ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA»

SER CATEQUISTA HOY 5
por GAETANO GATTI 



V

ANUNCIADORES DE LA PASCUA DEL SEÑOR


«SI EL GRANO DE TRIGO... MUERE, 
DA MUCHO FRUTO» (Jn 12,24) 

¿Qué compromiso exiges a los muchachos después de haberles 
anunciado la Palabra de Dios? He aquí una pregunta muy general 
que suscita en ti una cierta dificultad, ya que las respuestas que 
podrías aducir son diversas. 
Les invito a orar, a creer, a amar al Señor, a participar en los 
sacramentos... Estoy de acuerdo acerca de la necesidad de 
sugerir modos diversos de vivir la Palabra de Dios... 
Sea cual fuere el compromiso que propongas, hay una condición 
indispensable que es anunciada por el propio Jesucristo: «Si el 
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si 
muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). 
La Palabra del Señor, para poder llevar a cabo la salvación que 
promete, sigue en el interior de cada uno de nosotros una 
trayectoria de renuncia, de mortificación, es decir, de muerte, para 
abrirse a la novedad de una vida mejor en Cristo. 
El mismo, con su experiencia de muerte y resurrección, se 
convierte en el camino y en el modelo de todo creyente. Por tanto, 
la primera reacción de tus muchachos frente a la propuesta 
cristiana es, consiguientemente, una sensación de desconcierto, 
dado que Dios presenta en Jesucristo un modo de pensar y de 
obrar que contrasta con las opciones habituales. 
Te encuentras ante perspectivas nuevas que te comprometen a 
«morir» a la mentalidad ordinaria. Sólo dentro de esta experiencia 
es posible comprender y acoger la salvación. 
¿Cómo actuar con los muchachos? ¿Qué significa vivir el 
misterio pascual en la propia vida? Tienes que observar cómo 
actuó Jesucristo, reflexionar acerca de la meta que se propuso en 
su ministerio, ver cómo realizó él la salvación y qué condiciones 
estableció para quienes desean acogerla. 


1. LA PALABRA DE JESUCRISTO 
ANUNCIA EL MISTERIO DE LA PASCUA 
Los discursos, los milagros, las enseñanzas de Jesús que nos 
refiere el evangelio no fueron simplemente yuxtapuestos o 
redactados según un orden cronológico, sino que permiten intuir 
que la atención la ocupa un acontecimiento central: la pascua.
En la catequesis no puedes pasar por alto esta convergencia 
interna del mensaje cristiano, de la que éste recibe toda su 
capacidad significativa. Escribe el apóstol Pablo: Ahora bien, si 
Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es 
también vuestra fe» (1 Cor J5,14) 
La fidelidad al servicio de la Palabra exige respetar esta 
perspectiva central que el propio Jesús puso de manifiesto como 
momento culminante de su andadura humana. 
La Pascua, mas que un episodio, es una dimensión de la 
proclamación de la fe; más que un hecho es un misterio que se 
hace presente a través de tu palabra. Es, por consiguiente, un 
acontecimiento que te interroga a ti y a tus muchachos para poder 
llegar a acoger la salvación como don de Dios. 

Jesucristo: siervo de la Palabra hasta la muerte 
Jesucristo lleva a cabo el ministerio de la Palabra en obediencia 
a la voluntad del Padre, que le envió en medio de los hombres 
para anunciar el evangelio del reino (Lc 4,18). 
Es un servicio al que él concede una prioridad absoluta: «Tengo 
que anunciar la buena nueva del reino de Dios. Para esto he sido 
enviado» (Lc 4,43). 
Este ministerio va acompañado de dificultades, 
incomprensiones, amenazas, sufrimientos, rechazos. Jesucristo lo 
lleva a cabo siempre bajo el signo de la muerte, que va 
preparando día a día, a fin de ofrecer la propia vida al Padre como 
un don libre y voluntario. «Por eso me ama el Padre, porque doy 
mi vida, para recobrarla de nuevo. No me la quita nadie; la doy yo 
voluntariamente» (Jn 10,17-18). 
Cuando en tu ministerio catequístico tropieces con dificultades, 
no las achaques a los muchachos o a su situación familiar, sino 
procura considerarlas mas bien como un modo de revivir en ti 
mismo y prolongar el misterio del sufrimiento del Señor. 
Al confiarte su palabra, Jesucristo te introduce en su 
seguimiento, te acompaña, pero no te dispensa de sufrir. 
En un cierto sentido, la dimensión de la muerte es inseparable 
de la Palabra y constituye un signo válido de su autenticidad, 
porque proclama que la salvación sigue presente todavía en medio 
de nosotros. 
El tipo de servicio al evangelio propuesto por Jesucristo es total, 
dado que nace de la vida y, por lo mismo, supone morir a otras 
opciones. 
La preparación diligente de la sesión de catequesis, el seguir a 
los muchachos, el jugar con ellos, el adaptarte a sus exigencias, 
requiere de tu parte una disponibilidad que conlleva la renuncia, la 
mortificación... 
Vives tal experiencia como un modo de participar eficazmente en 
el misterio de la salvación que el Señor lleva a cabo también por 
mediación tuya. 

La vida de Jesucristo: anuncio de la Pascua 
A través del ministerio de la Palabra, vivido en la plena donación 
de sí, Jesucristo ofrece sus discípulos la perspectiva de la espera, 
la esperanza y la alegría de la pascua. 
La pascua es la etapa final de su andadura humana que le 
coloca en la situación del Señor resucitado, sentado a la derecha 
del Padre. Las palabras, los hechos, los milagros de Jesús, 
constituyen todos ellos un único servicio a su pascua, de la que 
son ocasión de anuncio y anticipación. 
En la pascua es donde el Padre premia al Hijo (Jn 17,1) y le 
constituye en Señor (Hech 2,36), es decir, signo de salvación para 
todos los hombres. 
Por este motivo el ministerio de la Palabra en Jesucristo subraya 
con particular insistencia, ya desde el principio, la espera de «su 
hora» (Jn 2,4), que habrá de hacerse realidad en el momento de 
pasar de este mundo al Padre. «Ha llegado la hora de que sea 
glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12,23). Por eso es importante 
en la catequesis 
­subrayar la centralidad de la muerte y resurrección del Señor 
que pone de relieve el amor y el servicio de Jesús a los hombres, 
mas que evidenciar el poder y la excepcionalidad de sus milagros; 

­acentuar la imagen de Jesucristo como el Señor del universo, 
que se hace presente en la comunidad cristiana. 

Es el Señor resucitado quien te ha enviado a anunciar su 
Palabra para que, junto con tus muchachos, le descubras presente 
en medio de ellos como alguien a quien a veces se corre el riesgo 
de no ver. En el grupo de tus muchachos hay que contar siempre 
con una presencia más, ya que el Señor no falta nunca. 

La salvación se lleva a cabo en la cruz y en la resurrección 

Hay que presentar la vida de Jesucristo como un conjunto de 
opciones, por encima de las cuales él propone un modelo de 
salvación que nos sorprende. Su salvación no se lleva a cabo en el 
poder, en el dominio, en la gloria, según las expectativas humanas 
(Mt 4,1-11), sino en el servicio, en el sufrimiento y en la solidaridad 
con los hombres. 
Jesús es solidario con el hombre porque comparte hasta el 
fondo su existencia y le salva con la muerte en cruz. De esta 
manera propone un modelo de salvación para aquellos que 
comparten con él el ministerio de la Palabra. 
Colaborar con Jesucristo en la catequesis significa optar por la 
vía del servicio, de la co-participación, de la solidaridad que te 
acerca a tus muchachos, te hace sensible a sus exigencias de fe y 
atento a compartir sus experiencias de vida. 


2. VIVIR LA PASCUA 
EN LA VIDA DE CADA DÍA 
El misterio de la pascua revela el estilo con que es menester 
acercarse al Señor. Se trata de un conjunto de actitudes que 
inspiran en un permanente tránsito interior de la muerte a la vida. 
Por lo tanto, únicamente conformándose con Jesucristo, que 
muere y resucita, podrán tus muchachos compartir su relación filial 
con el Padre y la comunión fraternal con los hombres. 
Tu ministerio permite a quienes te escuchan madurar 
continuamente este tipo de opciones cristianas. 
En esta difícil y comprometida tarea no estás solo, sino que está 
contigo el Espíritu, porque seguir al Señor es un don y no una 
conquista nuestra. 

«Es el Espíritu Santo quien comunica al hombre la voz y la fuerza para 
responder a su suprema vocación, le pone en contacto con el misterio 
pascual de Cristo y le hace capaz de poner en practica la nueva ley del 
amor. (RdC 133). 

La dimensión pascual del servicio de la Palabra se descubre 
también a partir del sacramento del bautismo, que cualifica la 
identidad del cristiano 

Bautizados en la muerte y resurrección de Cristo 
Los muchachos se presentan en la catequesis ante todo como 
bautizados, con el compromiso y el deseo de crecer en el don de 
la fe que han recibido del Señor. 
Es una identidad que es preciso recuperar, ya que el servicio de 
la Palabra pretende hacer madurar en ellos la vida bautismal 
según los dinamismos que le son propios, es decir, mediante un 
continuo pasar de la muerte del pecado a la vida de la gracia. 
En realidad, el ministerio de la Palabra no es sino una 
explicitación de la vida bautismal, que introduce al cristiano en la 
muerte y resurrección del Señor y le capacita para vivir y crecer en 
esta dirección. De otra manera, el bautizado no tendría la 
posibilidad de realizar su propia vocación. 
Tu ministerio catequístico tiene la finalidad de mantener viva 
esta tensión, de promoverla, a fin de que los muchachos puedan 
hacer realidad en su propia existencia el misterio pascual 

«¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, 
en su muerte fuimos bautizados? Fuimos, pues, con él sepultados por el 
bautismo en la muerte, para que, al igual que Cristo fue resucitado de 
entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros 
vivamos una vida nueva» (Ro». 6,3-4). 

La catequesis promueve la vida nueva, a la que cada uno de 
nosotros ha renacido en el bautismo, haciéndonos cada vez más 
conformes a Jesucristo muerto y resucitado.

Morir para vivir como resucitados 
Ser bautizado equivale a hacer actual en la propia existencia el 
misterio de muerte y resurrección, efectuando un tránsito continuo 
hacia la configuración con Jesucristo. 
Cada uno de nosotros experimenta a diario la contradicción de 
sentirse pecador y salvado y, consiguientemente, el deseo de 
resucitar. El ministerio catequético constituye, a este propósito, 
una ocasión propicia para sentir en ti mismo esta necesidad frente 
a la Palabra de Dios que anuncias a los niños. Es un programa 
comprometedor que no debes temer presentarles, porque serias 
infiel a tu misión. Puede articularse en las siguientes fases: 
­Morir al pecado en nosotros mismos, es decir, morir al egoísmo, 
a la ira, a la venganza, a la pereza, a la indiferencia, al orgullo..., 
para proclamar la salvación operada por el bautismo.
­Morir al pecado en las relaciones con los demás, es decir, 
buscar las relaciones de comunión mutua que anuncia el misterio 
de la Iglesia, en la que todos somos hermanos en el Espíritu.
­Morir al pecado del mundo, es decir, al uso desordenado de las 
cosas que pueden obstaculizar las exigencias de la vida bautismal. 


El catequista, «siguiendo los caminos del Espíritu... sabe 
conectar con los fieles en sus situaciones concretas y 
acompañarlos, día a día, a lo largo de un itinerario siempre 
singular» (RdC 168) y vive las dificultades, las incertidumbres, las 
dudas y las tentativas frustradas de sus muchachos. 
Sabe que nada se improvisa, ni siquiera por don del Espíritu, 
que respeta la libertad de cada cual. 

Salvados a un elevado precio (1 Cor 7,23) 
Al ver en tus muchachos la dignidad de bautizados, puedes 
redescubrir la importancia que ellos tienen a la luz de Dios. En 
realidad, para el cristiano, el valor de la persona humana y el 
sentido de su obrar no se deducen únicamente de la psicología y 
de la pedagogía, sino dentro del plan de salvación, en particular 
de cara a la pascua del Señor. 
Todo muchacho es importante, de gran valor a los ojos de Dios. 
Jamás estará permitido alimentar preferencias respecto a ellos o 
practicar opciones discriminatorias respecto a los mas reacios a tu 
anuncio. 
Escribe el apóstol Pedro: «Sabed que habéis sido rescatados de 
la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo 
caduco, como oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de 
cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo» (1 Pe 1,18-19). 
Esta profunda realidad de fe debe inspirar tus actitudes respecto 
a cada uno de tus muchachos. 
­La cruz revela el auténtico valor de la persona humana, por la 
que Cristo entregó su vida. «Comprados como habéis sido a un 
elevado precio, no os hagáis esclavos de los hombres» (1 Cor 
7,23). 
­La muerte de Cristo es el signo y la medida del amor del Padre 
a todo ser humano. «La prueba de que Dios nos ama es que 
Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» 
(Ro». 5,8). 

El ministerio catequético resulta ser, pues, un modo de hacer 
eficaz el sacrificio de Cristo, ya que en él se anuncia a los 
muchachos hasta qué punto ha llegado su amor y se les comunica 
su salvación. 
Debes experimentar en ti mismo el aguijón de Pablo: «El amor 
de Cristo nos apremia al pensar esto: que uno murió por todos; 
luego todos murieron; y murió por todos para que los que vivan no 
vivan ya para sí mismos, sino para aquel que por ellos murió y 
resucitó» (2 Cor 5,14-15). 
Acostúmbrate a ver en tus muchachos a personas por las que 
Jesucristo murió y resucito y espera que tú les anuncies el misterio 
de la salvación que él vino a realizar. 


3. CELEBRAR JUNTOS LA PASCUA 
EN LA COMUNIDAD CRISTIANA 
La Pascua es un misterio que se vive personalmente para 
después celebrarlo reunidos en la asamblea litúrgica. De hecho, 
como ocurrió con Jesucristo, el morir a si mismo del cristiano no es 
distanciamiento de los demás, sino sentido de solidaridad y de 
hermandad.
Porque hemos resucitado nos sentimos más hermanos y, por lo 
tanto, en condiciones de celebrar juntos la pascua en la 
comunidad. 
El ministerio catequético, por consiguiente, dispone y orienta 
hacia la asamblea litúrgica, ya que el bautismo inaugura una 
existencia nueva en la comunión eclesial. 

La Eucaristía: pascua de la comunidad 
El gesto que, más que ningún otro, proclama, conmemora y 
hace presente el misterio de la pascua del Señor es la Eucaristía. 
En la celebración eucarística, efectivamente, se anuncia la muerte 
y la resurrección de Cristo como un acontecimiento que se 
propone hoy: 

«Anunciamos tu muerte; proclamamos tu resurrección ¡ven Señor 
Jesús!». 

El Señor viene a celebrar con nosotros su pascua para 
asociarnos a él en nuestro paso de este mundo al Padre. Por este 
motivo, junto con el pan de vida, nos da la fuerza para vivir como 
resucitados, en fidelidad a la vocación del bautismo. La Eucaristía, 
por tanto, se sitúa en la encrucijada más importante del 
crecimiento de fe de los muchachos, ya que éstos son llamados:
­a revivir en si mismos la disponibilidad de Jesucristo en su decir 
«si» al Padre, es decir, en cumplir su voluntad; 
­a asumir una relación oblativa para con los demás, con 
profundo espíritu de sacrificio. 

En la Eucaristía Jesucristo nos introduce en el dinamismo de la 
pascua porque nos da el Espíritu que libera del pecado y 
promueve nuevas posibilidades de amar a los demás y las 
actitudes filiales respecto a Dios Padre. 
Por el bautismo tus muchachos tienen la exigencia y la vocación 
de crecer y de realizarse en una comunidad pascual. La invitación 
del Señor les reclama con frecuencia a reunirse en asamblea, 
especialmente el domingo, para celebrar juntos la pascua. 

Los sacramentos: signos de la pascua 
La celebración de los sacramentos, con significados diversos en 
relación a las experiencias de vida, es un modo de actualizar la 
pascua de Cristo, es decir, el misterio de la salvación en las 
situaciones típicas de nuestra existencia. 
El catequista hace converger sobre ellos su atención, con objeto 
de disponer a los muchachos a celebrarlos de manera 
responsable, es decir, como un encuentro con el Señor resucitado. 
Por su especifica fisonomía pascual, no siempre debidamente 
evidenciada por la catequesis, merece un particular realce el 
sacramento de la reconciliación. Efectivamente, la reconciliación 
sacramental: 
­es un nuevo bautismo, es decir, el redescubrimiento de las 
exigencias de la vida de los hijos de Dios, desquiciadas y 
distorsionadas a raíz del pecado; 
­es una participación en el misterio de la muerte de Jesucristo, 
para reconquistar la libertad de la vida nueva en el Espíritu; 
­es la proclamación de la victoria de Cristo sobre el pecado, para 
hacer prevalecer el amor sobre el egoísmo, la verdad sobre la 
mentira, el bien sobre el mal. 

Acercarse al sacramento de la penitencia significa acoger el don 
del Padre, que llama a conformarse con Jesucristo, es decir, a 
optar en la vida por la libertad de los hijos de Dios. 
Sé tú el primero en presentarte a tus muchachos rico en esta 
experiencia, que te renueva a sus ojos y te hace capaz de 
transmitirles la dimensión pascual de la vida cristiana. 

Una comunidad pascual 
La credibilidad del hecho de que el Señor ha resucitado y sigue 
viviendo depende de que sea ratificado por la comunidad cristiana, 
que deberá atestiguarlo con sus opciones, con sus celebraciones, 
pero sobre todo con su vida, a fin de que también los demás 
puedan compartir la misma gozosa experiencia. Por eso tus 
muchachos comprenderán el sentido del misterio pascual no 
simplemente en virtud de la insistencia con que les hables de él, 
sino más bien por cómo lo vean vivido por la comunidad que 
frecuentan. 
No faltan motivos de desaliento ante esta exigencia comunitaria 
del anuncio de la pascua y la necesidad, hoy día tan acentuada, 
de que se verifique en la realidad. Existe, sin embargo, una 
solución intermedia que constituye un punto de tránsito y una 
gradual introducción a dicha experiencia: el grupo de catequesis. 

Los muchachos reunidos en torno a la Palabra de Dios pueden 
formar una auténtica comunidad pascual, porque con su propia 
vida anuncian en la alegría, en el compromiso de fidelidad 
bautismal y en la participación en los sacramentos, que Jesucristo 
ha resucitado de verdad, porque juntos tratan de vivir la vida 
nueva en el Espíritu. Todo depende de que tu sensibilidad sepa 
transmitir el sentido pascual a la opciones que propones, 
comprometiendo a los muchachos en cuanto grupo. Para realizar 
esto es necesario: 
­subrayar que todo comportamiento cristiano auténtico nace del 
morir al pecado; 
­promover una recíproca comunión en la fe, en la que cada uno 
trata de corregir al otro, para crecer juntos en el amor al Señor; 
­reunirse con cierta periodicidad para participar en la Eucaristía 
o acercarse al sacramento de la penitencia. 

Es un itinerario con el que introduces a los muchachos en la 
comunidad cristiana de un modo ya comunitario, es decir, como 
grupo, con una profunda atención a la dimensión pascual. 

PARA LA ORACIÓN 
Señor Jesús, creo que has resucitado 
y vives con nosotros. 
Te doy gracias porque quieres servirte de mi 
para hacer más bonancible este mundo. 
Te doy gracias porque deseas que colabore 
en la obra de la redención. 
Ayúdame a mirar con tus ojos, 
a juzgar con tu inteligencia, 
a obrar con tu corazón. 
Hazme eco de tu voz, 
reflejo de tu estilo de vida, 
instrumento de tu gracia. 
Señor Jesús, revélate una vez más 
a través de nosotros. 
Que quien nos vea, 
quien nos escuche, 
quien trate con nosotros, 
se percate de que verdaderamente has resucitado 
y pasas tus días con nosotros, 
para la salvación y la alegría de todo el mundo.

GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981.Págs. 67-92