CARLO M. MARTINI

HABÉIS PERSEVERADO CONMIGO
EN MIS PRUEBAS
Meditaciones sobre Job

 

Moderación y conocimiento

 

"Señor, Dios nuestro, tú eres el misterio inaccesible, tu vives en la eterna luz que nadie puede contemplar sino tu Hijo, que nos la ha revelado desde lo alto de la cruz. Concédenos penetrar en el misterio de Jesús para que podamos conocer algo de ti, en la gracia del Espíritu. Concédenos penetrar en este misterio con paciencia, con humildad, convencidos de nuestra ignorancia, de lo mucho que todavía no conocemos sobre tu Trinidad de amor, sobre tu proyecto salvffico. Haz que nos humillemos en nuestra ignorancia, para poder merecer al menos las migajas del conocimiento del misterio que nos ha de saciar por toda la eternidad. Te lo pedimos por intercesión de Marfa, que ha creído profundamente, incluso sin conocer directamente, y ha llegado antes que nosotros—y desde ahora en nuestro nombre— al conocimiento inmediato de tu gloria. "

  Después de haber escuchado a Job, vamos a escuchar a su compañero, es decir a Dios. Será la forma de caminar hacia el conocimiento de su misterio. Y, para graduar el camino, he pensado en la conveniencia de reflexionar sobre tres distintos capítulos del Libro bíblico.   En primer lugar sobre el capítulo 9, en el que Job habla de Dios; después el capítulo 28 en el que un desconocido habla de Dios; finalmente los capítulos 38 y 39, en los que Dios mismo empieza a hablar.

  Job no acepta el desconocimiento de si mismo

  El capítulo 9 es una respuesta de Job a las palabras —que querían ser de consuelo—del tercer amigo, Bildad de Suaj. Este había subrayado que no se puede dudar nunca de la justicia de Dios, y puesto que Él es justo, consiguientemente los malos son castigados y los buenos premiados. Job, por tanto, puede estar tranquilo, sus enemigos se verán cubiertos de vergüenza (cfr. 8,20-22). Job replica presto, aceptando el principio fundamental, incluso aumentando la dosis:

  "Bien sé yo, en verdad, que es así:  
cómo ante Dios puede ser justo un hombre?" (9,1-2).

  En los versículos siguientes expresa de manera un poco irónica esta absoluta certeza: nadie puede resistir ante Dios, que tiene razón en todo, siempre y en cualquier caso. Después añade:

  "¡Cuánto menos podré yo llevar mi causa  
y rebuscar razones frente a él!" (v. 14).

  Aquí la certidumbre muta en duda: Dios tiene tanta razón, que si la tuviera yo también, no la obtendría. A partir de este versículo Job empieza a dudar de sí mismo: ¿Yo, quien soy? ¿Tengo razón o no? Sus palabras son características de la postura de un hombre en el acmé del sufrimiento, y se podrían expresar de la siguiente forma: Job no aceptar el hecho de no conocerse a sí mismo, está atormentado por el apremio de no acertar a saber con seguridad si es o no justo; está convencido de serlo, sin embargo quisiera que le fuese declarado; la incerteza le corroe.

 

"Yo, que si tengo razón no recibo respuesta,
cuando a mi juez imploro.
Y aunque le llame y me responda,
aún no creo que escuchará mi voz.
¡Él, que me aplasta por un pelo,
que multiplica sin razón mis heridas,
y ni aliento recobrar me deja,
sino que me harta de amarguras!
Si recurrrimos a la fuerza, ¡es él el Poderoso!
Si a la justicia, ¿quién le emplazará?
Si me creo justo, su boca me condena,
si intachable, me declara perverso" (vv. 15-20).
 

  En el versículo 21 expresa la dramática interrogación:  

¿Soy intachable'? Ni yo mismo me conozco,
y desprecio mi vida!
Pues todo es lo mismo, y por eso digo:
él extermina al intachable y al malvado.
Si un azote acarrea la muerte de improviso,
él se ríe de la angustia de los inocentes.
En un país sujeto al poder de un malvado,
él pone un velo en el rostro de sus jueces:
si no es él, ¿quién puede ser?" (vv. 21-24).
 

  Job ha llegado al colmo del dolor: no comprende nada, ya no sabe ni quién es; se siente justo pero no sabe la diferencia entre justo e injusto y no acierta a dar razón de sí mismo. En otras palabras, está perdiendo el sentido de su propia identidad: ¡Si al menos supiera por qué soy así!   Me he detenido en este tema porque, aunque se exprese como caso límite, paradójico, representa una situación bastante común: el tormento de la identidad hace sufrir a muchas personas, aunque sea a niveles no siempre dramáticos. En particular, hace sufrir a todos aquellos que tienen tareas no programadas rigurosamente; porque si uno es un empleado de banco, quizás el trabajo le cueste, pero sabe que es su deber y que hará carrera si lo desenvuelve correctamente. En cambio, los padres, por ejemplo, al no tener tareas geométricamente definidas, se atormentan con cuestiones de este tipo: ¿Qué quiere decir hoy ser padre?, ¿hasta qué ponto me obliga, me implica, me compromete? Lo mismo se podría decir de educadores y pastores, sobre todo cuando las cosas no van del todo bien, cuando no reciben la aprobación que esperaban. Entonces se dicen a sí mismos: Si al menos supiera si voy bien o no, si al menos supiera lo que debo hacer, si al menos supiera que estoy haciendo todo lo que debo... La incertidumbre atormenta: ¿Cuáles son mis responsabilidades precisas? ¿qué se espera de mí y qué puedo hacer para que me aprueben?   Job representa, pues, esta dolorosa incertidumbre de sí mismo y el deseo de sabernos juzgados a fondo, de ser justificados con toda claridad sobre nuestros actos.

La Sabiduría está más allá de toda comprensión

  Ante este Job que no acepta el no entenderse a sí mismo, leamos algunos pasajes del misterioso capítulo 28, que no se sabe cómo ha formado parte del Libro. No se indica ningún interlocutor particular, como sucedía en los diálogos precedentes; es un discurso que se ha denominado intermedio. La Biblia de Jerusalén anota a este propósito: "El lugar y el sentido primitivos de este poema en el diálogo quedan oscuros" (p. 636). No sabemos siquiera qué justificación darle; y sin embargo, en esta oscuridad, nos acerca al corazón de nuestra charla.

  Se trata, en la práctica, de un elogio, de una gloriIicación de la Sabiduría divina, pero la insistencia está en el hecho de que el hombre no conoce la Sabiduría.   Empieza así:

"Hay, sí, para la plata un venero,
para el oro un lugar donde se purifica.
Se extrae del suelo el hierro,
una piedra fundida se hace cobre.
Se pone fin a las tinieblas,
hasta el límite se excava
la piedra oscura y lóbrega.
Los hombres de la lámpara abren minas
donde se pierde el pie,
y oscilan, se balancean, lejos de los humanos.
Tierra de donde sale el pan,
que está revuelta, abajo, por el fuego.
Lugar donde las piedras son zafiro
y contienen polvo de oro.
Sendero que no conoce el ave de rapiña,
ni el ojo del buitre lo columbra.
No lo pisaron los hijos del orgullo,
el león jamás lo atravesó..." (28,1ss.).

  El continúa con imágenes poéticas muy bellas para afirmar que todas las cosas aceptan un algo más, excepto la Sabiduría:

  "Mas la Sabiduría, ¿de dónde viene?  
¿cuál es la sede de la Inteligencia?" (v. 12).

  Después empiezan los "no":

  "Ignora el hombre su sendero,
no se le encuentra en la tierra de los vivos.
Dice el Abismo: «No está en mí»,
y el Mar: «No está conmigo.»
No se puede dar por ella oro fino,
ni comprarla a precio de plata,
ni evaluarla con el oro de Ofir,
el ágata preciosa o el zafiro.
No la igualan el oro ni el vidrio,
ni se puede cambiar por vaso de oro puro.
Corales y cristal ni se recuerden,
mejor es pescar Sabiduría que perlas.
No la iguala el topacio de Kas,
ni con oro puro puede evaluarse..." (cfr. vv. 13-19).

  Resulta interesante la fuerza con la que se dice que no se puede encontrar la Sabiduría, ni comprarla, ni venderla. Y se vuelve a preguntar: "Mas la Sabiduría ¿de dónde viene? / ¿cuál es la sede de la Inteligencia?" (v. 20).

  La respuesta es siempre la misma:

  "Ocúltase a los ojos de todo ser viviente,  
se hurta a los pájaros del cielo.

  La Perdición y la Muerte dicen:

  «Con nuestros oídos oímos hablar de ella»" (vv. 21-22).

  Finalmente, la clave de todo el capítulo:

  "Sólo Dios su camino ha distinguido,  
únicamente él conoce su lugar..." (cfr. vv. 23ss.),

  con la conclusión:

  "Mira, el temor del Señor es la Sabiduría,  
huir del mal, la Inteligencia" (v. 28).

  Me parece sumamente bello el adverbio repetido cuando se habla de Dios, porque esta palabra—sólo, solamente, únicamente—representa uno de los momentos decisivos en los que el hombre bíblico capta al Dios vivo. Encontramos este adverbio, quizás, en los Salmos, cuando se quiere proclamar la trascendencia y al mismo tiempo su comunicación: "Él sólo hizo grandes maravillas", él sólo ha creado los cielos; "Me acuesto en paz, y enseguida me duermo, / pues tú sólo, Yahveh, me asientas en seguro" (Sal 135,4; 4,9).   En la Biblia a la profunda intuición sobre la unicidad de Dios le acompaña siempre la afirmación de que en él únicamente está nuestro descanso, nuestra salvación, nuestra paz.   Podemos ver ahora, en el capítulo 28, un importante paso adelante: el hombre no se conoce, no debe pretender conocerse, sino que a Dios, y sólo a él, confía su justicia, el conocimiento de sí mismo, la certeza de su verdad, su propio ser.   De una forma discreta se responde a la ansiedad de Job que quiere poseerse a sí mismo, quiere conocerse, quiere la seguridad, en el cielo y en la tierra, de ser justo, de ser un hombre cabal.

  La respuesta de Dios   /Jb/38 /Jb/39:

  Ahora podemos pasar a nuestro relato sobre Dios que, después de haber sido invocado al principio del libro, llamado a juicio, tratado mal e insultado, siempre ha escuchado tranquilamente, sin descomponerse; se puede pensar incluso que haya escuchado con amor, con benevolencia, con bondad, los disparates de Job y sus amigos.   Consideraremos brevemente los capítulos 38 y 39, dejando para vosotros la tarea de leerlos y meditarlos por entero.  

"Y Yahveh respondió a Job desde el seno de la tempestad" (38,1).  

La teofanía recuerda el episodio de Elías, cuando el profeta alcanzó una parte del inaccesible misterio.   Y respondió haciendo llover sobre Job una lluvia torrencial de preguntas. Job continúa preguntando a Dios y Dios contesta a su vez interrogándole a él.

  "¿Quién es éste que empaña el Consejo
con razones sin sentido?
Ciñe tus lomos como un bravo:
voy a interrogarte, y tú me instruirás.
¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra?
Indícalo, si sabes la verdad.
¿Quién fijó sus medidas? ¿lo sabrías?
¿quién tiró el cordel sobre ella?
¿Sobre qué se afirmaron sus bases?
¿quién asentó su piedra angular,
entre el clamor a coro de las estrellas del alba
y las aclamaciones de todos los Hijos de Dios?" (vv. 4-7).

  La interrogación "¿dónde estabas?, es una clase de pregunta que provoca en quien la escucha una gran emoción y se transforma en otra: ¿Cómo ha sucedido esto, cómo se ha verificado lo otro? Y más adelante:

  "¿Has penetrado hasta las fuentes del mar?
¿has circulado por el fondo del Abismo?
¿Se te han mostrado las puertas de la Muerte?
¿has visto las puertas del país de la Sombra?
¿Has calculado las anchuras de la tierra?
Indícalo, si sabes todo esto" (vv. 16-18).

  La serie de preguntas continúa durante todo el capítulo y en los primeros dos versículos del capítulo 39. Dios pasa a describir la realidad que el hombre ve en torno a sí, en el mundo animal, pero de la que no sabe dar la última razón.

  Preparación a la meditación

  Son muchas las pistas de reflexión para nuestra meditación: un filón, por ejemplo, podría considerar la posibilidad o no de la naturaleza de revelar el misterio de Dios, es decir, la posibilidad de hablar de Dios a partir de la naturaleza. Hoy día la teología se ocupa cada vez con mayor frecuencia de este tema, sobre todo en relación a los grandes temas de la ecología: ¿cómo debemos concebir la presencia de Dios en la creación?   Sin embargo no seguiré esta línea, sino que me detendré en algunas reflexiones sobre el tema de la no aceptación, por parte de Job, de los límites de su conocimiento: me parece un aspecto bastante importante de cuanto nos enseña este Libro.

  1. Primera reflexión: debo aceptar el hecho de no saber cambiar el universo, de no saber cambiar los planes de Dios y de la Iglesia, incluso ni siquiera el giro completo de mis responsabilidades. Puede ser duro, porque nuestra época precisamente se muestra orgullosa de sus progresos científicos y las ciencias humanas aspiran, al menos inconscientemente, a poseer la totalidad del misterio. Sin embargo me parece sabiduría auténtica el reconocer que no sabemos y no podemos saberlo todo, que toda ciencia, por su naturaleza, es sectorial y conoce un solo aspecto de la realidad.  

SB-AUTENTICA: Este límite de nuestro conocimiento nos quema, nos humilla desde el momento que estamos tentados continuamente a poseer el conjunto de la realidad para poder prever incluso el futuro. En el fondo, tal tentación se relaciona con la originaria: Quiero comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, quiero tener la llave de la totalidad del ser, de la totalidad del misterioso plan de Dios, del misterio de la Iglesia, del futuro de nuestra sociedad. Y sin embargo la sabiduría auténtica nace de la aceptación de este límite humano.

  2. Segunda reflexión: debo aceptar, consecuentemente, la imposibilidad de conocerme por completo. Como dice San Pablo, incluso si no soy consciente de haber hecho mal a alguien, no por eso estoy justificado; quien me justifica es el Señor (cfr. 1 Cor 4,3-4). El depositario de la ciencia total, también sobre mi vida, es únicamente Dios. Este es el paso ulterior de la sabiduría, tan difícil de comprender para Job y para el hombre en general, pero necesario si queremos alcanzar una cierta paz interior.

  3. Tercera reflexión: debo confiar en Dios por cuanto respecta al conocimiento global de mí mismo, del ser, del horizonte trascendental del todo. A partir de esta confianza podré alcanzar segmentos útiles de conocimiento, investigador y deductivo, sobre mí mismo y sobre los otros.   Siempre, sin embargo, con la reserva de que el conocimiento de la totalidad del misterio no se nos ha sido concedido.

  Aplicaciones prácticas

  Incluso en el ámbito de la meditación, sugiero tres aplicaciones prácticas para nuestra vida.

  1. El futuro de la Iglesia está en las manos de Dios, como también los planes pastorales dependen, en sus resultados, de mil acontecimientos imprevistos que se nos escapan y cuya totalidad es conocida únicamente por Dios.   Se nos ha pedido aplicarnos con humildad a estos segmentos de conocimiento que nos resultan posibles, a expresar las acciones y ejecuciones que nos parecen razonables, aceptando también que los acontecimientos nos superan, nos desmienten, nos obligan a ver las cosas de nuevo.  

El intento mayor de forzar el conocimiento de la totalidad de los hechos y de prever el curso histórico es el de las ideologías totalitarias, que se derrumban dramáticamente desmentidas por las circunstancias. En nuestro camino de Iglesia, incluso dejándonos influir justamente por las cuestiones de mayor racionalidad, es necesario darnos cuenta que tal racionalidad siempre es relativa y parcial, que requiere de nosotros honestidad, lealtad, capacidad de responder a situaciones tal como las conocemos, recordando siempre la salvedad del Salmo: "Pues tú sólo, Yahveh, me asientas en seguro" (Sal 4,9).

  2. Muchas veces invocamos en la pastoral el auxilio de las ciencias sociales y, en general, de los datos científicos del momento, del ambiente, de la situación, de los modos conforme a los que se mueve la humanidad. Un filósofo contemporáneo ha escrito recientemente que las ciencias sociales son la reflexión "sobre las consecuencias inintencionales de los proyectos intencionales". Porque el juego de la realidad no intencional, de las consecuencias no previstas racionalmente, es vastísimo. Y aquel filósofo oponía una mentalidad proyectual—que puede convertirse en pretensión de programar la totalidad—a una mentalidad peregrinante, más abierta, que intenta darse cuenta de las cosas tal como son, valorar lo que se debe hacer y después vivir con aquella confianza que no presume poder conocer todas las cosas, ni siquiera sobre nosotros mismos, nuestra justicia, nuestro bien hacer.   Cuánto más sea nuestra tarea de responsabilidad, tanto menos debemos esperar encontrar en torno a nosotros parámetros geométricos que nos aseguren la bondad de nuestras acciones. Sólo Dios en la eternidad nos lo podrá decir. Lo importante es andar hacia adelante con la libertad de quien se sabe juzgado únicamente por Dios y que se esfuerza por corregir los errores que conoce, aunque no alcance a darse cuenta completamente de la medida en que sean verdaderos errores.  

Esta es la mentalidad que le cuesta asumir a Job. Él quiere llegar a la claridad con respecto a sí mismo, a los otros, a Dios, una claridad que no deje paso a las sombras. Y Dios le argumenta: "¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra?", ¿qué sabes tú de todo esto?   En su justicia personal, en su rectitud, Job—y esa es la enseñanza para nosotros—es conducido a la medida justa, que después aparecerá en las declaraciones finales.

  3. Me atrevo a dar una aplicación de la actitud que podríamos llamar de reverencia amorosa hacia el misterio, actitud fundamentalmente bíblica, por la que confiamos en el aliado: Has puesto tu mano sobre mi espalda y, aunque andase por un valle oscuro, no temeré ningún mal porque tú estás conmigo.  

Este comportamiento nos puede ayudar ante discusiones angustiosas que hoy se plantean en el ámbito de las ciencias y de los juicios morales. Porque vivimos en una situación ciertamente muy compleja, y en la búsqueda de las grandes decisiones morales (respecto a la paz, al desarrollo, a la economía, etc.) no resulta siempre fácil distinguir lo justo de lo injusto. No hablo evidentemente de casos particulares, inmediatos, sino de problemas de mayor alcance. Hoy no es posible exponer, por ejemplo, una teoría del desarrollo que verdaderamente satisfaga a todos en todos los elementos del problema mundial, y no deje atrás ningún bloque de miseria o sufrimiento. Y esto es motivo de ansiedad, de sufrimiento, de búsqueda, pero no de desesperación, porque el misterio de Dios guía nuestro universo confuso y lleno de absurdos, permitiéndonos encontrar poco a poco nuestra pequeña tarea, con la esperanza de que, si cometemos algún error, él nos lo perdonará conduciéndonos a una mayor unión entre nosotros y haciendo crecer nuestro amor. Sólo así será posible afrontar las grandes decisiones morales sobre situaciones ante las que no acertamos a comprender completamente su importancia.   A este propósito vemos que Job libera de las preocupaciones de encontrar una respuesta totalmente racional a nivel teológico y pone en crisis el intento de encontrar respuestas que delimiten los problemas de la humanidad en una racionalidad perceptible a una síntesis mundana. Esta es para mí una gran liberación, porque estaba habituado, debido a la teodicea comúnmente enseñada, a esforzarme por encontrar soluciones convincentes para mí mismo y para los otros. Donde, por el contrario, soy libre y tengo el deber de buscar soluciones racionales, es en el estudio de las causas históricas. A este respecto, Giuseppe Dossetti, en el prefacio al libro Le querce di Montesole (Las encinas de Montesol), escribe páginas espléndidas. Examina con lucidez implacable las causas históricas de tantas masacres terribles que se han perpetrado en la humanidad, junto con las raíces culturales ideológicas, que en ese momento pueden ser percibidas con libertad. Si no buscamos únicamente la solución racional abstracta, conseguiremos comprometernos con la realidad histórica y seremos capaces de ver lo que podemos hacer aquí y ahora.  

Mientras intentamos responder a los interrogantes que nos plantea nuestro siglo, Job nos ayuda a distinguir un doble recorrido de pensamientos: quienes buscando la solución perfecta, general, al fin se ahogan en una serie de preguntas dentro de un círculo cerrado, que producen frigidez, vacío y aridez, y quienes, simplemente, intentan actuar con mayor amor.   A este pasaje le corresponde una visión teológica que se introduce totalmente en el misterio trinitario, abandonando los lugares de reposo que contemplan y consideran al Dios uno, al Dios de la filosofía, préstamo de la tradición griega. Se trata más bien de la entrega al Dios de la alianza que nos compromete aquí y ahora por amor a la gente, y ésta es la única solución racional de quien tiene la tarea de vivir en este mundo actual.  

Quisiera añadir que yo personalmente leo así el enigma del hombre de hoy; me interesa menos, a este nivel, el hecho de ser sacerdote u obispo, que el ser hombre; es decir, de la obligación de dar cuentas de mis años de humanidad en una situación tan dramática y absurda. Precisamnete nos dejamos sobrecoger por un suceso u otro que tomamos como símbolo (con toda seguridad Auschwitz, por ejemplo, sería un símbolo) de tantos males; pero si pensamos en lo que ha sucedido en Cambodgia, en Armenia, en cuanto está sucediendo en el Líbano, la India o América Latina, nos daremos cuenta de que no se trata tanto de resolver una situación determinada, sino de estar dentro con una moralidad más seria, con la capacidad de expresar nuestras energías con valentía y no lamentándonos cor filosofías y teologías. La teología de la liberación ha entendido bien este problema.  

Job llega a comprenderlo a través de la prueba; y por la gracia de Dios cada uno de nosotros logrará comprender la importancia de crecer sobre todo en el abandono del misterio, con humildad y con espíritu de escucha, en el amor recíproco, paciente y perseverante; entonces encontraremos algunas soluciones, que quizás no sean completamente justas y acertadas, pero al menos serán menos injustas y mejores que las actuales.    

Os leo, ahora, un pensamiento de Juan XXIII, sacado del Diario de un alma, que está en la misma línea de nuestras reflexiones: "Cuanto más maduro me hago en años y en experiencias, más reconozco que la vía más segura para mi santificación personal y para mi mejor servicio a la Santa Sede está en el esfuerzo vigilante de reducirlo todo—principios, direcciones, posiciones, trabajos—a un máximo de simplicidad y de calma, atento a podar siempre mi viña de la hojarasca inútil y de los zarcillos dañinos, andando siempre derecho hacia la verdad, la justicia y la caridad, sobre todo hacia la caridad. Cualquier otro sistema no es más que afectación y búsqueda de afirmación personal, que pronto se ve falso y se convierte en impedimento y ridículo. Oh la simplicidad del Evangelio, del libro de la Imitación de Cristo, de las Florecillas de San Francisco, de las páginas más exquisitas de San Gregorio en sus Morales"—que, por lo demás, es un comentario al Libro de Job—. "Todos los sabios del mundo, todos los listos de la tierra, incluso los de la diplomacia vaticana, ¡qué mezquina figura muestran, vistos a la luz de la simplicidad y de la gracia que emana de esta gran y fundamental enseñanza de Jesús y de los santos! Esta es la perspicacia más segura, que confunde la sabiduría del mundo y se concilia bien con él, incluso mejor, con garbo, con señorío auténtico" (Diario de un alma, 1948, pp. 275-276).

  Roguemos humildemente en la oración, que se nos conceda también a nosotros esta actitud, no de sumisión, que nos permita pasar a través de los acontecimientos de la vida a las situaciones y a las cosas con señorío y alegría.

  * * *  

La lucha por la obediencia de la mente

  Propongo una enseñanza—por tanto no una meditación sobre un pasaje bíblico—que se referiría al conjunto del Libro de Job y al significado que puede tener en nuestra vida cotidiana.   Cuando he elegido, como tema central de estos Ejercicios, las palabras de Jesús: "Habéis perseverado conmigo en mis pruebas", tenía el deseo de iluminar un aspecto particular, quizás un poco descuidado, de la existencia cristiana: el aspecto de conflicto, y específicamente de lucha, por el control y la obediencia de la mente. Este aspecto se muestra espléndidamente en el ejemplo de Job; todo el Libro, de hecho, es una gran lucha emprendida por el hombre por la obediencia de la mente a Dios.  

Intentaremos, pues, entender ante todo la expresión bíblica: obediencia de la fe. Después reflexionaremos sobre el desorden de la mente; acerca de los diversos modos de desobediencia de la mente; acerca de la purificación de la mente según la doctrina de los Padres griegos. Por último deduciremos algunas consecuencias para nosotros.

  "Oh María, tú que has tenido una mente y un intelecto puros y obedientes desde el principio; tú que después de una simple pregunta: ¿Cómo sucederá esto?, te has tranquilizado y no has dado paso a la ansiedad, no lo has vuelto a pensar, no has temido, concédenos la capacidad de seguir tu camino y poner en paz nuestra mente y nuestro corazón, de modo que podamos dedicarnos con toda el alma y con todo nuestro ser al amor del prójimo, según nuestra vocación".

  La obediencia de la fe

  Escribe San Pablo: "Por quien"—Jesucristo nuestro Señor resucitado de entre los muertos—"recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles" (/Rm/01/05).  

La obediencia a la fe es, pues, la finalidad del apostolado de Pablo, la finalidad de la muerte de Jesús y del envío del Espíritu a los apóstoles, precisamente para capacitarlos en su obtención. Es la finalidad de la Iglesia, de la misión cristiana: obtener la obediencia de la fe de toda criatura racional al misterio de Dios, al kerygma, al anuncio de la Salvación. El tema es central en todo el Nuevo Testamento. No es casual que la Carta a los Romanos, en la doxología final, vuelva a repetir: "A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por las Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos Amén!" (Rm 16,25-27).  

El concepto se ha expresado también en la Carta a los Hebreos, donde se dice que el Hijo de Dios "llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (5,9). Jesús es para nosotros el salvador mediante el acto fundamental que llamamos obediencia de la fe.   Pero también los antiguos padres se salvaron a través de la obediencia y de la escucha: "Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba" (Hb 11,8). Podemos imaginar a Abraham caminando hacia la primera etapa de su peregrinación, ignorando la meta. ¿Qué cúmulo de preguntas se desencadenarían en su mente? Ciertamente no le resultaría fácil responder a cuestiones de este tipo: ¿Quién me obliga? ¿Acaso es justo? ¿Por qué no me quedé donde estaba?  

La obediencia a la fe no se agota en un acto único, indivisible; más bien es el inicio de una lucha contra todas las tentaciones mundanas de desobediencia, de autosuficiencia, de presunción, pensamientos propios del hombre carnal, psíquico que, según las palabras de Pablo, tiene siempre mil razones para oponer a la fe.

 El desorden de la mente  

  La obediencia a la fe supone la victoria sobre todo lo que constituye el desorden de la mente: fantasmas enemigos, que molestan, que se oponen en el camino de la fe, que desvían y desorientan, que la cuestionan y desearían cambiar. Son—como dicen los espíritus inmundos en el episodio de los endemoniados de Gerasa (Mc 5,1 s.)—una legión, una zarabanda.   Bien se da cuenta quien de verdad desea iniciar el camino de la fe. Cada hombre está sujeto a esta multitud de ideas molestas y transversales que, como si fueran parásitos, langostas o mosquitos, zumban alrededor, impidiendo la dedicación al deber fundamental. Quienes no han seguido una vida espiritual no se dan cuentan y viven de impresiones, de lecturas, de diarios, de escuchar a hombres, ruidos y televisiones, pasando de una cosa a otra en un continuo vértigo de imaginación, de fantasía, de deseos, y apagando una visión con la visión sucesiva, como quien mira programa tras programa ante el televisor y queda siempre bajo el influjo de una excitación.  

El desorden de la mente es, podemos decirlo, una situación constante de la existencia, aunque pase desapercibido. Se advierte cuando empieza a haber silencio, cuando se empieza a meditar regularmente: entonces a uno le asalta una multitud de pensamientos inútiles, vanos, desordenados, y el combatirlos puede convertirse en un verdadero martirio escondido, una verdadera penitencia capaz de suplir a tantas otras penitencias exteriores. Pero es también condición de salud psíquica, porque quien consigue disciplinar el mundo de las fantasías, de los afectos, de los deseos y temores, de las previsiones, de los adelantos excesivos y de las nostalgias, ha alcanzado un buen grado de salud interior. De lo contrario la persona está continuamente agitada por sentimientos distintos, entre los que no sabe orientarse, y cambia rápidamente de humor, reaccionando de tal forma que ni siquiera puede darse cuenta.

  La lucha contra el desorden de la mente es una de las ocupaciones más importantes para quien quiere obedecer a Dios y abandonarse a sus acciones.

  Los distintos modos de desobediencia de la mente

  Entre tantos y tantos modos de desobediencia de la mente, quisiera identificar al menos algunos. Muchos son, sencillamente, obstáculos, y los llamamos distracciones: van y vienen, pero no militan directamente contra la obediencia, si bien se muestran siempre capaces de disminuir la fuerza del espíritu.   Sin embargo no es raro que haya pensamientos que asuman el aspecto de verdaderas desobediencias a la fe, quizás implícitos o escondidos. Job es un continuo ejemplo. Si volvemos a leer el Libro desde este punto de vista, nos daremos cuenta de que Job y sus amigos expresan, al hablar, una zarabanda de ideas, muchas de las cuales tienden a la desobediencia. Nosotros también tenemos esa experiencia: pensamientos, por ejemplo, que baten en nuestra cabeza para hacernos rebeldes ante las situaciones que estamos viviendo; no aceptación de nosotros mismos, de nuestro físico, de nuestra familia, de nuestra historia; en fin, no aceptación de la sociedad. Estamos obligados, es verdad, a combatir el mal en esa sociedad, pero si soñamos y fantaseamos condiciones distintas, irreales, nos veremos imposibilitados para amar, servir y contribuir a mejorar el mundo, porque continuamente nos presentaremos una situación distinta de la real.   Más aún, no aceptación de ser pecadores, de haber errado. Cuántas veces intentamos la autojustificación; sobre todo ante una crítica, con razón o sin ella, aparece en nuestra mente toda una gran teoría de autojustificación y nos volvemos a ver miles de veces en la misma situación, para afirmarnos a nosotros mismos que los otros no nos han entendido y que nosotros tenemos razón.  

Job nos ha enseñado también el peligro de la no aceptación, de no saber quiénes somos y si somos justos o no, el peligro del absoluto interés por autodefinirnos, por comprender nuestras raíces. Hay una forma de investigación psicológica o psicoanalítica que pretende precisamente esto: quiero poseerme en absoluto y por eso intento una búsqueda infinita de sueños, de fantasías, de tics nerviosos, de gestos inconscientes, para conseguir descubrir mi último secreto, tan difícil de poseer.  

De estos pensamientos se pasa, por supuesto, a los de la más directa desobediencia: la no aceptación de Dios. Y, en el fondo, la gran tentación que aparece en todo el Libro de Job. Él lo acepta, y es su gran acto de fe, sin embargo su mente siempre está tentada al rechazo, incluso a la tentación de desesperación y, en sentido negativo, de resignación: Ya no creo en nada, no acepto nada, ya no tengo ganas de nada.  

He aquí el giro del pensamiento: se presentan en general como inocuos, ocupan las primeras horas de la mañana, al despertarnos, nos asaltan en los momentos en que estamos más ocupados y de repente invaden nuestra mente, de modo que, cuando volvemos a tomar nuestra ocupación, nos sentimos tristes, cansados y débiles sin saber el motivo. En realidad, no les hemos disciplinado atentamente, no les hemos parado a tiempo; y así formas de exaltación o de resentimientos, de engreimiento, de depresión o de rabia contra nosotros mismos o contra los otros, han entrado inconscientemente en nosotros y sin darnos cuenta las hemos desarrollado.  

Podría mencionar también las fantasías de la sensualidad, los deseos, todas aquellas imágenes fantásticas que, quizás subrepticiamente, se insinúan en nosotros dejándonos, en un cierto momento, vacíos, poco deseosos de rezar, poco integrados en la Misa, en la lectura del breviario: no comprendemos el motivo; es simplemente que nos hemos dejado entretener un poco, sin darnos cuenta, por una serie de pensamientos indisciplinados, que han acabado por desalentarnos.   El descubrimiento de este mundo interior difícil es parte del camino espiritual y nos conduce a emprender una lucha continua y agotadora.

  La purificación de la mente según los Padres  

  Si partimos de estos presupuestos, tendremos una clave para leer un gran número de textos de la gran literatura patrística oriental, sobre todo de la literatura monástica. Los volúmenes de la Filocalia tratan ampliamente este tema: la lucha por la disciplina de la mente, de los pensamientos, de los sentimientos del corazón. El monje que entra en la vida solitaria, se enfrenta en primer lugar con su mundo interior y su vida se convierte en una lucha para reducirlo a la obediencia.  

Por esto, los libros de la Filocalia están repletos de sabiduría espiritual y psicológica: nos hacen partícipes de una tradición milenaria de disciplina de la mente. Los mismos títulos de cada una de las obras son bien significativos: La custodia del intelecto, de Isaías el Anacoreta; Sumario de la vida monástica que enseña cómo se debe ejercer la ascesis y la esiquía, de Evagrio el Monje (esiquía indica la calma, la paz interior que es considerada como ideal de la vida monástica y por la que se lucha durante una entera existencia); Acerca del discernimiento de las pasiones y de los pensamientos, del mismo Evagrio; Los ocho pensamientos imperfectos, de Cassiano. El tratado de Cassiano desenmascara y combate todos los pensamientos que debilitan al hombre, porque con los pensamientos se descubren también las pasiones, yendo de esta forma a la raíz del corazón.  

Entre los muchos pasajes interesantes, leo una frase de Evagrio sobre el discernimiento. A la manera pintoresca tipica de los Padres del desierto, escribe: "Hay un demonio, llamado Vagabundo, que se presenta a los hermanos sobre todo durante el trabajo del día; dirige al intelecto en un viaje de ciudad en ciudad, de villa en villa, de casa en casa; se entiende que lo hace únicamente con simples coloquios;"—es decir se presenta de manera inocua—"de vez en cuando se encuentra con un conocido y así, sin darse cuenta el hermano, va contaminando poco a poco su estado interior; yendo algo más lejos, al final se olvida del conocimiento de Dios, de la virtud y de su profesión. Los hermanos solitarios deberán observar de dónde viene ese demonio y a dónde quiere ir a parar. Porque, todo ese viaje no lo hace por casualidad. Lo hace para contaminar el estado interior del solitario: de esta forma el intelecto, inflamado por esas cosas, ebrio de encuentros, pronto tropieza con el demonio de la fornicación o de la ira o de la tristeza, es decir, todas aquellas cosas que destruyen por completo el esplendor de su estado interior" (cfr. La Filocalia, vol. 1, Gribaudi, pp. 112-113).  

Me parece que el proceso de corrupción de la mente se ha expresado con toda claridad en este pasaje.

  Sugerencias

  Expresaré, finalmente, algunas observaciones conclusivas:

  1. Es justo, hasta cierto punto, querer salir racionalmente del remolino de pensamientos que nos asaltan. Instintivamente tendemos a dar a cada uno una respuesta lógica, ya que con frecuencia se presentan como interrogantes.

  2. Sin embargo hay un límite. Nos daremos cuenta, a medida que crece nuestra sensibilidad, que las cuestiones no se contentan en realidad con una mera respuesta, pues continúan deprimiendo al espíritu. Entonces salta la advertencia de la lucha, aparece el comportamiento disciplinado de quien tiende a la esiquia, al control ordenado de la propia mente, a través de tres modos concretos:

  a) Truncar valerosamente el remolino de pensamientos repitiendo la decisión mil veces, si es necesario. En cuanto hayamos comprendido que no son pensamientos constructivos, aunque parezcan racionales, que debilitan la mente, hay que truncarlos inmediatamente. Cuántas personas, si lo hubieran hecho a tiempo, se hubieran ahorrado muchos agotamientos nerviosos, amarguras, resentimientos y fatigas.

  Por tanto, es extremadamente importante la decisión interior.

  b) El segundo modo, sugerido también por la Imitación de Cristo, es muy simple y con frecuencia lo olvidamos, siendo así que es realmente fecundo: age quod agis, entrégate a fondo en lo que estás haciendo, ayudándote también de la sensibilidad. Si estás leyendo un libro, siéntelo en la mano, siente su peso, mira sus palabras una tras otra, intenta evidenciarlas a través de los mismos caracteres. Si cantas, canta con todo tu corazón, si escribes, escribe con todas tus fuerzas, si caminas, camina con toda tu energía. No te dejes dominar por los pensamientos parásitos que desearían, con resentimiento, animosidad, miedo y angustia, dominar sobre tu actuar. Parece un medio demasiado simple, y sin embargo es utilísimo, e incluso existen escuelas de psicología fundadas sobre él: una autoconsciencia ordenada parte de la percepción sensible de algunas realidades inmediatas, para después ordenar el hilo de la mente según una línea directa que no se desvíe continuamente a derecha o izquierda.

  c) La tercera sugerencia, dada con frecuencia por los Padres griegos, sobre todo en el proceder de la tradición monástica, es la oración de Jesús. Esta oración consiste en transferir la mente al corazón, por tanto en no dejar que la mente divague en la selva de los pensamientos, dedicándola total y afectivamente a la persona de Jesús. La oración del corazón tiene su propia técnica, quizás no muy adecuada para nosotros los occidentales, pero que en la Iglesia griega y en la Iglesia rusa se ha elevado a alturas místicas verdaderamente considerables.  

En todo caso también nosotros tenemos formas de oración del corazón: el Rosario, por ejemplo, cuando se reza bien, tiende a pacificar la mente llevándola a algunas palabras e imágenes fundamentales, el vía Crucis suscita sentimientos y afectos hacia Jesús; las jaculatorias y las palabras de los salmos, repetidas muchas veces, pueden convertirse en oraciones del corazón. Y así, poco a poco, la multiplicidad de pensamientos se simplifica y se reduce a la unidad. Son todo formas que nos ayudan a reencontrar aquella unidad interior, en la distracción y en la ruptura frecuente creadas por la multiplicidad de actividades, que encuentra en la oración de Jesús su punto de referencia privilegiado.  

Durante la experiencia que he vivido en la India, donde he podido conocer de cerca la ascesis indú y los esfuerzos de muchos jóvenes en busca de un gurú, de un maestro espiritual, he comprendido que también ahí el ideal está en alcanzar la posesión de sí mismo, la unidad, no de una forma lógica, racional, posesiva, sino a través de un don; en la India se habla de vacío de sí mismo, de abandono a la nada. Para nosotros significa abandono al misterio inefable en el que estamos inmersos y que, siendo lo más íntimo de mi intimidad, está en el fondo del corazón, por lo que puedo reencontrarlo en todo momento—de día o de noche, en la enfermedad o en la salud, en la tristeza o en la alegría— en una unidad profunda conmigo mismo.  

La oración de Jesús está al alcance de todos, y sin embargo nos introduce en los misterios más profundos; es compatible y se adapta a todas las situaciones, y puede ser practicada por medio de una oración prolongada e intensa. Pero debemos reconocer, por experiencia, que no es posible vivir la oración de Jesús, o en todo caso una oración afectiva, del corazón, durante las ocupaciones diarias, si no hay al mismo tiempo momentos fuertes y serios de oración y silencio.

  3. Una última observación acerca de la ira del intelecto, expresión que tomo de Isaías el Anacoreta: "Hay entre las pasiones una ira del intelecto, que es conforme a la naturaleza" (una ira buena, por tanto, porque en la tradición griega "conforme a la naturaleza" significa "conforme a Dios", como Dios ha hecho las cosas). "Sin ira tampoco hay pureza en el hombre, en el hombre debe haber ira contra todo lo que el enemigo siembra en el mismo hombre y para su perdición". Si un hombre tolera pacientemente que un remolino de pensamientos le invada y no le parece que sea un enemigo, este hombre no vive la verdad y no alcanzará nunca la pureza interior. "Cuando Job encontró este enemigo, le insultó en sus amigos, diciendo: «Gente sin honor, despreciable, privados de todo tipo de bienes, no os he considerado dignos de estar entre mis perros de pastor»... Si te estás oponiendo a la turba de enemigos y los ves que huyen debilitados, que no se alegre tu corazón, porque la malicia de los espíritus está oculta detrás de ellos. Preparan una lucha peor que la primera, dejan a otros apostados detrás de la ciudad y les mandan que no se muevan. Si tú te opones y les enfrentas, huyen arrollados. Pero si tu corazón se enaltece porque los has arrojado, unos saldrán de detrás, otros se erguirán ante ti y dejarán tu pobre alma en medio de ellos sin posibilidad de huida. La ciudad es la oración. La resistencia es la contradicción en Cristo Jesús. El sostén es el desdén" (op. cit., p. 89).

  Isaías el Anacoreta afirma, pues, que hay que ser capaces de ira contra todo lo que intente destruirnos y apartarnos del camino, para llegar a una fuerte disciplina interior, en la que sólo sea posible vivir a través de continuas mutaciones de las situaciones en torno a nosotros y de nuestra misma situación de espíritu, pero teniendo siempre los ojos fijos en Jesús, el Señor, príncipe de la paz, que reina en nuestro corazón más allá y por encima de todas las vicisitudes humanas. Es la obediencia de la mente a la que Job llega únicamente tras un largo, agotador y penosísimo trabajo.   Que el Señor nos conceda alcanzar pronto la necesaria purificación de la mente tan importante para nuestra vida y para nuestro servicio pastoral.

  * * *  

La indecible justicia de Dios  

Homilía del miércoles de la XXª semana "per annum"  

Lecturas: Jc 9,6-15; Mt 20,1-16

  "Concédenos Señor, vivir con intensidad la comunión eucarística que no tiene límites, que se extiende a todos los que conocemos y amamos, a todos los que se nos han confiado a nuestra responsabilidad; a los enfermos, a los que sufren; a toda la Iglesia, al Papa, a todas las Diócesis, a todos los Obispos, a todas las misiones, a todas las situaciones más dolorosas de la humanidad. Concédenos, Padre, vivir ante ti en representación de esta humanidad, cumpliendo así nuestro servicio sacerdotal con esa amplitud de horizontes. "

  —La primera lectura, del Libro de los Jueces (/Jc/09/06-15), nos ofrece el primer ejemplo en la Biblia de una parábola, casi una historia imaginaria; en nuestro caso se contiene una enseñanza muy perspicua, antimonárquica y antiautoritaria.   Es el primer ejemplo de desconfianza hacia la monarquía, que aparecerá claramente en el primer Libro de Samuel, cuando se trate de dar un rey a Israel. Es la expresión de desconfianza respecto a la confianza de todos los destinos humanos a una persona.  

La parábola pone en escena diversos árboles útiles al hombre, dotados de verdadera capacidad, de razonamiento, de seriedad; árboles que son verdaderos benefactores de la humanidad, como el olivo y la vid que no quieren saber nada sobre responsabilidades, afirmando que ellos tienen una tarea más importante, peculiar de ellos.  

Quien, por el contrario, acepta asumir la responsabilidad es un árbol sin frutos, inútil: el espino.  

Nos situamos frente a una descripción muy negativa del poder en la historia. Sin embargo en buena parte es real; cuántas veces sucede, en la política por ejemplo, que los hombres verdaderamente justos, competentes, capaces, rehúsan el compromiso. Y sin embargo aceptan el juego político personas que sería mejor que rehusaran. Pero más allá de la sabiduría humana contenida en la historia, hemos de captar la enseñanza bíblica más profunda: el destino del hombre está en las manos de Dios y no está bien confiarlo a una persona. "Sólo tú, Señor, me haces reposar con seguridad"; mi destino te pertenece por entero.  

Desconfianza, por tanto, que teme llegar, al dejar el destino de algunos hombres en las manos de otros, a abusos de poder, a formas de superchería indignas del pueblo de Dios. Toda la historia de los Libros de los Reyes muestra la exactitud de tal temor. Temor que incumbe a la historia de la salvación, cuando se apresura a afirmar que, aunque algunos hombres se preocupen de otros, sean pastores de la grey, sin embargo sólo hay un pastor supremo, Jesús. Sólo él tiene la plena y total responsabilidad de los creyentes; todos los otros son secundarios, mandatarios, vigilantes. Se deben preocupar de que todo vaya bien, sabiendo que la esperanza y la confianza del pueblo de Dios están siempre depositadas en el Señor.  

Es muy importante aprender a valorar todas las autoridades humanas, incluidas las eclesiásticas, sabiendo que el honor que se les tributa es siempre con referencia al único y verdadero responsable de nuestras almas, al único jefe de la Iglesia, al Señor Jesús, de quien emana toda autoridad. Sólo él es digno de abrir el libro sellado con los siete sellos, que contiene los secretos del Reino de Dios. Porque él es el cordero inmolado, que se ha entregado a sí mismo por nosotros hasta la muerte.   Todo lo que hacemos tiene como punto de referencia a Cristo, el Señor, a su único y legítimo poder; los otros poderes no son más que participación limitada a este servicio que es la vida misma de Jesús.

  —La parábola evangélica (/Mt/20/01-16) contada por Jesús va en la línea de la reflexión precedente, podríamos decir en la línea de Job.

  En lugar de Job aparecen los labradores de la viña, servidores que murmuran porque quisieran que el patrón se conformase a un ideal de justicia unívoco. El problema está en saber lo que es justo. El patrón afirma que dará a los labradores lo justo, pero en un momento determinado ellos pretenderán que la justicia sea concebida según una proporcionalidad rígida, que pueda ser prevista por una calculadora electrónica, quitándole espacio a la bondad, al amor, a la misericordia, a la infinitud del designio de Dios.  

Job deberá cambiar precisamente ese sentido suyo de justicia, tan fuerte y tan vivo, pero tan unívoco y geométrico, que pretende comprenderse a sí mismo y a Dios a la luz de ese cuadro inmutable e indudable. Sin embargo Dios es Trinidad de amor, es sorpresa, es relación de ternura indecible, juego de amor misterioso, que se desvela, se esconde y se manifiesta en formas siempre nuevas. Y el hombre, a su vez, ha sido llamado a regularse según la justicia de Dios, de su ser trinitario, dedicado, donante, inventivo, creativo, sorprendentemente más bueno de lo que el mismo hombre pueda imaginarse.  

También nosotros, en estos días de Ejercicios, estamos invitados a la conversión; es decir a conocer al Dios de la alianza, no a través de nociones, que nosotros mismos superponemos unas a otras y mediante las que juzgamos al mismo Dios, aunque sean dignísimas, como la justicia o la caridad. Más bien estamos invitados a conocer al Dios de la alianza tal como él es, en su vida desbordante, henchida de amor y de misericordia, que nos prepara la luz en la más profunda oscuridad.  

La confianza al misterio de Dios es lo que se les está pidiendo a los labradores de la viña, a Job, a cada uno de nosotros. Y nosotros hemos de caminar por esta vía mediante la adoración del misterio eucarístico, ante el que, en verdad, nos sentimos turbados cada vez que lo celebramos, que lo renovamos, que tenemos entre las manos el cuerpo y la sangre de Cristo, porque no se puede contener según nuestros conceptos, sino que supera en el amor toda previsión nuestra, todo cálculo, incluso toda alta noción del misterio de un Dios infinito que se inclina sobre sus creaturas pobres y limitadas.

 

  

EDICEP CB. Valencia 1990. Págs. 83-121