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INTRODUCCIÓN

 
La experiencia de fe, que anunciamos y compartimos, supone el reconocimiento actual de Jesús como Señor (Con vosotros está) y la conversión (fundamental) a la justicia del Evangelio. Supone una relación nueva con respecto a Dios (Un solo Dios y un solo Señor), y una relación nueva con respecto a los demás, y también con respecto a uno mismo. Supone una vida nueva (Rm 6,4).

Pablo lo sabe por experiencia. Quien se ha encontrado con Cristo es como si hubiera vuelto a nacer, un hombre nuevo (2 Co 5,17). En cierto sentido, en el encuentro con Cristo ha sido creado de nuevo. La profundidad de esa relación es expresada así: ¡Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi! (Ga 2,20).

El descubrimiento de ese acontecimiento saca a Pablo fuera de sí, derriba sus viejos centros de interés, invierte su jerarquía de valores, cambia los cimientos de su mundo: Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía – la de la ley – sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe (Flp 3,7-9).

La vida nueva que nos ofrece Jesús de Nazaret se manifiesta como experiencia de conversión. El ideal moral del Decálogo no sólo es cumplido hasta la última i (Mt 5,18), sino que también es superado. Jesús proclama de forma global, la orientación de la existencia cristiana, configurada por el don de Dios y la conversión a la justicia del Evangelio,  una justicia que supera la de escribas y fariseos (5,20), de publicanos y gentiles (5,46-47), una justicia semejante a la del Padre celestial (5,45-48), la justicia del reino de Dios. Es la justicia de la comunidad cristiana, que en esa carta magna encuentra su propia identidad. Y es la justicia ofrecida al mundo, que -con esa sal- puede ser preservado de la corrupción y -con esa luz- puede ser liberado de la oscuridad (5,13-16).

De una forma especial, la vida nueva que anuncia Jesús se celebra en los sacramentos. Los sacramentos son actos personales del mismo Cristo. Como dice el Concilio Vaticano II, "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en las acciones litúrgicas”, “está presente con su fuerza en los sacramentos de modo que cuando alguien bautiza, es Cristo mismo quien bautiza" (SC 7). Los sacramentos son encuentros con Cristo. Como dice San Ambrosio: "Cristo, te me has manifestado cara a cara: te encuentro en tus sacramentos" (Apología del profeta David, 12,58). Y San León Magno, "lo que era visible en Cristo, ha pasado a los sacramentos de la Iglesia" (Sermón 74,2). Los sacramentos son celebraciones de la comunidad, de la que dice Pablo: vosotros sois el cuerpo de Cristo (1 Co 12,27). Siendo comunidad, la Iglesia es luz de las gentes (LG 1), signo levantado en medio de las naciones (SC 2), sacramento universal de salvación (GS 45).