CAPÍTULO VI
LA COOPERACIÓN
INTRODUCCIÓN
35. Puesto que toda la
Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de
Dios, el Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación interior a fin de que,
teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio,
acepten su cometido en la obra misional entre los gentiles.
DEBER MISIONAL DE TODO
EL PUEBLO DE DIOS
36. Todos los fieles,
como miembros de Cristo viviente, incorporados y asemejados a El por el bautismo, por la
confirmación y por la Eucaristía, tienen el deber de cooperar a la expansión y
dilatación de su Cuerpo para llevarlo cuanto antes a la plenitud (cf. Ef., 4, 13).
Por lo cual todos los
hijos de la Iglesia han de tener viva la conciencia de su responsabilidad para con el
mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y consagrar sus
esfuerzos a la obra de la evangelización. Conozcan todos, sin embargo, que su primera y
principal obligación por la difusión de la fe es vivir profundamente la vida cristiana.
Pues su fervor en el servicio de Dios y su caridad para con los demás aportarán nuevo
aliento espiritual a toda la Iglesia, que aparecerá como estandarte levantado entre las
naciones (cf. Is., 11, 12), "luz del mundo" (Mt., 5, 14) y "sal de la
tierra" (Mt., 5, 13). Este testimonio de la vida producirá más fácilmente su
efecto si se da juntamente con otros grupos cristianos, según las normas del decreto
sobre el ecumenismo, n. 12[84].
De la renovación de
este espíritu se alzarán espontáneamente hacia Dios plegarias y obras de penitencia
para que fecunde con su gracia la obra de los misioneros, surgirán vocaciones misioneras
y brotarán los recursos necesarios para las misiones.
Pero para que todos y
cada uno de los fieles cristianos conozcan puntualmente el estado actual de la Iglesia en
el mundo y escuchen la voz de los que claman: "ayúdanos" (cf. Hech., 16, 9),
facilítense noticias misionales, incluso sirviéndose de los medios modernos de
comunicación social, de modo que los cristianos, haciéndose cargo de su responsabilidad
en la actividad misional, abran los corazones a las inmensas y profundas necesidades de
los hombres y puedan socorrerlos.
Se impone también la
coordinación de noticias y la cooperación con los órganos nacionales e internacionales.
DEBER MISIONAL DE LAS
COMUNIDADES CRISTIANAS
37. Viviendo el Pueblo
de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se
hace visible, a ellas pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes.
La gracia de la
renovación en las comunidades no puede crecer si no ensancha cada una los campos de la
caridad hasta los confines de la tierra, y no tiene, de los que están lejos, una
preocupación semejante a la que siente por sus propios miembros.
De esta forma ora toda
la comunidad, coopera y actúa entre las gentes por medio de sus hijos, que Dios elige
para esta empresa altísima.
Será muy útil, a
condición de no olvidar la obra misional universal, el mantener comunicación con los
misioneros salidos de la misma comunidad, o con alguna parroquia o diócesis de las
misiones, para que se haga visible la unión entre las comunidades y redunde en
edificación mutua.
DEBER MISIONAL DE LOS
OBISPOS
38. Todos los obispos,
como miembros del cuerpo episcopal, sucesor del Colegio de los Apóstoles, están
consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo. A ellos
afecta primaria e inmediatamente, con Pedro y subordinados a Pedro, el mandato de Cristo
de predicar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc., 16, 15). De ahí procede aquella
comunicación y cooperación de las iglesias, tan necesaria hoy para proseguir la obra de
la evangelización. En virtud de esta unión, las iglesias sienten la solicitud de unas
por otras, se manifiestan mutuamente sus propias necesidades, se comunican entre sí sus
bienes, puesto que la dilatación del Cuerpo de Cristo es deber de todo el Colegio
episcopal[85].
Suscitando, promoviendo
y dirigiendo el obispo la obra misional en su diócesis, con la que forma una sola cosa,
hace presente y como visible el espíritu y el celo misional del Pueblo de Dios, de suerte
que toda la diócesis se hace misionera.
El obispo deberá
suscitar en su pueblo, sobre todo entre los enfermos y oprimidos por las calamidades,
almas que ofrezcan a Dios oraciones y penitencias con generosidad de corazón por la
evangelización del mundo; fomentar gustoso las vocaciones de los jóvenes y de los
clérigos a los Institutos misionales, complaciéndose de que Dios elija algunos para que
se consagren a la actividad misional de la Iglesia; exhortar y aconsejar a las
Congregaciones diocesanas para que asuman su parte en las misiones; promover entre sus
fieles las obras de Institutos misionales, de una manera especial las Obras Pontificias
Misionales. Porque estas obran deben ocupar el primer lugar, ya que son los medios de
infundir en los católicos desde la infancia el sentido verdaderamente universal y
misionero, y de recoger eficazmente los subsidios para bien de todas las misiones, según
las necesidades de cada una[86].
Pero creciendo cada vez
más la necesidad de operarios en la viña del Señor y deseando los sacerdotes participar
cada vez más en la evangelización del mundo, el Sagrado Concilio desea que los obispos,
considerando la gravísima penuria de sacerdotes que impide la evangelización de muchas
regiones, envíen algunos de sus mejores sacerdotes que se ofrezcan a la obra misional,
debidamente preparados, a las diócesis que carecen de clero, donde desarrollen, al menos
temporalmente, el ministerio misional con espíritu de servicio[87].
Y para que la actividad
misional de los obispos en bien de toda la Iglesia pueda ejercerse con más eficacia,
conviene que las Conferencias episcopales dirijan los asuntos referentes a la cooperación
organizada del propio país. Traten los obispos en sus Conferencias del clero diocesano
que se ha de consagrar a la evangelización de los gentiles; de la tasa determinada que
cada diócesis debe entregar todos los años, según sus ingresos, para la obra de las
misiones;[88] de dirigir y ordenar las formas y medios con que se ayude directamente a las
mismas; de ayudar y, si es necesario, fundar Institutos misioneros y seminarios del clero
diocesano para las misiones; de la manera de fomentar estrechas relaciones entre estos
Institutos y las diócesis.
Es propio asimismo de
las Conferencias episcopales establecer y promover obras en que sean recibidos
fraternalmente y ayudados con cuidado pastoral conveniente los que inmigran de tierras de
misiones para trabajar y estudiar. Porque por ellos se acercan de alguna manera los
pueblos lejanos y se ofrece a las comunidades ya cristianas desde tiempos remotos una
ocasión magnífica de dialogar con los que no han oído todavía el Evangelio y de
manifestarles con servicio de amor y de asistencia la imagen auténtica de Cristo[89].
DEBER MISIONAL DE LOS
SACERDOTES
39. Los presbíteros
representan la persona de Cristo y son cooperadores del orden episcopal, en su triple
función sagrada que se ordena a las misiones por su propia naturaleza[90]. Entiendan,
pues, muy bien que su vida está consagrada también al servicio de las misiones. Porque
comunicando con Cristo Cabeza por su propio ministerio -el cual consiste sobre todo en la
Eucaristía, que perfecciona la Iglesia- y conduciendo a otros a la misma comunicación,
no pueden menos de sentir lo mucho que le falta para la plenitud del Cuerpo, y cuánto por
ende hay que trabajar para que vaya creciendo. Organizarán, por consiguiente, la
atención pastoral de forma que sea útil a la dilatación del Evangelio entre los no
cristianos.
Los presbíteros, en el
cuidado pastoral, excitarán y mantendrán entre los fieles el celo por la evangelización
del mundo, instruyéndolos con la catequesis y la predicación sobre el deber de la
Iglesia de anunciar a Cristo a los gentiles; enseñando a las familias cristianas la
necesidad y el honor de cultivar las vocaciones misioneras entre los propios hijos o
hijas; fomentando el fervor misionero en los jóvenes de las escuelas y de las
asociaciones católicas de forma que salgan de entre ellos futuros heraldos del Evangelio.
Enseñen a los fieles a orar por las misiones y no se avergüencen de pedirles limosna,
hechos como mendigos por Cristo y por la salvación de las almas[91].
Los profesores de los
seminarios y de las Universidades expondrán a los jóvenes la verdadera situación del
mundo y de la Iglesia para que aparezca ante ellos y aliente su celo la necesidad de una
más esforzada evangelización de los no cristianos. En las enseñanzas de las disciplinas
dogmáticas, bíblicas, morales e históricas hagan notar los motivos misionales que ellas
contienen para ir formando de este modo la conciencia misionera en los futuros sacerdotes.
DEBER MISIONAL DE LOS
INSTITUTOS DE PERFECCIÓN
40. Los Institutos
religiosos de vida contemplativa y activa han tenido hasta ahora, y siguen teniendo, la
mayor parte en la evangelización del mundo. El sagrado Concilio reconoce gustoso sus
méritos, y da gracias a Dios por tantos servicios prestados a la gloria de Dios y al bien
de las almas, y les exhorta a que sigan sin desfallecer en la obra comenzada, sabiendo,
como saben, que la virtud de la caridad, que deben cultivar perfectamente por exigencias
de su vocación, les impulsa y obliga al espíritu y al trabajo verdaderamente
católico[92].
Los Institutos de vida
contemplativa tienen una importancia singular en la conversión de las almas por sus
oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por medio de la
oración, envía obreros a su mies (cf. Mt., 9, 38), abre las almas de los no cristianos
para escuchar el Evangelio (cf. Hech., 16, 14), y fecunda la palabra de salvación en sus
corazones (cf. I Cor., 3, 7). Más aún: se pide a estos Institutos que funden casas en
los países de misiones, como ya lo han hecho algunos, para que, viviendo allí de una
forma acomodada a las tradiciones genuinamente religiosas de los pueblos, den un
testimonio precioso entre los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, y de
la unión en Cristo.
Los Institutos de vida
activa, por su parte, persigan o no un fin estrictamente misional, pregúntense
sinceramente delante de Dios si pueden extender su actividad para la expansión del Reino
de Dios entre los gentiles; si pueden dejar a otros algunos ministerios, de suerte que
dediquen también sus fuerzas a las misiones; si pueden comenzar su actividad en las
misiones, adaptando, si es preciso, sus Constituciones, fieles siempre a la mente del
Fundador; si sus miembros participan, según sus posibilidades, en la acción misional; si
su género de vida es un testimonio acomodado al espíritu del Evangelio y a la condición
del pueblo.
Creciendo cada día en
la Iglesia, por inspiración del Espíritu Santo, los Institutos seculares, su trabajo,
bajo la autoridad del obispo, puede resultar fructuoso en las misiones de muchas maneras,
como señal de entrega plena a la evangelización del mundo.
DEBER MISIONAL DE LOS
SEGLARES
41. Los seglares
cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica
a la vez como testigos y como instrumentos vivos[93], sobre todo si, llamados por Dios,
son tomados por los obispos para esta obra.
En las tierras ya
cristianas los seglares cooperan a la obra de evangelización, fomentando en sí mismos y
en los otros el conocimiento y el amor de las misiones, excitando las vocaciones en la
propia familia, en las asociaciones católicas y en las escuelas, ofreciendo ayudas de
cualquier género, para poder dar a otros el don de la fe, que ellos recibieron
gratuitamente.
En las tierras de
misiones los seglares, sean extranjeros o nativos, enseñen en las escuelas, administren
los bienes temporales, colaboren en la actividad parroquial y diocesana, establezcan y
promuevan diversas formas de apostolado seglar, para que los fieles de las iglesias
jóvenes puedan, cuanto antes, asumir su propio papel en la vida de la Iglesia[94].
Los seglares, por fin,
presten de buen grado su cooperación económico-social a los pueblos en vías de
desarrollo; cooperación que es tanto más de alabar, cuanto más se relacione con la
creación de aquellas instituciones que atañen a las estructuras fundamentales de la vida
social, y se ordenan a la formación de quienes tienen la responsabilidad de la nación.
Son dignos de elogio
especial los seglares que, con sus investigaciones históricas o científico-religiosas
promueven el conocimiento de los pueblos y de las religiones en las Universidades o
Institutos científicos, ayudando así a los propagadores del Evangelio y preparando el
diálogo con los no cristianos.
Colaboren
fraternalmente con otros cristianos o no cristianos, sobre todo con miembros de
asociaciones internacionales, teniendo siempre presente que "la edificación de la
ciudad terrena se funde en el Señor y a El se dirija"[95].
Para cumplir todos
estos cometidos, los seglares necesitan preparación técnica y espiritual, que debe darse
en Institutos destinados a este fin, para que su vida sea testimonio de Cristo entre los
no cristianos, según la frase del Apóstol: "No seáis objeto de escándalo ni para
Judíos, ni para Gentiles, ni para la Iglesia de Dios, lo mismo que yo procuro agradar a
todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de todos para que se salven" (I
Cor., 10, 32-33).
CONCLUSIÓN
42. Los padres del
Concilio, juntamente con el Romano Pontífice, sintiendo vivamente la obligación de
difundir en todas partes el Reino de Dios, saludan con gran amor a todos los mensajeros
del Evangelio, sobre todo a los que padecen persecución por el nombre de Cristo, hechos
partícipes de sus sufrimientos[96].
Ellos se encienden en
el mismo amor en que ardía Cristo por los hombres. Pero, sabedores de que es Dios quien
hace que su Reino venga a la tierra, ruegan juntamente con todos los fieles cristianos
que, por intercesión de la Virgen María, Reina de los apóstoles, sean atraídos los
gentiles al conocimiento de la verdad (cf. I Tim., 2, 4); y la claridad de Dios que
resplandece en el rostro de Cristo Jesús, ilumine a todos por el Espíritu Santo (cf. 2
Cor., 4, 6).
Todas y cada una de las
cosas de este Decreto fueron del agrado de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, con
la Apostólica autoridad conferida por Cristo, juntamente con los Venerables Padres, en el
Espíritu Santo, las aprobamos, decretamos y establecemos y mandamos que, decretadas
sinodalmente, sean promulgadas para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro,
día 7 de diciembre de 1965.
Yo, PABLO, Obispo de la
Iglesia Católica
Siguen las firmas de
los Padres
84 Cf. Conc. Vat. II,
Decr. De Oecumenismo, n. 12.
85 Cf. Conc. Vat. II,
Const. dogm. Lumen Gentium, nn. 23-24.
86 Cf. Benedicto XV,
Maximum illud: A.A.S. (1919), pp. 453-454; Pío XI, Rerum Ecclesiae: A.A.S. (1926), pp.
71-73; Pío XII, Evangelii Praecones: A.A.S. (1951), pp. 252-526; Idem, Fidei donum:
A.A.S. (1957), p. 241.
87 Cf. Pío XII, Fidei
donum, l. c. pp. 245-246.
88 Cf. Conc. Vat. II,
De pastorali Episcoporum manero, n. 6.
89 Cf. Pío XII, Fideo
donum, l. c. p. 243.
90 Cf. Conc. Vat. II,
Const. dogm. Lumen Gentium, n. 28.
91 Cf. Pío XI, Rerum
Ecclesiae: A.A.S. (1926), p. 72.
92 Cf. Conc. Vat. II,
Const. dogm. Lumen Gentium, n. 44.
93 Cf. Id., l. c., nn.
33, 35.
94 Cf. Pío XII,
Evangelii Praecones: A.A.S. (1951), pp. 510-514; Juan XXIII, Princeps Pastorum: A.A.S.
(1959), pp. 851-852.
95 Cf. Conc. Vat. II,
Const. dogm. Lumen Gentium, n. 46.
96 Cf. Pío XII,
Evangelii Praecones: A.A.S. (1951), p. 527; Juan XXIII, Princeps Pastorum: A.A.S. (1959),
p. 864. |