CARTA ENCÍCLICA
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
SOBRE LA MISERICORDIA DIVINA
III
EL ANTIGUO TESTAMENTO
4. El
concepto de «misericordia» tiene en el Antiguo Testamento una larga y rica historia.
Debemos remontarnos hasta ella para que resplandezca más plenamente la misericordia
revelada por Cristo. Al revelarla con sus obras y sus enseñanzas, El se estaba dirigiendo
a hombres, que no sólo conocían el concepto de misericordia, sino que además, en cuanto
pueblo de Dios de la Antigua Alianza, habían sacado de su historia plurisecular una
experiencia peculiar de la misericordia de Dios. Esta experiencia era social y
comunitaria, como también individual e interior.
Efectivamente,
Israel fue el pueblo de la alianza con Dios, alianza que rompió muchas veces. Cuando a su
vez adquiría conciencia de la propia infidelidad -y a lo largo de la historia de Israel
no faltan profetas y hombres que despiertan tal conciencia- se apelaba a la misericordia.
A este respecto los Libros del Antiguo Testamento nos ofrecen muchísimos testimonios.
Entre los hechos y textos de mayor relieve se pueden recordar: el comienzo de la historia
de los Jueces 31 , la oración de Salomón al inaugurar el Templo 32 , una parte de la
intervención profética de Miqueas 33 , las consoladoras garantías ofrecidas por Isaías
34 , la súplica de los hebreos desterrados 35 , la renovación de la alianza después de
la vuelta del exilio 36 .
Es
significativo que los profetas en su predicación pongan la misericordia, a la que
recurren con frecuencia debido a los pecados del pueblo, en conexión con la imagen
incisiva del amor por parte de Dios. El Señor ama a Israel con el amor de una peculiar
elección, semejante al amor de un esposo 37 , y por esto perdona sus culpas e incluso sus
infidelidades y traiciones. Cuando se ve de cara a la penitencia, a la conversión
auténtica, devuelve de nuevo la gracia a su pueblo 38 . En la predicación de los
profetas la misericordia significa una potencia especial del amor, que prevalece sobre el
pecado y la infidelidad del pueblo elegido.
En este
amplio contexto «social», la misericordia aparece como elemento correlativo de la
experiencia interior de las personas en particular, que versan en estado de culpa o
padecen toda clase de sufrimientos y desventuras. Tanto el mal físico como el mal moral o
pecado hacen que los hijos e hijas de Israel se dirijan al Señor recurriendo a su
misericordia. Así lo hace David, con la conciencia de la gravedad de su culpa 39 . Y así
lo hace también Job, después de sus rebeliones, en medio de su tremenda desventura 40 .
A él se dirige igualmente Ester, consciente de la amenaza mortal a su pueblo 41 . En los
Libros del Antiguo Testamento podemos ver otros muchos ejemplos 42 .
En el
origen de esta multiforme convicción comunitaria y personal, como puede comprobarse por
todo el Antiguo Testamento a lo largo de los siglos, se coloca la experiencia fundamental
del pueblo elegido, vivida en tiempos del éxodo: el Señor vio la miseria de su pueblo,
reducido a la esclavitud, oyó su grito, conoció sus angustias y decidió liberarlo 43 .
En este acto de salvación llevado a cabo por el Señor, el profeta supo individuar su
amor y compasión 44 . Es aquí precisamente donde radica la seguridad que abriga todo el
pueblo y cada uno de sus miembros en la misericordia divina, que se puede invocar en
circunstancias dramáticas.
A esto
se añade el hecho de que la miseria del hombre es también su pecado. El pueblo de la
Antigua Alianza conoció esta miseria desde los tiempos del éxodo, cuando levantó el
becerro de oro. Sobre este gesto de ruptura de la alianza, triunfó el Señor mismo,
manifestándose solemnemente a Moisés como «Dios de ternura y de gracia, lento a la ira
y rico en misericordia y fidelidad» 4 5 . Es en esta revelación central donde el pueblo
elegido y cada uno de sus miembros encontrarán, después de toda culpa, la fuerza y la
razón para dirigirse al Señor con el fin de recordarle lo que Él había revelado de sí
mismo 46 y para implorar su perdón.
Y así,
tanto en sus hechos como en sus palabras, el Señor ha revelado su misericordia desde los
comienzos del pueblo que escogió para sí y, a lo largo de la historia, este pueblo se ha
confiado continuamente, tanto en las desgracias como en la toma de conciencia de su
pecado, al Dios de las misericordias. Todos los matices del amor se manifiestan en la
misericordia del Señor para con los suyos: él es su padre 47 , ya que Israel es su hijo
primogénito 48 ; él es también esposo de la que el profeta anuncia con un nombre nuevo,
ruhama, «muy amada», porque será tratada con misericordia 49 .
Incluso
cuando, exasperado por la infidelidad de su pueblo, el Señor decide acabar con él,
siguen siendo la ternura y el amor generoso para con el mismo lo que le hace superar su
cólera 50 . Es fácil entonces comprender por qué los Salmistas cuando desean cantar las
alabanzas más sublimes del Señor, entonan himnos al Dios del amor, de la ternura, de la
misericordia y de la fidelidad 51 .
De todo
esto se deduce que la misericordia no pertenece únicamente al concepto de Dios, sino que
es algo que caracteriza la vida de todo el pueblo de Israel y también de sus propios
hijos e hijas: es el contenido de la intimidad con su Señor, el contenido de su diálogo
con El. Bajo este aspecto precisamente la misericordia es expresada en los Libros del
Antiguo Testamento con una gran riqueza de expresiones. Sería quizá difícil buscar en
estos Libros una respuesta puramente teórica a la pregunta sobre en qué consiste la
misericordia en sí misma. No obstante, ya la terminología que en ellos se utiliza, puede
decirnos mucho a tal respecto52 .52bis
El
Antiguo Testamento proclama la misericordia del Señor sirviéndose de múltiples
términos de significado afín entre ellos; se diferencian en su contenido peculiar, pero
tienden -podríamos decir- desde angulaciones diversas hacia un único contenido
fundamental para expresar su riqueza trascendental y al mismo tiempo acercarla al hombre
bajo distintos aspectos. El Antiguo Testamento anima a los hombres desventurados, en
primer lugar a quienes versan bajo el peso del pecado -al igual que a todo Israel que se
había adherido a la alianza con Dios- a recurrir a la misericordia y les concede contar
con ella: la recuerda en los momentos de caída y de desconfianza. Seguidamente, den
gracias y gloria cada vez que se ha manifestado y cumplido, bien sea en la vida del
pueblo, bien en la vida de cada individuo.
De este
modo, la misericordia se contrapone en cierto sentido a la justicia divina y se revela en
multitud de casos no sólo más poderosa, sino también más profunda que ella. Ya el
Antiguo Testamento enseña que, si bien la justicia es auténtica virtud en el hombre y,
en Dios, significa la perfección trascendente, sin embargo el amor es más «grande» que
ella: es superior en el sentido de que es primario y fundamental. El amor, por así
decirlo, condiciona a la justicia y en definitiva la justicia es servidora de la caridad.
La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia (lo cual es característico
de toda la revelación) se manifiestan precisamente a través de la misericordia. Esto
pareció tan claro a los Salmistas y a los Profetas que el término mismo de justicia:
terminó por significar la salvación llevada a cabo por el Señor y su misericordia 53 .
La misericordia difiere de la justicia pero no está en contraste con ella, siempre que
admitamos en la historia del hombre -como lo hace el Antiguo Testamento- la presencia de
Dios, el cual ya en cuanto creador se ha vinculado con especial amor a su criatura. El
amor, por su naturaleza, excluye el odio y el deseo de mal, respecto a aquel que una vez
ha hecho donación de sí mismo: nihil odisti eorum quae fecisti: «nada aborreces de lo
que has hecho» 54 . Estas palabras indican el fundamento profundo de la relación entre
la justicia y la misericordia en Dios, en sus relaciones con el hombre y con el mundo. Nos
están diciendo que debemos buscar las raíces vivificantes y las razones íntimas de esta
relación, remontándonos al «principio», en el misterio mismo de la creación. Ya en el
contexto de la Antigua Alianza anuncian de antemano la plena revelación de Dios que «es
amor» 55 .
Con el
misterio de la creación está vinculado el misterio de la elección, que ha plasmado de
manera peculiar la historia del pueblo, cuyo padre espiritual es Abraham en virtud de su
fe. Sin embargo, mediante este pueblo que camina a lo largo de la historia, tanto de la
Antigua como de la Nueva Alianza, ese misterio de la elección se refiere a cada hombre, a
toda la gran familia humana: «Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido mi favor»
56 . «Aunque se retiren los montes..., no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de
paz vacilará» 57 . Esta verdad, anunciada un día a Israel, lleva dentro de sí la
perspectiva de la historia entera del hombre: perspectiva que es a la vez temporal y
escatológica 58 . Cristo revela al Padre en la misma perspectiva y sobre un terreno ya
preparado, como lo demuestran amplias páginas de los escritos del Antiguo Testamento. Al
final de tal revelación, en la víspera de su muerte, dijo El al apóstol Felipe estas
memorables palabras: «¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido?
El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» 59 . |