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HOMILÍAS MÁS
PARA EL
DOMINGO II DE ADVIENTO
(20-28)
20. 2003
El tiempo de adviento es tiempo de esperanza y de apertura al cambio: cambio de vestido y de nombre (Baruc), cambio de camino (Isaías). Cambiar para que todos puedan ver la salvación de Dios.
En un bello poema Baruc canta con fe jubilosa la hora en que el Eterno va a cumplir las promesas mesiánicas, va a crear la nueva Jerusalén, va a dar su salvación. Jerusalén es presentada como una “Madre” enlutada por sus hijos expatriados. Dios regala a Sión, su esposa, la salvación como manto regio, le ciñe como diadema la “Gloria” del Eterno. La Madre desolada que vio partir a sus hijos, esclavos y encadenados, los va a ver retornar libres y festejados como un rey cuando va a tomar posesión de su trono. Le da un nombre nuevo simbólico: “Paz de Justicia-Gloria de Misericordia”; es decir, Ciudad-Paz por la salvación recibida de Dios. Ciudad-Gloria por el amor misericordioso que le tiene Dios.
Haciéndose eco de los profetas del destierro, Baruc dice una palabra consoladora a un pueblo que pasa dificultad: “El Señor se acuerda de ti” (5,5). Ya el segundo Isaías se había preguntado: “¿Puede una madre olvidarse de su criatura? (...) pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré” (Is 49,15). El Dios fiel no se olvida de Jerusalén, su esposa, que es invitada ahora a despojarse del luto y vestir “las galas perpetuas de la Gloria que Dios te da” (5,1). Es la salvación que Dios ofrece para los que ama, de los que se acuerda en su amor.
Dónde está nuestro profetismo cristiano? El profeta no es un adivino, ni alguien
que pre-dice los acontecimientos futuros. El profeta se enfrenta a todo poderío
personal y social, habla desde el “clamor de los pobres” y pretende siempre que
haya justicia. Obviamente le preocupa el futuro del pueblo, la situación
sangrante de los pobres. Los profetas surgen en los momentos de crisis y de
cambios para avizorar una situación nueva, llena de libertad, de justicia, de
solidaridad, de paz.
La misión del profeta cristiano es cuestionar los “sistemas” infieles al
Espíritu, defender a toda persona atropellada y a todo pueblo amenazado, alentar
esperanzas en situaciones catastróficas y promover la conversión hacia actitudes
solidarias. Tiene experiencia del pueblo(vive encarnado) y contacto con Dios (es
un místico), y de ahí obtiene la fuerza para su misión. Por medio de los
profetas, Dios guía a su pueblo “con su justicia y su misericordia” (Bar 5,9).
El profeta “allana los caminos” a seguir.
En el evangelio, al llegar la plenitud de los tiempos, el mismo Dios anuncia la cercanía del Reino por medio de Juan y asegura con Isaías que “todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,6). Para el Dios que llega con el don de la salvación debemos preparar el camino en el hoy de nuestra propia historia.
Juan Bautista, profeta precursor de Jesús, fue hijo de un “mudo” (pueblo en silencio) que renunció al “sacerdocio” (a los privilegios de la herencia), y de una “estéril” (fruto del Espíritu). Le “vino la palabra” estando apartado del poder y en el contacto con la bases, con el pueblo. La palabra siempre llega desde el desierto (donde sólo hay palabra) y se dirige a los instalados (entre quienes habitan los ídolos) para desenmascararlos. La palabra profética le costó la vida a Juan. Su deseo profético es profundo y universal: “todos verán la salvación de Dios”. La salvación viene en la historia (nuestra historia se hace historia de salvación), con una condición: la conversión (“preparad el camino del Señor”). ¿Qué debemos hacer para ser todos un poco profetas?
La invitación de Isaías, repetida por Juan Bautista y corroborada por Baruc, nos invita a entrar en el dinamismo de la conversión, a ponernos en camino, a cambiar. Cambiar desde dentro, creciendo en lo fundamental, en el amor para “aquilatar lo mejor” (Flp 1,10). Con la penetración y sensibilidad del amor escucharemos las exigencias del Señor que llega y saldremos a su encuentro “llenos de los frutos de justicia” (1,11).
Esa renovación desde dentro tiene su manifestación externa porque se “abajan los montes”, se llenan los valles, se endereza lo torcido y se iguala lo escabroso (Bar 5,7). Se liman asperezas, se suprimen desigualdades y se acortan distancias para que la salvación llegue a todos. La humanidad transformada es la humanidad reconciliada e igualada, integrada en familia de fe: “los hijos reunidos de Oriente a Occidente” (Bar 5,5). Convertirse entonces es ensanchar el corazón y dilatar la esperanza para hacerla a la medida del mundo, a la medida de Dios. Una humanidad más igualitaria y respetuosa de la dignidad de todos es el mejor camino para que Dios llegue trayendo su salvación. A cada uno corresponde examinar qué renuncias impone el enderezar lo torcido o abajar montes o rellenar valles. Nuestros caminos deben ser rectificados para que llegue Dios.
Adviento debe ser el tiempo fuerte para nuestra transformación, para nuestro encuentro con Dios, con ese Dios hecho Ser humano para salvarnos, para meterse muy dentro de lo nuestro.
Dejémonos impregnar por la gracia de este acontecimiento que se nos aproxima, dejemos que estas celebraciones de la Eucaristía y de la liturgia de estos días nos ayuden a profundizar el misterio que estamos por celebrar.
Unidos en la esperanza caminamos juntos al encuentro con Dios. Pero al mismo
tiempo, Él camina con nosotros señalando el camino porque “Dios guiará a Israel
entre fiestas, a la luz de su Gloria, con su justicia y su misericordia” (Bar
5,9).
Para la revisión de vida
-Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos...¿qué caminos torcidos hay en mi vida? ¿Qué es lo que El quiere que yo enderece en mi vida personal? Y, ¿sobre qué caminos torcidos de la sociedad puedo y debo influr para endereçarlos?
Para la reunión de grupo
-¿Cuales son los grandes caminos torcidos hay en la sociedad de hoy, las causas más influyentes en el malestar de esta sociedad muncial conmocionada por la inseguridad, la tensión, el terrorismo?
-¿Qué caminos se puede construir para la esperanza en esta sociedad? ¿Cómo enderezar caminos para que llegue más expedito el Reinado de Dios?
-¿Cómo vive este tiempo inmediato a la Navidad el común del pueblo?
-Se dice que "cambió el paradigma", y "ya no estiempo de profetismo, sino de sabiduría", ya no es tiempo de denuncias, sino de exilio y de contemplación… ¿Estamos de acuerdo? ¿Por qué?
-Comentar: la misión del Bautista como precursor de Jesús y la misión de los
cristianos hoy como preparadores de los caminos de Dios en un tiempo de
pluralismo religioso. ¿Qué ideas u opiniones tenemos acerca de la conversión?
Para la oración de los fieles
-Para que en este tiempo de Adviento, alimentemos nuestra esperanza y la de los demás, dando testimonio concreto, con nuestro compromiso, de que el mundo puede cambiar y de que la esperanza es posible, roguemos al Señor.
-Para que no nos falten profetas en este desierto en el que se dice que ya pasó la hora del profetismo y sólo es hora de "sabiduría silenciosa"...
-Por todos los que tienen vocación de profecía, para que la secunden y no nos priven de ese don de Dios que a todos nos pertenece...
-Por todos los que gritan y claman proféticamente: para que no se cansen, aunque se sientan "voz que clama en el desierto"...
-Ante el aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, oremos por la sociedad civil, para que cada vez cale más en ella una conciencia de su obligatoriedad, su necesaria observación y complimiento, su mundialización…
-Por el mundo entero, para que demos pasos hacia un mundo donde sean efectivos
todos los derechos humanos...
Oración comunitaria
Oh Dios Padre y Madre, que hiciste a Juan Bautista preceder a tu hijo Jesús,
anunciándolo y clamando por la conversión; haz que también nosotros seamos
siempre "precursores" de tu Hijo, enderezadores de los caminos por los que
cada día estás queriendo venir a nosotros, Él, que vive y reina contigo por
los siglos de los siglos.
Oh Dios de todos los pueblos, que has enviado a lo largo de los siglos
mensajeros, profetas y precursores tuyos para todos los pueblos; te pedimos
que nosotros los cristianos reconozcamos tu presencia en todos ellos, y nos
alegremos de tu acción constante y callada en todos los pueblos y en todas las
religiones, hasta el día en que llegue el Adviento de tu Reinado para todos
los seres humanos. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, nuestro
hermano mayor. Amén.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
21.
Nexo entre las lecturas
En la Navidad la Palabra de Dios se hará carne, pero ya en la liturgia del
Adviento la Iglesia quiere que meditemos sobre la Palabra y la vayamos
interiorizando en nuestra alma. San Lucas nos dice que la Palabra de Dios fue
dirigida a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (Evangelio). El profeta Baruc
contempla a los hijos de Jerusalén que vivían en el destierro "convocados desde
oriente a occidente por la Palabra del Santo y disfrutando del recuerdo de Dios"
(primera lectura). San Pablo muestra su alegría a los filipenses por la
colaboración que han prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy, es
decir, a la Palabra de Dios convertida en Buena Nueva para los hombres (segunda
lectura).
Mensaje doctrinal
1. Las etapas de la Palabra. "En el principio existía la Palabra". Esa
Palabra divina, antes de encarnarse en Jesús de Nazaret, ha hecho un largo
recorrido por la historia humana. La liturgia nos presenta algunas de esas
etapas milenarias:
1) La Palabra que habla del futuro, un futuro transformado por el poder de Dios,
para dar ánimo y consolación a los hombres. Es la Palabra, por ejemplo, del
profeta Baruc. En lenguaje poético imagina el profeta a Jerusalén vestida como
una madre en luto por haber perdido gran parte de sus hijos. Baruc entona un
canto a la ciudad de Jerusalén renovada, transformada por la mano poderosa de
Dios: "Vístete ya con las galas de la gloria de Dios".
2) La Palabra que habla al presente en el que el pasado llega a su cumplimiento.
En Juan Bautista se cumple el oráculo de Isaías: "Voz del que clama en el
desierto: preparad los caminos del Señor, enderezad sus sendas". Llega al
presente de la vida de los judíos (Pilatos procurador de Judea, y Herodes
tetrarca de Galilea, regiones habitadas en gran parte por los judíos) y de la
vida de los paganos (Filipo tetrarca de Iturea y de Traconítide, Lisanias
tetrarca de Abilene, regiones paganas). La Palabra dirigida al futuro es sobre
todo Palabra de aliento y consolación; la Palabra encaminada hacia el presente
es más bien Palabra de exhortación y compromiso, de conversión para el perdón de
los pecados.
3) La Palabra que diariamente se vive y con la que se colabora con amor y gozo.
La Palabra de Dios se hace vida en la cotidianidad de los cristianos y en sus
quehaceres diarios. Y todos están llamados a colaborar con el Evangelio, con la
Palabra de la Buena Nueva, para que llegue a todos los rincones del imperio
romano y hasta los confines del mundo.
2. Las cualidades de la Palabra.
1) La Palabra de Dios es universal en su destino, porque siendo Palabra de
salvación va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos: a los judíos y
paganos de tiempos de Juan el Bautista y de Jesucristo, a los americanos,
asiáticos, africanos, europeos y oceánicos de nuestros días (Evangelio).
2) La Palabra de Dios es unificadora: une a todos los dispersos de Israel para
ponerse en camino desde oriente y occidente a fin de formar el pueblo de Dios
que le rinde culto en Jerusalén (primera lectura). Tiene fuerza para unificar a
todos los cristianos de nuestros días y a todos los hombres.
3) La Palabra de Dios es personalizada y a la vez comunitaria: apela a un
hombre, pero para que la haga llegar a todo el pueblo (Evangelio). Hoy como ayer
sigue habiendo hombres carismáticos a quien Dios dirige su Palabra, pero en
función de la comunidad eclesial y de la misma comunidad humana.
4) La Palabra de Dios es como una semilla que va creciendo hasta lograr
convertirse en espiga: "Quien inició en vosotros la obra buena, la irá
consumando hasta el día de Cristo Jesús" (segunda lectura).
5) La Palabra de Dios no es para ponerla bajo un cacharro, sino para proclamarla
públicamente como hizo Juan: "Y se fue por toda la región del Jordán proclamando
un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Evangelio) y como
luego hará Jesús, que recorrerá todas las ciudades y aldeas proclamando el
Evangelio de Dios.
Sugerencias pastorales
1. La Palabra de Dios hoy. La carta a los Hebreos nos dice que la Palabra
de Dios es viva y eficaz, cortante como espada de doble filo (4,12). El texto
sagrado no dice fue o será, sino es. Dios sigue hablando a los hombres en el hoy
de la historia. La misma Palabra que habló por medio de los profetas, que resonó
en los labios de Juan el Bautista, que se encarnó en Jesucristo, que fue
proclamada por los apóstoles. Dios desea continuar su diálogo con el hombre. Si
en nuestro tiempo no se percibe la Palabra de Dios, no es que haya dejado Dios
de hablar, sino que hemos silenciado consciente o inconscientemente su voz. Dios
nos habla por medio de la Escritura sagrada leída e interiorizada en la oración;
nos habla en las acciones litúrgicas de la Iglesia, sobre todo en la celebración
eucarística, cuya primera parte está dedicada a la liturgia de la Palabra. Dios
nos habla por medio de los pastores, de los obispos en sus diócesis, del Papa en
toda la Iglesia como pastor universal. Dios nos habla por medio de los profetas,
esos hombres de Dios que interpretan los acontecimientos de la vida y de la
historia desde Dios y movidos por el mismo Dios. Dios nos habla por medio de los
mártires y de los santos, que con su sangre y su vida gritan a la humanidad el
misterio insondable de Dios, del tiempo y de la eternidad, del vivir histórico
del hombre. Dios habla por medio de la conciencia, para que en fidelidad a ella
seamos salvados y colaboremos con Cristo en la obra de la salvación. Dios
prosigue hablándonos a los hombres de muchas maneras. ¿Escuchamos su voz?
Hagámoslo antes de que sea tarde...
2. Palabra de salvación. La Palabra de Dios viene a la historia, se
encarna en Jesús de Nazaret para hablarnos de salvación. En el Evangelio la cita
de Isaías ha sufrido un cambio significativo: en lugar de "todos verán la gloria
de Dios" san Lucas dice: "Todos verán la salvación de Dios". En la Navidad, los
cristianos, todos los hombres de buena voluntad, vemos esa salvación de Dios. En
la Navidad resuena una Palabra de salvación. Digamos mejor: es la única Palabra
que resuena en esa noche santa. Estamos muy acostumbrados por la historia a
dividir a los hombres en buenos y malos, en conservadores y progresistas, en de
izquierda y derecha, en bandos e ideologías. La Palabra de Dios parece pasar por
encima de todas esas divisiones. La Palabra de Dios no divide, une a todos en el
anhelo y en la gozosa posesión de la salvación, que Dios nos manda encarnada en
un Niño. Dios quiere que su Palabra de salvación sea eficaz en nuestros días y
en nuestras vidas. Dios nos impulsa a que dejemos obrar eficazmente su Palabra
de salvación. ¿Qué obstáculos encuentro en mi vida y en mi ambiente? ¿Qué hago o
qué puedo hacer para que la Palabra de Dios sea viva y eficaz en mí y en mis
hermanos?
P. Antonio Izquierdo
22. DOMINICOS 2003
El evangelio de este segundo
domingo de Adviento saca a escena una figura impresionante: la de Juan el
Bautista, el precursor. Como hizo en su tiempo, clama hoy en el desierto
invitando a la conversión: “preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.
Su voz anuncia al mismo tiempo, como el profeta Baruc en la primera lectura, un
futuro nuevo y lleno de esperanza: “todos verán la salvación de Dios”.
Ayer, seis de diciembre, se celebró la fiesta de la Constitución en España, que
inspira y dirige la convivencia nacional española y es marco de nuestras
relaciones políticas y sociales. Al margen y por encima de cualquier retórica,
los españoles nos podemos unir a este aniversario, y junto al resto de los
hermanos elevar a Dios nuestras súplicas para que sepamos contribuir
responsablemente a la construcción de una sociedad más pacífica, libre y justa
para todos. También a eso nos invita Pablo en la segunda lectura: “que vuestra
comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para
apreciar los valores”.
Comentario Bíblico
El Evangelio, experiencia de alegría en la historia
Iª Lectura. Baruc (5,1-9): Dios nos conduce con alegría, a la luz de su gloria
I.1. La primera lectura está
tomada del libro de Baruc, conocido como el secretario de Jeremías. Este libro
representa una serie de oráculos que algunos sitúan casi en el s. II a. C. Lo
que leemos hoy forma parte de una liturgia de acción de gracias, expresada en un
oráculo de restauración de Jerusalén. Aunque se hace referencia al destierro de
Babilonia, que es la experiencia más dura que tuvo que vivir el pueblo de Dios,
el texto se puede y se debe actualizar en cada momento en que la comunidad pasa
por un trance semejante. Es esta una ensoñación, una fascinación profética por
llenar Jerusalén de justicia, de paz y de piedad. Si este libro se pudiera
garantizar que pertenece al secretario de Jeremías (cf Jr 36), podríamos decir
que ahora las penas y las lágrimas que vivió junto al maestro se han convertido
en milagro y en utopía, no solamente mesiánica, sino cósmica, como en Is 52.
I.2. Por su visión esplendorosa fluyen palabras y conceptos de contraste: frente
al luto y la aflicción, la gloria de Dios (la doxa, que el hebreo sería el
famoso kabod si el libro se hubiera encontrado en hebreo). Hasta cinco veces se
repite este concepto tan germinal de la teología del AT y especialmente de la
teología profética. Sabemos que es uno de los términos más densos y que entraña
distintos matices. En este caso deberíamos hablar de la acción de Dios en la
historia que cambia la suerte de Jerusalén, del pueblo, del mundo, para siempre.
Si Dios no actúa, mediante su kabod, entonces todo es aflicción, luto, miseria,
llanto. Tener la experiencia de la gloria de Dios es lo contrario de tener la
experiencia del “infierno”, es decir, la guerra, el hambre, el destierro
I.3. Paz y justicia, pues, de la gloria de Dios. Están ahí para infundir ánimo y
esperanza. Estas dos palabras expresan uno de los conceptos más teológicos y
humanos del Adviento cristiano. Y de entre todas las promesas que se hacen a
Jerusalén, en este caso a la comunidad cristiana, debemos retener aquello de
“paz en la justicia y gloria en la piedad”. Se invita a Jerusalén que crea en su
Dios, que espere en su Dios, que siempre tiene una respuesta a las tragedias que
los hombres provocamos en el mundo por la injusticia y las opresiones. Sus armas
son la misericordia y la fuerza salvadora de Dios que se expresa por el concepto
de gloria. Aunque la gloria (kabod) sea la majestad con la que Dios se muestra a
los hombres, digamos que expresa el poder que Dios tiene por encima de los
poderosos de este mundo. Porque los dioses y los hombres de este mundo quieren
gloria para esclavizar, mientras que la gloria de Dios es para liberar y salvar.
IIª Lectura: Filipenses (1,4-11): Convocados a la alegría
II.1. La segunda lectura
expresa la alegría de Pablo porque el evangelio los ha unido entrañablemente, de
tal manera que así reconocen juntos lo que Dios comenzó en aquella comunidad,
mientras el apóstol espera que se mantengan fieles hasta la venida del Señor. El
proemio de esta carta resuena, pues, en el Adviento con la energía de quien está
orgulloso de una comunidad, sencillamente por una cosa, porque han acogido el
“evangelio”. El afecto que Pablo muestra por su comunidad, desde la cárcel,
desde las cadenas, es muy elocuente. Es un orgullo que él esté en la cárcel por
el evangelio y que la comunidad de Filipos se haya interesado vivamente por él.
De esa manera se da cuenta Pablo que su misión de Apóstol, de emisario del
evangelio, es su “gloria”; todo ello vale su peso en oro; no hay consuelo como
ese. La retórica del texto deja traslucir, sin embargo, la verdad de su vida.
II.2. Por otra parte, mantenerse a la espera de la venida del Señor, no es estar
pendientes de catástrofes apocalípticas, sino de estar unidos siempre al Señor
que ha traído la justicia a este mundo que se pierde en su injusticia.
Jesucristo, pues, es el horizonte de la justicia en el mundo; eso por lo que
luchan muchos creyentes y también personas que no creen. Y ese, en definitiva,
es el “evangelio” del que habla Pablo. El lenguaje escatológico que Pablo usa en
estos versos no le hacen desviar su mirada de la historia concreta de los
cristianos que tienen que mantenerse fieles hasta el final. Y todo con alegría (chara),
un tema verdaderamente recurrente en esta carta (cf 1,4.18.25; 2,2,17-18.28-29;
3,1; 4,1.4), que fue escrita en la cárcel de Éfeso con toda probabilidad. Y
porque la alegría es una de las claves del Adviento, es por lo que se ha
escogido este texto paulino.
Evangelio: Lucas (3,1-6): La salvación llega a la historia humana
III.1. El evangelio de hoy
nos ofrece el comienzo de la vida pública de Jesús. El evangelista quiere situar
y precisar todo en la historia del imperio romano, que es el tiempo histórico en
que tienen lugar los acontecimientos de la vida de Jesús y de la comunidad
cristiana primitiva. Los personajes son conocidos: el emperador Tiberio sucesor
de Augusto; el prefecto romano en Palestina que era Poncio Pilato; Herodes
Antipas, hijo de Herodes el Grande, como tetrarca de Galilea, donde comenzó a
resonar la buena noticia para los hombres; al igual que Felipe, su hermano, que
lo era de Iturea y Traconítide; los sumos sacerdotes fueron Anás y Caifás. De
todos ellos tenemos una cronología casi puntual. Es un “sumario” histórico, muy
propio de Lucas ¿Y qué?, podemos preguntarnos. Es una forma de poner de
manifiesto que lo que ha de narrar no es algo que puede considerarse que
ocurriera fuera de la historia de los hombres de carne y hueso. La figura
histórica de Jesús de Nazaret es apasionante y no se puede diluir en una piedad
desencarnada. Sería una Jesús sin rostro, un credo sin corazón y un evangelio
sin humanidad.
III.2. El evangelio es absolutamente histórico y llega como mensaje de juicio y
salvación para los que lo escuchan. Incluso hubo toda una preparación: Juan el
Bautista, un profeta de corte apocalíptico que anuncia, en nombre de Dios,
apoyándose en el profeta Isaías, que algo nuevo llega a la historia, a nuestro
mundo. Dios siempre cumple sus promesas; lo que se nos ha presentado en el libro
de Baruc comienza a ser realidad cuando los hombres se abren al evangelio. Juan
el Bautista es presentado bajo el impacto de Is 40,3-5, para llegar a la última
expresión “y todo hombre verá la salvación de Dios”. Mt 3,3 no nos ha trasmitida
la cita de Isaías más que haciendo referencia a “voz que clama en el desierto:
preparad el camino al Señor y haced derechas sus sendas”. Lucas se engolfa,
fascinado, en el texto del Deutero-Isaías para poner de manifiesto que ya desde
Juan el Bautista la “salvación” está a las puertas. En la tradición cristiana
primitiva, Juan el Bautista es el engarce entre el AT y el NT. Eso significa que
no viene a cerrar la historia salvífica de Dios en el pasado, sino que quiere
hace confluir en el profeta de Nazaret toda la acción salvadora que Dios ya
había realizado en momentos puntuales y volvía a prometer por los profetas, en
una nueva dimensión, para el futuro.
III.3. Efectivamente, para Lucas, la salvación “sôtería”, si cabe, es la clave
de su evangelio. Jesús, al nacer, recibirá el título de “salvador” (sôtêr) (Lc
2,11) y su vida no debe ser otra cosa que hacer posible la salvación de Dios.
Por eso mismo se encuentra muy a gusto el tercer evangelista cuando, al
presentar la figura de Juan el Bautista, que es la de un profeta de juicio,
subraye que ese juicio será, con Jesús, un juicio de salvación para toda la
humanidad. Para Lucas, Juan el Bautista, que era un profeta de penitencia,
quiere entregar el testigo para que el profeta de salvación, Jesús, entre en
escena. Todo eso independientemente de si Jesús tuvo algo que ver, alguna vez y
por corto tiempo, como discípulo del Bautista. De hecho, Lucas no está muy
interesado en la actividad penitencial o bautismal de Juan, sino que más bien le
importa su actividad de predicador, de profeta, por eso lo presenta amparado por
todo el texto de Is 40,3-5 que Mt se ahorra en parte y en lo más positivo. Juan
el Bautista, para Lucas, es pre-anunciador de la salvación de Dios.
III.4. Y no podemos menos de poner de manifiesto, al hilo de la cita de Isaías y
del término “todo” (pas: todo valle, todo monte y colina, todo hombre –aunque el
texto griego diga “toda carne”-), que aparece tres veces, ese carácter universal
de la salvación que ahora preanuncia Juan. ¿Qué significa esto? Pues que esa
salvación no es para un pueblo, ni está encerrada en una tradición religiosa
determinada. Lo que ha de ocurrir rompe todos los esquemas con que se esperaba
que Dios actuara. Los oráculos proféticos de salvación, como el de Baruc de hoy,
todavía se quedan estrechos, aunque sean muy hermosos y esperanzadores.
Jerusalén, aún bajo un simbolismo especial, seguía siendo el centro del judaísmo
y de un pueblo que se empeñaba en que él era diferente, por elegido. Ahora el
pas del texto isaiano nos descubre un secreto, el verdadero proyecto del Dios de
la salvación: todos serán salvados. Todos “verán” es como decir
“experimentarán”.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
La irrupción del Bautista en
Judea provocó una conmoción social y religiosa, que registran todos los
evangelios, y se refleja también en historiadores de la época como Flavio Josefo.
Lucas la presenta e introduce con la solemnidad de los grandes acontecimientos.
¿Por qué tuvo tanta resonancia la predicación de Juan? ¿Qué puede explicar la
atracción de este riguroso predicador penitencial? Y, lo que tal vez nos resulte
hoy más extraño, ¿por qué recordarlo en nuestra liturgia de forma tan destacada,
como si todavía significara algo importante para nosotros?
Hoy sabemos que la voz del Precursor, que resuena con fuerza en los evangelios,
oculta detrás de sí algunas tensiones entre las primeras comunidades cristianas,
y en muchas ocasiones dificultades y problemas de interpretación de los textos
del Nuevo Testamento, que la liturgia pasa con toda razón por alto. Tampoco
tendría sentido que nos detuviéramos nosotros en todo esto.
La conciencia de Israel había aceptado tiempo atrás que la era de los profetas
se había terminado. El cielo se había cerrado. “Ya no hay profetas para que les
preguntemos y nos guíen”, se queja el salmista. En uno de sus sermones sobre el
Adviento, glosa esta tradición San Bernardo de Claraval: “Se hacía ya tarde y
estaba declinando el día. Se había puesto casi enteramente el sol de la
justicia, de modo que era muy débil su esplendor o su calor en la tierra... Ya
no se aparecían los ángeles, no hablaban ya los profetas”. En este ambiente
aparece Juan. Viene del desierto, el lugar simbólico por excelencia del
encuentro con Dios, su palabra resuena con la fuerza y la autoridad de los
profetas, y una corriente de esperanza reúne a las multitudes en torno a su
figura. El cielo se abría de nuevo. El Bautista ha sido visto siempre en la
tradición cristiana como un puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Su
predicación, de una orientación ascética exigente, abría sin embargo de nuevo
las puertas a la esperanza mesiánica, aseguraba la presencia de la Palabra de
Dios en medio de su pueblo, y anunciaba así un tiempo de salvación y de gracia:
“y todos verán la salvación de Dios”.
Este símbolo clavado a fuego en medio del Adviento nos invita a recoger hoy las
preguntas que, desde el fondo de los siglos, siguen siendo el grito de los
humanos: dónde están los profetas, a quién acudir, dinos si eres tú...
Los nuestros son tiempos confusos y llenos de contradicciones. Dominamos la
vida, o creemos dominarla, pero nos vemos impotentes para ordenar nuestras
relaciones con los demás. Mejora nuestro nivel social, y nos sentimos mal cuando
oímos que dos tercios de la humanidad pasan hambre. De repente nuestra
racionalidad se ve sacudida por catástrofes que el mismo ser humano provoca, y
asistimos impotentes a guerras que no cesan, a la degradación ambiental...
¿Dónde están los profetas?
El índice del Bautista sigue apuntando a Jesús, como lo ha representado el arte
cristiano. Pero hoy no son de actualidad las palabras exigentes y fuertes, con
que el profeta recuerda al hombre su condición ante Dios. El olvido de Dios, y
la reducción del horizonte humano que lo acompaña, hace incomprensible la
mayoría de las veces la invitación de Juan a sus contemporáneos: convertíos,
preparad su camino, allanad los senderos. ¿De qué tengo que convertirme? Podemos
admitir que nos equivocamos y cometemos errores, que hay que corregir; pero nos
cuesta mucho más sentirnos pecadores y admitir que es el corazón, no solo la
mente, lo que debe ser sanado y cambiar de orientación.
La figura y la predicación del Bautista se recuerdan en la liturgia porque
quieren devolver al hombre a lo esencial de su verdad y de su destino. El
Adviento, que comenzó el domingo pasado, se habría con una proclamación solemne:
Dios es la esperanza del hombre, y nos invitaba a volver a él nuestra mirada y a
buscarlo en nuestra vida. Venimos a la iglesia para celebrar un encuentro: con
nosotros mismos, con los hermanos en la fe, con Dios. Acoger su Palabra como
palabra que puede guiarnos en la vida no nos resuelve materialmente nada. El
mundo sigue estando en nuestras manos, porque así nos lo entregó Dios, y es
nuestra libertad la que puede mejorarlo o destruirlo. Pero, si dejamos que el
evangelio nos hable al corazón, tal vez podamos experimentar un cambio profundo.
Desde ese encuentro con Dios, nos sentiremos más libres y capaces de crear a
nuestro alrededor algo más de humanidad. O, lo que es lo mismo, de encarnar
visiblemente algo más la salvación ofrecida por Dios. Así podremos confirmar en
nosotros lo que hace siglos expresó Orígenes: que el misterio de Juan sigue
renovándose en nuestro mundo. Que se hace presente, allanando las asperezas de
los caminos del corazón y enderezando los senderos del alma, cada vez que nos
acercamos y acogemos en nuestra vida a Cristo Jesús.
Fr. Bernardo Fueyo Suárez, op
bernardofueyo.es@dominicos.org
23.
Nos encontramos en este tiempo de preparación, de cuatro escasas semanas, del adviento o advenimiento: “alguien” que viene, “alguien”, que está viniendo. Y ¿qué pretendemos con este tiempo de preparación? Pues intentar este año cristiano entrar un poco más y entender un poco mejor este primer misterio de la vida cristiana: el misterio o gran tesoro de la ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS; es decir, que Dios se quiere hacer hombre para que el hombre, perdonado, curado y salvado por Jesucristo, aprenda a vivir esa otra NUEVA VIDA, que le diviniza de manera esplendorosa y que Jesús le ha otorgado y regalado con su pasión, muerte y resurrección.
Jesús está llegando. Un año más, para que todos hagamos una mejor experiencia de su llegada y le recibamos bien, y mejor que el año pasado. Y realicemos así un mejor ensayo para que cuando venga este Jesús, Hijo de Dios, con todo su poder y majestad al final de tu vida, en tu muerte y con tu muerte y también, al final de los tiempos, puedas ya, no ensayar, sino vivir ante Él tu vida divinizada y que Él mismo pueda reconocerte, por lo bien que lo haces y por lo bien que lo vives como hijo de Dios y no como corifeo de Satanás, el mentiroso y tramposo.
* El domingo pasado comenzó la Iglesia, como buena maestra, a darnos un programa con cuatro puntos para comenzar y vivir este tiempo de preparación de ese “alguien” que va a venir, de ese “alguien” que está viniendo para sacarnos de la desesperanza y de los desastres y angustias de nuestra vida.
* Recordemos el conjunto de esos cuatro puntos, que constituyen el programa de acción del adviento. Tenemos que estar siempre despiertos, es decir, vigilar. ¿Para qué? Para pedir fuerzas, se nos dijo. Lo que supone que si debemos estar siempre despiertos, habrá que orar día y noche, pidiendo la gracia de Dios, su fuerza. Y ¿porqué debemos pedir esa gracia, esa fuerza? Para escapar de todo lo que está por venir. Y lo que está por venir y te puede hacer fracasar, si no sabes elegir bien el camino de tu vida, es que se embote la mente y el corazón por el vicio, los placeres desmedidos y el ansia de dinero. Y entonces no te puedas mantener de pie ante el Hijo del Hombre, cuando vuelva de manera definitiva a juzgar a vivos y a muertos y que no te reconozca.
* En resumen, pues, vigilar y orar. ¿Has cuidado más esta semana tu oración? ¿Has rezado más y sobre todo mejor, sin correr, sin precipitar el rezo, escuchando y uniéndote a la comunidad en el ritmo del rezo y no yendo tu por delante, como trompetín de enganche de tropa? ¿Has leído algún libro piadoso o religioso, sobre todo la Biblia o los Evangelios y has dedicado unos minutos ha pensar en lo que has leído? Vigilar y orar, esta es la consigna de la primera semana y para todo el adviento; yo te diría para toda la vida.
En este segundo domingo y para toda la semana se nos llena de esperanza, a pesar de que la evidencia de la vida apaga la lámpara de la esperanza: “Imposible, pensamos, alcanzar lo que nos prometen”. Y es que para esperar hay que estar vacíos, ser pobres, porque solo así, podemos desear alcanzar lo que no tenemos. Si estamos llenos de dinero, de poder o de placeres, no podemos desear, ni esperar un mundo nuevo. Nos basta con el viejo que experimentamos y vivimos.
El otro que se nos anuncia y que está por experimentar, es siempre un riesgo. ¿No es cierto que decimos, si tenemos espíritu cobarde y egoísta, que más vale un pájaro en mano, que ciento volando? . Pues, bien, a pesar de todas estas actitudes negativas, se nos invita a una total y absoluta esperanza, pero mediante una absoluta y total conversión.
Se nos llena de esperanza ante nuestra situación de desaliento, de desánimo y de derrota, cuando nos miramos a nosotros y cuando miramos a nuestro alrededor. Cuando nos miramos a nosotros mismos, porque vemos lo poco y lo lentamente que progresamos en nuestro propio dominio, y el de nuestras pasiones y de nuestras actitudes e intenciones inconfesables: envidias, mentiras, calumnias, trampas, engaños, deseos deshonestos y degradantes, injusticias y sobornos. En fin, que nos vemos hechos una calamidad y hasta nos da vergüenza mirarnos a la cara. Ese soy yo y casi no nos lo creemos, porque todo eso, en el fondo, no lo queremos ni para nosotros ni para los demás y lo detestamos y condenamos, pero ahí nos sentimos amarrados y como presos y desterrados en ese mundo, que no es el de nuestro espíritu.
Y si miramos a nuestro alrededor, si cabe, es peor. El mundo de las estadísticas que de vez en cuando nos manifiestan los medios de comunicación, nos parecen imposibles: millones y no solo miles, de niños que mueren antes de nacer por el simple gozo desmedido e irresponsable del sexo salvaje, pero no humano, que es un prodigio de Dios. Más millones aun, de niños que mueren de hambre en un año. Otros millones que están esclavos de trabajos forzados. Y más millones de niños y niñas y mujeres sometidas al imperio de la prostitución y de la degradación y de las enfermedades incurables que se contraen. Y no miremos el mundo de la droga y de los desastres que provoca en individuos, familias y en la misma sociedad.
No vale la pena seguir. En cambio debemos constatar cómo nos sentimos todos como exiliados, en un mundo que no es el nuestro, que no es el que nosotros queremos y soñamos. Nos pasa como a los judíos, exiliados y sin esperanza de volver a su mundo, a su país, a su patria, a su Jerusalén, ciudad santa.
Y a ellos y hoy a nosotros, nos abren las puertas a la esperanza, al decirnos el profeta Baruc: “Jerusalén”, que es como decir: “humanidad” del tercer milenio, del siglo 21, “Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te da”. Pero para sentirte lleno de esta esperanza, de esta alegría “tienes que envolverte en el manto de la justicia de Dios”
* Y continúa Baruc, profetizando: “Jerusalén, tus hijos, a pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real, allanados los montes y colinas y rellenados los barrancos para que todo Israel caminen con seguridad en su retorno”
Y esto mismo, en este mismo lenguaje simbólico nos dice hoy Juan el Bautista: Llénate de esperanza a pesar de tu exilio y de tus males, angustias y tormentos, porque una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor para que todos vean, para que todos veamos la salvación de Dios.
Pero para ello hay que preparar el camino por donde está viniendo ese Señor-Salvador: “Allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, y lo escabroso se iguale” . Es decir: vencer las montañas de soberbia y orgullo con la humildad y el servicio. Luchar contra lo torcido de nuestras injusticia con la justicia y la caridad. Y lo escabroso de nuestras intenciones y deseos viles y deshonestos con el respeto de la igualdad en los derechos humanos entre hombres y mujeres. En una palabra: recibir el bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
Renovar, pues, las promesas de nuestro bautismo, como la mejor preparación para celebrar esta Eucaristía de este segundo domingo de adviento, para dar un paso adelante.
AMEN.
P.Eduardo Martínez
Abad
escolapio
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1.- NO HAY PAZ SIN JUSTICIA
Por José María Martín OSA
1.- En este segundo domingo de adviento aparece la figura del profeta: en el
Antiguo Testamento Baruc, en el Evangelio Juan el Bautista y en la lectura
apostólica Pablo de Tarso. El autor del libro de Baruc nos es desconocido. Se ha
atribuido la redacción del libro a Baruc, secretario, confidente y amigo del
profeta Jeremías. Posiblemente fue escrito entre los años 200 y 100 antes de
Cristo en alguna de las comunidades judías de la diáspora. Se sirve de la
historia de Israel para alentar la esperanza del pueblo y dirigirla hacia el
futuro: la Jerusalén prometida por Dios no es la que los judíos han empezado a
reconstruir después del destierro, sino la Jerusalén del fin de los tiempos.
Dios le dará un nuevo nombre: "paz en la justicia". Tres veces se repite en el
capítulo 5, que hoy leemos, la palabra "justicia". Es la justicia de Dios,
basada en la misericordia y conducente a la paz. Recientemente el Papa Juan
Pablo II ha recordado que "no hay paz sin justicia y no hay justicia sin
perdón".
2.- En nuestro mundo hay violencia y guerra, miles de inocente mueren cada día a
consecuencia del hambre. Para que se obtenga la paz, valor tan deseado, es
necesario primero que los montes elevados se abajen, que los valles se llenen y
se eleven, que lo torcido se enderece y los senderos se allanen. Es decir, que
se vuelva al orden natural querido por Dios "que ha destinado los bienes de este
mundo para todos". Mientras no seamos capaces de recrear el mundo querido por
Dios no será posible la paz. Es necesario que los poderosos se despojen de su
orgullo y los opulentos compartan su riqueza para que estalle la paz en el
mundo. Es decir, primero la justicia sostenida por el perdón. Antes que la
caridad está la justicia, de lo contrario se trata más bien de "caridades".
3.- Millones de personas en el mundo sufren situaciones de injusticia. ¿Dónde
están los últimos?, ¿dónde se encuentra hoy la pobreza? ¿Es una realidad cada
día más cercana, pero cada día más difusa? Los pobres hoy día son "los
excluidos" de nuestra sociedad. Si hay excluidos es porque tú y yo también
excluimos. A pesar de la riqueza que brindan las nuevas oportunidades económicas
en el mundo, 2.800 millones de personas subsisten con menos de dos dólares al
día. El 1% de la población más rica del mundo tiene una renta anual equivalente
al total de lo que percibe el 57 % más pobre de la población del mundo. Y en
muchas zonas del África subsahariana el nivel de vida de la población más pobre
está empeorando. A pesar del crecimiento económico y del desarrollo del estado
del Bienestar sigue habiendo pobres y, es más, no sólo sigue aumentando su
número sino que surgen nuevos fenómenos de pobreza. En la actualidad se
considera que la pobreza tiene un claro componente estructural que acarrea la
exclusión social.
4.- Entre los grupos más vulnerables a diferentes formas de exclusión se
encuentran las minorías étnicas, culturales o religiosas; los minusválidos; los
grupos afectados por discriminaciones en materia de sexo o edad; los analfabetos
o quienes carecen de suficientes calificaciones laborales;
Los desempleados, la falta de vivienda o de tierras.... Se suele representar la
justicia con una balanza. A la vista está que en el mundo actual está un tanto
desequilibrada. La globalización está agrandando las diferencias entre ricos y
pobres, en el Norte y en el Sur. Es evidente que el crecimiento no va unido a un
reparto justo de bienes.
5.- El adviento no es un tiempo triste, pero tampoco debe servir para justificar
unas condiciones inhumanas de vida en las que es imposible cualquier esperanza.
Sólo si soy justo y lucho por la justicia dejaré de excluir. ¿Cuáles serán los
frutos de la justicia de los que habla el Apóstol san Pablo? Es la hora de la
conversión, del cambio de actitudes y de acciones para crear un mundo en el que
el perdón y la justicia conduzcan a la creación de la Nueva Jerusalén de Baruc,
"la casa del Padre" de Jesús de Nazaret.
25.
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2003
2.- DEJÉMONOS CONVERTIR POR EL AMOR DEL SEÑOR
Por José María Maruri, SJ
1.- San Lucas nos enmarca la sociedad en la que se va a incardinar el Verbo de
Dios hecho carne, porque Dios nunca prescinde de la Historia para hacer sus
obras.
Es el “Quien es Quien” de la época de Jesús:
--El poder político y militar lo sustenta en el mundo el emperador Tiberio, y en
Judea su gobernador Poncio Pilato.
--La jet-set y el mundo económico están representados por Herodes, Felipe y
Lisanías.
--El poder religioso esta en manos de Anás y Caifás.
Estos son los importantes, los que van a pasar a los anales de la Historia, los
que se reparten las influencias, el mundo y el dinero.
2.- ¿Qué opinión le merecían a Juan el Bautista estos importantes de su tiempo?
Nos lo ha velado piadosamente el evangelio de hoy que acaba en el versículo
sexto, cuando en el séptimo proclama Juan su opinión gritando “Raza de Víboras”…
*como víboras falaces, mentirosos, siempre escondidos para saltar sobre la presa
por la espalda
*como víboras trepando, mordiéndose unos a otros, pisando a los que se ponen en
su camino hacia el poder.
3.- Y la Palabra de Dios no se manifiesta en las grandes ciudades, llenas de
palacios, ni en roma, ni en Jerusalén, ni en Cesarea de Filipo
-allí hay demasiado ruido para que se escuche la susurrante palabra de Dios.
-allí los medios de comunicación social falsearían la gran noticia de que todos
verán la salvación de Dios. Ese TODOS quedaría recortado A LOS NUESTROS, los del
lado del poder, del dinero, de la influencia.
La Palabra de Dios vino sobre Juan en la soledad del
desierto.
Dios habló a Juan y nos habla a nosotros a cada uno de nosotros en la soledad de
lo más hondo del corazón. Y nos habla trayendo una palabra de gozo y paz.
--que Dios se acuerda con cariño de mí.
--que aunque no esté en la lista de los importantes, para Dios no soy un número.
--que Dios me busca y sale a mi encuentro
--que no soy yo quien le busca a Él.
--que no es lo importante lo que yo pienso de Dios, sino lo que Dios piensa y
siente de mi.
4.- Y Juan, y Dios, nos pide CONVERSIÓN. ¿Y que es conversión?
Abrir el corazón para que la sonrisa del rostro de Dios nos ilumine y nos haga
caer en la cuenta de que a pesar de todo, de que por muy lejos que yo esté de
Él, Dios nunca me ha dejado de querer. Caer en la cuenta del amor inconmovible
de Dios y obrar en consecuencia.
Y cuando este milagro de la experiencia interna de la sonrisa cariñosa de Dios
se realiza, toda la orografía de nuestro mundo interior se transforma
*desaparecen los montes rocosos y empinados.
*se deshacen como agua las colinas que cortan la llanura
*todo se convierte en llanura llena del sol de Dios y llena de paz.
Solo entonces está preparado el camino del Señor.
Dejémonos convertir por el inmutable amor del Señor.
26.
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2003
3.- EL PROYECTO DE DIOS
Por Antonio Díaz Tortajada
1.- Acabamos de escuchar en el evangelio de hoy (Lc, 3, 1-6) un marco
histórico-político: “En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo
Poncio Pilato Gobernador de Judea…” Y después describe la situación política de
Palestina sometida al Imperio Romano y gobernada por cuatro Tetrarcas
--Tetrarquía quiere decir la distribución entre cuatro--. Cuatro reyes
gobernaban bajo el Imperio de Roma la tierra en que vivió Jesús. Y en ese marco
histórico-político, también un marco histórico-religioso: “Bajo el sumo
sacerdocio de Anás y Caifás…”
Aquí está el marco, la historia en que precisamente comienza san Lucas a
describirnos la Palabra de Dios. En ese marco: “Vino la Palabra de Dios sobre
Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. No podía ponerse un prólogo más solemne
y más encarnado en la historia del momento precioso en que Dios viene a hacerse
un caminante de nuestra historia. Así es siempre. Dios irá trabajando su
salvación contando con los emperadores, con los reyes, con los gobernantes, con
los sacerdotes del tiempo; son los hombres que van enmarcando en historia, el
momento de Dios.
Entre estos cuatro reyes de la Palestina, entre esas intrigas de los palacios,
entre aquellas superficialidades de una religión que se ha hecho tan legalista
que ya tiene que preguntar cuál es el primer mandamiento de la ley de Dios, Dios
asume la naturaleza humana para vivir nuestra historia.
Los momentos cambiarán pero el proyecto de Dios será siempre el mismo: Salvar a
los hombres en la historia. Por eso, la Iglesia encargada de llevar a término
ese proyecto de Dios, no puede identificarse con ningún proyecto histórico. La
Iglesia no pudo hacerse aliada del Imperio Romano, ni de Herodes, ni de ningún
rey de la tierra, ni de ningún sistema político, ni de ninguna estrategia
política humana; iluminará todos los proyectos, pero ella se conservará siempre
auténticamente la que va anunciando la historia de la salvación: El proyecto de
Dios.
2.- Es otro rasgo precioso que confirma nuestro pensamiento: Dios salva en la
historia, es la primera lectura de hoy. Baruc, un profeta que recoge los
sentimientos religiosos que han dejado como herencia los profetas, recoge aquel
momento en que después del cautiverio de Babilonia cuando otro imperio, el de
Persia, se ha llevado prisioneros a los hijos de Israel que lloran su
cautiverio; los profetas anunciaban el retorno del destierro a Jerusalén.
Aquí aparece otra vez la historia de un pueblo humillado en el destierro, pero
animado por la historia de la salvación. Precisamente ese destierro va a ser el
signo de la necesidad de los hombres para ser salvados; por su fuerza no pueden,
vendrá Dios como Salvador para rescatar a los hombres. Este era el anuncio de
los profetas. En este tiempo de Adviento cuando se anuncia la salvación en
Cristo, se recuerdan estos episodios para ver como Dios va salvando a los
hombres en su propia historia.
La capital de Israel, saqueada, destruida, deshecha, hace soñar con una “nueva
Jerusalén”. Los profetas hablan de “la nueva Jerusalén”, la que van a encontrar
los desterrados cuando vengan. Y en el camino del retorno por el desierto se irá
anunciando con una voz --aquella voz de los heraldos que anunciaban el paso del
rey--: Preparad los caminos porque Dios viene conduciendo al pueblo. Enderezad
las sendas tortuosas --y como una obra de arquitectura, de ingeniería, haciendo
una hermosa carretera, una avenida, describe preciosamente ese retorno en la
historia--, Dios ha mandado a bajarse a todos los montes elevados, a todas las
colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el
suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios
Jerusalén, ciudad de esta tierra, la ocupa la Revelación de Dios para
describirnos las maravillas de su reino y de su redención. Su nombre será: “Paz
en la justicia, Gloria en la piedad”.
Hace una invitación a la capital del reino de Dios simbolizado en Jerusalén:
“Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente y contempla a tus
hijos, reunidos de oriente a occidente, a la voz del Espíritu, gozosos, porque
Dios se acuerda de tí. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios
te los traerá con gloria, como llevados en carroza real”.
¿Cómo los acontecimientos de los pueblos los aprovecha la historia de la
salvación de Dios para sembrar en los hombres la esperanza, el arrepentimiento,
el retorno a Dios, la alegría de sentirse acompañados por Dios en la historia?
Esta es la enseñanza en este tiempo de Adviento. Una gran esperanza: Dios está
injertado nuestra historia. Dios no nos ha abandonado, Dios va sacando partido
hasta de las injusticias de los hombres
3.- En este tiempo de Adviento y, principalmente, en este domingo y en el
siguiente, la Iglesia nos quiere presentar la figura providencial y maravillosa,
de Juan Bautista. Había sido anunciado por los profetas un heraldo, un ángel que
iría anunciando delante de la venida de Cristo, que ya se acercaban los tiempos
mesiánicos. Algunos lo confundieron con Elías que había sido arrebatado a los
cielos y se creía que iba a venir a anunciar la venida de Dios al mundo. Pero
Cristo interpreta esa tradición y dice: “Elías ya vino” y se refiere a Juan
Bautista.
Las lecturas de hoy interpretan ese personaje misterioso de la tradición judía
encarnado en Juan el Bautista. Juan es la figura central del Adviento porque él
es el ángel, el precursor, el que va anunciando que Jesús ha venido ya. El
evangelio de hoy de san Lucas identifica aquella voz que anunció Isaías:
“Recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para
perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta
Isaías: ` Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad su
senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torció se
enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios”.
Era la voz de la esperanza pero poniendo condiciones para ese encuentro con
Dios: “Convertíos y bautizaos”. El bautismo era un rito de penitencia. Todo
hombre que reconoce sus pecados va a purificarse, a manifestar de alguna manera
su deseo de limpieza espiritual: No más manchas, ni más inmundicias morales en
el corazón. Sólo los que se convierten, verán que el Señor retorna a su pueblo.
Dejamos de ser “el pueblo de Dios” cuando no estamos viviendo la conversión que
exige Cristo. “Pueblo de Dios” también son quienes, aún viviendo fuera de las
fronteras de la Iglesia, no han conocido a Cristo, pero han puesto en Dios su
esperanza y su confianza. Por eso podemos decir: “no están todos los que son, ni
son todos los que están.”
De ahí la necesidad de que nosotros si de veras sentimos que Dios quiere
construir la historia de la salvación con los hombres y mujeres que creen en Él
y que forman con Él la comunidad de amor --como la llama san Pablo hoy--;
tenemos que buscar en nosotros la identificación con el Precursor, con Juan
Bautista, y que san Pablo, en su carta a los Filipenses, nos dice: “Habéis sido
colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy”.
Esta es la comunidad que salva al pueblo: Los que han colaborado en la empresa
de la evangelización. “Testigo me es Dios... Y esta es mi oración --dice san
Pablo--: Que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y
en sensibilidad para apreciar los valores.” Lo que Dios nos pide son los
sentimientos del Precursor, conversión de Juan Bautista, identidad de un hombre
que en medio de imperios y de reinos, y de sistemas políticos, se mantiene
auténticamente como misionero de Cristo.
4.- En los tiempos de Juan Bautista había una gran maraña política. Había grupos
políticos como los hay hoy. Había quienes estaban a favor del imperio y quienes
estaban contra el imperio; y en el bando de la oposición del imperio había
diversos partidos, lo que llamaríamos hoy también, organizaciones políticas
populares. Había también brazos armados de esas organizaciones. La historia del
tiempo de Jesús es maravillosamente igual a la historia de nuestro tiempo. Y
Juan Bautista no toma partido, sino que se hace heraldo del Rey. Juan el
Bautista se convierte en el anunciador de la salvación que trae Cristo.
Para todos tendrá una palabra de salvación. No hay exclusivismos en su corazón,
a todos los llama el Señor para formar su pueblo. Pero, también, es valiente
para rechazar, aunque se llame rey, a aquel que está cometiendo pecado. Y,
precisamente, por llamarle la atención a Herodes paga con su cabeza la valentía
de reclamar el pecado al mismo rey, pero Juan no se identificó con ningún grupo.
Como Juan Bautista en su marco histórico-político la comunidad cristiana ilumina
con su amor a los pueblos y comunica la salvación, la conversión, el bautismo
sin identificarse con ninguno sino salvando… trascendiéndolo todo desde adentro…
La comunidad cristiana tiene que ser la que crezca en el amor, en la fe, en la
palabra de Dios. El Pueblo de Dios tiene que ser en sus comunidades la expresión
de este amor que salva. La comunidad está salvando hoy a los hombres en la
medida en que es verdadera comunidad cristiana.
No hay más que una historia de la salvación y desde ella iluminaremos las
salvaciones y las liberaciones parciales, las reivindicaciones de todos los
hombres; que serán auténticas en la medida en que se identifiquen o que aspiren,
que se orienten a la salvación en Cristo. Y serán espúreas, serán falsas, en la
medida que se alejen de los sentimientos de Cristo. Y se alejan de Cristo por el
odio, por la venganza, por las parcializaciones, por los radicalismos. No pueden
ser salvaciones de Cristo más que aquellas que buscan en la fuerza del Señor la
salvación, el bien común del pueblo, y no el bien sólo de una parte.
Como Juan Bautista, en el marco político histórico la Iglesia tiene que ser el
clamor del Señor, la voz que clama siempre en el desierto: “¡Preparad los
caminos del Señor!” Un llamamiento a todos los corazones para que de veras
busquen el encuentro que nos hará felices ya en esta tierra.
27. http://www.betania.es/lectura 2003
4.- LA FUERZA DEL PRECURSOR
Por Ángel Gómez Escorial
1. - No puede entenderse el Adviento sin invocar la conversión de todos y cada
uno de nosotros. Y por tanto la figura de Juan Bautista se presenta como algo
muy importante. Y es que la fuerza humana casi inconmensurable que desplegaba,
Juan, el hijo de Zacarías, de estirpe sacerdotal, cuando anunciaba la necesidad
de convertirse ante la inmediata llegada del Reino de Dios, subyuga a todos. Si
el silencio del Evangelio respecto a la infancia y adolescencia de Jesús de
Nazaret ha llamado siempre mucho la atención, no menos lo hace en el tiempo que
va desde el viaje apresurado de la Virgen Maria a la montaña de Judea para
saludar a su prima Isabel, hasta la aparición de Juan en la turbulenta escena
palestina de los tiempos de Jesús. Él, Juan, en el seno de su madre, había
saltado de gozo al apercibirse de la presencia del Salvador, también “recién
llegado” al seno virginal de Maria de Nazaret.
¿Cómo fueron los años posteriores de Juan? Pues no sabemos. Pero la clase
sacerdotal en Israel formaba parte de un sector distinguido y casi
aristocrático. El pequeño Juan tendría que haber seguido los pasos de su padre,
Zacarías, y prepararse para el sacerdocio. Pero se aleja de esa “vida
importante” y marcha al desierto. Allí vive como un autentico eremita. Come
saltamontes y se viste con pieles de camello, sin curtir. El desierto es lugar
de conversión fuerte. Es, asimismo, un librarse de todo lo que de bueno o cómodo
ofrece la civilización, para enfrentarse a la soledad absoluta, con la sola
compañía de Dios. El mismo Cristo, tras su bautizo por Juan, inició su travesía
del desierto, para mejor prepararse para su trabajo de sacudir el conformismo
del pueblo de Israel y prepararle para la Redención. El éxito de Juan tuvo que
ser enorme. Se le consideraba profeta en todo Israel y su estela influía la vida
cotidiana de los judíos, aun de muertos. No se olvide que en los últimos días
del cerco farisaico sobre Jesús, cuando le preguntan que, de una vez, se defina
públicamente como Mesías, él les hace la pregunta sobre si el bautismo de Juan
era cosa de Dios o de los hombres. Y los fariseos, ante la ira popular que
produciría la negativa sobre la misión divina del Bautista, optan por callarse y
dejar en paz, por el momento, a Jesús.
2. - No podemos desaprovechar el tiempo de Adviento sin profundizar en nuestra
conversión. Es cierto que la vida del cristiano es un camino permanente dentro
del trabajo de ser más de Jesús, de convertirse más y más. Pero en la espera de
la venida del Niño Dios hemos de estar más limpios que nunca. Y en nuestros
corazones han de residir virtudes y dones como la paz, el amor, la entrega a los
demás, la mansedumbre, la austeridad. San Pablo en su Carta a los Filipenses lo
ha expresado muy bien: “Así llegareis al Día de Cristo limpios e irreprochables,
cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza
de Dios”. Y así debemos estar el día que animosos y llenos de júbilo, doblemos
nuestras rodillas ante el portal de Belén. No podemos, tampoco, convertir la
espera en un tiempo de preparación de una gran fiesta. Ni siquiera limitarla a
mejorar momentáneamente con nuestros familiares, amigos y conocidos. Y aunque
dotados de un muy encomiable planteamiento filantrópico por el cual nos
dedicáramos a socorrer a todos los pobres y abandonados, no fuéramos capaces de
convertirnos a Jesús, nos habríamos equivocado. De todas formas, tampoco es
convertirse, ni responde a la fuerza precursora de Juan, hacer de la Navidad
sólo una fiesta piadosa, refugiada en la tranquilidad del templo. Es un
compromiso fuerte, radical, de ser siervos del Salvador y de los hermanos, sin
excepciones, ni amenguamientos.
3. - Hemos encendido la segunda vela de la Corona de Adviento. Hemos dado un
paso más para el encuentro con Jesús. Este símbolo hermoso es un recuerdo más
para la totalidad de nuestra misión. La ayuda para nuestro trabajo de cambio se
expresa muy bien en el fragmento del Libro de Baruc que acabamos de proclamar.
Dice: “Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas
encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para
que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al
bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a
Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.”
La ayuda del Señor no va a faltar si nos abrimos a Él con espíritu humilde y
corazón contrito. Hemos de reaccionar y recibir en nuestras almas estas palabras
y no solo escucharlas dentro de la rutina habitual que, muchas veces, dan
nuestros oídos a la Palabra de Dios. Sigamos a Juan el Bautista. Metamos en
nuestro corazón tanta fuerza y reciedumbre, como él expresaba en su predicación.
Y entonces podremos decir, tal como termina el Evangelio de Lucas que hemos
proclamado hoy: “Y todos verán la salvación de Dios. “
28.Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente:
www.scalando.com
La salvación de Dios
Baruc es un antiguo libro deuterocanónico[1] escrito probablemente por judíos
que vivían en Alejandría entre los siglos II y I a.C. Para su elaboración se
valieron de algunos manuscritos hebreos originales. El libro hace referencia
simbólica a los judíos exiliados en Babilonia y a Baruc, amigo y secretario del
profeta Jeremías, quien es puesto como su autor.
El fragmento que leemos hoy es un bello poema que canta con júbilo la hora en la
que Dios va a salvar a su pueblo y a transformar totalmente su historia, de tal
manera que todos puedan ser testigos de su obra. Jerusalén es presentada como
una Madre que viste de luto por sus hijos deportados. Realidad que cambia cuando
Dios mete su mano y hace que sus hijos vuelvan libres y llenos de gloria.
En la tradición bíblica se ponían nombres no porque les pareciera sonoro o por
hacer honor a algún personaje farandulero, como suelen hacerlo hoy algunos
padres despistados. Lo hacían teniendo en cuenta una ocasión, un acontecimiento
o una circunstancia. Para manifestar la esperanza en transformación de una
realidad, o para darle identidad y misión a una persona o grupo social. Por eso
Noemí que, significa bien amada de Dios, se cambió el nombre cuando había
perdido la esperanza y veía que todo era amargura: entonces se llamó Mara que
significa amargada (Rut 1,20-21). Isaac recibió su nombre como consecuencia de
la risa de sus padres (Gn. 17.17; 18.12; 21.3–7). Samuel, como consecuencia de
las oraciones de su madre (1 S. 1.20)… Hay muchísimos ejemplos.
Baruc (que significa bendito), dice que Dios le va a cambiar de nombre a esa
madre enlutada y la llamará: “Paz en la justicia y gloria en la piedad.” Cambiar
el nombre es cambiar la historia, es hacer posible una transformación integral
de toda una situación vivida por una persona o por un pueblo. Por eso la invita
a despojarse del luto y a vestirse de gala porque la gloria está cerca.
El evangelio de hoy empieza como suelen empezar los libros proféticos: con una
ubicación socio – histórica. Se trata de una época dominada por el sanguinario
imperio romano, con el emperador Tiberio a la cabeza y Poncio Pilato como
gobernador de Judea. Contaban con la complicidad (pragmatismo dirían hoy para
distraer la atención) de los tres hijos de Herodes: los reyezuelos Antipas,
Filipo y Lisanias, arrodillados ante Roma y con el cuchillo en el cuello de los
pobres. ¡Y claro! No podía faltar lo religioso vendido al poder, como elemento
ideológico justificador. Allí estaban Anás y Caifás, como sumos sacerdotes; alta
dignidad que vendía Roma al mejor postor y a quien más colaborara para sus
intereses en mantener el poder. Como ha sucedido muchas veces, la religión
estaba en manos de inescrupulosos que traficaban con lo sagrado y jugaban con la
dignidad de todo un pueblo. ¿Dónde estaba Dios?
Juan, por ser hijo del sacerdote Zacarías, por ley debía ser sacerdote y
trabajar en el templo de Jerusalén. Se suponía que los sacerdotes eran quienes
vivían más cerca de Dios, ya que trabajaban en el templo. Pero Zacarías en
cambio no creyó cuando el ángel del Señor le anunció que iba a tener un hijo a
pesar de su ancianidad y de la esterilidad de su esposa Isabel. Por no creer,
quedó mudo. Así como Zacarías estaban los sacerdotes del templo de Jerusalén:
mudos. No podían hablar con libertad; su alta dignidad y su pertenencia a una
clase privilegiada los obligaba a mantenerse al margen de toda la problemática
real del pueblo, para evitar que los romanos se metieran con ellos y destruyeran
su negocio: el templo.
Juan renunció al privilegio de ser sacerdote del templo de Jerusalén; lo cual
había significado la posibilidad de llevar una vida tranquila y con una economía
medianamente estable. ¡Pero eso sí!, tenía que mantener “el pico” cerrado.
Pues no sabemos si fue porque a Juan le picaba la lengua o porque de verdad hizo
una opción radical motivado por el Espíritu. Pero nuestro amigo Juan no aceptó
vivir con “el pico” cerrado. Se fue para el desierto. Y fue precisamente allí,
en el desierto, donde Dios se le manifestó. No fue en el templo de Jerusalén. En
el templo no creían en él, estaban muy ocupados en sus negocios para escucharlo.
Aplicaban muy el famoso adagio que dice: “entre Dios y el dinero, el segundo va
primero”.
En medio de esa humillación y del abandono que padecía el pueblo, Dios se hizo
presente y tomó parte en su historia para transformarla y convertirla en
historia de salvación. Dice el texto: “Dirigió Dios su palabra a Juan hijo de
Zacarías, en el desierto.”
Baruc y Juan eran profetas del desierto. Es decir profetas que hablaban desde la
crisis que generaba un orden “perfecto”. Una estructura de poder que empobrecía
a mucha gente, y la condena a sobrevivir en la miseria para satisfacer la
insaciable sed de lucro, poder, placer y lujos de los ciudadanos romanos y sus
más cercanos colaboradores en las diferentes colonias.
El pueblo vivía humillado, de luto, “adolorido de tanto sufrir”, como dice la
canción. En medio de esa crisis, una voz gritó en el desierto: la voz de Dios
que nunca abandona a sus hijos. Esa voz hace una promesa: la salvación; y una
propuesta: la conversión.
Según lo anuncia Juan Bautista, la salvación es universal y gratuita. Pero es
necesario generar una dinámica de reflexión y conversión, para permitir que
llegue. La invitación de Baruc y la del Bautista, quien se vale de Isaías (Is
40,3ss), son similares: “¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas!
Toda hondonada debe rellenarse, todo cerro y colina rebajarse. Que lo torcido se
enderece, que se allanen los senderos escabrosos. Y verán todos los mortales la
salvación que trae Dios.”
En este adviento vale la pena preguntarnos qué opciones debemos tener como
Iglesia. Qué cerros debemos rebajar, qué caminos enderezar y qué hondonadas
rellenar. Tal vez tengamos orgullo, prepotencia, inconciencia, complejos, en
fin… tantas limitaciones humanas para transformar. Tanto desequilibrio que
genera muerte, tanta injusticia personal y estructural, tantas y tan
escandalosas desigualdades en nuestra sociedad.
Estamos urgidos de conversión hacia valores distintos a los propuestos por el
imperio. Estamos urgidos de relaciones sociales e interpersonales dignas y
justas. Ayer dominaron Tiberio y Pilato, Antipas, Filipo y Lisanias, Anás y
Caifás. Hoy el puesto lo tienen otros.
Ayer el Bautista recorrió toda la región que está a lado y lado del Jordán
despertando la conciencia de la gente. Hoy necesitamos profetas y el turno es
para nosotros. Como Iglesia tenemos que convertirnos en la voz que clama en el
desierto. Si la Iglesia se limita a celebrar misas y a excomulgar a quienes
piensan distinto; si no sale de los templos y se va al desierto donde el pueblo
sufre y clama justicia, se parecerá cada vez más a Anás y a Caifás, o al mudo
Zacarías.
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[1] Los libros deuterocanónicos fueron
escritos por judíos fuera de Palestina, normalmente en lengua griega. No son
aceptados por la tradición judía ni por las iglesias cristianas protestantes,
quienes los consideran apócrifos. Las iglesias cristianas de tradición ortodoxa
y católica, los tienen dentro del canon oficial.