«MIRANDA PRORSUS»

SOBRE EL CINE, LA RADIO Y LA TELEVISIÓN

Carta Encíclica
del Papa Pío XII
dada el 8 Septiembre de 1957


Verdaderamente admirables los inventos de la técnica de que se glorían nuestros tiempos y que, aun siendo frutos del ingenio y del trabajo del hombre, son, ante todo, dones de Dios, Creador del hombre y de quien proviene toda obra buena: porque no sólo da El la existencia a toda criatura, sino que, luego de haberla creado, la conserva, la protege y la mantiene[1].

Algunos de estos inventos sirven para multiplicar las fuerzas y los recursos físicos del hombre; otros para mejorar notablemente sus condiciones de vida; pero aun hay otros -y éstos tocan más de cerca a la vida del espíritu- que sirven directamente, o mediante la expresión artística, a la difusión de ideas, y ofrece a las muchedumbres, en manera fácilmente asimilable, imágenes, noticias y enseñanzas, de que se alimenta su espíritu, y ello aun durante los tiempos de distracción y de descanso.

INTRODUCCIÓN

I. PARTE GENERAL

II. PARTE ESPECIAL
    A) CINEMATÓGRAFO
    B) RADIO C) TELEVISIÓN

PARTE FINAL

* * * * *

INTRODUCCIÓN

2. Entre los inventos correspondientes a esta última categoría, el cine, la radio y la televisión han logrado, en nuestra época, un desarrollo verdaderamente extraordinario. Con particular alegría, pero también con vigilante prudencia de Madre, la Iglesia acogió desde el principio tales adelantos, cuidando de proteger contra todo peligro a sus hijos en el maravilloso camino del progreso.

Esta solicitud se deriva directamente de la misión que le ha confiado el Divino Redentor, porque dichos inventos tienen un poderoso influjo sobre el modo de pensar y de obrar de los individuos y de la comunidad.

Aún hay otra razón por la cual la Iglesia muestra singular interés por los medios de difusión: porque ella misma, más que ninguno otro, tiene un mensaje que transmitir a los hombres, el mensaje universal de la salvación eterna: A mí, el más ínfimo de todos los santos, se me ha confiado la gracia de llevar a los gentiles la buena nueva de las insondables riquezas de Cristo, y la de mostrar a todos la realidad del misterio encerrado desde el principio en Dios, creador de todas las cosas[2]; mensaje de incomparable riqueza y poder que debe recibir y aceptar todo hombre, de cualquier nación o época, según las palabras del Apóstol.

Nadie, pues, habrá de maravillarse de que el celo por la salvación de los hombres, de sus almas adquiridas no con el oro y la plata, que son perecederos... sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero inmaculado[3], haya movido en diversas ocasiones a la Suprema Autoridad eclesiástica a ocuparse de estas cuestiones y a llamar la atención sobre la gravedad de los problemas que el cine, la radio y la televisión presentan actualmente a la conciencia cristiana.

3. Han pasado más de veinte años desde que Nuestro Predecesor, de s. m., dirigió por vez primera, valiéndose "del admirable invento marconiano" un solemne mensaje "a través de los cielos, a todas las gentes y a toda criatura"[4].

El mismo gran Pontífice, pocos años después, daba sabias enseñanzas, ajustadas a las necesidades de la época, sobre el recto uso del cine al venerable Episcopado de los Estados Unidos, con la admirable encíclica Vigilanti cura[5], declarando, entre otras cosas, necesario y urgente vigilar para que también en esta parte los progresos del arte, de la ciencia y de la misma técnica e industria humana, pues que son verdaderos dones de Dios, también a su gloria y a la salvación de las almas sean ordenados, y sirvan prácticamente para la extensión del Reino de Dios en la tierra, a fin de que todos, según nos hace orar la santa Iglesia, nos aprovechemos de ellos de tal modo que no perdamos los bienes eternos: "Sic transeamus per bona temporalia ut non amittamus aeterna"[6].

4. Nos mismo, durante Nuestro pontificado, con frecuencia y en diversas ocasiones hemos dado a los Pastores, a las diversas Ramas de la Acción Católica y a los educadores cristianos, las normas oportunas. Gustosamente hemos admitido en Nuestra presencia a distintas categorías profesionales del mundo del cine, de la radio y de la televisión, para significarles Nuestra admiración por la técnica y por el arte que cultivan, recordarles su responsabilidad, elogiar sus grandes méritos y prevenirles contra los peligros, indicando los altos ideales que deben iluminar su mente y guiar su voluntad.

Nos hemos cuidado también de crear en la Curia Romana una especial Comisión[7], dedicada a estudiar los problemas del cine, de la radio y de la televisión en su relación con la fe y con la moral; Comisión, a la que tanto los Obispos como cualquier otra persona interesada pueden dirigirse, solicitando de ella las normas oportunas.

Nos mismo con frecuencia aprovechamos estos admirables medios modernos de difusión, que Nos ofrecen la posibilidad de perfeccionar la unión espiritual entre todo el rebaño y su Pastor supremo, con el fin de que Nuestra voz, venciendo sin dificultad las distancias todas del mar y de la tierra, y aun el torbellino mismo de las pasiones humanas, pueda llegar a las almas ejerciendo en ellas un saludable influjo, de acuerdo con las crecientes exigencias del supremo deber de apostolado que Nos está confiado[8].

5. Nos es motivo de gran consuelo el saber que Nuestras exhortaciones y las de Nuestro inmediato Predecesor Pío XI, de i. m., han contribuido no poco a orientar el cine, la radio y la televisión hacia el mayor perfeccionamiento espiritual de los hombres y, por ello mismo, hacia la mayor gloria de Dios.

Bajo vuestra vigilante guía y vuestro celoso impulso, Venerables Hermanos, se han promovido mancomunadamente actividades y obras en el campo diocesano, nacional e internacional, con miras a un conveniente apostolado en estos sectores. No pocos dirigentes de la vida pública, representantes del mundo industrial y artístico, y amplios grupos de espectadores católicos, y aun no católicos de buena voluntad, han dado apreciables pruebas de un sentido de responsabilidad, llevando a cabo laudables esfuerzos, muy frecuentemente a costa de sacrificios considerables, para que en el uso de los medios técnicos de difusión se eviten los peligros del mal y sean respetados los mandamientos de Dios y los valores de la persona humana.

Sin embargo, por desgracia, debemos repetir con San Pablo: No todos obedecen al Evangelio[9], porque también en este campo el magisterio de la Iglesia ha encontrado a veces, por parte de algunos, la incomprensión, y hasta se ha llegado a una violenta oposición por parte de individuos dominados por un desordenado apetito de lucro, o víctima de ideas erróneas sobre la dignidad y la libertad de la naturaleza humana y sobre el concepto del arte.

6. Si la actitud de estas personas Nos llena el alma de amargura, no podemos, sin embargo, faltar a Nuestra misión y desviarnos del cumplimiento de Nuestro deber, esperando que también se nos conceda el reconocimiento que a Jesús dieron sus mismos enemigos: Sabemos que tú eres veraz y que enseñas el camino de Dios según la verdad, y que tú no te preocupas de nadie[10].

De los admirables progresos técnicos que se han realizado y continúan realizándose actualmente en los sectores del cine, de la radio y de la televisión, pueden nacer muy grandes ventajas, pero desgraciadamente pueden seguirse también tremendos peligros. Estos medios técnicos que están -puede decirse así- al alcance de cualquiera, ejercen en el hombre un extraordinario poder, ya porque lo pueden iluminar, ennoblecer y enriquecer de belleza, ya porque lo pueden arrastrar a las tinieblas, llevarlo a la depravación o dejarlo a merced de instintos desenfrenados, según que el espectáculo ofrezca a los sentidos cosas buenas o malas[11].

7. Como ha sucedido, el siglo pasado, en el desarrollo de la técnico industrial, no sabiendo siempre evitar la penosa esclavitud del hombre a la máquina, destinada a servirle, así también hoy, si el desarrollo de los medios técnicos de difusión no se somete al yugo suave[12] de la ley de Cristo, corre el peligro de ser causa de infinitos males, tanto más graves cuanto que ya no se trata de dominar las fuerzas materiales, sino también aun las espirituales, privando a los descubrimientos del hombre de las grandes ventajas que eran su fin providencial[13].

8. Siguiendo con paterna solicitud, día por día, el desarrollo de problema tan grave, considerando los saludables frutos que ha producido -en el sector del cinematógrafo- durante los dos últimos decenios la ya mencionada encíclica Vigilanti cura, hemos accedido benévolamente a la petición, que Nos ha llegado, de celosos Pastores y de seglares competentes, de que diésemos enseñanzas y nromas directivas por medio de esta Encíclica, valederas también para la radio y la televisión.

Habiendo, pues, invocado con insistentes oraciones de intercesión de la Virgen Santísima y la asistencia del Omnipotente, queremos dirigirnos a vosotros, Venerables Hermanos, cuya solicitud pastoral bien conocemos, para exponer claramente no sólo la doctrina cristiana tocante a esta materia, sino también para recomendar las medidas necesarias y las oportunas iniciativas; y con ello deseamos recomendaros con insistencia que prevengáis a la grey, confiada a vuestra solicitud, contra los errores y peligros que pudiera causar el uso de los medios audiovisuales, con grave perjuicio para la moral cristiana.

I
PARTE GENERAL

9. Antes de plantear singularmente las cuestiones tocantes a los tres grandes medios de difusión -aunque bien sabemos que la cinematografía, la radio y la televisión constituyen, cada una de por sí, un hecho cultural con propios problemas artísticos, técnicos y económicos- Nos parece oportuno exponer los principios que deben regular la difusión de los bienes destinados a la comunidad y a cada uno de los individuos, entendida la difusión en el sentido de comunicación realizada en gran escala.

Dios, sumo bien, sin cesar difunde sus dones entre los hombres, a quienes rodea de particular solicitud y amor: entre estos bienes los unos son espirituales, los otros materiales, debiendo éstos subordinarse a aquéllos como el cuerpo debe estar sometido al alma, a la cual, antes de comunicarse El mismo en la visión beatífica, se le comunica por la fe y por la caridad que se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado[14]. Deseoso de volver a encontrar en el hombre el reflejo de sus propias perfecciones[15], Dios lo ha asociado a su obra de donación de los bienes espirituales, llamándolo a ser mensajero, portador y dispensador de los mismos, para el perfeccionamiento de los individuos y de la sociedad. El hombre, en efecto, por su misma naturaleza, comunicó ya desde un principio los bienes espirituales a su prójimo mediante signos sensibles encontrados en las cosas materiales y que él se ha esforzado por llevarlos siempre a una perfección cada vez más creciente. Desde los dibujos y signos gráficos de los tiempos más remotos hasta las técnicas contemporáneas, todos los instrumentos de comunicación humana que sirven para establecer relaciones entre los hombres, deben tender al elevado fin de poner la actividad del hombre, también en este campo, al servicio de Dios.

A fin de que la realización del plan divino a través del hombre consiga un éxito más seguro y eficaz en la humanidad, hemos declarado, con Nuestra autoridad apostólica por un especial Breve, a "San Gabriel Arcángel, que ha traído al género humano el tan deseado anuncio de la redención" como Patrono celestial junto a Dios[16] del telégrafo, del teléfono, de la radio y de la televisión. Nuestro intento en ello ha sido el poner bien de relieve la nobleza de su vocación a todos cuantos tienen en sus manos tan benéficos instrumentos[17] que permiten difundir en el mundo los grandes tesoros de Dios, como buenas semillas destinadas a multiplicar los frutos de la verdad y del bien, y recordar a cada uno la nobleza de la vocación que le está confiada.

10. Considerando la finalidad tan elevada y noble de los medios técnicos de difusión, Nos preguntamos con frecuencia: ¿De dónde, pues, viene la cizaña?[18].

Verdad es que el mal moral no puede provenir de Dios, perfección absoluta, ni de las mismas técnicas que son dones suyos preciosos, sino tan sólo del abuso que de ellas hace el hombre, dotado de libertad, el cual, perpetrando y difundiendo a sabiendas el mal, se pone de parte del príncipe de las tinieblas y se convierte en enemigo de Dios: Un hombre enemigo es el que hizo esto[19].

11. Por lo tanto, según lo que ya arriba hemos expuesto, la verdadera libertad exige el acertado uso y la difusión de los valores que contribuyen a la virtud y al perfeccionamiento humano.

La Iglesia, depositaria de la doctrina de salvación y de todos los medios de santificación, tiene el derecho inalienable de comunicar las riquezas que se le han confiado por divina disposición. A ese derecho corresponde el deber, por parte de los poderes públicos, de hacerle posible el acceso a las técnicas de difusión, para propagar la virtud y la verdad. Los fieles, que conocen el inestimable don de la Redención, deben, como buenos hijos de la Iglesia, desplegar todo esfuerzo a fin de que ésta pueda valerse de tales inventos y usarlos para la santificación de las almas.

Al afirmar los derechos de la Iglesia, Nos no queremos ciertamente negar a la sociedad civil el derecho de difundir noticias e informaciones, que son necesarias o útiles al bien común de la sociedad misma, por medio de aquellas mismas técnicas. También deberá asegurarse a los particulares, según la oportunidad y circunstancias convenientes, y salvaguardadas las exigencias del bien común, la posibilidad de contribuir al enriquecimiento espiritual propio y de los demás por medio de estas técnicas.

12. Pero es contrario a la doctrina cristiana y a los mismos fines superiores de las técnicas de difusión la actitud de quienes se empeñan en reservar el uso exclusivo de las mismas para fines políticos y de propaganda, o bien considerar medios tan nobles simplemente como un asunto económico.

Tampoco se puede aceptar la teoría de quienes, a pesar de las evidentes ruinas morales y materiales que semejantes doctrinas han causado en lo pasado, defienden la llamada "libertad de expresión" no en el noble sentido por Nos antes indicado, sino como la libertad de difundir sin control alguno todo cuanto a uno se le antoje, aunque sea inmoral y peligroso, para la vida espiritual de las almas.

La Iglesia, que protege y apoya el desarrollo de todos los verdaderos valores espirituales -tanto las ciencias como las artes la han tenido siempre como Patrona y Madre-, no puede permitir que se atente contra los valores que ordenan al hombre hacia Dios, su último fin. Nadie, pues, debe admirarse de que también en materia tan delicada tome ella una actitud de prudente vigilancia, conforme a la recomendación del Apóstol: Examinadlo todo, pero no guardéis sino lo que es bueno; absteneos de toda apariencia de mal[20]. Luego es preciso condenar a todos cuantos piensan y afirman que una determinada forma de difusión puede ser explotada, puesta de relieve y aun exaltada, aunque falte gravemente al orden moral, con tal que tenga mérito artístico y técnico.

"Verdad es que al arte -como Nos decíamos con ocasión del quinto centenario de Fra Angélico- coo a tal, no se le exige una explícita misión ética o religiosa...; pero si el lenguaje artístico correspondiese, con sus palabras o sus matices, a espíritus falsos, vacíos y perturbados, esto es, deformes del designio del Creador; si más bien que elevar el espíritu y el corazón a nobles sentimientos, suscitase las más vulgares pasiones, aunque encontrara eco y acogida en algunos, siquiera tan sólo en razón de la novedad, que no siempre es un valor, y del exiguo realismo que todo lenguaje contiene, semejante arte se degradaría a sí mismo, por renegar de su aspecto primero y esencial, y tampoco sería universal y perenne, como lo es el espíritu humano, al que se dirige"[21].

13. Es indudable que la autoridad civil está obligada a cumplir el grave deber de vigilar los medios modernos de difusión; pero tal vigilancia no puede limitarse a la defensa de los intereses políticos, antes tiene que extenderse a salvaguardar la moralidad pública, cuyos primeros y fundamentales axiomas son normas de la ley natural que, como dicen los Sagrados Libros, se halla escrita en todos los corazones[22]. Esta misma vigilancia del Estado no puede considerarse como una injusta opresión de la libertad del individuo, porque se ejercita no en el círculo de la autonomía personal, sino en un plano social, en el cual influyen los medios de difusión.

"Muy cierto es que el espíritu de nuestra época -según hemos dicho en otra ocasión-, que no sufre más de lo justo la intervención de los poderes públicos, preferiría una defensa que procediese directamente de la colectividad"[23]; pero esta intervención, en forma de "autocontrol", ejercitada por los mismos grupos profesionales interesados, no suprime el deber de vigilancia por parte de las autoridades competentes, aun en el caso de que pueda prevenir laudablemente la intervención de éstas, suprimiendo en origen aquellos males que se opongan al orden moral.

14. Sin menoscabar la competencia del Estado, Nuestro Predecesor, de f. m., y Nos mismo hemos alentado las intervenciones preventivas por parte de los grupos profesionales. Solamente un interés positivo y solidario por las técnicas de la difusión y por su recto uso, tanto de parte de la Iglesia como del Estado y de las profesionales, permitirá a esas mismas técnicas llegar a ser instrumentos constructivos de formación para la personalidad de quien los usa, en tanto que si se dejan sin control o sin una dirección precisa, favorecerán el descenso del nivel cultural y moral de las masas.

Entre las diferentes técnicas de difusión, ocupan hoy un puesto de particular importancia -como más arriba hemos dicho- el cine, la radio y la televisión, que permiten comunicar un mensaje en una vasta escala mediante el uso de las imágenes y del sonido.

Semejante forma de transmisión de los valores espirituales es perfectamente conforme a la naturaleza del hombre: Connatural es al hombre llegar al conocimiento intelectual por medio del conocimiento sensible; porque todo nuestro conocimiento tiene su principio en los sentidos[24]. Más aún, el sentido de la vista por ser más noble y más digno que los otros[25], conduce más fácilmente al conocimiento de las realidades espirituales. Las tres principales técnicas audiovisuales de difusión -el cine, la radio y la televisión- no son, por lo tanto, simples medios de recreo y de entretenimiento (aunque gran parte de los oyentes y de los espectadores las consideren preferentemente bajo tal aspecto), sino de verdadera y propia transmisión de los valores humanos, sobre todo espirituales; y, por lo tanto, pueden constituir una forma nueva y eficaz de promover la cultura en beneficio de la sociedad moderna.

Bajo ciertos aspectos, la técnica de estos inventos ofrece, más que el libro, la posibilidad de colaboración y de intercambio espiritual, instrumentos de civilización común entre los pueblos todos del globo; perspectiva muy grata a la Iglesia, que, siendo universal por naturaleza, desea la unión de todos en la común posesión de los auténticos valores.

14. Luego la primera finalidad del cine, de la radio y de la televisión ha de ser la de servir a la verdad y al bien.

Deben servir a la verdad para estrechar más fuertemente los lazos entre los pueblos, la mutua comprensión, la solidaridad en las desgracias, la colaboración entre los poderes públicos y los ciudadanos.

Servir a la verdad significa no sólo apartarse del error, de la mentira y del engaño, sino también evitar toda actitud tendenciosa y parcial que pudiera favorecer en el público conceptos erróneos sobre la vida y el comportamiento de los hombres. Pero ante todo, preciso es considerar como sagrada e inviolable la verdad que Dios ha revelado. Más aún, ¿no sería la más elevada vocación de estas nobles técnicas de difusión el hacer que todos conocieran la fe en Dios y en Cristo, "aquella fe, que es la única que puede dar a millones de hombres la fuerza de soportar con serenidad y con firmeza las indecibles pruebas y angustias de la hora presente"?[26].

A la obligación de servir a la verdad ha de unirse el esfuerzo para contribuir al perfeccionamiento moral del hombre. Las técnicas audiovisuales pueden ofrecer dicha contribución en tres sectores importantes: información, enseñanza, espectáculo.

15. Toda información, con tal que sea objetiva, según decíamos al Comité de Coordinación para la información pública de la ONU, tiene fundamentalmente un aspecto moral:

"En toda noticia, que se hiciese del dominio público, jamás deberá prescindirse del aspecto moral, porque aun la más objetiva relación supone siempre juicios y sugiere decisiones. El informador digno de este nombre no debe abochornar a nadie, antes ha de tratar de comprender y hacer comprender los fracasos, y aun las mismas faltas cometidas. Explicar no equivale necesariamente a excusar, sino más bien sugerir ya el remedio y hacer, con ello, una obra positiva y constructiva"[27].

16. Con mayor razón puede decirse lo mismo de la enseñanza, a la cual el film didáctico así como la radio y más aún la televsión escolar ofrecen notables posibilidades, no sólo para los jóvenes, sino también para los adultos. Pero la enseñanza así comunicada nunca deberá estar en desacuerdo con los imprescriptibles derechos de la Iglesia y con la misión de los padres, en el campo de la educación de la juventud.

En particular queremos esperar que las técnicas de difusión, tanto si se hallan en manos del Estado como si están confiadas a la iniciativa particular, jamás distribuirán enseñanzas en las que no haya lugar para Dios y sus mandamientos. Sabemos, sin embargo, que en determinadas naciones, dominadas por el comunismo ateo, los medios audiovisuales son explotados, aun en las mismas clases, para arrancar la religión de las almas. Claro está para todo espíritu sereno y libre de prejuicios que este nuevo y desleal método tiraniza las conciencias de los jóvenes, pues les impide el que conozcan la verdad revelada que, según la afirmación del Salvador, es la que nos hace libres[28]. Ello no constituye sino una nueva y astuta forma de persecución religiosa.

Por ello deseamos vivamente, Venerables Hermanos, que los medios audiovisuales sean empleados, sobre todo, para completar la formación cultural y profesional, y, "sobre todo, la formación cristiana, base fundamental de todo auténtico progreso"[29]. También queremos expresar Nuestra satisfacción a todos cuantos, educadores y maestros, emplean acertadamente el film, la radio y la televisión para un fin tan noble.

17. Finalmente, el tercer sector, en el cual estas técnicas de difusión pueden servir poderosamente a la causa del bien, es el del espectáculo. El espectáculo comprende generalmente no sólo elementos de recreo y de información, sino que desarrolla también una función educativa. Nuestro Predecesor, de s. m., no dudó llamar al cine escuela de la vida[30]. Y en verdad que puede llamarse escuela, porque este género de espectáculo incluye también una presentación figurativa, en la que los efectos de luz y de sonido se unen con particular atractivo, de forma tal que penetran no sólo en la inteligencia y en las demás facultades, sino en todo el hombre, obligándole en cierto modo a que participe personalmente en la escena representada.

Aun utilizando los diversos géneros de espectáculos hasta ahora conocidos, la cinematografía, la radio y la televisión ofrecen -cada una de ellas- nuevas posibilidades de expresión artística y, por esto, constituyen un específico género de espectáculo que se halla destinado no ya tan sólo a un grupo escogido de espectadores, sino a millones de hombres de diversa edad, ambiente y cultura.

18. Para que en tales condiciones pueda el espectáculo cumplir su función, necesario es un esfuerzo educativo que prepare al espectador a comprender el lenguaje propio de cada una de estas artes y a formarse una conciencia recta que le permita juzgar con madurez los diversos elementos ofrecidos por la pantalla y por el altavoz, para no verse obligado a sufrir pasivamente su influjo fascinador, como sucede con frecuencia.

Ni una sana recreación, que se ha convertido ya en una necesidad para cuantos se fatigan con las ocupaciones y preocupaciones de la vida[31], ni el progreso cultural pueden estar plenamente asegurados, si esta obra educativa no fuera iluminada por principios cristianos. La necesidad de dar semejante educación al espectador ha sido vivamente sentida por los católicos en los últimos años, y hoy son muy numerosas las iniciativas que tienden a preparar tanto a los adultos como a los jóvenes para que puedan apreciar mejor los lados positivos y los negativos del espectáculo.

Esta preparación no puede servir de pretexto para ver espectáculos inmorales, sino que debe enseñar a seleccionar los programas en conformidad con la doctrina moral de la Iglesia y con las indicaciones relativas a su valor moral y religioso, publicadas por las competentes Oficinas católicas.

Dichas iniciativas, si siguen -como lo esperamos- las normas de la educación cristiana, y son conducidas con competencia didáctica y cultural, no sólo merecen Nuestra aprobación, sino también Nuestro más entusiasta aliento, deseando vivamente que sean introducidas y desarrolladas en las escuelas y en las universidades, en las asociaciones católicas y en las parroquias.

Esta conveniente formación de los espectadores hará disminuir los peligros morales, mientras permitirá al cristiano que pueda aprovecharse de toda clase de nuevos conocimientos, que le serán ofrecidos por el espectáculo, para levantar el espíritu de la meditación de las grandes verdades de Dios.

Una palabra de especial complacencia queremos dirigir a los misioneros que, conscientes de su deber de salvaguardar la integridad del rico patrimonio moral de los pueblos, por cuyo bien se sacrifican y a los cuales llevan la luz de la verdad, procuran iniciar a los jóvenes en el recto uso del cine, de la radio y de la televisión, haciendo así conocer prácticamente las verdaderas conquistas de la civilización. Vivamente deseamos que su esfuerzo en este sector sea apoyado, así por las competentes autoridades eclesiásticas como por los Gobiernos.

19. Pero la obra de educación no es suficiente de por sí sola. Necesario es que los espectáculos estén adaptados al grado de desarrollo intelectual, emotivo y moral de cada una de las edades.

Este problema ha llegado a alcanzar suma gravedad cuando, con la radio y sobre todo con la televisión, el espectáculo ha penetrado ya en el mismo hogar familiar, minando los diques saludables con que la sana educación protege la tierna edad de los hijos para que puedan adquirir la virtud necesaria antes de enfrentarse con las tempestades del mundo. A este propósito escribíamos a los Obispos de Italia hace tres años:

"¿Cómo no horrorizarse ante el pensamiento de que mediante la televisión pueda introducirse dentro de las mismas paredes de casa aquella atmósfera, envenenada de materialismo, de novedad y de hedonismo, que con demasiada frecuencia se respira en tantas salas cinematográficas?"[32].

Nos son conocidas las iniciativas promovidas por competentes autoridades y por entidades educativas para preservar en lo posible a la juventud del pernicioso influjo de los espectáculos no adaptados a su edad, o demasiado frecuentes. Todo esfuerzo realizado en este campo merece estímulo, a condición de que se tenga en cuenta que mucho más graves que las perturbaciones fisiológicas y psicológicas son los peligros morales a que se hallan expuestas las almas jóvenes; peligros que, si no se evitaran oportunamente, constituirían una verdadera y auténtica amenaza para la sociedad.

A los jóvenes va Nuestra paterna y confiada exhortación de que, cuando se trata de asistir a espectáculos que pudieran empañar su candor, procuren ejercitarse en la prudencia y en la temperancia cristiana. Deben ellos dominar su innata curiosidad de ver y de oír, y conservar su corazón libre de los desmesurados placeres terrenos, para elevarlo a las verdaderas alegrías del espíritu.

20. Sabiendo que estas técnicas audiovisuales pueden ocasionar grandes bienes y grandes peligros según el uso que de ellas hiciere el hombre, la Iglesia quiere cumplir plenamente su misión en este campo; misión que no es directamente del orden cultural, sino del religioso y pastoral[33].

Para mejor responder a este fin, Pío XI, de i. m., ordenaba a los Obispos que establecieran en todos los países una Oficina permanente nacional de revisión que pueda promover la producción de películas buenas, clasificar las otras y hacer llegar este juicio a los sacerdotes y a los fieles, y que al mismo tiempo dirigiera todas las actividades de los católicos en el campo del cinematógrafo[34].

En algunos países los Obispos, inspirándose en estas normas, han establecido tales oficinas no sólo para el cine, sino también para la radio y la televisión. Nos, después de considerar con toda madurez las perspectivas apostólicas que estos inventos ofrecen y la necesidad de defender la moralidad del pueblo cristiano, por desgracia demasiado frecuentemente amenazada por el espectáculo corruptor, deseamos que en todas las naciones donde tales oficinas no existan todavía sean establecidas sin tardanza y sean confiadas a personas competentes, bajo la dirección de un sacerdote escogido por los Obispos.

Recomendamos, además, Venerables Hermanos, que en cada nación las respectivas oficinas para la cinematografía, la radio y la televisión -cuando no dependen de una sola entidad- colaboren entre sí, y que los fieles, y sobre todo los miembros de las asociaciones católicas, sean debidamente instruidos sobre la necesidad de asegurar con el apoyo común el funcionamiento eficaz de estas oficinas.

Y porque muchos problemas con los cuales deben enfrentarse en cada una de las naciones no podrán encontrar una conveniente solución, será sumamente útil que las Oficinas nacionales den su adhesión a las Organizaciones internacionales competentes aprobadas por la Santa Sede.

No dudamos, Venerables Hermanos, que los sacrificios que posteriormente os impondrá la realización de estas disposiciones serán compensados por frutos abundantes, sobre todo si se observan las recomendaciones que deseamos dar ahora por separado con respecto al cine, a la radio y a la televisión.


1 S. Io. Chrys. De consubstantiali, contra Anomoeos: PG 48, 810.

2 Eph. 3, 8-9.

3 1 Pet. 1, 18-19.

4 Radiophon. nunt. Qui arcano d. 12 febr. a. 1931: A.A.S. 23 (1931) 65.

5 Ep. enc. Vigilanti cura d. 29 iun. 1936; A.A.S. 28 (1936) 249 ss.

6 Ibid. 251.

7 Cf. A.A.S. d. 16 dec. a. 1954, 46 (1954) 783-784.

8 Cf. Sermo ad cathol. Hollandiae d. 19 maii a. 1950 habitus: Discorsi... 12, 75.

9 Rom. 10, 16.

10 Mat. 22, 16.

11 Cf. Sermo ad cultores cinematographicae artis ex Italia Romae congregatos d. 21 iun. a. 1955: A.A.S. 47 (1955) 504.

12 Mat. 11, 30.

13 Cf. Sermo ad radiophonicae artis cultorum coetum d. 5 maii a 1950 ex omnibus Nationibus Romae habitus: Discorsi... 12, 54.

14 Rom. 5, 5.

15 Cf. Mat. 5, 48.

16 Litt. apost. d. 12 ian. a. 1951: A.A.S. 45 (1952) 216-217.

17 Cf. ibid. 216.

18 Mat. 13, 27.

19 Mat. 13, 28.

20 1 Thess. 5, 21-22.

21 Cf. Sermo, quinto exeunte saeculo ab Angelici obitu, in Aedibus Vaticanis habitus d. 20 apr. a. 1955: A.A.S. 47 (1955) 291-292; Litt. enc. Musicae Sacrae d. 25 dec. a. 1955: A.A.S. 48 (1956) 10.

22 Cf. Rom. 2, 15.

23 Sermo ad cultores artis cinematographicae ex Italia Romae congregatos d. 21 iun. a. 1955: A.A.S. 47 (1955) 505.

24 S. Th. Summa Theol. 1, 1, 9.

25 Ibid. 1, 67, 1.

26 Sermo ad sodales Radiophonicae Societatis Italiae d. 3 dec. a. 1944 habitus; Discorsi... 6, 209.

27 Sermo ad Nationum Societatis Consilium publicis ordinandis nuntiis d. 24 apr. a. 1956 habitus: Discorsi... 18, 137.

28 Cf. Io. 8, 32.

29 Cf. Nuntius radiophonicus ad christifideles Columbianae Reipublicae d. 11 apr. a. 1953 habitus, cum Statio Radiophonica Sutatenciae inaugurabatur: A.A.S. 45 (1953) 294.

30 Ep. enc. Vigilanti cura d. 29 iun. a. 1936: A.A.S. 28 (1936) 255.

31 Ibid. 254.

32 Cf. Adhortatio de televisione d. 1 ian. a. 1954: A.A.S. 44 (1954) 21.

33 Cf. Sermo ad moderatores, docentes et cultores Consociationis ex omnibus Nationibus Institutorum Archaelogiae, Historiae et Artis Historiae d. 9 mart. a. 1956, habitus: A.A.S. 48 (1956) 212.

34 Ep. enc. Vigilanti cura d. 29 iun. a. 1936: A.A.S. 28 (1936) 261.

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