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INTRODUCCIÓN


La pregunta de Jesús a sus discípulos no deja de resonar durante veinte siglos. Se dirige a todo hombre y llega hasta nosotros: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Esta pregunta sólo puede responderse desde una experiencia actual de fe, en la que se vuelve actual la confesión de fe de la Iglesia naciente: Un solo Dios y un solo Señor.

Se puede ser católico de toda la vida y, sin embargo, no distinguir a Dios Padre de Cristo. Se puede ser judío (o musulmán) y tener una experiencia viva de Dios, pero no saber qué hacer con Cristo; en el mejor de los casos, sería un enviado de Dios, un profeta más. Se puede tener muy claro que Jesús es el Señor, pero no entender que el Señor Resucitado es "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29), la primicia de una gran cosecha (1 Co 15,20). Se puede descubrir que "los muertos resucitan" (Lc 20,37), pero olvidar que Jesús es el Señor, el Cristo.

Se puede pedir a Cristo una señal, como los fariseos y saduceos (Mt 16,1), representantes de la religión oficial, pero estar incapacitados para discernir las señales del tiempo presente (16,3), las señales del reino de Dios. Y, sin embargo, las puede discernir cualquiera, como se puede discernir el tiempo que se avecina. ¡Generación malvada y adúltera! Una señal pide y no se la dará otra señal que la señal de Jonás (16,4), la llamada a la conversión, el anuncio del último plazo.

Se puede ser discípulo de Jesús y olvidarse de las señales. Los discípulos han de estar atentos, abrir los ojos y guardarse de la levadura de los fariseos y saduceos, que fermenta en la masa. Han de guardarse de la doctrina de los representantes de la religión oficial, que se contagia y hace mucho daño (16,6.12). Los discípulos han visto las señales (por ejemplo, la multiplicación de panes que brota del compartir), pero se olvidan de ellas. He aquí otra forma de quedar incapacitados para vivir el evangelio.

Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, les preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? Ellos dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas (16,13-14). O sea, la gente percibe que es un enviado de Dios, un profeta. Quizá algunos se van por los desfiladeros de la reencarnación: un profeta que ha vuelto a la vida.

Les dice Jesús: Y vosotros ¿quién decis que soy yo? Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo. Le dijo Jesús: Dichoso eres Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi padre que está en los cielos (16,15-17). Sobre la confesión de Cristo se funda la comunidad cristiana. Y esto no nos viene de la carne y de la sangre, no nos viene de familia ni de linaje, cada uno de nosotros necesitamos que nos lo diga Dios: ¿quién es Jesús de Nazaret?

La experiencia de Cristo afecta al sentido más profundo de la vida. La de Pedro adquiere un sentido insospechado: Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos (16,18). Sobre la confesión de fe de Pedro se edifica la Iglesia. Y no hay nada (el Hades, el infierno, el mal, la muerte), no hay nada que pueda destruir la comunidad, que pueda prevalecer sobre la Iglesia. El poder de atar y desatar (poder de juzgar) que se le da a Pedro, no justifica ninguna arbitrariedad por su parte. Su misión está vinculada a la palabra de Cristo, que (siempre en presente) edifica a la Iglesia.

Entonces dijo a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo (16,20). ¿Cómo se entiende esto? Lo que tenemos que anunciar ahora a todo el mundo (Hch 2,36), Jesús les dice que se lo callen. Evidentemente, Jesús corre riesgo. El mesías, el cristo, el ungido de Dios, el esperado, puede entenderse mal, en sentido nacionalista. Y la cosa está que arde. El evangelio de Jesús no da amparo a ningún nacionalismo. Hemos de reinterpretar para nosotros qué significa Cristo.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; y ser matado y resucitar al tercer día (16,21). Para Jesús es inevitable el conflicto con los tres grupos que componen el sanedrín: los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas. Pero la muerte, el mal, el infierno, el Hades, tiene un dominio limitado: matan el cuerpo, pero no pueden hacer más (Lc 12,4).

Sin embargo, Pedro cree que todavía es posible el Cristo triunfante y no quiere ni oir hablar del Cristo doliente. Incluso, con aire de superioridad, le toma aparte y le reprende al Maestro: ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ninguna manera te sucederá eso! Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres! (Mt 16,22-23).

Entonces dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué pueda dar el hombre a cambio de su vida? (16,24-26). En el seguimiento de Cristo o en su rechazo, es la propia vida la que está en juego.

El juicio está en acción: Porque el hijo del hombre ha de venir en la gloria de su padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al hijo del hombre venir en su reino (16,27-28). Esto es algo que está sucediendo ya.

* En los temas que siguen, nos planteamos lo que significa Cristo en nuestra experiencia de fe. Por ello, nos hacemos la pregunta: Para nosotros ¿quién es Jesucristo? (tema 12).

* Nos acercamos a los orígenes de Jesús, desde la experiencia actual de fe. Contemplamos su humanidad, realmente vinculada a la nuestra, así como su trascendencia, cuyo origen más profundo se esconde en el misterio de Dios (tema 13).

* No podemos acercarnos a Cristo hoy, prescindiendo de su Palabra, de lo que dijo e hizo, de su enseñanza y de su acción, de su misión. La cosa empezó en Galilea. Tampoco podemos acercarnos al Jesús de la historia, prescindiendo del que hoy está con nosotros (tema 14). Como temas complementarios: La misión de los doce, Los mandamientos más pequeños.

* El misterio pascual marca la existencia de Jesús y la existencia del discípulo. Como dice San Pablo, anunciamos a un Cristo crucificado (1 Co 1,23). Jesús vive su pasión y su muerte como un bautismo (Lc 12,50), como un éxodo, como un paso de este mundo al Padre (tema 15). Temas complementarios: Mete la espada en la vaina, No está aquí, Ha resucitado.

* La Pascua no es lo que fue. Es preciso recuperarla. La Pascua celebra (en presente) el paso de Jesús en medio de nosotros como Señor de la historia: pasa salvando (tema 16).

* Desde la experiencia de fe, nos planteamos quién es Jesús de Nazaret. Contemplamos su personalidad desde ángulos diversos: sus datos de identidad, lo que dicen las fuentes no cristianas, lo que percibe la gente que le sigue, lo que dice Jesús sobre sí mismo, lo que confiesa la Iglesia naciente (tema 17).

* El don del Espíritu es una experiencia que brota a raudales como fruto de la pascua de Cristo. Como dice Pedro, "lo que estáis viendo y oyendo" es la exaltación de Jesús por parte de Dios, el cumplimiento de su Palabra (tema 18). Tema complementario: Baño en el Espíritu.

* A Dios nadie le ha visto jamás; el hijo único, que está en el seno del padre, nos lo ha dado a conocer (Jn 1,18). Jesús nos da a conocer el verdadero rostro de Dios (tema 19).

* Iniciar en la oración, enseñar a orar (Lc 11,1), es parte del proceso de evangelización. En realidad, no sabemos cómo orar. Nos faltan las palabras. Podemos orar con los salmos, como las primeras comunidades, en el espíritu de Jesús: Padre nuestro (tema 20).

* Escuchando la Palabra y por el don del Espíritu, podemos comprender la relación de Jesús con Dios: Nadie conoce al hijo más que el padre, y nadie conoce al padre sino el hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27), por él unos y otros tenemos acceso al padre en un mismo espíritu (Ef 2,18) (tema 21).