CARLO M. MARTINI

HABÉIS PERSEVERADO CONMIGO
EN MIS PRUEBAS
Meditaciones sobre Job

 

 

Job no sabe aceptarse

 

Introducción

Quisiera, a modo de introducción, indicar una dificultad que podría impedirnos sacar el máximo fruto posible de estos Ejercicios, y es el tema del Libro de Job. Por este motivo he dudado durante mucho tiempo si escogerlo o no como texto de referencia para estas reflexiones.

También a mí me exige una larga lucha para conseguir comprender el mensaje; no es únicamente un libro que hable de la prueba del hombre, sino que es una prueba en sí mismo, por las afirmaciones desconcertantes que contiene y que no encontramos en otros lugares de la Sagrada Escritura.

¿Cuáles son, pues, los remedios a esta dificultad?

a) El primero es la lucha con Dios, como Job, sin dejarnos asustar, sino más bien afrontando la lectura del texto, incluso en su estructura que, entre otras cosas, es bastante simple. El problema está en comprender qué quiere decir, con qué orden y de qué manera: ¿se trata únicamente de una confusa poesía, o se encierra también una verdadera tesis?

El hecho de que a esta cuestión no se le haya dado todavía una respuesta resolutiva, nos invita a meditar el mensaje desde todos los puntos de vista: Señor, ¿qué me estás diciendo?, ¿de qué forma lo que estamos leyendo es sugerencia para hablar de Dios, o para callar, en nuestro mundo y sus dramas?, ¿este libro tiene algo que ver con tu misterio y el mío, Señor, con el misterio de la Iglesia, del dolor humano, de los pobres?

Últimamente, a propósito de las polémicas con el mundo hebreo por el Carmelo de Auschwitz, se ha repetido con frecuencia que, después del holocausto, ya no es posible hablar de Dios, que únicamente hay lugar para el silencio. La frase ha penetrado en la carne de muchos teólogos, especialmente alemanes, o en todo caso sensibles a la historia europea de nuestro siglo. Por tanto se nos interroga: ¿Verdaderamente quedamos reducidos al silencio, después de ciertas tragedias? ¿Se puede hablar mientras perduren las tragedias del Líbano o del hambre en los países pobres?

El Libro de Job alcanza las llagas de lo humano y quizás por ello lo rechacemos, siéndonos difícil hablar de Dios y no aceptando una divinidad que sacuda nuestras categorías comunes de lo divino. Es, por tanto, un Libro que exige lucha en la oración, adoración, preguntas y súplicas; es la primera forma para ayudarnos.

b) El segundo remedio, ya sugerido, es transformar la materia de meditación en oración personal afectiva; dejarnos implicar y rezar a partir de nuestra vivencia y de la de quienes amamos, sobre todo de aquellos a quienes vemos sufrir, del sufrimiento de la Iglesia y de la humanidad.

En otras palabras: debemos redescubrir los salmos de lamentaciones. Job, en el fondo, se puede considerar como una introducción a aquella meta del salterio, que recitamos, pero que nos resulta difícil hacer nuestros; precisamente los salmos de las lamentaciones.

Os sugiero, por ejemplo, a fin de transformar en oración la lectura de Job que haremos hoy, que recordéis el Salmo 87, titulado Lamento en la extrema aflicción, el más pesimista de todos. Mientras muchos otros salmos de lamentación terminan con palabras de escucha favorable, de acción de gracias, el último versículo del Salmo 87 reza así: "Has alejado de mí compañeros y amigos, son mi compañía las tinieblas". ¿Por qué, pues, este salmo es una oración?, ¿cómo puedo rezarlo? El problema de Job es precisamente comprender cómo una situación de angustia puede ser vivida en la fe.

c) Finalmente, es importante no dejarse sorprender por la indisciplina mental. Cada uno, según su propia experiencia adulta de oración, debe establecer los momentos del día: para la oración mental, silenciosa; para la lectura; para la oración vocal, muy útil, en particular el Rosario. Un ritmo de oración adaptado a nuestro momento de búsqueda de Dios, será de gran utilidad para superar la dificultad de la materia del texto bíblico.

Job maldice su día

Reflexionemos sobre el capítulo 3 de Job, preguntándonos en primer lugar, en el momento de la lectio, qué dice, y después, al nivel de la meditatio, cuál es el mensaje para nosotros.

Después de siete días y siete noches durante las cuales sus amigos se sientan junto a él, en tierra, en silencio, "abrió Job la boca y maldijo su día". El contenido del capítulo es precisamente este: "maldijo su día".

"Y dijo:
«¡Perezca el día en que nací,
y la noche que dijo: 'Un varón ha sido concebido'!
El día aquel hágase tinieblas,
no se acuerde de él Dios desde allá arriba,
ni resplandezca sobre él la luz.
Lo manchen tinieblas y sombras,
un nublado se cierna sobre él,
le estremezca un eclipse.
Oh sí, la oscuridad de él se apodere,
no se añada a los días del año,
ni entre en la cuenta de los meses!
Y aquella noche hágase lúgubre,
impenetrable a los clamores de alegría.
Maldíganla los que maldicen el día,
los dispuestos a despertar a Leviatán.
Sean tinieblas las estrellas de su aurora,
la luz espere en vano,
y no vea los párpados del alba.
Porque no me cerró las puertas del vientre donde estaba,
ni ocultó a mis ojos el dolor.

¿Por qué no morí cuando salí del seno,
o no expiré al salir del vientre?
¿Por qué me acogieron dos rodillas?
¿por qué dos pechos para que mamara?
¿Por qué no fui un aborto oculto,
como los niños que no vieron la luz?
Pues ahora estaría acostado y tranquilo,
dormiría un sueño de reposo,
con los reyes y los notables de la tierra,
que se edifican soledades;
o con los príncipes que poseen oro
y llenan de plata sus moradas.
Allí acaba la agitación de los malvados,
allí descansan los exhaustos.
También están tranquilos los cautivos,
sin oir más la voz del capataz.
Chicos y grandes son allí lo mismo,
y el esclavo es libre de su dueño.

¿Para qué dar la luz a un desdichado,
la vida a los que tienen amargada el alma,
a los que ansían la muerte que no llega
y excavan en su búsqueda más que por un tesoro,
a los que se alegran ante el túmulo
y exultan cuando alcanzan la tumba,
a un hombre cuyo camino está cerrado,
y a quien Dios por todas partes cerca?

Como alimento viene mi suspiro,
como el agua se derraman mis lamentos.
Porque si de algo tengo miedo, me acaece,
y me sucede lo que temo.
No hay para mí tranquilidad ni calma, no hay reposo:
turbación es lo que llega»" (Jb 3).
 

Hemos apuntado el tenor tan extraño de este capítulo; mientras en el capítulo precedente parece que Job no haya pronunciado maldición alguna contra Dios, que haya resistido a la dureza de los acontecimientos, ahora nos damos cuenta que la prueba apenas acaba de comenzar. El acto de sumisión debe entrar en la mente, en el corazón y en el cuerpo de quien lo hace, y esto es muy difícil. Después de siete días de silencio, el volcán que se incubaba en el ánimo de Job irrumpe con fuerza.

Intentemos subdividir el texto en sus cuatro partes.

1. vv. 1-10: el tema es la maldición del día del nacimiento, a cualquier hora que fuese. "Si es día vuélvase tiniebla, si noche sea talmente lúgubre que no entre júbilo alguno en ella". Job intenta borrar del tiempo aquel día y aquella noche, intenta mandarlos a la oscuridad primitiva de la inexistencia.

El tema no es frecuente en las Escrituras que, en general, son un himno a la vida. Sin embargo existen páginas ilustres que son un paralelo del disgusto de Job. Por ejemplo, en el Libro de Jeremías, donde el profeta exclama:

"¡Maldito el día en que nací!
¡el día que me dio a luz mi madre no sea bendito!
¡Maldito aquel que felicitó a mi padre diciendo:
«Te ha nacido un hijo varón»,
y le llenó de alegría!
Sea el hombre aquel semejante a las ciudades
que destruyó Yahveh sin que le pesara,
y escuche alaridos de mañana
y gritos de ataque al mediodía.
¡Oh, que no me haya hecho morir en el vientre,
y hubiese sido mi madre mi sepultura,
con seno preñado eternamente!
¿Para qué haber salido del seno,
a ver pena y aflicción,
y a consumirse en la vergüenza mis días?" (Jer 20,14-1 8).

 

Os invito, sin embargo, a leer el capítulo a partir del versículo 7. Jeremías es un hombre ilustre y extraordinario, dotado de poderes de visión del mundo de Dios, casi únicos en la historia, reservados a poquísimos; y, sin embargo, llega a lamentarse como Job, precisamente porque Job no es una figura singular, sino que expresa los momentos más dramáticos de la experiencia humana.

2. vv. 10-19: el tema no es sólo el del nacimiento aborrecido, sino el de la muerte ansiada. "¿Por qué no morí cuando salí del seno, o no expiré al salir del vientre?" (v. 11).

Podemos pensar en el episodio de Jonás. Desilusionado por la acción de Dios, cayó en la depresión y pidió al Señor que le quitara la vida.

"Se disgustó mucho—porque Dios había renunciado a causar mal alguno a la ciudad de Nínive—y se enojó; y oró a Yahveh diciendo: «¡Ah, Yahveh, ¿no es esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Fue por eso por lo que me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal. Ahora, pues, Yahveh, te suplico que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida»" (/Jon/04/01-03). En el momento en que la misericordia de Dios se está revelando, el profeta se siente apeado, casi desautorizado de su profecía, y el despecho, el enojo y la rabia son tan fuertes que llega a desear la muerte.

Nos viene a la mente otra figura extraordinara: Elías. Huye por su incapacidad para vencer a los falsos profetas en el nombre de Yahveh; asustado por las amenazas de la reina Jezabel, "se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él caminó por el desierto una jornada , de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: «¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!»" (1 Re 19,3-4).

Elías, que vivía en intimidad con el misterio de Dios, llega a la desesperación porque no ha conseguido hacer lo que hubiera deseado.

3. vv. 20-23: la invocación de la maldición del día del nacimiento con el deseo de la muerte viene generalizada por el sin sentido general de la vida:

"¿Para qué dar la luz a un desdichado,
la vida a los que tienen amargada el alma,
a los que ansían la muerte que no llega?"

4. Finalmente, la cuarta parte (vv. 24-26): es un retorno de Job sobre sí mismo para describir de cerca lo que está viviendo.

"Como alimento viene mi suspiro,
como el agua se derraman mis lamentos.
Porque si de algo tengo miedo, me acaece,
y me sucede lo que temo.
No hay para mí tranquilidad ni calma,
no hay reposo: turbación es lo que llega."

Así se ha expresado eficazmente el grito que nace de los siete días de silencio de Job: aborrece el nacimiento, desea la muerte, declara sin sentido la vida de todos los que sufren y al final vuelve sobre sí mismo para concluir: aquí estoy, inquieto y atormentado.

El grito de Job y la oración de lamentación

Vayamos ahora a la meditación misma del capítulo y preguntémonos: ¿las expresiones de Job son retóricas, son debidas a la exageración típica de los orientales que con frecuencia utilizan la hipérbole? ¿Entonces, cómo se explica que se hallen en las Escrituras que tienen un valor perenne? ¿Existe alguna similitud en nuestra experiencia?

Pienso que cuando, por ejemplo, una persona de forma lúcida se sitúa frente a una enfermedad incurable, no raramente se desata el grito y el lamento. Si por parte de los médicos se considera oportuno decir la verdad directamente al enfermo, la primera reacción es siempre de rebelión dramática: ¿Qué sentido tiene esto, por qué precisamente a mí?

Cada uno de nosotros puede encontrarse, de un momento a otro, en estas condiciones de un mal gravísimo, incurable, y entonces el grito de Job puede ser el nuestro.

O bien, pensemos en la gente que experimenta, en ciertos períodos de la existencia, una serie de desastres y desgracias de todo tipo, que se acumulan unos sobre otros llevando a la desesperación. Es admirable que la Biblia no haya condenado este sentimiento, que no lo haya exorcizado, sino que más bien lo haya retenido como parte del Texto Sagrado inspirado.

Yendo más allá en nuestro discurso, nos parece legítima la siguiente pregunta: ¿Qué sentido tiene la vida miserable de tantos hombres y mujeres, una vida de extrema indigencia, privada de toda perspectiva humana? ¿Qué sentido tienen las multitudes de desheredados, de pobres, de personas que están en el límite de la posibilidad de vida, y para quienes no existe un remedio inmediato? Cuando nos damos cuenta de la inmensidad de esta miseria, del larguísimo tiempo que será necesario para dar a tantas gentes unas condiciones de vida mejores, y al mismo tiempo nos encontramos con la corrupción política nacional e internacional que se opone al desarrollo de los pueblos, no podemos dejar de preguntarnos el sentido de todo esto, y si no hubiera sido mejor que esa gente no hubiera nacido nunca. ¿Y qué decir de los niños que nacen en países subdesarrollados de alto nivel natalicio, ya enfermos, minusválidos, impedidos desde el principio de su nacimiento por falta de los cuidados necesarios?

Lo de Job es, pues, un grito que atraviesa también el mundo de hoy, y la tentación radical de ansiar la muerte nos amenaza a todos, nadie queda excluido; amenaza incluso a aquellos que se alegran porque no han sido alcanzados por miserias terribles, pero que no pueden sustraerse a la realidad de degradación que incumbe a tantos pueblos.

El juicio que damos de este pasaje bíblico se hace entonces más moderado, más comprensivo de la verdad del grito, que expresa el mundo frente a los abandonados de todos los tiempos.

Y no es casual que la Escritura lo haya asumido como oración de lamentación. Es la reflexión que hace Gustavo Gutiérrez, en su comentario al Libro de Job, transformando la opinión de C. Westermann, según el cual el género literario del texto bíblico es la lamentación, la denuncia de la propia miseria ante Dios. "Únicamente esta perspectiva permite comprender correctamente la estructura de la obra. El autor escribe: «En mi investigación parto del simple reconocimiento del hecho de que en el Antiguo Testamento el sufrimiento humano posee un lenguaje propio. No se puede comprender la estructura del Libro de Job si no se ha comprendido ante todo este lenguaje, es decir el lenguaje de la lamentación»" (G. Gutiérrez, op. cit., p. 37, nota 14). Explica después que contrariamente a la aceptación negativa que la lamentación asume en la mentalidad occidental—resignación, retirada sobre uno mismo, incapacidad de ayudarse—, en la perspectiva bíblica la lamentación está profundamente ligada a la oración, es un elemento de súplica, de llamada a Dios. Hace notar que en la joven Iglesia cristiana, esta forma de oración se refleja con frecuencia: basta pensar en las grandes devociones populares de América Latina, del Cristo muerto, donde el llanto expresa también el sufrimiento del pobre (cfr. op. cit., p. 43 nota 7). Hacia el final de su comentario, Gutiérrez cita otro autor contemporáneo, cuyas palabras nos permiten entender ulteriormente el misterio de la oración de lamentación, que puede parecer entonces como una blasfemia: "El milagro del libro está precisamente en el hecho de que Job no da un solo paso para huir hacia un Dios mejor, sino que permanece en el campo de tiro, bajo el tiro de la cólera divina, y es allí donde, sin moverse, en el corazón de la noche, desde el profundo abismo, Job, a quien Dios trata como enemigo, apela no a una instancia superior, no al Dios de sus amigos, sino a ese mismo Dios que le oprime. Job se refugia junto a Aquel que le acusa; confía en el Dios que le ha desilusionado y le ha provocado la desesperación. Job confiesa su esperanza y toma por defensor al Dios que lo ha llevado a juicio, por liberador a Aquel que lo tiene prisionero, por amigo a su enemigo mortal" (R. De Puy, citado por Gutiérrez, op. cit., pp. 155-156 nota 1).

La lamentación es oración que sacude al alma, haciendo salir el pus de las llagas más profundas de nuestra existencia y es, por tanto, capaz incluso de liberarnos interiormente. Porque el camino de Job es de liberación y de purificación, para poder ver el rostro de Dios de nuevo y de nuevo tomar el sentido de la propia dignidad y verdad.

Sugerencias

Para la meditación personal y concreta del capítulo 3 de Job, os sugiero cuatro reflexiones.

1. LAMENTACION/QUEJA: Es necesario aprender a distinguir, en nuestra vida, la lamentación de la queja. Esta en general es muy común, porque nos quejamos un poco de todo, y cada uno se queja de los otros; es difícil que en ambientes religiosos, sociales y políticos no se oiga hablar mal de los otros. Se ha perdido el verdadero sentido de la lamentación, que consiste en el llorar ante Dios. Así, las fuerzas de resistencia, de irritación, de rabia que se agitan en el ánimo, no encuentran su desahogo natural y justo, se desencadenan sobre los que nos rodea, personas o situaciones, y forman la infelicidad de la vida, de la familia, de la comunidad, de los grupos. Sólo Dios, que es padre, es capaz de soportar incluso las rebeliones y los gritos de sus hijos; es la relación con un Dios tan bueno y fuerte lo que nos permite litigar con él. Él acepta este enfrentamiento, como aceptó el de Elías, el de Jonás, el de Jeremías, el de Job. Es verdad que Jonás será amonestado cuando pida la muerte, pero mientras tanto Dios le ha dejado hablar. Abrir el manantial de la lamentación es la forma más eficaz para cerrar los filones de las quejas que entristecen al mundo, a la sociedad y a la realidad de la Iglesia, y que no tienen salida porque, vividas a nivel puramente humano, no alcanzan el fondo del problema.

Muchas veces, si a quejas estériles, generadoras de nuevas llagas, sustituimos la lamentación profunda en la oración, encontraremos la solución de problemas nuestros y de otros o, al menos, habremos tomado el camino más expresivo y justo para denunciar el sufrimiento y el malestar en la Iglesia.

Confieso haber vivido situaciones en las que frente a la pregunta: ¿dónde encontrar en la Biblia un pasaje que corresponda a lo que siento en estos momentos?, me he visto reflejado leyendo las Lamentaciones de Jeremías y he podido experimentar la paz. Más que una expresión de crítica, en forma de resarcimiento y resentimiento, he dejado que las palabras del profeta, tan dramáticas como son, dulcificaran y tranquilizaran mi corazón.

Quizás los pobres tienen más capacidad de sufrimiento que los ricos, porque no han perdido esta vía profunda e interior, esta sabiduría de la vida. Quien la ha errado, reacciona sólo con rabia; piensa que es señor de todo, y si las cosas no van como él quiere, intenta vengarse en los otros.

2. Una segunda reflexión. Job vive una experiencia que le parece sin sentido y que no acepta:

"Como alimento viene mi suspiro,
como el agua se derraman mis lamentos.
Porque si de algo tengo miedo, me acaece,
y me sucede lo que temo.
No hay para mí tranquilidad ni calma,
no hay reposo: turbación es lo que llega" (3, 24-26).

Su condición, para usar una expresión corriente en nuestros días, es propia de quien está desmotivado, de quien no encuentra razones para resistir a la lucha.

Tal condición nos suena como una campanilla de alarma. Cuando, de hecho, examinándonos en algún momento de incerteza o de fatiga, nos parece que estamos desmotivados, entonces nos asustamos. Y cuando se nos acerca una persona, quizás un joven durante los primeros años de su matrimonio, para confiarnos que se siente desmotivado, nos sobrecoge el temor. Los motivos son dos: primeramente porque nos damos cuenta de que la situación de esa persona podría ser la nuestra. En segundo lugar porque la palabra "desmotivación" parece que no permita apelación, parece justificar la huida: No siento nada, no tengo ganas, ¿qué culpa tengo yo? Job nos sugiere, por el contrario, mirar cara a cara a la "desmotivación" a fin de hacerle perder un poco de su siniestro poder. Nos invita a examinarla con valentía, a no considerarla tan terrible, como si no hubiera nada más que hacer. Nos estimula a preguntarnos qué significa en realidad, tanto más que quien se encuentra desmotivado, objetivamente, no ha cambiado mucho, sino únicamente por el hecho de que no alcanza a comprender la gratuidad.

En el Prólogo de Job, hemos contemplado el desafío de Dios: él considera que el hombre es capaz de obrar por la gratuidad del amor, incluso allí donde casi no existe la gratificación ordinaria. La persona desmotivada, en verdad, debería decir: He llegado al punto en el que puedo, por primera vez en mi vida, comenzar a ser hombre, porque no tengo ninguna de aquellas gratificaciones que tenía antes.

El 98% de nuestras acciones son fruto de un flujo y reflujo de gratificaciones recíprocas que nos sostienen; y es justo que sea así. Pero la prueba de que existe un amor desinteresado y gratuito aparece cuando nos encontramos totalmente desnudos frente a Dios y a su amor crucificado. Este es el desafío propuesto en el Libro de Job, que grita y puede gritar su desmotivación, que grita y puede gritar su deseo de muerte, el sinsentido de la vida, pero que lo hace ante su Dios y ante sus amigos; continúa moviéndose, actuando, buscando.

En la desmotivación su libertad se purifica, aquella libertad de la que podía dudar antes del desafío, si fuese verdaderamente capaz de gratuidad. Gradualmente el hombre Job llega al verdadero Job. Cuando, pues, pensamos que hemos llegado al límite del que ya no podemos movernos, hemos llegado simplemente al punto en el que nuestra libertad está en su momento expresivo más auténtico. Jesús nos ha mostrado la gratuidad de su amor, no sólo en sus milagros, sino en la cruz, para que hubiese correspondencia entre dos gratuidades enfrentadas libremente.

De Job aprendemos que nuestra dignidad de hombres se revela en el amor a Dios incluso si la desmotivación ha alcanzado la violencia expresada en las palabras sobre las que hemos reflexionado. Si descubrimos en nosotros algunas raíces de frustración, si tenemos el temor de que nuestras acciones queden privadas de sentido, y quizás tenemos incluso miedo de reconocerlo, debemos intentar decírselo a Dios por la vía de las lamentaciones.

3. Debemos aceptar ser lo que somos. Hablando de los pobres, por ejemplo, advertimos siempre el tormento de no poder compartir en verdad su situación. Habiendo tenido de hecho, en nuestra existencia, una formación y una cultura determinada, no seremos nunca como la gente pobre, ocurra lo que ocurra.

¿Cómo, pues, comportarnos? ¿Quizás como aquellos que en el 68 se esforzaron en llevar la barba desarreglada, en aparecer sucios para asemejarse de alguna forma a quienes están privados de todas las cosas?

Sería absurdo; debemos dar gracias al Señor por ser lo que somos y preguntarnos qué podemos hacer, aquí y ahora, por el hermano que es distinto de nosotros. Preguntarnos qué podemos recibir de él, quien, a su vez, se hará la misma pregunta. Lo importante es que yo responda a Dios acerca de mí mismo y que ame a los otros cuanto pueda. El querer andar fuera de sí mismo es una pretensión mefistofélica.

Job nos ayuda a desmontar estos castillos en el aire, a ser humildemente capaces de aceptarnos y de aceptar a los hermanos, porque la verdad es que estamos en el mundo para darnos unos a otros recíprocamente. La pretensión de entrar en la piel de todos para tener la solución geométricamente perfecta, se revela, al final, clamorosamente equivocada.

Cuántas veces, pensando por ejemplo en ayudar la pobreza de los pueblos africanos, se yerra totalmente, se llevan a cabo gestos que no son escuchados.

Si, por el contrario, me dedico a escuchar con amor a aquella gente, me daré cuenta que puedo recibir mucho y, sin acabar de comprender del todo su mentalidad, se viven relaciones de intercambio existencial que permiten decir: Señor, he hecho lo que he podido siguiendo a tu Hijo, tú ahora concédeme tu misericordia.

Esta sobriedad de juicio, que naturalmente impone a la mente ciertos sacrificios, es difícil, y se la alcanza con la edad y con la experiencia. Mientras se es joven no se acepta la reducción de la propia capacidad mental de conocer el todo y de conocerse a sí mismo como totalidad, de valorar, a partir de sí mismo, al otro como totalidad.

4. Finalmente, quisiera recordar el título de nuestros Ejercicios: "Vosotros habéis perseverado conmigo en mis pruebas." Preguntemos a Jesús en el huerto de Getsemaní:

"Señor, ¿has vivido alguna vez momentos en los que todo te parecía extraño, insulso, sin sentido, en los que no tenías ganas de nada y no acertabas a encontrar estímulo alguno? ¿Y cómo los has vivido?"

San Carlos Borromeo nos dice que experimentó la frustración, el sentimiento de inutilidad, de disgusto; y un día, a su primo Federico que le pedía cómo comportarse durante esos momentos, le mostró el librito de los Salmos, que siempre llevaba en el bolsillo. Él recurría a los cantos de las lamentaciones para dar voz a sus sufrimientos y, al mismo tiempo, tomar aliento y fe frente al misterio del Dios vivo. Recemos para que el Señor nos conceda el don de saber acercarnos, también nosotros, a la fuente purificadora y balsámica de las lamentaciones bíblicas.

* * *

El examen de conciencia de Job

El riesgo teológico de la lectura del Libro de Job me parece bien expresado en una cita que encontré en un artículo del filósofo Emanuele Severino, titulado: El riesgo de la fe en el "irónico Sócrates".

Escribe así:

"Al rey Midas, que quería saber qué era lo mejor y más deseable para el hombre, el Sileno"—que representa la tradición de la sabiduría dionisíaca—"después de haber callado un largo tiempo, respondió finalmente riendo: «Estirpe miserable y efímera, hijo del azar y de la pena, por qué me obligas a decirte lo que para ti es ventajosísimo no conocer? Lo mejor es absolutamente inalcanzable para ti: no haber nacido, no existir, ser nada. Pero lo segundo mejor para ti es morir lo más pronto posible (es decir, volver lo más pronto posible a la nada)»" (cfr. "Corriere della Sera", 21-8-1989).

Podremos expresar el problema teológico de Job de la siguiente forma: ¿Cuál es la diferencia entre estas palabras y las del capítulo 3 de Job?

Advertimos una cierta asonancia de lenguaje, quizás los vocablos sean idénticos, pero sin embargo la diversidad es abismal, porque el hombre del texto bíblico no es ni un escéptico ni un desilusionado de la vida.

Nosotros hemos sido llamados, pues, a entrar en el abismo del verdadero y misterioso conocimiento de Dios, del Dios indecible. Y tenemos miedo. Probablemente, si el Libro de Job fuera confiado hoy a una comisión doctrinal o teológica para decidir si incluirlo o no en el canon, se llegaría a su exclusión ante el temor de crear malestar e incomodidades.

El hecho, sin embargo, de que esté en el canon como palabra de Dios nos invita a aceptar la fatiga de su lectura, pidiendo al Señor que nos dé el espíritu de oración, de humildad, de adoración, para no permitir que nos enredemos en los términos puramente racionales del conocimiento. A un amor sin fin corresponden misterios sin fin, y nosotros queremos recorrer, superando una primera impresión de malestar, los caminos difíciles de la Palabra sin saber de antemano dónde nos va a conducir.

"Concédenos, Señor, un verdadero, nuevo y más profundo conocimiento de ti. Incluso a través de palabras que no comprendamos, haz que podamos intuir con el afecto del corazón tu misterio que está más allá de toda comprensión humana. Haz que el ejercicio de la paciencia de la mente, el recorrido espinoso de la inteligencia, sea el signo de una verdad que no es alcanzable simplemente con los cánones de la razón humana, sino que está más allá de todo, y precisamente por eso, es la luz sin Iímite, misterio inaccesible y conjunto nutritivo para la existencia del hombre, para sus dramas y sus aparentes absurdos.

Concédenos conocerte, conocernos a nosotros mismos, conocer los sufrimientos de la humanidad, conocer las dificultades entre las que se debaten tantos corazones, y volver a una siempre nueva y más verdadera experiencia de ti."

El último monólogo de Job

Saltando los capítulos intermedios, dado que no nos resulta posible releer el Libro por entero, reflexionaremos sobre los capítulos 29, 30 y 31, porque constituyen el último gran monólogo de Job.

Después de aquel capítulo 3, se presentan tres escenas en las que hablan los tres amigos y Job cada vez les va respondiendo. Sigue después un intermedio misterioso, una especie de resplandor de fuego desde lo alto, que es el himno de la sabiduría (cap. 28). A continuación el monólogo toma la última palabra antes del diálogo con Dios.

Por su valor sintético, de resumen, conclusivo de estos tres capítulos, me parece útil proponer una lectura en dos tiempos, a saber lectio y meditatio.

El examen de conciencia de Job nos ayudará a prepararnos a nuestro examen de conciencia para la jornada penitencial de mañana.

Me sirvo sobre todo de las explicaciones que Gianfranco Ravasi da sobre estos tres capítulos en su comentario a Job (cfr. Ravasi, Job, Borla 1979). Es, de hecho, una explicación que secciona con cuidado el texto según sus divisiones internas, ofreciendo así una primera clave para su lectura.

El capítulo 29 se titula: Canto del pasado y de la nostalgia; todos los verbos están en tiempo pasado, Job recuerda situaciones y ambientes ya vividos.

El capítulo 30 se titula: Canto del presente y del horror, y comienza con la palabra "ahora".

El capítulo 31 se titula: Canto del futuro y de la inocencia. Mirando su vida pasada, Job hace una confesión de inocencia, muy detallada, a partir de una serie de criterios morales éticos, que examina uno por uno; concluye desafiando a Dios a aducir sus propias razones contra él.

1. Capítulo 29. "Job continuó pronunciando su discurso y dijo:

¡Quién me hiciera volver a los meses de antaño,
aquellos días en que Dios me guardaba,
cuando hacía brillar su lámpara sobre mi cabeza,
y yo a su luz por las tinieblas caminaba;
cómo era yo en los días de mi otoño,
cuando vallaba Dios mi tienda,
cuando Sadday estaba aún conmigo,
y en torno mío mis muchachos,
cuando mis pies se bañaban en manteca,
y regatos de aceite manaba la roca!" (vv. 1-6).

En esta primera estrofa Job se describe como quien vivía la alegría de un amigo de Dios. Lo sentía presente en su oración, en la vida cotidiana con sus momentos difíciles, apreciaba la continua proximidad.

"Si yo salía a la puerta que domina la ciudad
y mi asiento en la plaza colocaba,
se retiraban los jóvenes al verme,
y los viejos se levantaban y quedaban en pie.
Los notables cortaban sus palabras
y ponían la mano en su boca.
La voz de los jefes se ahogaba,
su lengua se pegaba al paladar.
Oído que lo oía me llamaba feliz,
ojo que lo veía se hacía mi testigo" (vv. 7-11).

Una segunda estrofa en la que Job no se define a sí mismo únicamente en relación íntima con el misterio de Dios, sino también en relación con la gente de su pueblo.

"Pues yo libraba al pobre que clamaba,
y al huérfano que no tenía valedor.
La bendición del moribundo subía hacia mí,
el corazón de la viuda yo alegraba.
Me había puesto la justicia, y ella me revestía,
como manto y turbante, mi equidad.
Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies.
Era el padre de los pobres,
la causa del desconocido examinaba.
Quebraba los colmillos del inicuo,
de entre sus dientes arrancaba su presa" (vv. 12-17).

Job era el hombre justo, que se ocupaba activamente de los pobres, y por ello quien lo veía daba testimonio. De la apología de sí mismo, centrada únicamente en su persona, pasa gradualmente a considerar el aspecto social; el sufrimiento le ha abierto los ojos para comprender la necesidad de una relación con los más abandonados, los desheredados.

"Y me decía: «Anciano moriré,
tras días numerosos, igual que la palmera.
Mi raíz está franca a las aguas,
el rocío se posa de noche en mi ramaje.
Mi gloria será siempre nueva en mí,
y en mi mano mi arco renovará su fuerza»" (vv. 18-20).

He aquí el sueño de su vejez: Job estaba seguro de que habría dado frutos como una juventud perenne.

"Me escuchaban ellos con expectación,
callaban para oir mi consejo.
Después de hablar yo, no replicaban,
y sobre ellos mi palabra caía gota a gota.
Me esperaban lo mismo que a la lluvia,
abrían su boca como a lluvia tardía.
Si yo les sonreía, no querían creerlo,
y la luz de mi rostro no dejaban perderse.
Les indicaba el camino y me ponía al frente,
me asentaba como un rey en medio de su tropa,
y por doquier les guiaba a mi gusto" (vv. 21-25).
 

En estos últimos versos, casi como haciendo un salto hacia atrás, Job recuerda su compromiso más específicamente político, la fuerza de su presencia en la sociedad.

El capítulo 29 es, por tanto, un canto nostálgico en el que se evoca el bien vivido, la condición pacífica, serena, llena de gratificaciones de todo tipo.

Job era justo, bueno, amaba a los pobres, pero también se le recompensaba, era reverenciado, escuchado, estimado: toda una situación que ahora se cuestiona conforme al nuevo curso de su historia.

2. Capitulo 30. Este canto del presente y del horror, Ravasi lo divide en siete breves secciones, que describen una tras otra el comportamiento de un hombre que desciende cada vez más a lo profundo: humillado, despreciado, atacado, aterrorizado, hostigado por Dios, que llora y sufre.

Job humillado:

"Mas ahora ríanse de mí
los que son más jóvenes que yo,
a cuyos padres no juzgaba yo dignos
de mezclar con los perros de mi grey.
Aun la fuerza de sus manos ¿para qué me servía?;
había decaído todo su vigor,
agotado por el hambre y la penuria.
Roían las raíces de la estepa,
los abrojos del desierto desolado.
Recogían armuelle por los matorrales,
eran su pan raíces de retama.
De entre los hombres estaban expulsados,
tras ellos se gritaba como tras un ladrón.
Moraban en las escarpas de los torrentes,
en las grietas del suelo y de las rocas.
Entre los matorrales rebuznaban,
se apretaban bajo los espinos.
Hijos de abyección, sí, ralea sin nombre,
echados a golpes del país" (vv. 1-8).


Job despreciado:

"¡Y ahora soy yo la copla de ellos,
el blanco de sus chismes!
Horrorizados de mí, se quedan a distancia,
y sin reparo a la cara me escupen" (vv. 9-10).


Job atacado:

"El que ha soltado su cuerda me maltrata,
y el que ha tirado de su rostro el freno.
La ralea se alza a mi derecha,
me lanzan piedras como proyectiles,
abren hacia mí sus siniestros caminos.
Para perderme han destruido mi sendero,
atacan y nada les detiene;
como por ancha brecha irrumpen,
se han escurrido bajo los escombros" (vv. 11-14).

Dios es el sujeto real, si bien anónimo—"él"-, de la batalla abierta contra un hombre humillado y despreciado.

Job aterrorizado:

"Los terrores se vuelven contra mí,
como el viento mi dignidad arrastran;
como una nube ha pasado mi salud.
Y ahora en mí se derrama mi alma,
me atenazan días de aflicción.
De noche traspasa el mal mis huesos,
y no duermen mis llagas.
Con gran fuerza agarra él mi vestido,
me aferra como el cuello de mi túnica.
Me ha tirado en el fango,
soy como el polvo y la ceniza" (vv. 15- l 9).


Y, por si no fuera suficiente, hostigado por Dios:

"Grito hacia ti y tú no me respondes,
me presento y no me haces caso.
Te has vuelto cruel para conmigo,
tu mano vigorosa en mí se ceba.
Me llevas a caballo sobre el viento,
me zarandeas con la tempestad.
Pues bien sé que a la muerte me conduces,
al lugar de cita de todo ser viviente" (vv. 20-23).


Por eso Job es un hombre que llora:

"Y sin embargo, ¿he vuelto yo la mano contra el pobre,
cuando en su angustia justicia reclamaba?
¿No he llorado por el que vive en estrechez?
¿no se ha apiadado mi alma del mendigo?
Yo esperaba la dicha, y llegó la desgracia,
aguardaba la luz, y llegó la oscuridad.
Me hierven las entrañas sin descanso,
se me han presentado días de aflicción" (vv. 24-27).


Abandonado, vive en la oscuridad más total y es un hombre infeliz que sufre:

"Sin haber sol, ando renegrido,
me he levantado en la asamblea, sólo para gritar.
Me he hecho hermano de chacales
y compañero de avestruces.
Mi piel se ha ennegrecido sobre mí,
mis huesos se han quemado por la fiebre.
¡Mi cítara sólo ha servido para el duelo,
mi flauta para la voz de plañidores!" (vv. 28-31).
 

Después de haber descrito su propia terrible situación actual, este hombre se yergue, de un brinco, en un himno de altivez, el canto del futuro y de la inocencia.

Capítulo 31:

"Había hecho yo un pacto con mis ojos,
y no miraba a ninguna doncella.
Y ¿cuál es el reparto que hace Dios desde arriba,
cuál la suerte que manda Sadday desde la altura?
¿No es acaso desgracia para el injusto,
tribulación para los que obran iniquidad?
¿No ve él mis caminos, no cuenta todos mis pasos?
¿He caminado junto a la mentira?
¿he apretado mi paso hacia la falsedad?
¡Péseme él en balanza de justicia,
conozca Dios mi integridad!
Si mis pasos del camino se extraviaron,
si tras mis ojos fue mi corazón,
si a mis manos se adhiere alguna mancha,
¡coma otro lo que yo sembré,
y sean arrancados mis retoños!
Si mi corazón fue seducido por mujer,
si he fisgado a la puerta de mi prójimo,
¡muela para otro mi mujer,
y otros se encorven sobre ella!
Pues sería ello una impudicia,
un crimen a justicia sujeto;
sería un fuego que devora hasta la Perdición
y que consumiría toda mi cosecha" (vv. 1-12).
 

El tono ha cambiado completamente y ha asumido el lenguaje de una confesión moral y social.

Job se declara inocente de los pecados contra la impudicia, la falsedad y el adulterio. Ravasi recuerda, a este propósito, algunos paralelos de la antigüedad semítica, cuando se pensaba que el muerto, al presentarse ante los dioses, hacía una confesión de inocencia.

Interesante, entre otros, es un formulario extraído del Libro de los Muertos egipcio:

"No he cometido culpas contra los hombres,
no he maltratado los bueyes.
No he blasfemado contra Dios.
No he golpeado al miserable.
No he causado enfermedades.
No he hecho padecer hambre.
No he matado.
No he robado las hogazas a los Espíritus.
No he cometido pederastia.
No he cometido actos impuros.
No he falsificado la medida en los campos...."

Estas invocaciones rituales las gritaba el muerto sentado en la barca que le transportaba al otro lado del río: si eran verdaderas no era quemado, pero si eran falsas se convertía en pasto de las llamas.

Las palabras de Job, sin embargo, tienen un aspecto no precisamente ritual y judicial sino, como ya hemos señalado, moral. Pasa, pues, a la declaración de inocencia con respecto al esclavo que ha tratado siempre con justicia.

"Si he menospreciado el derecho de mi siervo
o de mi sierva, en sus litigios conmigo,
¿qué podré hacer cuando Dios se levante?
cuando él investigue, ¿qué responderé?
¿No los hizo él, igual que a mí, en el vientre?
¿no nos formó en el seno uno mismo?" (vv. 13-15).

Después se defiende de la acusación que le lanza Eliafaz, afirmando que ha sido caritativo con los pobres:

"¿Me he negado al deseo de los débiles?
¿dejé desfallecer los ojos de la viuda?
¿Comí solo mi pedazo de pan,
sin compartirlo con el huérfano?
¡Siendo así que desde mi infancia
me crió él como un padre,
me ha guiado desde el seno materno.
¿He visto a un miserable sin vestido,
a algún pobre desnudo,
sin que en lo íntimo de su ser me bendijera,
y del vellón de mis corderos se haya calentado?
Si he alzado mi mano contra un huérfano,
por sentirme respaldado en la Puerta,
¡mi espalda se separe de mi nuca,
y mi brazo del hombro se desgaje!
Pues el terror de Dios caería sobre mí,
y ante su majestad no podría resistir" (vv. 16-23).
 

En cuanto a la acusación de haber abusado de las riquezas y de haber sido idólatra, declara:

"¿He hecho del oro mi confianza,
o dije al oro fino: «Tú, mi seguridad»?
¿Me he complacido en la abundancia de mis bienes,
en que mi mano había ganado mucho?
¿Acaso, al ver el sol, cómo brillaba,
y la luna que marchaba radiante,
mi corazón, en secreto, se dejó seducir
para enviarles un beso con la mano?
También hubiera sido una falta criminal
por haber renegado del Dios de lo alto" (vv. 24-28).

Job se defiende también de la acusación de odio y de la de haber violado la hospitalidad:

"¿Del infortunio de mi enemigo me alegré,
me gocé de que el mal le alcanzara?
¡Yo que no permitía a mi lengua pecar
reclamando su vida con una maldición!
¿No decían las gentes de mi tienda:
«Hay alguien que no se haya hartado con su carne?»
El forastero no pernoctaba a la intemperie,
tenía abierta mi puerta al caminante" (vv. 29-32).

Finalmente, se defiende de la acusación de hipocresía y de explotación:

"¿He disimulado mis culpas a los hombres,
ocultando en mi seno mi pecado,
porque temiera el rumor público,
o el desprecio de las gentes me asustara,
hasta quedar callado sin atreverme a salir a mi puerta?
Si mi tierra grita contra mí,
y sus surcos lloran con ella,
si he comido sus frutos sin haberlos pagado,
si he hecho suspirar a sus obreros,
¡en vez de trigo broten en ella espinas,
y en lugar de cebada hierba hedionda!" (vv. 33-34.38-40).
 

Un largo examen de conciencia social, que Job hace encontrándose justo en todos los diversos momentos de la existencia humana. Los versículos 35-37 constituyen como un desafío final a Dios. En efecto, si Dios es justo no puede callar, sino que debe avalar la confesión:

"¡Oh! ¿quién hará que Dios me escuche?
Esta es mi última palabra: ¡respóndame Sadday!
El libelo que haya escrito mi adversario
¿no voy a llevarlo sobre mis espaldas?
¿no me lo ceñiré igual que una diadema?
Del número de mis pasos voy a rendirle cuentas,
como un príncipe me llegaré hasta él."
 

Así acaba este larguísimo y amplio monólogo de Job, poéticamente rico y lleno de imágenes. Y nosotros debemos releerlo atentamente para intentar entrar en el misterio del hombre y en el misterio de Dios, que allí se expresan.

Guía para la meditación

Sugiero tres reflexiones que puedan ayudarnos en la meditación y en la búsqueda personal.

—La primera es que un hombre así nunca ha existido. Se trata claramente de una proyección teórica, de un caso límite, de la proyección de un Adán paradisíaco que todo lo hace siempre a la perfección.

Por qué, pues, debemos intentar comprender a este hipotético personaje que llama a juicio a todo el mundo, proclamando que nunca ha hecho mal a nadie, que no ha tenido el menor momento de defaillance?

Nos convenceremos de que, aunque hubiera existido un hombre como Job, no hubiera escapado a la prueba dramática expresada en el capítulo 30.

La prueba está encerrada en la relación Dios-hombre, que estando basada en el amor gratuito, y no simplemente sobre la justicia conmutativa, comporta asimismo la prueba.

— Sin embargo sí hay uno que puede afirmar: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? Ha existido y es Jesús. Él no se ha sustraído a la prueba del amor gratuito hacia nosotros, lo que significa que el tema de la prueba no está simplemente ligado a la culpa, a la purificación, a la salida de la situación ideal. Más bien está ligado a la verdad de las relaciones libres entre el hombre y Dios, a la gratuidad absoluta de estas relaciones, que viene a la luz en el momento en que cesan las gratificaciones.

El autor del Libro de Job busca un aspecto del misterio de Dios que dé a la prueba un sentido que no sea simplemente el de una purificación del pecado.

Este aspecto lo contemplamos en el Crucificado.

—Nuestra condición es, por supuesto, bien distinta de la condición del justo Job, y podemos recorrer los caminos del capítulo 29 y después del 31, examinándonos de la siguiente forma: ¿Cómo nos situamos respecto a los ambientes y a las relaciones de nuestra existencia, con respecto a los deberes éticos? ¿cuáles son los pecados que hemos cometido, cuáles los de omisión?

De estos pecados queremos acusarnos, no solamente para escapar de la pena, sino para instaurar con Dios una relación basada en la justicia, en la búsqueda de aquel dolor perfecto que nace del amor, siguiendo cuanto nos indica, al menos como un intento misterioso, el camino de Job. Acusar nuestras culpas por puro amor, para que Dios sea bendito, alabado y santificado, para entrar con él en una relación de alianza.

Hemos sido llamados a la verdad y a la libertad de nuestra relación con Dios, a vivir establemente la amistad con él: Os he llamado amigos, no siervos... Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, por amor y no sólo por fidelidad a vasotros mismos y a vuestros propósitos.

Las páginas dramáticas de Job nos hacen entrever esta profunda búsqueda en el corazón humano que desea una relación con Dios que esté más allá de la mera obediencia, de la mera justicia, una relación en la que se juegue la libertad de cada uno para darse, concederse, dedicarse con desinterés y pureza.

"Concédenos, Señor, la capacidad de comprender en los difíciles pasajes de este libro bíblico tu ansia de hacernos como tú, el ansia de volvernos similares al Hijo, de introducirnos en una relación de tipo trinitario, en aquel misterio de amor y de autodonación que constituye tu más íntima esencia.

María, madre de Jesús y madre nuestra, haz que podamos también nosotros pregustar una chispa del profundfsimo misterio de Dios. "

* * *

Bendita tú entre las mujeres Homilía de la festividad de María Reina Lecturas: Is 9,2-4,6-7; Lc 1,39-47

La festividad de María Reina, en la octava de la Asunción, ocurre oportunamente en el segundo día de nuestros Ejercicios, para recordarnos que debemos vivirlos sobre todo en unión e intimidad en la escucha que María hace de la Palabra, en su oración afectiva. No se nos pide alcanzar nuevas intuiciones, incluso aunque éstas tuvieran alguna utilidad, sino que ensanchemos nuestro corazón en el afecto orante, en el estar junto a Jesús como María lo estaba, muchas veces en silencio; se nos pide que alimentemos nuestro espíritu de esta afectividad interior que es tan importante para sostener el camino espiritual.

El evangelio de hoy (/Lc/01/39-47) lo podemos considerar como el inicio de las bendiciones tributadas a María, como la primera proclamación de su bienaventuranza: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el froto de tu seno!... ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!"

Estas palabras suenas opuestas a las exclamaciones de Jeremías: "¡Maldito el día en que nací!" (Jer 20,14). Aquí se exalta la obra de Dios en María, y la exaltación se expresa con júbilo. Para el hombre este júbilo es tanto mayor cuanto más profundo sea el sentido de la soledad y de la desesperación en las que puede caer sin el misterio de Dios. Como dice el profeta Isaías, el gozo acrecentado, la alegría grande, el regocijo similar al regocijo del día de la siega, o del reparto del botín, parecen proporcionales a las tinieblas en las que caminaba el pueblo, "que vivía en tierra de sombras" (cfr. Is 9,1-4).

Es, por tanto, la conciencia de las tinieblas y del sinsentido en el que cada uno de nosotros está condenado por la condición pecaminosa de la humanidad, lo que hace resplandecer con mayor alegría y regocijo el misterio del amor de Dios.

En María se expresa la felicidad de toda mujer y de todo hombre que se siente abrazado por el misterio de la alianza con Dios; "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno! ¡Feliz la que ha creído!"

Sin embargo, si reflexionamos acerca de la suerte de María, nos daremos cuenta de que, después de la proclamación de estas palabras que la presentan inmersa en un torrente de luz, ella entra bien pronto, de nuevo, en la oscuridad. Durante su vida son más los sucesos que María no entiende, que aquellos en los que ve realizarse esta profecía: el nacimiento de su hijo en la pobreza total, su abandono, su existencia, en la que no brilla nada de la grandeza anunciada por el ángel...

Durante años y años vive un dolor enorme, disfrutando de la presencia inmediata del Hijo y al mismo tiempo viéndole inmerso en una tiniebla absoluta del mundo con respecto a él.

La Virgen ha entrado en esta durísima prueba, ha llevado a cabo el peregrinaje de la fe hasta el momento de la oscuridad del Calvario. La bendición del inicio no le ha quitado ni una sola de las sucesivas pruebas de su vida; sólo ha sido una palabra que la ha acompañado en su creer y en su confiarse.

En esta Eucaristía vamos a confiar a la Virgen todas nuestras oscuridades y la oscuridad en la que caminan las personas que conocemos, que están cerca de nosotros, en nuestro corazón, aquellas por las que rezamos. La oscuridad por la que caminan los hombres y las mujeres del mundo, una gran mayoría, pidiendo al Señor hacernos comprender cómo todos nosotros hemos sido bendecidos en Jesús, y cómo la alegría que ha inundado el corazón de María y de Isabel es también alegría para nosotros, cuando tenemos el presentimiento, aunque sea lejano, de la riqueza misteriosa contenida en las palabras del Señor.

"Concédenos, María, introducirnos de tal forma en el misterio de tu prueba, que podamos repetir contigo: «Bendice mi alma al Señor.» Haz que, incluso desde el valle de nuestra oscuridad, sepamos gritar: «Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador. »

Haz que nos preguntemos si ésta es nuestra actitud cotidiana, si somos capaces de elevarnos de la lamentación a la glorificación del misterio de Dios, de abandonarnos al misterio que, en la oscuridad o en la luz, siempre nos tiene irrevocablemente entre sus brazos. Concédenos comprender y confiar, como tú, en el misterio de la alianza. "

 

 

EDICEP CB. Valencia 1990. Págs. 41-82