ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA» 

SER CATEQUISTA HOY 4
por GAETANO GATTI



IV

MENSAJEROS DE JESUCRISTO SALVADOR


«VINO A BUSCAR Y A SALVAR LO QUE ESTABA 
PERDIDO» (Lc 19,10) 
¿No te has preguntado nunca: «para qué dar catecismo a un 
grupo de muchachos?». 
Las respuestas que podrías encontrar son múltples. Algunas 
tienen el pretexto de la inmediatez: «para prepararles a la 
reconciliación sacramental... Para iniciarles a la primera 
comunión... Para disponerles a acoger al Espíritu Santo en la 
confirmación... Para...». Yo desearla ir más allá de estos 
momentos, que se presentan puntualmente cada año, para tratar 
de dar con una respuesta más profunda que las resuma todas, 
porque está en la base de todas ellas. 
Mira; se trata de descubrir el motivo por el que Jesucristo 
anunciaba ayer la Palabra del Padre y hoy vuelve a proponerla a 
los niños a través de tu ministerio.
El afirma de sí mismo: «EI Hijo del hombre ha venido a buscar y 
a salvar lo que estaba perdidos (Lc 19,10). 
Jesucristo es consciente de estar realizando una misión de 
salvación en medio de los hombres. 
Es la finalidad principal que se trasluce en su múltiple actividad: 
predicación, milagros, viajes, encuentros... 
Como discípulo, enviado en su nombre a divulgar su Palabra, es 
importante para ti precisar los motivos básicos del ministerio 
catequético, esclarecerlos de continuo, para que tu servicio resulte 
auténtico dentro de la comunidad cristiana. 
Puede existir a veces el peligro de perder de vista la verdadera 
finalidad para la que el Señor te envía al grupo de tus muchachos. 

Tu misión se verá entonces seriamente comprometida. 

1. PROCLAMAR QUE JESUCRISTO 
ES EL ÚNICO SALVADOR 
La fidelidad al ministerio catequético comporta la exigencia de 
ponerse al servicio del fin que la Palabra de Dios pretende 
conseguir. Se trata de un cierto sentido decisivo de tu misión de 
catequista. No basta, por consiguiente, con presentar las verdades 
de fe, aunque se haga de una manera interesante, si no se deja 
traslucir, por encima de ellas, un mensaje de salvación.
Es una dimensión que depende, ante todo, de la conciencia que 
tú mismo tengas de sentirte salvado. 

«Todo catequista debe sentirse y mostrarse él mismo como salvado: 
como quien ha obtenido no por su propia cuenta, sino recibida de Dios, 
la gracia de la fe y se compromete a acogerla y comprenderla en una 
actitud de humilde sencillez y de búsqueda siempre nueva. (RdC 185). 

En realidad, esta toma de conciencia interior es desde donde la 
palabra asume una particular eficacia significativa y se convierte 
en una interpretación y un anuncio de todo cuanto el Señor ha 
realizado ya en la vida del catequista. 
Este, por lo tanto, se sitúa ante al grupo de sus muchachos 
como quien está «en deuda» con Dios, de quien no puede por 
menos de referir cuanto de él ha recibido. 
Tu ministerio catequético se transforma en una acción de 
gracias que tiende a madurar, en quien te escucha, la fe en 
Jesucristo salvador y a introducirle en la comunidad cristiana, para 
llegar a una experiencia completa de la salvación mediante los 
sacramentos. 

Un mensaje que salva 
MENSAJE/QUE-ES: La Palabra que anuncia el catequista se 
califica principalmente como «un mensaje de salvación» que Dios 
nos ha enviado (Hech 13,26). «Toda verdad revelada, 
análogamente a cuanto ocurrió en la encarnación del Verbo, es 
para nosotros, los hombres, y para nuestra salvación» (DCG 42). 
La identificación de la propuesta cristiana como un mensaje no es 
un recurso didáctico para hacer sugestiva la Palabra de Dios, sino 
que es algo connatural a ella. 
El ponerlo de manifiesto en la catequesis es una respuesta de 
fidelidad a la pedagogía de la Biblia y a su contenido. El mensaje, 
por su propia naturaleza, es un anuncio que cuestiona la 
existencia de quien lo escucha, tanto por la novedad que 
representa como por las desconcertantes perspectivas que ofrece. 
Se trata, pues, de un hecho que tiende a trastornar una situación, 
a transformarla de manera radical para mejorarla. 
Incluye, sobre todo, la idea de incapacidad y de expectación por 
parte de quien lo acoge como una noticia capaz de devolver la 
confianza, la seguridad en sí mismo y la fuerza para recomenzar 
de nuevo. 
Siempre que te encuentres con el grupo de tus muchachos, 
deberla ser para anunciarles un mensaje de salvación que 
proviene de Dios como 
­un don que procede de su libre iniciativa; 
­una novedad absoluta que transforma al hombre desde dentro, 
con una acción innovadora que le convierte en «nueva criatura» (2 
Cor 3,17); 
­una oferta única que no tiene otras alternativas capaces de 
igualarla. 

En la catequesis tienes que ser consciente de que actúas al 
servicio de un plan de salvación que el Señor quiere realizar en 
medio de tus muchachos. Es obligación tuya, por tanto, 
disponerles a acoger no simples conocimientos religiosos, sino un 
mensaje ante el que nunca se puede permanecer pasivo. 

«Testigos de Cristo Salvador» (RdC 185) 
El catequista no se limita a compartir la misión de Jesucristo 
maestro, sino que además se siente enviado como mensajero y 
testigo de Jesucristo salvador. Toda Palabra de Dios, en realidad, 
tiene como finalidad salvar al hombre. 
Tal consideración conlleva un esfuerzo por poner de manifiesto 
algunos de los rasgos característicos del ministerio de salvación 
de Jesucristo, a fin de evitar el peligro de presentar de un modo 
desenfocado su personalidad. Tiene siempre que ser presentado 
a los muchachos de manera que éstos «puedan aceptar su 
persona viviente, en la plenitud de su humanidad y divinidad, como 
salvador y cabeza de la Iglesia y de todo lo creado» (RdC 58). 
El catequista sabe, por consiguiente, captar en las palabras, en 
los gestos y en los hechos de la vida de Cristo el misterio de la 
salvación, que se hace realidad en su encuentro con toda clase de 
personas: pobres, ricos, pecadores... Para ser fiel a tu ministerio 
debes presentar a Jesucristo 
­en situación: en contacto directo con las vicisitudes humanas en 
sus contradicciones, en las conflictividades, en las limitaciones, en 
las exigencias, en las injusticias que esperan una solución; 
­en relación: en dialogo con lo profundo del corazón de las 
personas con las que se encuentra, allí donde solamente él puede 
llegar con su llamada, con su invitación a la conversión, con su 
propuesta de una mejor opción, con su reclamo...; 
­en acción: es decir, capaz de ofrecer y de realizar un mundo 
más justo, de transformar radicalmente la vida del hombre, de 
hacer que vuelva a nacer.

Es verdad que, especialmente hoy en día, «Cristo puede ser 
aceptado con tal de que se le muestre como acontecimiento 
salvífico presente en las vicisitudes cotidianas de los hombres» 
(RdC 55). Esto te será posible si tú mismo crees en Jesucristo 
salvador y vives, en la fe, la experiencia de la necesidad del Señor 
con una intensa vida espiritual. 

La comunidad de los salvados 
La salvación nunca es un hecho exclusivamente personal, sino 
que es comunitaria, toda vez que se actualiza en el pueblo de 
Dios, estableciendo relaciones de recíproca comunión en el amor 
del Señor resucitado. 
El fin de la catequesis consiste, efectivamente, en «hacer que la 
comunidad de los creyentes proclame que Jesús, hijo de Dios, el 
Cristo, vive y es salvador» (MSPD 8). 
Esto se verifica plenamente mediante la participación en la 
asamblea litúrgica, donde se actualiza la salvación a través de la 
Palabra y los sacramentos 
«La catequesis debe, por lo mismo, estar al servicio de una 
participación activa, consciente y auténtica, en la liturgia de la 
Iglesia» (DCG 25). Tu ministerio, consiguientemente, tiende a 
introducir a los muchachos en la experiencia sacramental, porque 
solamente dentro de la comunidad puede cada uno de ellos 
proclamar salvador a Jesucristo. 
Sin esta apertura hacia la asamblea litúrgica, tu palabra corre el 
riesgo de ser una promesa vacía de contenido, la oferta de una 
posibilidad a la que no corresponde la realización concreta.
El catequista es continuamente consciente de estar al servicio 
de una comunidad de salvación en la que introduce a los 
muchachos para la celebración de los sacramentos. De hecho, su 
palabra, ya de por si, 
­se halla abierta al sacramento, porque en la liturgia de la 
Palabra se realiza plenamente;
­dispone a las celebraciones sacramentales, desarrollando las 
actitudes requeridas por la asamblea litúrgica: acción de gracias, 
arrepentimiento, etc.; 
­anuncia la salvación que se hace presente en la comunidad, 
que es lugar y signo de la comunión con Dios. 

La frecuencia y la calidad de la vida sacramental de tus 
muchachos depende mucho de tu ministerio catequético, que te 
responsabiliza frente a la comunidad, pero que, sobre todo, te 
impone a ti mismo la necesidad de encuentros intensos y regulares 
con el Señor en la penitencia y en la eucaristía. 


2. PROMOVER EL HOMBRE «NUEVO» 
El catequista hace que quienes le escuchan adopten unas 
actitudes que permitan a la Palabra de Dios desempeñar su 
función salvífica, ya que se les ofrece «como una apertura a los 
propios problemas, una respuesta a las propias preguntas, un 
ensanchamiento de sus propios valores y, al mismo tiempo, una 
satisfacción de sus propias aspiraciones» (RdC 52). 
Es indispensable que tu acción pedagógica se sitúe en esta 
perspectiva de fe que hace del mensaje de salvación, recibido por 
los muchachos, la solución única a sus problemas más profundos. 
En realidad, el proyecto que el Señor desea hacer realidad en 
ellos, exige, de tu parte, un esfuerzo por conseguir que de su 
propia vida nazca una serie de demandas, aspiraciones, 
expectativas, necesidades, limitaciones y carencias que permitan 
acoger de buena gana la Palabra de Dios. 
Únicamente de esta manera resulta posible a los muchachos 
comprender que se encuentran en una situación necesitada de 
salvación. Hay que advertir que, desde el bautismo, están ya 
salvados, pero que son pecadores salvados, es decir, seres 
siempre en busca de realización del proyecto de hombre nuevo 
que el sacramento dejó impreso en ellos. 

María de Nazaret, modelo de la salvación 
Es indispensable para el catequista captar el verdadero sentido 
de la salvación cristiana, que no es fácilmente identificable con 
otros proyectos de salvación humana, puesto que los supera en 
profundidad. 
Existe el peligro de reducir la misión de Jesucristo a significados 
parciales que no permiten que se trasluzca su novedad. Existe un 
modelo en el pueblo de Dios que te ayuda a comprender el tipo de 
salvación pretendida por el Señor: María de Nazaret En ella la 
salvación es ya un hecho consumado porque se ha realizado 
plenamente. 
Por esta razón la Virgen es el tipo, el modelo, la meta que 
espera a todos aquellos que escuchan y viven la Palabra de Dios. 
En María, que en su vida fue un anuncio viviente de Dios salvador 
(«Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi 
salvador» [Lc 1,47]), te es posible descubrir el auténtico 
significado de tu ministerio catequético. 
En ella la salvación asume estas connotaciones: 
­Es plenitud de gracia, es decir, comunión plena con Dios, ya 
que el Señor vive en María: «El Señor esta contigo» (Lc 1,29). 
­Es liberación del pecado, ya que «ella está plenamente 
configurada con su Hijo..., vencedor del pecado y de la muerte» 
(LG 59). 

La Virgen no es tan sólo la «nueva» criatura tal y como salió de 
las manos de Dios y que hoy la Palabra del Señor trata de 
reconstruir en cada uno de nosotros, sino que es también la que 
coopera en la realización de dicho proyecto en los creyentes, 
porque es la madre de la Iglesia.

«En su maternal caridad se preocupa de los hermanos de su Hijo que 
aun peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean 
conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62). 

María, por consiguiente, participa de tus preocupaciones 
catequéticas, está cerca de ti en el ministerio de la Palabra y te 
acompaña con su protección. 
Manifiesta tu estima por su devoción e invoca también su ayuda 
para los muchachos de tu grupo de catequesis.

Criaturas nuevas en Jesucristo 
El bautismo señala el comienzo de una nueva criatura «a imagen 
de Dios en la justicia y en la santidad de vida» (Ef 4,25). Es un 
proyecto que, puesto como en germen en cada uno de nosotros, 
se hace realidad de manera gradual en la escucha de la Palabra y 
en el seguimiento de Jesucristo, el hombre nuevo. Tu ministerio 
catequético está al servicio de este proyecto, que comporta una 
relación filial con Dios y fraterna con los hombres, y va orientado al 
crecimiento de la comunidad cristiana. El catequista, pues, es 
aquel que educa «en el pensamiento Cristo, en ver la historia 
como él, en juzgar la vida como él, en escoger y amar como él, en 
esperar como él enseña, en vivir en él la comunión con el Padre y 
el Espíritu Santo» (RdC 38). 
Es un programa que te compromete directamente porque tú 
mismo eres el primero en ser invitado a hacerlo realidad en tu vida, 
a fin de transmitir a los muchachos la experiencia vivida del mismo. 

Pero has de respetar la originalidad propia de cada uno de ellos 
en el modo de imitar a Jesucristo y, sobre todo, has de creer en 
sus posibilidades, las cuales son a veces superiores, por la gracia 
del Señor, a tus propias expectativas. Jesucristo es un modelo de 
vida que se presta a múltiples formas de imitación. No en vano el 
evangelio habla de «seguir» al Maestro. Este término comporta la 
idea de superación de una ejemplificacIón puramente exterior, 
para pasar a la búsqueda de los motivos, de las intenciones, de 
los valores, de los ideales que inspiraban la actuación de 
Jesucristo, es decir, la fidelidad y la comunión con el Padre, el 
amor a los hombres, la salvación del mundo... 
Es importante descubrir, junto con tus muchachos, la analogía 
de las motivaciones, a fin de ser posteriormente creativos en las 
propias opciones. 

Liberación del pecado 
La promoción del hombre nuevo tiene lugar a troves de la 
liberación del pecado. 

«La historia de la salvación es también historia de la liberación del 
pecado... La misión histórica de Cristo está puesta en relación con el 
pecado que hay que destruir y se desenvuelve a troves del misterio de la 
cruz» (DCG 62). 

COR-BIBLICO: La Palabra de Dios sólo salvará a tus 
muchachos si consigue liberarles de sus pecados: el egoísmo, la 
violencia, la injusticia, el utilitarismo... Es una liberación profunda, 
únicamente concebible a partir del «corazón», según el concepto 
bíblico, es decir, de aquello que es lo mas intimo y secreto, interno 
y original de una persona, el lugar donde anidan las pasiones y se 
elaboran los proyectos. 
CONCIENCIA/P CR/PECADOR: Condición indispensable para la 
liberación cristiana es la conciencia de ser pecador. Se trata de 
una identidad nada cómoda y, por consiguiente, poco fácil de ser 
aceptada por los muchachos, que hoy más que nunca rehuyen 
entrar dentro de si mismos por ser mayormente propensos a 
exteriorizar los propios sentimientos. Tienes ante ti, por lo tanto, la 
tarea de revelar antes que nada, a cada uno de ellos, la imagen 
de sí mismo de un modo concreto, es decir, con todas las 
deformaciones y las marcas del pecado, así como las posibilidades 
de practicar el bien, posibilidades propiciadas por el germen de la 
gracia, ya que es precisamente a este nivel interior donde se lleva 
a cabo la liberación cristiana. 

«Cristo anuncia la salvación, gran don de Dios que no solo es 
liberación de todo lo que oprime al hombre, sino que es, por encima de 
todo, liberación del pecado y del maligno, en la alegría de conocer a Dios 
y de ser conocidos por el, de verle, de entregarse a el. (EN 9). 

Es una intervención que hace a los hombres verdaderamente 
libres, es decir, capaces de escoger a Dios y el amor del prójimo 
como los valores fundamentales de la vida humana. Para ti y para 
tus muchachos se trata de una meta a la que tender 
continuamente, sin presumir haberla alcanzado. 


3. EL ENCUENTRO EN LA CATEQUESIS: 
MOMENTO DE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN 
Allí donde hay anuncio de la Palabra de Dios, se realiza y se 
prolonga la historia de la salvación. La conversación catequética, 
considerada a la luz de la fe, no es un simple hecho 
pedagógico-didáctico, sino un acontecimiento que conecta con la 
larga serie de intervenciones de Dios referidas en la Biblia. 
Con tu grupo de muchachos, en la catequesis, te encuentras en 
el corazón de la historia de la salvación, en la senda de los 
profetas, de Jesucristo, de los apóstoles... 
La historia de la salvación no es simplemente el trasfondo 
natural del ministerio de la Palabra al que se recurre para 
documentarse, sino que es algo que se vive y se vuelve a proponer 
aquí y ahora. 
Todo encuentro catequético puede resolverse en un hecho de 
salvación para aquellos que se hallan dispuestos a acoger la 
propuesta cristiana. Todo lo cual supone un estilo, un modo de 
anunciar la Palabra de Dios, que puedes descubrir en la Biblia. Se 
trata de algunos criterios de base que hacen que se trasluzca 
mejor la intervención del Señor y permiten captarlo con mayor 
claridad. 

El clima religioso 
El clima religioso se identifica con un conjunto de actitudes, de 
gestos, de atenciones, que permiten entrever más fácilmente que 
cuanto ocurre en la catequesis es un acontecimiento que 
sobrepasa la simple dimensión humana. 
Dios mismo parece haber tenido un especial cuidado con 
respecto a los momentos y lugares cuando dirigía la palabra al 
pueblo y a los profetas. También la Iglesia, hoy día, rodea las 
celebraciones sacramentales, en las que se actualiza la salvación, 
con el sentido de lo sagrado y del decoro que acompaña a toda 
presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Si quieres 
ayudar a los muchachos a percibir la cercanía de Dios en su 
Palabra, deberás tratar de promover un clima de recogimiento, de 
silencio, de oración, que evite la precipitación, el exceso de 
activismo e incluso una cierta locuacidad. Hoy, aún más que ayer, 
parece oportuna la invitación de Dios al profeta: «Ven en silencio y 
te hablaré al corazón» (cf Os 2,16). 
En la catequesis no son siempre necesarias las palabras. Más 
aún, tienen a veces que ser evitadas, con el fin de escuchar a 
Dios, que habla en la intimidad de la vida de cada uno. Este 
coloquio interior es más importante que cualquier otra palabra 
humana. 
Por el mismo motivo el catequista ha de programar en su 
conversación con los muchachos algunos momentos de silencio 
que: 
-permitan a Dios hacer que resuene mejor su Palabra en lo 
profundo del Espíritu; 
­inviten a la reflexión al que escucha, a fin de interiorizar las 
propuestas; 
­favorezcan las actitudes de oración, que es la primera 
respuesta a la invitación de Dios 
Del clima religioso que seas capaz de establecer en una sesión 
de catequesis puede depender incluso la adhesión de fe de los 
mismos muchachos, muy sensibles a los componentes 
ambientales. 
Tú mismo, con tu palabra, tus gestos, el tono de tu voz y tu 
propia persona, eres el signo viviente y la expresión mas eficaz de 
este clima 

El sentido del misterio 
PD/RAZONAMIENTO: Se puede someter la Palabra de Dios a la 
criba del razonamiento, de la demostración y de la lógica humana, 
sin dejarse juzgar, interrogar y penetrar por ella. 
En la catequesis, la reflexión humana tiene su significado, pero 
nunca debe llegar a disminuir el sentido del misterio que va 
vinculado a toda intervención de Dios. El catequista, por lo tanto, 
al proponer la Palabra de Dios, 
­deja que se manifiesten, más allá de la propia proclamación, 
significados superiores que permiten adquirir el sentido de la 
admiración y de la contemplación; 
­invita a asumir actitudes de humildad, de disponibilidad, de 
confianza; 
­suscita el sentido de la búsqueda que estimula continuamente a 
descubrir nuevos sentidos de la Palabra 

El misterio, dentro de esta perspectiva, no ocasiona 
distanciamiento, sino que aproxima al Señor y favorece el diálogo 
con él. 

Un activismo al servicio de la fe
Existen fácilmente equívocos acerca del papel de las diversas 
actividades que se pueden sugerir a los muchachos en las 
diversas fases del desarrollo de una conversación catequética.
Una actividad no es religiosa por el mero hecho de versar sobre 
temas, argumentos, textos o preguntas religiosas. 
La dimensión de la fe no reside en la materialidad de los objetos, 
sino más bien en el tipo de dinamismo y de interiorización que 
provoca en el ánimo de los muchachos. 
Se trata, efectivamente, de poner en actividad la fe, la 
esperanza y la caridad bajo el estímulo exterior de una búsqueda, 
de un proyecto, etc. A este respecto hay que hacer algunas 
observaciones: 
­Las distintas actividades tienen que ofrecer a los muchachos la 
ocasión de sentirse implicados en el misterio de salvación que se 
les anuncia, y no limitarse a expresar lo que les ha sido dicho por 
el catequista. 
­Muchas veces el interés de los muchachos por «hacer», su 
entusiasmo por actuar, puede reducirse a una simple forma de 
gratificación cerrada en sí misma, sin apertura alguna hacia una 
renovación de fe. 
­El catequista corre el peligro de engañarse creyendo que 
presta un servicio a la Palabra, cuando lo que hace es situarla en 
niveles de interiorización muy periféricos a la vida de los 
muchachos, los cuales, bien mirado, tratan de marginarla de su 
«yo» personal. 

PD/SALVA-O-SATISFACE: No es entonces ya una Palabra que 
salva, sino simplemente una palabra que gusta, interesa, satisface. 
La Palabra de Dios, por el contrario, pone en crisis, transforma, 
renueva, compromete a cambiar de vida. 
Es cierto que una de las primeras actividades que hay que 
promover en la catequesis es la oración, que se traduce en la 
acción de gracias, en la búsqueda de ayuda, en la admiración, en 
el canto, en la demanda de perdón, etc. 
Si concluyes una sesión de catequesis sin haber orado con tus 
muchachos, tengo serias dudas acerca de la fidelidad de tu 
servicio a la Palabra de Dios. 

PARA LA ORACIÓN 
¡Oh Jesús!, tú eres la imagen del Dios invisible, 
tú eres el hombre perfecto. 
Tú nos has devuelto a los hijos de Adán 
la semejanza con Dios. 
Tú, ¡oh Cristo!, al nacer de María Virgen, 
te hiciste de verdad uno de nosotros, 
en todo como nosotros, menos en el pecado. 
Has trabajado con manos de hombre, 
has pensado con mente de hombre, 
has actuado con voluntad de hombre, 
has amado con corazón de hombre. 
Cristo, tú eres el hombre; 
Cristo, tú eres la verdad del hombre; 
Cristo, tú eres la salvación del hombre. 
Cuanto más te conozcamos a ti, 
más nos conoceremos a nosotros mismos. 
Cuanto más vivamos como tú, 
más viviremos como hombres, 
mas hombres seremos. 
El hambre de «humanidad» que hay en nosotros 
sólo podremos saciarla en ti. Amén.

GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981