tiene respuestas para los planos inferiores de la vida. La ciencia del marxismo ha descubierto las leyes de la evolución de la historia en una determinada perspectiva. Tendrán una respuesta para el planteamiento económico de la sociedad -nunca definitivo-. Pero el misterio primordial del hombre no lo podemos resolver por medio de la ciencia. El hombre se realiza en el plano de la libertad. Libremente entabla contacto con los otros; y sólo en ese campo -en un encuentro interpersonal que no se puede imponer ni resolver con ninguna fórmula- puede encontrarse con Dios, con el Absoluto.

Jesús rechaza la prueba del milagro. La Iglesia debe seguir su ejemplo. De igual forma, los marxistas deben rechazar la prueba de la ciencia. Al final de todas las respuestas está el hombre.

El hombre, que trasciende todo lo que existe sobre el mundo. El hombre, que supera infinitamente al hombre por ser imagen y semejanza de Dios. Sólo al final, allí donde existe la pura libertad, podremos encontrar la verdad definitiva, sin milagros ni verdades que deban imponerse. Sólo al final el hombre podrá encontrarse abierto al Absoluto.

Jesús nos presenta el ideal de un amor de castidad -sublimación y dominio del yo para una entrega plena a los otros en la sencillez de la vida diaria- como el mejor camino para ir venciendo esta tentación.

4. Reflexión final

Fiel a los hombres y fiel a Dios, Jesús apunta a una liberación que siempre está más allá; a un tipo de hombre y de sociedad que ahora nos parecen muy lejanos y difíciles de realizar, pero que son posibles. Son la "utopía" por la que vivimos y luchamos. Fue fiel a sí mismo, superando la tendencia al egoísmo, al afán de poder y al lucimiento o superficialidad. Fue responsable de la clase social oprimida, asumiendo una lucha concreta, pensada, creadora, y procuró que todos se sumaran a ella. Le costó la vida. Su opción está clara.

"El demonio se marchó hasta otra ocasión". Hasta el momento de jugarse la vida hasta las últimas consecuencias, cuando la represión de los poderosos ya no ofrece pactos o ceremonias esplendorosas, sino cárcel y asesinato. Es la ocasión que acabó con Jesús en la cruz.

El ejemplo de Jesús nos debe ayudar a desenmascarar nuestros caminos torcidos. Sus tentaciones, actualizadas, nos indican de qué tenemos que convertirnos hoy: del materialismo consumista, del afán de poder y competir, de hacernos un dios a la medida de los propios intereses, del "pasotismo" y del afán de placer, de la seguridad de creer... Son los ídolos de hoy, contra los que tenemos que luchar y vencer con la ayuda del Espíritu que actuó en Jesús y que actúa en nosotros si le dejamos.

¿No creemos que poseyendo más cada día seremos más felices y tratamos de llevarlo a la práctica? ¿No queremos llegar cada vez más alto, aunque sea pasando por encima de los demás, compitiendo con los que nos rodean? ¿No convertimos la fe, las prácticas religiosas, en una especie de garantía de éxito humano? ¿No queremos "ganar" siempre?...

En resumen: sobre el mundo existen únicamente tres fuerzas capaces de cautivar al hombre y dominarlo: el tener -el pan- el poder y el milagro de una ciencia que lo resuelva y solucione todo. Todas las demás tentaciones del hombre se pueden reducir a estas tres. Jesús ha rechazado cada una de esas fuerzas. No ha resuelto el problema del pan, no ha conquistado el poder universal, no ha demostrado prodigiosamente la verdad de lo divino. Quizá ahora veamos claro lo de Jesús; pero ¿y lo nuestro? ¿Responden en realidad a cada tentación cada uno de los consejos evangélicos? Yo creo que sí. Al menos presentan, juntos, una actitud de vida totalmente contraria a la que ofrecen las tres tentaciones. La victoria plena sobre estas tentaciones tipo, que se va realizando a lo largo de toda la vida, puede estar en los tres consejos evangélicos de pobreza, obediencia y amor de castidad, entendidos en toda su plenitud. Como Jesús los vivió, como los han vivido tantos cristianos que han seguido de cerca sus huellas.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 186-202

HOMILÍAS 8-14