MARTES DE LA SEMANA 18ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Nm 12, 1-13

1-1.

Leeremos el relato de una prueba personal de Moisés: Es criticado por su propia familia, por su hermano Aarón y su hermana Miriam, se le reprocha el haberse casado con una extranjera. Se envidia su papel preponderante y su intimidad con Dios.

-Miriam y Aarón murmuraron contra Moisés por haber tomado por esposa a una mujer etíope.

La Biblia es ciertamente un espejo de la humanidad media, que nos presenta la imagen constante de nuestras fragilidades, de nuestras bajezas: racismo, envidias, historias de familia a propósito de casamientos...

Ahora veremos cómo se resuelve este asunto.

-"¿Es que el Señor no ha hablado más que con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros?"

Esta es la segunda queja: la desigualdad aparente, el reparto tan dispar de los dones y talentos...

"A uno le dio diez talentos, al otro cinco, al otro uno..." En lugar de alegrarnos de la maravillosa diversidad de vocaciones que constituyen el "Cuerpo de Cristo", nos comparamos los unos a los otros.

¡Claro que Dios "habla a todos los hombres"! Sin embargo eligió también a los profetas y a los ministros, que situó aparte: ellos no han de acaparar la Palabra de Dios, pero les pertenece ser los "especialistas", los «testigos», los "servidores" para el bien de todos sus hermanos.

Ruego por los que han recibido responsabilidades particulares...

-El Señor lo oyó. Moisés era un hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre la faz de la tierra.

Veremos como defiende Dios a su servidor.

El Señor dijo a Aarón y a Miriam: «Salid los tres a la Tienda de la reunión.» Y salieron los tres.

¡Es pues «ante Dios» donde va a resolverse ese conflicto! Cuán conveniente es, en nuestra época de enfrentamientos cada vez más amplios y exacerbados, meditar esta escena: tres personas que aceptan orar juntas y negociar juntas también.

La violencia, el rechazo del diálogo, el parapetarse en las propias posiciones, nunca han resuelto nada... por lo menos en profundidad y de modo durable

¿A qué me llama Dios a través de esta invitación: "Salid los tres a la Tienda de Reunión"?

«Si tu hermano tiene algo contra ti, deja allá tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con él...» (Mateo 5, 24) dirá Jesús. Y notamos de nuevo la unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Leer el libro de los Números no es una manía arcaica, estar de cara a los documentos del pasado, es oír una Palabra de Dios para el día de HOY de mi vida. Es la finalidad misma de la meditación.

-«Escuchad pues mis palabras: Moisés mora en mi casa. Le hablo cara a cara... ¿Por qué os habéis atrevido a hablar contra mi servidor Moisés?"

Dios nos interroga siempre.

-La ira del Señor se encendió contra ellos... He aquí que Miriam estaba leprosa, blanca como la nieve... Aarón suplicó a Moisés... Y Moisés imploró al Señor: «¡Oh Dios, te lo ruego, sánala!» Sí, podemos orar con tales textos.

En ellos percibimos ya el evangelio de Jesús: «perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 214 s.


1-2. /Nm/12/01-15:

Sobre un fondo de problemática familiar guardado en la memoria de la tradición, posiblemente elohísta, el autor bíblico nos ofrece una buena lección teológica sobre los carismas. En primer lugar pone de relieve la libre acción de Dios: él es quien distribuye a cada uno según quiere (cf. 1 Cor 12,11). Y la voluntad de Dios no es arbitraria: el carisma no se otorga para lucimiento personal, sino en orden a la edificación y buena marcha de la comunidad. A la libre generosidad de Dios debe corresponder, pues, la fidelidad de servicio del hombre.

Este es precisamente el caso de Moisés (v 7). Por ello la actitud de los dos hermanos que intentan minar la autoridad de Moisés en beneficio propio atrae la ira de Yahvé. María era ciertamente profetisa (Ex 15,20), había recibido este carisma como Aarón había recibido el del sacerdocio. Era verdad, por tanto, que Dios había hablado también con ellos (2).

Pero esta realidad no les daba ningún derecho a exigir igualdad de dones ni, menos todavía, a intentar reducir a Dios a un mero garante de la igualdad material de su propia gracia. En el fondo se trata de un intento más de manipular a Dios y de convertir el servicio -el ministerio- en un título de honores y poder, tal como vemos en todo el curso de la historia del pecado.

Yahvé acepta el reto y le da su respuesta: él, que llama a cada uno a un servicio concreto, le da también el carisma correspondiente y le asegura su asistencia (6-7). No embarca irresponsablemente a nadie en ninguna aventura gratuita. Pero no está obligado a más. Y exige que se respete su voluntad (8b), sin envidia y con auténtica responsabilidad. Así responde Moisés al don de Dios: con humildad y mansedumbre (3), siempre al servicio de Dios y de los hermanos.

María es castigada por Yahvé. ¿Nos encontramos ante una manipulación de la tradición elohísta por parte del compilador sacerdotal? Porque, según nuestro texto, los hermanos cometieron el mismo pecado, y no sólo es María la única castigada, sino que Aarón aparece incluso como su intercesor ante Moisés (11). ¿Se trata de asegurar la buena imagen y el respeto debido al sacerdocio? ¿O quizá en la tradición más primitiva todo el problema se planteaba en el terreno de los celos entre cuñadas, y al final María lo sacó a la luz pública? ¿O el texto quiere decirnos también la condenación que merecen los matrimonios mixtos, que después, en tiempos de Esdras, serían condenados tan duramente?

J. M. ARAGONÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 156 s.


2.- Jr 30, 01-02.12-15.18-22

2-1.

-«Escribe en un libro todas las palabras que te he hablado.»

Los capítulos 30 a 33 de Jeremías que iremos leyendo, constituyen el llamado "Libro de la Consolación".

Cuando el pueblo y sus responsables se dormían en la indiferencia o en la ilusión, Jeremías anunció duramente la desgracia que se acercaba.

A medida que la destrucción de Jerusalén es más inminente y se ha realizado ya, en 586, Jeremías anuncia la restauración, y se propone consolar a los desesperados.

-Israel, tu herida es incurable y tu quebranto irremediable. No hay nadie para ocuparse de ti. Todos tus amantes te han olvidado, ya no se preocupan de ti... ¿Por qué te quejas?

Por tu gran falta, por ser enormes tus pecados te he hecho esto.

D/CAUSA-MAL: El Antiguo Testamento no hace nunca distinción entre lo que sucede «por las causas segundas» -es decir lo que proviene de las leyes naturales de la biología, de la historia, de la psicología humana...- y lo que procede de la «Causa Primera» -lo que Dios permite o quiere-. Así la Biblia suele atribuir directamente a Dios todo lo que sucede, incluso el mal: «Te he hecho todo este mal».

Jesús rectificará claramente este juicio demasiado simplista diciendo, a propósito del ciego de nacimiento: «ni él ni sus padres pecaron para que esto le sucediera...» pero ha sucedido para que se manifiesten en él las obras de Dios, es decir, la gracia de la curación (Juan 9, 3)

Dios ama de veras a los hombres. Quiere, de veras, su felicidad.

Y hay como una queja dolorosa en su boca ante los «falsos amantes» de la humanidad, que la abandonan a la primera dificultad. «Todos los amantes te han olvidado.» Son los ídolos.

Dios, es un «esposo» verdadero. No abandona a los que ama. Cuando aprieta el mal -interpretado como una consecuencia de los pecados, según los matices antes sugeridos-, Dios continúa amando. Y he ahí lo que esto significa:

-Mira: restableceré las tiendas de Jacob, me compadeceré de sus mansiones; será reedificada la ciudad sobre sus ruinas, el alcázar será restablecido en su lugar, saldrán de allí loor y gritos de alegría

Una primera imagen: la reconstrucción de una ciudad destruida... Una ciudad completamente nueva surge de sus ruinas... una casa pimpante, sólida, confortable, de la que salen voces de alegría.

-Los multiplicaré, los honraré... Sus hijos serán como antes... Su asamblea se mantendrá en pie ante mí... Su jefe de entre ellos saldrá, su soberano será uno de ellos. Yo le daré audiencia y él llegará hasta mí...

Una segunda imagen: un pueblo próspero que se multiplica... que se reúne delante de Dios... que elige a su responsable a quien Dios dará audiencia...

Algunos exegetas subrayan que Jeremías no vuelve a nombrar a "Jerusalén" la ciudad que el profeta entrevé para el futuro es toda ciudad que se reconstruye. Y Jeremías no nombra tampoco al "rey": el jefe entrevisto por el profeta no es, forzosamente de la «estirpe de David», como anunciaba Isaías, es cualquier responsable que, democráticamente, elige una comunidad humana -«uno de ellos, de entre ellos saldrá», insiste el profeta.

Ruego por los pueblos, y por sus responsables. Ruego por las comunidades humanas de las que formo parte, y por los responsables de estos grupos.

-«Y vosotros seréis mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios».

En los días venideros, encontraremos a menudo esta fórmula, que es una «fórmula de Alianza»: llevo a la oración esta fórmula admirable.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 214 s.


2-2. /Jr/30/18-24 /Jr/31/01-03

Este fragmento, que encabeza el «Libro de la Consolación», posiblemente fue pronunciado por Jeremías, a excepción de algunos versículos, durante el tiempo de la reforma deuteronómica de Josías. Fue destinado sobre todo al Reino del Norte, que, por aquellos años, dada la debilidad de Asiria, podía volver a tener esperanza de ser restaurado, bajo la guía del buen rey Josías. Sólo más tarde debió de ser aplicado también a Judá, tal vez por el mismo profeta o por sus discípulos. El caso es que aparecen en él las ideas fundamentales de Jeremías sobre la restauración. En primer lugar el oráculo describe la restauración (30, 18-24): todo Israel, las doce tribus, regresará desde el exilio a la tierra que en promesa le corresponde; las ciudades serán reconstruidas; todos volverán a dar gracias y a alegrarse por la experiencia de bendición de Yahvé en ellos y en sus descendientes: tendrán un soberano, que será uno de entre ellos y estará muy cerca de Yahvé y, finalmente volverá la situación ideal en la que ellos serán el pueblo de Dios y él será su Dios. Después (31,1-9) continúa el anuncio de buenas noticias para Israel: la restauración se halla aquí descrita en forma de regreso, de un nuevo éxodo, de una nueva reunión en Sión, de una nueva liberación, de una nueva relación paterno-filial entre Yahvé y su pueblo.

Jeremías es consciente de que la reforma de Josías puede ser un signo, un comienzo, de un nuevo tipo de vida. Entonces anuncia la restauraci6n del pueblo del norte, con la confianza y la esperanza de que todo Israel vuelva a sentirse profundamente interpelado por Yahvé, lo experimente como Padre que se preocupa siempre por el bien de sus hijos.

No se trata de ser ingenuo ni optimista sin fundamento. La fe da al hombre una nueva visión de la realidad por la cual todo queda iluminado por la esperanza de un futuro mejor.

El cristiano en su vocación profética, está llamado a saber encontrar aquellos signos de esperanza escondidos en la situación de la sociedad y a confirmar a los demás en esta esperanza activa que los haga comprometer en las tareas de extender a todos los hombres el anuncio de la salvación y la conciencia de ser hijos del Padre. Eso no adormece en modo alguno, al contrario: impulsa una actividad de acuerdo con el plan del Señor.

R. SIVATTE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 798


3.- Mt 14, 22-36

3-1.

Ver DOMINGO 19A


3-2.

-Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos a que se embarcaran y que se adelantaran a la otra orilla, mientras El despedía a la gente.

Detalle sorprendente: "¡Obligó a sus discípulos a marcharse!" Es Juan quien explica esa anomalía (Juan 6, 14-15). La gente, maravillada por el milagro, quiso arrastrar a Jesús a una aventura política: proclamarle rey. Jesús conocía demasiado a sus propios discípulos, vinculados a esa misma perspectiva de mesianismo temporal... fácilmente se hubieran unido a esa inoportuna manifestación.

Jesús les obligó a que se alejaran de allí y partiesen.

Sí, Jesús se encontró a veces, ante problemas difíciles como ése, solo contra todos.

-Después de despedir a la multitud, subió al monte para orar a solas.

Podemos imaginarlo discutiendo paso a paso con los más recalcitrantes, los más entusiastas, que no querían marcharse...

"Pero, si yo no he venido para esto... mi Reino no es de este mundo... no estoy encargado de daros de comer todos los días... volved a vuestro trabajo..." Cansado por esas discusiones, cuando quedó solo, sintió necesidad de orar.

Contemplo en ti esa necesidad de orar que embarga tu corazón. Se ha probado desviarte de tu misión esencial.

Por instinto vuelves a ella. Tu papel es espiritual, si bien tiene consecuencias importantes en lo material.

-Al anochecer, seguía allí solo.

Te contemplo orando.

¿Tengo yo el mismo deseo de soledad, de estar de corazón a corazón con el Padre?

Para ti eso es más importante que todos los triunfos terrenales.

¿Qué le decías al Padre, en ese anochecer? Pensabas quizá en la Iglesia que estabas fundando, y a lo que, en todas las épocas, sería su tentación constante: hacer pasar los medios humanos al primer plano.

¿Creo yo en el valor de la oración? ¡Tiempo humanamente perdido, en apariencia! Pasar tiempo a solas con Dios.

-Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario.

Esto es realmente una imagen de tu Iglesia, marchando a menudo contra la corriente.

-De madrugada se les acercó Jesús andando por el lago. Los discípulos, viéndolo andar por el lago, se asustaron mucho; decían: "¡Es un fantasma!", y daban gritos de miedo. La duda, el miedo. Sin embargo ¡fue Jesús quien les obligó a embarcar!

-Jesús les habló en seguida: "Animo, soy Yo, no tengáis miedo", Jesús no se presenta; dice sencillamente: "Soy yo". Jesús inspira confianza, desdramatiza.

-Pedro tomó la palabra: "Señor, si eres Tú ¡mándame acercarme a ti andando sobre el agua!" Jesús le dijo: "¡Ven!" Es una respuesta... a una plegaria audaz...

-Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Sálvame, Señor". Jesús extendió en seguida la mano y lo agarró: "Hombre de poca fe ¿por qué has dudado?" Cuando Pedro se encontrará en otras tempestades, mucho más graves para la Iglesia, en Roma; en las persecuciones que amenazarán la existencia de la Iglesia, recordará esa "mano" que agarró la suya, aquel día en el lago. Pedro es el primer creyente, el primero que haya vencido la duda y el miedo.

La Fe, en su pureza rigurosa, va hasta ese salto a lo desconocido, ese riesgo que Pedro asumió más allá de las seguridades racionales: una confianza en Dios solo, sin punto de apoyo. ¡Señor, calma nuestras tempestades! Danos tu mano.

-El viento amainó...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 106 s.


3-3.

1. (Año I) Números 12,1-13

a) Esta vez la rebelión y la protesta le viene a Moisés de su misma familia: su hermano mayor Aarón, el sacerdote, que tanto había trabajado en colaboración con Moisés, y su hermana María (Miriam), la que había vigilado en el río la canasta donde su madre había depositado al niño Moisés. Ahora ambos le atacan y murmuran de él.

Un primer motivo es su matrimonio con una extranjera: hecho del que no sabemos apenas nada. Pero, además, ponen en tela de juicio su carácter de profeta o, al menos, de profeta único. ¿No oían también ellos la voz de Dios?

Hay una doble reacción ante este ataque inesperado. Por parte de Moisés, la paciencia, porque «era el hombre de más aguante del mundo». Pero Dios se enfada y sale en defensa de su profeta: «¿cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?». El libro interpreta como castigo de Dios la lepra que sufrió María.

Aarón se arrepiente de su falta. El salmo parece recoger sus sentimientos: «misericordia, oh Dios, por tu inmensa compasión borra mi culpa». Y Moisés muestra, una vez más, su corazón magnánimo intercediendo ante Dios por su hermana.

b) Por desgracia, en todas las familias y comunidades pueden darse situaciones como éstas: interpretaciones torcidas, o celos ante los carismas y talentos de los otros. A Jesús se le enfrentaron sus enemigos poniendo también en duda la autoridad con la que hablaba y actuaba.

¿Cómo reaccionamos cuando nos enteramos de que alguien de los más cercanos está hablando mal de nosotros? Lo primero que deberíamos pensar es en qué pueden tener razón. Porque todos tenemos defectos, y la corrección fraterna -incluso la que se hace sin demasiada oportunidad- nos puede ayudar a recapacitar y mejorar.

Pero puede suceder que, en conciencia, no nos creamos merecedores de los ataques que recibimos. En tales casos, ¿tenemos un corazón tolerante y paciente, como el de Moisés? ¿somos capaces, como él, de interceder ante Dios por quienes nos atacan?

Jesús nos enseñó a perdonar. Es lo que más nos cuesta. El ejemplo de Moisés nos debería animar a ser más generosos en nuestras reacciones ante el trato que recibimos de los demás, cuando nos parezca injusto.

1. (Año II) Jeremías 30,1-2.12-15.18-22

a) Los últimos capítulos que leemos de Jeremías pertenecen al «libro de la consolación»: tienen un tono esperanzador. Cuando todavía era posible, anunciaba al pueblo el castigo, para invitarle a la conversión. Ahora que ya ve inminente la destrucción, les dirige palabras de ánimo, asegurándoles que los planes de Dios, a pesar de todo, son de salvación.

La página de hoy empieza de una manera que parece trágica: «no hay remedio... no hay medicinas... tu llaga es incurable». El profeta le dice al pueblo que todo lo que le pasa es por culpa de «la muchedumbre de tus pecados». Los males inminentes -están a punto de ser llevados al destierro por Nabucodonosor- los interpreta como escarmiento, para que aprendan a ser más fieles a la Alianza. «Tus amigos (los falsos dioses) te olvidaron, ya no te buscan».

Pero en seguida se ve al Dios misericordioso, que sigue amando a su pueblo a pesar de sus infidelidades: «yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob... será reconstruida la ciudad... de ella saldrán alabanzas y gritos de alegría». Y anuncia para el futuro una era más risueña: «saldrá de ella un príncipe... vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios».

No sabemos a qué próximo futuro se refiere Jeremías: ¿al reinado de Josías? ¿o está hablando a los desterrados del reino del Norte, anunciándoles la próxima caída de Nínive y su regreso?

b) La herida era incurable, pero Dios es un Dios que sabe curar. «Yo cambiaré». «Yo reconstruiré».

Eso sigue siendo verdad ahora, y con mayor motivo. Porque Dios nos ha enviado a ese príncipe que guía a su pueblo a una nueva Alianza: Cristo Jesús. Nosotros pertenecemos a ese nuevo pueblo y podemos alegrarnos de que nuestro Dios es el Dios de la misericordia y de la reconstrucción.

En nuestra propia persona, en nuestra comunidad más cercana o en la Iglesia, podemos estar viviendo situaciones que nos parecen de «heridas incurables» o de ruinas en el edificio. Pero escuchamos la voz de Dios: «yo cambiaré la suerte... los multiplicaré... vosotros seréis mi pueblo». No cabe el pesimismo. Incluso del mal quiere Dios que saquemos bien. Estas situaciones de dolor o de deterioro nos pueden servir para madurar, para ser más humildes.

El salmo nos invita a la confianza: «Cuando el Señor reconstruya Sión y aparezca su gloria... el Señor ha mirado desde su excelso santuario para escuchar los gemidos de los cautivos... los hijos de tus siervos vivirán seguros...». Sigamos creyendo en el futuro.

Sigamos creyendo en la Pascua y en el amor de Dios.

2. (Ciclos B y C) Mateo 14,22-36

a) El simpático episodio de Pedro, que se hunde en las aguas del lago, describe bien el carácter de este impetuoso discípulo y nos ayuda a sacar lecciones provechosas para nuestra vida.

Después de la multiplicación de los panes, Jesús se retira al monte a solas a orar, mientras sus discípulos suben a la barca y se adentran en el lago. Durante la noche se levanta el viento y pasan momentos de miedo, miedo que se convierte en espanto cuando ven llegar a Jesús, en la oscuridad, caminando sobre las aguas.

Ahí se convierte Pedro en protagonista: pide a Jesús que le deje ir hacia él del mismo modo, y empieza a hacerlo, aunque luego tiene que gritar «Señor, sálvame», porque ha empezado a dudar y se hunde. Pedro es primario y un poco presuntuoso. Tiene que aprender todavía a no fiarse demasiado de sus propias fuerzas (el evangelio no nos dice qué cara pondrían los demás discípulos al presenciar el ridículo de Pedro).

La presencia de Jesús hizo que amainara el viento. La reacción del grupo de apóstoles está llena de admiración: «realmente eres Hijo de Dios».

b) Ante todo, mirándonos al espejo de Jesús, aprendemos cómo compaginaba su trabajo misionero -intenso, generoso- con los momentos de retiro y oración. En el diálogo con su Padre es donde encontraba, también él, la fuerza para su entrega a los demás. ¿No será ésta la causa de nuestros fracasos y de nuestra debilidad: que no sabemos retirarnos y hacer oración? ¿es la oración el motor de nuestra actividad? No se trata de refugiarnos en la oración para no trabajar. Pero tampoco de refugiarnos en el trabajo y descuidar la oración. Porque ambas cosas son necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles.

Para que nuestra actividad no sólo sea humanamente honrada y hasta generosa, sino que lo sea en cristiano, desde las motivaciones de Dios.

La barca de los discípulos, zarandeada por vientos contrarios, se ve fácilmente como símbolo de la Iglesia, agitada por los problemas internos y la oposición externa (cuando Mateo escribe su evangelio, la comunidad ya sabe muy bien lo que son los vientos contrarios). También es símbolo de la vida de cada uno de nosotros, con sus tempestades particulares. En ambos casos, hay una diferencia decisiva: sin Jesús en la barca, toda perece hundirse. Cuando le dejamos subir, el viento amaina. En los momentos peores, tendremos que recordar la respuesta de Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Y confiar en él.

La aventura de Pedro también nos interpela, por si tenemos la tendencia a fiarnos de nuestras fuerzas y a ser un tanto presuntuosos. Por una parte, hay que alabar la decisión de Pedro, que deja la (relativa) seguridad de la barca para intentar avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades cuando Dios nos lo pide (recordemos a Abrahán, a sus 75 años) y no instalarnos en lo fácil. Lo que le faltó a Pedro fue una fe perseverante. Empezó bien, pero luego empezó a calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se hundió.

La vida nos da golpes, que nos ayudan a madurar. Como a Pedro. No está mal que, alguna vez, nos salga espontánea, y con angustia, una oración tan breve como la suya: «Señor, sálvame». Seguramente Jesús nos podrá reprochar también a nosotros: «¡qué poca fe! ¿por qué has dudado?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en Jesús, no en nuestras técnicas y talentos: «realmente eres Hijo de Dios».

2. (Ciclo A) Mateo 15,1-2.10-14

Si el evangelio de Pedro se ha adelantado al lunes, hoy se proclama el texto alternativo: la discusión de Jesús con los fariseos sobre lavarse o no las manos antes de comer.

a) En el evangelio encontramos varias de estas polémicas: las normas relativas al sábado o al ayuno, por ejemplo. Hoy se trata del rito de lavarse las manos, al que los fariseos daban una importancia exagerada.

No debió gustarles nada el tono liberal de la respuesta de Jesús. Como siempre, el Maestro da más importancia a lo interior que a lo exterior: lo que entra en la boca no mancha; es lo que sale de la boca lo que sí puede ser malo. Los fariseos se escandalizan. Cuando Jesús se entera de esta reacción, lanza un ataque duro: «la planta que no haya plantado mi Padre, será arrancada de raíz... son ciegos, guías de ciegos».

b) ¿Caemos nosotros, alguna vez, en «escándalo farisaico», o sea, no motivado o, al menos, no por razones proporcionadas a nuestra reacción?

Hacia qué se dirige nuestro cuidado o nuestro escrúpulo: hacia cosas externas o hacia actitudes internas, que son las que verdaderamente cuentan? Jesús no condena las normas ni las tradiciones, pero si su absolutización. No es que los actos externos sean indiferentes, pero, a veces, nos refugiamos en ellos con demasiada facilidad, para tranquilizar nuestra conciencia, sin ir a la raíz de las cosas. Jesús, en el sermón de la montaña, nos ha enseñado a hacer las cosas no para ser vistos, sino por convicción interior.

¿No habrá caído la moral cristiana en el mismo defecto de los fariseos, con una casuística exagerada respecto a detalles externos, sin poner el necesario énfasis en las actitudes del corazón o de la mentalidad, que son la raíz de los actos concretos? A veces, la letra ha matado el espíritu (baste recordar los extremos a los que se llegaba respecto al ayuno eucarístico desde la medianoche, o los trabajos que se podían hacer o no en domingo).

La limpieza exterior de las manos o de los alimentos tiene su sentido, pero es mucho menos importante que los juicios interiores, las palabras que brotan de nuestra boca y las actitudes de ayuda o de enemistad que radican en nuestro corazón.

«Moisés era el hombre de más aguante del mundo, y suplicó al Señor: por favor, cúrala» (1ª lectura I)

«Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios» (1ª lectura II)

«Señor, sálvame» (evangelio I) «Ánimo, soy yo. No tengáis miedo» (evangelio I)

«No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella» (evangelio II)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 227-232


3-4.

Jr 30, 1-2.12.15.18-22: El Señor salvará a su pueblo

Mt 14, 22-36: ¡No teman, soy yo!

Los discípulos tenían una actitud dependiente respecto a Jesús. Él, en cambio, los anima a embarcarse solos y a tomar la delantera en la misión. La comunidad navega en la barca con viento contrario en medio de la oscuridad. Todavía retienen en su memoria la experiencia de la multiplicación de los panes y se preguntan por qué Jesús despidió a la multitud luego de que ha solucionado el problema del alimento.

Jesús los sorprende en la mañana y los discípulos no lo reconocen. El los anima identificándose. Pedro, que siempre quería saber si Jesús era el Mesías, pide una prueba para creer. Jesús accede, pero la fe de Pedro falla. El viento, que es símbolo de las fuerzas del mal, lo hacen temer y se hunde, aunque tiene a Jesús a la vista. Afortunadamente, el Maestro es solícito para ayudarlo y lo rescata a tiempo.

La comunidad cristiana experimentó muchos temores porque pensaba que Jesús no estaba con ellos. Temían al mal y creían que en cualquier momento la barca, símbolo de la propia comunidad, sucumbiría a la acometida de las olas. También, con frecuencia, caían en la tentación de pedirle pruebas a Jesús, pero su fe fallaba. Jesús, sin embargo, está atento a ayudarles cuando se están hundiendo y a navegar con ellos para continuar el camino de la misión.

Nosotros a veces dudamos de la fuerza de Dios y pensamos que nuestras comunidades, por ser débiles y pequeñas, sucumbirán ante la presión del mundo. Sin embargo, Jesús siempre está ahí para decirnos "¡Animo, no tengan miedo!". Debemos fortalecer nuestra fe en él y enfrentar las olas de la injusticia, la violencia y la impunidad que se levantan contra nuestra frágil barca.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. COMENTARIO 1

vv. 22-23a: Enseguida obligó a los discípulos a que se embarca­ran y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a las multitudes. 23aDespués de despedirlas subió al monte para orar a solas.

Jesús obliga a sus discípulos a embarcar. Quiere ale­jarlos del escenario de la señal mesiánica y del contacto con la multitud. Él se encarga de despedirla. Ahora es el momento, des­pués de haber saciado su hambre (cf. v. 15). Sube al monte solo (cf. v. 23) a orar; es la primera vez que habla Mt de la oración de Jesús (la segunda y última será la de Getsemaní, 26,36ss). El paralelo con Getsemaní y la ocasión de popularidad que se ha presentado hacen pensar que la oración de Jesús tiene que ver con la tenta­ción del mesianismo triunfal.

El hecho de obligar a los discípulos a embarcarse, separándolos de la multitud, insinúa que Jesús ora por ellos, para que no cedan a la tentación de un Mesías de poder.



vv. 23b-26: Caída la tarde, seguía allí solo. 24Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario. 25De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el mar. 26Los discípulos, vién­dolo andar sobre el mar se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo.

Nuevo momento de la jornada, que coincide, sin em­bargo, con el de v. 15. Son dos momentos no lejanos de la misma tarde.

«Muy lejos de tierra», lit. «muchos estadios»; el estadio medía unos 185 metros. «Andar sobre el agua» era atributo propio de Dios (cf. Job 9,8; 38,16). La reacción de los discípulos es de in­credulidad. No reconocen en Jesús al «Dios entre nosotros» (1,23). De ahí que quiten toda realidad a su presencia, considerándolo un fantasma. Rechazan la posibilidad de un hombre-Dios.

«La barca» de los discípulos es figura de la comunidad. Jesús los envía «a la otra orilla», adonde habían ido con él (cf. 8,28), es decir, a país pagano. La misión debe hacerse repartiendo el pan con todos los pueblos, como acaban de hacer en país judío. «El viento» contrario, que les impide llevar a cabo el encargo de Jesús, representa la resistencia de los discípulos a alejarse del lugar don­de está la esperanza de un triunfo, de que Jesús se convierta en el líder de la multitud. Consideran lo sucedido en el reparto de los panes como una acción extraordinaria exclusiva de Jesús, no como el efecto de la entrega personal, norma de vida para el discípulo.



v. 27: Jesús les habló enseguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!

Jesús se da a conocer. La palabra «¡Animo!» disipa el te­mor provocado por la aparición. «Soy yo», fórmula de identifica­ción con que Dios se revelaba en el AT (cf. Ex 3,14; Is 43,1.3.10s); a ella corresponde la exhortación «no tengáis miedo».

vv. 28-34: Pedro le contestó: Señor, si eres tú, mándame llegar hasta ti andando sobre el agua. 29E1 le dijo: Ven. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua para llegar hasta Jesús; 30pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ¡Sálvame, Señor! 31Jesús extendió en seguida la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? 32En cuanto subieron a la barca cesó el viento. 33Los de la barca se postraron ante él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.

Pedro desafía en cierto modo a Jesús. Lo llama «Señor» y le pide que «le mande» ir a él: cree en el poder «milagroso» de Jesús, no en la fuerza del amor. Pedro quiere «andar sobre el agua», participar de la condi­ción divina de Jesús. Éste no duda y lo invita; todo el que lo sigue está llamado a acceder a la condición de hijo de Dios, comportán­dose como lo hace el Padre (cf. 5,9). Sin embargo, Pedro «ve» el viento, es decir, su efecto sobre el agua, y siente miedo; esperaba la condición divina sin obstáculos, de manera milagrosa; ha olvi­dado que el hombre se hace hijo de Dios en medio de la oposición y persecución del mundo (cf. 5,10s). Su petición a Jesús (cf. Sal 18, 5-18; 144,5-7) le vale un reproche, pues muestra su falta de fe.

Pedro siente miedo porque no ha entendido el modo como se hace la misión, con la entrega total. Su miedo está en paralelo con el de la primera travesía (8,25), que tenía por motivo la desigualdad de fuerzas entre una sociedad y un grupo insignificante de indivi­duos. En uno y otro caso, los discípulos o Pedro apelan a Jesús en los momentos de dificultad, forzándolo a intervenir. Tienen el con­cepto de salvación expresado en los salmos citados antes: una in­tervención milagrosa de Dios desde el cielo que resuelve la situa­ción desesperada del hombre. El de Jesús es diferente: estando con él, el hombre se basta a sí mismo (cf. 19,26), ya está salvado.

En cuanto Jesús sube a la barca cesa el viento, es decir, la oposición y resistencia de los discípulos. El viento era la búsqueda del triunfo humano. «Los de la barca», que representan a la co­munidad cristiana, reconocen que Jesús es «Hijo de Dios». Nótese la ausencia de artículo. No se trata de «el Hijo de Dios» según la concepción tradicional, ni tampoco de un título exclusivo. Jesús es «Hijo de Dios», pero ha demostrado que también ellos pueden llegar a serlo.

vv. 34-35: Terminada la travesía tomaron tierra en Genesaret.

Llamaban Gennesar a una pequeña llanura muy fértil, limitada al norte por las cercanías de Cafarnaún y al sur por Magdala. Genesaret podría ser un pueblo situado en aquella comarca. De hecho, la barca no llega a la orilla pagana; los discípulos no están preparados para la misión. Por eso, Jesús tendrá que repetir el episodio de los panes, enseñarles de nuevo cómo han de ejercer la misión, ya directamente en medio de los paganos (15,32-39).

vv. 35-36: Los hombres del lugar, al reconocerlo, avisaron por toda la comarca, y le llevaron los enfermos, 36rogándole que les dejara tocar siquiera el borde de su manto, y todos los que lo tocaron se curaron

«Los hombres» pueden relacionarse con los de 14,21. Los que ya conocen la eficacia de Jesús y han presenciado sus curaciones (14,14) difunden la noticia de su llegada. El mínimo contacto con Jesús (el vestido equivale a la persona) los hace salir de la penosa situación en que se encuentran; su efecto es infalible («todos los que lo tocaban se curaban»). Como toda la realidad de Jesús es vida, el mínimo contacto con él produce vida y salvación. La sal­vación anunciada en el episodio anterior se prolonga en toda ocasión.

 


COMENTARIO 2

Dos claves importantes para leer este pasaje las encontramos en las dos modificaciones que introduce Mateo sobre el relato paralelo de Marcos: el episodio de Pedro caminando sobre las aguas y el reconocimiento final de Jesús como Hijo de Dios por parte de sus discípulos. Ambos detalles imprimen a este relato un tinte claramente eclesial y un valor simbólico.

La escena inicial (Mt. 14, 22-23) presenta de manera simbólica la situación en que se encuentra la Iglesia de Mateo después de la resurrección de Jesús. Jesús esta lejos de ellos, mientras sus discípulos, su Iglesia simbolizada en la barca, se encuentra a merced del mar y de los vientos. Notemos que Mateo sólo habla de la oración de Jesús en dos ocasiones: aquí y en el Huerto de los Olivos y en ambos casos su oración precede a un momento de prueba.

En la escena siguiente Mateo presenta a los discípulos en la barca acosados en la noche por vientos contrarios y sacudidos por las olas. Las olas y el mar representan en el AT las fuerzas del mal que Dios vence con su poder. Pero ahora es Jesús quien vence a esta fuerza maligna. Este episodio tiene todas las manifestaciones y rasgos de los relatos de las apariciones del resucitado y es posible que inicialmente este relato de manifestación fuera de hecho un relato Pascual.

El episodio de Pedro caminando sobre las aguas (Mt. 14, 28-31) sólo se encuentra en este Evangelio y revela la importancia que tiene este apóstol en el primer Evangelio. En él, Pedro aparece como portavoz del grupo y recibe una instrucción y un encargo especial en la Iglesia. Con este relato donde Pedro es protagonista, Mateo ha querido resaltar la fragilidad de la fe de aquel a quien el Señor va a poner como piedra de cimiento de su Iglesia. Pedro se debate entre la confianza más absoluta en Jesús y el miedo. Mateo describe aquí la profunda experiencia de muchos discípulos: siguen a Jesús decididamente, pero las dificultades hacen que sucumban y que tengan que ser sostenidos por Jesús.

En la última escena (Mt. 14, 32-34) el desconcierto inicial de los discípulos se convierte en una confesión de fe: "verdaderamente eres Hijo de Dios". Estas palabras van acompañadas por unos gestos más fáciles de imaginar en las celebraciones litúrgicas de la comunidad de Mateo que en una pequeña barca en medio del lago. Las palabras pronunciadas por los discípulos son las mismas que pronunciará Pedro en nombre de los doce (Mt. 16, 16) y el centurión romano al pie de la cruz (Mt. 24, 57). Estas palabras reflejan la convicción de la comunidad de Mateo, que reconocía a Jesús como hijo de Dios frente a los judíos que dudaban de su divinidad.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-6.

Núm 12, 1-13 : María y Aarón hablan contra Moisés
Salmo Responsorial 50, 3-6.12-13: Renuévame, Señor, con tu perdón.
Mt 14, 22-36: Pedro camina sobre las aguas
Este relato subraya la autoridad de Jesús al calmar la tempestad (8,23-27) con el rasgo añadido de que camina sobre el agua. Después de haber enviado a los discípulos a entrar en la barca y a regresar a la otra orilla, Jesús despidió a la gente y finalmente tuvo un tiempo a solas para subir a la montaña y hablar con su Padre celestial durante la noche. “Al final de la noche” (literalmente, “durante la cuarta vigilia de la noche”, esto es de tres a seis de la mañana), Jesús se acercó a los discípulos, sacudidos por la tempestad, caminando sobre el mar. Las primeras horas de la mañana aparecen en los salmos como el momento del favor de Dios (cf. Sal 90,14; 92,2; 143,8). Puesto que Dios tiene control sobre el mar, calma sus aguas (Sal 89,10-11). Jesús da aquí testimonio de poseer el poder salvífico de Dios (cf. Is 43, 10.12). Ante el temor de los discípulos que creen ver un fantasma viene la palabra de Jesús, literalmente: “Soy yo, no teman”, que recuerda las garantías que Dios da a un pueblo de poca fe en el segundo Isaías: “no temas, yo mismo te auxilio” (Is 41,10.13.14).

Pedro reacciona con fe al reconocer a Jesús. La llamada de Jesús y el caminar de Pedro sobre el agua presentan a éste, en cuanto representante de los Doce, como partícipe de la misteriosa fuerza y poder de Jesús mientras camina. Cuando se distrae por el viento, comienza a hundirse. Este momento de vacilación puede simbolizar la negación que Pedro hace de Jesús en el relato de la pasión (Mt 26,69-75). El Señor lo salva de hundirse tendiéndole la mano y agarrándolo al momento que le dice “hombre de poca fe”, expresión común en Mateo (6,30-33; 8,26; 16,8; 17,20), aplicada por Jesús a sus discípulos, que todavía no han aprendido a confiar incondicionalmente en el poder del reinado de Dios y en la presencia de dicho poder en Jesús. “Dudar”, palabra que sólo se encuentra aquí y en 28,17, significa “vacilar”. Los discípulos muestran su adoración y asombro con la exclamación: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”; con ello profundizan su visión del carácter divino de este Hijo que tiene autoridad incluso sobre el mar y el viento.

Los tres últimos versículos nos muestran a la gente de Genesaret, región de la ribera oeste, al sur de Cafarnaún, reúnen a sus enfermos para que Jesús los sane pese a la oposición y peligro inminente que representan los jefes religiosos y políticos, la gente sigue mostrando fe en el poder de Dios y busca el reino.


El pasaje que hoy leemos nos muestra elementos importantes para nuestra vida cristiana. El primero es la necesidad de la oración de contemplación: A solas con Dios nuestro Padre a ejemplo de Jesús que, como Moisés, sube solo a la montaña para estar cara a cara con Dios. Reza a su Padre para superar la tentación de la fama (ha hecho tanto bien),de la soberbia, no vino para que lo hagan rey, como mesías terreno (cf. Jn 6,14s), aunque sabe que oponerse a esas expectativas le provocará una tempestad de oposición. Todos necesitamos este momento diariamente si no queremos perder el rumbo hacia el Reino. Con la oración vencemos en medio de nuestra debilidad, sin ella estamos derrotados.

El segundo elemento, y central para nuestra vida cristiana, es el hecho de que Pedro pide a Jesús caminar sobre las aguas. Aquí se ilustra la difícil situación del discípulo de Cristo en el mundo y por lo tanto de nosotros creyentes en El. Esta vivencia de Pedro representa la forma de caminar hacia Cristo de cualquiera de nosotros, de cualquier cristiano en medio de una tempestad: somos sostenidos por el poder del Señor y nos hundimos debido a la debilidad de nuestra propia fe. Debemos identificarnos con Pedro, que grita: “¡Señor, sálvame! (8,25; Sal 69,1-3). Jesús, también nos salva tendiéndonos la mano y agarrándonos.

No olvidemos que la victoria es fruto únicamente de la fe en Jesús salvador (v. 30); fe que excluye cualquier sentimiento de confianza en sí mismo, de entusiasmo inútil, de temor o de duda; que es grito de ayuda y de confianza en Aquel que puede salvar. Con frecuencia en la vida tenemos que caminar sobre las aguas tempestuosas del sufrimiento físico o moral, entre vientos de oposiciones violentas. No dudemos de El, El no permitirá que la prueba supere nuestras fuerzas (1Cor 10,13).

Finalmente, iluminada nuestra fe con la oración constante podremos fortalecerla y hacerla crecer con nuestras buenas obras como Jesús en Genesaret, sanando enfermos.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-7. ACI DIGITAL 2003

23. Jesús se retiraba cada vez que podía (véase Marc. 1, 35; Luc. 5, 16; 6, 12; 9, 18, y 28; Juan 6, 3, etc.) para darnos ejemplo y enseñarnos que el hombre que quiere descubrir y entender las cosas de Dios tiene que cultivar la soledad. No porque sea pecado andar en tal o cual parte, sino que es simplemente una cuestión de atención. Porque no se puede atender a un asunto importante cuando se está distraído por mil bagatelas (cf. Sab. 4, 12). No es otro el sentido de la semilla que cae entre abrojos (Mat. 13, 22). Cualquiera sabe y comprende, por ejemplo, que el que tiene novia necesita una gran parte de su tiempo para visitarla, escribirle, leer sus cartas, ocuparse de lo que a ella le interesa, etc. Si pretendiésemos que esto no es lo mismo y que hay otras cosas más importantes, o que nos apremian más que nuestra relación con Dios, no entenderemos jamás la verdad, ni sabremos defender nuestros intereses reales, ni gozar de la vida espiritual, ni aprovechar de los privilegios en los cuales Dios, que todo lo puede, da por añadidura todo lo demás a quien le hace el honor de prestarle atención a El (Mat. 6, 33). Pues El nos enseña a poner coto a nuestros asuntos temporales, porque al que maneja muchos negocios le irá mal en ellos (Ecli. 11, 10 y nota), y además caerá en los lazos del diablo (I Tim. 6, 9). Las maravillas de Dios, que consisten principalmente en el amor que nos tiene, no pueden verse sino en la soledad interior. Compárese el azul diáfano del cielo en el cenit con el color grisáceo que tiene más abajo, en el horizonte, cuando se acerca a esta sucia tierra.


3-8. DOMINICOS 2004

3 de agosto, martes: ¡Hombres de poca fe!

Pensar es necesario, inevitable, en el hombre; como el comer o beber.
Descubrir plenamente la verdad es un sueño maravilloso, pero inasequible.
Contar con los demás, confiar en ellos para dar con la verdad, es un don.
Tener la presunción de que a toda verdad –divina o humana- le fija sus límites nuestra razón, es una locura, y nos lleva a la locura.
La verdad en el hombre, como el amor o la esperanza, gustan de convivir con la humildad, porque esta actitud humana hace que confraternicen ciencia e ignorancia, fortaleza y debilidad, grandeza y pequeñez, saber y creer, buscar y confiar.

En el hombre noble, la fe es el portal por el que accede, desde su pequeñez, al palacio de todas las virtudes.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Jeremías 30, 1-2.12-15. 18-22:
“Palabra que recibió Jeremías del Señor... para su pueblo, Israel: Tu fractura es incurable, tu herida está enconada; no hay remedio para tu llaga... Tus amigos te olvidaron; ya no te buscan, porque te alcanzó el golpe enemigo, un cruel escarmiento, por el número de tus crímenes, por la muchedumbre de tus pecados...

Pero así dice el Señor: Un día yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob y me compadeceré de sus moradas; sobre sus ruinas será reconstruida la ciudad...; de ella saldrán alabanzas y gritos de alegría... De ella saldrá un príncipe; su señor saldrá de en medio de ella... Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios...”

Evangelio según san Mateo 14, 22-36:
“En aquel tiempo, Jesús, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca, con sus discípulos, iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, pues el viento era contrario.

De madrugada, se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se asustaron... Jesús les dijo: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

Pedro le dijo: Señor, mándame ir hacia ti sobre el agua. Jesús le respondió: Ven.... Pedro echó a andar, pero al sentir la fuerza del viento, empezó a hundirse y gritó:¡Señor, sálvame!..

Jesús le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?...”


Reflexión para este día
¡Qué poca es nuestra fe!
El mismo Jesús es quien hoy hace el elogio de los hombres de fe. No es elogio de pusilánimes sino de valientes y atrevidos, pero prudentes.

No es elogio de conformistas y apocados sino de arriesgados que confían firmemente en el Señor de la palabra.

No es elogio de miradas turbias ni de autosuficiencias sino del descubrimiento de la propia pequeñez mental que se goza en la luz de verdades nuevas con transparencias de eternidad que agrandan nuestro campo de visión.

No es elogio de locas presunciones de `sabios’ni de desprecios de los ‘humildes’ sino alabanza de corazones y mentes nobles que vislumbran posibles horizontes nuevos de verdad, de vida y de amor, y se ponen firmemente en manos de Dios, manantial de sabiduría.

¡Qué fuerte, Señor, es el débil vestido con el traje de luz que es la fe y confianza en ti!


3-9.

Comentario: Fray Lluc Torcal (Monje de Santa María de Poblet, España)

«Señor, si eres tú, mándame ir donde a tú sobre las aguas»

Hoy no veremos a Jesús durmiendo en la barca mientras ésta se hunde, ni calmando la tormenta con una sola palabra increpatoria, suscitando así la admiración de los discípulos (cf. Mt 8,22-23). Pero la acción de hoy no deja de ser menos desconcertante: tanto para los primeros discípulos como para nosotros.

Jesús había obligado a los discípulos a subir a la barca e ir hacia la otra orilla; había despedido a todo el mundo después de haber saciado a la multitud hambrienta y había permanecido Él sólo en la montaña, inmerso profundamente en la oración (cf. Mt 14,22-23). Los discípulos, sin el Maestro, avanzan con dificultades. Fue entonces cuando Jesús se acercó a la barca caminando sobre las aguas.

Como corresponde a personas normales y sensatas, los discípulos se asustan al verle: los hombres no suelen caminar sobre el agua y, por tanto, debían estar viendo un fantasma. Pero se equivocaban: no se trataba de una ilusión, sino que tenían delante suyo al mismo Señor, que les invitaba —como en tantas otras ocasiones— a no tener miedo y a confiar en Él para desvelar en ellos la fe. Esta fe se exige, en primer lugar, a Pedro, quien dijo: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas» (Mt 14,28). Con esta respuesta, Pedro mostró que la fe consiste en la obediencia a la palabra de Cristo: no dijo «haz que camine sobre las aguas», sino que quería seguir aquello que el mismo y único Señor le mandara para poder creer en la veracidad de las palabras del Maestro. Sus dudas le hicieron tambalearse en la incipiente fe, pero condujeron a la confesión de los otros discípulos, ahora con el Maestro presente: «Verdaderamente eres Hijo de Dios» (Mt 14,33). «El grupo de aquellos que ya eran apóstoles, pero que todavía no creen, porque vieron que las aguas jugaban bajo los pies del Señor y que en el movimiento agitado de las olas los pasos del Señor eran seguros, (...) creyeron que Jesús era el verdadero Hijo de Dios, confesándolo como tal» (San Ambrosio).


3-10.

Reflexión:



Jer. 30, 1-2. 12-15. 18-22. Un panorama demasiado sombrío nos presenta el profeta; pero también pone frente a nosotros una gran esperanza por el amor que Dios nos tiene y del que jamás ha dado marcha atrás, pues aunque nosotros hemos sido rebeldes a su Alianza, Él siempre ha permanecido fiel: Nosotros somos su Pueblo; ¿será Él nuestro Dios? Cuando nos hemos alejado de Él hemos perdido el punto de relación para nuestro comportamiento moral y para nuestra plena realización, para alcanzar nuestra madurez. Contemplamos nuestra vida y nuestra sociedad deteriorada por el egoísmo, por la avidez de lo pasajero que conlleva la injusticia con que son tratadas las clases más desprotegidas; muchos poderosos no se detienen sino que continúan dañando a su prójimo, no sólo explotándolo sino induciéndolo a los vicios y drogas hasta embrutecerlo, con tal de tener fuertes dividendos a costa de la destrucción de los demás. Pareciera que se hubiesen abierto heridas incurables que cada día supurarán más podredumbre hasta acabar con las esperanzas de una nueva humanidad. Pero el Señor no puede permitir que su obra quede convertida en un montón de ruinas. Él ha enviado a su propio Hijo para restaurarnos; para que volvamos a amar y volvamos a trabajar, con la fuerza de su Espíritu en nosotros, en la construcción un mundo más fraterno y más digno para todos. Quien viva al margen del Salvador continuará realizando el mal y deteriorando cada vez más la vida social, aun cuando acuda al culto y aporte grandes cantidades para obras de beneficencia; pues no es sólo eso lo que espera el Señor, sino que dejemos de hacer el mal y aprendamos a hacer el bien. La Iglesia, Sacramento de salvación en el mundo, debe ser una Iglesia no tanto de poder cuanto de servicio, capaz de inclinarse ante la miseria que azota a muchos sectores de nuestra sociedad, para levantarles y redimirles con el mismo amor que el Padre Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro.

Sal. 101. Dios ha reedificado nuestra vida mediante el Misterio Pascual de su Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo en María Virgen, para nuestra salvación. El Salario del pecado es la muerte. Y Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Él nos contempla siempre con gran amor; y a pesar de que muchas veces hemos vagado como ovejas sin pastor, Él jamás nos ha abandonado. Lleno de compasión y de gran amor por nosotros ha salido a buscarnos hasta encontrarnos; y ha derramado su sangre para el perdón de nuestros pecados, y ha resucitado para que tengamos vida nueva, y ha ascendido a la Gloria del Padre para derramar sobre nosotros el Don del Espíritu Santo que nos guíe hasta la Verdad completa, hasta la posesión de los Bienes definitivos. Por eso podemos decir que en verdad aunque el salario del pecado es la muerte, el don de Dios es la Vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro. Acudamos al trono de la gracia. El Señor nos quiere perdonar y renovar para que nos convirtamos en una continua alabanza de su Santo Nombre, pero también para que seamos testigos fieles de su amor para nuestros hermanos amándolos y trabajando por ellos para librarlos de la muerte con el mismo amor y entrega que nos manifestó Dios a nosotros en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Mt. 14, 22-36. Pasar a la otra orilla, e iniciar la travesía para alcanzarla. Todos fijamos la mirada en un más allá donde culminen nuestros deseos y esperanzas. Hacemos planes para lograr nuestras metas y objetivos. Tal vez partimos solos, mientras Jesús, a quien dejamos sólo, sube a orar ante su Padre Dios por nosotros; finalmente Él jamás nos ha abandonado. Cuando la oscuridad, el desánimo y las contrariedades de la vida están a punto de desanimarnos, Él se acerca no como un juez implacable que viene a juzgarnos, a castigarnos y a espantarnos. Él es el Dios misericordioso que nos invita a no tenerle miedo sino a recibirlo como compañero de viaje en la barca de nuestra propia vida, de nuestros trabajos, de nuestros logros y aparentes fracasos. Él se define como YHWH (Yo Soy). Dios se acerca a nosotros despojado de todo, hecho uno de nosotros para tendernos la mano cuando el mal, el pecado y la muerte amenazan con acabar con nosotros. El verdadero discípulo de Jesús no puede trabajar al margen del Señor. Ojalá y los apóstoles se hubiesen quedado con Jesús, y junto con Él hubiesen subido al monte a orar para después partir, junto con Él, hacia la otra orilla; entonces las cosas habrían sido diferentes desde el principio. No partamos solos hacia la realización de nuestra vida y hacia el cumplimiento de la Misión que el Señor nos ha confiado, de hacer llegar el Evangelio de la gracia hasta el último rincón de la tierra. Aprendamos a unirnos en intimidad con Dios por medio de la oración humilde y sencilla. Aprendamos a partir junto con Él, fortalecidos por su Espíritu Santo, a proclamar su Nombre y a abrirle paso al Reino de Dios entre nosotros.

Al celebrar la Eucaristía el Señor no sólo quiere alimentarnos con el Pan de Vida, sino que quiere impulsar nuestra vida para que trabajemos incansablemente a favor del Reino de los cielos. Este es el momento más importante de la vida de la Iglesia. Efectivamente la Iglesia se construye en torno a la Eucaristía; en ella nos encontramos personalmente con el Señor. Él conoce nuestras heridas; las que ha abierto en nosotros el pecado. Sin embargo el Señor nos sigue amando y en este Memorial continúa entregando su Cuerpo y derramando su Sangre para el perdón de nuestros pecados. Mientras aún es tiempo aprovechemos este tiempo de gracia del Señor, pues si confiamos en Él nos reconstruirá y hará que seamos una digna Morada suya; entonces su Iglesia realmente proclamará el Nombre del Señor para salvación de todos no sólo con sus palabras, sino con el testimonio de la propia vida.

Unidos a Cristo debemos retornar a nuestras labores cotidianas no como derrotados por el mal, sino como participantes de la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Esto nos ha de poner en camino para luchar por el bien de nuestros hermanos. En medio de sus desánimos, de las heridas que ha abierto en ellos la injusticia, la pobreza, o las maldades y vicios, hemos de ser para ellos el signo de la cercanía de Dios, que llega a ellos no para asustarlos, no para amenazarlos, no para dirigirles una diatriba, sino para manifestarles el amor que les sigue teniendo; y esto no se los anunciaremos sólo con palabras, sino con las obras que serán como un tenderles la mano para que nos se los trague el abismo. Sabiendo que la Iglesia es guiada por el Espíritu Santo que ha sido derramado en nosotros, seamos constructores de un Pueblo Nuevo en el que brille la paz, la justicia y la misericordia para el mundo entero. Esto nos debe llevar a trabajar no sólo bajo nuestras propias luces, sino a la Luz del Señor que llegará a nosotros mediante la oración sincera, oración comprometida que nos ponga al servicio del bien de nuestro prójimo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber reconocernos pecadores; pero también la gracia de saber confiar en el amor de Dios, no sólo para sentirnos amados y perdonados, sino comprometidos en la construcción del Reino de Dios entre nosotros. Amén.

Homiliacatolica.com


3-11.

I. Jesús, acabas de multiplicar los panes y los peces. Cinco mil personas han comido hasta saciarse y te quieren hacer rey. Pero Tú te vas al monte a orar a solas. De tu oración con el Padre sacas la fuerza para hacer estos milagros.
Además, me das un buen ejemplo: que no deje nunca esa oración personal, a solas, cara a cara contigo, con el Padre y con el Espíritu Santo.

Mientras, en la barca, los apóstoles están luchando contra el viento, que les era contrario. A veces, Jesús, no avanzo en mi vida interior, o tengo alguna contrariedad en mi vida profesional, familiar o social. Y parece que estás lejos, que no me ves luchar o sufrir. Desde la montaña donde estabas rezando, ves las dificultades de los apóstoles y vienes en su ayuda caminando sobre el mar. Si te pido ayuda, fortaleza o fe, tarde o temprano aparecerás y me dirás: ten confianza, soy yo, no temas. Detrás de aquel suceso, de aquella contrariedad, de aquella dificultad, estoy yo: no temas, ten confianza.

Pedro empezó a caminar sobre las aguas cuando le llamaste, sin temer las dificultades objetivas que tenía para llegar a ti. Jesús, que no te tenga miedo. Que no tema acercarme a Ti, comprometerme, si me llamas. Aunque sea más cómodo quedarme en mi barca; aunque afuera haga mucho viento; aunque lo que me pidas sea «imposible», dame la fe de Pedro para responder a tu palabra: Ven.

II. Cuando pierdes la calma y te pones nervioso, es como si quitaras razón a tu razón.

En esos momentos, se vuelve a oír la voz del Maestro a Pedro, que se hunde en las aguas de su falta de paz y de sus nervios: «¿por qué has dudado?» [102].

Pedro, bajando de la barca, comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús. Decirte que sí, entregarte algo que me pides y que me cuesta darte, es como salir de la barca -donde hay cierta seguridad- y empezar a caminar sin suelo bajo los pies: parece algo imposible para mí. Y es cierto, porque yo solo no puedo nada. Pero con tu ayuda, Jesús, lo puedo todo.

Abrid de par en par vuestras puertas a Cristo. ¿Qué teméis? Tened confianza en Él. Arriesgaos a seguirlo. Eso exige evidentemente que salgáis de vosotros mismos, de vuestros razonamientos, de vuestra «prudencia», de vuestra indiferencia, de vuestra suficiencia, de costumbres no cristianas que habéis quizá adquirido. Sí, esto pide renuncias, una conversión, que primeramente debéis atreveros a desear a pedirla en la oración y comenzar a practicar. Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida. Dejad que sea vuestra salvación y vuestra felicidad [103].

Puede pasar que, tras los primeros pasos en el cumplimiento de ese propósito de seguirte, me canse, o vea con mayor claridad los defectos o las dificultades que tengo que vencer. Y si, al ver que no puedo, me pongo nervioso, entonces aún me hundo más. Es el momento de gritarte: ¡Señor, sálvame!, a la vez que me dejo ayudar en la dirección espiritual. Si actúo con esa humildad, Tú no tardarás en levantarme: Al punto Jesús, extendiendo su mano, lo sostuvo y le dijo: hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?

[102] Surco, 805.
[103] Juan Pablo II, en Montmartre (París), 1-VI- 1980.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo V, EUNSA


3-12.

Reflexión

Decir que se tiene fe cuando todo macha sobre ruedas, cuando la economía florece, cuando la salud no se quebranta, cuando el mundo abre sus flores para nosotros…ciertamente es fácil. Sin embargo la verdadera fe se prueba desafiando el mar… confiando ciegamente en el poder, el amor y la misericordia de Dios. La verdadera fe es la que nos hacer permanecer de pie en medio del mar cuando las olas y el viento se embravecen; cuando se pierde la salud, los negocios se tambalean, la fama y el honor se deterioran y se pone en juego todo lo que tenemos. El evangelio de hoy nos hace ver lo que significa creer que Jesús es verdaderamente, como lo reconocerán al final los demás, “el Hijo de Dios”. Pedro desafía el mar y el viento, se dispone a hacer lo que parecería imposible para un hombre… pero confiado en la palabra de Jesús que le ha dicho “ven”, se lanza a la aventura de la fe. La prueba es fuerte y la fe se debilita… sin embargo Jesús está cerca de él… y jamás permitirá que su intento fracase. En medio de nuestras pruebas, de nuestros hundimientos y naufragios, Jesús está ahí, para darnos una mano y llevarnos de nuevo al puerto. Jesús nos llama a hacer lo que parece ser imposible para el hombre: Ser santos. Baja de la barca de tu seguridad y camina hoy hacia él.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-13.

Jesús camina sobre las aguas

Fuente: Catholic.net
Autor: P Clemente González

Reflexión

No siempre es fácil discernir el verdadero del falso profeta. En ocasiones se nos presentan circunstancias personales o sociales en las que no sabemos a ciencia cierta descubrir la voluntad de Dios en nuestra vida. Un criterio seguro de discernimiento se mide por el contenido de las promesas: cuando todo parece de color de rosa y se nos asegura una vida cómoda, hay muchas sospechas de que venga de Dios.

Cristo nos dijo que, si queríamos seguirlo, deberíamos tomar nuestra cruz e ir detrás de Él. Nunca nos habló de triunfos rápidos y fáciles, al estilo del mundo. Más bien, nos alertó ante el desaliento de la prueba, pero nos aseguró, al mismo tiempo, la fuerza para vencerla: “En el mundo habréis de encontrar tribulación, pero confiad: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Al ver a Jesús andar sobre las aguas por su propio poder debe llenarse nuestra alma de confianza y seguridad: a pesar de todas las dificultades del mar, de todos los vientos y tempestades, si vamos con Cristo, todo lo podemos. En su nombre, también nosotros podemos caminar sobre las aguas. Lo importante es tener fe en Él, confiar en la fuerza de su palabra y no aceptar dudas. Hemos de mirarlo a Él sin ponernos aconsiderar el viento y el mar.

Sólo cuando bajamos los ojos de su Persona y nos miramos a nosotros mismos, empezamos a hundirnos, como Pedro.

¡Señor, aumenta mi fe y mi confianza en ti! Nunca permitas que me mire a mí mismo. Enséñame siempre a caminar en la vida con mi mirada puesta en ti, pues contigo todo lo puedo, a pesar de todas las tempestades y dificultades.


3-14.