«MIRANDA PRORSUS»

SOBRE EL CINE, LA RADIO Y LA TELEVISIÓN

Carta Encíclica
del Papa Pío XII

dada el 8 Septiembre de 1957


 

II
PARTE ESPECIAL

21. El cinematógrafo, después de sesenta años de su invención, ha llegado a ser uno de los medios de expansión más importantes de nuestro tiempo.

Hemos tenido ya ocasión de hablar de las diversas etapas de su desarrollo y de las razones del atractivo que ejerce sobre el espíritu del hombre moderno[35]. Tal desarrollo se ha verificado con particularidad en películas de argumento, dando origen a una importante industria, que depende no solamente de la colaboración de numerosos artistas y técnicos de diversos ramos, sino de problemas económicos y sociales complejos, que personas particulares difícilmente podrían afrontar y resolver.

A) EL CINEMATÓGRAFO

No será, pues, posible lograr que el cine sea "un instrumento positivo de elevación, de educación y de mejoramiento"[36] sin l escrupulosa colaboración de todos los que tienen una parte de responsabilidad en la producción y difusión de los espectáculos cinematográficos.

Hemos ya declarado, a cuantos se dedican a la actividad del cine, la gravedad del problema, invitándolos a la producción de películas que, junto con la nobleza y perfección de su arte, puedan constituir una ayuda positiva para una educación sana[37].

Cuidad, Venerables Hermanos, de que, utilizando las Oficinas nacionales permanentes -las cuales actuarán bajo vuestra autoridad y dirección-, no falten a las diversas entidades interesadas en ello las informaciones, consejos e indicaciones que las circunstancias de tiempo y lugar requieran, a fin de realizar en el campo del cine el ideal que Nos hemos indicado para bien de las almas.

22. A este fin se habrán de publicar regularmente, para información y guía de los fieles, los juicios morales que sobre los espectáculos cinematográficos dará una comisión especial[38], compuesta de personas competentes, bajo la responsabilidad de la Oficina nacional.

Los miembros de dicha Comisión deberán estar adornados de doctrina segura y de probada prudencia, ya que a ellos estará encomendado el juzgar cada una de las películas según las normas de la moral cristiana.

Los que componen la Comisión de censura deben prepararse con estudios apropiados y con la oración, para asumir la responsabilidad de tan delicado encargo, a fin de juzgar con competencia el valor moral de las obras cinematográficas y el influjo que podrán ejercer en los espectadores en los distintos casos.

Para juzgar el contenido moral de una película, inspírense los revisores en las normas que Nos hemos expuesto en varias ocasiones, especialmente al hablar del "film ideal", de las películas de argumento religioso, de la presentación del mal y del respeto que se debe tener de la persona humana, de la familia, así como también de la Iglesia y de la sociedad civil.

Recuerden, además, que uno de los fines principales de la clasificación moral es el de ilustrar la opinión pública y el de educarla para que respete y aprecie los valores morales, sin los cuales no podrían existir ni verdadera cultura ni civilización. Culpable sería, por lo tanto, toda suerte de indulgencia para con cintas que, aunque ostenten méritos técnicos, ofenden, sin embargo, al orden moral o que, respetando aparentemente las buenas costumbres, contienen elementos contrarios a la fe católica.

Los juicios morales, al indicar claramente qué películas se permiten a todos y cuáles son novicias o positivamente malas, darán a cada uno la posibilidad de escoger los espectáculos, de los cuales habrá de salir "más alegre, más libre y en su interior mucho mejor que cuando entró"[39], y harán que evite los que podrían ser dañosos para su alma, daño que será más grave aún por hacerse responsable de favorecer las producciones malas y por el escándalo que da con su presencia.

Renovando las oportunas instrucciones que daba Nuestro Predecesor, de f. m., en la encíclica Vigilanti cura[40], recomendamos vivamente que se recuerde con frecuencia a los fieles sus deberes en esta materia y en particular la obligación grave que tienen de informarse sobre los juicios morales y de ajustar a ellos su conducta. A este fin, donde los Obispos lo juzgaren oportuno, podrá destinarse útilmente un día festivo del año para promover oraciones e instruir a los fieles sobre sus deberes con respecto a los espectáculos y en particular en relación con el cine.

Para que todos puedan gozar del beneficio de los juicios morales necesario es que las indicaciones se publiquen oportunamente con una breve explicación y se difundan ampliamente.

23. Muy útil será en esta materia la actuación del crítico cinematográfico católico, quien no dejará de acentuar los valores morales, teniendo en cuenta que dichos juicios habrán de ser una norma directiva segura para evitar el peligro de deslizarse hacia un deplorable relativismo moral o de confundir la jerarquía de los valores.

Muy lamentable sería que los diarios y publicaciones católicas, al hablar sobre los espectáculos, no informaran a sus lectores sobre el valor moral de los mismos. No sólo pesa una grave responsabilidad sobre los espectadores, que con el billete de entrada eligen, a manera de voto, entre el cine bueno y el malo, sino también sobre los empresarios de salones de cine y sobre los distribuidores de películas. Nos son conocidas las dificultades que deben superar en la actualidad los empresarios, por muchas razones y también a causa de la televisión; pero, aun en medio de circunstancias difíciles, deben recordar que su propia conciencia no les permite presentar cintas contrarias a la fe y a la moral, ni aceptar contratos que les obliguen a proyectarlas. En muchos países existe el laudable compromiso de no aceptar películas que son tenidas como dañosas o malas: esperamos que una iniciativa tan sumamente oportuna se propagará por toda partes y que ningún empresario católico dudará en dar su adhesión. Debemos llamar la atención sobre la obligación grave de excluir la publicidad insidiosa e indecente, aunque se haga, como a veces sucede, en favor de películas no malas. "¿Quién podrá decir los daños que tal clase de imágenes puede producir en las almas, especialmente de los jóvenes, y los pensamientos y sentimientos impuros que pueden provocar y el grado en que contribuyen a la corrupción del pueblo, con grave perjuicio de la prosperidad misma de la nación?"[41].

Es evidente que los salones de cine que dependen de la autoridad eclesiástica, al estar obligados a asegurar a los fieles, y particularmente a la juventud, espectáculos educativos en un ambiente sano, no podrán menos de presentar cintas intachables desde el punto de vista moral.

Los Obispos, al mismo tiempo que vigilan cuidadosamente la actividad de estos salones abiertos al público, aun a cargo de religiosos exentos, recordarán a los eclesiásticos responsables que, para cumplir el fin de su apostolado, tan recomendado por la Santa Sede, es necesario que por su parte observen escrupulosamente las normas dadas a este fin y que tengan espíritu de desinterés. Es muy de recomendar que los salones católicos se unan en sociedades -como ya se ha hecho laudablemente en algunas naciones- para poder tutelar con más eficacia los intereses comunes, poniendo en práctica las normas de la Oficina nacional.

Las recomendaciones que hemos hecho a los empresarios han de aplicarse también a los distribuidores, quienes, porque no raras veces financian las mismas producciones, tendrán mayor posibilidad y, por lo tanto, mayor obligación, de dar su apoyo al cine moralmente sano. En efecto, la distribución no puede ser considerada de ningún modo como una mera función técnica, ya que el film -como lo hemos recordado repetidas veces- no es una simple mercancía, sino un alimento intelectual y una escuela de formación espiritual y moral de las masas. Así, pues, el que distribuye y el que alquila participarán en los méritos y responsabilidades morales con respecto al bien o al mal que pueda causar el cinematógrafo.

Parte no pequeña de responsabilidad en el mejoramiento del cine corresponde también al actor, quien, respetando su dignidad de hombre y de artista, no puede prestarse a interpretar escenas licenciosas, ni cooperar en una película inmoral. Una vez que el actor logre distinguirse por su arte y por su talento, debe servirse de su fama merecidamente ganada para despertar en el público nobles sentimientos, dando, ante todo, en su vida privada ejemplo de virtud. "Es muy comprensible -decíamos Nos mismo en un discurso a los artistas- la emoción intensa de alegría y noble orgullo que invade vuestro ánimo delante del público, intensamente dirigido hacia vosotros, anhelante, que os aplaude y se estremece"[42]. Un sentimiento tan legítimo no puede, con todo, autorizar al actor cristiano a que acepte, de parte de un público inconsciente, manifestaciones rayanas muchas veces en idolatría, teniendo también para ellos valor la advertencia del Salvador: Que vuestra luz brille ante los hombres de tal modo que, al ver vuestras obras buenas, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos[43].

Aunque en planos diversos, la responsabilidad más grande recae sobre los productores y directores. La conciencia de tal responsabilidad no debe ser óbice sino estímulo para los hombres de buena voluntad que disponen de recursos financieros y del talento requerido para la producción de las películas.

24. Con frecuencia las exigencias del arte impondrán a los responsables de la producción y dirección problemas difíciles en punto a moral y religión, que exigirán, así para el bien espiritual de los espectadores como para la perfección de la obra misma, un adecuado criterio y dirección aun antes de que la película se realice o durante su realización.

No duden, por consiguiente, en pedir consejo a la Oficina católica competente, que con gusto estará a su disposición y aun delegará, si fuere necesario con las debidas cautelas, en un experto consejero religioso. La confianza en la Iglesia, no disminuirá ciertamente su autoridad y su prestigio. "La fe defenderá hasta lo último la personalidad del hombre"[44], y, aun en el campo de la creación artística, la personalidad humana no podrá menos de enriquecerse y completarse a la luz de la doctrina cristiana y de las rectas normas morales.

Sin embargo, no será permitido a los eclesiásticos que presten su colaboración a los productores cinematográficos sin especial encargo de los superiores, pues, como es obvio, para tal asesoría se requieren competencia especial y adecuada preparación, cuyo juicio no puede quedar al arbitrio de los particulares.

Pedimos paternalmente a los productores y directores católicos que no permitan la realización de películas contrarias a la fe y a la moral cristiana; pero si esto sucediere (quod Deus avertat), los Obispos no dejarán de amonestarlos, empleando, si fuere menester, oportunas sanciones.

25. Estamos, sin embargo, convencidos de que el remedio más radical para encaminar eficazmente el cine hacia las alturas del film ideal, se cifra en que se intensifique la formación cristiana de todos cuantos participan en la producción de las obras cinematográficas.

Acérquense los autores de películas a las fuentes de la gracia, asimilen la doctrina del Evangelio, procuren conocer todo cuanto la Iglesia enseña sobre las realidades de la vida, sobre las realidades de la vida, sobre la felicidad y sobre la virtud, sobre el dolor y sobre el pecado, sobre el cuerpo y sobre el alma, así como sobre los problemas sociales y las aspiraciones humanas. Entonces podrán ver cómo se abren ante sus ojos caminos nuevos y luminosos e inspiraciones fecundas para realizar obras que tengan atractivo y un valor perdurable.

Será, pues, necesario favorecer y multiplicar las iniciativas y manifestaciones destinadas a desarrollar e intensificar su vida interior, teniendo cuidado, ante todo, de la formación cristiana de los jóvenes que se preparan para la profesión cinematográfica.

26. Al terminar esas consideraciones específicas sobre el cinematógrafo, exhortamos a las autoridades civiles a que no presten ninguna clase de ayuda a la producción o programación de películas inmorales, y a que protejan con medidas apropiadas las producciones cinematográficas buenas, en especial las destinadas a la juventud. Puesto que el Estado invierte grandes sumas para fines educativos, debe empeñarse seriamente en la solución positiva de un programa educativo de tanta importancia.

En algunos países, y con ocasión de Exposiciones internacionales, se suelen adjudicar, con mucho provecho, premios adecuados a las cintas que se distinguen por su valor espiritual y educativo; esperamos, pues, que Nuestras exhortaciones habrán de contribuir a unir las fuerzas del bien para que las películas que lo merezcan reciban el premio del reconocimiento y apoyo de todos.

B) LA RADIO

27. Con no menor solicitud deseamos exponeros, Venerables Hermanos, Nuestras preocupaciones relativas a otro gran medio de difusión contemporáneo del cine; es decir, a la radio. Aunque no disponga de la riqueza de elementos espectaculares y de las ventajosas condiciones de ambiente de que goza el cinematógrafo, la radio posee, sin embargo, grandes posibilidades, que todavía están por explotar. "La radio -decíamos al personal de una empresa radiofónica- tiene el privilegio de estar libre y desasida de las condiciones de espacio y tiempo que impiden o entorpecen los medios de comunicación entre los hombres. Con ala infinitamente más veloz que la de las ondas, y rápida como la luz, en un instante y superando todas las fronteras, lleva los mensajes que se le confían[45].

Perfeccionada incesantemente con nuevos progresos, presta incalculables servicios en los varios campos de la técnica, llegando hasta dirigir desde lejos mecanismos sin piloto hacia metas prefijadas. Con todo, creemos que el más noble servicio que está llamada a prestar es el de iluminar y educar al hombre orientando su mente y su corazón hacia las esferas cada vez más altas del espíritu.

Oír la voz humana y poder seguir acontecimientos lejanos, permaneciendo dentro de las paredes de casa, y participar a distancia en las manifestaciones más variadas de la vida social y cultural, cosas son que responden a un profundo deseo del hombre. Por ello no es maravilla que muchas casas hayan sido dotadas rápidamente de aparatos de radio, los cuales permiten abrir una misteriosa ventana sobre el amplio mundo, de donde llegan, día y noche, ecos de la actividad que palpita en las diversas culturas, lenguas y naciones, bajo la forma de innumerables problemas ricos en noticias, entrevistas, conferencias, transmisiones de actualidad y de arte, de canto y de música.

"¡Que privilegio y qué responsabilidad -decíamos en un reciente discurso- para los hombres del presente siglo, y qué diferencia con los días lejanos en que la enseñanza de la verdad, el precepto de la fraternidad, las promesas de la bienaventuranza eterna, seguían el paso lento de los apóstoles sobre los ásperos senderos del viejo mundo! Hoy, en cambio, la llamada de Dios puede alcanzar en un mismo tiempo a millones de hombres"[46].

Cosa muy excelente es que los fieles se aprovechen de este privilegio de nuestro siglo y que disfruten las riquezas de la instrucción, de la diversión, del arte y aun de la palabra de Dios, que la radio les puede proporcionar para dilatar sus conocimientos y sus corazones. Bien saben todos cuánta virtud educativa pueden tener las buenas transmisiones; pero al mismo tiempo el uso de la radio entraña responsabilidades, porque, igual que las otras técnicas, puede emplearse tanto para el bien como para el mal. Bien cuadra a la radio la palabra de la Escritura: Con ella bendecimos a Dios nuestro Padre; y con ella maldecimos a los hombres, creados a imagen de Dios. De la misma boca salen la bendición y la maldición[47].

28. Por consiguiente, el primer deber de quien escucha la radio es el de una cuidadosa selección de los programas. La transmisión radiofónica no debe ser jamás un intruso, sino un amigo que entra en el hogar por invitación libre y consciente. ¡Infeliz quien no sabe escoger los amigos que introduce en el santuario de la familia! Las transmisiones admitidas en la casa deben ser sólo las portadoras de verdad y de bien, que no desvían, sino que más bien ayudan a los miembros de la familia en el cumplimiento de los propios deberes personales y sociales y que, tratándose de jóvenes y de niños, lejos de ser nocivas, refuerzan y continúan la obra, sanamente educativa, de los padres y de la escuela.

Las Oficinas católicas nacionales radiofónicas, de las que ya hemos hablado en esta Encíclica, secundadas por la prensa católica, tratarán de tener informados previamente a los fieles sobre el valor de las transmisiones. Cierto que no en todas partes se podrán hacer de antemano tales informaciones, y con frecuencia tendrán un valor meramente indicativo, porque el desarrollo de algunos programas no puede conocerse de antemano. Por esta razón, los pastores de almas recordarán a los fieles que la ley de Dios prohibe escuchar transmisiones dañosas a la fe y a las buenas costumbres, y exhortarán a quienes tienen cuidado de la juventud para que vigilen y para que procuren educar el sentido de responsabilidad acerca del uso del aparato de radio que tienen en casa.

Además, los Obispos tienen el deber de poner en guardia a los fieles con respecto a emisoras que notoriamente propugnan principios contrarios a la fe católica.

29. El segundo deber de quien escucha la radio es el de llevar a conocimiento de los responsables de los programas sus legítimos deseos y sus justas objeciones. Este deber se deduce claramente de la naturaleza misma de la radio, pues que fácilmente puede crear una relación "en dirección única entre el que emite y el que escucha.

Los métodos modernos de sondeo de la opinión pública, al mismo tiempo que permiten medir el grano de interés suscitado por determinadas transmisiones, sirven ciertamente de gran ayuda para los responsables de los programas; pero el interés más o menos vivo que se suscita en el público con frecuencia puede ser debido a causas transitorias o a impulsos no razonables, y, por lo tanto, no debe considerarse como norma segura de conducta. Deben, pues, los que oyen la radio colaborar a que se forme una opinión pública ilustrada, capaz de expresar debidamente su aprobación junto con sus objeciones o su aplauso, contribuyendo así a que la radio, conforme a su misión educadora, "se ponga al servicio de la verdad, de la moralidad, de la justicia y del amor"[48].

Tarea es ésta propia de todas las asociaciones católicas, el defender eficazmente los intereses de los fieles en este campo. En países donde las circunstancias lo aconsejen, se podrán promover, además, entre los oyentes y los espectadores determinadas asociaciones, que sean orientadas por las Oficinas nacionales.

30. Finalmente, es un deber de los radioyentes apoyar las buenas transmisiones: ante todo las que llevan a Dios al corazón humano. En nuestros días, cuando sobre las ondas se agitan violentamente doctrinas erróneas, cuando con interferencias se crea del propósito en el éter un "telón de acero" sonoro, con el fin de impedir que por esta vía penetre la verdad que podría sacudir la tiranía del materialismo ateo, cuando millones de hombres esperan aún el alba de la buena nueva o una instrucción más amplia sobre su fe y cuando los enfermos o los que se hallan impedidos en alguna forma esperan ansiosamente poder unirse a las oraciones de la comunidad cristiana o al sacrificio de Cristo, ¿cómo podrían los fieles, y, sobre todo, los que conocen las ventajas de la radio por una experiencia diaria, no mostrarse generosos favoreciendo tales programas?

Bien sabemos cuánto se ha hecho y se hace en las diversas naciones para desarrollar los programas católicos en la radio. Muy numerosos son, gracias a Dios, los eclesiásticos y los seglares que han tomado la iniciativa en este campo, asegurando a las transmisiones católicas la primacía que corresponde a los valores religiosos sobre los demás intereses humanos.

Considerando, pues, atentamente las posibilidades que ofrece la radio para el apostolado e impulsados por el mandato del Redentor Divino: Id a todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura[49], os pedimos, Venerables Hermanos, que incrementéis y perfeccionéis cada vez más las transmisiones religiosas, según las necesidades y posibilidades locales.

31. Y porque la digna presentación de las funciones religiosas por medio de la radio, como también la de las verdades de la fe y las informaciones sobre la vida de la Iglesia, exigen, además de la vigilancia debida, talento y competencia especial, es indispensable preparar cuidadosamente a los sacerdotes y seglares destinados a esta importante actividad.

A tal fin, en los países donde los católicos disponen de equipos modernos y tienen más larga experiencia, organícense oportunamente cursos adecuados de adiestramiento, que permitan a los candidatos, aun de otras naciones, adquirir la habilidad profesional necesaria para asegurar a las transmisiones religiosas un nivel artístico y técnico elevado. Provean esas mismas Oficinas nacionales al desarrollo y a la coordinación de los programas religiosos en el propio país, colaborando, en cuanto sea posible, con los que tienen bajo su responsabilidad las diversas emisoras para vigilar cuidadosamente la moralidad de los programas.

Por lo que hace a la participación de los eclesiásticos en las transmisiones de radio o de televisión, aun tratándose de religiosos exentos, los Obispos podrán dictar normas oportunas encargando a las Oficinas nacionales que velen por su ejecución. Dirigimos una palabra de aliento a las estaciones radiofónicas católicas. No ignorando las numerosas dificultades que deben afrontar, tenemos la confianza de que, unidas en estrecha colaboración, continuarán animosamente su obra apostólica, que Nos tanto apreciamos.

Nos mismo hemos procurado ampliar y perfeccionar Nuestra benemérita Radio Vaticana, cuya actividad -como hemos dicho a los generosos católicos holandeses- responde "al deseo íntimo y a la necesidad vital de todo el orbe católico"[50].

Expresamos también, y con muy buena voluntad, a los que tienen la responsabilidad de los programas radiofónicos, Nuestro agradecimiento por la comprensión que muchos de ellos han manifestado, poniendo gustosamente a disposición de la palabra de Dios el tiempo oportuno y los medios técnicos necesarios. De esta manera tendrán participación en los méritos del apostolado que se desarrolla por medio de las ondas de sus emisoras, según la promesa del Señor: Quien recibe a un profeta como a profeta, tendra la recompensa del profeta[51].

En nuestros días, las transmisiones de calidad exigen un verdadero arte; por lo tanto, los directores y cuantos toman parte en la preparación y ejecución de los programas deben poseer una vasta cultura. También a éstos dirigimos la advertencia, que hacíamos a los profesionales del cinematógrafo, de que se aprovechen ampliamente de las riquezas de la cultura cristiana.

Los Obispos recuerden, finalmente, a las autoridades civiles su deber de garantizar, en forma conveniente, la difusión de las transmisiones religiosas, teniendo en ceunta particularmente el carácter sagrado de los días feestivos, así como también las necesidades espirituales diarias de los fieles.

C) LA TELEVISIÓN

32. Queremos hablaros, por último, brevemente de la televisión, que ha tenido precisamente durante Nuestro pontificado un prodigioso desarrollo en algunos países y que gradualmente ya se va introduciendo también en todas las demás naciones.

Este desarrollo, que es, sin duda alguna, una etapa importante en la historia de la humanidad, lo hemos seguido con vivo interés, con grandes esperanzas y con graves preocupaciones, elogiando ya desde un principio sus notables ventajas y nuevas posibilidades, pero previniendo e indicando sus peligros y posibles abusos.

La televisión tiene muchos puntos comunes con el cinematógrafo, puesto que ofrece a la vista un espectáculo de vida y de movimiento; ni tampoco es raro que se sirva de películas. Bajo otros aspectos, participa de la naturaleza de las funciones de la radio, puesto que se dirige al espectador, no ya en salas públicas, sino en el recinto de su propia casa. No es, por lo tanto, necesario repetir las recomendaciones hechas anteriormente a propósito del cine y de la radio sobre los deberes de los espectadores, de los oyentes, de los productores y de las autoridades públicas. Tampoco es preciso renovar Nuestras advertencias sobre el cuidado que debe tenerse en la preparación e incremento de los programas religiosos.

Tenemos conocimiento del interés con que un gran público sigue las transmisiones católicas en la televisión. Es evidente que participar por televisión en la santa misa -como lo decíamos hace algunos años refiriéndonos a la radio[52]- no es lo mismo que la asistencia física al sacrificio divino, requerida para satisfacer el precepto festivo. No obstante, los abundantes frutos de fe y de santificación que, gracias a la televisión de ceremonias litúrgicas, recogen quienes no pueden asistir a ellas, Nos inducen a estimular dichas transmisiones.

A los Obispos de cada nación corresponde juzgar sobre la oportunidad de las diversas transmisiones religiosas y confiar su realización a la Oficina nacional competente, la cual, como en los sectores anteriores, desarrollará una conveniente actividad de información, de educación, de coordinación y de vigilancia sobre la moralidad de los programas.

33. La televisión, además de los aspectos que le son comunes con los dos medios precedentes de difusión, posee también sus propias características. Ella, en efecto, permite participar con la vista y el oído en sucesos lejanos, y ello en el momento mismo en que suceden, con una impresión que se acerca a la del contacto personal, y cuya proximidad viene aumentando por el sentido de intimidad y de confianza propio de la vida familiar.

Se debe, pues, tener muy en cuenta este carácter sugestivo de las transmisiones televisivas en lo íntimo del santuario familiar, donde su influencia será incalculable en la formación de la vida espiritual, intelectual y moral de los miembros de toda la familia y ante todo, de los hijos, que experimentarán inevitablemente el atractivo de la nueva técnica. Si es verdad que un poco de levadura hace que toda la masa fermente[53], y si en la vida física de los jóvenes un germen infeccioso puede impedir el desarrollo normal del cuerpo, ¡con cuánta mayor razón un elemento negativo en la educación puede comprometer su equilibrio espiritual y su desarrollo moral! Y ¿quién no sabe con cuánta frecuencia sucede que un niño que resiste al contagio de una enfermedad en la calle no resiste, sin embargo, cuando el foco de infección se encuentra en su propia casa?

La santidad de la familia no puede ser objeto de compromisos, y la Iglesia jamas se cansará, según su pleno derecho y su deber, de trabajar con todas sus fuerzas para que este santuario no sea profanado por el mal uso de la televisión.

Dada la gran ventaja que tiene de mantener más fácilmente dentro del hogar a mayores y a pequeños, la televisión puede contribuir a reforzar los lazos de amor y de fidelidad en la familia, pero siempre con la condición de que jamás menoscabe esas virtudes mismas de fidelidad, de pureza y de amor.

No faltan, sin embargo, quienes juzgan imposible realizar tan nobles exigencias, al menos por ahora. Los compromisos contraídos con los espectadores -afirman- requieren que se llene a toda costa el tiempo previsto para las transmisiones. La necesidad de tener a disposición una vasta selección de programas, obliga a recurrir a espectáculos que en un principio estaban destinados tan sólo para salones públicos. La televisión, por lo demás, no es sólo para los jóvenes, sino también para los mayores. Reales son las dificultades, pero su solución no puede ser diferida para más adelante, cuando ya la falta de discreción y de prudencia en el uso de la televisión haya acarreado daños individuales y sociales, daños que tal vez hoy difícilmente pueden valorarse.

34. A fin de que tal solución se pueda obtener simultáneamente con la introducción progresiva de dicha técnica en los diversos países, será ante todo necesario realizar un esfuerzo intenso en preparar programas que correspondan a las exigencias morales, psicológicas y técnicas de la televisión. Por esta razón invitamos a los hombres católicos de cultura, de ciencia y de arte, y en primer lugar al Clero y a las Ordenes y Congregaciones religiosas, a darse cuenta de esta nueva técnica y a prestar su colaboración para que se pongan al alcance de la televisión las riquezas espirituales del pasado y las que puede brindarle todo progreso auténtico.

Es menester, además, que los responsables de los programas televisuales no sólo respeten los principios religiosos y morales, sino que tengan en cuenta el peligro, que puede resultar para los jóvenes, de transmisiones destinadas a los adultos. En otros campos, como sucede por ejemplo en el cine o en el teatro, en la mayoría de los países se protege a los jóvenes contra los espectáculos inconvenientes con empleo de medidas adecuadas. Lógicamente, y con mucha más razón tratándose de la televisión, convendrá asegurarle las ventajas de una perspicaz vigilancia. Aun en el caso de que no se supriman -como se ha hecho laudablemente en algunas partes- de los programas de televisión los espectáculos prohibidos para menores, indispensable será por lo menos tomar las convenientes medidas de precaución.

35. Aun con todo esto, la buena voluntad y la honrada actividad profesional de quien transmite no son suficientes para asegurar el pleno aprovechamiento de la técnica televisual, ni para alejar todo peligro. Es insustituible la prudente vigilancia del espectador.

La moderación en el empleo de la televisión, la discreta admisión de los hijos, según su edad, a ciertos programas; la formación de un criterio recto sobre los espectáculos vistos y, finalmente, el apartarlos de programas que no les convengan pesa como un grave deber sobre la conciencia de los padres y de los educadores. Bien sabemos que especialmente este último punto podrá crear situaciones delicadas y difíciles, y que el buen sentido pedagógico exigirá frecuentemente a los padres que den ejemplo, aun con el propio sacrificio personal, en renunciar a determinados programas. Pero ¿acaso será pedir demasiado que los padres se sacrifiquen cuando está en juego el bien supremo de los hijos? Será, pues, "más que nunca necesario y urgente -como escribíamos a los Obispos de Italia- formar en los fieles una conciencia recta de sus deberes cristianos en el uso de la televisión"[54], para que ésta jamás sirva a la difusión del error y del mal, antes bien se convierta en "un instrumento de información, de formación y de transformación"[55].

PARTE FINAL

36. No podemos concluir estas enseñanzas Nuestras sin recordar cuánta importancia ha de tener (como en todos los campos del apostolado) la intervención del sacerdote en la actividad que la Iglesia debe desplegar para favorecer y utilizar las técnicas de la difusión. El sacerdote debe conocer los problemas que el cine, la radio y la televisión plantean a las almas: "El sacerdote que tiene cura de almas -decíamos a los que tomaron parte en la Semana de "actualización" pastoral en Italia- puede y debe saber lo que afirma la ciencia, el arte y la técnica moderna por la relación que éstas tienen con la finalidad religiosa y moral del hombre"[56]. Ha de saber servirse de ellas siempre que, según el prudente juicio de la autoridad eclesiástica, lo requieran la naturaleza de su sagrado ministerio y la necesidad de llegar a un mayor número de almas. Finalmente, cuando de ellas se sirve para su uso personal, debe dar a todos los fieles ejemplo de prudencia, de moderación y de sentido de su propia responsabilidad.

Hemos querido confiaros, Venerables Hermanos, Nuestras preocupaciones, que vosotros compartís ciertamente con Nos, sobre los peligros que puede entrañar el uso no recto del cine, radio y televisión, tanto para la fe como para la integridad moral del pueblo cristiano.

37. No hemos dejado de hacer resaltar los lados positivos de esos modernos y poderosos medios de difusión. Con este fin hemos expuesto, a la luz de la doctrina cristiana y de la ley natural los principios que deben regular y dirigir tanto la actividad de los responsables de la difusión como la conciencia del público que de ella se sirve. Y precisamente para encaminar al bien de las almas estos dones de la Providencia, os hemos exhortado paternalmente no sólo a vigilar, como es deber vuestro, sino a intervenir también positivamente. Porque las tareas de las Oficinas nacionales, que una vez más os recomendamos, no han de limitarse sólo a preservar, sino que también y principalmente deben dirigir, coordinar y prestar asistencia a las diversas obras educativas que se van suscitando en los diversos países para hacer que el espíritu cristiano penetre en el sector tan complejo y tan vasto de los medios técnicos de difusión.

No dudamos, por lo tanto, dada la confianza que tenemos en la victoria de la causa de Dios, que estas Nuestras presentes disposiciones, cuya fiel ejecución confiamos a la Comisión Pontificia de Cinematografía, Radio y Televisión, habrán de suscitar un espíritu nuevo de apostolado en un campo tan rico en promesas.

Animados con esta esperanza, fortificada por vuestro bien conocido celo pastoral, impartimos de todo corazón, Venerables Hermanos, a vosotros, al clero y al pueblo confiado a vuestros cuidados, y en particular a todos cuantos con celo se dediquen a poner por obra Nuestros deseos y Nuestras disposiciones, como prenda de gracias celestiales, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María, 8 de septiembre de 1957, año décimonono de Nuestro Pontificado.


35 Cf. Sermo ad cultores artis cinematographicae ex Italia Romae congregatos d. 21 iun. a. 1955: A.A.S. 47 (1955) 501-502.

36 Cf. Sermo ad cinematographicae artis cultores, d. 28 oct. a. 1955, Romae congregatos: A.A.S. 47 (1955) 817.

37 Cf. Sermones d. 21 iun. et 28 oct. a. 1955 habiti: Ibid. 502-515 et 816 ss.

38 Ep. enc. Vigilanti cura d. 29 iun. a. 1936: A.A.S. 28 (1936) 260-261.

39 Sermo ad cultores artis cinematographicae ex Italia Romae congregatos d. 21 iun. a. 1955: A.A.S. 47 (1955) 512.

40 Ep. enc. Vigilanti cura d. 29 iun. a. 1936: A.A.S. 28 (1936) 260.

41 Cf. Sermo ad Urbis Parochos sacrosque per Quadragesimae tempus Oratores d. 5 mart. 1957 habitus: A.A.S. 49 (1957) 208.

42 Cf. Sermo de arte scaenica d. 26 aug. 1945 habitus: Discorsi... 7, 157.

43 Mat. 5, 16.

44 Cf. Epist. Pii XII ad christifideles Germaniae, ob conventum "Katholikentag" appellatum, Berolinum congregatos d. 10 aug. a. 1952: A.A.S. 44 (1952) 725.

45 Cf. Sermo d. 3 dec. a. 1944 habitus: Discorsi... 6, 209.

46 Cf. Nuntius radioph. ad eos qui interfuerunt tertio generali conventui de communicationibus inter cives et nationes, sexagesimo exeunte anno a radiotelegraphia inventa, Genuae habito: A.A.S. 47 (1955) 736.

47 Iac. 3, 9-10.

48 Cf. Sermo d. 3 oct. a. 1947 quinquagesimo expleto anno ab arte radiophonica inventa habitus: Discorsi... 9, 267.

49 Marc. 16, 15.

50 Cf. Sermo ad cathol. Hollandiae a. 19 maii a. 1950 habitus: Discorsi... 12, 75.

51 Mat. 10, 41.

52 Cf. Sermo ad radioph. artis cultorum conventum ex omnibus Nationibus participantes d. 5 maii a. 1950: Discorsi... 12, 55.

53 Gal. 5, 9.

54 Cf. Adhortatio apost. de televisione, d. 1 ian. a. 1954: A.A.S. 46 (1954) 23.

55 Cf. Sermo de gravi televisionis momento d. 21 oct. a. 1955: A.A.S. 47 (1955) 777.

56 Cf. Sermo d. 14 sept. a. 1956 habitus: A.A.S. 48 (1956) 707.