MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

 

Deuteronomio 4,1.5-9.

Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. Tengan bien presente que ha sido el Señor, mi Dios, el que me ordenó enseñarles los preceptos y las leyes que ustedes deberán cumplir en la tierra de la que van a tomar posesión. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oir todas estas leyes, dirán: "¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!". ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos?. ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes?. Pero presta atención y ten cuidado, para no olvidar las cosas que has visto con tus propios ojos, ni dejar que se aparten de tu corazón un sólo instante. Enséñalas a tus hijos y a tus nietos.

Salmo 147,12-13.15-16.19-20.

¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión!
El reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti;
Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente;
reparte la nieve como lana y esparce la escarcha como ceniza.
Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel:
a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. ¡Aleluya!


Evangelio según San Mateo 5,17-19.

No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS 

1ª: Dt 4, 1.5-9 

2ª: Mt 5, 17-19 = DOMINGO 06A y MIÉRCOLES DE LA 10ª SEMANA


1.

El cumplimiento de los mandamientos de Dios es lo que hará posible que el pueblo entre en la Tierra Prometida, porque es señal de que el pueblo permanece fiel a la Alianza. El mismo Dt ya apunta el peligro de que el pueblo se olvide de los hechos salvíficos de Dios y caiga en el legalismo. Cumplir los mandamientos no otorga ningún derecho ante Dios.

MISA DOMINICAL 1990/06


2.

En el Evangelio de hoy, Jesús dice que no ha venido a «abolir la ley, sino a cumplirla». Ya el Deuteronomio había dado una noción muy espiritual de la ley, más allá de los riesgos habituales de formalismo.

-Ahora, Israel, escucha los preceptos que yo os enseño, para que los pongáis en práctica.

Dios se dirige a los hombres como a una persona amada, llamándolos por su nombre. Era, además, una fórmula ritual: «Escucha, Israel...»

Tampoco a mi la «ley» debe parecerme algo impersonal y anónimo. HOY pongo mi propio nombre en el lugar del término «Israel». «Ahora... escucha los preceptos que yo te enseño para que los pongas en práctica...»

-Así viviréis, y entraréis a tomar posesión de la tierra que os da el Señor, Dios de vuestros padres.

En esos días de cuaresma trato de estar «a la escucha».

«Para vivir» plenamente...

Escuchar a Dios para vivir en plenitud. Ayúdame, Señor: que yo experimente, que tu Palabra escuchada sea «vida» para mí... como una respiración vital cotidiana y de ningún modo un triste deber cotidiano obligatorio.

"Entrar en posesión de la tierra que Dios da".

Una muy bella expresión simbólica, que no hay que entender en sentido material, sino en un sentido «interior».

Quien vive con Dios entra en un «lugar», en un espacio vital sagrado, donde se expansiona.

-Esos preceptos... serán vuestra sabiduría y vuestra inteligencia.

Seguir a Dios, es cosa prudente, inteligente.

Sí, que cada vez más, eso pase a ser verdadero para mí.

Que tu Palabra, Señor, sea mi "sabiduría", un alimento de mi espíritu. Que tus pensamientos lleguen a ser también mis pensamientos. Que tu manera de ver impregne mis modos de ver. Y todo ello en plena libertad.

No como una coacción exterior obligatoria... sino como una fuente vivificante y profunda.

No como un "mandamiento" tiránico y humillante... sino como una necesidad interior aceptada de buen grado.

-Y en efecto ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor, nuestro Dios siempre que lo invocamos?

Tu proximidad, Señor.

Tú no estás lejos.

Sin embargo, a veces dudo. Tú te callas, pareces estar lejos de nosotros. Pero lo sé, estás ahí. Tú me miras en este mismo momento. Te interesas por mí y estás más cerca de mí que mi propio corazón.

Resulta que, en otros pasajes de la Escritura, se insiste por el contrario en la grandeza y santidad de Dios, concebido como «separado».

Los dos aspectos son verdaderos. Es preciso mantenerlos, uno y otro.

-No dejes que eso se aparte de tu corazón.

Todo el Deuteronomio insiste en que la Ley sea interiorizada, cordial. La Ley es para el bien del hombre, es un don de Dios: Normalmente se corresponde a ella por amor y no por temor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 130 s.


3.

Jesús sabe que es el Enviado de Dios para dar cumplimiento, para llevar a su plena vigencia -en su verdadero sentido, en su exigencia siempre válida- la ley del "Antiguo Testamento" (=Ley y Profetas), en la que está contenida la voluntad de Dios. Es el Espíritu quien cambiará el corazón del cristiano, y así, podrá cumplir adecuadamente la voluntad de Dios.

MISA DOMINICAL 1990/06


4.

Interiorizar la ley, sin formalismos.

Valorizar las naderías de la existencia.

-No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas: No he venido a "abrogarla"..., sino a "consumarla"...

Y sin embargo, ¡cuántas veces Jesús se ha opuesto a las interpretaciones oficiales de la Ley! ¡Cuántas veces se ha pronunciado contra las interpretaciones estrechas del "sábado" o de las abluciones! Con toda libertad ha hecho frente a las costumbres de su tiempo que prohibían ciertas relaciones con ciertas categorías despreciadas, como: samaritanos, publicanos, extranjeros, leprosos. El evangelio está lleno de controversias de Jesús con los escribas, muy aferrados a la letra de la Ley. Jesús luchaba contra todo formalismo, contra toda estrechez de miras. Sin embargo, obrando así, no tenía conciencia de destruir la Ley, sino de salvarla, de mejorarla para que cumpliera su fin.

Jesús no es un destructor, un devastador..., sino un constructor: viene a continuar una obra comenzada; es el seguidor de los grandes profetas y de lo mejor de la Ley de Moisés; acepta la tradición de su pueblo..., ¡pero la hace avanzar! El Nuevo Testamento es, a la vez, una "novedad" radical en la más perfecta fidelidad a lo esencial del Antiguo. Danos, Señor, esta misma actitud, frente a las realidades en las que hoy nos encontramos: no abolir, sino cumplir.

Tal es el espíritu de Cristo.

Tal es la misión de la Iglesia frente a las realidades humanas.

-Si alguno violare uno de esos mandamientos mínimos... Ia más pequeña letra... una tilde de ella...

Nada es pequeño delante de Dios, según el texto de la Sagrada Escritura. No hay "pequeños deberes" sobre lo que nos pide la Palabra de Dios.

"Considerar las cosas pequeñas como grandes, a causa de Jesús que es quien las hace en nosotros. (·Pascal-B) Jesús nos invita a no soñar con cosas grandes: lo que a diario hacemos es a menudo pequeño, minúsculo. Todo depende de lo que nuestro corazón pone en ello.

Santa Teresa de Lisieux entró en el Carmelo a los quince años con todo el entusiasmo de su adolescencia. Lo que la esperaba fue: barrer los claustros, hacer la colada, acompañar al refectorio a una hermana vieja y enferma. Pequeñas cosas. La vida humilde, la dedicada a trabajos pesados y fáciles, es una obra de selección que requiere mucho amor.

-El que practicare y enseñare -esos mandamientos mínimos- será "grande" en el reino de los cielos.

"Las obras deslumbrantes me están prohibidas. Para dar pruebas de mi amor no tengo otro medio que el de no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra; de aprovechar las más pequeñas acciones y hacerlas por amor.' (Santa Teresita) Lo que es "pequeño" a los ojos de los hombres, puede ser "grande" a los ojos de Dios.

Ayúdame, Señor, a saber apreciar cualquier cosa, como Tú.

Modesta actualidad de cada día. Banalidad cotidiana enaltecida.

Una vez más, Jesús insiste en el "hacer"... practicar... poner en práctica... Es fácil el ilusionarse con bellas palabras. Uno se cree bueno porque se siente capaz de hablar bien de "espiritualidad" o incluso de discutir sobre doctrina teológica...

Jesús nos reconduce a la realidad de nuestros actos cotidianos.

Hacer la voluntad de Dios, aun en los mínimos detalles. Esfuerzo de cuaresma.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 134 s.


5.

1. Moisés exhorta a su pueblo, en vísperas de entrar en la tierra prometida, a que viva según la voluntad de Dios, que cumpla la parte que le toca en la Alianza que han firmado con Dios: tienen que vivir según sus mandamientos. La Alianza se concreta en normas de vida.

Se lo dice en tono positivo: ¡qué afortunado es un pueblo como el de Israel, que tiene un Dios tan cercano, un Dios que le dirige su palabra, que le orienta, que le enseña su sabiduría! Eso no lo tiene ningún otro pueblo. Siguiendo esos caminos que Dios les señala, caminos que son en verdad justos y sensatos, llegarán a la felicidad y a la vida.

El salmo nos invita a alabar a Dios («glorifica al Señor, Jerusalén») por lo mismo, porque ha bendecido a su pueblo comunicándole su palabra: «él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz... anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel: con ninguna nación obró así».

2. A veces Jesús en el evangelio critica las interpretaciones exageradas que los maestros de su época hacen de la disciplina. Pero hoy la defiende, diciendo que hay que cumplir los mandamientos de Dios. El no ha venido a abolir la ley. En todo caso, a darle plenitud, a perfeccionarla.

Invita a cumplir las normas que Dios ha dado, las grandes y las pequeñas. A cumplirlas y a enseñar a cumplirlas.

3. Si los israelitas estaban orgullosos de la palabra que Dios les dirigía y de la sabiduría que les enseñaba, nosotros los cristianos tenemos razones todavía mayores para sentirnos contentos: Dios nos ha dirigido su palabra viviente, su propio Hijo, el verdadero Maestro que nos orienta en la vida. Nosotros sí que podemos decir: «con ninguna nación obró así».

La Cuaresma es el tiempo de una vuelta decidida a Dios, o sea, a sus enseñanzas, a sus caminos, los que nos va mostrando cada día con su palabra. Sin seleccionar sólo aquello que nos gusta. Y no quedándonos tampoco en palabras. Cuaresma es tiempo de obras, de cambio de vida.

La ley bien entendida no es esclavitud. Puede ser signo de amor y de libertad interior. La ley -los mandamientos de Dios, las normas de la vida familiar de la comunidad religiosa, o de la Iglesia- se puede cumplir sólo por evitar el castigo, o por un sentido del deber, o por amor. El amor lo transforma todo. También las cosas pequeñas, los detalles. El amor de cada día está hecho de detalles, no tanto de cosas solemnes y heroicas.

Nosotros escuchamos con frecuencia la palabra de Dios. Cada día nos miramos al espejo para ver si vamos conservando la imagen que Dios nos pide. Cada día volvemos a la escuela, en la que el Maestro nos va ayudando en una formación permanente que nunca acaba. Es una de las consignas de la Cuaresma: poner más atención a esa palabra, sobre todo en la primera parte de la Eucaristía. Para contrarrestar otras muchas palabras que luego escuchamos en este mundo y que generalmente no coinciden con lo que nos ha dicho Dios.

En la Cuaresma nos hemos propuesto orientar nuestra conducta de cada día según esa palabra. Que se note que algo cambia en nuestra vida porque nos preparamos a la Pascua, que es vida nueva con Cristo y como Cristo.

«Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados con tu palabra» (oración)

«Yo os enseño unos mandatos y decretos: ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia» (1ª lectura)

«Dichosos los que escuchan la palabra de Dios, la guardan y perseveran hasta dar fruto» (aclamación)

«Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995. Pág. 67-68


6.

Primera lectura : Deuteronomio 4, 1.5-9 Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño
Salmo responsorial : 147, 12-13.15-16.19-20 Glorifica al Señor, Jerusalén
Evangelio : Mateo 5, 17-19 Les aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse la última letra o tilde de la ley

Esta es una perícopa llena de esperanza para la humanidad, ya que Jesús explica el sentido de su presencia: ha venido al mundo a hacer realidad la Ley y lo dicho por los profetas. Jesús, con estas palabras, reconoce el trabajo de las generaciones anteriores y le da validez. El no parte de cero, como si la humanidad no hubiera hecho nada valioso hasta el presente. También la Ley tiene elementos de Reino y en la medida en que se cumpla esos elementos, se participa en el Reino que él propone. El pentateuco, la verdadera Ley, contiene en parte los grandes sueños de la humanidad: el paraíso como proyecto, la posesión de una tierra, la promesa de una familia, el fin de la opresión, la conquista de la libertad, la distribución justa de la tierra... todos proyectos humanos en los que se siente la presencia de Dios.

Jesús es la más clara manifestación del apoyo de Dios a las utopías humanas -que son también divinas- porque fue Él quien las sembró en el corazón de la humanidad. Hubo un tiempo en que el pueblo Israelita deseó vivir en una nueva sociedad, sin egoísmos, en fraternidad e igualdad. Y aunque sus instintos lo dominaron y lo alejaron de sus sueños, quedó la esperanza de su realización y se vislumbró que era posible una alternativa de nueva sociedad.

Jesús lo confirma ahora no sólo con sus palabras, sino con sus hechos: condena las estructuras sociales de su tiempo que, por tener como valores supremos el individualismo y la ambición, matan toda utopía social. La ley esta escrita, los profetas señalaron el camino, y el ser humano, acercándose y alejándose del mismo, sigue soñando con un mundo más justo... Pese a todas las dificultades, podemos estar seguros de esto: no estamos solos en este sueño. Jesús manifestó su deseo de acompañarnos, pues él tuvo un sueño mayor: creyó que con él comenzaba a hacerse posible el sueño primitivo del A.T.: una sociedad igualitaria, solidaria, fraterna.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

La presencia de Jesús en el pueblo de Israel no debe entenderse como una ruptura brusca y desconectada con todo el proceso de la historia de la salvación. Al contrario, es la plenificación de esa historia lo que ocurre con Jesús. Jesús que plenifica debe ser el tema de hoy, como lo debió ser en su momento histórico. Esto no quita al actuar de Jesús lo novedoso, como tampoco debe absolutizarse la inmediata historia pasada, representada en la Ley, que se había convertido para el pueblo en el fin, olvidando a Dios. La Ley es un medio para llegar a Dios, que es el Fin. No puede el medio convertirse en fin. Eso había ocurrido en el pueblo de Israel y Jesús lo replantea. Es parte de su misión profética, recuperar la verdadera imagen de Dios o proponerla para los que no la conocían. Jesús es la Ley.

El de hoy puede ser un texto para judíos o para aquellos que absolutizan las leyes, las de Dios o las de los hombres; el peligro existe en hacerlo, principalmente en este último aspecto. Los que nos hemos liberado ya de leyes, simplemente debemos caminar hacia el fin, hacia Dios.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Es bastante frecuente comprobar el protagonismo que acapara el poder judicial en las noticias. Ciertamente la ley es necesaria en toda sociedad o Estado de derecho, como expresión de las condiciones mínimas que hagan posible la convivencia y la salvaguarda de los derechos humanos; de lo contrario, se impondría la ley del más fuerte. También la comunidad cristiana tiene una ley de gobierno en el Derecho Canónico (por cierto, muchas veces sin muy buena prensa y tachado de fósil compañero, pero al que todo el mundo apela cuando hay que resolver espinosas situaciones). Mas la Iglesia y el cristiano saben que su ley primera y básica es el evangelio de Jesús.

La ley mosaica cumplió a su modo la función de pedagogo que preparaba la fe en Jesús. El libro del Deuteronomio (=segunda ley) constituye una teología de la historia israelita vista desde la perspectiva que dan los siglos a los hechos narrados. El texto que hoy nos propone la primera lectura establece un nexo profundo entre la ley y la vida, ley de Dios y felicidad del hombre. Mediante la ley de la Alianza, el Señor está próximo a su pueblo.

Minimizar la ley o absolutizarla son crasos errores cometidos a lo largo de la historia. Cuando caemos en ellos, la ley se convierte en obstáculo, en lazo en represión. Aunque sorprende un poco este elogio de la ley venido de quien en diferentes ocasiones la puso tan en cuestión, Jesús siempre da un paso más. La ley sigue valiendo como camino pedagógico del cristiano. Ahora bien, cuando éste llega a su madurez, la ley le sobra. "Ama y haz lo que quieras", decía San Agustín. Pero primero ama. El amor sin límites a Dios y al hermano es la plenitud de la ley de Cristo. Ya lo dice San Pablo: "Amar es cumplir la ley entera" (Rom 13, 10). El cristiano no es el leguleyo de mínimos que mide hasta dónde me deja llegar la ley (un listón ciertamente bajo), sino el hombre de máximos que se interpela hasta dónde soy capaz de llegar según el ejemplo y la enseñanza de Jesús.

Quien se pone a hablar de derecho, al final siempre acaba soltando un latinajo. Así que, con vuestro permiso, yo tampoco seré menos. Nueve palabras que además ponen broche al mismo Código: "Salus animarum in Ecclesia suprema semper lex esse debet" (c.1752). La ley suprema de la Iglesia ha de ser siempre la salvación de las almas. Buen final para no olvidar.

Vuestro amigo.

Carlos Oliveras (carlosoliveras@hotmail.com)


9. CLARETIANOS 2003

En esta vuelta a la “escuela de la fe” que representa la Cuaresma, hoy nos toca asomarnos al sentido que tienen los mandamientos de Dios. El libro del Deuteronomio los califica de sabios, prudentes y justos. No se trata, pues, de cargas pesadas para hacer la vida humana insufrible sino, más bien, de caminos que conducen a la vida: Así viviréis, entraréis y tomaréis posesión de la tierra que el señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.

Jesús, como sabio y prudente que es, aprecia sobremanera estos caminos de vida. Es muy consciente de que se han interpretado mal, de que se han pervertido, pero no quiere anularlos: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. ¿Cuál es la plenitud de todo mandamiento?: ¡El amor! Sin amor, los preceptos pueden convertirse en barreras e incluso en armas arrojadizas. Con amor, son cauces que nos ayudan a realizar lo esencial de la vida humana: amar a Dios y al prójimo.

Si repasamos los “diez mandamientos” que aprendimos cuando éramos niños caeremos en la cuenta de que son, en efecto, caminos de vida. Amar a Dios sobre todo, glorificar su nombre, santificar las fiestas, honrar a los padres, preservar la vida, hacer un uso noble de nuestra sexualidad, respetar las cosas, decir la verdad, etc. no son en modo alguno impedimentos para nuestra libertad sino el modo mejor de asegurarla en toda su hondura. ¿Cómo Jesús, que conoce el corazón de Dios y el corazón del hombre, podría anular estos caminos de vida? Su obsesión es, más bien, contribuir a que sean lo que realmente son: expresión de vida y no de muerte, caminos de libertad y no de esclavitud.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


10. 2001

COMENTARIO 1

v. 17. Jesús quiere deshacer un malentendido y una decepción. Quie­nes conocen la grandeza de las promesas del AT, que se han tra­ducido en la expectativa mesiánica, pueden sentirse defraudados ante el horizonte que presenta Jesús. Una comunidad de pobres y perseguidos no parece responder a la expectativa de felicidad y prosperidad anunciadas. Jesús afirma que su misión («he venido») no consiste en echar abajo el AT (la Ley ni los Profetas) como promesa del reinado de Dios, sino todo lo contrario: dar cumplimien­to a esas promesas.

«Echar abajo»: el verbo gr. kataluó significa «echar abajo, demoler, derribar» un edificio, no abolir una ley; en Mt se usa siem­pre del templo (24,2; 26,61; 27,40). «La Ley y los Profetas» es un modo de designar el conjunto del AT. El doble complemento ex­cluye también el sentido de «derogar», cómo si se tratara sólo de preceptos legales. «Dar cumplimiento»: el verbo gr. plerôsai es uti­lizado continuamente por Mt para indicar el cumplimiento de pro­fecías (1,22; 2,15.17.23; 4,14; 8,17; 12,17, etc.). Su relación con «los Profetas» es clara; pero también tiene relación con «la Ley», es decir, con los escritos de Moisés, pues se pensaba que el Mesías había de realizar el éxodo definitivo, del que el realizado por Moi­sés era sólo tipo. De hecho, Mt considera la Ley y los Profetas como profecía del reinado de Dios (cf. 11,13). La misión de Jesús es positiva, no negativa; viene precisamente a dar cumplimiento a las promesas del reinado de Dios contenidas en el AT.



v. 18. Jesús confirma solemnemente lo dicho («os aseguro»). Todo lo contenido en la Escritura (lit. «la Ley», otro modo de designar el AT, que pone el énfasis en la obra de Moisés) se realizará (gr. genêtai), hasta en sus mínimos detalles, antes que desaparezca el mundo visible. No se trata, pues, en el texto de observar una ley, sino de realizar una promesa (cf. 6,10: «realícese en la tierra tu designio del cielo», que equivale a la llegada del reino mencionada inmediatamente antes). El término «la Ley» se refiere en particular al nuevo éxodo y a la entrada en la nueva tierra prometida. El éxodo liberador comienza con la muerte de Jesús y queda abierto para toda la humanidad. No hay lugar, por tanto, a decepción alguna por lo que Jesús ha dicho. El programa propues­to por él es el único eficaz para llevar a cabo el designio de Dios anunciado en el AT. El malentendido que disipa Jesús revelaba una mentalidad particular: la de aquellos que esperaban un reina­do de Dios implantado desde arriba, sin colaboración humana. Je­sús ha expuesto en su programa (las bienaventuranzas) que esta colaboración es indispensable para crear la sociedad humana justa que es el reinado de Dios y la tierra prometida a la que conduce su éxodo.



v. 19. De ahí la necesidad para los discípulos de practicar cada una de las bienaventuranzas antes propuestas. «Esos mandamien­tos mínimos»: «esos» (toutôn) no puede referirse a los de la Ley, no mencionados antes, sino a los expuestos por Jesús, es decir, a las bienaventuranzas, código de la comunidad del reino. Para re­ferirse a los de la Ley -ni la letra ni el acento son mandamientos-, el texto debería decir «sus mandamientos». El nombre «manda­mientos» indica precisamente que las bienaventuranzas toman el lugar de los de la antigua Ley. El calificativo «mínimos» corres­ponde a lo expresado por Jesús en 11,30: «Mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Las frases «será llamado mínimo/grande en el reino de Dios» no indican jerarquía en el reino; son expresiones judías que desig­nan la exclusión del reino o la pertenencia a él. La exigencia de Jesús es, por tanto, total; no se puede pertenecer al reino si no se practican todas y cada una de las bienaventuranzas que tocan al discípulo. Se refiere principalmente a la primera y a la última, que invitan a la opción y a la fidelidad a ella; de éstas nacen la disposición y la actividad en favor de los otros (5,6-9).

Estos «mínimos» o excluidos del reino de Dios reaparecen bajo diversas imágenes en otros pasajes del evangelio: son los falsos profetas (7,15), los árboles dañados que dan fruto dañado (7,17s), los que invocan a Jesús y actúan en su nombre, pero cometen la iniquidad (7,21-23; cf. 13,41), la cizaña en el campo (13,38), los peces que se excluyen (13,48s), el invitado sin traje de fiesta (22,12s). La imagen del árbol (7,17s) los pone en relación con el dicho de Juan Bautista (3,10): son los que no han hecho una verdadera enmienda, los que no han roto con la injusticia del pasado (3,8).


COMENTARIO 2

Esta es una perícopa llena de esperanza para la humanidad, ya que Jesús explica el sentido de su presencia: ha venido al mundo a hacer realidad la Ley y lo dicho por los profetas. Jesús, con estas palabras, reconoce el trabajo de las generaciones anteriores y le da validez. El no parte de cero, como si la humanidad no hubiera hecho nada valioso hasta el presente. También la Ley tiene elementos de Reino y en la medida en que se cumplan esos elementos, se participa en el Reino que él propone. El Pentateuco, la verdadera Ley, contiene en parte los grandes sueños de la humanidad: el paraíso como proyecto, la posesión de una tierra, la promesa de una familia, el fin de la opresión, la conquista de la libertad, la distribución justa de la tierra... todos proyectos humanos en los que se siente la presencia de Dios.

Jesús es la más clara manifestación del apoyo de Dios a las utopías humanas -que son también divinas- porque fue Él quien las sembró en el corazón de la humanidad. Hubo un tiempo en que el pueblo israelita deseó vivir en una nueva sociedad, sin egoísmos, en fraternidad e igualdad. Y aunque sus instintos lo dominaron y lo alejaron de sus sueños, quedó la esperanza de su realización y se vislumbró que era posible una alternativa de nueva sociedad.

Jesús lo confirma ahora no sólo con sus palabras, sino con sus hechos: condena las estructuras sociales de su tiempo que, por tener como valores supremos el individualismo y la ambición, matan toda utopía social. La ley está escrita, los profetas señalaron el camino, y el ser humano, acercándose y alejándose del mismo, sigue soñando con un mundo más justo... Pese a todas las dificultades, podemos estar seguros de esto: no estamos solos en este sueño. Jesús manifestó su deseo de acompañarnos, pues él tuvo un sueño mayor: creyó que con él comenzaba a hacerse posible el sueño primitivo del A.T.: una sociedad igualitaria, solidaria, fraterna.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. 2002

Las palabras de Jesús parecen entrar en colisión con la suprema libertad que él tenía ante la ley, con la enseñanza paulina derivada de ella y, en particular, con la polémica de Mateo que ve en el legalismo fari­seo su principal adversario. Sin embargo, un examen más detenido de Mt 5,17-18 nos da la posibilidad de entender el sentido que atribuye a la ley el evangelis­ta en el marco de la justicia exigida a la comunidad cristiana (v.20) si quiere alcanzar su finalidad de "ser sal de la tierra y luz del mundo" (v.13).

La integralidad de la realización de la Palabra di­vina en Jesús sirve de fundamento para abrirse a la enseñanza de la coherencia de la comunidad. Esta debe verificarse en una justicia superior a la de escribas y fariseos que "dicen y no hacen" (cf Mt 23,3b).

Asimismo se habla de las diferencias entre quie­nes descuidan o realizan el mínimo de los mandamien­tos en el campo de la enseñanza.

De esta forma se indica a la comunidad el camino del cumplimiento pleno y se exige de sus integrantes una semejanza que sólo puede tener su referencia en la actuación de Jesús que, conforme a esta concep­ción evangélica, debe ser considerado como quien hace y enseña (los mínimos mandatos) y, de esa manera, es llamado grande en el Reino de los cielos" (v.19b).

Desde la coherencia de la actuación de Jesús, de­dicado enteramente a la realización del designio sal­vador de Dios somos invitados a revisar nuestra prác­tica a fin de hacerla coherente, o menos incoherente, con nuestra confesión de fe.

No abolir, no una actitud negativa, sino añadir, complementar, llevar a perfección. Un criterio y una actitud de Jesús que debemos reproducir...

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


12. DOMINICOS 2003

Cambiar, sin violentar; mejorar, sin herir

Adelantemos tres pensamientos que nos ayudarán a vivir la jornada en actitud positiva, agradecida, humilde, comprometida, fiel:

Señor, tú me enseñarás el sendero de la vida,  y yo, si te escucho,  podré gozar  en tu presencia.

Dichosos quienes escuchan la Palabra de Dios, la guardan en su corazón y fructifican en bondades.

Los mandamientos de la ley son sabiduría y  prudencia, hacen al hombre honrado y generan paz en la justicia y amor.

En la primera lectura de la acción litúrgica contamos hoy con un hermoso discurso de Moisés, recogido en el Deuteronomio. Moisés está contemplando la Tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Dios le ha guiado en el camino, pero otro y no él será el elegido. Su voz, emocionada, se convierte en cantora de la sensatez, perfección y belleza  de Ley. Quien sea fiel a ella, dice,  será amigo de Dios, y l a eso están llamados los hijos de Israel.

Por su parte, Jesús, en otro momento de la historia de salvación, cuando esa primera Ley, la de Moisés, toca a su fin y es superada, nos advierte: yo no he venido a suprimir la ley antigua sino a perfeccionarla y darle plenitud.

Para nosotros, creyentes en Cristo, la ley antigua, aun siendo buena, es la de Moisés y los profetas; la ley nueva es la de Jesús, y a ésta la vemos encumbrada mil codos sobre los preceptos anteriores, porque está penetrada por un espíritu nuevo, el espíritu del Hijo de Dios, encarnado.

La lección que se nos ofrece es clara: Hemos de venerar la ley antigua y su verdad, como obra inspirada por Dios a favor del hombre. Pero más allá de la justicia de la Ley, hemos de saber  vivir en una Ley Nueva, la del Espíritu de Cristo, la del Reino de Dios, que es Reino de justicia, amor y paz.

ORACIÓN:

Enséñanos, Señor, a vivir en plenitud como hijos tuyos, y en esa experiencia de vida comprenderemos cómo nos has amado, cómo nos has iluminado en la historia –toda ella de salvación-  y cómo nos quieres respetuosos pero dinámicos, agradecidos pero inquietos, conscientes del momento que vivimos pero sedientos de un mañana más puro, honrado, santo. Amén.

 

Palabras y ley, Palabra y amor

Libro del Deuteronomio 4, 5-9:

“Moisés, habló al pueblo:

Escucha, Israel, yo os enseño los mandatos y decretos como me los enseñó el Señor,  para que los pongáis por obra en la tierra en que vais a entrar. Si lo hacéis, viviréis, entraréis y tomaréis posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar...

Guardad y cumplid esos preceptos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia, y los demás pueblos, al oír esos mandatos, dirán: “cierto, este pueblo es sabio y esta gran nación es prudente...”

He aquí un profundo pensamiento religioso que ha de guiar al pueblo de Israel: ser fieles a la verdad, a la ley, a la conciencia, es aplicar la ‘gran sabiduría y prudencia’ que ha de caracterizar al ‘pueblo de Dios’; y ser infieles será el gran pecado.

Evangelio según san Mateo 5, 17-19:

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: No creáis que he venido a abolir la Ley o los Profetas: no he venido a abolir sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse una letra o tilde de la ley.

El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los cielos. En cambio, quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos”.

El texto sólo es comprensible en la cultura religiosa del Nuevo Testamento y de la Iglesia de Cristo, si es leído desde la expresión de Jesús: He venido a dar plenitud. Desde la perfección, hay que apreciar el valor de cada pieza del edificio. Ninguna pieza sobra, pero todas han de mirar a la estructura y belleza del conjunto

 

Momento de reflexión

Moisés, habiendo huido de Egipto, está a las puertas de la tierra prometida.

Moisés es peregrino por el desierto, conversador con Dios en el Sinaí, receptor de los Mandamientos o Tablas de la Ley. Gran mensajero de Dios. Pero hoy, según el relato, se encuentra cercano al Jordán en una montaña que le permite contemplar las puertas de la Tierra prometida,  y el Señor que le trajo hasta ahí, no le concede entrar en posesión de ella. Misterios de la elección divina.

Por eso, el texto del libro del Deuteronomio que hoy leemos tiene algo de “testamento espiritual mosaico”, y con él se cierra (llega a su plenitud)  el Pentateuco o Libro de la Ley.  Cuando el Pentateuco se cierra, lo que venga posteriormente será explanación histórica de las enseñanzas ya dadas y recibidas.

Memoricemos, pues, esta frase: los mandamientos esenciales, los de la Ley, no sus derivaciones casuísticas y ritualistas, son la encarnación de la sabiduría y prudencia con que debe proceder el pueblo de Dios.

En su virtud:

avergonzarse de los mandamientos será necedad, incultura, no comprender la naturaleza humana; 

fosilizarlos en su formulación será no entender la dinámica de la revelación divina que los quiere vivos, actuantes;

y entenderlos a la luz del mensaje de Jesús será darles vigencia para cualquier momento histórico de la humanidad.

Jesús ama la Ley, pero su vida es Nueva Ley.  

Él ha venido a vivir la Ley antigua superándola en vida y amor. Cada “tilde de la ley” es arenilla de un muro del edificio que es Cristo y la Iglesia.

Quienes vivamos con Cristo, habitamos en ese maravilloso edificio.

 Señor, danos tal sabiduría y prudencia que nos ayuden a comprender la ley nueva del amor,  y a encarnarla en nuestra compromiso de vida fiel. 


13.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Asegura mis pasos con tu promesa. Que ninguna maldad me domine» (Sal 118,133).

Colecta (nueva redacción, con elementos del Gelasiano y del Sermón 40,4 de San León Magno): «Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados con tu Palabra, te pedimos, Señor, que te sirvamos fielmente con nuestras penitencias y perseveremos unidos en la plegaria».

Comunión: «Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia» (Sal 15,11).

Postcomunión: «Santifícanos, Señor, con este pan del cielo que hemos recibido, para que, libres de nuestros errores, podamos alcanzar las promesas eternas».

Deuteronomio 4,1.5-9: Guardad los preceptos y cumplidlos. La Ley es expresión de la voluntad divina y forma parte de la alianza. La observancia de la Ley ha de producir dos efectos en los gentiles: el reconocimiento de la sublimidad de la Ley y la constatación de la presencia de Dios en medio de su pueblo.

Las grandes maravillas realizadas por Dios en favor de Israel debieron ser motivos para ser fieles al Señor. Pero la historia de la salvación nos manifiesta lo contrario: el pueblo de Dios fue ingrato e infiel al Señor muchas veces. Fue ingrato al Señor.

¿Y nosotros? En realidad, Dios ha realizado aún mayores portentos con nosotros, por la Encarnación de su Hijo, la Redención, la institución de la Iglesia, la Eucaristía y los demás sacramentos... También nosotros hemos recibido los mandamientos y preceptos de Dios para que los cumplamos. Esos preceptos y mandatos son santos, sabios e inviolables, como el mismo Dios. Son frutos de la bondad, de la sabiduría, de la justicia y de la santidad de Dios. ¿Puede haber para nosotros algo mejor, más razonable, más santo, más poderoso y más dichoso que la santa voluntad de Dios, expresada en sus mandamientos? Tal vez muchas veces hemos dejado de cumplirlos.

Hoy, en esta celebración cuaresmal volvamos a escoger de nuevo el camino de los divinos preceptos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Y a tu prójimo como a ti mismo»

No seamos como los escribas y fariseos del tiempo de Jesucristo. Ellos cumplían, en apariencia, los mandatos de Dios, interpretando la letra según su interés. Digamos y cumplamos nosotros lo que Jesús dijo: «Mi comida consiste en hacer siempre la voluntad del que me envió» (Jn 4,34). Debemos morir a la propia voluntad, para vivir entera y ciegamente confiados en la santa voluntad de Dios, entregados totalmente a su beneplácito, al gobierno y Providencia de Dios y llevando, según sus mandamientos, una conducta intachable. Esta es la esencia de la vida cristiana. ¿Pensamos así? ¿Vivimos así?

–Si Dios nos ha dado mandamientos y leyes es para que vivamos y nos salvemos. Por eso, los preceptos del Señor son la alegría del hombre, que se ve distinguido y privilegiado con ellos. De ahí brota el deseo de una fidelidad sincera, que manifestamos con el Salmo 147: «Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. Él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz, manda la nieve como lana, esparce la escarcha como ceniza. Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos».

Mateo 5,17-19: Quien cumpla los mandamientos y los enseñe será grande en el Reino de los cielos. La santa Cuaresma es un tiempo adecuado para examinar nuestra vida entera, para una revisión de vida en el cumplimiento de los mandatos de Dios. Cristo vino a vivificar la ley y a perfeccionarla. Él fue modelo en el cumplimiento de la voluntad divina. Dice San Bernardo:

«Y ya que en la voluntad de Dios está la vida, no podemos dudar lo más mínimo de que nada encontraremos que nos sea más útil y provechoso que aquello que concuerda con el querer divino, vida de nuestra alma. Procuremos con solicitud no desviarnos en lo más mínimo de la voluntad de Dios» (Sermón 5).

No se haga mi voluntad, sino la tuya, dijo el Señor (Mc 14,36; cf. Mt 26,33-46; Lc 22,40-46). Y comenta San León Magno:

«Esta voz de la Cabeza es la salvación de todo el Cuerpo; esta voz enseña a todos los fieles, enciende a los confesores, corona a los mártires» (Sermón 58).


14.

Comentario: Rev. D. Vicenç Guinot i Gómez (Lavern-Barcelona, España)

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a dar cumplimiento»

Hoy día hay mucho respeto por las distintas religiones. Todas ellas expresan la búsqueda de la trascendencia por parte del hombre, la búsqueda del más allá, de las realidades eternas. En cambio, en el cristianismo, que hunde sus raíces en el judaísmo, este fenómeno es inverso: es Dios quien busca al hombre.

Como recuerda Juan Pablo II, Dios desea acercarse al hombre, Dios quiere dirigirle sus palabras, mostrarle su rostro porque busca la intimidad con él. Esto se hace realidad en el pueblo de Israel, pueblo escogido por Dios para recibir sus palabras. Ésta es la experiencia que tiene Moisés cuando dice: «¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que le invocamos?» (Dt 4,7). Y, todavía, el salmista canta que Dios «revela a Jacob su palabra, sus preceptos y sus juicios a Israel: no hizo tal con ninguna nación, ni una sola conoció sus juicios » (Sal 147,19-20).

Jesús, pues, con su presencia lleva a cumplimiento el deseo de Dios de acercarse al hombre. Por esto, dice que «no penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). Viene a enriquecerlos, a iluminarlos para que los hombres conozcan el verdadero rostro de Dios y puedan entrar en intimidad con Él.

En este sentido, menospreciar las indicaciones de Dios, por insignificantes que sean, comporta un conocimiento raquítico de Dios y, por eso, uno será tenido por pequeño en el Reino del Cielo. Y es que, como decía san Teófilo de Antioquía, «Dios es visto por los que pueden verle; sólo necesitan tener abiertos los ojos del espíritu (...), pero algunos hombres los tienen empañados».

Aspiremos, pues, en la oración a seguir con gran fidelidad todas las indicaciones del Señor. Así, llegaremos a una gran intimidad con Él y, por tanto, seremos tenidos por grandes en el Reino del Cielo.


15. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

Después de las Bienaventuranzas, y una breve proclamación de lo que son los seguidores de Jesús (sal y luz) Mateo quiere alertar contra la sospecha de que Jesús ha venido para “destruir” la “ley y los profetas”,es el mismo verbo -katalyô- que se utiliza para hablar de la destrucción del Templo: 24,2; 26,61; 27,40; siempre se refiere a “lo antiguo”. Sabemos que la “ley y los profetas” designan toda “la Biblia” (aunque no nos queda claro qué libros la forman, y quién es intérprete autorizado para leerla); en Mt volvemos a encontrarlos otras dos veces, en ambas se explica que la ley y los profetas se expresan en “la regla de oro” (7,12) y en el mandamiento doble de amar a Dios y al prójimo (24,40), también (un texto Q) se dice que “todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron” (11,13). Como se ve, Mt parece preocupado en que la Biblia “se cumpla”. Este texto -por otra parte- no puede despegarse de lo que dirá a continuación. Allí Jesús aclarará que busca una “justicia mayor” que los escribas y fariseos (por tanto, ir más allá del cumplimiento que ellos pretenden), y precisamente indicará una serie de textos de la ley aclarando qué es esa “justicia mayor”, o ese “cumplimiento” que aquí propone: “han oído que se dijo... pero yo les digo”. En 7,12 concluye la unidad comenzada en 5,17 (la ley y los profetas forman una inclusión).

Sabemos que en tiempos de Jesús los mandamientos a cumplir o evitar eran 613 y esto era visto -frecuentemente- como “pesadas cargas” (23,4), con lo que se termina “cerrando a los hombres el Reino” (23,13). El problema, como lo indica el texto de 5,17-19, su contexto en el Sermón de la montaña y su paralelo en Mt 23, es la comparación entre la exigencia de obediencia de la ley que propone Jesús y la que proponen los “escribas y fariseos”. Eso queda expresado -además- en el “yugo suave y la carga liviana” (11,30) contrastando con las cargas imposibles de llevar.

Muchos estudiosos se encuentran en problemas al leer estos textos, especialmente al leerlos en conflicto con los escritos paulinos. Ciertamente los acentos son diferentes, y también las comunidades. Para Pablo, el apóstol de los paganos, la ley es algo que esclaviza, y propone un camino de libertad que nace del espíritu; Mateo, que escribe a judeo-cristianos, quiere mostrarles ese mismo camino de libertad en el cumplimiento, pero no en el seguimiento fariseo, sino en ir al “nudo” de la ley y los profetas. La comunidad de Mateo se encuentra con la predicación de los fariseos que es presentada como “discurso único”: lo no fariseo no es verdadero judaísmo. Jesús pretende mostrar, en Mateo, que supera esa fidelidad, pero no aniquilando la ley y los profetas, ni estableciendo escala de valores que enseñen a cumplir algunos y desatender otros mandamientos, por más insignificantes que sean. Jesús propone ir más allá, quiere ir a la plenitud, a una justicia mayor que la que enseñan los fariseos, y mostrar que de esa manera se dan por superados.

Al estudioso que pidió que le enseñara “la ley y los profetas” en el tiempo en que podía estar parado con un pie, el rabino Shammai lo sacó a empujones, mientras Hillel le enseñó “la regla de plata” porque allí está todo. Ambas escuelas coexisten en Israel, del mismo modo que en la comunidad cristiana coexisten Pablo y Mateo. Este no quiere proponer una suerte de reglas grandes y reglas chicas de las cuales unas deben ser cumplidas y otras no, sino saber ir al corazón de la “ley y los profetas” para que todo encuentre cumplimiento sin comprometer la libertad. Hasta las normas más insignificantes tienen sentido, pero no en el esquema hipócrita de los fariseos que todo lo cumplen para ser mirados y aplaudidos, sino el sistema gratuito que busca lo mejor para los demás, como nos gustaría a nosotros mismos, es decir, amar al prójimo. Sencillamente.

La clave de todo el relato radica en el significado de “cumplimiento”; las opiniones de los autores son muy variadas. Digamos sencillamente que el “cumplimiento” es algo característico en Mt. Con mucha frecuencia nos dice que se “cumplió” lo dicho por los profetas (1,22; 2,15.17.23; 4,14; 8,17; 12,17; 13,35; 21,4; 26,54.56; 27,9), Jesús se acerca al bautismo de Juan a pesar de sus objeciones porque así se “cumple toda justicia” (3,15). Cumplimiento es llenar una medida, como la red está llena de peces (13,48), o se colma la medida de los hecho por los antepasados (23,32). El amor supone un nuevo modo de cumplimiento (o una “nueva alianza” si se quiere, al estilo de Jer 31,31-34). Así como los profetas “se cumplen”, también la ley (11,13), Jesús -que es “como Moisés”- presenta una nueva enseñanza que plenifica todo lo antiguo. No son los códigos legales, sino “toda” la enseñanza de Dios lo que debe cumplirse. El final parece una concreción de lo que dice el profeta Isaías: “Préstame atención, pueblo mío, mi nación (reino), escúchame; que una instrucción (ley) saldrá de mí, y juicio mío para luz de las naciones. Inminente, cercana está mi justicia, saldrá mi liberación, y mis brazos juzgarán a los pueblos (naciones). Las islas esperan en mí y cuentan con mi brazo. Alcen a los cielos sus ojos y contemplen la tierra abajo, pues los cielos como humareda se disiparán, la tierra como un vestido se gastará y sus moradores como el mosquito morirán. Pero mi salvación por siempre será, y mi justicia se mantendrá intacta. Préstenme oído, sabedores de lo justo, pueblo consciente de mi ley. No teman las injurias de los hombres, y de sus ultrajes no se asusten; pues como un vestido se los comerá la polilla, y como lana los comerá la tiña. Pero mi justicia por siempre será, y mi salvación por generaciones de generaciones” (Is 51,4-8, las palabras entre paréntesis pertenecen a la versión griega).

Comentario

El Evangelio de Mateo nos presenta a Jesús “como Moisés”, y que nos enseña el camino para encontrarnos con Dios. Ese era el objetivo de la ley de los judíos: obedecer la voluntad de Dios a fin de ser fieles y gozar de su compañía; y también el objetivo de los profetas: hablar la palabra que Dios ha dirigido para hacer conocer su voluntad en las circunstancias de la vida. Por eso la Biblia es llamada “la ley y los profetas”, y sin duda, Jesús no ha venido a destruir esto sino a buscar que se cumpla. Muchas palabras de los profetas también se cumplen con la venida de Jesús, o con sus palabras y gestos, y así todo lo esperado llega a su plenitud.

Pero esto puede malentenderse, como si Jesús propusiera una fidelidad a la ley semejante a la de los judíos observantes, y no es esa su propuesta como quedará claro en los párrafos que siguen. Cumplimiento es ir al nudo. No es hacer una escala de valores y cumplir unos y destruir otros de los 613 mandamientos que regían a los judíos, ni decir que todo está anulado; es encontrar espacios de libertad para que el cumplimiento no nos oprima como si fuéramos “esclavos” de Dios, es volvernos capaces de crear espacios de encuentro, de felicidad en la relación con Dios y con los hermanos.

Jesús propone una “justicia mayor”, así se “cumplirán la ley y los profetas”. Al terminar la unidad que aquí empieza vuelva a la misma idea, para dejar claro a qué se había referido: “esta es la ley y los profetas” (7,13): “hacer a los demás lo que quisiéramos que nos hagan a nosotros”. Salir hacia el hermano, encontrar espacios de amor, solidaridad, gratuidad y justicia; eso basta para cumplir “todo”, hasta lo más pequeño de la Ley. Pablo lo formula de modo semejante: el que ama al prójimo ha cumplido la ley... el amor es la ley en plenitud (Rom 13,8-10).


16. Las virtudes y el crecimiento espiritual

La santificación de cada jornada comporta el ejercicio de muchas virtudes humanas y sobrenaturales. Las virtudes exigen para su crecimiento repetición de actos, pues cada una de ellos deja en el alma una disposición que facilita el siguiente.El ejercicio de las virtudes nos indica el sendero que conduce al Señor.

I. Jesús nos enseña que el camino que conduce a la Vida, a la santidad, consiste en el pleno desarrollo de la vida espiritual. Ese crecimiento, a veces difícil y lento, es el desarrollo de las virtudes. La santificación de cada jornada comporta el ejercicio de muchas virtudes humanas y sobrenaturales. Las virtudes exigen para su crecimiento repetición de actos, pues cada una de ellos deja en el alma una disposición que facilita el siguiente. El ejercicio de las virtudes nos indica en todo momento el sendero que conduce al Señor. Un cristiano que con la ayuda de la gracia, se esfuerza en alcanzar la santidad, se aleja de las ocasiones de pecado, resiste con fortaleza las tentaciones, y es consciente de que la vida cristiana le exige el desarrollo de las virtudes, la purificación de los pecados y de las faltas de correspondencia a la gracia en la vida pasada. La Iglesia nos invita especialmente en este tiempo de Cuaresma a crecer en las virtudes: hábitos de obrar el bien.

II. Aunque la santificación es enteramente de Dios, en su bondad infinita, Él ha querido que sea necesaria la correspondencia humana, y ha puesto en nuestra naturaleza la capacidad de disponernos a la acción sobrenatural de la gracia. Mediante el cultivo de las virtudes humanas disponemos nuestra alma a la acción del Espíritu Santo. Las virtudes humanas son el fundamento de las sobrenaturales. “No es posible creer en la santidad de quienes fallan en las virtudes humanas más elementales” (ALVARO DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio). Las virtudes forman un entramado: cuando se crece en una, se adelanta en todas las demás. Y “ la caridad es la que da unidad a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto”(Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer). Hoy podemos preguntarnos: ¿aprovecho verdaderamente las incidencias de cada día para ejercitarme en las virtudes humanas y, con la gracia de Dios en las sobrenaturales?

III. El Señor no pide imposibles. Él dará las gracias necesarias para ser fieles en las situaciones difíciles. Y la ejemplaridad que espera de todos será en muchas ocasiones el medio para hacer atrayente la doctrina de Cristo y re-evangelizar de nuevo el mundo. Con nuestra vida –que puede tener fallos, pero que no se conforma a ellos- debemos enseñar que las virtudes cristianas se pueden vivir en medio de todas las tareas nobles; y que ser compasivos con los defectos y errores ajenos no es rebajar las exigencias del Evangelio. Nuestra Señora, “modelo y escuela de todas virtudes” (SAN AMBROSIO, Tratado sobre las virtudes), nos ayudará en nuestro empeño por adquirir las virtudes que el Señor espera de nosotros.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


17. Catecismo de la Iglesia católica & 1961-1967

“No he venido a abolir la ley sino a darle plenitud.” (cf Mt 5,17)

Dios, nuestro creador y nuestro redentor, se escogió a Israel como pueblo de su propiedad y le reveló su ley, preparando así la venida de Cristo...La ley antigua es la primera etapa de la ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los diez mandamientos que constituyen el fundamento de la vocación de la persona humana, creada a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo y prescriben lo que le es esencial. El decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de toda persona para manifestarle la llamada y los caminos de Dios y para protegerla del mal. “Dios ha escrito sobre las tablas de la ley aquello que los humanos no leían en sus corazones.” (S. Agustín)

Según la tradición cristiana, la ley santa, espiritual y buena (Rm 7,12ss) es todavía imperfecta. Como un pedagogo (Ga 3,24) la ley indica lo que hay que hacer, pero no da por sí misma la fuerza, la gracia del Espíritu, para ponerlo por obra. A causa del pecado, que la ley no puede borrar, ésta sigue sie ndo una ley de servidumbre... Es una preparación al evangelio.

La ley nueva o la ley evangélica es la perfección aquí en la tierra, de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo que se expresa particularmente en el sermón de la montaña. Es también obra del Espíritu Santo y, por él, se convierte en la ley interior de la caridad: “...yo concluiré con el pueblo de Israel y de Judá una alianza nueva...Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en su corazón; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.” (Heb 8, 8-10)

La ley nueva es la gracia del Espíritu Santo concedida a los fieles por la fe en Cristo... Ella cumple, afina, sobrepasa y conduce a su perfección la ley antigua. En las bienaventuranzas (Mt 5,3ss) cumple las promesas divinas elevándolas y ordenándolas hacia el reino de los cielos.” La ley evangélica se dirige a aquellos que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los de corazón puro, los perseguidos por causa de Cris to. Así señalan el camino sorprendente del Reino.


18.

Reflexión

Dado el relativismo moral que se ha venido desarrollando en nuestros tiempos, el Papa Juan Pablo II escribió, no hace mucho tiempo, una encíclica que nos habla precisamente de la importancia del cumplimiento de la ley como elemento regulador de la vida cristiana y humana (Veritatis Splendor). Y es que hoy, como en el tiempo de Jesús, los fariseos se fueron haciendo de “manga ancha”. Algunos quizás hasta pensaban que Jesús, como andaba con los pecadores, terminaría relajándose todavía más. Sin embargo Jesús es claro: la Ley es santa. Es cierto que nos dio un nuevo mandamiento, el mandamiento del amor, sin embargo éste está por sobre toda la ley. Será realmente cumplir el mandamiento del amor, que implica toda nuestra vida, física y afectiva, si no somos capaces o no estamos dispuestos a cumplir la ordenanza “restrictiva de la ley”. Las leyes son como una barrera que corre a lo largo de nuestra vida e impide que nuestra vida se desbarranque en el pecado. Es la frontera entre el pecado y la gracia. Revisemos nuestra vida en el estricto cumplimiento de la Ley de Dios (y por que no… de los hombres también).

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


19. Jesús ante la Ley

Fuente: Catholic.net
Autor: Miguel Ángel Andrés

Reflexión:

Si es recomendable hacer revisiones médicas periódicas, no lo es menos hacer también revisiones espirituales más a menudo, puesto que es muy fácil enfermar. Y, ¿De qué enfermedades debemos examinarnos?

La primera que nos propone examinar el gran médico de almas es la de los malos pensamientos y homicidios interiores: ¿sabemos juzgar con bondad y benevolencia las acciones de los demás conservando siempre su imagen positiva? ¿engrandecemos sin motivo los pequeños fallos del prójimo e incluimos maldad donde no existe matando en el interior su buena fama? Reflexionemos, y si encontramos síntomas negativos el remedio inmediato es perdonar lo que realmente vemos de maldad sin engrandecerlo y sobre todo saber encontrar las virtudes y las buenas intenciones de los demás.

La segunda es la del pudor interior: ¿respetamos la intimidad e integridad de las personas con las que tratamos y nos topamos diariamente o por el contrario, creamos una serie de imaginaciones, intenciones y deseos en que las películas indecentes se quedan cortas? Juzgue usted. En este caso el jarabe más eficaz es el de no permitir que nuestra mente, imaginación y corazón sea el escenario de tan nocivas proyecciones, sino respetar la integridad de los demás y la mía. Todo lo que se cultive ahí saldrá de una u otra manera a relucir.

Por esta ocasión es suficiente con el análisis de esas dos infecciones. Lo que nos queda es conservar la salud o recuperarla cuanto antes, apoyándose siempre en Aquel que lo puede todo.


20. Saber que Dios está con nosotros

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

“Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley”. Jesucristo cumple siempre lo que promete. El esfuerzo, el interés y la búsqueda que Cristo realiza en nuestra alma es algo que Él hace en todo momento. No pasará el cielo y la tierra sin que se cumpla lo que Dios nuestro Señor tiene planeado para cada uno de nosotros. Esto tiene que dar a cada uno de nuestros corazones una gran tranquilidad, una gran paz. Tiene que darnos la tranquilidad y la paz de quien sabe que Dios está apoyándole, de quien sabe que Dios está buscándole, de quien sabe que Dios está a su lado.

Hay veces que los caminos de nuestro Señor pueden ser difíciles de seguir. Cuántas veces nos preguntamos: ¿por qué el Señor nos lleva por este camino, por qué el Señor nos conduce por este sendero? Cristo vuelve a repetirnos que Él es la garantía. Su Palabra misma es la garantía de que efectivamente Él va a estar con nosotros: “No pasará el cielo y la tierra”.

Cuántas veces, cuando nosotros vamos en el camino de nuestra existencia cristiana, podríamos encontrarnos con dudas y obscuridades. La Escritura habla del pueblo que está a punto de entrar a la tierra prometida, y en el momento en que va a entrar, Dios le vuelve a decir lo mismo: Yo voy a entrar contigo. Yo voy a estar contigo a través de los Mandamientos, a través de tu vida interior, a través de la iluminación.

Nosotros tenemos también que encontrar que Dios está con nosotros, que el Señor ha querido venir a nuestra vida, ha querido venir a nuestra alma, ha querido encontrarse con nosotros. Su presencia es una presencia viva. Y el testimonio espiritual de cada uno de nosotros habla clarísimamente de la presencia viva de Dios en nosotros, de la búsqueda que Dios ha hecho de nosotros, de cómo el Señor, de una forma o de otra, a través de los misteriosos caminos de su Providencia, nos ha ido acompañando, nos ha ido siguiendo. Si el Señor hubiera actuado como actuamos los hombres, ¡cuánto tiempo hace que estaríamos alejados de Él! Dios actúa buscándonos, Dios actúa estando presente, porque sus palabras no van a pasar.

¿Tengo yo esta confianza? ¿Mi alma, que en todo momento, de una forma o de otra, está iluminada por el Espíritu Santo para que cambie, para que se transforme, para que se convierta, está encontrando esa confianza en Dios, está poniendo a Cristo como garantía? ¿No nos estaremos poniendo a nosotros mismos como garantía de lo que Dios va a hacer en nuestra vida y que vemos muy claro lo que hay que cambiar, pero como garantía nos ponemos a nosotros mismos, con el riesgo —porque ya nos ha pasado muchas otras veces—, de volver a caer en la misma situación?

Aprendamos a ponernos en las manos de Dios. Aprendamos a confiar en la garantía que Cristo nos dé, pero, al mismo tiempo, aprendamos también a corresponder a nuestro Señor.

“El que quebranta uno de estos preceptos menores y los enseña así a los hombres, será el menor en el Reino de los Cielos”. La responsabilidad de escuchar la Palabra de Dios hasta en las más pequeñas cosas, es una responsabilidad muy grande que el Señor ha querido depositar sobre nuestros hombros, dentro de nuestra concreta vocación cristiana. El Señor es muy claro y dice que no podemos darnos el lujo ni de quebrantar, ni de enseñar mal los preceptos, incluso los menores. Así como la garantía que Él nos da es una garantía de cara a la perfección cristiana, Él también quiere que nuestra correspondencia sea de cara a la perfección cristiana. El Señor nos llama a la perfección.

Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a escucharlo, a tenerlo a nuestro lado, a tenerlo como garante de nuestros propósitos y de nuestras luchas. Pero, al mismo tiempo, vamos a pedirle que nos ayude a corresponder hasta en los preceptos menores. Que no haya nada que nos aparte del amor de Jesucristo. Que no haya nada que nos impida ser grandes en el Reino de los Cielos, que no es otra cosa sino tener en nuestra alma el amor vivo de nuestro Señor, de ser capaces de tenerlo siempre muy cerca a Él, y al mismo tiempo, de ser profundamente entregados a todo lo que Él nos va pidiendo.


21. DOMINICOS 2004

"Cumplid mis mandatos y viviréis"

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: Deuteronomio 4,1.5-9

«Y ahora, Israel, escucha las leyes y prescripciones que te voy a enseñar y ponlas en práctica, para que tengáis vida y entréis a tomar posesión de la tierra que os da el Señor, el Dios de vuestros padres.  

Os he enseñado las leyes y los mandamientos que el Señor, mi Dios, me ordenó, para que los pongáis en práctica en la tierra que vais a tomar en posesión.

Guardadlos y ponedlos por obra, pues ello os hará sabios y sensatos ante los pueblos. Cuando éstos tengan conocimiento de todas estas leyes exclamarán: No hay más que un pueblo sabio y sensato, que es esta gran nación. En efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros el Señor, nuestro Dios, siempre que le invocamos? ¿Qué nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos como esta ley que yo os propongo hoy?

Pon atención, y no te olvides de lo que has visto con tus ojos ni lo dejes escapar nunca de tu corazón. Antes bien, enséñaselo a tus hijos y a tus nietos.

Evangelio: Mateo 5,17-19

«No penséis que he venido a derogar la ley y los profetas; no he venido a derogarla, sino a perfeccionarla. Porque os aseguro que, mientras no pasen el cielo y la tierra, ni un punto ni una coma desaparecerán de la ley hasta que todo se cumpla. Por lo tanto, el que

quebrante uno solo de estos preceptos mínimos y lo enseñe así a los hombres será tenido por el menor en el reino de Dios. Pero el que los cumpla y enseñe será tenido por grande en el reino de Dios.  

 

Reflexión para este día

“Moisés dijo al pueblo: ahora, Israel, escucha los mandatos que yo te enseño a cumplir: así viviréis”.

            Ya en plena Cuaresma y a la luz del mensaje de Dios, es bueno hacernos una pregunta: ¿estamos viviendo el sentido de la Cuaresma escuchando la Palabra de Dios?. Pensemos que ese es el “sendero de la verdad y de la vida”. Esa es la propuesta que Moisés, en nombre de Dios, hace al pueblo de Israel. Un pueblo que sabe por experiencia que olvidarse de los mandatos de Dios los condujo siempre al destierro y a la esclavitud. Por no querer vivir según Dios, terminaron siendo esclavos de sus propios errores y traiciones. Perdieron la paz, la esperanza, la alegría y experimentaron el remordimiento y la tristeza de la soledad.

            Jesús insiste en reafirmar los Preceptos fundamentales del Dios de Israel. Más aún, los embellece y plenifica:

“Yo no he venido a abolir la Ley o los Profetas, sino a darlos plenitud”.

            Sabemos que la plenitud del misterio de Cristo brota de una doble raíz: La verdad y el amor. Esa es la esencia del Reino que Jesús predica y confía a sus discípulos. La Cuaresma es el tiempo más apropiado para que el cristiano ponga más cuidado en alimentar su mente y su corazón de la enseñanza del Maestro. Estamos implicados en la verdad, justicia-santidad del Reino de Dios.

            Pienso que es práctico que después de tres semanas de Cuaresma, los cristianos nos preguntemos: ¿Hemos avanzado o no en el descubrimiento del Señor y en la fidelidad a su Palabra?


22. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Como veis tenemos hoy en nuestras manos un texto muy breve del evangelio. Para entenderlo mejor, es bueno situarse en el contexto: Jesús acaba de proclamar las bienaventuranzas que resumen toda la novedad de su mensaje. No pretende abolir ni la ley de Moisés ni las enseñanzas de los profetas, sino llevarlas a sus consecuencias más radicales.

Entonces como hoy, a la hora de interpretar los mandamientos de Dios, se había caído en la trampa de los mínimos imprescindibles: ¡cuánto menos, mejor!
Jesús parece decirnos: leed también la letra pequeña, esforzaos por lo perfecto, por lo máximo que podáis cuando se trata de servir a Dios. Y nos pone en guardia contra la tentación de lo fácil.

Es un hecho que todos buscamos lo cómodo y lo mínimo imprescindible para no sentirnos con cargo de conciencia. O como decía aquel hombre de negocios que no quería oír hablar de la justicia social: “No te preocupes, ya encontraré yo al cura que me dé la razón”.

A mi siempre me llamó la atención la ilusión y la entrega con que los campesinos de Paraguay se tomaban su participación en los cursos de formación para poder servir mejor a su comunidad. Viajaban días enteros en bicicleta, caminaban a pie grandes distancias, dejaban durante una semana su familia y el trabajo de sus campos, y no recibían más recompensa que poder transmitir a su pequeña comunidad lo que habían aprendido para vivir más a fondo su fe. ¿Cómo es posible tanto sacrificio y tanto desprendimiento?

Vuestro hermano en la fe,

Carlos Latorre (carlos.latorre@claretianos.ch)


23. LECTURAS: DEUT 4, 1. 5-9; SAL 147; MT 5, 17-19

Deut. 4, 1. 5-9. Para los Israelitas Dios se les hizo presente y los acompañaba mediante algunos signos: La Columna de fuego y humo; el Arca de la Alianza; la Tienda de Campaña; la Roca que manaba agua; la Ley escrita en las tablas de piedra. Dios se les mostró siempre como un Dios cercano, preocupado de ellos. Por eso escuchar su voz y poner en práctica sus mandatos no era tanto el guardar la fidelidad a la Ley por la Ley, sino guardar la fidelidad a Dios, que mediante su Ley Santa mantiene a los suyos en el camino recto, haciendo, así, de ellos un pueblo sabio ante las demás naciones. Dios no nos quiere esclavos de la Ley; nos quiere hijos suyos, que caminen en el amor fiel. Por eso al escuchar su Palabra y ponerla en práctica le estamos manifestando nuestro amor y no tanto el ser fieles a una palabra, pronunciada por Dios pero que podríamos, fácilmente, desligar de Aquel que nos quiere manifestar sus caminos. La Cuaresma nos ha de llevar a vivir nuestra unión plena con Dios, de tal forma que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en nosotros.

Sal. 146-147. Dios nos ha mostrado sus pensamientos, normas y designios porque nos ama como no lo ha hecho con nadie más. Quien escuche su voz y cumpla sus mandatos ese se convertirá en morada del mismo Dios. Por eso la Palabra encarnada nos dirá que su alimento es hacer la voluntad de Aquel que lo envió. Quien encarna en sí mismo la Palabra divina se ha de convertir en un ejemplo de fidelidad a esa Palabra. No podemos proclamar el Nombre de Dios sólo con la voz. Nuestra vida misma debe ser una manifestación del Señor, que ha tomado cuerpo en nosotros, que nos hace ser un signo de su amor fiel al Padre Dios. Vivamos este tiempo de Cuaresma como un tiempo de apertura real al Señor para que Él habite en nosotros, y nos haga caminar en la fidelidad al amor a Él y al amor a nuestro prójimo, conforme tanto a las enseñanzas como al ejemplo que Él nos dio.

Mt. 5, 17-19. Jesús no vino a abolir la Ley, sino a llevarla a su plenitud. Y la plenitud es el amor, en primer lugar a Dios y en segundo lugar al prójimo. Mientras en el cumplimiento de la ley no se tenga ese trasfondo, se está corriendo el riesgo de caer en minuciosidades o en interpretaciones falsas o personalistas de la misma, conforme a los propios intereses, que muchas veces nos llevan a lograrlos aún a costa de destruir a los demás. Dios no nos quiere fieles a la Ley sólo por cumplirla de un modo externo. Antes que nada hemos de entrar en una relación personal de amor con Él. A partir de ese amor su Palabra debe ser escuchada y puesta en práctica como consecuencia del mismo amor. Sólo así no continuaremos caminando como esclavos de la Ley, sino como hijos que viven con un amor fiel a Dios y fiel al prójimo.

Dios nos ha amado con un amor fiel. Sus promesas no se quedaron sin ser cumplidas. Dios realmente nos ha salvado, liberándonos del pecado y de la muerte. Él nos ha concedido llegar a ser sus hijos. El sacrificio de su Hijo en la Cruz sella esta nueva Alianza entre Dios y nosotros. Hoy nos reunimos en su presencia para celebrar este Memorial de su amor por nosotros. Quienes entramos en comunión de vida con Él estamos llamados a vivir en la libertad de hijos de Dios, no porque vayamos a vivir sin ley, sino porque la Ley santa de Dios no será el término de nuestros actos. Amamos a Dios como a nuestro Padre y vivimos nuestra fidelidad a Él, sabiendo que su Palabra nos lleva a hacer en todo la voluntad de Dios sobre nosotros. Entonces Él transformará nuestra vida de pecadora en justa, pues nosotros no viviremos rebeldes a Dios, sino que iremos siempre por sus caminos de salvación.

La Iglesia de Cristo no puede centrar su actividad en un legalismo encadenante de sus fieles. Es verdad que no podemos vivir como una sociedad sin ley; sin embargo no podemos perder de vista que la ley suprema en la Iglesia es la salvación de las personas. Y esa salvación no podrá hacerse realidad si no se les ama y se les enseña a amar; y no tanto mediante leyes, sino mediante el propio ejemplo que nos hace ser un signo de Cristo, cercano a todos para conducirnos por el camino del bien; camino que no sólo nos señaló con sus palabras, sino con su mismo ejemplo. Por eso Él es el Camino que hemos de seguir si queremos, en verdad, llegar al Padre. Por eso hemos de aprender a tomar nuestra cruz de cada día y echarnos a andar tras las huellas del Señor. Amemos con lealtad a nuestro prójimo; busquemos siempre el bien de todos, para que, fortalecidos por el Espíritu Santo, podamos no creernos santos por nuestra fidelidad a la Ley, sino saber que Dios nos santifica porque le permitimos hacer su obra en nosotros y, desde nosotros, en favor de los demás.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica con gran amor, siendo así santos, no conforme a nuestras imaginaciones, sino como Dios quiere que lo seamos. Amén.

www.homiliacatolica.com


24. ARCHIMADRID 2004

EL PRESIDENTE DE LA MESA

Un joven de mi parroquia ha sido presidente de una mesa electoral en las votaciones generales del domingo pasado en España. Era la primera vez que tenía que hacer un papel de éstos y la emoción no le embargaba precisamente, pues tendría que pasar el domingo repitiendo: “votó” a todo el que se acercase y luego el bendito recuento de las papeletas. De todas maneras, como mozo responsable, se leyó el libro en el que se le explicaba las atribuciones y funciones del presidente de mesa y… las aplicó. Expulsó de su mesa a los interventores de dos partidos políticos, a la concejala del distrito que también se acercó, e incluso a la policía que mandó la concejala también la despidió, pues él y sólo él podía reclamar la presencia de los agentes del orden en su mesa. Este joven tenía dos ventajas: una, se había leído y aprendido bien la normativa; dos, es grande, muy grande, alto, fuerte y con barba poblada, o sea, una especie de Hagrid de Harry Potter pero en plan electoral.

“No he venido a abolir (la ley) sino a dar plenitud”, la plenitud de la ley de Dios no se nos impone por la fuerza, por acomodarse a la letra de un libro de normas indiscutible; la plenitud de la ley de Dios se da desde lo alto de la cruz y desde la cuna de Belén. La fuerza de Dios se muestra en la entrega y la aparente debilidad, cuando contemplamos cómo el cuerpo inerte de Cristo se vuelve fortaleza. Los mandatos de Dios “ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos”; no hay mandamientos pequeños, los actos que se hacen con amor de Dios y amor a los hombres son muy importantes. ¿No harías cualquier esfuerzo por arrancar una espina de la corona de Jesucristo?. Sería bien poco comparado con toda la pasión pero seguro que recibirías una mirada de cariño de Cristo, y al que tú querías dar consuelo es el que acaba dándote la paz de corazón.

Me parece una gran injusticia que tantos niños y jóvenes de ahora ignoren las tradiciones y costumbres piadosas que se han ido acuñando, por el amor de los cristianos a su Salvador, a lo largo de los siglos y no se enseñen bajo la capa de una “actualización” de la “vivencia de la fe” que conduce en muchos casos a la impiedad, al pasotismo, al “cumplo y miento”, como dice unas frases de un cantautor: “el conquistador, por guardar su conquista se hace esclavo de lo que conquistó, o sea que fastidiando, se fastidió” (él no dice fastidiando, pero hay que suavizar los términos cuando se escribe). Piensa qué empeño ponemos en enseñar a los más pequeños ( o a los más cercanos si son ignorantes) a que aprendan a despedirse de la Virgen por las noches hasta la mañana siguiente, a que ofrezcan el día al Señor, a que visiten los sagrarios donde Cristo les espera, a rezar un rosario con cariño de enamorado, a pararse a rezar el ángelus, a ofrecer su estudio, trabajo o diversión a Dios, a embeberse en el Evangelio unos minutos al día, … tantas prácticas de devoción cristiana que nunca están anticuadas pues las refresca y renueva el amor. “Guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos”, si se lo enseñas como importante, lo pequeño será grande para ellos, no hará falta la fuerza, ni la coacción ni tan siquiera el “tener razón” para que se encuentren enamorados de Cristo, de la Virgen, de Dios.


25. Fray Nelson Miércoles 2 de Marzo de 2005
Temas de las lecturas: Guarden mis mandamientos y pónganlos en práctica * El que cumpla y enseñe mis mandamientos, será grande en el Reino de los cielos.

1. "No olvides lo que vieron tus ojos..."
1.1 Uno puede decir que todos los pecados nacen de la mala memoria. En la primera lectura de hoy encontramos una fuerte admonición: "no te olvides de lo que vieron tus ojos". Una advertencia que bien podemos considerar nacida de la experiencia, porque es muy cierto que hemos visto maravillas y es cierto también que las hemos olvidado. No es la menor de las desdichas humanas eso de que haya tantos males que al recordarlos nos parecen tan recientes y tan capaces de afectarnos, mientras la niebla de un recuerdo borroso e inocuo se apodera de los bienes que también tuvo el pasado.

1.2 Por algo san Agustín, y después de él santa Catalina de Siena, hablaron de la memoria como de una de las "potencias" o "facultades" del alma. La memoria tiene poder porque somos en buena parte lo que recordamos ser. Es la memoria, en efecto, esa potencia que unifica nuestro ser a lo largo de la línea del tiempo, de modo tal que sin ella no tendríamos más que instantes inconexos, carentes de sentido y de vigor. Gracias a la memoria no tenemos que reinventar cada día lo que significa "vivir".

1.3 Recordar las maravillas que hizo el Señor es el principio ineludible para reconocer su grandeza, admirar su poder y agradecer su misericordia. Y ciertamente no es posible una vida agradable a Dios sin estas tres cosas.

1.4 Además, la obediencia a los mandatos divinos es dura, casi imposible, si nos quedamos mirando lo que hay que hacer; es suave, en cambio, posible e incluso deleitable, si atendemos a quién nos los ha mandado y qué planes de gracia y salvación ha dispuesto a favor nuestro. Todo, pues, depende de la memoria.

2. Jesús, Plenitud de la Ley
2.1 Si los mandatos son fáciles de practicar recordando siempre lo que por nosotros ha hecho Dios, nadie puede negar entonces cuál es el lugar que tiene Cristo en esto de conducirnos a la obediencia.

2.2 Su Cruz, su Sangre, su Pasión entera, ¿qué son, en su conjunto, sino un recordatorio indeleble del amor divino? Por eso Cristo Jesús es la "plenitud" de la Ley: no porque añada preceptos más sabios o dispensas más amables, sino porque ha dejado en su ofrenda de amor una señal que rescata nuestra memoria y despierta siempre nuestro amor hacia Aquel que es su Fuente, el Padre de los Cielos.

2.3 Así entendemos mejor la enseñanza de Cristo. Lo que nos está mostrando el Señor es que hay una salida al terrible dilema que dividía a los judíos en aquella época y que también subsiste de algún modo para nosotros. El dilema es este: ¿nos quedamos con una ley, que es sabia pero imposible de cumplir, o rebajamos el contenido de esa ley enseñando entonces y pidiendo menos de lo que ella pide? La solución de Cristo es: "no diluyas la Ley pero tampoco la exijas a quien no tiene la fuerza para cumplirla, fuerza que sólo conmigo y mi gracia ha llegado a la raza de Adán". ¡Bendito Dios!


26.

 I. Jesús, los preceptos del Antiguo Testamento servían para preparar al Pueblo de Dios a esa plenitud de tu venida y de tu palabra. No es sencillo lo que vienes a revelar: el amor verdadero, que es donación, entrega y, por tanto, renuncia que comporta sacrificio. Es muy fácil coger partes sueltas de tu mensaje: lo que me gusta, lo que “me va bien”, lo que siento. Es muy fácil interpretar el Evangelio “racionalmente”, y quitarse de encima todo lo que habla de pecado, infierno, sacrificio, vida sobrenatural, misterio, etc. Es muy fácil, pero es absurdo. Porque si Tú eres Dios, ¿quién soy yo para “trocear” la palabra de Dios?

Ya no hay un mensaje posterior, una doctrina que dignifique más al hombre, que le llene más. Mientras no pasen el Cielo y la Tierra no pasará de la Ley ni la más pequeña letra. El nuevo Pueblo de Dios, que es tu Iglesia, tiene ahora la misión de que no se quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños. La Iglesia, dirigida por los sucesores de los apóstoles, guarda íntegra la doctrina a través de los siglos, a la vez que orienta a los fieles para aplicarla en las situaciones actuales de cada época y de cada pueblo.

Jesús, en el ambiente hay como un terror a las normas, a los mandamientos, como si fueran en contra de la libertad. “Yo creo en Dios, pero a mi manera”, dicen muchos. “Así es más espontáneo, más natural”. En cambio, bien que siguen las normas de tráfico y no se salen de los límites de la autopista, aunque las vallas “restrinjan” su libertad. Que me dé cuenta, Jesús, de que los mandamientos son carreteras que me señalan la buena dirección, el mejor modo de llegar al destino correcto. Que no quiera salirme de esos límites, pues con la apariencia de ganar libertad, estaría perdiendo el camino.

II. Convéncete: tu apostolado consiste en difundir bondad, luz, entusiasmo, generosidad, espíritu de servicio, constancia en el trabajo, profundidad en el estudio, amplitud en la entrega, estar al día, obediencia absoluta y alegre a la Iglesia, caridad perfecta… -Nadie da lo que no tiene (1).

Jesús, si quiero ser tu discípulo y hacer apostolado entre mis amigos, he de empezar siguiéndote de cerca. Y el seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La ley no es abolida (cf. Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta (2).

El que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. Jesús, primero he de cumplir yo esos mandamientos, hasta el más pequeño, obedeciendo con alegría y con resolución las indicaciones de la Iglesia. No es suficiente con guardar los diez mandamientos, sino que debo conocer lo que dicen el Papa y los Obispos.

Y luego tengo el deber, por cristiano, de enseñar a los demás dónde está el camino, la verdad y la vida. Y no están en otro sitio mas que en Ti y en tu Iglesia: en los mandamientos, en los sacramentos, en las exigencias cristianas de la caridad y entrega, de honradez, de prestigio profesional, de espíritu de sacrificio.

Ayúdame, Jesús, a vivir conforme a tus mandamientos. Sé que obedecerlos no va en contra de mi libertad sino que, precisamente porque me guían en mi camino, son la mejor elección que puedo hacer. Y esta elección, obedecerte a Ti y a tu Iglesia, es el mejor uso posible de mi libertad. Además, sólo siendo fiel a estos mandatos podré luego difundir bondad, luz, entusiasmo, generosidad…, porque nadie da lo que no tiene.

Notas

1. Surco, 927.
2. Catecismo, 2053.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.