J U A N   X X I I I

MATER ET MAGISTRA

Carta encíclica sobre los recientes desarrollos
de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana


Madre y Maestra de todos los pueblos, la Iglesia universal fue fundada por Jesucristo a fin de que todos, a lo largo de los siglos, viniendo a ella y recibiendo un abrazo, encontrarán plenitud de más alta vida y garantía de salvación.

A esta Iglesia, columna y fundamento de la verdad[7], ha confiado su santísimo Fundador una doble misión: la de engendrar hijos, y la de educarlos y regirlos, guiando con materno cuidado la vida de los individuos y de los pueblos, cuya gran dignidad siempre miró ella con el máximo respeto y defendió con solicitud.

[2] El cristianismo, en efecto, es unión de la tierra con el cielo, en cuanto que toma al hombre en su ser concreto -espíritu y materia, inteligencia y voluntad- y lo invita a elevar la mente desde las mudables condiciones de la vida terrenal hacia las alturas de la vida eterna, que será consumación interminable de felicidad y de paz.

[3] Y así, la Santa Iglesia, aunque tiene como principal misión el santificar las almas y hacerlas partícipes de los bienes del orden sobrenatural, sin embargo, se preocupa con solicitud de las exigencias de la vida cotidiana de los hombres, no sólo en cuanto al sustento y a las condiciones de vida, sino también en cuanto a la prosperidad y a la cultura en sus múltiples aspectos y según las diversas épocas.

[4] La Santa Iglesia, al realizar todo esto, cumple el mandato de su Fundador, Cristo, que sobre todo se refiere a la salvación eterna del hombre, cuando dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida[8] y Yo soy la luz del mundo[9]; y en otro lugar, al mirar la multitud hambrienta, compadecido prorrumpe en las palabras: Me da compasión de esta muchedumbre[10], dando así prueba de preocuparse también de las exigencias terrenales de los pueblos. Y el Divino Redentor muestra este cuidado no sólo con palabras, sino también con los ejemplos de su vida, cuando para calmar el hambre de la multitud, más de una vez multiplicó el pan milagrosamente.

[5] Y con este pan dado como alimento del cuerpo quiso anunciar aquel celestial alimento de las almas, que había de dar a los hombres en la víspera de su Pasión.

[6] No es, pues, de admirar que la Iglesia católica, imitando a Cristo y siguiendo su mandato, haya mantenido constantemente en alto la antorcha de la caridad durante dos mil años, es decir, desde la institución de los antiguos Diáconos hasta nuestros tiempos, no sólo con preceptos, sino también con ejemplos ampliamente ofrecidos; caridad que, al armonizar los preceptos de mutuo amor con la práctica de los mismos, realiza admirablemente el mandato de este doble dar, que compendia la doctrina y la acción social de la Iglesia.

[7] Ahora bien, insigne documento -por todos reconocido- de esta doctrina y acción, desarrolladas a lo largo de los siglos de la Iglesia, es sin duda la inmortal encíclica Rerum novarum[11], promulgada hace setenta años por Nuestro Predecesor, de f. m., León XIII, para proclamar los principios, según los cuales se pudiera resolver cristianamente la cuestión obrera.

[8] Pocas veces la palabra de un Pontífice tuvo como entonces una resonancia tan universal, así por la profundidad de la argumentación y por su amplitud como por el vigor de su estilo. En realidad aquellas orientaciones y aquellos llamamientos tuvieron tanta importancia que nunca y de ningún modo podrán caer en el olvido. Se abrió un camino nuevo a la acción de la Iglesia, cuyo Pastor Supremo, como haciendo propias las dolencias, los gemidos y las aspiraciones de los humildes y de los oprimidos, se alzó, como nunca antes, en abogado y defensor de sus derechos.

[9] Y hoy, aun habiendo pasado un largo periodo de tiempo, continúa todavía operante la eficacia de aquel Mensaje, no sólo en los documentos de los Pontífices sucesores de León XIII, que en sus enseñanzas sociales se refieren continuamente a la Encíclica leoniana, ya para inspirarse en ella, ya para aclarar su alcance, siempre para proporcionar incentivo a la acción de los católicos; sino también en los ordenamientos jurídicos mismos de los pueblos. Prueba de ello es el que los principios cuidadosamente profundizados, las directrices históricas y los paternos llamamientos contenidos en la magistral Encíclica de Nuestro Predecesor, todavía hoy conservan su primitivo valor; más aún, sugieren nuevos y vitales criterios con que los hombres se pongan en grado de juzgar rectamente el contenido y las proporciones de la cuestión social, tal como hoy se presenta, y se decidan a asumir la correspondiente responsabilidad.

I. ENSEÑANZAS DE LA ENC. "RERUM NOVARUM" Y OPORTUNOS DESARROLLOS DEL MAGISTERIO DE PIO XI Y PIO XII

los tiempos de la "Rerum novarum"
caminos de reconstrucción
"Quadragesimo anno"
Pentecostés 1941
ulteriores cambios
fines de la nueva Encíclica

los tiempos de la "Rerum novarum"

[10] León XIII habló en años de transformaciones radicales, de fuertes contrastes y de acerbas rebeliones. Las sombras de aquel tiempo nos hacen apreciar más claramente la luz que dimana de su enseñanza.

[11] Como es sabido, en aquel entonces la concepción del mundo económico, más difundida y puesta por obra en mayor escala, era una concepción naturalista, que niega toda relación entre la moral y la economía. Motivo único de la acción económica, se afirmaba, es el provecho individual. Ley suprema reguladora de las relaciones entre los factores económicos es una libre concurrencia sin límite alguno. Intereses de los capitales, precios de las mercancías y de los servicios, ganancias y salarios se determinan pura y mecánicamente según las leyes del mercado. El Estado debe abstenerse de cualquier intervención en el campo económico. Las asociaciones sindicales, según las diversas naciones, o se prohiben, o se toleran o se consideran tan sólo como de derecho privado.

[12] En un mundo económico así concebido, la ley del más fuerte encontraba plena justificación en el plano teórico y dominaba el terreno de las relaciones concretas entre los hombres. De lo cual resultaba un orden económico totalmente turbado, desde sus mismas raíces.

[13] Y así, mientras riquezas incontables se acumulaban en manos de unos pocos, las clases trabajadoras se encontraban en condiciones de creciente malestar. Salarios insuficientes o de hambre, agotadoras condiciones de trabajo y sin ninguna consideración a la salud física, a la moral y a la fe religiosa. Inhumanas, sobre todo, las condiciones de trabajo a las que frecuentemente eran sometidos los niños y las mujeres. Siempre surgía amenazador el espectro del paro. La familia, sujeta a un proceso de desintegración.

[14] Como consecuencia, profunda insatisfacción entre las clases trabajadoras, en las cuales cundía y se aumentaba el espíritu de protesta y de rebeldía. Esto explica por qué entre aquellas clases encontraban amplio favor las teorías extremistas que proponían remedios peores que los males que habían de corregirse.

caminos de reconstrucción

[15] En aquel conflicto tocó a León XIII publicar su Mensaje social -la Rerum novarum- fundado en la misma naturaleza humana, y ajustado a los principios y al espíritu del Evangelio; Mensaje que al aparecer suscitó, aun entre no sorprendentes oposiciones, universal admiración y entusiasmo. Ciertamente no era la primera vez que la Sede Apostólica descendía al campo de los interereses terrenales, en defensa de los débiles. Ya otros documentos del mismo León XIII habían allanado el camino; pero entonces se formuló una síntesis orgánica de los principios y una perspectiva histórica tam amplia que hacen de la encíclica Rerum novarum una suma del Catolicismo en el campo económico-social.

[16] No fue aquel un acto sin audacia. Mientras algunos osaban acusar a la Iglesia católica de que, frente a la cuestión social se limitaba a predicar a los pobres la resignación y a exhortar a los ricos a la generosidad, León III no dudó en proclamar y defender los legítimos derechos de los obreros. Y al entrar a exponer los principios de la doctrina católica en el campo social declaraba solemnemente: Con plena confianza, y por propio derecho Nuestro, entramos a tratar de esta materia: se trata ciertamente de una cuestión en la que no es aceptable ninguna solución, si no se recurre a la religión y a la Iglesia[12].

[17] Muy bien conocéis, Venerables Hermanos, aquellos principios básicos expuestos por el inmortal Pontífice con tanta claridad como autoridad, según los cuales debe reconstruirse el sector económico-social de la humana convivencia.

[18] Primero miran al trabajo, que debe ser valorado y tratado no como una mercancía, sino como directa actuación de la persona humana. Para la gran mayoría de los hombres, el trabajo es la única fuente de la que obtienen los medios de subsistencia; por esto su remuneración no puede dejarse a merced del juego mecánico de las leyes del mercado, sino que se debe determinar según la justicia y la equidad, las cuales en caso contrario quedarían profundamente lesionadas, aunque el contrato de trabajo hubiese sido estipulado libremente por las dos partes.

[19] A ello se añade que la propiedad privada, incluso la de los bienes de producción, es un derecho natural que el Estado no puede suprimir. Es intrínseca a ella una función social; por lo cual es un derecho que se ejercita no sólo en provecho propio, sino también en el de los demás.

[20] El Estado, cuya razón de ser es la realización del bien común en el orden temporal, no puede permanecer ausente del mundo económico; debe estar presente en él para promover con oportunidad la producción de una suficiente abundancia de bienes materiales, cuyo uso es necesario para practicar las virtudes[13] y para tutelar los derechos de todos los ciudadanos, sobre todo de los más débiles: tales son los obreros, las mujeres, los niños. Es también deber indeclinable suyo contribuir activamente al mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros.

[21] Corresponde, además, al Estado procurar que los contratos de trabajo estén regulados según la justicia y la equidad, y que en los lugares de trabajo no sufra mengua, en el cuerpo ni en el espíritu, la dignidad de la persona humana. A este respecto, en la Encíclica leoniana se señalan las líneas según las cuales se ha estructurado, no siempre en la misma forma, la legislación social de las Comunidades políticas en la época contemporánea; líneas que, como ya observaba Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno[14], han contribuido eficazmente al nacimiento y al desarrollo de la nueva y nobilísima rama del derecho, llamada el Derecho laboral.

[22] A los trabajadores, se afirma asimismo en la Encíclica, se les reconoce como natural el derecho de formar asociaciones, ya exclusivamente de obreros, ya mixtas de obreros y patronos; y también el derecho ya de conferirles la estructura y organización que juzgaren más idónea para asegurar sus legítimos intereses económico-profesionales, ya de moverse con autonomía y por propia iniciativa en el interior de las mismas, en la forma más favorable a sus intereses.

[23] Obreros y empresarios deben regular sus mutuas relaciones inspirándose en el principio de la solidaridad humana y de la fraternidad cristiana, ya que tanto la concurrencia de tipo liberal como la lucha de clases de tipo marxista son antinaturales y muy contrarias a las enseñanzas cristianas.

[24] Tales son, Venerables Hermanos, los principios fundamentales según los cuales se rige un verdadero orden económico-social.

[25] Por lo tanto, no debe extrañar que los católicos más capaces, atentos al llamamiento de la Encíclica, hayan dado vida a muchas iniciativas para traducir en realidad aquellos principios. Y sobre la misma línea se han movido también, bajo el impulso de exigencias objetivas de la misma naturaleza, hombres de buena voluntad de todos los Países del mundo.

[26] Con razón, pues, la Encíclica ha sido y es aún reconocida como la Carta magna[15] de la verdadera instauración de un nuevo orden económico-social.

"Quadragesimo anno"

[27] Pío XI, Nuestro Predecesor de s. m., a cuarenta años de distancia, conmemora la encíclica Rerum novarum con un nuevo documento solemne: la encíclica Quadragesimo anno[16].

[28] En este documento, el Sumo Pontífice confirma que la Iglesia tiene el derecho y el deber de aportar su insustituible concurso a la feliz solución de los apremiantes y gravísimos problemas sociales que angustian a la familia humana; corrobora los principios fundamentales y las directrices históricas de la Encíclica leoniana; aprovecha, además, la ocasión para precisar algunos puntos de doctrina, sobre los cuales habían surgido dudas entre los católicos, y para desarrollar el pensamiento social cristiano conforme a las nuevas circunstancias de los tiempos.

[29] Las dudas se referían, en modo especial, a la propiedad privada, al régimen de salarios, a la conducta de los católicos ante una determinada forma de socialismo moderado.

[30] En cuanto a la propiedad privada, Nuestro Predecesor confirma el carácter de derecho natural, que le compete, y acentúa su aspecto social y su función respectiva.

[31] Respecto al régimen de salarios, rechaza la tesis que lo califica de injusto por naturaleza; pero reprueba las formas inhumanas e injustas con que no pocas veces se ha llevado a la práctica; ratifica y desarrolla los criterios en que debe inspirarse y las condiciones que deben cumplirse para que, en él, no sean quebrantadas la justicia y equidad.

[32] En esta materia, claramente indica Nuestro Predecesor que en las presentes circunstancias es oportuno suavizar el contrato de trabajo con elementos tomados del contrato de sociedad, de tal manera que los obreros lleguen a participar, ya en la propiedad, ya en la administración, ya en una cierta proporción de las ganancias logradas[17].

[33] Hay que considerar asimismo de suma importancia doctrinal y práctica esta su afirmación de que el trabajo no se estimará en justicia ni se remunerará con equidad, si no se atiende a su carácter individual y social[18]. Por consiguiente, al determinar la remuneración, declara el Pontífice, la justicia exige que se tengan muy presentes, además de las necesidades individuales de los trabajadores y su responsabilidad familiar, las condiciones de los organismos productores, donde los trabajadores ejercen su actividad, y las exigencias del bien económico público[19].

[34] El Pontífice proclama que la oposición entre comunismo y Cristianismo es radical, y concreta que de ningún modo puede admitirse que los católicos militen en las filas del socialismo moderado: ya porque es una concepción de la vida limitada al ámbito del tiempo, en la que el bienestar material se estima como supremo objetivo de la sociedad; ya porque en él se propugna una organización social de la convivencia atendiendo únicamente al fin de la producción, con grave perjuicio de la libertad humana; ya porque en él falta todo principio de verdadera autoridad social.

[35] Pero no escapa a la atención de Pío XI que en los cuarenta años pasados desde la promulgación de la Encíclica leoniana la situación histórica había sufrido un profundo cambio. Efectivamente, la libre concurrencia, en virtud de una dialéctica que le era intrínseca, había terminado por destruirse o casi destruirse a sí misma; había conducido a una gran concentración de la riqueza y a la acumulación de un poder económico enorme en manos de pocos, y éstos muchas veces no son ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y administradores, que rigen el capital a su voluntad y arbitrio[20].

[36] Por lo tanto, como acertadamente observa el Sumo Pontífice, la libre concurrencia se ha destrozado a sí misma: la prepotencia económica ha suplantado al mercado libre; al deseo de lucro ha sucedido la ambición del predominio; toda la economía se ha hecho extremadamente dura, cruel, implacable[21], determinando la sumisión de los poderes públicos a los intereses de grupo, y desembocando en el imperialismo internacional del dinero.

[37] Para poner remedio a tal situación, el Supremo Pastor indica como principios fundamentales la reinserción del mundo económico en el orden moral y el logro de los intereses, individuales y de grupo, dentro del ámbito del bien común. Esto lleva consigo, según sus enseñanzas, el reajuste de la convivencia mediante la reconstrucción de organismos intermedios autónomos con fines económico-profesionales, creados libremente por los respectivos miembros y no impuestos por el Estado; el restablecimiento de la autoridad de los poderes públicos en el desenvolvimiento de las funciones que son de su competencia respecto a la realización del bien común; la colaboración en el plano mundial entre las Comunidades políticas, aun en el campo económico.

[38] Mas los motivos de fondo que caracterizan la magistral Encíclica de Pío XI pueden reducirse a dos. Primer motivo: que no se puede tomar como criterio supremo de la actividad y de las instituciones del mundo económico el interés individual o de grupo, ni la libre concurrencia, ni el predominio económico, ni el prestigio de la nación o su potencia, ni otros criterios semejantes.

[39] En cambio, se consideran criterios supremos de estas actividades y de estas instituciones la justicia y la caridad sociales.

[40] Segundo motivo: que debemos afanarnos por dar vida a un ordenamiento jurídico -interno e internacional, con un complejo de instituciones estables, tanto públicas como privadas- inspirado en la justicia social, con el cual vaya acorde la economía, de tal manera que resulte menos difícil a los economistas desarrollar sus actividades en armonía con las exigencias de la justicia, dentro de la esfera del bien común.

Pentecostés 1941

[41] También ha contribuido no poco Pío XII, Predecesor Nuestro de v. m., a definir y a desarrollar la doctrina social cristiana. El 1 de junio de 1941, en la solemnidad de Pentecostés, transmitía un radiomensaje para llamar la atención del mundo católico sobre una conmemoración que merece esculpirse con caracteres de oro en los fastos de la Iglesia; esto es, sobre el quincuagésimo aniversario de la publicación... de la fundamental encíclica social Rerum novarum, de León XIII...[22]; y para dar a Dios Omnipotente... humildes gracias por el don que... prodigó a la Iglesia con aquella Encíclica de su Vicario en la tierra, y para alabarlo por el soplo del Espíritu renovador que por medio de ella se derramó desde entonces más creciente sobre la humanidad entera[23].

[42] En el radiomensaje el gran Pontífice reivindica para la Iglesia la indiscutible competencia para juzgar si las bases de un determinado ordenamiento social están de acuerdo con el orden inmutable que Dios Creador y Redentor ha manifestado por medio del derecho natural y de la revelación[24]; confirma la perenne vitalidad y la inagotable fecundidad de las enseñanzas de la encíclica Rerum novarum, y aprovecha la ocasión para dar ulteriores directrices morales sobre tres valores fundamentales de la vida social y económica..., que se entrecruzan, se unen y completan mutuamente. Estos son: el uso de los bienes materiales, el trabajo, la familia[25].

[43] Por lo que se refiere al uso de los bienes materiales, Nuestro Predecesor afirma que el derecho de cada hombre a usar de estos bienes para su sustento obtiene prioridad frente a cualquier otro derecho de contenido económico; y esto también frente al derecho de propiedad. Ciertamente, añade Nuestro Predecesor, también el derecho de propiedad sobre los bienes es un derecho natural; sin embargo, según el orden objetivo establecido por Dios, el derecho de propiedad está dispuesto de tal manera que no puede constituir obstáculo para que sea satisfecha la ineludible exigencia de que los bienes, creados por Dios para todos los hombres, equitativamente afluyan a todos, según los principios de la justicia y de la caridad[26].

[44] En orden al trabajo, reiterando la doctrina de la Encíclica leoniana, Pío XII confirma que es un deber y un derecho de cada uno de los seres humanos. Luego a éstos corresponde, en primer término, regular sus mutuas relaciones de trabajo. Sólo en el caso de que los interesados no cumplan o no puedan cumplir su función, corresponde... al Estado, como deber suyo, el intervenir en el campo, en la división y en la distribución del trabajo, según la forma y medida que requiera el bien común rectamente entendido[27].

[45] Por lo que se refiere a la familia, el Sumo Pontífice afirma que la propiedad privada de los bienes materiales también debe ser considerada como espacio vital de la familia; es decir, como un medio idóneo para asegurar al padre de familia la sana libertad de que tiene necesidad para cumplir los deberes que el Creador le ha señalado, concernientes al bienestar físico, espiritual y religioso de la familia[28]. Esto determina asimismo el derecho que tiene la familia de emigrar. Sobre este punto Nuestro Predecesor advierte que si los Estados, tanto los que permiten la emigración como los que acogen a los emigrados, procuran eliminar cuanto pueda ser impedimento a que surja y se desenvuelva una verdadera confianza[29] entre sí mismos, de ello se seguirá una utilidad recíproca, que contribuirá también a aumentar el bienestar humano y el progreso de la cultura.

ulteriores cambios

[46] El estado de las cosas, ya tan cambiado en la época de la conmemoración hecha por Pío XII, ha sufrido en estos veinte años profundas innovaciones, así en lo interior de las Comunidades políticas, como en sus mutuas relaciones.

[47] En el campo científico-técnico-económico: el descubrimiento de la energía nuclear, sus primeras aplicaciones a fines bélicos, su sucesiva y creciente utilización para usos civiles; las ilimitadas posibilidades descubiertas por la química en las producciones sintéticas; el extenderse la automatización y la automación en el sector industrial y en el de los servicios; la modernización de la agricultura; la casi total desaparición de las distancias en las comunicaciones, sobre todo por efecto de la radio y de la televisión; la rapidez creciente de los transportes; la conquista iniciada de los espacios interplanetarios.

[48] En el campo social: el desarrollo de los sistemas de seguros sociales, y, en algunas Comunidades políticas económicamente desarrolladas, la instauración de sistemas de seguridad social; en los movimientos sindicales, la formación y acrecentamiento de una actitud de responsabilidad respecto a los mayores problemas económico-sociales; una progresiva elevación de la instrucción básica; un bienestar cada vez más extendido; la creciente movilidad social y la consiguiente reducción de las distancias entre las clases; el interés del hombre de cultura media por los hechos cotidianos de dimensiones mundiales. Además, la aumentada influencia de los sistemas económicos en un número siempre creciente de Comunidades políticas hace resaltar más los desequilibrios económico-sociales entre el sector de la agricultura, por una parte, y el sector de la industria y de los servicios, por otra; entre zonas económicamente desarrolladas y zonas económicamente menos desarrolladas en el interior de cada una de las Comunidades políticas; y, en el plano mundial, los desequilibrios económico-sociales, aún más estridentes, entre los Países económicamente avanzados y los Países económicamente en vías de desarrollo.

[49] En el campo político: la participación de un siempre creciente número de ciudadanos de diversas condiciones sociales en la vida pública de muchas Comunidades políticas; la extensión y profundización, cada vez mayor, de la acción de los poderes públicos en el campo económico-social. A esto se añade, además, en el plano internacional, el ocaso de los regímenes coloniales y la independencia política que han obtenido los pueblos de Asia y Africa; la multiplicación y la intensificación de las relaciones entre los pueblos y la profundización de su interdependencia; el nacimiento y desarrollo de una red cada vez más rica en organismos de dimensiones mundiales, con tendencia a inspirarse en criterios supranacionales: organismos con fines económicos, sociales, culturales y científicos, o, finalmente, políticos.

fines de la nueva Encíclica

[50] Nos, por lo tanto, sentimos el deber de mantener viva la antorcha encendida por Nuestros grandes Predecesores, y de exhortar a todos para que en sus documentos busquen impulso y orientación para resolver la cuestión social en la forma más conforme a las necesidades de nuestro tiempo. Por este motivo, al conmemorar en forma solemne la Encíclica leoniana, Nos complacemos en aprovechar esta ocasión para confirmar y precisar puntos de doctrina ya expuestos por Nuestros Predecesores, y, al mismo tiempo, desarrollar el pensamiento de la Iglesia sobre los nuevos y más  problemas del actual momento.


[1] Act. 2, 5.
[2] Cf. Io. 4, 42. [3] Mat. 25, 34. 41.
[4] Io. 1, 5.
[5] Io. 2, 6.
[6] Cf. 1 Io. 5, 20.
[7] Cf. 1 Tim. 3, 15.
[8] Io. 14, 6.
[9] Io. 8, 12.
[10] Marc. 8, 2.
[11] AL 11 (1891) 97-144.
[12] Cf. ibid. 107.
[13] S. Th. De regimine principum 1, 15.
[14] Cf. A. A. S. 23 (1931) 185.
[15] Cf. ibid. 189.
[16] Cf. ibid. 177-228.
[17] Cf. ibid. 199.
[18] Cf. ibid. 200.
[19] Cf. ibid. 201.
[20] Cf. ibid. 210 ss.
[21] Cf. ibid. 211.
[22] Cf. A. A. S. 33 (1941) 196.
[23] Cf. ibid. 197.
[24] Cf. ibid. 196.
[25] Cf. ibid. 198 ss.
[26] Cf. ibid. 199.
[27] Cf. ibid. 201.
[28] Cf. ibid. 202.
[29] Cf. ibid. 203.

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