Congregación
para la Evangelización de los Pueblos
GUIA PARA LOS CATEQUISTAS
SEGUNDA PARTE
ELECCION Y FORMACION DEL CATEQUISTA
IV - ELECCION PRUDENTE
17. Importancia de la selección y preparación del
ambiente. Un problema fundamental en los territorios de misión, es la
dificultad de establecer qué grado de convicción de fe y qué calidad de
motivación vocacional ha de tener un candidato para ser aceptado. Este problema
se debe a muchas causas más o menos consistentes; principalmente: la diversa
madurez religiosa de las comunidades eclesiales; la escasez numérica de
personas idóneas y disponibles; la situación socio-política; la escasa
preparación escolar básica y las dificultades económicas. Este estado de
cosas puede engendrar una especie de resignación ante la cual es preciso
reaccionar.
La CEP insiste en el principio de que una buena
selección de los candidatos es la condición preliminar para lograr catequistas
idóneos. Por eso, como hemos dicho ya, exhorta a que, desde la elección
inicial se procure ante todo la calidad. Es preciso que los Pastores
tengan este criterio como ideal a lograr gradualmente y que no acepten
con facilidad compromisos. Además, la CEP sugiere que se cultive la formación
del ambiente, dando a conocer cuál es el papel del catequista en la comunidad,
sobre todo entre los jóvenes, para que aumente el número de los que se sienten
inclinados a comprometerse en este servicio eclesial.
No se olvide, además, que el aprecio que
manifiestan los fieles por esa función es directamente proporcionada al modo
con que los Pastores tratan a sus catequistas, valorizan sus atribuciones y
respetan su responsabilidad. Un catequista realizado, responsable y dinámico,
que actúa con entusiasmo y alegría en el ejercicio de su tarea, apreciado y
justamente remunerado, es el mejor promotor de su propia vocación.
18. Criterios de selección. Para escoger un
candidato como catequista, es preciso saber qué criterios son
"esenciales" y cuáles no. En la práctica, es indispensable que en
todas las Iglesias se establezca una lista de criterios de selección, para que
los encargados de escoger a los candidatos tengan puntos de referencia. La
elaboración de esa lista, con criterios suficientes, precisos, realistas
y controlables, corresponde a la autoridad local, única capaz de valorar
las exigencias del servicio y la posibilidad de responder a ellas.
También en este punto conviene tener en cuenta las
siguientes indicaciones generales, con el fin de lograr un comportamiento homogéneo
en todas las zonas de misión, respetando las necesarias e inevitables
diferencias.
- Algunos criterios se refieren a la persona del
catequista: por principio absoluto previo, como se acepte nunca a nadie que
no tenga motivaciones serias, o que solicite ser catequista porque no ha podido
encontrar otra ocupación más honrosa y rentable. En sentido positivo, los
criterios deberán contemplar: la fe del candidato, que se manifiesta en su
piedad y en el estilo de vida diaria; su amor a la Iglesia y la comunión con
los Pastores; el espíritu apostólico y la apertura misionera; su amor a los
hermanos, con propensión al servicio generoso; su preparación intelectual básica;
buena reputación en la comunidad, y que tenga todas las potencialidades
humanas, morales y técnicas relacionadas con las funciones peculiares de un
catequista, como el dinamismo, la capacidad de buenas relaciones, etc.
- Otros criterios se refieren al acto de la
selección: tradándose de un servicio eclesial, la decisión incumbe al
Pastor, generalmente al párroco. La comunidad se verá implicada,
necesariamente, en cuanto debe indicar y valorar el candidato. El Obispo, a
quien el párroco presentará los candidatos, también participará
personalmente o mediante su delegado, al menos en un momento sucesivo, para
confirmar con su autoridad la elección y, sucesivamente, para conferir la misión
oficial.
- Existen criterios especiales de aceptación en
centros o escuelas para catequistas: además de los criterios generales que
valen para todos, cada centro establece sus propios criterios de aceptación de
acuerdo con las características del centro mismo, especialmente en lo referente
a la preparación escolar básica que se exige, las condiciones de participación,
los programas de formación, etc.
Estas indicaciones generales deben especificarse
concretamente in loco, sin omitir ninguno de los campos indicados, precisándolos
y completándolos, en base a lo que requiere y permite cada situación.
V - CAMINO DE FORMACION
19. Necesidad de una formación adecuada. Para que
las comunidades eclesiales puedan contar con catequistas suficientes e idóneos,
además de una elección atenta, es indispensable proporcionar una preparación
de calidad.
El Magisterio de la Iglesia reclama continuamente y
con convicción, la necesidad de la preparación del catequista, porque
cualquier actividad apostólica "que no se apoye en personas
verdaderamente formadas, está condenada al fracaso".
Es útil señalar que los documentos del Magisterio
requieren para el catequista en una formación global y especifica.
Global, es decir, que abarque todas las dimensiones de su personalidad, sin
descuidar ninguna. Específica, es decir ordenada al servicio peculiar que ha de
llevar a cabo: anunciar la Palabra a los distantes y a los cercanos, guiar a la
comunidad, animar y, cuando sea necesario, presidir el encuetro de oración,
asistir a los hermanos en las diversas necesidades espirituales y materiales.
Todo esto lo confirmó el Papa Juan Pablo II: "Cuidar con especial
solicitud la calidad significa, pues, procurar con preferencia una formación básica
adecuada y una actualización constante. Se trata de una labor fundamental para
asegurar a la misión de la Iglesia, personal calificado, programas completos y
estructuras adecuadas, abrazando todas las dimensiones de la formación,de la
humana a la espiritual, doctrinal, apostólica y profesional".
Se trata, pues, de una formación exigente para el
interesado y comprometedora para los que deben cooperar en su realización. La
CEP la confía como tarea de máxima importancia hoy, al cuidado especial de los
Ordinarios.
20. Unidad y armonía en la personalidad del
catequista. Para realizar su vocación, los catequistas - como todo fiel laico -
"han de ser formados para vivir aquella unidad con la que está marcado
su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad
humana". No pueden existir niveles paralelos y diferentes en la vida
del catequista: el espiritual, con sus valores y exigencias; el secular
con sus distintas manifestaciones, y el apostólico con sus compromisos,
etc..
Para lograr la unidad y la armonía de la persona es
importante, desde luego, educar y disciplinar sus propias tendencias
caracteriales, intelectuales, emocionales, etc., para favorecer el crecimiento,
y seguir un programa de vida ordenado; es decisivo profundizar y aferrar que el
principio y la fuente de la identidad del catequista, es la persona de
Cristo Jesús.
El objeto esencial y primordial de la catequesis,
como es bien sabido, es la persona de Jesús de Nazareth, "Hijo único
del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14), "el
camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Todo el "misterio
de Cristo" (Ef 3,4), "escondido desde siglos y
generaciones" (Col 1,26), es el que debe ser revelado. Por
tanto, la preocupación del catequista deberá ser, precisamente, la de
trasmitir, a través de su enseñanza y comportamiento, la doctrina y la vida de
Jesús. El ser y actuar del catequista dependen, inseparablemente, del ser y el
actuar de Cristo. La unidad y la armonía del catequista se deben leer desde esa
perspectiva cristocéntrica y han de construirse en base a una "familiaridad
profunda con Cristo y con el Padre", en el Espíritu. Nunca se insistirá
bastante en este punto, si se quiere renovar la figura del catequista en este
momento decisivo para la misión de la Iglesia.
21. Madurez humana. Desde la elección, es
importante poner cuidado en que el candidato posea un mínimo de cualidades
humanas básicas, y muestre aptitud para un crecimiento progresivo. El objetivo,
en este ámbito, es que el catequista sea una persona humanamente madura e idónea
para una tarea responsable y comunitaria.
Por tanto, se deben tener en cuenta algunos aspectos
determinados. Ante todo, la esfera propiamente humana, con todo lo que
ella implica: equilibro psico-físico, buena salud, responsabilidad, honradez,
dinamismo; ética profesional y familiar; espíritu de sacrificio, de fortaleza,
de perseverancia, etc. Además, la idoneidad para desempeñar las funciones
de catequista: facilidad de relaciones humanas, de diálogo con las diversas
creencias religiosas y con la propia cultura; idoneidad de comunicación,
disposición para colaborar; función de guía; serenidad de juicio; comprensión
y realismo; capacidad para consolar y de hacer recobrar la esperanza, etc. En
fin, algunas dotes características para afrontar situaciones o ambientes
particulares: ser artífices de paz; idóneos para el compromiso de promoción,
de desarrollo, de animación socio-cultural; sensibles a los problemas de la
justicia, de la salud, etc.
Estas cualidades humanas, educadas con una sana
pedagogía, forman una personalidad madura y completa, ideal para un catequista.
22. Profunda vida espiritual. La misión de educador
en la fe requiere en el catequista una intensa vida espiritual. Este es el
aspecto culminante y más valioso de su personalidad y, por tanto, la dimensión
preferente de su formación. El verdadero catequista es el santo.
La vida espiritual del catequista se centra en una
profunda comunión de fe y amor con la persona de Jesús que lo ha llamado y lo
envía. Como Jesús, el único Maestro (cf. Mt 23,8), el catequista sirve
a los hermanos con la enseñanza y con las obras que son siempre gestos de amor
(cf. Hch 1,1). Cumplir la voluntad del Padre, que es un acto de caridad
salvífica hacia los hombres, es también alimento para el catequista, como lo
fue para Jesús (cf. Jn 4,34). La santidad de vida, realizada desde la
perspectiva de la identidad de laico y apóstol, ha de ser, pues, el ideal al
que se ha de aspirar en el ejercicio del servicio de catequista.
La formación espiritual se desarrolla en un proceso
de fidelidad hacia "Aquél que es el principio inspirador de toda la
obra catequética y de los que la realizan: el Espíritu del Padre y del Hijo:
el Espíritu Santo".
La manera más adecuada para alcanzar ese alto grado
de madurez interior es una intensa vida sacramental y de oración.
De las experiencias más significativas y realistas
se destaca un ideal de vida de oración que la CEP propone al menos para los
catequistas que guían una comunidad, o que trabajan con dedicación plena, o
colaboran estrechamente con el sacerdote, especialmente para los llamados Cuerpos
directivos:
- Participación en la Eucaristía con
regularidad y, donde es posible, cada día, sosteniéndose con el "pan
de vida" (Jn 6,34), para formar "un solo cuerpo"
con los hermanos (cf. 1Cor 10,17) y ofreciéndose a sí mismo al Padre,
junto con el cuerpo y la sangre del Señor.
- Liturgia vivida en sus distintas
dimensiones, para crecer como persona y para ayudar la comunidad.
- Rezo de una parte de la Liturgia de las Horas
especialmente de Laudes y de Vísperas, para unirse a la alabanza que la Iglesia
ofrece al Padre "desde que sale el sol hasta el ocaso" (Sal
113,3).
- Meditación diaria, especialmente sobre la
Palabra de Dios, en actitud de contemplación y de respuesta personal. Como la
experiencia lo demuestra, la meditación regular, así como la lectio divina,
hecha también por los laicos, pone orden en la vida y asegura un armonioso
crecimiento espiritual.
- Oración personal, que alimente la comunión
con Dios durante las ocupaciones diarias, prestando especial atención a la
piedad mariana.
- Frecuencia del Sacramento de la Penitencia
para la purificación interior y el fervor del espíritu.
- Participación en retiros espirituales,
para la renovación personal y comunitaria.
Sólo alimentando la vida interior con una oración
abundante y bien hecha, el catequista puede lograr el grado de madurez
espiritual que su cometido exige. Como la adhesión al mensaje cristiano, que en
último término es fruto de la gracia y de la libertad, y no depende de la
habilidad del catequista, es necesario que su actividad esté acompañada por la
oración.
Puede suceder que, debido a la escasez de personas
disponibles e idóneas, surja el riesgo de contentarse con catequistas de nivel
más bien bajo. La CEP anima a no ceder a esas soluciones pragmáticas para que
esta figura de apóstol pueda mantener su puesto cualificado en la Iglesia así
como lo exige el actual momento del compromiso misionero.
Para la vida espiritual del catequista es necesario
proporcionarle medios adecuados. El primero es, sin lugar a dudas, la dirección
espiritual. Merecen estima las diócesis que confían a uno o varios
sacerdotes la guía espiritual de los catequistas en sus mismos puestos de
trabajo. Pero es insustituible la obra constante de un director espiritual que
el catequista mismo escoge entre los sacerdotes disponibles y de fácil acceso.
Este sector hay que potenciarlo. Los párrocos, sobre todo, han de permanecer
cerca de sus propios catequistas, preocupándose de seguirlos en su crecimiento
espiritual, más aun que en la eficacia de su trabajo.
Se recomiendan, asimismo, las iniciativas
parroquiales o diocesanas que tienen por objeto la formación interior de los
catequistas - como las escuelas de oración, las convivencias fraternas y de
coparticipación espiritual y los retiros espirituales. Estas iniciativas no aíslan
a los catequistas, sino que les ayudan a crecer en la espiritualidad propia y en
la comunión entre ellos.
Todo catequista, en fin, debe estar convencido de
que la comunidad cristiana es también un lugar apropiado para cultivar la vida
interior. Mientras guía y anima la oración de los hermanos, el catequista
recibe de ellos, al mismo tiempo, un estímulo y un ejemplo para mantener el
fervor y crecer como apóstol.
23. Preparación doctrinal. Es evidente la necesidad
de una preparación doctrinal de los catequistas, para que puedan conocer a
fondo el contenido esencial de la doctrina cristiana y comunicarlo luego de modo
claro y vital, sin lagunas o desviaciones.
Se requiere en todos los candidatos una preparación
escolar básica evidentemente proporcionada a la situación general del país.
Son conocidas, al respecto, las dificultades que se presentan donde la
escolaridad es baja. No se debe ceder sin reaccionar ante esas dificultades. Por
el contrario, hay que tratar de elevar el grado de estudio básico que se
requiere para ser aceptados, de manera que todos los candidatos estén
preparados para seguir un curso de cultura religiosa superior; sin la
cual además de experimentar un sentimiento de inferioridad respecto a otros que
han estudiado, resultan efectivamente menos aptos para afrontar ciertos
ambientes y para resolver nuevas problemáticas.
Por lo que se refiere a los contenidos, sigue siendo
actual y válido el cuadro completo de formación teológico-doctrinal,
antropológica y metodológica, tal como se presenta en el Directorio
Catequístico General publicado por la Congregación para el Clero en 1971.
En lo que concierne a los territorios de misión, sin embargo, es necesario
hacer algunas precisaciones y añadir unas observaciones que este Dicasterio ya
había expresado, en parte, in ocasión de la Asamblea Plenaria de 1970, y que
ahora asume y desarrolla en base a la Encíclica Redemptoris Missio:
- En virtud del fin propio de la actividad
misionera, los elementos fundamentales de la formación doctrinal del catequista
serán la Teología Trinitaria, la Cristología y la Eclesiología, consideradas
en una síntesis global, sistemática y progresiva del mensaje cristiano.
Comprometido a dar a conocer y a amar a Cristo, Dios y Hombre, deberá conocerlo
a fondo e interiorizarse con El. Comprometido a dar a conocer y a amar a la
Iglesia, se familiarizará con su tradición e historia y con el testimonio de
los grandes modelos, como son los Padres y los Santos.
- El grado de cultura religiosa y teológica varía
de un lugar a otro, dependiendo de cómo se imparta la enseñanza: en centros, o
en cursos breves. En todo caso se debe asegurar a todos un mínimo conveniente,
fijado por la Conferencia Episcopal o por el Obispo, en base al criterio general
ya mencionado, de la necesidad de adquirir una cultura religiosa superior.
- La Sagrada Escritura deberá seguir siendo la
materia principal de enseñanza y constituir el alma de todo el estudio teológico.
Esta ha de intensificarse cuando sea necesario. Habrá que estructurar, entorno
a la Sagrada Escritura, un programa que incluya las principales ramas de la
teología. Se tenga presente que el catequista tiene que ser formado en la
pastoral bíblica, también en previsión de la confrontación con las
confesiones no católicas y con las sectas que recurren a la Biblia de modo no
siempre correcto.
- También la Misiología ha de enseñarse a los
catequistas, al menos en sus elementos basilares, para garantizarles este
aspecto esencial de su vocación.
- Llamado a ser animador de la oración comunitaria,
el catequista necesita profundizar convenientemente el estudio de la Liturgia.
- Según las necesidades locales, habrá que incluir
o dar mayor relieve a algunos temas de estudio; por ejemplo, la doctrina, las
creencias de los ritos principales de las otras religiones o las variantes teólogicas
de las Iglesias y de las comunidades eclesiales no católicas presentes en la
región.
- Merecen especial atención algunos temas que dan a
la preparación intelectual del catequista un mayor arraigo y actualización,
como: la inculturación del Cristianismo en una cultura determinada; la promoción
humana y de la justicia en una especial situación socio-económica; el
conocimiento de la historia del país, de las prácticas religiosas, del idioma,
de los problemas y necesidades del ambiente al que ha sido destinado el
catequista.
- Por lo que se refiere a la preparación metodológica,
hay que tener presente que, en las misiones, muchos catequistas trabajan también
en distintos campos de la pastoral, y que casi todos están en contacto con
seguidores de otras religiones. Por eso hay que iniciarlos no sólo en la enseñanza
de la catequesis, sino también en todas aquellas actividades que forman parte
del primer anuncio y de la vida de una comunidad eclesial.
- Será importante. asimismo, presentar a los
catequistas contenidos relacionados con las nuevas situaciones que van surgiendo
en el contexto de su vida. En los programas de estudio se deberán incluir también
- partiendo de la realidad actual y de las previsiones para el futuro - materias
que ayuden a afrontar fenómenos como la urbanización, la secularización, la
industrialización, las migraciones, los cambios socio-póliticos, etc.
- Hay que insistir en que la formación teológica
tiene que ser global y no sectorial. Los catequistas, en efecto, deben llegar a
una comprensión unitaria de la fe que favorezca precisamente la unidad y la
armonía de su personalidad, y también de su servicio apostólico.
- Actualmente hay que aprovechar la especial
importancia que reviste, para la preparación doctrinal de los catequistas el Catecismo
de la Iglesia Católica. Este contiene, en efecto, una síntesis orgánica
de la Revelación y de la perenne fe católica, tal como la Iglesia la propone a
sí misma y a la comunidad de los hombres de nuestro tiempo. Como afirma S.S.
Juan Pablo II, en la Constitución Apostólica Fidei depositum, el Catecismo
contiene "cosas nuevas y viejas" (cf. Mt 13,52), pues la
fe es siempre la misma y al mismo tiempo es fuente de luces siempre nuevas. El
servicio que el Catecismo quiere ofrecer es atinente y actual para cada
catequista. La misma Constitución Apostólica afirma que el Catecismo se
ofrece a los Pastores y a los fieles para que se sirvan de él en el
cumplimiento, dentro y fuera de la comunidad eclesial, de "su misión de
anunciar la fe y de llamar a la vida evangélica". Y se ofrece también
"a todo hombre que os pida cuentas de la esperanza que hay en vosotros (cf.
1Pt 3,15) y que desea conocer lo que la Iglesia católica cree". Sin
duda alguna los catequistas encontrarán en el nuevo Catecismo una fuente
de inspiración y una mina de conocimientos para su misión específica.
- A estas indicaciones hay que añadir una exhortación
a procurar los medios necesarios para la formación intelectual de los
catequistas. Entre éstos están, en primer lugar, las escuelas de catequesis: y
se revelan también muy eficaces los cursos breves promovidos en las diócesis o
en las parroquias, la instrucción individual impartida por un sacerdote o un
catequista experto; además, la utilización de material didáctico. Es bueno
que se dé importancia, en la formación intelectual, a metodologías variadas y
sencillas como las lecciones escolares, el trabajo en grupo, el análisis de
casos prácticos, las investigaciones y el estudio individual.
La dimensión intelectual de la formación se
presenta, pues, como algo muy exigente, y requiere personal cualificado,
estructuras y medios económicos. Se trata de un desafío que hay que afrontar y
superar con valor, sano realismo y una programación inteligente, ya que es éste
uno de los sectores más deficientes en el momento actual.
Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el
estudio para llegar a ser como una lámpara que ilumina el camino de los
hermanos (cf. Mt 5, 14-16). Para ello, debe ser el primero en sentirse
gozoso de su fe y de su esperanza (cf. Flp 3,1; Rm 12,12);
teniendo el sano criterio de proponer sólo los contenidos sólidos de la
doctrina eclesial en fidelidad al Magisterio; sin permitisse nunca perturbar las
conciencias, sobre todo de los jóvenes, con teorías "más propias para
suscitar problemas inútiles que para secundar el plan de Dios, fundado en la
fe" (1Tm 1,4).
En fin de cuentas, es deber del catequista unir en
su persona la dimensión intelectual y la espiritual. Ya que existe un único
Maestro, el catequista debe de ser consciente de que sólo el Señor Jesús enseña,
mientras que él lo hace "en la medida en que es su portavoz,
permitiendo que Cristo enseñe por su boca".
24. Sentido pastoral. La dimensión pastoral de la
formación se refiere al ejercicio de la triple función: profética, sacerdotal
y real del laico bautizado. Por eso hay que iniciar al catequista en su tarea:
anuncio del Evangelio, catequesis, ayuda a los hermanos para que vivan su fe y
rindan culto a Dios, y presten los servicios pastorales en la comunidad.
Las aspectos principales en los que se debe educar a
los candidatos son: el espíritu de responsabilidad pastoral y la leadership;
la generosidad en el servicio; el dinamismo y la creatividad; la comunión
eclesial y la obediencia a los Pastores.
Este tipo de formación requiere instrucciones
doctrinales explicando los principales campos apostólicos en los que un
catequista puede actuar, de manera que conozca bien las necesidades y el modo de
responder a ellas. Es necesario, asimismo, que se expliquen las características
de los destinatarios: niños, adolescentes, jóvenes o adultos; estudiantes o
trabajadores, bautizados o no; miembros de pequeñas comunidades o de
movimientos; sanos o enfermos, ricos o pobres, etc., y las distintas maneras de
dirigirse a ellos.
En particular se asegure a los catequistas la
preparación pastoral sacramental, de manera que puedan ayudar a los fieles a
comprender mejor el sentido religioso de los signos y acercarse con confianza a
estas fuentes perennes de vida sobrenatural. No se olvide la importancia de
acompañar a los cristianos que sufren a vivir la gracia propia del sacramento
de la Unción de los Enfermos.
La formación pastoral requiere, además, ejercicios
prácticos, especialmente al principio, bajo la guía de maestros, del
sacerdote, o de algún catequista experto.
Las instrucciones teóricas y los ejercicios prácticos
deberán armonizarse, en la medida de lo posible, de manera que la introducción
al compromiso apostólico sea gradual y completa.
Por lo que se refiere a la preparación al servicio
específico de la catequesis, es oportuno recordar expresamente el Directorio
Catequético General en particular allí donde se explican los "elementos
de metodología".
25. Celo misionero. La dimensión misionera está
estrictamente vinculada a la identidad misma del catequista y caracteriza todas
sus actividades apostólicas. Por eso se le debe cuidar con esmero en la formación,
procurando asegurar a cada catequista una buena iniciación teórica y práctica
que le capacite, como cristiano laico, a recorrer las etapas progresivas que son
propias de la actividad misionera, a saber:
- Estar presente activamente en la sociedad
de los hombres, dando un testimonio auténtico de vida, estableciendo con todos
una convivencia sincera, y colaborando en caridad para resolver los problemas
comunes.
- Anunciar con franqueza (cf. Hch
4,23; 28,31) la verdad acerca de Dios y de que él envió para la salvación de
todos, a nuestro Señor Jesucristo (cf. 2Ts 1,9-10), de manera que los no
cristianos, a los que el Espíritu Santo abra el corazón (cf. Hch
16,14), puedan creer y convertirse libremente.
- Encontrar a los adeptos de otras religiones
sin prejuicios, y en diálogo franco y abierto.
- Preparar a los catecúmenos en el
camino de iniciación gradual al misterio de la salvación, a la práctica de
los preceptos evangélicos y a la vida religiosa, litúrgica y caritativa del
pueblo de Dios.
- Construir la comunidad, preparando a los
candidatos a recibir el Bautismo y los demás sacramentos de la iniciación
cristiana, para que entren a formar parte de la Iglesia de Cristo que es profética,
sacerdotal y real.
- Bajo la guía de los Pastores y en colaboración
con los demás fieles, cumplir las tareas que, según el plan pastoral,
conducen a la maduración de la Iglesia particular. Estos servicios corresponden
a necesidades de cada Iglesia, y caracterizan al catequista en los territorios
de misión. Por consiguiente, la actividad de formación deberá ayudar al
catequista a afinar su sensibilidad misionera, y capácitarlo a descubrir y a
aprovechar todas las situaciones favorables al primer anuncio.
- Recordando el pensamiento ya citado de Juan Pablo
II, cuando los catequistas se forman bien en el espíritu misionero se hacen animadores
misioneros de su propia comunidad eclesial e impulsan fuertemente la
evangelización de los no cristianos, prontos a que sus Pastores los envíen
fuera de la propia Iglesia o país. Los Pastores, conscientes de su propia
responsabilidad, traten de valorar al máximo esa legión insustituible de apóstoles
y ayúdenles a acrecentar cada día más su celo misionero.
26. Actitud eclesial. El hecho de que la Iglesia sea
misionera por su misma naturaleza y haya sido llamada y destinada a evangelizar
a todos los hombres, comporta una doble convicción: en primer lugar, que la
actividad apostólica no es un acto individual y aislado; y que se ha de llevar
a cabo en comunión eclesial, a partir de la Iglesia particular con su Obispo.
Estas constataciones de Pablo VI con relación a los
evangelizadores pueden aplicarse con todo derecho a los catequistas, cuya tarea
es una realidad eminentemente eclesial y, por tanto, comunitaria. El catequista,
en efecto, es enviado por los Pastores y actúa gracias a la misión recibida de
la Iglesia y en nombre de ella. Su acción, de la que él no es dueño sino
humilde siervo, tiene, en el orden de la gracia, vínculos institucionales con
la acción de toda la Iglesia.
Las actitudes principales que se deben tener en
cuenta para educar convenientemente a un catequista a esa dimensión comunitaria
son:
- La actitud de obediencia apostólica a los
Pastores, en espíritu de fe, como Jesús que "se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo (...), obedeciendo hasta la muerte" (Flp
2,7-8; cf. Hb 5,8; Rm 5,19). A esta obediencia apostólica debe
acompañar una actitud de responsabilidad, ya que el ministerio del catequista,
después de la elección y del mandato, es ejercido por la persona llamada y
habilitada interiormente por la gracia del Espíritu.
En este contexto de la obediencia apostólica, se
hace cada vez más oportuno el mandato o misión canónica, como se
acostumbra en muchas Iglesias, en el que se destaca el vínculo que existe entre
la misión de Cristo y de la Iglesia, con la del catequista.
Se aconseja sea en una función litúrgica especial
o litúrgicamente inspirada, debidamente aprobada, celebrada en la comunidad de
la que procede el catequista, durante la cual el Obispo o un delegado suyo dé
el mandato, haciendo un gesto significativo, como por ejemplo la imposición del
crucifijo o la entrega de los Evangelios. Es conveniente que este rito del
mandato tenga más solemnidad para el catequista de plena dedicación que para
el catequista de tiempo limitado.
- Capacidad de colaborar en distintos
niveles: el sentido comunitario produce necesariamente en el individuo una
actitud de colaboración que se debe educar y apoyar. El catequista deberá
tener en cuenta todos los componentes de la comunidad eclesial en la que está
insertado, y actuar en unión con ellos. Se recomienda, especialmente, la
colaboración con otros laicos comprometidos en la pastoral, sobre todo en las
Iglesias donde están más desarrollados los servicios laicales distintos al del
catequista. Para colaborar en este plano, no es suficiente una convicción
interior; se debe echar mano también del trabajo de conjunto, como la
planificación y la revisión en común de las distintas obras y actividades.
Esta unión de todas las fuerzas es cometido, sobre todo, de los Pastores; pero
la cordura de un catequista deberá favorecer la convergencia de todos los que
trabajan en su radio de acción.
El catequista debe saber sufrir por la Iglesia,
afrontando la fatiga que comporta el apostolado realizado en común y aceptando
las imperfecciones de los miembros de la Iglesia, a imitación de Cristo que amó
a su Iglesia hasta darse por ella (cf. Ef 5,25).
La educación al sentido comunitario debe ser objeto
de atención especial, desde el comienzo de la formación, mediante experiencias
preparadas, realizadas y revisadas en grupo por los candidatos.
27. Agentes de formación. Es de capital
importancia, en la formación de los catequistas, contar con educadores idóneos
y suficientes. Cuando se habla de agentes, se debe entender todo el conjunto de
personas implicadas en la formación.
Los catequistas deben estar convencidos, ante todo,
de que su primer educador es Nuestro Señor Jesu Cristo, que forma a través
del Espíritu Santo (cf Jn 16,12-15). Esto exige en ellos un espíritu
de fe y una actitud de oración y de recogimiento para dar espacio a la pedagogía
divina. La educación de apóstoles es pues, principalmente un arte que se
expresa en el ámbito sobrenatural.
La persona es la primera responsable del
propio crecimiento interior, es decir, de cómo se debe responder al llamamiento
divino. La conciencia de esta responsabilidad deberá impulsar al catequista a
dar una respuesta activa y creativa comprometiéndose y asumiendo todas las
responsabilidades del propio progreso de vida.
El catequista opera en comunión, al servicio y con
la ayuda de la comunidad eclesial. Por tanto, también la comunidad está
llamada a colaborar en la formación de sus catequistas, asegurándoles, en
especial, un ambiente positivo y fervoroso; acogiéndolos por lo que son y
ofreciéndoles la debida colaboración. En la comunidad, los Pastores
desempeñan también un servicio de guía como educadores de los catequistas.
Esto requiere de ellos particular atención y, en los candidatos, confianza y
coherencia en seguir sus directivas. El Obispo y el párroco son, en virtud de
su función, los formadores más adecuados de los catequistas.
Los formadores, es decir, los delegados por
la Iglesia para ayudar a los catequistas a realizar el programa de educación,
son como "compañeros de viaje" cuyo servicio cualificado es
muy valioso. Son, ante todo, los responsables de los centros para catequistas y
también los que se encargan de la formación básica y permanente de los
candidatos fuera de los centros. Es importante que se escojan educadores idóneos
que, además de destacarse por sentido de Iglesia y por vida cristiana, posean
una preparación específica para esa tarea y tengan una experiencia personal
por haber desempeñado, ellos también, el servicio de la catequesis. Es bueno
que los formadores constituyan un equipo o grupo compuesto posiblemente de
sacerdotes, religiosos y laicos, tanto hombres como mujeres escogidos sobre todo
entre catequistas experimentados. Así, la formación resultará más completa y
encarnada. Los candidatos han de tener confianza en sus formadores y
considerarlos guías indispensables que la Iglesia les ofrece amorosamente para
que puedan llegar a un alto grado de madurez.
28. Formación básica. El proceso de formación que
antecede al comienzo del ministerio catequético no es igual en todas las
Iglesias, ya que la organización y las posibilidades son diferentes, y varía
asimismo, según se imparta en un centro o fuera de él.
Hay que insistir en que todos los catequistas
reciban una formación inicial mínima suficiente, sin la cual no podrían
ejercer convenientemente su misión. Con este fin indicamos algunos criterios y
directivas que contribuirán a promover y a guiar las distintas opciones de la
actividad formativa:
- Conocimiento del sujeto: es necesario que
el candidato sea conocido personalmente y en su ambiente cultural. Sin este
conocimiento de base, la formación sería más bien una simple instrucción
poco personalizada.
- Atención a la realidad socio-eclesial: es
importante que la formación de los catequistas no sea abstracta, sino encarnada
en la realidad en que ellos viven y actuán. La atención a las situaciones
eclesiales y sociales ofrece puntos de referencia concretos y garantiza una
formación más adecuada.
- Formación continua y gradual: es preciso
ayudar a los candidatos a alcanzar todos los objetivos de la formación, de
manera progresiva y gradual, respetando los ritmos de crecimiento de cada uno y
las necesarias diferencias de las distintas etapas. No se debe pretender tener
catequistas completos desde el principio, pero ayúdeseles a mejorar sin
interrupciones ni desequilibrios.
- Método ordenado y completo: teniendo en
cuenta el contexto misionero y los principios de una sana pedagogía, es
necesario que el método de formación se nutra de experiencia, es decir,
que se enriquezca con confrontaciones, programadas y guiadas, con las
situaciones eclesiales, culturales y sociales locales; que sea integral,
a saber, que procure el desarrollo de la persona en todos sus aspectos y
valores; dialogante, con un continuo intercambio entre la persona y Dios, el
formador y la comunidad; liberador, para desligar al catequista de
cualquier condicionamiento consciente o inconsciente, que contraste con el
mensaje evangélico; armónico, es decir, que procure asumir lo esencial
y conduzca a la unidad interior.
- Proyecto de vida: una pedagogía eficaz
ayuda al individuo a construir un plan de vida que establezca los objetivos y
los medios para alcanzarlos, de manera realista. A todo catequista se debe dar,
desde el principio, una formación que le capacite para fijarse un plan
ordenado, cuidando, ante todo, la identidad y el estilo de vida, y también las
cualidades necesarias para el apostolado.
- Diálogo formativo: es el encuentro
personal entre el candidato y el formador. Se trata de un encuentro importante
para iluminar, estimular y acompañar el progreso en la formación. El
catequista ha de abrirse al formador y establecer con él un diálogo
constructivo y regular. En el diálogo formativo ocupa un puesto singular la dirección
espiritual, que llega hasta lo más íntimo de la persona y la ayuda a
abrirse a la gracia para crecer en sabiduría.
- En un contexto comunitario: la comunidad
cristiana, donde el catequista vive y desarrolla su actividad, es el lugar
necesario de confrontación, propuesta y discernimiento de vida para todos sus
miembros y - en especial - para los que desempeñan una vocación apostólica.
Los catequistas pueden descubrir progresivamente, en la comunidad, cómo se
lleva a cabo el proyecto divino de la salvación. Ninguna verdadera educación
apostólica puede realizarse al margen del contexto comunitario.
Estas indicaciones se tienen presentes donde existe
una buena estructura para la formación básica. Sin embargo, pueden servir de
estímulo y orientación para los Pastores y para los mismos candidatos también
en la fase inicial. Hay que evitar, absolutamente, toda improvisación en la
preparación de los catequistas, o dejarla a su exclusiva iniciativa.
29. Formación permanente. La evolucióm de la
persona, el dinamismo peculiar de los sacramentos del Bautismo y de la
Confirmación, el proceso de continua conversión y de crecimiento en la caridad
apostólica, la renovación de la cultura, la evolución de la sociedad y el
continuo perfeccionamiento de los métodos didácticos, exigen que el catequista
se mantenga en fase de formación durante todo el período de su servicio
activo. Este empeño concierne tanto a los dirigentes como a los catequistas, y
abarca todas las dimensiones de su formación: humana, espiritual, doctrinal y
apostólica.
La formación permanente asume características
particulares según las distintas situaciones: al comienzo de la
actividad apostólica, es una introducción al servicio, necesaria a todo
catequista, y consiste en instrucciones doctrinales y en experiencias prácticas
dirigidas. Durante el ejercicio del ministerio, la formación permanente
es una renovación continua para mantenerse preparados para la diversas tareas,
que incluso pueden cambiar. Así se garantiza la calidad de los catequistas,
evitando el desgaste y rutina con el pasar del tiempo. En algunos casos
de especial dificultad, de cansancio, de cambio de lugar o de ocupación, etc.,
la formación permanente ayuda al catequista a madurar el criterio, y a recobrar
el fervor y dinamismo iniciales.
La responsabilidad de la formación permanente no
puede atribuirse únicamente a los organismos centrales; corresponde también a
los interesados y a cada una de las comunidades, teniendo en cuenta las
distintas realidades de unas personas a otras y de unos lugares a otros.
Además de reafirmar el valor de todos estos
principios, es necesario fomentar el uso de instrumentos útiles para la formación
permanente. Es cierto que se presentan obstáculos de orden económico, o
debidos a la carencia de personal cualificado, a la escasez de libros y de otro
material didáctico; a las distancias y medios de transporte inadecuados, etc.
No obstante, la formación permanente de los catequistas sigue siendo un
imperativo indiscutible. Los esfuerzos que los responsables están realizando
con este objeto deben ser respaldados. Hay que tratar de crear en todas partes,
una organización suficiente y emprender iniciativas concretas, para que ningún
catequista se vea privado de una mejoría constante.
Entre las iniciativas para la formación permanente,
el primer lugar corresponde a los Centros catequéticos que asisten a los
antiguos alumnos al menos durante el primer período mediante cartas circulares
e individuales, envío de material, visitas in loco de los formadores y
encuentros de revisión en los mismos centros. Los centros son los ambientes más
apropiados para organizar cursos de renovación y actualización de catequistas,
en cualquier momento de su servicio.
Las diócesis, si no disponen de un centro al cual
dirigirse, busquen otros ambientes para llevar a cabo sus ciclos de formación
permanente que, por lo general, consisten en breves cursos, encuentros de un día,
etc., animados por personal expresamente encargado a nivel diocesano. De modo análogo
se debe actuar en las parroquias o en los grupos de parroquias vecinas que
colaboran entre sí.
Las iniciativas aisladas no son suficientes para la
formación permanente. Se precisan programas orgánicos que prevean una renovación
cíclica sobre los distintos aspectos de la personalidad del catequista. No
basta, pues, cuidar de la profesionalidad laboral; hay que privilegiar siempre
la identidad de la persona. Se ha de cuidar con esmero todo programa de carácter
espiritual porque esta dimensión es, sin discusión, la principal.
No se olvide que el catequista ha de permanecer
enraizado en su comunidad para recibir la formación permanente en su propio
contexto y junto con los demás fieles. Al mismo tiempo, se debe procurar
desarrollar la dimensión universal, valorizando los encuentros entre
catequistas de distintas Iglesias particulares.
Además de las iniciativas organizadas, la formación
permanente está confiada a los mismos interesados. Todo catequista, por tanto,
deberá hacerse cargo de su propio y continuo progreso, mediante el mayor empeño
posible, persuadido de que nadie puede reemplazarle en su responsabilidad
primaria.
30. Medios y estructuras de la formación. Entre los
medios de formación, se destacan los centros o escuelas para
catequistas. Es significativo que los documentos de la Iglesia, desde el Ad
Gentes hasta la Redemptoris Missio, insistan en la importancia de "favorecer
la creación y el incremento de las escuelas (o centros) para catequistas que,
aprobados por las Conferencias Episcopales, otorguen títulos oficialmente
reconocidos por éstas últimas".
Cuando se hace referencia a los centros para
catequistas, se habla de realidades muy diferentes: desde organismos
desarrollados, que pueden albergar por largo tiempo a los candidatos con un
programa de formación orgánico, hasta estructuras esenciales para pequeños
grupos o cursos breves, o incluso sólo para encuentros de un día.
En su mayoría, los centros son diocesanos o
interdiocesanos; algunos son nacionales continentales, o internacionales. Estos
distintos tipos de centros se complementan mutuamente y deben promoverse todos
ellos.
Existen elementos comunes a estos centros,
como el programa de formación que hace del centro un lugar de crecimiento en la
fe; la posibilidad de residir en él; la enseñanza escolar alternada con
experiencias pastorales y, sobre todo, la presencia de un grupo de formadores.
Existen también elementos propios que distinguen a unos centros de
otros. Entre éstos: el nivel mínimo que se requiere de preparación escolar,
proporcionado al nivel nacional; las condiciones para aceptar a los candidatos;
la duración del curso y de la residencia; las características de los
candidatos mismos: sólo hombres o sólo mujeres, o ambos; jóvenes o adultos;
casados, solteros o parejas; distintas sensibilidades y énfasis en los
contenidos y métodos de formación, que se adaptan a la realidad local; formación
específica, o no, para las esposas de los catequistas; entrega o no, de un
diploma.
Es importante que exista una cierta conexión entre
los centros, sobre todo a nivel nacional, bajo la responsabilidad de la
Conferencia Episcopal. Esa conexión se favorece con encuentros regulares entre
todos los formadores de los distintos centros y por el intercambio de material
didáctico. De este modo, se procura la unidad de la formación y se potencian
los centros con el enriquecimiento participado de la experiencia de los demás.
La importancia de los centros no se limita a la
actividad formativa que se refiere a las personas. Pueden llegar a ser
verdaderos núcleos de reflexión sobre temas importantes de carácter apostólico
como: los contenidos de la catequesis, la inculturación, el diálogo
interreligioso, los métodos pastorales, etc... y servir de apoyo a los Pastores
en sus responsabilidades.
Además de los centros o escuelas, hemos de
mencionar los cursos y los encuentros, de distinta duración y composición,
organizados por las diócesis y parroquias, especialmente aquellos en los que
participan el Obispo o los párrocos. Son medios de formación muy eficaces y,
en ciertas zonas y situaciones, constituyen el único medio para proporcionar
una buena formación. Estos cursos no se oponen a los programas de los centros,
sirven más bien para prolongar su influencia o, como sucede a menudo, para
compensar la falta de centros.
Tanto para la actividad de los centros como para la
de los cursos, son indispensables los instrumentos didácticos: libros,
audiovisuales y todo el material que sirve para preparar bien a un catequista.
Corresponde a los Pastores responsables procurar que los centros estén
provistos del material necesario, de acuerdo con su importancia. Es encomiable
la costumbre de intercambiarse los medios didácticos entre un centro y otro,
entre una y otra diócesis. A veces se trata de intercambios útiles entre
naciones limítrofes y homogéneas por su situación socio-religiosa.
La CEP insiste en que no basta proponerse objetivos
elevados de formación, sino que es preciso escoger y utilizar los medios
eficaces. Por tanto, además de insistir en que se dé prioridad absoluta a los
formadores, que hay que preparar bien y sostenerlos, la CEP pide que se
potencien los centros en todas partes. También, para esto, se requiere un sano
realismo, para evitar un discurso sólo teórico. El objetivo que se quiere
alcanzar es lograr que todas la diócesis puedan formar un cierto número de
catequistas propios, por lo menos los cuadros, en un centro. Además,
fomentar las iniciativas locales, en particular los encuentros programados y
guiados, porque son indispensables para la formación inicial de los que no han
podido frecuentar el centro y para la formación permanente de todos.