LOS NOMBRES DE DIOS
TEOLOGÍA
DE LA MARGINACIÓN
(Continuación)
José Sols Lucia
III. LA TEOLOGÍA DE LA MARGINACIÓN
A fin de no ir arrastrando equívocos onerosos conviene que
precisemos de entrada qué es lo que entendemos por "Teología de la
Marginación". Son muchos los cristianos que dedican buena parte de
su tiempo (cuando no su vida entera) al trabajo con los marginados
de las grandes ciudades. A menudo se encuentran con realidades
extremas que les sacuden hondamente y les plantean cuestiones de
difícil respuesta. Muchos de estos cristianos reflexionan, oran,
revisan, comentan, comparten, guardan silencio... en definitiva
intentan saber qué es lo que Dios está diciendo a través de esta
realidad tan inhumana. La teología que ellos han aprendido a veces
les ha resultado útil, pero otras veces ha quedado muy insuficiente.
La Teología de la Marginación es la reflexión creyente que brota de
estos voluntarios y profesionales que están dando la vida en los
márgenes de la sociedad. No olvidemos que se trata de una reflexión
naciente: por ello cuando hablemos de "Teología de la Marginación"
no nos referiremos nunca a algo ya existente, sino a una reflexión que
está siendo engendrada (y a cuya gestación queremos contribuir con
nuestro escrito).
Algunas de las cuestiones clave de esa reflexión creyente son:
1.¿Dónde está Dios? 2.¿Nos dice la realidad de la marginación algo
acerca de Dios, nos desvela algo acerca de su ser? 3. ¿Nos dice Dios
mismo algo a través de la realidad de la marginación? 4.¿De qué
modo quedan alterados, a partir del drama de los márgenes, los
pilares sobre los que se fundamenta la sociedad, la Iglesia, la
teología? No seguiremos estos interrogantes de forma sistemática, ni
tampoco son los únicos que abordaremos, pero sí que los iremos
encontrando a lo largo de nuestra exposición.
1. CUATRO LECTURAS DE UNA SOLA REALIDAD
Desde una lectura creyente de la realidad (esa lectura que intenta
captar la presencia de Dios en el devenir de la historia) vamos a
aproximarnos al mundo de la marginación a través de cuatro modelos
inspirados en el Nuevo Testamento. Cada uno de estos modelos
ilumina la realidad que vivimos e intenta darle un sentido, un
significado, procura atisbar una dirección. Los cuatro modelos no se
excluyen mutuamente, pero sí son distintos.
a) El modelo Belén
Dos evangelios presentan el nacimiento de Jesús con una gran
belleza plástica y al mismo tiempo con un profundo significado. Jesús
nace en un pesebre porque no había sitio para su familia en las
posadas habituales. Estas posadas están llenas: no cabe en ellas el
que ahora viene de fuera. En el pesebre estarán José, María y el
niño, y quizás algunos visitantes del lugar.
En Belén nace el Hijo de Dios, y se hace bebé: indefenso,
inconsciente, pequeño, débil. No hay mayor debilidad que la de un
bebé: cualquier otra criatura es más fuerte y resistente que un recién
nacido (aunque sí sea cierto que un bebé posee enormes
posibilidades de futuro). Dios se ha hecho debilidad. Belén nos
muestra la debilidad de Dios. El estilo de Dios no es el de la
prepotencia, el de los grandes conquistadores. El estilo de Dios se
parece más a un bebé que a un gran general. Dios es ternura.
Cuando nace un príncipe todo el país se conmueve con la noticia.
Cuando nace un crío en un pueblo todos los vecinos lo celebran. Pero
Jesús no recibió ni los honores de un príncipe ni el eco de la
vencidad. Nació extranjero. Belén nos muestra que Dios suele estar
fuera, en el área que nosotros rechazamos por ajena. Nuestra
tendencia es la de buscar a Dios "dentro" (dentro de la familia, de la
comunidad, de la ciudad, de la Iglesia, ...), pero Dios prefiere
mantenerse fuera y hacernos salir. Y saliendo, somos.
Curiosamente los evangelios no presentan la escena del nacimiento
como un acontecimiento triste (¡qué vergüenza, el Hijo de Dios
apartado de la ciudad!), sino todo lo contrario: no hay pasaje más
alegre en todo el Nuevo Testamento que el del nacimiento del Mesías.
En esa pobreza, en esa marginación, en ese silencio, en ese
anonimato, Dios está. Allí hay alegría, allí los ángeles cantan llenos de
júbilo. Allí: no en el palacio de Herodes, no en la corte del César. La
plenitud de gozo que buscan ansiosamente los "Herodes" y los
"césares" se encuentra allí. Esto es algo que perciben los que
trabajan en la marginación: en las situaciones más extremas, más
míseras, "a veces casi se toca el cielo". Y cuando se vive esta
experiencia, entonces todo lo demás, toda nuestra compleja y
sofisticada sociedad, sabe a muy poco. Casi a nada.
En Belén no caben los discursos. Ni las promesas de futuros
prometedores. Los políticos no tienen sitio allí, porque ese lugar no
conduce al éxito ni al poder. En Belén sólo cabe el acompañamiento
silencioso, la alegría profunda, la pobreza humillante.
b) El modelo Nazaret
De la vida de Jesús en Nazaret apenas sabemos nada. Sólo
sabemos que la vivió. Y eso basta. Nazaret es el lugar del trabajo
silencioso, anónimo. Allí se vive lo cotidiano sin que ello trascienda a
ninguna alta esfera. Ningún historiador de hoy sabe nada de lo que
ocurrió en aquel pueblo durante aquel tiempo. Simplemente la gente
vivía.
Y eso es lo que ocurre con la actividad de la inmensa mayoría de
voluntarios y trabajadores sociales. Trabajan y trabajan, y parece que
todo eso tiene muy poca relevancia, mientras que un simple viaje en
avión de un Presidente llena las páginas de los periódicos de tesis y
suposiciones. Si comparamos cuantitativamente los años de vida
oculta de Jesús con los de vida pública, si comparamos sus tiempos
de silencio y anonimato con los tiempos de anuncio público, podemos
concluir que la vida de Jesús (la del Hijo de Dios entre nosotros) fue
prácticamente la de un hombre callado, desconocido. Y del interior de
ese silencio y de ese anonimato salió la relevancia del mensaje
transmitido por Jesús.
c) El modelo Galilea
En Galilea(11) Jesús inició su actividad pública y allí escogió a sus
discípulos. En Galilea, y más tarde en otras regiones, Jesús anunció
la inminencia del Reino, la paternidad de Dios, y liberó a muchos
oprimidos de su angustia. Galilea es el lugar de la curación eficaz, del
anuncio público, de la cooperación de algunos, de la incomprensión
de muchos.
Los que trabajan con marginados no renuncian a esta dimensión
galilea: saben que no basta con trabajar silenciosamente, con amar
en el anonimato. El amor puede (y debe) llevar al combate público, a
reivindicar lo justo en cualquier esfera de la sociedad. El silencio
fecunda la palabra pública, que ha de llegar. La ausencia da relieve a
la presencia visible. El trabajo con marginados no es sólo de
acompañamiento, sino también de transformación, y toda
trans-formación violenta la forma anterior. También la forma social,
política, cultural, teológica.
d) El modelo Jerusalén
En Jerusalén Jesús es acusado injustamente, condenado
grotescamente, ejecutado vergonzosamente. El Hijo de Dios es
maltratado, insultado y crucificado. Jerusalén es el lugar del
desconcierto, del fracaso. Y ese lugar es el punto central de la historia
de salvación.
Esta es la situación de los hombres marginados: son hombres, y por
ello tienen la misma dignidad que cualquier ser humano; pero son
marginados, y por eso se les oculta su más honda dignidad. Ahí se
produce el desconcierto de la cruz: el Hijo de Dios crucificado, los
hombres tratados como animales. Esta condición de inhumanidad es
la que Dios ha escogido para liberarnos. La lectura juánica nos
muestra que lo que pretendía ser un proceso contra Jesús
verdaderamente se constituye en su más honrosa entronización, tal
como diremos más adelante. Dios entroniza allí donde los hombres
escupimos.
Cada uno de estos modelos nos aporta desde el NT una visión de
la realidad, quizás al estilo de las "transparencias" de los mapas
geográficos usados en las escuelas, donde cada transparencia aporta
un aspecto de la realidad de nuestro país (ríos y montañas,
poblaciones, etc). Cada uno de nuestros cuatro modelos contiene
verdad y se enriquece con la verdad de los otros: y el resultado final
(fruto de la contrastación de unos modelos con otros) siempre será la
pascua del Señor, ya que la transformación liberadora de la realidad
humana, del universo entero, es sin duda la clave de lectura de
cualquier lectura creyente.
2. EL LUGAR DE DIOS: ABAJO
No es simple casualidad que hasta ahora hayamos hablado de
lugares. Y quizás la categoría de "lugar" es más útil en la teología de
la marginación que la de "proceso histórico". La teología moderna,
concretamente la política europea y la de la liberación, introdujo la
categoría de "historia" en la reflexión creyente, con lo que se pasó de
la estructura de pensamiento compacta de la Escolástica (con
conceptos claros y a menudo inamovibles) a un pensamiento
dinámico, una reflexión que va encontrando la verdad en el devenir de
la historia.
La cultura moderna occidental y los movimientos políticos del Tercer
Mundo han tenido muy presente la historicidad de la vida y
pensamiento humanos. En la teología de la marginación encotramos
más dificultad para hablar de historia: tal como hemos señalado en la
primera parte, muchos de los marginados carecen de sentido histórico
(a menudo prefieren no recordar de dónde vienen, no esperan nada
del mañana, sólo confían en poder pasar el día de hoy sin especiales
dificultades). Aunque aquí debemos matizar un punto importante: la
carencia de sentido histórico en los marginados se da especialmente
como colectivo. No tienen conciencia de ser un grupo que avanza en
la historia. Otra cosa es que sí gusten a veces de narrar su vida
concreta, su relato personal, sin que esa narración tenga pretensión
alguna de tomar la categoría de "gran historia colectiva" (al estilo de
las revoluciones modernas o de las luchas sindicales). La falta de
sentido histórico afecta a menudo a los que trabajan con estos
marginados, dado que no perciben grandes progresos en su tarea: no
observan un proceso histórico de transformación visible. En muchas
situaciones, pasan los años y la realidad perdura mísera; a veces
incluso se deteriora progresivamente.
El tiempo no es una dimensión a tener muy en cuenta en el mundo
de la marginación. El espacio, sí, es clave. Y esto salpica a la reflexión
creyente. La pregunta no es "¿cuándo llegará el Señor?", sino
"¿dónde está Dios?". Recordemos que los hombres que sufren una
dictadura se preguntan por el "cuándo" acabará. No es esta la
situación del mundo marginal. Pasamos, por tanto, del paradigma del
proceso (la historia como clave interpretativa de la realidad humana)
al paradigma del lugar. El reto ya no residirá tanto en el futuro a
construir, sino en la existencia de los márgenes de nuestra sociedad.
Muchos voluntarios y trabajadores de la marginación explican una
experiencia común que tienen a menudo: cuando se acercan a los
lugares de inhumanidad, ellos se humanizan paulatinamente, casi sin
percibirlo. Saliendo de sí mismos (de su "centro" social), encuentran
"fuera" la fuente que les humaniza. El lugar de infrahumanidad es la
fuente de humanización. Y este es el reverso de la moneda de otra
experiencia no menos usual de nuestra sociedad: los que suben en
los peldaños interminables de la escalera social, buscando el
prestigio, el poder, la fama, la riqueza, te dicen (cuando se sinceran)
que subiendo se han deshumanizado.
Esto nos muestra que la auténtica realidad humana es exactamente
inversa a la que percibimos a primera vista: lo más humano no se
encuentra arriba, sino abajo. No dentro, sino fuera. Y es en esta
lectura de la sociedad donde podemos entender muy bien la teología
juánica, a la que ya hemos aludido.
Recordemos ahora con algo más de detalle lo ya señalado: todo el
evangelio de Juan se encuentra impregnado por el relato de la pasión
del Señor. Hasta el capítulo 12 se va diciendo que "aún no ha llegado
la hora", y a partir del capítulo 13 (inicio de la pasión) se pasa a decir
con igual reiteración que "ya ha llegado la hora". La hora no es otra
que la de la cruz, el lugar de tortura y muerte al que podemos
aproximarnos con dos tipos de lectura: 1. la visión de los
contemporáneos de Jesús, que ven en él a un fracasado, un iluso, un
ingenuo, un pretencioso; 2. la del evangelista (y la de la comunidad
del evangelista), que ve en Jesús al Hijo de Dios, y en la pasión la
entronización final de Jesús como rey. El evangelista, con gran
profundidad teológica, utiliza el mismo verbo ("hypsoó") para designar
la ejecución en cruz (fue levantado) y la glorificación (fue exaltado).
Aquí la teología penetra la realidad hasta lo más hondo de su sentido
y le da una significación que los ciegos testigos del momento no
supieron percibir.
¿No es esta nuestra situación ante el Calvario de los márgenes
urbanos? ¿No es cierto que vemos el mundo de la marginación con el
primer tipo de lectura (esto es, como el fracaso de muchos infelices
que no han tenido suerte en la vida) y que nos negamos a verlo con
los ojos propios del segundo tipo de aproximación, aquel que nos
muestra que allí está Dios?
Dios está allí: esta es una idea clave en la teología de la
marginación. No utilizamos tanto la idea de "avanzamos", sino la de
"Dios está". Los teólogos de la liberación se han enriquecido
notablemente con la lectura del Éxodo, ya que en él contemplaban la
historia progresiva de un pueblo que avanzaba hacia la liberación
definitiva gracias a la promesa de Dios. En la teología de la
marginación no se niega la posibilidad de esa historia liberadora, pero
se acentúa más la idea de que "Dios está en el interior de la vida",
aun cuando parezca que esta vida se presenta como carente de
historia.
Quizás habrá que recuperar el texto de Emaús (Lc 24,13-35), aquel
en el que dos desanimados discípulos experimentan el sinsentido de
la historia, la fugacidad de la esperanza, la miseria de la realidad. Y
no se dan cuenta de que Dios (el Hijo resucitado) está presente en su
vida de desánimo. Palabra, fracción del pan, comunidad: son los tres
elementos que revelan la lectura oculta y más verdadera de la
realidad vivida. Dios se hace presente en el sinsentido de la
existencia, y se nos muestra en la vida de fraternidad.
O quizás habrá que releer desde la realidad de la marginación los
textos del AT correspondientes al exilio de los judíos en Babilonia (s.
VI a.C.). Allí se sintieron olvidados, vencidos, pero desde allí surgió
una de las formas de fe más bellas y auténticas, reflejada en
documentos como el Deuteroisaías (Is 40-55, donde la figura del
"siervo de Yahvé" cobra un gran relieve), el Tritoisaías (Is 56-66),
Ezequiel o la redacción definitiva del Génesis (en la cual la fuente "P"
introduce una antropología muy desarrollada).
3. LA REALIDAD DE DIOS
D/DEBILIDAD: Sin duda es muy pretencioso querer hablar de la
"realidad de Dios", pero no tanto de la realidad de sí mismo que Dios
nos ha querido desvelar. Y en el mundo de la marginación los
cristianos se sienten a veces introducidos en el ser mismo de Dios: y
en Dios todo resulta desconcertante, alterado.
Desde Dios encontramos bondad en la maldad del mundo. En los
delincuentes más crueles uno encuentra rasgos de profunda ternura
que expresan el drama hondo que vive el sujeto: es tanto más
agresivo cuanto más sensible ha sido a la agresión que sobre él se ha
ejercido.
Encontramos belleza en la fealdad, que es muy distinto a "la belleza
de lo feo". Aquí habrá que recuperar a artistas como Henri de
Toulouse-Lautrec, aquel aristócrata despreciado por los suyos a
causa de su deformidad física. Se refugió en los bares de los
suburbios de París y allí pintó la belleza oculta que latía en la fealdad
de las bailarinas y de los borrachos: pintó la mirada de amor con que
él los miraba, pintó la honda humanidad de aquellas vida
dramáticas(12). ¿No habría que hacer una teología "a lo
Toulouse-Lautrec", viendo el amor oculto desde el amor oculto?
En la realidad de Dios encontramos esperanza en la desesperación.
Y esto no pretende ser un fácil juego de palabras. A muchos
trabajadores del mundo de la marginación les sorprende la esperanza
que algunos transeúntes y mendigos tienen: no es una esperanza en
un futuro mejor, tal como hemos indicado antes, ya que su experiencia
le hace ver que su futuro difícilmente será mejor. Es la esperanza de
saber que podrán vivir con prácticamente nada, de sentirse dignos
por detalles diminutos, de sacar el máximo provecho a lo pequeño.
Con casi nada logran vivir, y viviendo descubren que nada es más
importante que vivir. Por ello no es extraño que cuando un voluntario
se acerca a uno de estos transeúntes tumbados en la calle, éste le
conteste con un brusco "¡déjame en paz!". El voluntario con
experiencia ya sabe qué puede significar esa expresión: "estoy bien,
vivo. No me quites este momento de paz. Ya hablaremos otro día".
En Dios se experimenta la fuerza que brota de la debilidad. Los
marginados revelan la debilidad de Dios (recuérdese el modelo
Belén). Con ello esos marginados se constituyen en misterio y
sacramento de Dios. Lacordaire, cristiano francés del siglo pasado,
miembro del grupo de la revista L'Avenir, se expresaba en estos
términos después de haber afirmado que "el pobre es un misterio",
inalcanzable para la razón:
POBREZA/SACRAMENTO: "El pobre es un sacramento como es un
misterio; es un sacramento intermedio que no exige de nosotros
preparación alguna, sino que nos comunica la gracia y nos dispone
para recibir el fruto de los sacramentos propiamente dichos. Tal es el
grande, el magnífico poder de los pobres. Habitan el vestíbulo del
magnífico palacio de Dios; nadie puede ver al amo sin haber visto sus
domésticos; en vano hace 19 siglos que se les echa de las puertas de
nuestras iglesias: siempre vuelven, ahí están para instruirnos, tienen
en sus manos la llave que abre el santuario. Si alguien pudiese vivir
matemáticamente seguro de su salvación, sería el cristiano caritativo
por quien se eleva cada día la oración del pobre"(13).
El pobre es sacramento visible del Dios invisible. Es vestíbulo del
palacio de Dios. La debilidad del pobre muestra la debilidad de Dios,
que resulta más poderosa que nuestras presuntas fuerzas. La fuerza
de Dios es el amor, y el amor se muestra débil en un mundo basado
en la desunión. Pero el pilar del amor, aun agrietado y sacudido, se
acaba mostrando más resistente que las frágiles y brillantes cañas del
odio humano. En su debilidad, el marginado "tiene la llave que abre el
santuario": porque al santuario de la plena humanidad no se entra por
la ancha (pero engañosa) puerta de la fuerza, sino por la estrecha
(pero verdadera) puerta de la debilidad. La puerta de la debilidad
conduce a la vida, y ahí reside su fuerza.
El marginado, agonizando, aprende a vivir. El opulento, viviendo, no
hace sino morir. Quizás aquí habrá que recordar aquella novela de
Miguel Delibes, El disputado voto del señor Cayo, donde un candidato
a Diputado de las Cortes acaba reconociendo que con todo su
aparato cultural y técnico es mucho más débil que el solitario
campesino que vive ajeno al progreso humano.
Hemos hablado de bondad/maldad, belleza/fealdad,
esperanza/desesperación, fortaleza/debilidad. Podríamos seguir con
este tipo de binomios desconcertantes (sabiduría/ignorancia,
finitud/infinitud, presencia/ausencia, ...), pero queden éstos como
botón de muestra de lo que de Dios nos revela el hombre marginado,
empobrecido, maltratado. Su rostro desfigurado es figura de Dios.
4. ¿UN NUEVO DIOS O EL DIOS DE SIEMPRE?
Todo tiempo histórico habla de Dios, porque Dios habla en toda la
historia. Todo lugar se refiere a Dios, porque Dios habita en todo
lugar. Pero Dios (y sólo poco a poco descubrimos por qué) escoge
algunos tiempos y algunos lugares para mostrar especialmente algo
de sí mismo, o para mostrarse a sí mismo en una dimensión que
humanice aún más a los hombres.
De este modo, si hiciéramos un rápido repaso de los "modelos de
Dios" que ha habido en nuestra historia más reciente nos
encontraríamos con que después del Dios seguro de la "cristiandad",
del Dios inexistente del ateísmo moderno, del Dios inútil de la
posmodernidad, del Dios afirmante de la teología de la liberación,
encontramos en los márgenes sociales de las grandes ciudades al
Dios desconcertante.
¿Es otro? No. Es el mismo, pero se nos muestra distinto porque
distinta es la situación. La experiencia de Dios que tiene el creyente
en el campo de la nueva marginación es la del desconcierto, la
desubicación, la descolocación, la desinstalación, la desorientación. El
creyente queda perdido, aturdido, perplejo. A menudo no sabe a qué
atenerse ni qué pensar. Y en su desconcierto empieza a atisbar quién
es Dios. Es un Dios que parece romper todas las categorías hasta
entonces establecidas. No sin razón un religioso que lleva años
trabajando con delincuentes y drogadictos decía medio en broma: "lo
mejor que se puede hacer es no estudiar teología", porque el Dios
que se muestra en el marginado agrieta todos los grandes sistemas,
cómodos y claros, que uno pudiera haberse trazado acerca de Él.
El Dios desconcertante es el mismo que el "seguro", el "inexistente",
el "inútil" y el "afirmante", del mismo modo que el Dios Padre de Jesús
era el mismo que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Y siendo
seguro, inexistente, inútil y afirmante, es desconcertante. Cada una de
estas aproximaciones a Dios (tanto la negante como la afirmante) nos
van desplegando la realidad de Dios, que se manifestó de manera
total en Jesucristo, pero que sólo paulatinamente va siendo asimilada
por nosotros (en el Espíritu) a lo largo de nuestro recorrido vital: en el
recorrido de la gran historia colectiva y en el recorrido de nuestra
pequeña historia personal.
5. DIOS ES COMUNIDAD DE TRES
Los cristianos que están inmersos en el mundo de la marginación
no suelen hablar del Dios trinitario. No parece que sea un tema que
les inquiete demasiado, pero si ahondamos en su vivencia de Dios y
en algunas de sus formulaciones, sí se puede observar que están
experimentando a ese Dios que es en sí mismo comunidad, y que se
nos ha revelado precisamente gracias a esa posibilidad que tiene de
salir de sí sin dejar de ser Él mismo.
En el mundo de la marginación a veces se dan situaciones que
podrían ser calificadas como "milagrosas". Cuando todo parece invitar
a la insolidaridad encontramos gestos de fraternidad que causan
sorpresa. Cuando nada invita a la esperanza, surgen fuerzas que
hacen posible esa esperanza confiada. No se trata de que
obtengamos algo que no teníamos, ni tampoco se produce ningún
fenómeno fuera de las leyes de la naturaleza. No, simplemente se da
la humanidad en la inhumanidad. Simplemente se produce una
transformación interior del sujeto (ya sea el voluntario, ya sea el
indigente).
Esta es la acción del Espíritu Santo: es aquella que canaliza el
actuar de Dios en nuestras vidas y que nos posibilita expertimentar
una transformación real. De este modo, nuestro "ego" cerrado sobre
sí se va convirtiendo en un sujeto que acoge la llegada del otro: la del
desconocido, la del marginado, la del Señor.
En el Espíritu somos. En Él vemos, entendemos, oímos, recibimos,
nos damos a nosotros mismos. Sin Él no saldríamos del océano de la
desesperación, del sinsentido, del absurdo, de la oscuridad
existencial. El sentido viene de otro que está en mí. Y yo soy
yo-en-Él.
El Espíritu nos revela la presencia en nuestras vidas de Jesús
resucitado. Esta presencia nos sale al encuentro allí donde menos lo
esperábamos: en el llanto del último de nuestra sociedad, porque
Cristo aceptó renunciar a su condición divina para mostrársenos en lo
más pequeño de nuestra humanidad. Pocos textos lo expresan tan
bien como el denominado "Himno de Filipenses":
"(Cristo), siendo de condición divina, / no retuvo ávidamente el ser
igual a Dios, / sino que se despojó de sí mismo / tomando la condición
de siervo, / haciéndose semejante a los hombres / y apareciendo en
su porte como hombre; / y se humilló a sí mismo, / obedeciendo hasta
la muerte / y muerte en cruz.
Por lo cual Dios le exaltó / y le otorgó el Nombre / que está sobre
todo nombre. / Para que al nombre de Jesús / toda rodilla se doble /
en los cielos, en la tierra y en los abismos, / y toda lengua confiese /
que Cristo Jesús es Señor / para gloria de Dios Padre". (Fil 2,6-11)
Esta es una de las experiencias cruciales del cristiano que se
mueve en los márgenes de la sociedad: en el encuentro con el
indigente, con la prostituta, con el extranjero, uno va descubriendo
que ese rostro maltratado transparenta el rostro de Cristo. El modelo
Belén nos mostraba que Dios ha querido hacerse pequeño,
impotente, irrelevante, y lo ha hecho a través de su Hijo, en la
persona del maltratado. El Hijo se abajó hasta lo más inferior de la
condición humana, para que todas las esferas de nuestro ser
hombres quedaran redimidas, re-encaminadas hacia el Padre. Por
eso cuando nos aproximamos a lo más bajo de nuestra humanidad,
en lugar de descubrir la ausencia de Dios, experimentamos que allí
Dios nos sale al encuentro.
Cristo experimenta la "kenosis", el anodadamiento total. A partir de
ese descenso hasta el infierno humano (ese infierno que hemos
fabricado los hombres con nuestro egoísmo, nuestro orgullo, nuestra
insolidaridad), Cristo desarrolla una total acogida de la voz del Padre
y muestra cómo la obediencia es la máxima expresión de la libertad
humana: no la obediencia acrítica, deshumanizante, de nuestras
eficaces estructuras de partido, ejército, empresa, etc, sino la
obediencia filial al Padre. El Padre es la fuente de vida: quien se
acerca a Él, vive. Es la fuente de libertad: quien se acerca a Él, se
libera. Es la fuente de humanidad: quien bebe de Él, se humaniza.
La experiencia que el cristiano tiene del Hijo, de Cristo, resulta
central en el mundo de la marginación. Cristo mismo está presente en
el transeúnte, en el niño triste. Nos llama a que nos acerquemos a Él
(al transeúnte, al niño) para que sacándole de su postración nosotros
salgamos de la nuestra, la de nuestra moderna sociedad occidental.
Espíritu e Hijo nos remiten al Padre. Ni el Espíritu nos deja donde
estábamos, ni el Hijo nos mantiene estáticos en el encuentro con Él.
Uno y otro se nos muestran como transparencia del Padre. Uno y otro
nos conducen al Padre, de tal modo que cuanto más nos acercamos a
ellos, más nos damos cuenta de que nos llevan a otro.
Del Padre venimos, y el Padre es quien nos espera al final de
nuestra historia y en lo más hondo de nuestro ser. Sólo desde Él
entendemos que el mundo está al revés. Que no hay nada más
grande que ser servidor, ni nada más bajo que subir a costa de otros.
Desde él entendemos que sólo somos cuando nos damos a los
demás, y que nos comemos el ser (incluso hasta la destrucción total)
cuando procuramos llenarlo de autosuficiencia. Ser es salir. Ser es
acoger. Ser es compartir. Eso se da plenamente en Dios. Y eso se
puede percibir desde Él(14).
Los cristianos que salen al encuentro del marginado deben
procurar no ser paternalistas (es decir, no ir con soluciones para todo
en el bolsillo), pero sí deben procurar ser paternales y, más aún,
maternales. La paternidad significa aquí que el drama del indigente lo
asume uno como si fuera el de su propio hijo. Uno ata su propio
destino, casi su vida entera, al de los marginados. La maternidad
significa que el encuentro con el indigente no será de "fría eficacia"
(objetivos, planes, evaluaciones, correcciones, prospectivas,
estadísticas, ...), sino que tendrá el calor del seno materno, la calidad
de la amistad sincera. Y esos cristianos, actuando paternalmente y
maternalmente, transparentarán a Dios Padre (¡y Madre!) en nuestra
sociedad(15). Nosotros somos la imagen de Dios. Nuestro amor es el
amor mismo de Dios Padre que ama con una profundidad tal que
penetra todas las esferas de nuestro ser. Nuestro amor viene de Él y
a Él conduce.
6. UNA TEOLOGÍA DE SÍNTESIS
A medida que nos introducimos en lo que puede ser la Teología de
la Marginación (aún naciente, no lo olvidemos) vamos percibiendo que
esa teología aporta pocas ideas nuevas. Muchas de las ideas que
presenta ya han sido formuladas con anterioridad en la vida de la
Iglesia. La teología de la marginación se limita a afirmar que esas
ideas aquí son verdad. Y esta es una experiencia semejante a la que
han tenido los teólogos de la liberación en estos últimos treinta años,
y semejante a la que nos narra el pasaje evangélico de Emaús: no se
nos da nada nuevo, sino que se nos desvela la verdad de lo que ya
teníamos. Esa es la acción del Espíritu Santo, más o menos parecida
a la del artista: no crea pintura, sino que ordena la pintura (que ya
existía) en un lienzo (que ya existía)(16).
Ya hemos señalado la importancia de la Teología Política y la
Teología de la Liberación como precedentes de un nuevo modo de
hacer teología. Pero en la reflexión teológica que brota de la realidad
de la marginación nos encontramos con que diferentes tipos de
teología encuentran aquí un lugar fecundo. Así, reflexiones teológicas
de tipo político europeo (la pascua pasa por la transformación de las
estructuras políticas), de estilo oriental (la transformación del sujeto
en su viaje hacia el interior de sí), de estilo latinoamericano (Cristo
muere y resucita en este pueblo que lucha por la liberación), e incluso
la experiencia mística (la transfiguración del rostro del indigente en
rostro de Dios), encuentran sitio en el mundo de la marginación si
están hechas con autenticidad.
Este carácter de síntesis de la reflexión creyente desde la
marginación lo hallamos también en las diversas lecturas posibles de
la realidad humana y en los diversos estilos de acción política
transformadora. Vayamos por partes: diferentes tipos de lectura de la
realidad (psicología, sociología, política, economía, historia,
espiritualidad, ...) pueden desempeñar un importante papel de
interpretación e intelección de los márgenes de nuestra sociedad.
Esta convergencia de esfuerzos posibilita una interesante
complementariedad que acaba en fecundidad: unas disciplinas
fecundan a las otras.
Algo semejante ocurre con la acción política transformadora: en el
mundo de la marginación el alto político necesita del pequeño
voluntario, y éste de aquél; la señora piadosa y el joven intrépido
caminan juntos, el macroanálisis necesita de la anécdota, y ésta cobra
sentido con el gran análisis; aquí la paciente Teresa de Calcuta y el
guerrero sindicalista se dan la mano. Parece que la heterogeneidad
de los marginados se haya proyectado en la heterogeneidad de los
agentes sociales.
En este sentido, la reflexión teológica que brota de la marginación
puede suponer un enriquecimiento con respecto a las modernas
teologías políticas: éstas, en su esfuerzo por hacer que los hombres
llegasen a la fraternidad humana, se veían a menudo obligadas a
aceptar como inevitable el enfrentamiento entre clases sociales
(provocado por el orden injusto vigente, quede claro), mientras que la
novísima teología de la marginación promueve una causa política que
sólo es realizable si se da una convergencia de esfuerzos de todos los
estamentos sociales.
Dos elementos nos continuaremos encontrando en el camino: la
necesidad de cambiar el sistema y la conflictividad. Sin duda, si no se
realizan transformaciones estructurales (ir gestando un sistema que
progresivamente vaya generando menos marginación) las mejoras en
el terreno de la marginación no pasarán de ser parches temporales.
Y, desgraciadamente, el conflicto llegará: no tiene porqué llegar
necesariamente, pero suele surgir cuando alguien se propone criticar
seriamente las injusticias del sistema vigente y empieza a gestar
mecanismos de transformación. El conflicto puede llegar desde la
sociedad o desde el interior de la Iglesia misma. Hay que estar
preparados para ello y hay que procurar que no ocurra si no es
necesario.
Ya hemos dicho que lecturas distintas de la realidad pueden cobrar
veracidad en los márgenes de la sociedad. Allí, en cierto sentido, todo
puede ser válido y todo puede ser insuficiente. El rostro del
marginado es como un mapa del mundo contemporáneo: en él está
todo. Como si de un microfilm se tratara, el rostro del marginado lleva
grabadas todas las contradicciones de nuestro mundo moderno. Y al
mismo tiempo ese rostro es un abismo en el que se hunden los más
vastos proyectos de futuro: palabras altisonantes, promesas
electorales, grandes interpretaciones del mundo, tecnologías punta
que aseguran confort y velocidad... todo se va colando a través de
ese rostro gastado, como el agua abundante del estanque
desaparece implacablemente por el estrecho agujero del fondo. Pero
paradójicamente es también en la marginación donde diversos estilos
y carismas pueden encontrar su lugar de mayor fecundidad: y a esta
fecundidad se llega precisamente en la medida en que la diversidad
se haga complementariedad, lo cual está en el polo opuesto de las
batallas por la supremacía pública que hoy tienen tantos grupos
sociales. Con la publicidad y la imagen no se logrará nada. Con el
humilde esfuerzo conjuntado se podrá producir el milagro.
En el terreno de la reflexión teológica acerca de la marginación
(nuestra escucha de Dios en el drama de tantos indigentes de las
ciudades) el pensamiento diálectico tan propio de la modernidad
aparece transformado, ya que aquí la dialéctica no reside en el
enfrentamiento sistemático de tesis y antítesis, sino en un esfuerzo
integrador desde la diferencia, de tal modo que descubrimos que la
síntesis no surge sólo de la enemistad (vgr. la lucha de clases
descrita por Marx), sino también del amor, especialmente del "amor a
los enemigos". Con ello no pierden relieve las aportaciones de Hegel y
Marx sobre el desarrollo dialéctico de nuestra historia, pero nos
encontramos ante un nuevo modo de dialéctica: la del amor a los
contrarios. Y la síntesis que poco a poco va surgiendo de esta
sucesión de conciliaciones (y no de enfrentamientos), va llevando a la
humanidad hacia el vértice de la historia en donde todos nos
encontraremos unidos, amándonos a partir de nuestra pluralidad.
El método de lectura creyente de la realidad ya no será el de leer la
Biblia y ver cuán lejos está el mundo del mensaje bíblico (método de
enfrentamiento dialéctico), sino leerla y captar a la luz de ella que el
Señor no está lejos de nuestra realidad, sino precisamente en el
interior de ella, mostrando que el mundo sólo es lo es
verdaderamente en el Señor, que la humanidad sólo es humana en la
medida en que se apoya en Dios.
La idea de interioridad (Dios está en la realidad) sucede a la idea
de interpelación (la realidad está enfrentada a Dios). Y así como la
interpelación no tiende finalmente al enfrentamiento, sino a la
transformación unificadora, así tampoco la interioridad tiende al
estancamiento, sino a un avance compartido.
La variedad de reflexiones teológicas en el mundo de la
marginación no lleva a una simple convivencia de ellas (una al lado de
la otra), sino a una autotransformación de todas ellas en su proceso
de autoexpresión. Ninguna queda como antes: unas ganan con las
otras, unas se pierden en las otras. Y de ese movimiento de
intercambio constante va surgiendo una tendencia unitiva y
transformadora hacia un centro hermenéutico que sólo será del todo
desvelado al final del recorrido. Sabemos desde la fe que ese centro
es el Señor. Pero no logramos captar totalmente de qué forma lo es.
7. HOY MÁS QUE NUNCA, LA ESPIRITUALIDAD
El tiempo de la lucha obrera, tal como hemos señalado antes, fue
para muchos cristianos un tiempo de "doble militancia": fidelidad al
partido y a la Iglesia, al sindicato y a la orden religiosa. A menudo se
experimentó una incompatibilidad entre ambas fidelidades, lo que dio
como resultado la secularización de curas y religiosos, y la integración
en el sistema (por cansancio) de no pocos revolucionarios.
Pero también ha habido muchos que han sabido ser fieles a su
"doble" responsabilidad con la Iglesia y con la causa política. Estas
personas nos han proporcionado una pauta para ser cristianos en un
medio político conflictivo. Nosotros recibimos esa pauta en una
situación algo distinta: lo que para ellos fue un combate (la doble
militancia), en el campo de la marginación surge de forma más
natural: laicos, curas y religiosos de todas las "marcas" se encuentran
en la marginación siendo fieles a su propia tradición (familia
franciscana, ignaciana, Foucauld, tradición mariana, contemplativos,
hermanas de Teresa de Calcuta, parroquias, comunidades populares,
...). No encuentran doble militancia (dualidad, interpelación,
dialéctica), sino que descubren que el desarrollo natural de su propia
espiritualidad va a dar al marginado. Y va a dar a él no para dejarle
como estaba, sino precisamente para posibilitar que pase de ser
infrapersona a ser persona, y para provocar que el sistema social
pase de inhumano a humano.
No obstante, la superación histórica de los conflictos duales no nos
ha llevado a una especie de llanura sin relieve alguno, sino a una
compleja pluralidad de ofertas sociales y culturales, en la que el
discernimiento y la fidelidad a los propios orígenes es hoy más
importante que nunca. En el acercamiento a los marginados uno se
encuentra con el mosaico caótico de nuestra sociedad. Sólo resulta
posible adentrarse en el misterio de esa realidad social tan compleja
en la medida en que uno se adentre en el misterio de Dios que habita
dentro de él.
Es necesaria una mirada nueva para captar el sentido de la
realidad que se presenta a los ojos. Y esa mirada nueva se modela en
el silencio de la oración, en el contraste comunitario, en la escucha
eclesial, en el recuerdo de los orígenes, en la enseñanza de la
historia. De todo ello va brotando el Espíritu que posibilita el
adentramiento en la sencillez que late en el fondo de la complejidad
social. La teología de la marginación debe ser espiritual si quiere ser
verdadera teología (cosa que ya había dicho desde un principio
Gustavo Gutiérrez sobre la Teología de la Liberación). Eso supone
que el creyente está llamado a experimentar la presencia del Espíritu
en su vida y a entender que la apertura a ese Espíritu posibilita el
despliegue de su persona y en concreto de su reflexión. Vivimos
bebiendo de ese Espíritu.
La acción del Espíritu se ha desplegado de modos particulares en
las diferentes tradiciones eclesiales. La teología debe enraizarse en
esas tradiciones. Precisamente el diálogo constante con esas
limitaciones eclesiales permitirá que se despliegue en la Iglesia la
infinitud del Espíritu de Dios. Seamos fieles a nuestros carismas, no
como oposición a otros, sino como servicio a la colectividad. Nada
habrá mejor que ese múltiple diálogo teológico con nuestros orígenes.
Nada habrá más estéril que el olvido de la pluralidad.
8. LA RECUPERACIÓN DE MARÍA
Muchos de los cristianos que trabajan en el campo de la
marginación tienen a María como figura inspiradora de su seguimiento
de Jesús. Y este es un dato que no debe ser arrinconado. María,
madre de Jesús, Madre de Dios, tuvo un importante protagonismo en
muchas formas de espiritualidad tradicional. Sin duda, en estas última
décadas María ha perdido relieve en el universo cristiano. Algunos
atribuyen al acercamiento a las Iglesia luteranas esa pérdida de papel
explícito de María, pero más probablemente podemos decir que el
tipo-María tiene poco espacio en nuestro mundo moderno occidental.
Si María es virgen, madre, sencilla y silenciosa, salta a la vista que en
nuestra sociedad la virginidad (con todo el significado antropológico
que este término conlleva), la maternidad, la sencillez y el anonimato
son valores más bien en franco desprestigio... y quizás precisamente
por eso son hoy más importantes que nunca.
María no es centro de nuestra fe. Eso es sabido. Nuestro centro es
Dios Padre, revelado en Jesús muerto y resucitado, al cual podemos
acceder por el Espíritu que está presente en la Iglesia. Pero María
está de algún modo tocando el centro. ¿Se puede entender la Iglesia
sin ella? ¿Se puede concebir la encarnación del Hijo de Dios sin ella?
¿Podemos acceder al Espíritu Santo sin que María sea una referencia
básica? ¿Podemos ser seguidores de Jesús, sin que su madre esté
(de un modo u otro) omnipresente?
La presencia de María en nuestras vidas no depende de nuestro
grado de conciencia, del mismo modo que Dios no deja de existir por
el hecho de que no creamos en Él. Pero sí es tarea nuestra captar
(teórica y prácticamente) cuál es la función de la Madre de Dios en
nuestra vida creyente. Y resulta que en el mundo de la marginación la
figura de María parece cobrar relieve. El estilo de María (y
probablemente su papel teologal) encuentra un sitio natural en la
dramática y callada situación de los marginados.
En la pequeñez de María habitó el misterio de Dios. El Hijo no se
encarnó en el núcleo del espectro social (grandes familias, grandes
ciudades, una mujer socialmente famosa), sino en los márgenes de la
sociedad, o al menos muy cerca de esos márgenes. Recordemos aquí
el "no había lugar para ellos" del modelo Belén que más arriba hemos
mostrado. El acontecimiento nuclear de la historia de la humanidad (la
encarnación-humanización de la divinidad, tendente a la
transformación pascual de esa humanidad) aconteció en el seno de
una muchacha de Nazaret. Aquello no fue casualidad. Aquello fue
voluntad de esa divinidad que se encarnaba. Sin duda, el mundo de
los marginados, así como el tipo de cristianos que trabajan en ese
mundo, entronca con el tipo-María. En ellos hoy habita el misterio,
como ayer en el seno de María.
María se caracterizó históricamente por su presencia silenciosa,
acompañante y efectiva. Estuvo en Belén. Estuvo en Nazaret. Estuvo,
más apartada, en la actividad pública de Jesús en Galilea. Y sobre
todo estuvo presente en la cruz, en la pascua, en pentecostés: en
Jerusalén. María muestra la eficacia de la sola presencia, la
importancia del silencio acompañante. Muchos de los voluntarios y
trabajadores sociales que a diario están presentes en los lugares de
marginación nos recuerdan a María: y nos la recuerdan en la medida
en que, como ella, son silenciosos, presentes, constantes, eficaces,
sencillos, anónimos. En cierto modo, podemos decir que ellos son
María. Su acompañamiento del misterio de dolor de tantos centenares
de marginados es el despliegue histórico de ese acompañamiento de
María a su hijo Jesús (desde Belén hasta el Calvario) y a los
seguidores de su hijo (desde Galilea hasta Pentecostés).
María fue fiel y creyente. Desde su "fiat" ("hágase en mí según tu
palabra", Lc 1,38) hasta su forma de encajar lo ininteligible
("guardaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón", Lc 2,51),
María encarnó nítidamente el papel del creyente, de la persona que
acoge la Palabra revelada. María confió y creyó. Y el que confía
siempre se encuentra en situación de inseguridad objetiva, y el que
cree lo hace precisamente porque no ve. Se fía y cree aquel que, a
pesar del sinsentido de la situación que ve, pone su apoyo (su
sentido) en el Señor, a quien no ve. Cree el que no ve. Confía el que
vive rodeado de desconfianza. Esta es la situación de muchos
cristianos inmersos en la marginación: sólo hallan motivos para el
desaliento, la desesperación, la huida. Y desde ese estado, como
María, creen.
María es la Iglesia. No en vano los Hechos de los Apóstoles sitúan a
María en el momento eclesial nuclear de Pentecostés. Si el Espíritu
actuó en María para la encarnación de la Palabra, también actuó por
medio de María para que toda la humanidad quedara impregnada de
esa Palabra salvífica. Dios no escogió a María para un período que
finalmente se acaba: Dios la escogió, y desde entonces no la ha
dejado. El misterio de Dios, desde aquel día de la anunciación, ha
quedado impregnado de María. Y ha sido así porque Dios ha
querido.
Los hombres que intentan humanizar la realidad de la marginación
en nuestras grandes ciudades están desplegando el misterio de Dios
en nuestras vidas, y lo están haciendo "al modo de María", ya que su
actuación es expresión plástica (y realización sacramental) de la
actuación de la Virgen en la vida de Jesús y en la vida de los
seguidores de su Hijo. Desde la marginación, y sin que sea ningún
imperativo a modo de consigna colectiva, María parece ir recuperando
su posición natural (cercana a Dios, y por ello silenciosa) en la vida de
la Iglesia, en la conciencia refleja del pueblo de Dios. Y no se trata de
una presencia que no comunique nada, sino de aquella que le hace
exclamar en voz bien alta: "Mi alma magnifica al Señor...!" (Lc 1,46).
9. LA IGLESIA, LEJOS DE SU MISIÓN
Los cristianos que están conviviendo con centenares de personas
que habitan en las zonas marginales de nuestras ciudades son Iglesia
y, trabajando, hacen Iglesia (la construyen, la despliegan, la
transforman). Aunque ellos puedan tener tantos defectos e
incoherencias como el que más, no cabe duda de que viéndoles uno
piensa que "hay cristianos que viven evangélicamente": ¿podemos
decir por ello que "la Iglesia vive evangélicamente"? Quizás esta
última afirmación resulta más difícil de pronunciar, ya que la Iglesia
está formada en todo el mundo por muchos millones de personas. En
algunos lugares es minoritaria y débil, pero en otros muchos casos,
detrás de esa multitud de personas hay poder, riqueza, influencia,
posiciones sociales relevantes. No se puede decir fácilmente que la
Iglesia, como colectivo (especialmente en sus aspectos
institucionales), esté viviendo hoy con el estilo de aquel a quien
representa, el Señor Jesús.
Y esto lo dicen muchos de los cristianos que trabajan con
marginados: a menudo se sienten desatendidos, olvidados, poco
apoyados. Reciben el apoyo de las palabras, pero tarda más en llegar
el apoyo de la confianza, de la ausencia de sospechas, de los medios,
del dinero, de las personas que se ofrezcan a trabajar. Se quejan de
que los hombres influyentes de la Iglesia están a menudo más
preocupados por otros temas que por el drama de los marginados de
la sociedad. Y ven cómo en otros campos se invierten abundantes
cantidades de dinero, mientras que en el trabajo de los márgenes de
la sociedad las aportaciones económicas y personales suelen ser
escasas. Aunque al lado de esto hay que decir que las aportaciones
de dinero y de esfuerzos que llegan suelen provenir mayoritariamente
de cristianos. De este modo, si nos comparamos con la sociedad (que
en estos años no se caracteriza precisamente por su generosidad ni
por su espíritu solidario) más bien salimos bien parados, ¿pero y si
nos comparamos con el Evangelio?
Quizás convenga preguntarse qué es ser cristiano, cuál es el papel
de la Iglesia en la sociedad. Cuando a Jesús, en nombre de Juan, se
le preguntó si verdaderamente era él aquel a quien esperaban,
contestó: "Id y contad a Juan lo que habéis visto: los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los
muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva" (Lc
7,22). Ser cristiano no es más que desplegar en la historia de la
humanidad esa vida de Jesús (vista a la luz de la pascua) que fue de
Belén al Calvario, ese modo de vida que hacía que los cojos andasen,
que los ciegos viesen y que los sordos oyesen. Y el papel de la Iglesia
en la sociedad es el de ser semilla de transformación. La Iglesia está
llamada a actuar de tal modo que, desde su pequeñez, fecunde a la
sociedad y la haga avanzar pascualmente (esto es, en proceso de
transformación) hacia el Reino de Dios. La vida de la Iglesia es
expresión profética (más aún, es sacramento) de ese Reino que aún
no ha llegado (en plenitud), pero que sí ha empezado (a
desplegarse).
No cabe duda de que la magnitud y la inercia histórica de nuestra
Iglesia hacen difícil que toda ella se embarque de modo colectivo en
un trabajo organizado a favor de los desfavorecidos de la sociedad,
aunque eso significara para ella ser más evangélica. Pero sí es
pensable que, entre la gran esfera de "toda la Iglesia" y el discreto
nivel de "sólo algunos cristianos", haya unas "acciones generalizadas"
(de tipo intermedio) que supongan importantes misiones de buena
parte de los cristianos en este tipo de trabajo y una adhesión clara del
conjunto de la Iglesia a esa acción apostólica (subrayamos estos dos
elementos: 1. colaboración directa de bastantes cristianos; 2.
adhesión de prácticamente todos). Muchos son los cristianos en el
mundo de la marginación que se quejan de la ausencia de esas
"acciones generalizadas" de la Iglesia en favor de los des-favorecidos
de nuestra sociedad. Y aún les sabe peor que determinadas palabras
solidarias se digan "no porque interesan los pobres" (Jn 12,6), sino
porque sirven como arma política en determinadas circunstancias.
Esto, sí, es grave.
La Iglesia tiene dos grandes dimensiones: la del servicio y la de la
expresión. Acción y liturgia. Transformación y celebración. Una Iglesia
que no sirva (que no actúe, que no transforme) será una Iglesia que
no se dé cuenta de que a la resurrección no se llega sin más, de
golpe, sino como fruto de un proceso de entrega servicial al mundo,
proceso que es bendecido por Dios Padre. Una Iglesia que no se
exprese (que no celebre, que no ore, que no cante) es una Iglesia
que no entiende que lo que persigue ya ha empezado en nuestro
Señor Jesús.
Así, a la luz de los marginados, la Iglesia de nuestra sociedad
opulenta y moderna está llamada a revisar sus dos grandes
dimensiones. ¿Cómo sirve y cómo celebra? ¿Cómo transforma y
cómo reza? ¿Está siendo verdaderamente transparencia de Dios en
nuestro mundo? ¿Se puede decir que la suya es una vida
verdaderamente teologal (bañada de Dios, comunicante de Dios,
reveladora de Dios, receptora de Dios)? ¿O resulta quizás que, en
lugar de transformar, frena, y en lugar de celebrar, ritualiza? Muchos
cristianos, desde los márgenes de la sociedad, dan una voz de alerta
a toda nuestra Iglesia. Sin sentirse modelos de nada, pero desde su
trabajo honesto en la cuneta de la sociedad, dicen que los
marginados no encuentran sitio en nuestra Iglesia(17) (aunque sí se
sientan acogidos por determinados cristianos), mientras que esa
Iglesia cada día se asienta más confortablemente en la misma
sociedad que les margina. ¿Dónde está poniendo la Iglesia sus
fundamentos? ¿A quién se dirige? ¿Qué anuncia? ¿En qué se nota
su presencia en el mundo? No podemos eludir este tipo de
interrogantes si no queremos eludir la presencia del Señor en
nuestras vidas.
Volvamos a las dos dimensiones mencionadas. En lo que a la
acción se refiere, la Iglesia probablemente no está llamada a
solucionar eficazmente el problema de los miles de personas que
viven en condiciones infrahumanas, sino a trabajar por ellos de tal
manera que su modelo fecunde a la sociedad y permita (y provoque)
que ésta sí solucione con eficacia histórica ese panorama tan
dramático. La Iglesia puede señalar un camino de humanización, pero
sólo lo señalará en la medida en que lo recorra. En cuanto a la
celebración se refiere, la Iglesia deberá revisar su liturgia, su
predicación, su expresión teológica: en definitiva, su lenguaje. Ella
está llamada a encontrar un lenguaje tal que comunique a los
desfavorecidos de nuestro mundo que la presencia de la Iglesia en el
mundo es para ellos como el Año de Gracia del Antiguo Testamento
(aquel en el que se perdonaban las deudas, se liberaba a los presos
y regía la liberación para el esclavizado). Y hasta el momento, los
pobres no se han enterado de la llegada del Año de Gracia.
En esta búsqueda de un nuevo lenguaje parece que el relato, la
narración, deberá cobrar un nuevo impulso. La teología escolástica,
en su forma de expresión, se basó en la sistematización conceptual,
aprovechándose principalmente de dos grandes construcciones
filosóficas: el aristotelismo y el neoplatonismo. La teología moderna ha
introducido nuevas formas de expresión(18), y entre ellas destacamos
aquella que se ha aprovechado de los grandes análisis de la
sociedad, como pueden ser el análisis marxista o el de la Escuela de
Frankfurt(19). Así, primó la filosofía en la teología clásica y ha
primado la ciencia social en la teología moderna.
En el mundo de la marginación, la filosofía y la ciencia social
pueden resultar de cierta utilidad, pero sin duda quedan cortos. Prima
el relato. Los marginados narran sus vidas, y sólo entienden
narraciones(20). Sólo narrando se puede dialogar con ellos, se les
puede comunicar que en Jesucristo están llamados a una vida digna,
humana. Son bienaventurados a los ojos de Dios, que son los que
contienen la única mirada verdaderamente lúcida.
En esa narración, la filosofía y la ciencia social pueden desempeñar
un papel de marco hermenéutico, de matriz de comprensión global.
Pero lo que el hombre del margen percibe es el relato. ¿Cómo
introducir esa nueva forma de expresión en la predicación, en las
diferentes formas de pastoral, en la liturgia, en nuestra salida a los
márgenes de la sociedad? Es una tarea a realizar.
10. EVITAR INGENUIDADES
La ingenuidad es uno de los peligros más relevantes que se
presentan en la reflexión acerca de la marginación. Muchos
voluntarios y trabajadores sociales lo señalan cuando ven que
determinadas personas se animan a opinar sobre estos temas con
demasiada facilidad. También perciben el peligro de ingenuidad en la
actitud que algunas personas adoptan al acercarse temporalmente a
los marginados. ¿Qué están buscando verdaderamente en ese
acercamiento? Señalemos algunas de las formas de ingenuidad más
habituales.
1. No se puede sacar a los marginados sin más de su estado de
postración. No podemos ir a ellos con nuestra eficacia habitual y
mostrarles cuáles son los pasos que "deben" seguir para dejar de ser
marginados. Ellos, en la práctica, no nos harán caso. Acercarnos a
ellos supone adentrarse en otra escala de categorías, en otro
esquema de valores, en otra visión de la vida. Algo así como si
retrocediéramos varios siglos en la historia o como si entráramos en
un nuevo continente hasta hoy desconocido.
2. Tampoco podemos conformarnos con que no salgan de su
estado (y esto conviene repetirlo por activa y por pasiva). A veces
ocurre que determinados voluntarios se emborrachan tanto de una
especie de "mística del marginado auténtico" que no hacen más que
estar con él sin ayudarle verdaremente a ser persona. El cristiano (y
todo hombre de buena voluntad) debe acercarse al postrado para
ayudarle a salir de su postración, aunque haciéndolo desde él y
respetando su cosmovisión. Más aún: aprendiendo de él. No hay
transformación (por muy eficaz que se presente) sin acompañamiento
paciente, como no hay acompañamiento (por muy cariñoso que
parezca) sin algún tipo de transformación.
3. No nos engañemos: no es posible que después de haber
ayudado a los marginados a salir de su marginación, el sistema quede
tal como estaba. Los marginados se han visto apartados por un tipo
de sistema social que es generador de marginación. ¿De qué sirve
que "liberemos" a unos cuantos centenares de personas si el sistema
sigue generando "esclavitud" y esas mismas personas se integrarán
de tal forma en el sistema que ellas mismas pasarán de ser "esclavas"
a ser "esclavizantes"? Hay que trabajar también el sistema (lo cual es
mucho más complejo que actuar sobre un grupo concreto de
personas). Como decía un sociólogo, "hay que invertir en el sistema
para que deje de ser generador de marginación"(21). El sistema debe
cambiar: para ello habrá que invertir en él de tal modo que se vaya
corrigiendo su tendencia intrínseca a generar fracasados sociales.
4. Muchos son los voluntarios que se conforman de momento con
que la sociedad reconozca explícitamente el problema de la
marginación. Están seguros de que el solo reconocimiento del
problema ya es un inicio de solución. Porque una de las típicas
ingenuidades es precisamente esta: creer que la realidad de la
marginación no llega a problema, creer que los marginados son unos
cuantos desafortunados que tarde o temprano se subirán al carro del
progreso. Y esta ingenuidad (que en algunos casos pasa de ser
ingenuidad a ser conciencia culpable) se está extendiendo en algunos
ayuntamientos de grandes ciudades españolas, tal como decíamos al
iniciar la primera parte del trabajo(22): se está dando la consigna de
no abordar más el tema de los marginados, sino de mejorar el
urbanismo y de ofrecer abundantes actividades culturales. Los
marginados (afirman los responsables de esos ayuntamientos) se
sumarán al sistema o simplemente desaparecerán por sí solos.
5. Los cristianos no deberían acercarse a los marginados para
tener una experiencia espiritual. Eso es algo que irrita a muchos de
los voluntarios que llevan años trabajando en el mundo de los
marginados. El acercamiento del cristiano a los marginados debe ser
iluminado por la intención de estar (al lado de la situación de
postración) y de acompañar (en el proceso de salida de esa
postración). Y probablemente esa tarea conllevará una importante
experiencia espiritual, ya que el encuentro con el débil es encuentro
con el Señor, pero esta experiencia no es el objeto que se deba
buscar en la salida a los márgenes, sino el regalo que uno puede
recibir (o no) al llegar allí.
6. Desde la teología no se aportan soluciones políticas. A menudo
se exige a la reflexión teológica que presente soluciones concretas al
problema de la marginación. Pero es que ni las soluciones concretas
ni tan sólo la pregunta por si hay solución son materia de la teología,
sino de la política o de la reflexión social. El objeto de estudio de la
teología es Dios: ese Dios que está presente en la realidad y que nos
llama a que nos adentremos en ella para transformarla, para
re-divinizarla. Y sin duda ese adentramiento supondrá análisis serios,
programas competentes, evaluaciones rigurosas. Retomaremos esta
cuestión, aunque sea brevemente, en el segundo punto del siguiente
apartado.
IV. CONSIDERACIONES FINALES
1. EL EJE DE ESTA TEOLOGÍA
Es posible que a lo largo de estas páginas hayamos abierto más
interrogantes que respuestas hayamos aportado. Y quizás eso sea
más provechoso, entre otras cosas porque la reflexión es
verdaderamente rica cuando fluye con agilidad de una persona a otra,
de un modo de aproximación a otro. Si hemos hecho pensar, ya será
un gran logro.
Pero en concreto quisiéramos remarcar tres cuestiones que no
deben ser arrinconadas cuando intentemos reflexionar teológicamente
desde la realidad de la marginación: una se refiere a Dios, otra al
hombre, otra a la Iglesia.
a) Dios es el sujeto
En cualquier forma de teología desde la marginación debemos
tener claro que Dios es el sujeto. Él es quien actúa en nuestras vidas,
quien transforma la realidad, quien ilumina una reflexión honesta. Él
es quien nos hace pensar, actuar, sentir, recordar, esperar. De este
modo, la reflexión teológica desde la marginación no es más que la
actividad honesta del sujeto creyente por abrirse al sujeto por
antonomasia, que es Dios: aproximándonos a Él, entendemos como
Él, vemos como Él, actuamos como Él, amamos como Él. Y, contra lo
que puede temer el hombre moderno, aproximándonos a Él somos
más libres, más autónomos.
Por ello resulta estéril en nuestra reflexión teológica considerar a
Dios como alguien externo a nosotros. Él es interior a nosotros y
desde dentro nos empuja a que salgamos afuera, porque es fuera
donde le reconoceremos. Pero no olvidemos que Él se funde con
nosotros en ese proceso de servicio al exterior. Y la mística, la
verdadera, es esa experiencia honda de la presencia de Dios en
nuestro interior: una presencia que nos arrebata y que nos llena de
una felicidad inexpresable, y que nos hace pasar también por la
oscuridad inesperada de una noche profunda.
b) Algo acerca del hombre
Siempre que se nos introduce en la esfera de Dios descubrimos
que se nos está comunicando algo acerca del hombre. Como botón
de muestra tenemos los textos bíblicos: prácticamente todo cuanto se
nos dice sobre Dios es en relación al hombre, porque Dios,
hablándonos, se ha dicho a sí mismo. Sólo ha querido decirse a sí
mismo al hablarnos, al hablar de nosotros.
De este modo, en su aproximación al Señor, la Teología de la
Marginación descubre luz acerca de la condición humana. Lo primero
que parece indicarnos es que la forma de progreso que hemos
seguido en Occidente es insatisfactoria: al lado de grandes logros
(especialmente cuantitativos) se han generado (no por casualidad,
sino por estricta causalidad) enormes bolsas de marginación. Hemos
corrido tanto que los cojos, ciegos e inválidos han quedado
aplastados en nuestra loca carrera: sin duda es un éxito que los
hombres podamos llegar a correr a tan alta velocidad, pero es un
fracaso que sólo lo hayamos hecho a costa de pisotear a los débiles.
Y este punto es importante: porque no sólo se trata de que en nuestra
loca carrera hayamos pisado a cojos e inválidos, sino que la misma
carrera (el progreso) ha generado esas formas de infrahumanidad en
las cuales muchas personas han acabado siendo salvajemente
maltratadas.
La Teología desde la Marginación indica que hay tal unidad en la
sociedad que los males de unos repercuten en los otros. Más aún: en
nuestro caso (el de la marginación) el mal de unos es expresión de la
enfermedad colectiva que todos tenemos y que, a la larga, sufriremos
de un modo u otro. Así, los que consiguen seguir la rápida carrera del
progreso tampoco acaban viviendo humanamente. No sólo el ser
explotado produce insatisfacción: también el explotar a los demás,
aunque cueste reconocerlo en público.
El marginado (el pobre indigente que se tumba en los portales o la
prostituta que espera, humillada, al próximo cliente) aporta a menudo
desde su pequeñez, desde su inconsciencia, la humanidad que les
falta a los que han triunfado en la vida, con lo que los marginados no
son solamente objeto de nuestra atención humanizante, sino también
(y sobre todo) fuente de humanidad para nosotros(23). En el
fracasado encontramos lo que el que triunfa nunca encontrará a base
de dólares y de ostentación.
Por ello, lo que la teología de la marginación aporta (sin que sea
nada nuevo, pero sabiendo que sí es cierto) es que aunque todo
modo de sociedad genere marginación (dado que eso parece
inevitable en cualquier estructura social compleja), lo que hace a una
sociedad verdaderamente humana es la atención que se pone en los
pequeños, no sólo una atención excepcional, sino una atención
estructural. Aunque siempre haya "fuertes" y "débiles", lo único que
humaniza a unos y otros es precisamente que los fuertes se pongan
al servicio de los débiles: y en esa comunicación de unos con otros,
en ese movimiento de ida y venida, de salida de sí y de recepción del
otro, surge la persona, la humanidad en proceso de plenificación.
Y esto es lo que los teólogos de la liberación repiten por activa y
por pasiva: los ricos del norte estamos llamados a facilitar a los del sur
el superar la postración histórica que experimentan, y en esa salida
de nuestra cerrazón aprenderemos de los habitantes del sur a ser
hombres. No sólo daremos: también recibiremos. Y en ese dar/recibir,
seremos.
c) Una Iglesia nueva que bosteza
No sólo bostezamos cuando nos dormimos. También lo hacemos
cuando nos despertamos. La Iglesia de hoy bosteza, y sin duda en
algunos casos se debe a un proceso decadente de adormecimiento,
de progresiva inanición, de falta de creatividad. Pero también hay
bostezos que expresan un nuevo despertar. La realidad de la
marginación ha movido a centenares de cristianos a cambiar su modo
de vida y dedicarse (parcial o totalmente) al trabajo con los postrados
de la sociedad.
No obstante, no puede ser que tan sólo sean unos cuantos los que
hayan cambiado sus vidas por esta realidad de miseria. La Iglesia, en
su conjunto (especialmente en forma de "acciones generalizadas", tal
como hemos indicado), debe sentirse movida a atender a los miles de
marginados que hay en nuestras ciudades, y a hacerlo de forma
estructural, y no sólo ocasional. Ser Iglesia significa seguir (en servicio
y en celebración) los pasos del Señor Jesús, muerto y resucitado. Y
Jesús no sólo no desatendió el clamor del débil, sino que toda su vida
fue atención a ese clamor. Por ello ser Iglesia no es vivir (de la forma
que sea) y de vez en cuando atender al débil, sino que es construir
una estructura comunitaria en la que los pequeños sean los primeros:
y esa estructura es anuncio de lo que está por llegar, el Reinado de
Dios.
El papel de la Iglesia en la realidad de la marginación es clave. La
Iglesia, inspirada por el Espíritu, "juega con ventaja": sabe hacia
dónde vamos y va vislumbrando cuál es el hondo sentido de la
historia. Lo vamos sabiendo por la luz de la resurrección de Jesús,
que es la anticipación en nuestra historia del fin de os tiempos. Y la
Iglesia no puede transmitir esa sabiduría a base de "predicación", sino
a base de "testimonio" (que incluye la predicación, pero que no se
reduce a ella). Y quizás los cristianos nos hayamos acostumbrado
demasiado a hablar mucho, pero a hacer menos: ¿Hay verdadera
proporción entre las cosas extraordinarias que se dicen en los
sermones del domingo (o en nuestras reuniones de grupos cristianos)
y nuestro modo de vida? ¿No hay un desfase notable entre la
facilidad que tenemos al decir "Dios" y lo que nos cuesta "practicar a
Dios" en nuestras vidas? Si es cierto que sólo se puede conocer a
Dios cuando se le sigue y se le ama, ¿cómo le seguimos y le
amamos? ¿Dónde? ¿En quién? ¿No decía San Agustín que "sólo se
entra en la verdad por la puerta del amor desinteresado"?
Es posible que los hombres de Iglesia nos hayamos acostumbrado
a hablar mucho sin preocuparnos de que nuestras obras hablen por
sí solas. En la realidad de la marginación hay una invitación a actuar,
y a hacerlo en silencio. Y desde el silencio ya irán saliendo las
palabras adecuadas que en la sociedad de hoy deben ser
pronunciadas públicamente. Desde el silencio. Desde el marginado.
Desde el sinsentido de su vida. No antes.
Y no es posible prever lo que ocurrirá si los cristianos, como
colectivo, nos decidimos a adentrarnos en el mundo de la
marginación, en la esfera de los débiles, aunque sí podamos imaginar
que probablemente habrá renovación y conflicto. La renovación
vendrá de la presencia de Dios en el interior de los marginados. El
conflicto surgirá por el hecho de que los acomodados de una socidad
tienden a arrinconar y a desacreditar a aquellos que ponen en duda
la legitimidad de la estructura vigente. El conflicto brotará en el seno
de la sociedad y probablemente también en el seno de la Iglesia. Y
también es previsible que prácticamente todo quede de alguna forma
"tocado": estructura eclesial, liturgia, modos de servicio, preferencias
apostólicas, contenido de la predicación, reflexión teológica, calidad
de vida, grado de esperanza, nivel de fe, inmensidad del amor. Los
cambios que experimentemos nos acercarán a lo mejor de nuestra
tradición cristiana milenaria. si el Espíritu ha estado presente en
tantos cristianos que nos han precedido en la fe, nuestra vida eclesial
en el Espíritu nos acercará a esos cristianos que sí supieron ser de
Cristo.
Seremos Iglesia. Seremos de Dios. Y lo seremos gracias al más
débil de nuestra sociedad.
2. EL PAPEL DE LA TEOLOGÍA DE LA MARGINACIÓN EN EL
PROBLEMA DE LA MARGINACIÓN
Cuando algunos hombres de nuestra Iglesia hacen declaraciones
públicas sobre cuestiones políticas, reciben a menudo una curiosa
crítica de algunos políticos de oficio: "que no se metan en política",
"que se limiten a sus asuntos de Iglesia", "que se ocupen de Dios".
Este tipo de reacciones suelen mostrar una cierta incultura, porque
cualquier hombre ilustrado, sea o no creyente, sabe que los cristianos
no nos "ocupamos" de Dios, sino que nos ocupamos de los hombres
porque creemos que eso es lo que Dios nos pide. Por eso no sólo un
cristiano puede entrometerse en las realidades políticas, sino que
difícilmente será cristiano si se aleja de lo político (entendiendo "lo
político" como todo lo que concierne a la "polis", a nuestra sociedad).
Al problema de la marginación se puede acercar uno desde muchas
disciplinas o intereses, tal como hemos indicado con anterioridad en
nuestro trabajo: psicología, economía, sociología, política, filosofía,
teología, ... Siguiendo aquella distinción clásica entre el "objeto
material" y el "objeto formal" de un estudio, podemos decir que todas
esas aproximaciones tienen el mismo "objeto material" (todas estudian
lo mismo: la marginación), pero cada una tiene un "objeto formal"
distinto (cada una estudia un aspecto diferente de la marginación).
Así, ahora nos preguntaremos por cuál es el "objeto formal" de la
Teología de la Marginación: qué aporta la Teología de la Marginación
al problema de la marginación.
La teología muestra una lectura distinta de la realidad. Una lectura
que pretende mostrar la realidad auténtica de las cosas, no
perceptible a primera vista, pero captable desde la dimensión humana
de la fe, de la esperanza, del amor. Esta lectura no se opone a las
demás, ya que los "objetos formales" no se oponen entre sí, pero sí
se sitúa en un nivel de profundidad que los otros estudios no
pretenden (sólo la filosofía se le aproxima enormemente).
Desde la fe en Dios, desde la experiencia de la divinidad, afirmamos
que los hombres estamos llamados a una vida en plenitud (de
felicidad, de comunidad, de sentido). Y ese ser hombre tan auténtico
late ya en nosotros, pero está adormecido por la finitud histórica que
nos toca vivir (problemas económicos, de convivencia política,
enfermedades, etc). Nuestro vivir actual (fácilmente perceptible) sólo
tiene sentido desde ese ser nuestro más profundo que late en
nosotros y que algún día se hará realidad (finalmente percibida).
Desde la teología decimos lo siguiente:
* La vida que llevan los marginados es (a todas luces) inhumana. E
"inhumana" quiere decir contraria a la voluntad de Dios.
* Esos hombres potrados están llamados a vivir en dignidad.
* De ellos brota una fuente de humanización para nuestra
sociedad.
* Sabemos más sobre Dios (y por tanto sobre el hombre) desde
ellos que prescindiendo de ellos.
La teología aporta una lectura, un sentido, una llamada a la
transformación: en definitiva, un anuncio de que esa transformación
sólo es posible desde la fraternidad (que supone la unión, consciente
o inconsciente, con Dios). La lectura de la realidad que presenta la
teología sólo es posible cuando nos adentramos, como hemos dicho,
en el ámbito de la fe humana. La fe no es superstición o una apuesta
sin más: es un modo de conocimiento humano (cargado de amor) en
el que el hombre pone toda su vida en juego. Es un modo de
conocimiento que suele entroncar con la historia, con la experiencia
vivida.
La lectura de la teología nos muestra (a los ojos de la fe que todo
hombre tiene, pero que sólo libremente se abren o se cierran) la
presencia de Dios en la mísera realidad de la marginación: esa
presencia (interior a la marginación) es vocativa. Dios, desde el
marginado, nos llama
1) a que sirvamos al marginado,
2) a que nos humanicemos gracias al marginado,
3) a que nos unamos a Él.
Y 1, 2 y 3 son un solo movimiento de salida de nosotros: Dándonos,
recibimos del débil y nos unimos a Dios.
A través de esta lectura de la realidad encontramos un sentido de la
cosas: los hombres nos aproximamos a lo largo de nuestra historia a
lo más hondo de nosotros mismos, que no es más que nuestra
condición de humanidad plena, de divinidad. Vamos hacia una vida de
plenitud, de felicidad. Y esa vida futura ya tiene sus primicias en
nuestro ser actual: mirándonos en profundidad, vemos nuestro futuro.
Y como nuestro futuro no es fruto de una conquista nuestra, sino de
una donación que recibimos pasivamente, pero a la que respondemos
activamente, resulta que la pasividad y debilidad del marginado nos
muestra más esa realidad futura, nueva, que nuestra habitual
prepotencia. El indigente sin duda ha fracasado, pero en su fracaso
se encuentra más cercano a experimentar el amor de Dios que
nosotros desde nuestra instalación social.
Desde este sentido de nuestra historia estamos llamados a una
transformación: la trans-formación (humanizante) no es más que el
paso de la actual de-formidad (inhumana) en que vivimos a la forma
(humana) que auténticamente nos caracteriza. Nosotros
transformamos la realidad de la marginación (dado que Dios opera en
nosotros) y el marginado nos transforma a nosotros (ya que Dios
habita en él, y desde él actúa).
Toda esta transformación sólo es posible en la medida en que
entremos en contacto fraternal los unos con los otros, y
especialmente los poderosos con los débiles. La fraternidad es motor
de cambio humanizante. No hay progreso humano si no hay
humanización de toda la sociedad que camina. A la larga, no es la
velocidad de los trenes lo que indica el progreso, ni la fluidez del
tráfico urbano, ni la cantidad de canales de TV, sino las personas.
Sólo las personas. La calidad humana de nuestra vida es signo de
progreso (y eso conlleva, sin duda, las mejoras en la técnica, la
ciencia, etc).
Esta es la aportación de la teología. En ella hablamos de un Dios
que nos habla de los hombres. En ella sabemos (o vamos apuntando
a saber) que sólo podemos entender a los hombres en su relación
con Dios, y que no podemos oír a Dios sin atender a nuestros
hermanos de humanidad.
3. EL LUGAR DE LA TEOLOGÍA DE LA MARGINACIÓN EN LA
TEOLOGÍA
Hace ya muchos años que los teólogos descubrieron que la verdad
no es estática, sino dinámica. El hombre se realiza en la historia y
Dios se le comunica en esa historia. No es posible fijar un sistema
conceptual inamovible, ya que los conceptos evolucionan y las
situaciones cambian. Lo cual no quiere decir que no debamos intentar
expresar nuestras reflexiones de forma sistemática, ni tampoco
significa que el pasado no nos aporte verdad: la aporta, pero desde
su contexto.
Toda teología está contextuada, se formula desde una situación
vital: incluso los escritos de la Biblia (la Palabra revelada) se ciñen a
esta realidad humana. Dios ha querido escoger lo concreto de la vida
para expresar su infinitud. No se ha servido de "universales", sino de
"concretos" (un hombre, un país, una situación, una comunidad), y a
través de esas concreciones limitadas pasa todo su ser. La Teología
Política europea nació de la necesidad de dar una palabra cristiana a
los movimientos políticos, a las críticas sociales, a los modelos
económicos. La Teología de la Liberación quiso formular
teológicamente la fe de un pueblo, su esperanza en la revolución
política, en la transformación del sistema. La Escolástica quiso hacer
filosóficamente presentable la reflexión creyente sobre Dios.
La Teología de la Marginación se encuentra también contextuada.
El medio de vida en el que está surgiendo es el de los cristianos que
conviven y trabajan con la multitud de personas que habitan en los
márgenes de la sociedad. Esta teología es la respuesta creyente a las
preguntas que brotan de esa situación dramática. Así, la Teología de
la Marginación no hace más que hablar (ordenadamente) acerca de
Dios desde una situación (que no es coyuntural, sino estructural).
Esta teología habla del Dios que nos ha salido al encuentro en este
sitio.
Por ello no debemos engañarnos: no es una teología sólo para los
cristianos que estén trabajando en esos lugares de pobreza, sino que
es teología para toda la Iglesia, para todo el mundo, desde esos
lugares. Y esa totalidad no viene de un afán desmesurado de
protagonismo eclesial, sino de la constatación de que es Dios mismo
(el Padre de Jesús, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el de
Sto. Tomás y el de S. Agustín, el de Loyola y el de Javier, el de Asís y
el de Lisieux, el de Rahner y el de Mons. Romero) quien nos ha
hablado aquí: y la teología es el testimonio (inteligible) de ese hablar
de Dios en esta situación.
La Teología de la Marginación es algo así como un micrófono: es
pequeño, aparentemente insignificante, pero gracias a él una voz se
puede hacer oír muy lejos. De igual modo, esta teología nace en una
situación socialmente débil, insignificante, micropoderosa: pero
gracias a ella la voz de Dios puede llegar a todos los hombres de esta
sorda sociedad occidental. Dios, más que la televisión, más que los
"best-sellers", más que los actores de moda, ha escogido para hablar
a nuestra sociedad, para mostrarse a nosotros, el silencio del
indigente, la desfachatez impuesta a la prostituta, el llanto del niño
maltratado, la humildad del inmigrante, la rabia del preso, la soledad
de la mujer desesperada, la honestidad y limitación del voluntario.
La basura humana de la sociedad ha resultado ser la tribuna que
Dios ha escogido para comunicarse a nosotros, hombres (varones y
mujeres) de la moderna sociedad occidental, urbana, desarrollada.
Si esta Teología de la Marginación va naciendo en un contexto,
¿acabará cuando el contexto acabe? Si se soluciona el problema de
la marginación, ¿desaparecerá esta teología? Sin duda la teología
deberá ir dando respuestas a los problemas que vayan surgiendo: en
eso habrá cambio. Pero hay algo que permanecerá: el saber que fue
Dios mismo quien nos habló. Y el recordar de qué forma lo hizo,
dónde lo hizo y a través de qué personas.
.........................
Al concluir estas páginas, no podemos dejar de recordar los
nombres de algunas personas que, de una forma u otra, han estado
omnipresentes durante la redacción. Tamara M., Paco M., Óscar S.,
Marta S., Francisco Javier L., Juan Carlos M., Yolanda L., Manuel,
Qalal H., Manuel S., Mari, Jorge, Carlos, Miguel, Francisco, Carmen,
Begoña, Dolores, Eloy, Roberto, Anita, Raquel, Antonio, Julián, Paco,
... Todos ellos viven en los márgenes de nuestra sociedad: en el
Barrio del Raval, en la cárcel Modelo de Barcelona, en los portales y
basuras de nuestras calles.
Son personas totalmente irrelevantes en nuestra vida social. Sin
embargo, Dios se ha valido de ellas para darse hoy a nosotros.
Aunque esos nombres sean desconocidos en las esferas públicas de
la sociedad, son los nombres que Dios ha escogido para que le
reconozcamos. Son, sí, los nombres de Dios.
NOTAS
11. Este lugar, a diferencia de Belén, Nazaret y Jerusalén, no es
una población, sino una región. El significado teológico de Galilea,
como el lugar de actividades de Jesús y lugar en que los discípulos
son llamados a seguirle, no es nuevo. Se puede ver, por ejemplo, la
obra del teólogo mexicano Carlos BRAVO, Jesús, hombre en conflicto.
El relato de Marcos en América Latina, Ed Sal Terrae, Col "Presencia
Teológica", n.30, Santander, 1986, pág 239.
12. Y la verdad de estas afirmaciones cobró vida en una escena
ocurrida en la cárcel Modelo de Barcelona. Estaba yo explicando los
cuadros de Toulouse-Lautrec en una sesión de diapositivas que
teníamos en la segunda galería, la de los más conflictivos. Intentaba
que el grupo de reclusos que me oía percibiera el amor con que aquel
artista francés pintaba la belleza interior a la fealdad de las bailarinas.
Al poco rato me di cuenta de que en aquel silencioso cuartucho de la
cárcel, y con la complicidad de la oscuridad ambiental, un recluso me
escuchaba llorando.
13. LACORDAIRE: Charla en Dijon, en 1853, cit en GONZÁLEZ
FAUS: Op cit, pág 301.
14. Quizás sería filosóficamente más correcto decir que "se da el
ser en la medida en que salimos de nosotros mismos, acogemos,
compartimos". Escoja el lector la expresión que más significativa le
resulte.
15. De todos modos, no intentemos sacar excesiva punta a las
ideas de paternidad y maternidad, entre otras cosas porque el calor
del cariño no es exclusivo de las madres (aunque sí esté tipificado en
ellas) y porque no pocos jóvenes de los que encontramos en el
mundo de la marginación han vivido una experiencia de paternidad
muy desagradable o incluso inexistente.
16. Y esa misma pintura, ordenada de otro modo, daría lugar a otra
obra de arte: a otra teología.
17. Como tampoco lo encuentran en el conjunto de la sociedad.
18. Naturalmente ha habido una cierta variedad de formas de
expresión en la teología, en buena parte debido a que llevamos unas
cuantas décadas de búsqueda de un lenguaje adecuado. Quizás
convenga recordar aquí la importancia del lenguaje existencial (que
parte del drama del hombre moderno) y el papel relevante de algunas
formas nuevas de lenguaje filosófico. También se están abriendo
brechas en modos de expresión más conectados con la experiencia
espiritual interior.
19. No olvidemos que tan "paganos" eran los sistemas filosóficos
del aristotelismo y el neoplatonismo como los análisis sociales de
estos dos últimos siglos. Y por tanto tan legítimo es que la teología se
sirva, para su sistematización y comprensión del mundo, de unos
como de otros.
20. Recordemos lo dicho en la primera parte de nuestro trabajo
acerca del escaso sentido histórico de muchos marginados (no tienen
conciencia de ser un colectivo que avanza), pero al mismo tiempo de
su gusto por la narración concreta.
21. Y aquí "invertir" no significa "potenciar que el sistema siga tal
como está", sino precisamente hacer lo posible, en el complejo campo
de las estructuras políticas y de la organización económica, para que
el sistema sea progresivamente menos generador de marginación
social.
22. Ver nota 2.
23. Hemos dicho en la primera parte que a menudo voluntarios y
trabajadores sociales se sorprenden de los grados de insolidaridad
que pueden alcanzar entre sí algunos marginados. Pero al lado de
esta constatación hay también anécdotas brillantes: así, por ejemplo,
explicaba una señora que ya hace años trabaja con los más
deshechos del barrio del Raval (Barcelona) que nunca había visto
más ternura que aquella que mostraron un grupo de prostitutas
cuando fueron, llorosas, al entierro de una religiosa oblata que había
dedicado buena parte de su vida a la gente de aquel barrio. Aquellas
prostitutas, sin saberlo, enseñaban con su desgarrado gemido qué es
ser persona.
CUESTIONARIOS PARA LA REFLEXION EN GRUPO
1. ¿Qué ha causado la marginación?
¿Alguna cosa, temporal, ("coyuntural")? ¿O algo "estructural"?
¿Qué tiene de novedad respecto a las otras formas clásicas de
pobreza?
Así como una secta crea una persona acrítica, un partido político,
un militante batallador, etc.: ¿qué clase de sociedad es la que crea
marginados?
2. Si la causa es estructural, ¿por qué el sistema "necesita" generar
marginación?
¿Es la marginación el "negativo" fotográfico de nuestra sociedad?
¿Nos está diciendo –quizá de manera grosera– cómo es nuestra
sociedad?
Echamos al margen a los débiles, a los inadaptados, para salvar la
sociedad en "progreso", para salvar la eficacia del sistema?
3. ¿Quién ha de solucionar el problema?
¿La Administración? ¿Entidades privadas benéficas? ¿Todos? ¿De
qué manera?
¿Qué estrategia se ha de tomar: la de transformaciones radicales?
¿O la de ir tapando
agujeros?
4. Hoy en día, nos escandalizamos de hechos pasados (Cruzadas,
Inquisición, esclavos negros, analfabetismo, totalitarismos nazis, ...)
¿Qué dirán de nosotros los hombres de los próximos siglos cuando
estudien que nosotros hemos convivido con los marginados sin que
nos afectase demasiado?
¿Les podremos contestar lo que decían algunos alemanes cuando
les preguntaban sobre los campos de concentración: "es que no lo
sabíamos"?
5. ¿Dónde está Dios cuando el hombre es marginado en la cuneta
del camino de la historia?
¿Se puede creer en Dios de la misma manera después de la
marginación?
¿Se puede hacer la misma teología?
¿Se puede ser Iglesia de la misma manera?
6. ¿Cuáles son los hechos claves de una teología de la
marginación?
¿Hay lugares de autorevelación (de Dios) y lugares que no lo son?
¿Qué nos está diciendo Dios:
* sobre Él mismo,
* sobre el hombre,
* sobre la Iglesia?
¿Cómo se reformulan los grandes ejes de la fe cristiana desde la
marginación?
* Dios Padre, Hijo, Espíritu.
* la Iglesia, transparencia de Dios en el mundo.
* la misión (servicio, anuncio, ...)
* la celebración (sacramentos, ...)
* el sentido de la historia, de la realidad, del dolor, de la muerte.
* María.
7. Conclusión
¿En qué sentido es humanizador el acercamiento al lugar de
infrahumanidad?
¿De qué manera aprendemos a ser persona con los
infra-persona?
¿Es la marginación un reto para algunos cristianos, o es una
llamada para toda la Iglesia?
¿Es un clamor para ciudadanos sensibles, o lo es para toda la
sociedad?
José Sols
Lucia
CRISTIANISME 46