35 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DE ADVIENTO
18-27

18.

«¿Qué tenemos que hacer?»

Hace pocos días presentaba en Madrid un nuevo libro el teólogo suizo H. Kung. Su título es "Proyecto de una ética mundial" y comienza con unas cifras estremecedoras: «Cada minuto gastan los países del mundo 1,8 millones de dólares en armamento militar. Cada hora mueren 1.500 niños de hambre o de enfermedades causadas por el hambre. Cada día se extingue una especie de animales o plantas. Cada semana de los ochenta, exceptuando el tiempo de la ll Guerra mundial, han sido detenidos, torturados, asesinados, obligados a exilarse..., más hombres que en cualquier otra época histórica. Cada mes el sistema económico mundial añade 75.000 millones de dólares a la deuda del billón y medio de dólares del tercer mundo. Cada año se destruye para siempre una superficie de bosque tropical equivalente a las tres cuartas partes del territorio de Corea».

La tesis de H. Kung es que «los acontecimientos sucedidos durante los últimos años han permitido ver con claridad que el mundo en que vivimos no conservará posibilidades de sobrevivir mientras sigan existiendo espacios para éticas diversas, opuestas o antagónicas. Un mundo único necesita un talante único fundamental: esta sociedad mundial única no necesita, ciertamente, una religión o una ideología unitarias, pero sí alguna clase de normas, valores, ideales y fines obligatorios y vinculantes. La supervivencia es imposible sin una ética planetaria. La paz mundial será imposible sin una paz religiosa, sin un diálogo de religiones».

«¿Qué tenemos que hacer?». Hasta tres veces se dirige esta pregunta al predicador del desierto, Juan el Bautista, en el evangelio de hoy. Se la hace, en primer lugar, la gente en general -las personas del pueblo sencillo, que se acercaban a recibir un bautismo de conversión-. Se la hacen, inmediatamente después, los dos grupos sociales más despreciados y odiados por el pueblo judío: los publicanos y los militares. No hacen esta pregunta ni los líderes religiosos ni los políticos de Israel. Son preguntas dirigidas al nuevo profeta por personas que vivían en Palestina, en aquel rincón del Imperio romano que prácticamente no tenía repercusión sobre el mundo conocido.

«¿Qué tenemos que hacer?». Es una pregunta que angustia a muchos de nuestros contemporáneos que viven en un mundo que se acerca a un nuevo milenio de su historia, en que todos estamos mutuamente interconectados porque ya no hay rincones irrelevantes, sino que todos formamos parte de esa aldea global en que se ha convertido nuestro grande y, también, pequeño planeta.

¿Qué tenemos que hacer los hombres de hoy, que no podemos permanecer indiferentes ante las cifras estremecedoras que hemos citado antes? Porque los europeos de este mundo de bienestar, con Maastricht o sin él, no podemos encerrarnos en la torre de marfil de una Comunidad Europea sin sensibilidad hacia los problemas de la vieja Europa del este y, sobre todo, hacia la miseria y el hambre del tercer mundo.

ETICA/FE:¿Qué tenemos que hacer los cristianos, las personas religiosas, ante una crisis mundial que afecta a nuestro planeta? Porque vivimos en una época en que se han derrumbado muchas ideologías que sostuvieron al hombre en el pasado: el racionalismo, el cientifismo y el progreso, el marxismo... Muchos de los pensadores de hoy se cuestionan si es posible llegar, por la pura razón, a una fundamentación convincente de unos principios éticos que puedan salvar a la humanidad y a nuestro planeta. Como se pregunta el mismo Kung: ¿no fracasan las fundamentaciones racionales de la ética cuando «se exige al hombre un comportamiento que ni sirve a sus intereses, ni a su felicidad, ni a la comunicación, que es más bien un comportamiento en contra de sus intereses, un "sacrificio" que, en definitiva, puede llegar hasta exigirle la propia vida? La filosofía no tiene nada que hacer con su "llamamiento a la razón", cuando asumir la obligatoriedad ética produce "dolor" existencial: ¿cómo se me puede pedir esto justamente a mí?». Era la pregunta que ya se planteó el mismo Freud: «Cuando me pregunto por qué me he esforzado siempre en ser honrado, condescendiente e incluso bondadoso con los demás, y por qué no desistí al notar que todo ello sólo me acarreaba perjuicios y contradicciones..., no tengo, a pesar de todo, una respuesta». En este contexto, H. Kung acaba citando la famosa obra de T. Beckett: «¿No habría que preferir, en lugar del insensato Esperando a Godot, una razonable confianza en Dios, como primera y última realidad que todo lo abarca y penetra?».

"Esperando a Godot" es precisamente una obra de teatro que guarda relación con el adviento: cuando los cristianos estamos en expectación, como estaban los que se acercaban al Bautista, a la espera de un Dios que se nos va a manifestar.

«¿Qué tenemos hoy que hacer?». La respuesta de Juan a los que se acercaban de las aldeas de Israel, se centra en dos actitudes: ser honestos y compartir; «no exijáis más de lo establecido», «no hagáis extorsión a nadie», «el que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, que haga lo mismo».

Honestidad y generosidad: son dos comportamientos que van en contra de los intereses humanos, que no parecen servir a la felicidad, ante los que Freud afirmaba: «No tengo, a pesar de todo, una respuesta». ¿No hay que decir que estas dos actitudes siguen siendo fundamentales para abordar la grave crisis que afecta, no ya a las aldeas de Palestina, sino a la aldea global del mundo, a pesar de que los líderes políticos, como en tiempo del Bautista, no se acerquen de corazón a preguntar: «¿Qué tenemos que hacer?».

La liturgia llama tradicionalmente al día de hoy el domingo de Gaudete. Recibe ese nombre de la exhortación a la alegría que, por dos veces, dirige Pablo a los cristianos de Filipos. El texto de Sofonías, en la primera lectura, repite continuamente palabras de gozo y alegría. ¿Puede vivirse hoy, ante las cifras mencionadas y los problemas actuales, en esa actitud de alegría?

Es importante tener en cuenta que, cuando Pablo exhorta a la alegría, lo hace desde la prisión; y que cuando Sofonías dice: «Alégrate y gózate de corazón», lo hace ante el peligro de invasión asiria. Los dos textos dan la misma razón de esa alegría a pesar de las circunstancias adversas. «El Señor está cerca», dirá Pablo; el «Señor está en medio de ti», dirá Sofonías. Y el mismo evangelio de hoy, después de presentar las exigencias de conversión del Bautista y referirse al juicio de Dios, acaba diciendo que Juan «anunciaba la buena noticia».

No podemos negar las dramáticas cifras que da H. Kung, referidas a cada minuto, hora, día, semana, mes y año del mundo en que vivimos; tampoco Pablo ni Sofonías podían negar la circunstancia adversa que les rodeaba. Pero, ¿no podemos decir que la cercanía de Dios puede dar un sentido distinto a todo? ¿No tenemos que afirmar que, desde nuestra espera de Dios, encontramos motivos para vivir, luchar, trabajar y construir? ¿No debemos decir los hombres y mujeres religiosos de nuestro tiempo que la fe en un Dios, que a todos nos ha dado la vida, confiere un halo de fraternidad a todos los que vivimos sobre un mismo planeta?

Y los cristianos, ¿no tenemos que recordar la única frase de Jesús en el Nuevo Testamento, que no se recoge en los evangelios: «Es mejor dar que recibir; es más feliz el que da que el que recibe»? ¿No nos debe brotar del corazón a los que somos seguidores de aquel que habló del grano de trigo, muerto en la tierra pero que acaba produciendo fruto, la convicción de que se nos puede exigir un comportamiento que ni sirve a nuestros intereses, ni a nuestra felicidad, y que se nos puede pedir el sacrificio hasta de la propia vida?

Es curioso constatar cómo esa convicción de que hay una felicidad en el compartir es patrimonio de los sentimientos religiosos de la humanidad. ¿No es esto lo que urgentemente necesita el mundo de hoy? ¿No es verdad que las religiones deben construir esa ética planetaria, urgente para nuestra aldea global?

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C. Madris 1994.Pág. 24 ss.


19.

"¿Entonces, qué hacemos?».

El evangelio presenta la enseñanza del Bautista a los que quieren comenzar una nueva vida (dos versículos antes Juan llama «camada de víboras» a los que se creen justos y han venido a verle por pura curiosidad). En las respuestas que Juan da a los que están realmente dispuestos a hacer penitencia -entre otros, los publicanos y los militares, despreciados por los judíos-, se muestra que el mandamiento radical del amor de Jesús estaba ya perfectamente preparado en la Antigua Alianza y podía ser algo evidente para toda conciencia no corrompida. Se trata de compartir solidariamente los propios bienes con el prójimo que no tiene lo suficiente para vestirse y alimentarse; de practicar la justicia en la recaudación de los impuestos y otras tasas; de ser moderado -algo que para los militares puede resultar difícil- en el ejercicio del poder (ni robo, ni corrupción, ni extorsión, ni exigencias desorbitadas). Lo que Juan exige a sus oyentes se puede justificar a partir de los profetas, por eso él no debe ser confundido con el Mesías que ha de venir. Este Mesías, ante el que el Bautista se humilla, trae un instrumento de purificación totalmente distinto: el Espíritu Santo, que nos mostrará nuestros pecados desde Dios y que puede quemarlos con su fuego. Es el mismo Espíritu que nos colocará también ante la decisión definitiva entre el sí y el no, el trigo y la paja. Con estas advertencias el Bautista se sitúa, como «el más grande entre los nacidos de mujer» (Lc 7,28), al final del período de preparación, contemplando ya plenamente el nuevo comienzo; y quizá es precisamente su profunda humildad lo que le permite cruzar la frontera como «amigo del esposo» (Jn 3,29), quien recibe y asume su bautismo dotándole de un contenido nuevo.

2. «No temas, Sión».

La primera lectura, en la que se invita a Israel a regocijarse, habla ciertamente del presente, pero al mismo tiempo remite al futuro: «Aquel día dirán a Jerusalén». Esto significa que ya desde ahora puede el hombre alegrarse por lo que sucederá en el futuro. Y no a medias, fluctuando entre el gozo y el temor, sino con una alegría plena que se basa en el propio gozo de Dios: «El Señor se goza y se complace en ti..., se alegra con júbilo como en día de fiesta». El Adviento no es para nosotros los creyentes un tiempo de fluctuación, de vacilación entre el temor y la esperanza, pues la venida del Salvador que se nos ha prometido es cosa cierta. La fiesta comenzará con seguridad. A nosotros se nos exige solamente que «no desfallezcan nuestras manos», en la incredulidad o la desconfianza, preguntándonos si Dios mantendrá su promesa o no. Esto vale tanto para su primera como para su segunda venida.

3. "EI Señor está cerca". En la segunda lectura, ya en el Nuevo Testamento, esta gozosa esperanza se acrecienta y se llega incluso a decir: «Nada os preocupe». Ciertamente aquí no se recomienda la pura despreocupación, sino la «alegría en el Señor», la única que proporciona esa «paz» que «sobrepasa todo juicio» y nos impide pensar que nuestra esperanza pudiera ser vana. Pero la visión anticipada del Señor, que está a punto de llegar, exige también su verificación en el amor fraterno de la comunidad, cuya «mesura» y bondad debe darse a conocer a todo el mundo, también a los que no son cristianos. La alegría por la venida del Señor debe ser apostólica. Este abandono plenamente confiado de las preocupaciones mundanas para ponerse en manos de Dios (como exige el sermón de la montaña), es cristiano sólo si va unido a la oración que implora el pan cotidiano y da gracias a Dios por los dones recibidos.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 214 s.


20.¡MAL DE MUCHOS...!

Es evidente que impresionaba Juan. Impresionaba su figura: adusto y severo, «alimentándose con saltamontes y miel silvestre, vestido con una piel de camello ceñida a la cintura», recortaba su silueta en el desierto. Impresionaba también su personalidad: «No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano», le decía sin miedo a Herodes, pasara lo que pasara. Y Jesús afirmaba de él que «no era una caña agitada por el viento, ni un hombre ricamente vestido», sino «el hombre más grande nacido de una mujer». Impresionaba igualmente la claridad con que seguía su vocación: «Yo soy la voz que clama: preparad los caminos del Señor; enderezad sus sendas». Y eso es lo que hacía en su profetismo: lanzar limpiamente su mensaje de conversión desde su «voz» y desde su «testimonio».

Pero hay algo que aún impresionaba más: la «concreción» de su mensaje. Ya que «no se andaba por las ramas» en el campo de los principios genéricos. El eslogan de Isaías lo desmenuzaba en programas prácticos, urgentes y concretos, acomodados a cada situación de la vida: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga comida, lo mismo». A unos publicanos, les dijo: «No exijáis más de lo establecido». Y a unos soldados: «No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias».

Y es que Juan tenía prisa. Era partidario de «no dejar para mañana lo que se puede hacer hoy». Era consciente de que la implantación del Reino no podía hacerse a la ligera, con optimistas programas etéreos ni con zurcidos superficiales: «El que tenía que venir» diría más tarde: «No se puede poner un paño nuevo sobre un vestido viejo, porque tirará de él y lo romperá». Y eso es lo que trataba de recomendar Juan.

Por eso predicaba una conversión persona. Que consistía primordialmente en un cambio radical de «mentalidad» y, consecuentemente, en un cambio de «actitud» ante los problemas.

Hoy día todos hablamos de «cambiar las estructuras». Y, en ese empeño, decimos que existen: la opresión, la injusticia, la explotación, la marginación, el consumismo aberrante... Pero todos esos anhelos y denuncias pueden quedarse en música celestial, si no trabaja cada uno en liberarse él de sus propios pecados. Los grandes «pecados de todos» suelen terminar siendo «pecados de nadie». Y está claro que, cuando decimos enfáticamente «todos somos opresores, o asesinos», lo que hacemos es absolver alegre y confusamente el pecado personal de cada uno. Muy bien sintetizó aquel que dijo: «¡Mal de muchos, consuelo de tontos!» O de «listos». Porque suele ser un «listillo» el que se lava las manos como Pilatos. Es como si volviera a repetir: «Allá vosotros. Yo soy inocente de la sangre...». Vivimos en una curiosa paradoja. Cuando se trata de nuestros «derechos», aquilatamos al máximo lo que se nos debe: «Esto, y esto, y esto. Más el IVA». Pero cuando se trata de nuestro compromiso con la ciudad secular o con la implantación del reino, solemos caer fácilmente en un lenguaje ambiguo, insípido y fofamente grandilocuente que, pretendiendo decir mucho, resulta que no dice nada: «Hay que hacer... Convendría que se fuera pensando... Qué bonito sería si todos...».

¡Bendito Juan! ¡Juan el de la pelliza y la voz recia! ¡Juan del vivir austero y el testimonio hasta la muerte! ¡Personaje antípoda de una caña agitada por el viento! ¡Ahora que llega la Navidad, con los despilfarros y los consumismos escandalosos, deberías volver a explicarnos algunas cosas! Dime, por ejemplo, ¿Cómo decir la verdad siempre sin molestar?.

ELVIRA-1.Págs. 200 s.


21.Frase evangélica: «¿Qué hacemos nosotros?»

Tema de predicación: EL COMPROMISO DEL CREYENTE

1. Tres veces repite Lucas una misma pregunta formulada por «la gente», por «unos publicanos» y por «unos militares»: ¿Qué hacemos? No se pregunta lo que hay que pensar, ni siquiera lo que hay que creer. El Evangelio pretende que el oyente de la palabra de Dios se convierta, es decir, que su conducta y su comportamiento estén de acuerdo con la justicia que exige el reino. La buena noticia entraña una exigencia nítida: los que tienen bienes o poder deben compartirlos con los que no tienen nada o son más débiles. Gracias a esta conversión, los pobres y menesterosos son iguales a los otros. En realidad, los pobres no preguntan, sino que están en «expectación». Preguntan, o deberían hacerlo, los que tienen dinero, cultura, poder...

2. La conversión es un cambio de conducta, más que un cambio de ideas; es tránsito de una situación vieja a una situación nueva. Convertirse es actuar de manera evangélica. El evangelio nos invita a una «conversión al futuro» que se despliega en el reino: no es mirar y volverse atrás. El futuro (que es Dios y su reino) es la meta de la llamada a la conversión. Convertirse es pasar de la no fe a la fe, lo cual incluye el paso de la no justicia a la justicia.

3. La tentación para no convertirse es quedarse en una búsqueda incesante o contentarse con preguntar sin escuchar verdaderas respuestas. Según el Bautista, la conversión exige «aventar la parva» (seleccionar o elegir), «reunir el trigo» (ir a lo medular y no andarse por las ramas) y «quemar la paja» (echar por la borda lo inservible o lo que nos inmoviliza).

4. Este domingo se denominó tradicionalmente domingo «gaudete», o de la alegría. Por dos veces nos dice Pablo que estemos alegres. Alegres por la venida del Señor, por la celebración próxima de la Navidad, por mantener la esperanza, por situarnos en proceso de conversión y por compartir con los hermanos la cena del Señor.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué nos cuenta tanto convertirnos?

¿Estamos contentos de ser cristianos?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 19931.Pág. 243 s.


22. DOMINICA GAUDETE

La Navidad cada día está más próxima. Hace días que lo notamos en la calle, aunque sea a veces por motivos comerciales.

La liturgia de hoy es también una llamada a la alegría. Pero no a una alegría de escaparates y lucecitas, sino a una alegría que mana del corazón porque sabe que aquello que espera se va a cumplir. Pese a las contrariedades, pese a los momentos difíciles, el creyente lleva siempre en su interior la convicción de estar acompañado por alguien que no le abandona. "El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré ... Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (salmo responsorial). Sí, Dios es la fuente de donde mana nuestra alegría: "No temas, Sión, no desfallezcan tus manos ... el Señor se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta" (la lectura).

Este domingo conserva en la antífona de introducción el antiguo introito: "Gaudete in Domino semper", estad siempre alegres en el Señor. De ahí surge el nombre con que tradicionalmente se conoce el tercer domingo de Adviento: Dominica Gaudete. Hagamos que la liturgia comunique el gozo por la proximidad del Señor. Nuestros cantos deberían aproximarse al máximo a los cantos propios; podemos colocar flores sobre el altar; los ornamentos que se proponen son los rosados... Estos son elementos que ayudan a que la espera del Señor sea gozosa (incluso cuando estas ayudas sensibles están ausentes).

Alegría que pide para el pueblo de Dios la oración colecta: "Concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante". Se trata de aquel "gozo rebosante de ansia espiritual" que san Benito desea para el monje que espera la santa Pascua (Regla de san Benito 49,7).

EL SEÑOR ESTÁ CERCA

Es la dinámica paradójica de la vida del cristiano: sí, pero todavía no. Afirmábamos que Dios es la fuente de donde mana nuestra alegría. La primera lectura lo reafirma con el anuncio de su presencia: "El Señor será el rey de Israel ... no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva". "Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel" (salmo responsorial). Pero este anuncio va acompañado de otro: "El Señor está cerca" (2a lectura) que nos impide creer que ya hayamos llegado al término.

Presencia y proximidad al mismo tiempo. Gozosos porque lo sabemos presente en tantas experiencias de entrega, de amor, "en cada hombre y en cada acontecimiento" (prefacio III de Adviento); porque esta su presencia no nos adormece en una falsa seguridad, sino que nos desvela el corazón y nos dice: "Sed fuertes, no temáis. Mirad a nuestro Dios que viene y nos salvará" (cf. Is 53,4, canto de comunión). El camino del Señor no está del todo preparado.

¿QUE HACEMOS NOSOTROS?

Esta pregunta la encontramos tres veces en el evangelio de hoy. Y Juan Bautista la contesta de forma muy clara y sencilla: compartir, ser justo, no aprovecharse de los demás. Esto es, vivir con autenticidad, con justicia y con respeto a los demás. Una vida llena de alegría y de serenidad; no se nos exige una vida instalada en la preocupación: "En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios" (2a lectura).

En esto consiste la paz y la alegría de Dios "que sobrepasa todo juicio". Merece la pena: el Señor está cerca.

JORDI GUARDIA
MISA DOMINICAL 1997, 16, 7-8


23.

- (La gente iba a escuchar a Juan)

Si en nuestro tiempo apareciera un personaje como Juan Bautista, tan raro, tan poco normal, seguro que las televisiones lo grabarían, vertamos sus imágenes a todas horas, todo el mundo se enteraría de su existencia y la gente hablarÍa de él en todas partes. De hecho, ahora estamos acostumbrados a saber enseguida todas las cosas sorprendentes que pasan. Y podemos pensar que, si no tuviésemos la televisión, serÍa muy difícil que supiésemos lo que ocurre en otros lugares más lejanos.

Pero el caso es que, en la época de Juan Bautista, a pesar de que no habÍa televisión ni otros medios de comunicación, mucha gente conoció la existencia de aquel predicador, y fue a verlo y a escucharlo, procedente de diferentes lugares. No sólo de los alrededores de aquel rincón del Jordán donde él se encontraba, sino de lugares apartados: de la misma Galilea, que estaba a tres días de camino, fueron muchos israelitas interesados en el cambio que Juan pedía, como Andrés y Simón Pedro, que después se convirtieron en discípulos de Jesús. Iba mucha gente, y muchos se quedaron un tiempo por allí cerca, viviendo quizás en tiendas O en cuevas, escuchando la predicación y hablando con Juan sobre el cambio de vida que él proponía.

- (La gente vivía anhelos muy fuertes)

¿Por qué tanta gente se movilizó y respondió a la llamada de Juan en una época con tan pocos medios como aquélla?

Yo diría que en el evangelio de hoy hay una pequeña frase que nos lo explica: "el pueblo estaba en expectación", dice el relato que hemos escuchado. Es decir, la gente esperaba algo, tenía ganas de que cambiasen las cosas, quería que su vida se transformara. Aquellas personas no se sentían satisfechas, y creían que Dios daría una respuesta a sus anhelos. Por eso, cuando aparece una persona como Juan que, lleno de convencimiento, habla de que Dios quiere actuar en el mundo, e invita a la gente a cambiar de manera de vivir para recibirlo, muchas personas se sienten atraídas por aquella llamada y acuden rápido. Y esto, a pesar de que lo que Juan pedía era algo serio, no era ninguna diversión: Juan, lo hemos oído, invitaba a compartir lo que cada uno tiene, invitaba a ser honesto de verdad, invitaba a no aprovecharse de la propia posición. Pero las ansias de todos aquellos israelitas eran lo bastante vivas como para superar las incomodidades de ir al Jordán y para aceptar la dureza con la que Juan pedía la conversión.

- (Tenemos que estar motivados como aquellos que acudían a Juan)

No sé si nosotros estamos ahora tan motivados como aquellos israelitas... No sé si nosotros vivimos en la expectación con que vivía aquella gente... Seguramente que no, y es una lástima. Y valdría la pena que este tiempo de Adviento nos sirviera para vivir un poco más en aquel estado de espíritu en que vivían los hombres y mujeres que estaban con Juan y los que después estuvieron con Jesús.

¿Y cómo tendríamos que vivir este estado del espíritu? Yo diría que son como tres sentimientos, tres convencimientos unidos:

1. El primero, darnos cuenta y ser conscientes del mal que hay en nuestro mundo: el sufrimiento, la desigualdad, la poca generosidad, el desinterés hacia los pobres (las personas y los países), el afán de dominio, las envidias...

2. El segundo, darnos cuenta también del mal que hay en nosotros: desde el desinterés por el sufrimiento de los demás hasta las pequeñas o grandes injusticias que cometemos; desde nuestras ganas de mandar y de imponer nuestra opinión hasta nuestra poca amabilidad o nuestra pereza.

3. Y el tercero, vivir muy a fondo el deseo de Dios, el anhelo de que nuestra vida y la de todos esté llena de este Dios que es amor, confianza, esperanza, fuerza para seguir adelante. Este Dios cercano que quiere un mundo de hombres y mujeres libres, felices, generosos. Un mundo de hombres y mujeres hijos suyos.

No, no podemos vivir la vida con desinterés, con pereza, como si nada tuviera importancia. No podemos vivir sin sentimientos fuertes, sin esperanzas fuertes, sin ilusiones fuertes. No podemos vivir marcados por la indiferencia, o por la superficialidad, o por el desengaño. Tenemos que vivir como aquella gente que iba a escuchar a Juan Bautista. Si no, ¿cómo podríamos atrevernos a mirar a aquel niño cuyo nacimiento en Belén, en los brazos de María, celebraremos dentro de diez días? ¿Y cómo podríamos acercarnos hoy a recibirlo en el pan de la Eucaristía?

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1997, 16, 11-12


24.

La revelación del Dios Creador y Salvador provoca en el hombre un gozo desbordante. Claramente lo tenemoss expresado en las dos primeras lecturas. Los profetas, cuando contemplan la definitiva actuación de Dios en la historia de la Salvación, prorrumprn rn gritos de júbilo. Es un modo maravilloso de responder a las maravilla de Dios. Ejemplo de ello es el profetas Sofonías en la primera lectura de este domingo:

- invita a Israel a alegrarse de un modo desbordante: "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén";

- el motivo de tal alegría es la presencia salvadora de Dios:"el Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. No temas, Sión, el Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva".

El cristiano tiene la salvación en plenitud. Por eso tiene también la alegría en plenitud. San Pablonos lo recuerda hoy en la segunda lectura:

- es necesario estar siempre alegres: "estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estas alegres".

- el motivo de este gozo colmado en al presencia de Cristo: "el Señor está cerca". Con la presencia del Señor es imposible la tristeza. La tristeza no tiene sentido definitivo para un cristiano.

"Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud". La alegría perfecta y plena, que deriva del sentirse amados por Dios y redimidos, que son dos formas de decir lo mismo. Una vida cristiana que no produzca alegría profunda es siempre una falsificación; entendiendo que esta alegría es una fuerza compatible con el dolor y la oscuridad.

¿Por qué se dice que las personas religiosas son aguafiestas? ¿Qué ha sucedido? Es cierto que la fe en Dios impone "seriedad", da "peso" a la existencia humana. Sería pueril negar los grandes problemas que impone la condición humana: el sufrimiento de los inocentes, la desigual repartición de bienes, las injusticias causadas por el egoísmo, las mezquindades de las envidias y rencores, etc. etc. etc. La invitación a la alegría que nos hace san Pablo, no debe hacernos olvidar estas realidades. ¡Pero esto no impide que Dios haya hecho la humanidad para la alegría! Uno de los papeles del cristiano, es recordarlo a este mundo, creer en ello a pesar de todo lo que nos lastima, y "celebrarlo" en nuestras liturgias. Nunca olvidemos que la palabra "Evangelio" significa "Buena Nueva". "Toda liturgia cristiana es un anticipio del cielo... Donde no habrá más gemidos, ni lágrimas, ni duelo, ni sufrimiento" (Apocalipsis 21,4), y cuya única ocupación será la "alabanza", la fiesta eterna, el canto, la danza, la música (Apocalipsis 4,8; Apocalipsis 5,8; 14,2; 15,2; 19,1- 8).

El gozo que sentimos al experimentar la salvación ha de ser un gozo con tendencia a la expansión; tenemos que comunicarlo a los demás.

San Pablo nos recomienda que nuestra alegría tenga una expansión entre los que están a nuestro alrededor. Tiene que ser una alegría de contagio, una alegría de testimonio: "que vuestra mesura, que vuestra bondad la conozca todo el mundo".

Nietzsche, demoledor de todo lo cristiano, escribió las más duras palabras contra todo lo oliera a cristiano: «Ellos (los cristianos) soñaron en vivir como cadáveres... Quien vive cerca de ellos vive al lado de negros estanques... Haría falta que me cantasen cantos mejores para que pudiera creer en el Salvador; haría falta que sus discípulos tuvieran un aire más de salvados».

La alegría cristiana debe ser extendida mediante una actuación justa en el mundo. El cristiano debe de ser conciente de que con su conducta expande el gozo de la salvación:

- la comunicación de nuestros bienes: "el que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo".

- la justicia en los negocios y eb todas las actuaciones públicas: "no exijais más de lo que os está fijado".

- una actuación perfecta en la administración y en todos los cargos de responsabilidad: "no hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra paga".

Nuestro egoísmo ha velado tu rostro, Señor; los hombres no pueden encontrarte, hemos fracasado...

Tú vienes al mundo siempre que alguien convierte su egoísmo en amor. ¡Pero hay tan pocos!

Hacer a Jesús presente: dar paz, alegría, justicia y amor al mundo es nuestro destino.


25.

Sofonías 3,14-18a: El Señor tu Dios, se goza y se complace en ti

Salmo Is 12,2-3.4bcd.5-6: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación

Filipenses 4,4-7: Estad siempre alegres en el Señor

Lucas 3,10-18: El os bautizará con Espíritu Santo

El profeta se dirige a Sión y la invita a la alegría porque el Señor está en medio de ella: se ha restablecido la relación personal. Como un esposo que se goza con su esposa así el Señor se alegra con Jerusalén. Los días de tristeza han pasado; con la protección del Señor Jerusalén no tiene nada que temer. Los enemigos han sido aniquilados.

El salmo responsorial es también un canto de alegría. Se le llama con razón el cántico de los redimidos, de los que han experimentado la salvación del Señor. Israel había sido afligido, ahora el Señor le devuelve la libertad, la alegría y por eso la comunidad se expresa a través de ese himno de alabanza y de acción de gracias. Así surgió la alabanza en Israel, cuando el pueblo experimentaba la presencia salvadora de Dios prorrumpía en salmos de alegría.

El texto de Filipenses es también una invitación a la alegría y el motivo es el mismo: la presencia salvadora del Señor que está cerca y que trae la paz, para que el pueblo viva en acción de gracias. La alabanza es señal de vida. Un muerto no alaba al Señor, una comunidad sin vida no glorifica a su Dios. Si hay cánticos de alegría eso significa que la comunidad vive.

Esta invitación a la alegría no es sólo para los israelitas del Antiguo Testamento que experimentaron la acción salvífica de Dios, ni sólo para la primera comunidad que hizo la experiencia de la resurrección de Cristo. También nosotros tenemos motivos para alegrarnos en el Señor. Vivimos ya los tiempos de la salvación definitiva. Ya han sido vencidos el pecado, la muerte, el dolor. Los pueblos van tomando conciencia de que han sido liberados por el Señor y que esa liberación debe reflejarse en sus vidas y actuaciones.

En el evangelio tenemos algunos puntos de la predicación de Juan Bautista que nos muestran cómo nosotros debemos vivir nuestra vocación de salvados. Juan centra su predicación en la generosidad. En el reino de Dios lo mínimo que se exige es que todos tengan la necesario para la vida: el pan y el vestido. No podríamos considerarnos cristianos si en nuestra comunidad hay hambre y desnudez. Es decir, hay que cumplir el mandamiento de amor al prójimo.

A los cobradores de impuestos y a los soldados (mercenarios) no se les impone cambiar de profesión. Todos, en cualquier posición en que se encuentren, están llamados al arrepentimiento, porque no son las circunstancias exteriores las que definen al hombre, sino su relación con Dios. Juan pide que se cumpla con la justicia. A los publicanos se les demanda no extorsionar al pueblo, a los soldados no cometer abusos e injusticias. En una palabra, Juan pide compartir y no dejarse llevar de la codicia. No enseña nada que no estuviese ya mandado. Después de la resurrección de Cristo Lucas presentará estas exigencias como condición de la comunidad de los cristianos. Y vuelve el tema de la alegría: todos tomaban su alimento con alegría (Hech 2,.46).

El compartir con generosidad es señal de que se ha aceptado a Jesús como salvador y se quiere vivir su mensaje. Por eso añade Lucas en Hechos que todos alababan a Dios. Lo alababan para darle gracias por la salvación.

La frase: no merezco desatarle la correa de sus sandalias ha sido interpretada como signo de humildad, pero la intención de Juan es más profunda. Esta frase la leemos en el contexto de la ley del levirato. Cuando el que debía casarse con la esposa de su hermano difunto renunciaba a ese derecho, se le quitaban las sandalias. A Juan se le ha preguntado si él es Mesías. Al decir que no es digno de desatar la correa de sus sandalias está afirmando que él no tiene pretensiones mesiánicas, el verdadero esposo es Jesús. Entre los discípulos de Juan algunos quisieron contraponerlo al Mesías. Juan nos dice cuál es su verdadera función para evitar falsos entendidos.

El os bautizará con Espíritu Santo: anuncia la futura donación del Espíritu, el tiempo de la Iglesia donde los fieles se incorporarán a ésta por el bautismo y la imposición de manos. También en Juan a pesar de su austeridad aparece el tema de la alegría, por que él anuncia igualmente la buena nueva.

Ahora que nos estamos preparando para celebrar la Navidad debemos dar cabida en nuestros corazones a la alegría, por la cercanía Señor salvador y porque podemos compartir con gozo lo que tenemos. En Navidad no hay motivo para la tristeza; una comunidad triste por la pobreza, por la escasez es señal de que no vive el mensaje del evangelio.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


26. 2003 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

El texto del profeta Sofonías nos habla de un tiempo poco antes del reinado de Josías. El país se hallaba sumido en la mayor miseria moral y hacía tiempo se dejaba sentir la amenaza de Asiria. Sofonías, testigo de los grandes pecados de Israel y del duro castigo con que Dios va a purificar a su pueblo, preanuncia la restauración y redención que Dios va a obrar. A los beneficiarios de ella los llama el “resto”. Con este “resto” creará Dios un pueblo nuevo.
Al final de su libro Sofonías vislumbra algunas luces de esperanza: el rey Josías se presenta como un gran reformador y Asiria parece aflojar por el momento su cerco. Es la ocasión para anunciar días mejores para Jerusalén e invitar a la alegría a través de una gran fiesta en la que todo serán danzas, alegría y regocijo.
Israel rebosa gozo porque el Señor ha cancelado todas sus deudas o el castigo de sus pecados (la cautividad). El Señor establece su trono en Sión. Con Rey tan poderoso y Padre tan misericordioso nada tiene que temer nunca más (v.14-15). Ahora ya no es Israel el que se goza en el Señor; es el mismo Señor quien se goza con su nuevo pueblo. Es como el “esposo” que se goza en la “esposa”. Muchas veces en los profetas la “Alianza” es presentada como “Desposorio”: “Yahvé, tu Dios, está en medio de ti; exulta de gozo por ti y se complace en ti; te ama y se alegra con júbilo; hace fiesta por ti” (v.16-17).
Los textos de la liturgia de hoy nos invitan a la alegría. Ese es el modo de esperar al Señor: la auténtica alegría del pueblo de Dios es Cristo, el Mesías largo tiempo esperado. A los filipenses Pablo les recomienda: “Alegraos siempre en el señor. Otra vez os digo, alegraos”.
El pasaje de Lucas nos habla del testimonio de Juan Bautista, el precursor. Su predicación impresiona al pueblo, la gente se acerca para preguntarle: “¿Qué debemos hacer?” (v.10), es una prueba de que han comprendido el mensaje, perciben que el bautismo de Juan exige un comportamiento. La respuesta llega enseguida: compartan lo que tengan: vestido, comida, etc. (vv. 10-11).
No se pregunta lo que hay que pensar, ni siquiera lo que hay que creer. El Evangelio pretende que el oyente de la Palabra de Dios se convierta, es decir, que su conducta y su comportamiento estén de acuerdo con la justicia que exige el Reino. La buena noticia entraña una exigencia nítida: los que tienen bienes o poder deben compartirlos con los que no tienen nada o son más débiles. Gracias a esta conversión, los pobres y menesterosos son iguales a los otros. En realidad, los pobres no preguntan, sino que están en “expectación”. El “¿qué debemos hacer?” lo deberían preguntar quienes tienen el dinero, la cultura, el poder... porque la exigencia básica, según la Biblia, es compartir.
La conversión es un cambio de conducta más que un cambio de ideas; es la transformación de una situación vieja en una situación nueva. Convertirse es actuar de manera evangélica. El evangelio nos invita a una “conversión al futuro” que se despliega en el Reino. No es mirar y volverse atrás. El futuro (que es Dios y su reinado) es la meta de la llamada a la conversión.
La tentación para no convertirse es quedarse en una búsqueda permanente o contentarse con preguntar sin escuchar respuestas verdaderas. Según el Bautista, la conversión exige “aventar la parva” (saber seleccionar o elegir), “reunir el trigo” (ir a lo más importante y no quedarse en las ramas) y “quemar la paja” (echar por la borda lo inservible o lo que nos inmoviliza); acoger la Buena Nueva de la venida del Señor requiere esa conversión. Con nuestros gestos discernimos lo que nos acerca de aquello que nos aleja de la llegada del Señor. Este día Dios discernirá entre el trigo y la paja que haya en nuestra conducta.
Este domingo se denominó tradicionalmente domingo “gaudete”, o de alegría. Por dos veces nos dice Pablo que estemos alegres, alegres por la venida del Señor, por la celebración próxima de la Navidad, por mantener la esperanza, por situarnos en proceso de conversión y por compartir con los hermanos la cena del Señor.
En la Biblia, la alegría acompaña todo cumplimiento de las promesas de Dios. Esta vez el gozo será particularmente profundo: “El Señor está cerca” (Flp 4,5). Toda petición a Dios debe estar apoyada en la acción de gracias (v. 6). La práctica de la justicia y la vivencia de la alegría nos llevarán a la paz auténtica, al Shalom (vida, integridad) de Dios.
¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que muchos nos podemos formular hoy. La respuesta de Juan Bautista no es teoría vacía. Es a través de gestos y acciones concretas de justicia, respeto, solidaridad, y coherencia cristiana, como demostramos nuestra voluntad de paz, vamos construyendo un tejido social más digno de hijos de Dios, vamos conquistando los cambios radicales y profundos que nuestra vida y nuestra sociedad necesitan. Pero para eso, es necesario purificar el corazón, dejarnos invadir por el Espíritu de Dios, liberarnos de las ataduras del egoísmo y el acomodamiento, no temer al cambio y disponernos con alegría, con esperanza y entusiasmo a contribuir en la construcción de un futuro no remoto más humano, que sea verdadera expresión del Reino de Dios que Jesús nos trae, y así poder exclamar con alegría: ¡venga a nosotros tu Reino, Señor!



Para la revisión de vida
Buen tiempo, éste de adviento, para hacerse la pregunta que se hacía la gente al escuchar a Juan: "y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Pregunta de conversión que también yo debo hacerme. A la luz de este evangelio, ¿qué respuesta creo que me daría el radical profeta Juan?, ¿qué debo hacer?

Para la reunión de grupo
-En la próxima Navidad volvemos a recibir la alegría y el alborozo del nacimiento de Cristo. Pero, preguntémonos: ¿se ven por algún sitio, en nuestro mundo, en nuestra patria, en nuestra sociedad los signos de la llegada Reinado de Dios? ¿Es Navidad en el mundo? ¿Dónde nace Jesús? ¿Qué significa realmente ser navidad? ¿Les llega a los pobres la salud, la vida, el empleo, la justicia... las Buenas Noticias? ¿Qué podemos hacer para que esta navidad nazca efectivamente Jesús a nuestro alrededor?
-¿Es la Navidad una celebración muy “occidental” además de cristiana? ¿La celebra también en nuestra región algún grupo étnico o religioso diferente del nuestro? ¿Sería coherente con el sentid cristiano de la Navidad el acercarnos y establecer contacto, diálogo, conocimiento mutuo, posible colaboración?


Para la oración de los fieles
-Para que en este adviento sigamos alimentando nuestra esperanza, chequeándola, profundizándola y compartiéndola, roguemos al Señor
-Por todos los que en estos días cercanos a la navidad se sienten tristes o nostálgicos, lejos de sus familias, en soledad... para que la potencia de su amor supere todas esas distancias y les haga sentirse en comunión universal...
-Para que nos preparemos a la celebración de la navidad con realismo tratando de hacer que "efectivamente nazca Jesús" a nuestro alrededor...
-Para que la lejanía en que hoy día se ubica la utopía que todos los soñadores buscamos, no nos conduzca a la resignación o al fatalismo, sino que quede superada en la constancia, en la fe sin claudicaciones, en la resistencia y el esfuerzo por acercar una y otra vez la utopía del Reino...
-Para que en estas vísperas de navidad la austeridad de Juan Bautista, el precursor, nos recuerde que la sobriedad en el gasto motivada por el deseo de compartir con los más necesitados, es para los pobres una buena noticia que anuncia la efectividad del nacimiento de Jesús...


Oración comunitaria
Oh Dios y Padre-Madre de todos los seres humanos: al acercarse las entrañables fiestas de la navidad te pedimos que hagas aflorar en nuestras vidas lo mejor de nuestro propio corazón, para que podamos compartir con los hermanos que nos rodean tu ternura, tu mismo amor, del que nos has hecho partícipes. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, hermano nuestro. A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


27.

Nexo entre las lecturas

Los textos litúrgicos de este tercer domingo de adviento son un himno a la alegría. Alegría para los habitantes de Jerusalén que verán alejarse el dominio asirio y la idolatría y podrán rendir culto a Yahvéh con libertad (primera lectura). Alegría de los cristianos, una alegría constante y desbordante, porque la paz de Dios "custodiará sus mentes y sus corazones en Cristo Jesús" (segunda lectura). Alegría del mismo Dios que exulta de gozo al estar en medio de su pueblo para protegerlo y salvarlo (primera lectura). Alegría que comunica Juan el Bautista al pueblo mediante la predicación de la Buena Nueva del Mesías salvador, que instaurará con su venida la justicia y la paz entre los hombres (Evangelio).


Mensaje doctrinal

1. ¿Por qué alegrarse?. Son varias las causas que se hallan en los textos litúrgicos.

1) Primeramente, porque Dios ha anulado tu sentencia. Sofonías imagina a Yahvéh como a un jefe de tribunal que, después de haber dictado sentencia condenatoria, la anula. ¿Cómo no alegrarse? Históricamente se refiere a la pesante opresión que el imperio asirio ejercía sobre el reino de Judá en tiempo del rey Josías, y de la que Yahvéh le ha liberado (primera lectura).

2) Alegrarse, porque Yahvéh está en medio de ti. Esa presencia divina de poder y de salvación libra de todo miedo, y renueva al reino de Judá con su amor. Es una presencia protectora y segura (primera lectura).

3) Alegrarse, porque el cristiano posee la paz de Dios que supera toda inteligencia (segunda lectura). Esa fe de Dios, que es fruto de la fe y del bautismo, y que se experimenta de modo eficaz en la celebración litúrgica, cuando "presentamos a Dios nuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias" (segunda lectura).

4) Finalmente, alegrarse porque Juan el Bautista, el precursor, proclama la Buena Nueva de Cristo (Evangelio) y, con él y como él, todos los precursores de Cristo en la sociedad y en el mundo. Por todo ello, podemos decir que el cristianismo es la religión de la alegría. Pero, alegría en el Señor, como nos recuerda san Pablo.

2. La alegría del precursor. La alegría de Juan el Bautista está expresada mediante tres imágenes. La imagen del patrono y del siervo, con lo que indica la superioridad de Jesús sobre Juan. Jesús es como el patrón que cuando llega del campo o de la ciudad tiene a su disposición un siervo (Juan el Bautista) que le desate la correa de las sandalias. Juan está alegre porque el Mesías, su patrono, está por llegar. Usa también la imagen del agricultor que al llegar el verano, siega las espigas, las trilla, separa mediante el bielde el grano de la paja, guarda el grano y quema la paja. La alegría de Juan es la alegría de quien recoge el fruto de su trabajo, el fruto de tantos otros profetas que prepararon junto con él la venida del Mesías. Por último, Juan se alegra porque, mientras él bautiza en agua, el que está por venir, es decir, el Mesías, bautizará en Espíritu Santo y fuego. O sea, en Espíritu santo que es fuego purificador del pecado, fuego impulsor y difusor de grandes empresas. En el bautismo el cristiano recibe al Espíritu, uno de cuyos primeros frutos es la alegría.

3. El evangelio de la alegría. Reflexionando sobre la perícopa evangélica, el Evangelio de la alegría se dirige a todo tipo de personas: a la gente en general, a los publicanos, a los mismos soldados. Este Evangelio consiste sobre todo en la donación y amor al prójimo, que cada categoría debe vivir según sus circunstancias. Así la gente es invitada a compartir con los más necesitados el vestuario y la comida. Los publicanos vivirán el amor fraterno cobrando los impuestos con exactitud y justicia, sin adiciones egoístas de lucro personal. Respecto a los soldados, por un lado que estén contentos con el salario que reciben, suponiendo que es justo; por otro lado, que a nadie extorsionen y a nadie denuncien falsamente. En resumen, el Evangelio de la alegría se implanta y produce frutos magníficos allí donde se vive el mandamiento del amor, cada uno según su profesión y su condición de vida.


Sugerencias pastorales

1. Alegrarse ya del futuro. Sofonías anuncia la liberación de Jerusalén y Judá, pero todavía no ha llegado. Con todo, ya el mismo anuncio debe ser causa de alegría. Juan Bautista goza ya por anticipado de la venida del Mesías, aunque todavía no se haya hecho presente. Los cristianos vivimos con alegría este período de adviento, aun a sabiendas de que la Navidad no ha llegado todavía. Los cristianos estamos afincados en el presente, pero con la mirada puesta en el futuro, que ha de ser siempre fuente de alegría. Hay un viejo refrán que dice: "Todo tiempo pasado fue mejor". Ciertamente no es verdad, y menos para el cristiano. El cristiano, hombre de la esperanza, dirá más bien: "Todo tiempo futuro será mejor" y esto le infunde una grande alegría. Mejor, no precisamente por mérito de los hombres, sino por acción misteriosa y eficaz del Espíritu Santo en la historia y en las almas. Mejor, porque el progreso científico, y sobre todo moral de la humanidad, sin olvidar la ambivalencia y deficiencias del progreso, contribuye de alguna manera al reinado de Dios en el tiempo y en la vida de los hombres. Y ¿cómo no alegrarnos del futuro si estamos convencidos de que el futuro está en manos de Dios, porque Él es el Señor de la historia y quien tiene en su poder las llaves del futuro? Incluso en medio de la prueba y de la tribulación, el futuro sonríe al cristiano maduro en su fe.

2. Alegría y paz. Amor, alegría y paz son dones del Espíritu Santo. En cuanto dones del Espíritu Santo sería un error identificar el amor con el sentimiento amoroso o con los amoríos, la alegría con las alharacas y la paz con la ausencia de guerra, destrucción y muerte. La paz de Dios es algo, nos dice san Pablo, que supera toda inteligencia. Y lo mismo vale para la alegría. Siendo dones del Espíritu Santo, únicamente quien las ha recibido por la fe, está en condiciones de experimentarlas, conocerlas, poseerlas, disfrutarlas, transmitirlas. Hay una cierta reciprocidad entre ambos dones del Espíritu. La paz que habita en el alma del creyente inspira una alegría interior atrayente, que se manifiesta en el talante de la persona, que se contagia hasta con la sola presencia. Por su parte, la alegría de la que el Espíritu dota al creyente, transmite paz y orden en la vida, serenidad y armonía, y sobre todo una especie de ataraxía, de imperturbabilidad espiritual, que provoca en todos admiración. ¿Por qué no pedir al Espíritu Santo que nos conceda más abundantemente estos dones de la paz y de la alegría para prepararnos a la Navidad? Alegrémonos en el Señor. Vivamos la Paz de Dios. La Navidad está ya a las puertas.

P. ANTONIO IZQUIERDO