LOS NOMBRES DE DIOS

TEOLOGÍA DE LA MARGINACIÓN
(Continuación)


José Sols Lucia

III. LA TEOLOGÍA DE LA MARGINACIÓN

A fin de no ir arrastrando equívocos onerosos conviene que 
precisemos de entrada qué es lo que entendemos por "Teología de la 
Marginación". Son muchos los cristianos que dedican buena parte de 
su tiempo (cuando no su vida entera) al trabajo con los marginados 
de las grandes ciudades. A menudo se encuentran con realidades 
extremas que les sacuden hondamente y les plantean cuestiones de 
difícil respuesta. Muchos de estos cristianos reflexionan, oran, 
revisan, comentan, comparten, guardan silencio... en definitiva 
intentan saber qué es lo que Dios está diciendo a través de esta 
realidad tan inhumana. La teología que ellos han aprendido a veces 
les ha resultado útil, pero otras veces ha quedado muy insuficiente. 
La Teología de la Marginación es la reflexión creyente que brota de 
estos voluntarios y profesionales que están dando la vida en los 
márgenes de la sociedad. No olvidemos que se trata de una reflexión 
naciente: por ello cuando hablemos de "Teología de la Marginación" 
no nos referiremos nunca a algo ya existente, sino a una reflexión que 
está siendo engendrada (y a cuya gestación queremos contribuir con 
nuestro escrito).

Algunas de las cuestiones clave de esa reflexión creyente son: 

1.¿Dónde está Dios? 2.¿Nos dice la realidad de la marginación algo 
acerca de Dios, nos desvela algo acerca de su ser? 3. ¿Nos dice Dios 
mismo algo a través de la realidad de la marginación? 4.¿De qué 
modo quedan alterados, a partir del drama de los márgenes, los 
pilares sobre los que se fundamenta la sociedad, la Iglesia, la 
teología? No seguiremos estos interrogantes de forma sistemática, ni 
tampoco son los únicos que abordaremos, pero sí que los iremos 
encontrando a lo largo de nuestra exposición.


1. CUATRO LECTURAS DE UNA SOLA REALIDAD

Desde una lectura creyente de la realidad (esa lectura que intenta 
captar la presencia de Dios en el devenir de la historia) vamos a 
aproximarnos al mundo de la marginación a través de cuatro modelos 
inspirados en el Nuevo Testamento. Cada uno de estos modelos 
ilumina la realidad que vivimos e intenta darle un sentido, un 
significado, procura atisbar una dirección. Los cuatro modelos no se 
excluyen mutuamente, pero sí son distintos.

a) El modelo Belén

Dos evangelios presentan el nacimiento de Jesús con una gran 
belleza plástica y al mismo tiempo con un profundo significado. Jesús 
nace en un pesebre porque no había sitio para su familia en las 
posadas habituales. Estas posadas están llenas: no cabe en ellas el 
que ahora viene de fuera. En el pesebre estarán José, María y el 
niño, y quizás algunos visitantes del lugar.

En Belén nace el Hijo de Dios, y se hace bebé: indefenso, 
inconsciente, pequeño, débil. No hay mayor debilidad que la de un 
bebé: cualquier otra criatura es más fuerte y resistente que un recién 
nacido (aunque sí sea cierto que un bebé posee enormes 
posibilidades de futuro). Dios se ha hecho debilidad. Belén nos 
muestra la debilidad de Dios. El estilo de Dios no es el de la 
prepotencia, el de los grandes conquistadores. El estilo de Dios se 
parece más a un bebé que a un gran general. Dios es ternura.

Cuando nace un príncipe todo el país se conmueve con la noticia. 
Cuando nace un crío en un pueblo todos los vecinos lo celebran. Pero 
Jesús no recibió ni los honores de un príncipe ni el eco de la 
vencidad. Nació extranjero. Belén nos muestra que Dios suele estar 
fuera, en el área que nosotros rechazamos por ajena. Nuestra 
tendencia es la de buscar a Dios "dentro" (dentro de la familia, de la 
comunidad, de la ciudad, de la Iglesia, ...), pero Dios prefiere 
mantenerse fuera y hacernos salir. Y saliendo, somos.

Curiosamente los evangelios no presentan la escena del nacimiento 
como un acontecimiento triste (¡qué vergüenza, el Hijo de Dios 
apartado de la ciudad!), sino todo lo contrario: no hay pasaje más 
alegre en todo el Nuevo Testamento que el del nacimiento del Mesías. 
En esa pobreza, en esa marginación, en ese silencio, en ese 
anonimato, Dios está. Allí hay alegría, allí los ángeles cantan llenos de 
júbilo. Allí: no en el palacio de Herodes, no en la corte del César. La 
plenitud de gozo que buscan ansiosamente los "Herodes" y los 
"césares" se encuentra allí. Esto es algo que perciben los que 
trabajan en la marginación: en las situaciones más extremas, más 
míseras, "a veces casi se toca el cielo". Y cuando se vive esta 
experiencia, entonces todo lo demás, toda nuestra compleja y 
sofisticada sociedad, sabe a muy poco. Casi a nada.

En Belén no caben los discursos. Ni las promesas de futuros 
prometedores. Los políticos no tienen sitio allí, porque ese lugar no 
conduce al éxito ni al poder. En Belén sólo cabe el acompañamiento 
silencioso, la alegría profunda, la pobreza humillante.

b) El modelo Nazaret

De la vida de Jesús en Nazaret apenas sabemos nada. Sólo 
sabemos que la vivió. Y eso basta. Nazaret es el lugar del trabajo 
silencioso, anónimo. Allí se vive lo cotidiano sin que ello trascienda a 
ninguna alta esfera. Ningún historiador de hoy sabe nada de lo que 
ocurrió en aquel pueblo durante aquel tiempo. Simplemente la gente 
vivía.

Y eso es lo que ocurre con la actividad de la inmensa mayoría de 
voluntarios y trabajadores sociales. Trabajan y trabajan, y parece que 
todo eso tiene muy poca relevancia, mientras que un simple viaje en 
avión de un Presidente llena las páginas de los periódicos de tesis y 
suposiciones. Si comparamos cuantitativamente los años de vida 
oculta de Jesús con los de vida pública, si comparamos sus tiempos 
de silencio y anonimato con los tiempos de anuncio público, podemos 
concluir que la vida de Jesús (la del Hijo de Dios entre nosotros) fue 
prácticamente la de un hombre callado, desconocido. Y del interior de 
ese silencio y de ese anonimato salió la relevancia del mensaje 
transmitido por Jesús.

c) El modelo Galilea

En Galilea(11) Jesús inició su actividad pública y allí escogió a sus 
discípulos. En Galilea, y más tarde en otras regiones, Jesús anunció 
la inminencia del Reino, la paternidad de Dios, y liberó a muchos 
oprimidos de su angustia. Galilea es el lugar de la curación eficaz, del 
anuncio público, de la cooperación de algunos, de la incomprensión 
de muchos.

Los que trabajan con marginados no renuncian a esta dimensión 
galilea: saben que no basta con trabajar silenciosamente, con amar 
en el anonimato. El amor puede (y debe) llevar al combate público, a 
reivindicar lo justo en cualquier esfera de la sociedad. El silencio 
fecunda la palabra pública, que ha de llegar. La ausencia da relieve a 
la presencia visible. El trabajo con marginados no es sólo de 
acompañamiento, sino también de transformación, y toda 
trans-formación violenta la forma anterior. También la forma social, 
política, cultural, teológica.

d) El modelo Jerusalén

En Jerusalén Jesús es acusado injustamente, condenado 
grotescamente, ejecutado vergonzosamente. El Hijo de Dios es 
maltratado, insultado y crucificado. Jerusalén es el lugar del 
desconcierto, del fracaso. Y ese lugar es el punto central de la historia 
de salvación.

Esta es la situación de los hombres marginados: son hombres, y por 
ello tienen la misma dignidad que cualquier ser humano; pero son 
marginados, y por eso se les oculta su más honda dignidad. Ahí se 
produce el desconcierto de la cruz: el Hijo de Dios crucificado, los 
hombres tratados como animales. Esta condición de inhumanidad es 
la que Dios ha escogido para liberarnos. La lectura juánica nos 
muestra que lo que pretendía ser un proceso contra Jesús 
verdaderamente se constituye en su más honrosa entronización, tal 
como diremos más adelante. Dios entroniza allí donde los hombres 
escupimos.

Cada uno de estos modelos nos aporta desde el NT una visión de 
la realidad, quizás al estilo de las "transparencias" de los mapas 
geográficos usados en las escuelas, donde cada transparencia aporta 
un aspecto de la realidad de nuestro país (ríos y montañas, 
poblaciones, etc). Cada uno de nuestros cuatro modelos contiene 
verdad y se enriquece con la verdad de los otros: y el resultado final 
(fruto de la contrastación de unos modelos con otros) siempre será la 
pascua del Señor, ya que la transformación liberadora de la realidad 
humana, del universo entero, es sin duda la clave de lectura de 
cualquier lectura creyente.


2. EL LUGAR DE DIOS: ABAJO

No es simple casualidad que hasta ahora hayamos hablado de 
lugares. Y quizás la categoría de "lugar" es más útil en la teología de 
la marginación que la de "proceso histórico". La teología moderna, 
concretamente la política europea y la de la liberación, introdujo la 
categoría de "historia" en la reflexión creyente, con lo que se pasó de 
la estructura de pensamiento compacta de la Escolástica (con 
conceptos claros y a menudo inamovibles) a un pensamiento 
dinámico, una reflexión que va encontrando la verdad en el devenir de 
la historia.

La cultura moderna occidental y los movimientos políticos del Tercer 
Mundo han tenido muy presente la historicidad de la vida y 
pensamiento humanos. En la teología de la marginación encotramos 
más dificultad para hablar de historia: tal como hemos señalado en la 
primera parte, muchos de los marginados carecen de sentido histórico 
(a menudo prefieren no recordar de dónde vienen, no esperan nada 
del mañana, sólo confían en poder pasar el día de hoy sin especiales 
dificultades). Aunque aquí debemos matizar un punto importante: la 
carencia de sentido histórico en los marginados se da especialmente 
como colectivo. No tienen conciencia de ser un grupo que avanza en 
la historia. Otra cosa es que sí gusten a veces de narrar su vida 
concreta, su relato personal, sin que esa narración tenga pretensión 
alguna de tomar la categoría de "gran historia colectiva" (al estilo de 
las revoluciones modernas o de las luchas sindicales). La falta de 
sentido histórico afecta a menudo a los que trabajan con estos 
marginados, dado que no perciben grandes progresos en su tarea: no 
observan un proceso histórico de transformación visible. En muchas 
situaciones, pasan los años y la realidad perdura mísera; a veces 
incluso se deteriora progresivamente.

El tiempo no es una dimensión a tener muy en cuenta en el mundo 
de la marginación. El espacio, sí, es clave. Y esto salpica a la reflexión 
creyente. La pregunta no es "¿cuándo llegará el Señor?", sino 
"¿dónde está Dios?". Recordemos que los hombres que sufren una 
dictadura se preguntan por el "cuándo" acabará. No es esta la 
situación del mundo marginal. Pasamos, por tanto, del paradigma del 
proceso (la historia como clave interpretativa de la realidad humana) 
al paradigma del lugar. El reto ya no residirá tanto en el futuro a 
construir, sino en la existencia de los márgenes de nuestra sociedad.

Muchos voluntarios y trabajadores de la marginación explican una 
experiencia común que tienen a menudo: cuando se acercan a los 
lugares de inhumanidad, ellos se humanizan paulatinamente, casi sin 
percibirlo. Saliendo de sí mismos (de su "centro" social), encuentran 
"fuera" la fuente que les humaniza. El lugar de infrahumanidad es la 
fuente de humanización. Y este es el reverso de la moneda de otra 
experiencia no menos usual de nuestra sociedad: los que suben en 
los peldaños interminables de la escalera social, buscando el 
prestigio, el poder, la fama, la riqueza, te dicen (cuando se sinceran) 
que subiendo se han deshumanizado.

Esto nos muestra que la auténtica realidad humana es exactamente 
inversa a la que percibimos a primera vista: lo más humano no se 
encuentra arriba, sino abajo. No dentro, sino fuera. Y es en esta 
lectura de la sociedad donde podemos entender muy bien la teología 
juánica, a la que ya hemos aludido.

Recordemos ahora con algo más de detalle lo ya señalado: todo el 
evangelio de Juan se encuentra impregnado por el relato de la pasión 
del Señor. Hasta el capítulo 12 se va diciendo que "aún no ha llegado 
la hora", y a partir del capítulo 13 (inicio de la pasión) se pasa a decir 
con igual reiteración que "ya ha llegado la hora". La hora no es otra 
que la de la cruz, el lugar de tortura y muerte al que podemos 
aproximarnos con dos tipos de lectura: 1. la visión de los 
contemporáneos de Jesús, que ven en él a un fracasado, un iluso, un 
ingenuo, un pretencioso; 2. la del evangelista (y la de la comunidad 
del evangelista), que ve en Jesús al Hijo de Dios, y en la pasión la 
entronización final de Jesús como rey. El evangelista, con gran 
profundidad teológica, utiliza el mismo verbo ("hypsoó") para designar 
la ejecución en cruz (fue levantado) y la glorificación (fue exaltado). 
Aquí la teología penetra la realidad hasta lo más hondo de su sentido 
y le da una significación que los ciegos testigos del momento no 
supieron percibir.

¿No es esta nuestra situación ante el Calvario de los márgenes 
urbanos? ¿No es cierto que vemos el mundo de la marginación con el 
primer tipo de lectura (esto es, como el fracaso de muchos infelices 
que no han tenido suerte en la vida) y que nos negamos a verlo con 
los ojos propios del segundo tipo de aproximación, aquel que nos 
muestra que allí está Dios?

Dios está allí: esta es una idea clave en la teología de la 
marginación. No utilizamos tanto la idea de "avanzamos", sino la de 
"Dios está". Los teólogos de la liberación se han enriquecido 
notablemente con la lectura del Éxodo, ya que en él contemplaban la 
historia progresiva de un pueblo que avanzaba hacia la liberación 
definitiva gracias a la promesa de Dios. En la teología de la 
marginación no se niega la posibilidad de esa historia liberadora, pero 
se acentúa más la idea de que "Dios está en el interior de la vida", 
aun cuando parezca que esta vida se presenta como carente de 
historia.

Quizás habrá que recuperar el texto de Emaús (Lc 24,13-35), aquel 
en el que dos desanimados discípulos experimentan el sinsentido de 
la historia, la fugacidad de la esperanza, la miseria de la realidad. Y 
no se dan cuenta de que Dios (el Hijo resucitado) está presente en su 
vida de desánimo. Palabra, fracción del pan, comunidad: son los tres 
elementos que revelan la lectura oculta y más verdadera de la 
realidad vivida. Dios se hace presente en el sinsentido de la 
existencia, y se nos muestra en la vida de fraternidad.

O quizás habrá que releer desde la realidad de la marginación los 
textos del AT correspondientes al exilio de los judíos en Babilonia (s. 
VI a.C.). Allí se sintieron olvidados, vencidos, pero desde allí surgió 
una de las formas de fe más bellas y auténticas, reflejada en 
documentos como el Deuteroisaías (Is 40-55, donde la figura del 
"siervo de Yahvé" cobra un gran relieve), el Tritoisaías (Is 56-66), 
Ezequiel o la redacción definitiva del Génesis (en la cual la fuente "P" 
introduce una antropología muy desarrollada).


3. LA REALIDAD DE DIOS

D/DEBILIDAD: Sin duda es muy pretencioso querer hablar de la 
"realidad de Dios", pero no tanto de la realidad de sí mismo que Dios 
nos ha querido desvelar. Y en el mundo de la marginación los 
cristianos se sienten a veces introducidos en el ser mismo de Dios: y 
en Dios todo resulta desconcertante, alterado. 

Desde Dios encontramos bondad en la maldad del mundo. En los 
delincuentes más crueles uno encuentra rasgos de profunda ternura 
que expresan el drama hondo que vive el sujeto: es tanto más 
agresivo cuanto más sensible ha sido a la agresión que sobre él se ha 
ejercido.

Encontramos belleza en la fealdad, que es muy distinto a "la belleza 
de lo feo". Aquí habrá que recuperar a artistas como Henri de 
Toulouse-Lautrec, aquel aristócrata despreciado por los suyos a 
causa de su deformidad física. Se refugió en los bares de los 
suburbios de París y allí pintó la belleza oculta que latía en la fealdad 
de las bailarinas y de los borrachos: pintó la mirada de amor con que 
él los miraba, pintó la honda humanidad de aquellas vida 
dramáticas(12). ¿No habría que hacer una teología "a lo 
Toulouse-Lautrec", viendo el amor oculto desde el amor oculto? 

En la realidad de Dios encontramos esperanza en la desesperación. 
Y esto no pretende ser un fácil juego de palabras. A muchos 
trabajadores del mundo de la marginación les sorprende la esperanza 
que algunos transeúntes y mendigos tienen: no es una esperanza en 
un futuro mejor, tal como hemos indicado antes, ya que su experiencia 
le hace ver que su futuro difícilmente será mejor. Es la esperanza de 
saber que podrán vivir con prácticamente nada, de sentirse dignos 
por detalles diminutos, de sacar el máximo provecho a lo pequeño. 
Con casi nada logran vivir, y viviendo descubren que nada es más 
importante que vivir. Por ello no es extraño que cuando un voluntario 
se acerca a uno de estos transeúntes tumbados en la calle, éste le 
conteste con un brusco "¡déjame en paz!". El voluntario con 
experiencia ya sabe qué puede significar esa expresión: "estoy bien, 
vivo. No me quites este momento de paz. Ya hablaremos otro día".

En Dios se experimenta la fuerza que brota de la debilidad. Los 
marginados revelan la debilidad de Dios (recuérdese el modelo 
Belén). Con ello esos marginados se constituyen en misterio y 
sacramento de Dios. Lacordaire, cristiano francés del siglo pasado, 
miembro del grupo de la revista L'Avenir, se expresaba en estos 
términos después de haber afirmado que "el pobre es un misterio", 
inalcanzable para la razón:

POBREZA/SACRAMENTO: "El pobre es un sacramento como es un 
misterio; es un sacramento intermedio que no exige de nosotros 
preparación alguna, sino que nos comunica la gracia y nos dispone 
para recibir el fruto de los sacramentos propiamente dichos. Tal es el 
grande, el magnífico poder de los pobres. Habitan el vestíbulo del 
magnífico palacio de Dios; nadie puede ver al amo sin haber visto sus 
domésticos; en vano hace 19 siglos que se les echa de las puertas de 
nuestras iglesias: siempre vuelven, ahí están para instruirnos, tienen 
en sus manos la llave que abre el santuario. Si alguien pudiese vivir 
matemáticamente seguro de su salvación, sería el cristiano caritativo 
por quien se eleva cada día la oración del pobre"(13).

El pobre es sacramento visible del Dios invisible. Es vestíbulo del 
palacio de Dios. La debilidad del pobre muestra la debilidad de Dios, 
que resulta más poderosa que nuestras presuntas fuerzas. La fuerza 
de Dios es el amor, y el amor se muestra débil en un mundo basado 
en la desunión. Pero el pilar del amor, aun agrietado y sacudido, se 
acaba mostrando más resistente que las frágiles y brillantes cañas del 
odio humano. En su debilidad, el marginado "tiene la llave que abre el 
santuario": porque al santuario de la plena humanidad no se entra por 
la ancha (pero engañosa) puerta de la fuerza, sino por la estrecha 
(pero verdadera) puerta de la debilidad. La puerta de la debilidad 
conduce a la vida, y ahí reside su fuerza.

El marginado, agonizando, aprende a vivir. El opulento, viviendo, no 
hace sino morir. Quizás aquí habrá que recordar aquella novela de 
Miguel Delibes, El disputado voto del señor Cayo, donde un candidato 
a Diputado de las Cortes acaba reconociendo que con todo su 
aparato cultural y técnico es mucho más débil que el solitario 
campesino que vive ajeno al progreso humano.

Hemos hablado de bondad/maldad, belleza/fealdad, 
esperanza/desesperación, fortaleza/debilidad. Podríamos seguir con 
este tipo de binomios desconcertantes (sabiduría/ignorancia, 
finitud/infinitud, presencia/ausencia, ...), pero queden éstos como 
botón de muestra de lo que de Dios nos revela el hombre marginado, 
empobrecido, maltratado. Su rostro desfigurado es figura de Dios.


4. ¿UN NUEVO DIOS O EL DIOS DE SIEMPRE?

Todo tiempo histórico habla de Dios, porque Dios habla en toda la 
historia. Todo lugar se refiere a Dios, porque Dios habita en todo 
lugar. Pero Dios (y sólo poco a poco descubrimos por qué) escoge 
algunos tiempos y algunos lugares para mostrar especialmente algo 
de sí mismo, o para mostrarse a sí mismo en una dimensión que 
humanice aún más a los hombres. 

De este modo, si hiciéramos un rápido repaso de los "modelos de 
Dios" que ha habido en nuestra historia más reciente nos 
encontraríamos con que después del Dios seguro de la "cristiandad", 
del Dios inexistente del ateísmo moderno, del Dios inútil de la 
posmodernidad, del Dios afirmante de la teología de la liberación, 
encontramos en los márgenes sociales de las grandes ciudades al 
Dios desconcertante.

¿Es otro? No. Es el mismo, pero se nos muestra distinto porque 
distinta es la situación. La experiencia de Dios que tiene el creyente 
en el campo de la nueva marginación es la del desconcierto, la 
desubicación, la descolocación, la desinstalación, la desorientación. El 
creyente queda perdido, aturdido, perplejo. A menudo no sabe a qué 
atenerse ni qué pensar. Y en su desconcierto empieza a atisbar quién 
es Dios. Es un Dios que parece romper todas las categorías hasta 
entonces establecidas. No sin razón un religioso que lleva años 
trabajando con delincuentes y drogadictos decía medio en broma: "lo 
mejor que se puede hacer es no estudiar teología", porque el Dios 
que se muestra en el marginado agrieta todos los grandes sistemas, 
cómodos y claros, que uno pudiera haberse trazado acerca de Él. 

El Dios desconcertante es el mismo que el "seguro", el "inexistente", 
el "inútil" y el "afirmante", del mismo modo que el Dios Padre de Jesús 
era el mismo que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Y siendo 
seguro, inexistente, inútil y afirmante, es desconcertante. Cada una de 
estas aproximaciones a Dios (tanto la negante como la afirmante) nos 
van desplegando la realidad de Dios, que se manifestó de manera 
total en Jesucristo, pero que sólo paulatinamente va siendo asimilada 
por nosotros (en el Espíritu) a lo largo de nuestro recorrido vital: en el 
recorrido de la gran historia colectiva y en el recorrido de nuestra 
pequeña historia personal.


5. DIOS ES COMUNIDAD DE TRES

Los cristianos que están inmersos en el mundo de la marginación 
no suelen hablar del Dios trinitario. No parece que sea un tema que 
les inquiete demasiado, pero si ahondamos en su vivencia de Dios y 
en algunas de sus formulaciones, sí se puede observar que están 
experimentando a ese Dios que es en sí mismo comunidad, y que se 
nos ha revelado precisamente gracias a esa posibilidad que tiene de 
salir de sí sin dejar de ser Él mismo.

En el mundo de la marginación a veces se dan situaciones que 
podrían ser calificadas como "milagrosas". Cuando todo parece invitar 
a la insolidaridad encontramos gestos de fraternidad que causan 
sorpresa. Cuando nada invita a la esperanza, surgen fuerzas que 
hacen posible esa esperanza confiada. No se trata de que 
obtengamos algo que no teníamos, ni tampoco se produce ningún 
fenómeno fuera de las leyes de la naturaleza. No, simplemente se da 
la humanidad en la inhumanidad. Simplemente se produce una 
transformación interior del sujeto (ya sea el voluntario, ya sea el 
indigente).

Esta es la acción del Espíritu Santo: es aquella que canaliza el 
actuar de Dios en nuestras vidas y que nos posibilita expertimentar 
una transformación real. De este modo, nuestro "ego" cerrado sobre 
sí se va convirtiendo en un sujeto que acoge la llegada del otro: la del 
desconocido, la del marginado, la del Señor.

En el Espíritu somos. En Él vemos, entendemos, oímos, recibimos, 
nos damos a nosotros mismos. Sin Él no saldríamos del océano de la 
desesperación, del sinsentido, del absurdo, de la oscuridad 
existencial. El sentido viene de otro que está en mí. Y yo soy 
yo-en-Él.

El Espíritu nos revela la presencia en nuestras vidas de Jesús 
resucitado. Esta presencia nos sale al encuentro allí donde menos lo 
esperábamos: en el llanto del último de nuestra sociedad, porque 
Cristo aceptó renunciar a su condición divina para mostrársenos en lo 
más pequeño de nuestra humanidad. Pocos textos lo expresan tan 
bien como el denominado "Himno de Filipenses":

"(Cristo), siendo de condición divina, / no retuvo ávidamente el ser 
igual a Dios, / sino que se despojó de sí mismo / tomando la condición 
de siervo, / haciéndose semejante a los hombres / y apareciendo en 
su porte como hombre; / y se humilló a sí mismo, / obedeciendo hasta 
la muerte / y muerte en cruz.

Por lo cual Dios le exaltó / y le otorgó el Nombre / que está sobre 
todo nombre. / Para que al nombre de Jesús / toda rodilla se doble / 
en los cielos, en la tierra y en los abismos, / y toda lengua confiese / 
que Cristo Jesús es Señor / para gloria de Dios Padre". (Fil 2,6-11)

Esta es una de las experiencias cruciales del cristiano que se 
mueve en los márgenes de la sociedad: en el encuentro con el 
indigente, con la prostituta, con el extranjero, uno va descubriendo 
que ese rostro maltratado transparenta el rostro de Cristo. El modelo 
Belén nos mostraba que Dios ha querido hacerse pequeño, 
impotente, irrelevante, y lo ha hecho a través de su Hijo, en la 
persona del maltratado. El Hijo se abajó hasta lo más inferior de la 
condición humana, para que todas las esferas de nuestro ser 
hombres quedaran redimidas, re-encaminadas hacia el Padre. Por 
eso cuando nos aproximamos a lo más bajo de nuestra humanidad, 
en lugar de descubrir la ausencia de Dios, experimentamos que allí 
Dios nos sale al encuentro.

Cristo experimenta la "kenosis", el anodadamiento total. A partir de 
ese descenso hasta el infierno humano (ese infierno que hemos 
fabricado los hombres con nuestro egoísmo, nuestro orgullo, nuestra 
insolidaridad), Cristo desarrolla una total acogida de la voz del Padre 
y muestra cómo la obediencia es la máxima expresión de la libertad 
humana: no la obediencia acrítica, deshumanizante, de nuestras 
eficaces estructuras de partido, ejército, empresa, etc, sino la 
obediencia filial al Padre. El Padre es la fuente de vida: quien se 
acerca a Él, vive. Es la fuente de libertad: quien se acerca a Él, se 
libera. Es la fuente de humanidad: quien bebe de Él, se humaniza.

La experiencia que el cristiano tiene del Hijo, de Cristo, resulta 
central en el mundo de la marginación. Cristo mismo está presente en 
el transeúnte, en el niño triste. Nos llama a que nos acerquemos a Él 
(al transeúnte, al niño) para que sacándole de su postración nosotros 
salgamos de la nuestra, la de nuestra moderna sociedad occidental.

Espíritu e Hijo nos remiten al Padre. Ni el Espíritu nos deja donde 
estábamos, ni el Hijo nos mantiene estáticos en el encuentro con Él. 
Uno y otro se nos muestran como transparencia del Padre. Uno y otro 
nos conducen al Padre, de tal modo que cuanto más nos acercamos a 
ellos, más nos damos cuenta de que nos llevan a otro.

Del Padre venimos, y el Padre es quien nos espera al final de 
nuestra historia y en lo más hondo de nuestro ser. Sólo desde Él 
entendemos que el mundo está al revés. Que no hay nada más 
grande que ser servidor, ni nada más bajo que subir a costa de otros. 
Desde él entendemos que sólo somos cuando nos damos a los 
demás, y que nos comemos el ser (incluso hasta la destrucción total) 
cuando procuramos llenarlo de autosuficiencia. Ser es salir. Ser es 
acoger. Ser es compartir. Eso se da plenamente en Dios. Y eso se 
puede percibir desde Él(14).

Los cristianos que salen al encuentro del marginado deben 
procurar no ser paternalistas (es decir, no ir con soluciones para todo 
en el bolsillo), pero sí deben procurar ser paternales y, más aún, 
maternales. La paternidad significa aquí que el drama del indigente lo 
asume uno como si fuera el de su propio hijo. Uno ata su propio 
destino, casi su vida entera, al de los marginados. La maternidad 
significa que el encuentro con el indigente no será de "fría eficacia" 
(objetivos, planes, evaluaciones, correcciones, prospectivas, 
estadísticas, ...), sino que tendrá el calor del seno materno, la calidad 
de la amistad sincera. Y esos cristianos, actuando paternalmente y 
maternalmente, transparentarán a Dios Padre (¡y Madre!) en nuestra 
sociedad(15). Nosotros somos la imagen de Dios. Nuestro amor es el 
amor mismo de Dios Padre que ama con una profundidad tal que 
penetra todas las esferas de nuestro ser. Nuestro amor viene de Él y 
a Él conduce.


6. UNA TEOLOGÍA DE SÍNTESIS

A medida que nos introducimos en lo que puede ser la Teología de 
la Marginación (aún naciente, no lo olvidemos) vamos percibiendo que 
esa teología aporta pocas ideas nuevas. Muchas de las ideas que 
presenta ya han sido formuladas con anterioridad en la vida de la 
Iglesia. La teología de la marginación se limita a afirmar que esas 
ideas aquí son verdad. Y esta es una experiencia semejante a la que 
han tenido los teólogos de la liberación en estos últimos treinta años, 
y semejante a la que nos narra el pasaje evangélico de Emaús: no se 
nos da nada nuevo, sino que se nos desvela la verdad de lo que ya 
teníamos. Esa es la acción del Espíritu Santo, más o menos parecida 
a la del artista: no crea pintura, sino que ordena la pintura (que ya 
existía) en un lienzo (que ya existía)(16).

Ya hemos señalado la importancia de la Teología Política y la 
Teología de la Liberación como precedentes de un nuevo modo de 
hacer teología. Pero en la reflexión teológica que brota de la realidad 
de la marginación nos encontramos con que diferentes tipos de 
teología encuentran aquí un lugar fecundo. Así, reflexiones teológicas 
de tipo político europeo (la pascua pasa por la transformación de las 
estructuras políticas), de estilo oriental (la transformación del sujeto 
en su viaje hacia el interior de sí), de estilo latinoamericano (Cristo 
muere y resucita en este pueblo que lucha por la liberación), e incluso 
la experiencia mística (la transfiguración del rostro del indigente en 
rostro de Dios), encuentran sitio en el mundo de la marginación si 
están hechas con autenticidad. 

Este carácter de síntesis de la reflexión creyente desde la 
marginación lo hallamos también en las diversas lecturas posibles de 
la realidad humana y en los diversos estilos de acción política 
transformadora. Vayamos por partes: diferentes tipos de lectura de la 
realidad (psicología, sociología, política, economía, historia, 
espiritualidad, ...) pueden desempeñar un importante papel de 
interpretación e intelección de los márgenes de nuestra sociedad. 
Esta convergencia de esfuerzos posibilita una interesante 
complementariedad que acaba en fecundidad: unas disciplinas 
fecundan a las otras.

Algo semejante ocurre con la acción política transformadora: en el 
mundo de la marginación el alto político necesita del pequeño 
voluntario, y éste de aquél; la señora piadosa y el joven intrépido 
caminan juntos, el macroanálisis necesita de la anécdota, y ésta cobra 
sentido con el gran análisis; aquí la paciente Teresa de Calcuta y el 
guerrero sindicalista se dan la mano. Parece que la heterogeneidad 
de los marginados se haya proyectado en la heterogeneidad de los 
agentes sociales.

En este sentido, la reflexión teológica que brota de la marginación 
puede suponer un enriquecimiento con respecto a las modernas 
teologías políticas: éstas, en su esfuerzo por hacer que los hombres 
llegasen a la fraternidad humana, se veían a menudo obligadas a 
aceptar como inevitable el enfrentamiento entre clases sociales 
(provocado por el orden injusto vigente, quede claro), mientras que la 
novísima teología de la marginación promueve una causa política que 
sólo es realizable si se da una convergencia de esfuerzos de todos los 
estamentos sociales.

Dos elementos nos continuaremos encontrando en el camino: la 
necesidad de cambiar el sistema y la conflictividad. Sin duda, si no se 
realizan transformaciones estructurales (ir gestando un sistema que 
progresivamente vaya generando menos marginación) las mejoras en 
el terreno de la marginación no pasarán de ser parches temporales. 
Y, desgraciadamente, el conflicto llegará: no tiene porqué llegar 
necesariamente, pero suele surgir cuando alguien se propone criticar 
seriamente las injusticias del sistema vigente y empieza a gestar 
mecanismos de transformación. El conflicto puede llegar desde la 
sociedad o desde el interior de la Iglesia misma. Hay que estar 
preparados para ello y hay que procurar que no ocurra si no es 
necesario.

Ya hemos dicho que lecturas distintas de la realidad pueden cobrar 
veracidad en los márgenes de la sociedad. Allí, en cierto sentido, todo 
puede ser válido y todo puede ser insuficiente. El rostro del 
marginado es como un mapa del mundo contemporáneo: en él está 
todo. Como si de un microfilm se tratara, el rostro del marginado lleva 
grabadas todas las contradicciones de nuestro mundo moderno. Y al 
mismo tiempo ese rostro es un abismo en el que se hunden los más 
vastos proyectos de futuro: palabras altisonantes, promesas 
electorales, grandes interpretaciones del mundo, tecnologías punta 
que aseguran confort y velocidad... todo se va colando a través de 
ese rostro gastado, como el agua abundante del estanque 
desaparece implacablemente por el estrecho agujero del fondo. Pero 
paradójicamente es también en la marginación donde diversos estilos 
y carismas pueden encontrar su lugar de mayor fecundidad: y a esta 
fecundidad se llega precisamente en la medida en que la diversidad 
se haga complementariedad, lo cual está en el polo opuesto de las 
batallas por la supremacía pública que hoy tienen tantos grupos 
sociales. Con la publicidad y la imagen no se logrará nada. Con el 
humilde esfuerzo conjuntado se podrá producir el milagro.

En el terreno de la reflexión teológica acerca de la marginación 
(nuestra escucha de Dios en el drama de tantos indigentes de las 
ciudades) el pensamiento diálectico tan propio de la modernidad 
aparece transformado, ya que aquí la dialéctica no reside en el 
enfrentamiento sistemático de tesis y antítesis, sino en un esfuerzo 
integrador desde la diferencia, de tal modo que descubrimos que la 
síntesis no surge sólo de la enemistad (vgr. la lucha de clases 
descrita por Marx), sino también del amor, especialmente del "amor a 
los enemigos". Con ello no pierden relieve las aportaciones de Hegel y 
Marx sobre el desarrollo dialéctico de nuestra historia, pero nos 
encontramos ante un nuevo modo de dialéctica: la del amor a los 
contrarios. Y la síntesis que poco a poco va surgiendo de esta 
sucesión de conciliaciones (y no de enfrentamientos), va llevando a la 
humanidad hacia el vértice de la historia en donde todos nos 
encontraremos unidos, amándonos a partir de nuestra pluralidad.

El método de lectura creyente de la realidad ya no será el de leer la 
Biblia y ver cuán lejos está el mundo del mensaje bíblico (método de 
enfrentamiento dialéctico), sino leerla y captar a la luz de ella que el 
Señor no está lejos de nuestra realidad, sino precisamente en el 
interior de ella, mostrando que el mundo sólo es lo es 
verdaderamente en el Señor, que la humanidad sólo es humana en la 
medida en que se apoya en Dios.

La idea de interioridad (Dios está en la realidad) sucede a la idea 
de interpelación (la realidad está enfrentada a Dios). Y así como la 
interpelación no tiende finalmente al enfrentamiento, sino a la 
transformación unificadora, así tampoco la interioridad tiende al 
estancamiento, sino a un avance compartido.

La variedad de reflexiones teológicas en el mundo de la 
marginación no lleva a una simple convivencia de ellas (una al lado de 
la otra), sino a una autotransformación de todas ellas en su proceso 
de autoexpresión. Ninguna queda como antes: unas ganan con las 
otras, unas se pierden en las otras. Y de ese movimiento de 
intercambio constante va surgiendo una tendencia unitiva y 
transformadora hacia un centro hermenéutico que sólo será del todo 
desvelado al final del recorrido. Sabemos desde la fe que ese centro 
es el Señor. Pero no logramos captar totalmente de qué forma lo es.


7. HOY MÁS QUE NUNCA, LA ESPIRITUALIDAD

El tiempo de la lucha obrera, tal como hemos señalado antes, fue 
para muchos cristianos un tiempo de "doble militancia": fidelidad al 
partido y a la Iglesia, al sindicato y a la orden religiosa. A menudo se 
experimentó una incompatibilidad entre ambas fidelidades, lo que dio 
como resultado la secularización de curas y religiosos, y la integración 
en el sistema (por cansancio) de no pocos revolucionarios. 

Pero también ha habido muchos que han sabido ser fieles a su 
"doble" responsabilidad con la Iglesia y con la causa política. Estas 
personas nos han proporcionado una pauta para ser cristianos en un 
medio político conflictivo. Nosotros recibimos esa pauta en una 
situación algo distinta: lo que para ellos fue un combate (la doble 
militancia), en el campo de la marginación surge de forma más 
natural: laicos, curas y religiosos de todas las "marcas" se encuentran 
en la marginación siendo fieles a su propia tradición (familia 
franciscana, ignaciana, Foucauld, tradición mariana, contemplativos, 
hermanas de Teresa de Calcuta, parroquias, comunidades populares, 
...). No encuentran doble militancia (dualidad, interpelación, 
dialéctica), sino que descubren que el desarrollo natural de su propia 
espiritualidad va a dar al marginado. Y va a dar a él no para dejarle 
como estaba, sino precisamente para posibilitar que pase de ser 
infrapersona a ser persona, y para provocar que el sistema social 
pase de inhumano a humano.

No obstante, la superación histórica de los conflictos duales no nos 
ha llevado a una especie de llanura sin relieve alguno, sino a una 
compleja pluralidad de ofertas sociales y culturales, en la que el 
discernimiento y la fidelidad a los propios orígenes es hoy más 
importante que nunca. En el acercamiento a los marginados uno se 
encuentra con el mosaico caótico de nuestra sociedad. Sólo resulta 
posible adentrarse en el misterio de esa realidad social tan compleja 
en la medida en que uno se adentre en el misterio de Dios que habita 
dentro de él.

Es necesaria una mirada nueva para captar el sentido de la 
realidad que se presenta a los ojos. Y esa mirada nueva se modela en 
el silencio de la oración, en el contraste comunitario, en la escucha 
eclesial, en el recuerdo de los orígenes, en la enseñanza de la 
historia. De todo ello va brotando el Espíritu que posibilita el 
adentramiento en la sencillez que late en el fondo de la complejidad 
social. La teología de la marginación debe ser espiritual si quiere ser 
verdadera teología (cosa que ya había dicho desde un principio 
Gustavo Gutiérrez sobre la Teología de la Liberación). Eso supone 
que el creyente está llamado a experimentar la presencia del Espíritu 
en su vida y a entender que la apertura a ese Espíritu posibilita el 
despliegue de su persona y en concreto de su reflexión. Vivimos 
bebiendo de ese Espíritu.

La acción del Espíritu se ha desplegado de modos particulares en 
las diferentes tradiciones eclesiales. La teología debe enraizarse en 
esas tradiciones. Precisamente el diálogo constante con esas 
limitaciones eclesiales permitirá que se despliegue en la Iglesia la 
infinitud del Espíritu de Dios. Seamos fieles a nuestros carismas, no 
como oposición a otros, sino como servicio a la colectividad. Nada 
habrá mejor que ese múltiple diálogo teológico con nuestros orígenes. 
Nada habrá más estéril que el olvido de la pluralidad.


8. LA RECUPERACIÓN DE MARÍA

Muchos de los cristianos que trabajan en el campo de la 
marginación tienen a María como figura inspiradora de su seguimiento 
de Jesús. Y este es un dato que no debe ser arrinconado. María, 
madre de Jesús, Madre de Dios, tuvo un importante protagonismo en 
muchas formas de espiritualidad tradicional. Sin duda, en estas última 
décadas María ha perdido relieve en el universo cristiano. Algunos 
atribuyen al acercamiento a las Iglesia luteranas esa pérdida de papel 
explícito de María, pero más probablemente podemos decir que el 
tipo-María tiene poco espacio en nuestro mundo moderno occidental. 
Si María es virgen, madre, sencilla y silenciosa, salta a la vista que en 
nuestra sociedad la virginidad (con todo el significado antropológico 
que este término conlleva), la maternidad, la sencillez y el anonimato 
son valores más bien en franco desprestigio... y quizás precisamente 
por eso son hoy más importantes que nunca.

María no es centro de nuestra fe. Eso es sabido. Nuestro centro es 
Dios Padre, revelado en Jesús muerto y resucitado, al cual podemos 
acceder por el Espíritu que está presente en la Iglesia. Pero María 
está de algún modo tocando el centro. ¿Se puede entender la Iglesia 
sin ella? ¿Se puede concebir la encarnación del Hijo de Dios sin ella? 
¿Podemos acceder al Espíritu Santo sin que María sea una referencia 
básica? ¿Podemos ser seguidores de Jesús, sin que su madre esté 
(de un modo u otro) omnipresente?

La presencia de María en nuestras vidas no depende de nuestro 
grado de conciencia, del mismo modo que Dios no deja de existir por 
el hecho de que no creamos en Él. Pero sí es tarea nuestra captar 
(teórica y prácticamente) cuál es la función de la Madre de Dios en 
nuestra vida creyente. Y resulta que en el mundo de la marginación la 
figura de María parece cobrar relieve. El estilo de María (y 
probablemente su papel teologal) encuentra un sitio natural en la 
dramática y callada situación de los marginados.

En la pequeñez de María habitó el misterio de Dios. El Hijo no se 
encarnó en el núcleo del espectro social (grandes familias, grandes 
ciudades, una mujer socialmente famosa), sino en los márgenes de la 
sociedad, o al menos muy cerca de esos márgenes. Recordemos aquí 
el "no había lugar para ellos" del modelo Belén que más arriba hemos 
mostrado. El acontecimiento nuclear de la historia de la humanidad (la 
encarnación-humanización de la divinidad, tendente a la 
transformación pascual de esa humanidad) aconteció en el seno de 
una muchacha de Nazaret. Aquello no fue casualidad. Aquello fue 
voluntad de esa divinidad que se encarnaba. Sin duda, el mundo de 
los marginados, así como el tipo de cristianos que trabajan en ese 
mundo, entronca con el tipo-María. En ellos hoy habita el misterio, 
como ayer en el seno de María.

María se caracterizó históricamente por su presencia silenciosa, 
acompañante y efectiva. Estuvo en Belén. Estuvo en Nazaret. Estuvo, 
más apartada, en la actividad pública de Jesús en Galilea. Y sobre 
todo estuvo presente en la cruz, en la pascua, en pentecostés: en 
Jerusalén. María muestra la eficacia de la sola presencia, la 
importancia del silencio acompañante. Muchos de los voluntarios y 
trabajadores sociales que a diario están presentes en los lugares de 
marginación nos recuerdan a María: y nos la recuerdan en la medida 
en que, como ella, son silenciosos, presentes, constantes, eficaces, 
sencillos, anónimos. En cierto modo, podemos decir que ellos son 
María. Su acompañamiento del misterio de dolor de tantos centenares 
de marginados es el despliegue histórico de ese acompañamiento de 
María a su hijo Jesús (desde Belén hasta el Calvario) y a los 
seguidores de su hijo (desde Galilea hasta Pentecostés).

María fue fiel y creyente. Desde su "fiat" ("hágase en mí según tu 
palabra", Lc 1,38) hasta su forma de encajar lo ininteligible 
("guardaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón", Lc 2,51), 
María encarnó nítidamente el papel del creyente, de la persona que 
acoge la Palabra revelada. María confió y creyó. Y el que confía 
siempre se encuentra en situación de inseguridad objetiva, y el que 
cree lo hace precisamente porque no ve. Se fía y cree aquel que, a 
pesar del sinsentido de la situación que ve, pone su apoyo (su 
sentido) en el Señor, a quien no ve. Cree el que no ve. Confía el que 
vive rodeado de desconfianza. Esta es la situación de muchos 
cristianos inmersos en la marginación: sólo hallan motivos para el 
desaliento, la desesperación, la huida. Y desde ese estado, como 
María, creen.

María es la Iglesia. No en vano los Hechos de los Apóstoles sitúan a 
María en el momento eclesial nuclear de Pentecostés. Si el Espíritu 
actuó en María para la encarnación de la Palabra, también actuó por 
medio de María para que toda la humanidad quedara impregnada de 
esa Palabra salvífica. Dios no escogió a María para un período que 
finalmente se acaba: Dios la escogió, y desde entonces no la ha 
dejado. El misterio de Dios, desde aquel día de la anunciación, ha 
quedado impregnado de María. Y ha sido así porque Dios ha 
querido.

Los hombres que intentan humanizar la realidad de la marginación 
en nuestras grandes ciudades están desplegando el misterio de Dios 
en nuestras vidas, y lo están haciendo "al modo de María", ya que su 
actuación es expresión plástica (y realización sacramental) de la 
actuación de la Virgen en la vida de Jesús y en la vida de los 
seguidores de su Hijo. Desde la marginación, y sin que sea ningún 
imperativo a modo de consigna colectiva, María parece ir recuperando 
su posición natural (cercana a Dios, y por ello silenciosa) en la vida de 
la Iglesia, en la conciencia refleja del pueblo de Dios. Y no se trata de 
una presencia que no comunique nada, sino de aquella que le hace 
exclamar en voz bien alta: "Mi alma magnifica al Señor...!" (Lc 1,46).


9. LA IGLESIA, LEJOS DE SU MISIÓN

Los cristianos que están conviviendo con centenares de personas 
que habitan en las zonas marginales de nuestras ciudades son Iglesia 
y, trabajando, hacen Iglesia (la construyen, la despliegan, la 
transforman). Aunque ellos puedan tener tantos defectos e 
incoherencias como el que más, no cabe duda de que viéndoles uno 
piensa que "hay cristianos que viven evangélicamente": ¿podemos 
decir por ello que "la Iglesia vive evangélicamente"? Quizás esta 
última afirmación resulta más difícil de pronunciar, ya que la Iglesia 
está formada en todo el mundo por muchos millones de personas. En 
algunos lugares es minoritaria y débil, pero en otros muchos casos, 
detrás de esa multitud de personas hay poder, riqueza, influencia, 
posiciones sociales relevantes. No se puede decir fácilmente que la 
Iglesia, como colectivo (especialmente en sus aspectos 
institucionales), esté viviendo hoy con el estilo de aquel a quien 
representa, el Señor Jesús.

Y esto lo dicen muchos de los cristianos que trabajan con 
marginados: a menudo se sienten desatendidos, olvidados, poco 
apoyados. Reciben el apoyo de las palabras, pero tarda más en llegar 
el apoyo de la confianza, de la ausencia de sospechas, de los medios, 
del dinero, de las personas que se ofrezcan a trabajar. Se quejan de 
que los hombres influyentes de la Iglesia están a menudo más 
preocupados por otros temas que por el drama de los marginados de 
la sociedad. Y ven cómo en otros campos se invierten abundantes 
cantidades de dinero, mientras que en el trabajo de los márgenes de 
la sociedad las aportaciones económicas y personales suelen ser 
escasas. Aunque al lado de esto hay que decir que las aportaciones 
de dinero y de esfuerzos que llegan suelen provenir mayoritariamente 
de cristianos. De este modo, si nos comparamos con la sociedad (que 
en estos años no se caracteriza precisamente por su generosidad ni 
por su espíritu solidario) más bien salimos bien parados, ¿pero y si 
nos comparamos con el Evangelio?

Quizás convenga preguntarse qué es ser cristiano, cuál es el papel 
de la Iglesia en la sociedad. Cuando a Jesús, en nombre de Juan, se 
le preguntó si verdaderamente era él aquel a quien esperaban, 
contestó: "Id y contad a Juan lo que habéis visto: los ciegos ven, los 
cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los 
muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva" (Lc 
7,22). Ser cristiano no es más que desplegar en la historia de la 
humanidad esa vida de Jesús (vista a la luz de la pascua) que fue de 
Belén al Calvario, ese modo de vida que hacía que los cojos andasen, 
que los ciegos viesen y que los sordos oyesen. Y el papel de la Iglesia 
en la sociedad es el de ser semilla de transformación. La Iglesia está 
llamada a actuar de tal modo que, desde su pequeñez, fecunde a la 
sociedad y la haga avanzar pascualmente (esto es, en proceso de 
transformación) hacia el Reino de Dios. La vida de la Iglesia es 
expresión profética (más aún, es sacramento) de ese Reino que aún 
no ha llegado (en plenitud), pero que sí ha empezado (a 
desplegarse).

No cabe duda de que la magnitud y la inercia histórica de nuestra 
Iglesia hacen difícil que toda ella se embarque de modo colectivo en 
un trabajo organizado a favor de los desfavorecidos de la sociedad, 
aunque eso significara para ella ser más evangélica. Pero sí es 
pensable que, entre la gran esfera de "toda la Iglesia" y el discreto 
nivel de "sólo algunos cristianos", haya unas "acciones generalizadas" 
(de tipo intermedio) que supongan importantes misiones de buena 
parte de los cristianos en este tipo de trabajo y una adhesión clara del 
conjunto de la Iglesia a esa acción apostólica (subrayamos estos dos 
elementos: 1. colaboración directa de bastantes cristianos; 2. 
adhesión de prácticamente todos). Muchos son los cristianos en el 
mundo de la marginación que se quejan de la ausencia de esas 
"acciones generalizadas" de la Iglesia en favor de los des-favorecidos 
de nuestra sociedad. Y aún les sabe peor que determinadas palabras 
solidarias se digan "no porque interesan los pobres" (Jn 12,6), sino 
porque sirven como arma política en determinadas circunstancias. 
Esto, sí, es grave.

La Iglesia tiene dos grandes dimensiones: la del servicio y la de la 
expresión. Acción y liturgia. Transformación y celebración. Una Iglesia 
que no sirva (que no actúe, que no transforme) será una Iglesia que 
no se dé cuenta de que a la resurrección no se llega sin más, de 
golpe, sino como fruto de un proceso de entrega servicial al mundo, 
proceso que es bendecido por Dios Padre. Una Iglesia que no se 
exprese (que no celebre, que no ore, que no cante) es una Iglesia 
que no entiende que lo que persigue ya ha empezado en nuestro 
Señor Jesús.

Así, a la luz de los marginados, la Iglesia de nuestra sociedad 
opulenta y moderna está llamada a revisar sus dos grandes 
dimensiones. ¿Cómo sirve y cómo celebra? ¿Cómo transforma y 
cómo reza? ¿Está siendo verdaderamente transparencia de Dios en 
nuestro mundo? ¿Se puede decir que la suya es una vida 
verdaderamente teologal (bañada de Dios, comunicante de Dios, 
reveladora de Dios, receptora de Dios)? ¿O resulta quizás que, en 
lugar de transformar, frena, y en lugar de celebrar, ritualiza? Muchos 
cristianos, desde los márgenes de la sociedad, dan una voz de alerta 
a toda nuestra Iglesia. Sin sentirse modelos de nada, pero desde su 
trabajo honesto en la cuneta de la sociedad, dicen que los 
marginados no encuentran sitio en nuestra Iglesia(17) (aunque sí se 
sientan acogidos por determinados cristianos), mientras que esa 
Iglesia cada día se asienta más confortablemente en la misma 
sociedad que les margina. ¿Dónde está poniendo la Iglesia sus 
fundamentos? ¿A quién se dirige? ¿Qué anuncia? ¿En qué se nota 
su presencia en el mundo? No podemos eludir este tipo de 
interrogantes si no queremos eludir la presencia del Señor en 
nuestras vidas.

Volvamos a las dos dimensiones mencionadas. En lo que a la 
acción se refiere, la Iglesia probablemente no está llamada a 
solucionar eficazmente el problema de los miles de personas que 
viven en condiciones infrahumanas, sino a trabajar por ellos de tal 
manera que su modelo fecunde a la sociedad y permita (y provoque) 
que ésta sí solucione con eficacia histórica ese panorama tan 
dramático. La Iglesia puede señalar un camino de humanización, pero 
sólo lo señalará en la medida en que lo recorra. En cuanto a la 
celebración se refiere, la Iglesia deberá revisar su liturgia, su 
predicación, su expresión teológica: en definitiva, su lenguaje. Ella 
está llamada a encontrar un lenguaje tal que comunique a los 
desfavorecidos de nuestro mundo que la presencia de la Iglesia en el 
mundo es para ellos como el Año de Gracia del Antiguo Testamento 
(aquel en el que se perdonaban las deudas, se liberaba a los presos 
y regía la liberación para el esclavizado). Y hasta el momento, los 
pobres no se han enterado de la llegada del Año de Gracia.

En esta búsqueda de un nuevo lenguaje parece que el relato, la 
narración, deberá cobrar un nuevo impulso. La teología escolástica, 
en su forma de expresión, se basó en la sistematización conceptual, 
aprovechándose principalmente de dos grandes construcciones 
filosóficas: el aristotelismo y el neoplatonismo. La teología moderna ha 
introducido nuevas formas de expresión(18), y entre ellas destacamos 
aquella que se ha aprovechado de los grandes análisis de la 
sociedad, como pueden ser el análisis marxista o el de la Escuela de 
Frankfurt(19). Así, primó la filosofía en la teología clásica y ha 
primado la ciencia social en la teología moderna.

En el mundo de la marginación, la filosofía y la ciencia social 
pueden resultar de cierta utilidad, pero sin duda quedan cortos. Prima 
el relato. Los marginados narran sus vidas, y sólo entienden 
narraciones(20). Sólo narrando se puede dialogar con ellos, se les 
puede comunicar que en Jesucristo están llamados a una vida digna, 
humana. Son bienaventurados a los ojos de Dios, que son los que 
contienen la única mirada verdaderamente lúcida.

En esa narración, la filosofía y la ciencia social pueden desempeñar 
un papel de marco hermenéutico, de matriz de comprensión global. 
Pero lo que el hombre del margen percibe es el relato. ¿Cómo 
introducir esa nueva forma de expresión en la predicación, en las 
diferentes formas de pastoral, en la liturgia, en nuestra salida a los 
márgenes de la sociedad? Es una tarea a realizar.


10. EVITAR INGENUIDADES

La ingenuidad es uno de los peligros más relevantes que se 
presentan en la reflexión acerca de la marginación. Muchos 
voluntarios y trabajadores sociales lo señalan cuando ven que 
determinadas personas se animan a opinar sobre estos temas con 
demasiada facilidad. También perciben el peligro de ingenuidad en la 
actitud que algunas personas adoptan al acercarse temporalmente a 
los marginados. ¿Qué están buscando verdaderamente en ese 
acercamiento? Señalemos algunas de las formas de ingenuidad más 
habituales.

1. No se puede sacar a los marginados sin más de su estado de 
postración. No podemos ir a ellos con nuestra eficacia habitual y 
mostrarles cuáles son los pasos que "deben" seguir para dejar de ser 
marginados. Ellos, en la práctica, no nos harán caso. Acercarnos a 
ellos supone adentrarse en otra escala de categorías, en otro 
esquema de valores, en otra visión de la vida. Algo así como si 
retrocediéramos varios siglos en la historia o como si entráramos en 
un nuevo continente hasta hoy desconocido.

2. Tampoco podemos conformarnos con que no salgan de su 
estado (y esto conviene repetirlo por activa y por pasiva). A veces 
ocurre que determinados voluntarios se emborrachan tanto de una 
especie de "mística del marginado auténtico" que no hacen más que 
estar con él sin ayudarle verdaremente a ser persona. El cristiano (y 
todo hombre de buena voluntad) debe acercarse al postrado para 
ayudarle a salir de su postración, aunque haciéndolo desde él y 
respetando su cosmovisión. Más aún: aprendiendo de él. No hay 
transformación (por muy eficaz que se presente) sin acompañamiento 
paciente, como no hay acompañamiento (por muy cariñoso que 
parezca) sin algún tipo de transformación.

3. No nos engañemos: no es posible que después de haber 
ayudado a los marginados a salir de su marginación, el sistema quede 
tal como estaba. Los marginados se han visto apartados por un tipo 
de sistema social que es generador de marginación. ¿De qué sirve 
que "liberemos" a unos cuantos centenares de personas si el sistema 
sigue generando "esclavitud" y esas mismas personas se integrarán 
de tal forma en el sistema que ellas mismas pasarán de ser "esclavas" 
a ser "esclavizantes"? Hay que trabajar también el sistema (lo cual es 
mucho más complejo que actuar sobre un grupo concreto de 
personas). Como decía un sociólogo, "hay que invertir en el sistema 
para que deje de ser generador de marginación"(21). El sistema debe 
cambiar: para ello habrá que invertir en él de tal modo que se vaya 
corrigiendo su tendencia intrínseca a generar fracasados sociales.

4. Muchos son los voluntarios que se conforman de momento con 
que la sociedad reconozca explícitamente el problema de la 
marginación. Están seguros de que el solo reconocimiento del 
problema ya es un inicio de solución. Porque una de las típicas 
ingenuidades es precisamente esta: creer que la realidad de la 
marginación no llega a problema, creer que los marginados son unos 
cuantos desafortunados que tarde o temprano se subirán al carro del 
progreso. Y esta ingenuidad (que en algunos casos pasa de ser 
ingenuidad a ser conciencia culpable) se está extendiendo en algunos 
ayuntamientos de grandes ciudades españolas, tal como decíamos al 
iniciar la primera parte del trabajo(22): se está dando la consigna de 
no abordar más el tema de los marginados, sino de mejorar el 
urbanismo y de ofrecer abundantes actividades culturales. Los 
marginados (afirman los responsables de esos ayuntamientos) se 
sumarán al sistema o simplemente desaparecerán por sí solos.

5. Los cristianos no deberían acercarse a los marginados para 
tener una experiencia espiritual. Eso es algo que irrita a muchos de 
los voluntarios que llevan años trabajando en el mundo de los 
marginados. El acercamiento del cristiano a los marginados debe ser 
iluminado por la intención de estar (al lado de la situación de 
postración) y de acompañar (en el proceso de salida de esa 
postración). Y probablemente esa tarea conllevará una importante 
experiencia espiritual, ya que el encuentro con el débil es encuentro 
con el Señor, pero esta experiencia no es el objeto que se deba 
buscar en la salida a los márgenes, sino el regalo que uno puede 
recibir (o no) al llegar allí.

6. Desde la teología no se aportan soluciones políticas. A menudo 
se exige a la reflexión teológica que presente soluciones concretas al 
problema de la marginación. Pero es que ni las soluciones concretas 
ni tan sólo la pregunta por si hay solución son materia de la teología, 
sino de la política o de la reflexión social. El objeto de estudio de la 
teología es Dios: ese Dios que está presente en la realidad y que nos 
llama a que nos adentremos en ella para transformarla, para 
re-divinizarla. Y sin duda ese adentramiento supondrá análisis serios, 
programas competentes, evaluaciones rigurosas. Retomaremos esta 
cuestión, aunque sea brevemente, en el segundo punto del siguiente 
apartado.


IV. CONSIDERACIONES FINALES

1. EL EJE DE ESTA TEOLOGÍA

Es posible que a lo largo de estas páginas hayamos abierto más 
interrogantes que respuestas hayamos aportado. Y quizás eso sea 
más provechoso, entre otras cosas porque la reflexión es 
verdaderamente rica cuando fluye con agilidad de una persona a otra, 
de un modo de aproximación a otro. Si hemos hecho pensar, ya será 
un gran logro.

Pero en concreto quisiéramos remarcar tres cuestiones que no 
deben ser arrinconadas cuando intentemos reflexionar teológicamente 
desde la realidad de la marginación: una se refiere a Dios, otra al 
hombre, otra a la Iglesia.

a) Dios es el sujeto

En cualquier forma de teología desde la marginación debemos 
tener claro que Dios es el sujeto. Él es quien actúa en nuestras vidas, 
quien transforma la realidad, quien ilumina una reflexión honesta. Él 
es quien nos hace pensar, actuar, sentir, recordar, esperar. De este 
modo, la reflexión teológica desde la marginación no es más que la 
actividad honesta del sujeto creyente por abrirse al sujeto por 
antonomasia, que es Dios: aproximándonos a Él, entendemos como 
Él, vemos como Él, actuamos como Él, amamos como Él. Y, contra lo 
que puede temer el hombre moderno, aproximándonos a Él somos 
más libres, más autónomos.

Por ello resulta estéril en nuestra reflexión teológica considerar a 
Dios como alguien externo a nosotros. Él es interior a nosotros y 
desde dentro nos empuja a que salgamos afuera, porque es fuera 
donde le reconoceremos. Pero no olvidemos que Él se funde con 
nosotros en ese proceso de servicio al exterior. Y la mística, la 
verdadera, es esa experiencia honda de la presencia de Dios en 
nuestro interior: una presencia que nos arrebata y que nos llena de 
una felicidad inexpresable, y que nos hace pasar también por la 
oscuridad inesperada de una noche profunda.

b) Algo acerca del hombre

Siempre que se nos introduce en la esfera de Dios descubrimos 
que se nos está comunicando algo acerca del hombre. Como botón 
de muestra tenemos los textos bíblicos: prácticamente todo cuanto se 
nos dice sobre Dios es en relación al hombre, porque Dios, 
hablándonos, se ha dicho a sí mismo. Sólo ha querido decirse a sí 
mismo al hablarnos, al hablar de nosotros.

De este modo, en su aproximación al Señor, la Teología de la 
Marginación descubre luz acerca de la condición humana. Lo primero 
que parece indicarnos es que la forma de progreso que hemos 
seguido en Occidente es insatisfactoria: al lado de grandes logros 
(especialmente cuantitativos) se han generado (no por casualidad, 
sino por estricta causalidad) enormes bolsas de marginación. Hemos 
corrido tanto que los cojos, ciegos e inválidos han quedado 
aplastados en nuestra loca carrera: sin duda es un éxito que los 
hombres podamos llegar a correr a tan alta velocidad, pero es un 
fracaso que sólo lo hayamos hecho a costa de pisotear a los débiles. 
Y este punto es importante: porque no sólo se trata de que en nuestra 
loca carrera hayamos pisado a cojos e inválidos, sino que la misma 
carrera (el progreso) ha generado esas formas de infrahumanidad en 
las cuales muchas personas han acabado siendo salvajemente 
maltratadas.

La Teología desde la Marginación indica que hay tal unidad en la 
sociedad que los males de unos repercuten en los otros. Más aún: en 
nuestro caso (el de la marginación) el mal de unos es expresión de la 
enfermedad colectiva que todos tenemos y que, a la larga, sufriremos 
de un modo u otro. Así, los que consiguen seguir la rápida carrera del 
progreso tampoco acaban viviendo humanamente. No sólo el ser 
explotado produce insatisfacción: también el explotar a los demás, 
aunque cueste reconocerlo en público.

El marginado (el pobre indigente que se tumba en los portales o la 
prostituta que espera, humillada, al próximo cliente) aporta a menudo 
desde su pequeñez, desde su inconsciencia, la humanidad que les 
falta a los que han triunfado en la vida, con lo que los marginados no 
son solamente objeto de nuestra atención humanizante, sino también 
(y sobre todo) fuente de humanidad para nosotros(23). En el 
fracasado encontramos lo que el que triunfa nunca encontrará a base 
de dólares y de ostentación.

Por ello, lo que la teología de la marginación aporta (sin que sea 
nada nuevo, pero sabiendo que sí es cierto) es que aunque todo 
modo de sociedad genere marginación (dado que eso parece 
inevitable en cualquier estructura social compleja), lo que hace a una 
sociedad verdaderamente humana es la atención que se pone en los 
pequeños, no sólo una atención excepcional, sino una atención 
estructural. Aunque siempre haya "fuertes" y "débiles", lo único que 
humaniza a unos y otros es precisamente que los fuertes se pongan 
al servicio de los débiles: y en esa comunicación de unos con otros, 
en ese movimiento de ida y venida, de salida de sí y de recepción del 
otro, surge la persona, la humanidad en proceso de plenificación.

Y esto es lo que los teólogos de la liberación repiten por activa y 
por pasiva: los ricos del norte estamos llamados a facilitar a los del sur 
el superar la postración histórica que experimentan, y en esa salida 
de nuestra cerrazón aprenderemos de los habitantes del sur a ser 
hombres. No sólo daremos: también recibiremos. Y en ese dar/recibir, 
seremos.

c) Una Iglesia nueva que bosteza

No sólo bostezamos cuando nos dormimos. También lo hacemos 
cuando nos despertamos. La Iglesia de hoy bosteza, y sin duda en 
algunos casos se debe a un proceso decadente de adormecimiento, 
de progresiva inanición, de falta de creatividad. Pero también hay 
bostezos que expresan un nuevo despertar. La realidad de la 
marginación ha movido a centenares de cristianos a cambiar su modo 
de vida y dedicarse (parcial o totalmente) al trabajo con los postrados 
de la sociedad.

No obstante, no puede ser que tan sólo sean unos cuantos los que 
hayan cambiado sus vidas por esta realidad de miseria. La Iglesia, en 
su conjunto (especialmente en forma de "acciones generalizadas", tal 
como hemos indicado), debe sentirse movida a atender a los miles de 
marginados que hay en nuestras ciudades, y a hacerlo de forma 
estructural, y no sólo ocasional. Ser Iglesia significa seguir (en servicio 
y en celebración) los pasos del Señor Jesús, muerto y resucitado. Y 
Jesús no sólo no desatendió el clamor del débil, sino que toda su vida 
fue atención a ese clamor. Por ello ser Iglesia no es vivir (de la forma 
que sea) y de vez en cuando atender al débil, sino que es construir 
una estructura comunitaria en la que los pequeños sean los primeros: 
y esa estructura es anuncio de lo que está por llegar, el Reinado de 
Dios.

El papel de la Iglesia en la realidad de la marginación es clave. La 
Iglesia, inspirada por el Espíritu, "juega con ventaja": sabe hacia 
dónde vamos y va vislumbrando cuál es el hondo sentido de la 
historia. Lo vamos sabiendo por la luz de la resurrección de Jesús, 
que es la anticipación en nuestra historia del fin de os tiempos. Y la 
Iglesia no puede transmitir esa sabiduría a base de "predicación", sino 
a base de "testimonio" (que incluye la predicación, pero que no se 
reduce a ella). Y quizás los cristianos nos hayamos acostumbrado 
demasiado a hablar mucho, pero a hacer menos: ¿Hay verdadera 
proporción entre las cosas extraordinarias que se dicen en los 
sermones del domingo (o en nuestras reuniones de grupos cristianos) 
y nuestro modo de vida? ¿No hay un desfase notable entre la 
facilidad que tenemos al decir "Dios" y lo que nos cuesta "practicar a 
Dios" en nuestras vidas? Si es cierto que sólo se puede conocer a 
Dios cuando se le sigue y se le ama, ¿cómo le seguimos y le 
amamos? ¿Dónde? ¿En quién? ¿No decía San Agustín que "sólo se 
entra en la verdad por la puerta del amor desinteresado"?

Es posible que los hombres de Iglesia nos hayamos acostumbrado 
a hablar mucho sin preocuparnos de que nuestras obras hablen por 
sí solas. En la realidad de la marginación hay una invitación a actuar, 
y a hacerlo en silencio. Y desde el silencio ya irán saliendo las 
palabras adecuadas que en la sociedad de hoy deben ser 
pronunciadas públicamente. Desde el silencio. Desde el marginado. 
Desde el sinsentido de su vida. No antes.

Y no es posible prever lo que ocurrirá si los cristianos, como 
colectivo, nos decidimos a adentrarnos en el mundo de la 
marginación, en la esfera de los débiles, aunque sí podamos imaginar 
que probablemente habrá renovación y conflicto. La renovación 
vendrá de la presencia de Dios en el interior de los marginados. El 
conflicto surgirá por el hecho de que los acomodados de una socidad 
tienden a arrinconar y a desacreditar a aquellos que ponen en duda 
la legitimidad de la estructura vigente. El conflicto brotará en el seno 
de la sociedad y probablemente también en el seno de la Iglesia. Y 
también es previsible que prácticamente todo quede de alguna forma 
"tocado": estructura eclesial, liturgia, modos de servicio, preferencias 
apostólicas, contenido de la predicación, reflexión teológica, calidad 
de vida, grado de esperanza, nivel de fe, inmensidad del amor. Los 
cambios que experimentemos nos acercarán a lo mejor de nuestra 
tradición cristiana milenaria. si el Espíritu ha estado presente en 
tantos cristianos que nos han precedido en la fe, nuestra vida eclesial 
en el Espíritu nos acercará a esos cristianos que sí supieron ser de 
Cristo.

Seremos Iglesia. Seremos de Dios. Y lo seremos gracias al más 
débil de nuestra sociedad.


2. EL PAPEL DE LA TEOLOGÍA DE LA MARGINACIÓN EN EL 
PROBLEMA DE LA MARGINACIÓN

Cuando algunos hombres de nuestra Iglesia hacen declaraciones 
públicas sobre cuestiones políticas, reciben a menudo una curiosa 
crítica de algunos políticos de oficio: "que no se metan en política", 
"que se limiten a sus asuntos de Iglesia", "que se ocupen de Dios". 
Este tipo de reacciones suelen mostrar una cierta incultura, porque 
cualquier hombre ilustrado, sea o no creyente, sabe que los cristianos 
no nos "ocupamos" de Dios, sino que nos ocupamos de los hombres 
porque creemos que eso es lo que Dios nos pide. Por eso no sólo un 
cristiano puede entrometerse en las realidades políticas, sino que 
difícilmente será cristiano si se aleja de lo político (entendiendo "lo 
político" como todo lo que concierne a la "polis", a nuestra sociedad).

Al problema de la marginación se puede acercar uno desde muchas 
disciplinas o intereses, tal como hemos indicado con anterioridad en 
nuestro trabajo: psicología, economía, sociología, política, filosofía, 
teología, ... Siguiendo aquella distinción clásica entre el "objeto 
material" y el "objeto formal" de un estudio, podemos decir que todas 
esas aproximaciones tienen el mismo "objeto material" (todas estudian 
lo mismo: la marginación), pero cada una tiene un "objeto formal" 
distinto (cada una estudia un aspecto diferente de la marginación). 
Así, ahora nos preguntaremos por cuál es el "objeto formal" de la 
Teología de la Marginación: qué aporta la Teología de la Marginación 
al problema de la marginación.

La teología muestra una lectura distinta de la realidad. Una lectura 
que pretende mostrar la realidad auténtica de las cosas, no 
perceptible a primera vista, pero captable desde la dimensión humana 
de la fe, de la esperanza, del amor. Esta lectura no se opone a las 
demás, ya que los "objetos formales" no se oponen entre sí, pero sí 
se sitúa en un nivel de profundidad que los otros estudios no 
pretenden (sólo la filosofía se le aproxima enormemente).

Desde la fe en Dios, desde la experiencia de la divinidad, afirmamos 
que los hombres estamos llamados a una vida en plenitud (de 
felicidad, de comunidad, de sentido). Y ese ser hombre tan auténtico 
late ya en nosotros, pero está adormecido por la finitud histórica que 
nos toca vivir (problemas económicos, de convivencia política, 
enfermedades, etc). Nuestro vivir actual (fácilmente perceptible) sólo 
tiene sentido desde ese ser nuestro más profundo que late en 
nosotros y que algún día se hará realidad (finalmente percibida).

Desde la teología decimos lo siguiente:

* La vida que llevan los marginados es (a todas luces) inhumana. E 
"inhumana" quiere decir contraria a la voluntad de Dios.

* Esos hombres potrados están llamados a vivir en dignidad.

* De ellos brota una fuente de humanización para nuestra 
sociedad.

* Sabemos más sobre Dios (y por tanto sobre el hombre) desde 
ellos que prescindiendo de ellos.

La teología aporta una lectura, un sentido, una llamada a la 
transformación: en definitiva, un anuncio de que esa transformación 
sólo es posible desde la fraternidad (que supone la unión, consciente 
o inconsciente, con Dios). La lectura de la realidad que presenta la 
teología sólo es posible cuando nos adentramos, como hemos dicho, 
en el ámbito de la fe humana. La fe no es superstición o una apuesta 
sin más: es un modo de conocimiento humano (cargado de amor) en 
el que el hombre pone toda su vida en juego. Es un modo de 
conocimiento que suele entroncar con la historia, con la experiencia 
vivida.

La lectura de la teología nos muestra (a los ojos de la fe que todo 
hombre tiene, pero que sólo libremente se abren o se cierran) la 
presencia de Dios en la mísera realidad de la marginación: esa 
presencia (interior a la marginación) es vocativa. Dios, desde el 
marginado, nos llama 

1) a que sirvamos al marginado, 

2) a que nos humanicemos gracias al marginado,

3) a que nos unamos a Él.

Y 1, 2 y 3 son un solo movimiento de salida de nosotros: Dándonos, 
recibimos del débil y nos unimos a Dios.

A través de esta lectura de la realidad encontramos un sentido de la 
cosas: los hombres nos aproximamos a lo largo de nuestra historia a 
lo más hondo de nosotros mismos, que no es más que nuestra 
condición de humanidad plena, de divinidad. Vamos hacia una vida de 
plenitud, de felicidad. Y esa vida futura ya tiene sus primicias en 
nuestro ser actual: mirándonos en profundidad, vemos nuestro futuro. 
Y como nuestro futuro no es fruto de una conquista nuestra, sino de 
una donación que recibimos pasivamente, pero a la que respondemos 
activamente, resulta que la pasividad y debilidad del marginado nos 
muestra más esa realidad futura, nueva, que nuestra habitual 
prepotencia. El indigente sin duda ha fracasado, pero en su fracaso 
se encuentra más cercano a experimentar el amor de Dios que 
nosotros desde nuestra instalación social. 

Desde este sentido de nuestra historia estamos llamados a una 
transformación: la trans-formación (humanizante) no es más que el 
paso de la actual de-formidad (inhumana) en que vivimos a la forma 
(humana) que auténticamente nos caracteriza. Nosotros 
transformamos la realidad de la marginación (dado que Dios opera en 
nosotros) y el marginado nos transforma a nosotros (ya que Dios 
habita en él, y desde él actúa). 

Toda esta transformación sólo es posible en la medida en que 
entremos en contacto fraternal los unos con los otros, y 
especialmente los poderosos con los débiles. La fraternidad es motor 
de cambio humanizante. No hay progreso humano si no hay 
humanización de toda la sociedad que camina. A la larga, no es la 
velocidad de los trenes lo que indica el progreso, ni la fluidez del 
tráfico urbano, ni la cantidad de canales de TV, sino las personas. 
Sólo las personas. La calidad humana de nuestra vida es signo de 
progreso (y eso conlleva, sin duda, las mejoras en la técnica, la 
ciencia, etc).

Esta es la aportación de la teología. En ella hablamos de un Dios 
que nos habla de los hombres. En ella sabemos (o vamos apuntando 
a saber) que sólo podemos entender a los hombres en su relación 
con Dios, y que no podemos oír a Dios sin atender a nuestros 
hermanos de humanidad.


3. EL LUGAR DE LA TEOLOGÍA DE LA MARGINACIÓN EN LA 
TEOLOGÍA

Hace ya muchos años que los teólogos descubrieron que la verdad 
no es estática, sino dinámica. El hombre se realiza en la historia y 
Dios se le comunica en esa historia. No es posible fijar un sistema 
conceptual inamovible, ya que los conceptos evolucionan y las 
situaciones cambian. Lo cual no quiere decir que no debamos intentar 
expresar nuestras reflexiones de forma sistemática, ni tampoco 
significa que el pasado no nos aporte verdad: la aporta, pero desde 
su contexto.

Toda teología está contextuada, se formula desde una situación 
vital: incluso los escritos de la Biblia (la Palabra revelada) se ciñen a 
esta realidad humana. Dios ha querido escoger lo concreto de la vida 
para expresar su infinitud. No se ha servido de "universales", sino de 
"concretos" (un hombre, un país, una situación, una comunidad), y a 
través de esas concreciones limitadas pasa todo su ser. La Teología 
Política europea nació de la necesidad de dar una palabra cristiana a 
los movimientos políticos, a las críticas sociales, a los modelos 
económicos. La Teología de la Liberación quiso formular 
teológicamente la fe de un pueblo, su esperanza en la revolución 
política, en la transformación del sistema. La Escolástica quiso hacer 
filosóficamente presentable la reflexión creyente sobre Dios.

La Teología de la Marginación se encuentra también contextuada. 
El medio de vida en el que está surgiendo es el de los cristianos que 
conviven y trabajan con la multitud de personas que habitan en los 
márgenes de la sociedad. Esta teología es la respuesta creyente a las 
preguntas que brotan de esa situación dramática. Así, la Teología de 
la Marginación no hace más que hablar (ordenadamente) acerca de 
Dios desde una situación (que no es coyuntural, sino estructural). 
Esta teología habla del Dios que nos ha salido al encuentro en este 
sitio.

Por ello no debemos engañarnos: no es una teología sólo para los 
cristianos que estén trabajando en esos lugares de pobreza, sino que 
es teología para toda la Iglesia, para todo el mundo, desde esos 
lugares. Y esa totalidad no viene de un afán desmesurado de 
protagonismo eclesial, sino de la constatación de que es Dios mismo 
(el Padre de Jesús, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el de 
Sto. Tomás y el de S. Agustín, el de Loyola y el de Javier, el de Asís y 
el de Lisieux, el de Rahner y el de Mons. Romero) quien nos ha 
hablado aquí: y la teología es el testimonio (inteligible) de ese hablar 
de Dios en esta situación.

La Teología de la Marginación es algo así como un micrófono: es 
pequeño, aparentemente insignificante, pero gracias a él una voz se 
puede hacer oír muy lejos. De igual modo, esta teología nace en una 
situación socialmente débil, insignificante, micropoderosa: pero 
gracias a ella la voz de Dios puede llegar a todos los hombres de esta 
sorda sociedad occidental. Dios, más que la televisión, más que los 
"best-sellers", más que los actores de moda, ha escogido para hablar 
a nuestra sociedad, para mostrarse a nosotros, el silencio del 
indigente, la desfachatez impuesta a la prostituta, el llanto del niño 
maltratado, la humildad del inmigrante, la rabia del preso, la soledad 
de la mujer desesperada, la honestidad y limitación del voluntario.

La basura humana de la sociedad ha resultado ser la tribuna que 
Dios ha escogido para comunicarse a nosotros, hombres (varones y 
mujeres) de la moderna sociedad occidental, urbana, desarrollada.

Si esta Teología de la Marginación va naciendo en un contexto, 
¿acabará cuando el contexto acabe? Si se soluciona el problema de 
la marginación, ¿desaparecerá esta teología? Sin duda la teología 
deberá ir dando respuestas a los problemas que vayan surgiendo: en 
eso habrá cambio. Pero hay algo que permanecerá: el saber que fue 
Dios mismo quien nos habló. Y el recordar de qué forma lo hizo, 
dónde lo hizo y a través de qué personas.
.........................

Al concluir estas páginas, no podemos dejar de recordar los 
nombres de algunas personas que, de una forma u otra, han estado 
omnipresentes durante la redacción. Tamara M., Paco M., Óscar S., 
Marta S., Francisco Javier L., Juan Carlos M., Yolanda L., Manuel, 
Qalal H., Manuel S., Mari, Jorge, Carlos, Miguel, Francisco, Carmen, 
Begoña, Dolores, Eloy, Roberto, Anita, Raquel, Antonio, Julián, Paco, 
... Todos ellos viven en los márgenes de nuestra sociedad: en el 
Barrio del Raval, en la cárcel Modelo de Barcelona, en los portales y 
basuras de nuestras calles. 

Son personas totalmente irrelevantes en nuestra vida social. Sin 
embargo, Dios se ha valido de ellas para darse hoy a nosotros. 
Aunque esos nombres sean desconocidos en las esferas públicas de 
la sociedad, son los nombres que Dios ha escogido para que le 
reconozcamos. Son, sí, los nombres de Dios.


NOTAS

11. Este lugar, a diferencia de Belén, Nazaret y Jerusalén, no es 
una población, sino una región. El significado teológico de Galilea, 
como el lugar de actividades de Jesús y lugar en que los discípulos 
son llamados a seguirle, no es nuevo. Se puede ver, por ejemplo, la 
obra del teólogo mexicano Carlos BRAVO, Jesús, hombre en conflicto. 
El relato de Marcos en América Latina, Ed Sal Terrae, Col "Presencia 
Teológica", n.30, Santander, 1986, pág 239.

12. Y la verdad de estas afirmaciones cobró vida en una escena 
ocurrida en la cárcel Modelo de Barcelona. Estaba yo explicando los 
cuadros de Toulouse-Lautrec en una sesión de diapositivas que 
teníamos en la segunda galería, la de los más conflictivos. Intentaba 
que el grupo de reclusos que me oía percibiera el amor con que aquel 
artista francés pintaba la belleza interior a la fealdad de las bailarinas. 
Al poco rato me di cuenta de que en aquel silencioso cuartucho de la 
cárcel, y con la complicidad de la oscuridad ambiental, un recluso me 
escuchaba llorando.

13. LACORDAIRE: Charla en Dijon, en 1853, cit en GONZÁLEZ 
FAUS: Op cit, pág 301.

14. Quizás sería filosóficamente más correcto decir que "se da el 
ser en la medida en que salimos de nosotros mismos, acogemos, 
compartimos". Escoja el lector la expresión que más significativa le 
resulte.

15. De todos modos, no intentemos sacar excesiva punta a las 
ideas de paternidad y maternidad, entre otras cosas porque el calor 
del cariño no es exclusivo de las madres (aunque sí esté tipificado en 
ellas) y porque no pocos jóvenes de los que encontramos en el 
mundo de la marginación han vivido una experiencia de paternidad 
muy desagradable o incluso inexistente.

16. Y esa misma pintura, ordenada de otro modo, daría lugar a otra 
obra de arte: a otra teología.

17. Como tampoco lo encuentran en el conjunto de la sociedad.

18. Naturalmente ha habido una cierta variedad de formas de 
expresión en la teología, en buena parte debido a que llevamos unas 
cuantas décadas de búsqueda de un lenguaje adecuado. Quizás 
convenga recordar aquí la importancia del lenguaje existencial (que 
parte del drama del hombre moderno) y el papel relevante de algunas 
formas nuevas de lenguaje filosófico. También se están abriendo 
brechas en modos de expresión más conectados con la experiencia 
espiritual interior.

19. No olvidemos que tan "paganos" eran los sistemas filosóficos 
del aristotelismo y el neoplatonismo como los análisis sociales de 
estos dos últimos siglos. Y por tanto tan legítimo es que la teología se 
sirva, para su sistematización y comprensión del mundo, de unos 
como de otros.

20. Recordemos lo dicho en la primera parte de nuestro trabajo 
acerca del escaso sentido histórico de muchos marginados (no tienen 
conciencia de ser un colectivo que avanza), pero al mismo tiempo de 
su gusto por la narración concreta.

21. Y aquí "invertir" no significa "potenciar que el sistema siga tal 
como está", sino precisamente hacer lo posible, en el complejo campo 
de las estructuras políticas y de la organización económica, para que 
el sistema sea progresivamente menos generador de marginación 
social.

22. Ver nota 2.

23. Hemos dicho en la primera parte que a menudo voluntarios y 
trabajadores sociales se sorprenden de los grados de insolidaridad 
que pueden alcanzar entre sí algunos marginados. Pero al lado de 
esta constatación hay también anécdotas brillantes: así, por ejemplo, 
explicaba una señora que ya hace años trabaja con los más 
deshechos del barrio del Raval (Barcelona) que nunca había visto 
más ternura que aquella que mostraron un grupo de prostitutas 
cuando fueron, llorosas, al entierro de una religiosa oblata que había 
dedicado buena parte de su vida a la gente de aquel barrio. Aquellas 
prostitutas, sin saberlo, enseñaban con su desgarrado gemido qué es 
ser persona.


CUESTIONARIOS PARA LA REFLEXION EN GRUPO

1. ¿Qué ha causado la marginación?
¿Alguna cosa, temporal, ("coyuntural")? ¿O algo "estructural"?
¿Qué tiene de novedad respecto a las otras formas clásicas de 
pobreza?
Así como una secta crea una persona acrítica, un partido político, 
un militante batallador, etc.: ¿qué clase de sociedad es la que crea 
marginados?

2. Si la causa es estructural, ¿por qué el sistema "necesita" generar 
marginación?
¿Es la marginación el "negativo" fotográfico de nuestra sociedad? 
¿Nos está diciendo –quizá de manera grosera– cómo es nuestra 
sociedad?
Echamos al margen a los débiles, a los inadaptados, para salvar la 
sociedad en "progreso", para salvar la eficacia del sistema?

3. ¿Quién ha de solucionar el problema?
¿La Administración? ¿Entidades privadas benéficas? ¿Todos? ¿De 
qué manera?
¿Qué estrategia se ha de tomar: la de transformaciones radicales? 
¿O la de ir tapando 
agujeros?

4. Hoy en día, nos escandalizamos de hechos pasados (Cruzadas, 
Inquisición, esclavos negros, analfabetismo, totalitarismos nazis, ...)
¿Qué dirán de nosotros los hombres de los próximos siglos cuando 
estudien que nosotros hemos convivido con los marginados sin que 
nos afectase demasiado?
¿Les podremos contestar lo que decían algunos alemanes cuando 
les preguntaban sobre los campos de concentración: "es que no lo 
sabíamos"?

5. ¿Dónde está Dios cuando el hombre es marginado en la cuneta 
del camino de la historia?
¿Se puede creer en Dios de la misma manera después de la 
marginación?
¿Se puede hacer la misma teología?
¿Se puede ser Iglesia de la misma manera?

6. ¿Cuáles son los hechos claves de una teología de la 
marginación?
¿Hay lugares de autorevelación (de Dios) y lugares que no lo son?
¿Qué nos está diciendo Dios:

* sobre Él mismo,
* sobre el hombre,
* sobre la Iglesia?

¿Cómo se reformulan los grandes ejes de la fe cristiana desde la 
marginación?

* Dios Padre, Hijo, Espíritu.
* la Iglesia, transparencia de Dios en el mundo.
* la misión (servicio, anuncio, ...)
* la celebración (sacramentos, ...)
* el sentido de la historia, de la realidad, del dolor, de la muerte.
* María.

7. Conclusión
¿En qué sentido es humanizador el acercamiento al lugar de 
infrahumanidad?
¿De qué manera aprendemos a ser persona con los 
infra-persona?
¿Es la marginación un reto para algunos cristianos, o es una 
llamada para toda la Iglesia?
¿Es un clamor para ciudadanos sensibles, o lo es para toda la 
sociedad?

José Sols Lucia
CRISTIANISME 46