LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro del Levítico 19,1-2.11-18.

El Señor dijo a Moisés: Habla en estos términos a toda la comunidad de Israel: Ustedes serán santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo. Ustedes no robarán, no mentirán ni se engañarán unos a otros. No jurarán en falso por mi Nombre, porque profanarían el nombre de su Dios. Yo soy el Señor. No oprimirás a tu prójimo ni lo despojarás; y no retendrás hasta la mañana siguiente el salario del jornalero. No insultarás a un ciego, sino que temerás a tu Dios. Yo soy el Señor. No cometerás ninguna injusticia en los juicios. No favorecerás arbitrariamente al pobre ni te mostrarás complaciente con el rico: juzgarás a tu prójimo con justicia. No difamarás a tus compatriotas, ni pondrás en peligro la vida de tu prójimo. Yo soy el señor. No odiarás a tu hermano en tu corazón: deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él. No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

Salmo 19,8-10.15.

La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple.
Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos.
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos.
¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!


Evangelio según San Mateo 25,31-46.

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS: 

           1ª: Lv 19, 1-2, 11-18 = DOMINGO 07A 

               2ª: Mt 25, 31-46 = DOMINGO 34A 



1. 

En el evangelio de hoy, Jesús nos recuerda que, en el último día seremos juzgados sobre el «amor». «Lo que no habéis hecho a uno de esos más pequeños y humildes que son hermanos míos, lo habéis negado a mí». Esta era ya la enseñanza del Levítico, libro del Antiguo Testamento.

Sed santos, porque Yo el Señor, vuestro Dios, soy Santo.

La selección de reglas morales que meditaremos empieza con esta solemne advertencia. Entre el hombre y Dios hay un cierto lazo. Dios no se desinteresa de la conducta del hombre.

Jesús dirá: «sed perfectos como vuestro Padre es perfecto». De ese modo, Tú, Señor, te comprometes al servicio del desarrollo integral del hombre: Pones todo el peso de tu autoridad, todo tu señorío, toda su santidad, en la balanza... a fin de que las relaciones entre los hombres sean relaciones satisfactorias y justas.

No hurtaréis... No mentiréis... No explotarás a tu prójimo... No cometerás injusticia.. No calumniarás... No habrá odio en tu corazón... No te vengarás... No guardarás rencor...

No hay que leer a la ligera esas palabras. No hay que decir en seguida «Vamos, ¿por quién me tomas? ¡Eso no me concierne!»

Se trata de examinar, más allá de las palabras, el estilo de mis relaciones con todas las personas que trato. «Robo». «Mentira». «Explotación»... Debo detenerme en cada una de esas palabras y preguntarme ¿cuál es mi forma, la mía, de incurrir en un «robo o hurto», en una «mentira», en una «explotación», etc.

Yo soy el Señor.

Este refrán viene repetido cuatro veces en el conjunto de esas reglas morales: Dios se hace el garante, el guardián, el Juez, de la calidad de nuestras relaciones humanas... el hecho que un hombre explote a otro hombre, no le deja indiferente, le encoleriza. Señor, ten piedad de nosotros.

No explotarás a tu prójimo. No retendrás el salario del obrero hasta la mañana siguiente. No maldecirás a un sordo, ni pondrás un obstáculo delante de un ciego, sino que temerás a tu Dios: Yo soy el Señor. Dios, en particular se obstina en tomar partido por los humildes y los débiles... en ponerse del lado de los pobres. El último Sínodo de los obispos pide también a los católicos que presten particular atención «a las injusticias sin voz» a todos esos pobres que no llegan a ser oídos, ni a poder quejarse.

¿Nos sorprende oír esas reivindicaciones de «justicia social» en la misma boca de Dios? ¿Qué hacemos para oírlas, para tomar parte en ellas, con Dios?

Amarás al prójimo como a ti mismo: Yo soy el Señor

Estas palabras son la cima de todo ese pasaje. Después de los preceptos negativos, tenemos ese mandamiento que lo resume todo, y que abre nuevas exigencias. Porque, después de todo, uno puede sentirse exento, libre cuando «no ha hecho eso... o aquello». No he matado, ni he robado. Pero ¿se ha amado jamás suficientemente? Ayúdame, Señor, a amar, a amar sin cesar, a amar a todos...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 102


2.

1. Levítico 1,1-2.11-18

En el libro del Levítico, Moisés le presenta al pueblo de Israel un código de santidad, para que pueda estar a la altura de Dios, que es el todo Santo.

Hay mandamientos que se refieren a Dios: no jurar en falso. Pero sobre todo se insiste en la caridad y la justicia con los demás. La enumeración es larga y afecta a aspectos de la vida que siguen teniendo vigencia también hoy: no robar, no engañar, no oprimir, no cometer injusticias en los juicios comprando a los jueces, no odiar, no guardar rencor. Hay dos detalles concretos muy significativos: no maldecir al sordo (aprovechando que no puede oir) y no poner tropiezos ante el ciego (que no puede ver).

La consigna final es bien positiva: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Todo ello tiene una motivación: «yo soy el Señor». Dios quiere que seamos santos como él, que le honremos más con las obras que con los cantos y las palabras.

El salmo nos hace profundizar en esta clave: «tus palabras, Señor, son espíritu y vida... los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón».

2. Mateo 25,31-46

Esta página casi final del evangelio de Mateo es sorprendente. Jesús mismo pone en labios de los protagonistas de su parábola, tanto buenos como malos, unas palabras de extrañeza: ¿cuándo te vimos enfermo y fuimos a verte? ¿cuándo te vimos con hambre y no te asistimos? Resulta que Cristo estaba durante todo el tiempo en la persona de nuestros hermanos: el mismo Jesús que en el día final será el pastor que divide a las ovejas de las cabras y el juez que evalúa nuestra actuación.

Para la caridad que debemos tener hacia el prójimo Jesús da este motivo: él mismo se identifica con las personas que encontramos en nuestro camino.

Hacemos o dejamos de hacer con él lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean.

Es una de las páginas más incómodas de todo el evangelio. Una página que se entiende demasiado. Y nosotros ya no podremos poner cara de extrañados o aducir que no lo sabíamos: ya nos lo ha avisado él.

3. Desde los primeros compases del camino cuaresmal, se nos pone delante el compromiso del amor fraterno como la mejor preparación para participar de la Pascua de Cristo.

Es un programa exigente. Tenemos que amar a nuestro prójimo: a nuestros familiares, a los que trabajan con nosotros, a los miembros de nuestra comunidad religiosa o parroquial, sobre todo a los más pobres y necesitados.

Si la la lectura nos ponía una medida fuerte -amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos-, el evangelio nos lo motiva de un modo todavía más serio: «cada vez que lo hicisteis con ellos, conmigo lo hicisteis; cada vez que no lo hicisteis con uno de ellos, tampoco lo hicisteis conmigo». Tenemos que ir viendo a Jesús mismo en la persona del prójimo.

Si la primera lectura urgía a no cometer injusticias o a no hacer mal al prójimo, la segunda va más allá: no se trata de no dañar, sino de hacer el bien. Ahora serán los pecados de omisión los que cuenten. El examen no será sobre si hemos robado, sino sobre si hemos visitado y atendido al enfermo. Se trata de un nivel de exigencia bastante mayor. Se nos decía: no odies. Ahora se nos dice: ayuda al que pasa hambre. Alguien ha dicho que tener un enfermo en casa es como tener el sagrario: pero entonces debe haber muchos «sagrarios abandonados».

En la Eucaristía, con los ojos de la fe, no nos cuesta mucho descubrir a Cristo presente en el sacramento del pan y del vino. Nos cuesta más descubrirle fuera de misa, en el sacramento del hermano. Pues sobre esto va a versar la pregunta del examen final. Al Cristo a quien hemos escuchado y recibido en la misa, es al mismo a quien debemos servir en las personas con las que nos encontramos durante el día.

Será la manera de preparar la Pascua de este año: «anhelar año tras año la solemnidad de la Pascua, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno», (prefacio I de Cuaresma).

Será también la manera de prepararnos a sacar buena nota en ese examen final. «Al atardecer de la vida, como lo expresó san Juan de la Cruz, seremos juzgadosí sobre el amor»: si hemos dado de comer, si hemos visitado al que estaba solo. Al final resultará que eso era lo único importante.

«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (1ª lectura)

«Tus palabras, Señor, son espíritu y vida» (salmo)

«Estuve enfermo y me visitasteis» (evangelio)

«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 28-30


3.

Este pasaje está narrado en forma de parábola. En un lenguaje pastoril, propio de aquel tiempo, nos describe el criterio que Jesús vino a establecer, en nombre de Dios su Padre, como guía para nuestra vida y juicio para nuestra conciencia. Una vez más, Jesús establece el amor y la preocupación por el hermano necesitado, como norma suprema de conducta. Los requisitos para acceder a la vida eterna pasan necesariamente por la participación en el proyecto de humanización que Dios nos propone. Y ese proyecto, ese camino de humanización consiste -como mostró Jesús en su palabra y en sus hechos- en la entrega de la propia vida en favor de los hermanos, especialmente -claro está- de los que más lo necesitan y de los que son víctimas de la injusticia. La parábola, en toda su solemnidad y pretensión de universalidad (el «juicio de las naciones») trata de expresar un principio también solemne y universal: el camino de la salvación pasa obligadamente por el hermano necesitado. O lo que es lo mismo: «el pobre es el único sacramento necesario y universal de salvación». No hay ningún otro sacramento ni universal ni necesario para la salvación.

El escritor de este texto le entrega a la gente de su tiempo una narración viva, para que comprenda qué hechos va a tener en cuenta Dios con todo aquel que desee participar en la construcción del Reino. Lo que realmente plantea la parábola no es tanto la vida del «más allá», cuanto el camino que en el «más acá» debemos seguir para llevar a plenitud y salvar nuestra vida. Ese camino es precisamente el hermano, el hermano que tiene hambre, que tiene sed, que anda desnudo, o está preso, o enfermo... Esta letanía que la parábola ofrece, lógicamente, ha de ser alargada a la situación de cada momento histórico: ¿cuáles son hoy las formas modernas de pasar hambre, tener sed, estar desnudo...? ¿cuáles son hoy las enfermedades modernas y las prisiones nuevas que dejan al ser humano más postrado? Pues todas esas hay que entenderlas incluidas en la parábola de Mateo. Sólo entrando en comunión con el empobrecido, atendiéndolo cada vez que sea necesario y evitando toda injusticia, se tiene acceso a la «salvación», que empieza a construirse en esta vida. La vida cristiana requerirá entonces un serio compromiso que nos lleve a elaborar y a ejecutar proyectos que estén en concordancia con la comunión que pide Jesús para con el oprimido. La calidad humana de la gente que vaya a ejecutar tales programas será premiada de acuerdo al compromiso que establezcan con el hermano.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


4. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Vivir es ver volver. Ver volver las estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. Vivir es ver volver los tiempos sagrados: adviento, navidad, cuaresma, pascua. Este año, gracias a Dios, volvemos a ver la Cuaresma. ¿Qué tendríamos que hacer en este tiempo? Se nos invita a una devoción más fervorosa, a una resistencia santa contra el mal, a un estilo de vida más sincero, a un culto más puro, a una comunión más honda entre todos los que nos llamamos creyentes.

Nos lo refiere la Iglesia en un lenguaje un tanto arcaico: ayuno, oración, limosna. Podíamos traducirlo a un lenguaje más significativo: austeridad, plegaria, solidaridad.

En cada momento de la Cuaresma se resalta un aspecto singular. En este lunes queremos acentuar algo que realmente dignifica nuestra vida: la atención a los últimos. Son los más necesitados, los más olvidados, los que están al límite de la resistencia. No tienen con qué comer, no tienen qué beber, no tienen con qué vestirse. En cristiano, son los preferidos, los más amados de Jesús.

Es necesario insistir en la importancia de vivir en cercanía de los últimos en una perspectiva de fe. De lo contrario se puede correr el riesgo de un entusiasmo pasajero, de una acentuación sentimental; en última instancia, de una ineficacia real.

¿Qué podría hacer yo por ellos en este tiempo? ¿Cómo debería cambiar mi sensibilidad para que ellos fueran un punto constante de referencia en mi vida?
Reflexiona. Piensa.

Vuestro amigo,

Patricio García Barriuso cmf. (cmfcscolmenar@ctv.es)


5. CLARETIANOS 2003

Mateo 25, 31-46, es la conclusión de las tres parábolas precedentes. Con este episodio concluye el ministerio público de Jesús. La venida de Jesús será como un acto de discernimiento. Entonces aparecerá con claridad la distinción entre el trigo y la cizaña, los peces buenos y malos, entre el criado fiel y el malo y entre las jóvenes previsoras y descuidadas. Y entre los criados leales a su Señor y los que no lo fueron.

Lo decisivo será la actitud de amor o de indiferencia que hayamos tenido con los hermanos más pequeños; hambrientos, sedientos, enfermos, encarcelados, inmigrantes,.....

Y nos podemos preguntar, ¿quién es nuestro hermano o hermana? ¿A quién consideramos como tal? Mateo nos invita hoy a recrear la solidaridad, a estar vigilantes y preparados. Todo consiste en vivir el amor.

Generalmente somos teóricos aletargados. Se nos da bien lo de hablar. Pero, la vida se decide en la acción.

Muchas veces, y sobre todo en situaciones de crisis, nos preguntamos dónde está Dios. Hoy tenemos una vez más la respuesta; en los que sufren, en los pobres, en los enfermos, ......, aunque no lo queramos ver porque es incómodo, desagradable, huele mal, ..... Comprometerse con ellos, convivir, procurar calidad de vida, calor, ¿no es eso ser santo?

Leíamos hace poco en el evangelio de Marcos (7, 1-13): “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi”. No os da la sensación de que nuestro culto está muchas veces vacío?? Otro año más la cuaresma, la pascua, ....¿¿?? Cómo anda nuestro corazón de veracidad, de sinceridad, de autenticidad? Igual es conveniente que dejemos de practicar ritos sin más para pararnos a pensar qué estamos expresando y desde dónde.

Hoy la Iglesia hace memoria de San Juan de Mata, fundador de los Trinitarios. Un hombre amante de la oración y de los pobres (¡qué buena síntesis!), que supo ayudar especialmente a los que sufrían en cárceles y prisiones (Mt 35,40)

Mila (saneugenio@infonegocio.com)


6. 2001

COMENTARIO 1

Esta grandiosa escena es complementaria de la «venida» descri­ta en 24,30s. Allí se había presentado la venida del Hombre en el aspecto de salvación para los suyos; aquí, Mt afronta el problema de la suerte de los paganos. «Todas las tribus de la tierra» (24,30) corresponden a «todas las naciones» (25,32). En ambos casos es «el Hombre» el que llega, con gloria, y acompañado de sus ángeles o mensajeros. Se trata de la época histórica después de la destruc­ción de Jerusalén, como se ha visto en 24,29. Por eso no es el jui­cio de los judíos, ya encomendado al Israel mesiánico en 19,28, sino únicamente de los paganos. La denominación «el rey» (34) corresponde a la época del reinado del Hombre (cf. 13,41), el rey de la historia, que se inaugura con la destrucción de Jerusalén (cf. 16,28) y dura hasta el fin de esta edad.

La suerte de los paganos depende de cuál haya sido su actitud ante «el Hombre»; si han estado de su parte, tendrán vida eterna (34-36), que equivale a la posesión del reino. La mención del Padre (34: «Benditos de mi Padre») indica que heredan el reino del Padre, la etapa poshistórica del reinado de Dios.

Ante la pregunta asombrada de los beneficiados (37-39), el Hom­bre-rey se identifica con «uno (cualquiera) de estos hermanos míos tan pequeños/mínimos» (40). Los hermanos de Jesús son los que cumplen el designio del Padre (12,50), es decir, sus seguidores; és­tos, que perpetúan la figura de Jesús en la historia, son los que deben representar los valores del Hombre, cuyo destino y vocación comparten.

Se trata aquí, en primer lugar, de la gran reivindicación de los discípulos perseguidos por la sociedad (cf. 16,27); en segundo lu­gar, dado que los discípulos perpetúan en el mundo los valores del Hombre, y toda su labor es el servicio al hombre (cf. 5,7.9), el principio enunciado por Jesús significa más en general que el cri­terio para obtener el reino definitivo, que equivale a la vida eter­na, es la actitud de ayuda al hombre y de solidaridad con los que necesitan ayuda. Es el mismo que había expresado al joven rico con ocasión de su pregunta (19,16-19).

Como aparece por el v. 42, en aquel tiempo no se pensaba que «el diablo» estuviese en el fuego eterno, sino que éste estaba pre­parado para él. «El diablo», la figura que bajo diversos nombres ha ido apareciendo en el evangelio («Diablo, Satanás, el Malo»), es siempre el símbolo del poder opresor.

«Sus ángeles/mensajeros» son sus agentes. La supresión de todo poder opresor será la obra del Hombre en la historia (cf. 24,29-31). La frase final (46) puede estar inspirada en Dn 12,2, donde se des­cribe la suerte final con una oposición semejante. Sin embargo, en todo este episodio Mt omite la mención de la resurrección, como corresponde a un juicio sucesivo en la historia y no a la descrip­ción de una escena final. La vida eterna es vida definitiva; su con­trario es castigo definitivo. El adjetivo gr. aionios no denota en primer plano la duración, sino la calidad. El castigo definitivo es la muerte para siempre.


COMENTARIO 2

Este pasaje está narrado en forma de parábola. Los requisitos para acceder a la vida eterna pasan necesariamente por la participación en el proyecto de humanización que Dios nos propone. Y ese proyecto, ese camino de humanización consiste -como mostró Jesús en su palabra y en sus hechos- en la entrega de la propia vida en favor de los hermanos, especialmente -claro está- de los que más lo necesitan y de los que son víctimas de la injusticia. La parábola, en toda su solemnidad y pretensión de universalidad (el «juicio de las naciones») trata de expresar un principio también solemne y universal: el camino de la salvación pasa obligadamente por el hermano necesitado. O lo que es lo mismo: «el pobre es el único sacramento necesario y universal de salvación». No hay ningún otro sacramento ni universal ni necesario para la salvación.

Lo que realmente plantea la parábola no es tanto la vida del «más allá», cuanto el camino que en el «más acá» debemos seguir para llevar a plenitud y salvar nuestra vida. Ese camino es precisamente el hermano, el hermano que tiene hambre, que tiene sed, que anda desnudo, o está preso, o enfermo... Esta letanía que la parábola ofrece, lógicamente, ha de ser alargada a la situación de cada momento histórico: ¿cuáles son hoy las formas modernas de pasar hambre, tener sed, estar desnudo...? ¿cuáles son hoy las enfermedades modernas y las prisiones nuevas que dejan al ser humano más postrado? Pues todas esas hay que entenderlas incluidas en la parábola de Mateo.

Sólo entrando en comunión con el empobrecido, atendiéndolo cada vez que sea necesario y evitando toda injusticia, se tiene acceso a la «salvación», que empieza a construirse en esta vida. La vida cristiana requerirá entonces un serio compromiso que nos lleve a elaborar y a ejecutar proyectos que estén en concordancia con la comunión que pide Jesús para con el oprimido. La calidad humana de la gente que vaya a ejecutar tales programas será premiada de acuerdo al compromiso que establezcan con el hermano.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


7. 2002

La majestuosa escena con que se cierra el discurso escatológico (Mt 24-25) presenta el juicio final que acontece mediante la venida del Hijo del Hombre. Podemos distinguir en la escena las partes siguientes: una breve introducción (vv. 31-33); el destino reservado a los que están a su derecha (vv. 34-40) y el juicio de los de su izquierda (vv. 41-45) y una conclusión en que se resume el destino de unos y otros (v. 46).

La introducción dirige su atención al momento de la venida del “Hijo del hombre”, es decir de la venida definitiva del Señor para todo ser humano. Los individuos que componen “todos los pueblos” se encuentran frente al Cristo en un momento crucial para la suerte definitiva de cada uno de ellos.

Es el momento del discernimiento, cada individuo se revela como perteneciente al grupo de las ovejas o al de la cabras según la posición que ha asumido en su vida frente al mensaje de Jesús. De allí surge la separación efectuada por el Pastor, único que conoce las acciones de cada uno en su verdadera profundidad.

La simetría del juicio pronunciado es perfecta. En ambos casos se da la sorpresa ante la suerte asignada (vv 37-39 y 44). Y la sentencia que se pronuncia está fundamentada en ambos casos en la acogida dispensada al “pequeño” (vv. 40 y 45).

Este pequeño, indudablemente, encierra en su significación a los “pequeños” de la comunidad del discurso eclesiástico (Mt 18), pero los límites del término no coinciden con el grupo de los discípulos ya que engloba a todo ser humano en situación de necesidad: hambre, sed, carencia de hogar, vestido, salud y libertad.

A partir de la diferencia de sentimientos de cada uno frente a este ser desprotegido y desvalido, se bifurcan los caminos. Todo aquel que ha sabido responder al grito lanzado desde el lugar de la miseria humana, recibirá la invitación de participar en el Reino del Padre. Por el contrario, el haberse desentendido de esa miseria producirá el alejamiento definitivo hacia fuego eterno destinado al diablo y a sus ángeles.

Esta diversidad de sentencia tiene su fundamento último en la identificación de Jesús con cada uno de los pequeños necesitados. Independientemente de la conciencia que se tenga de esa identificación, ella está operante en la vida y en la historia de los seres humanos. De ahí que el juicio de toda la humanidad se realiza ya en el presente, según la manera de nuestra relación con el pequeño.

De esa forma, el motivo del Antiguo Testamento de que la salvación se realiza mediante una peregrinación de los pueblos a Jerusalén recibe un correctivo esencial. No se trata ya de la peregrinación de las masas necesitadas de este mundo hacia la realidad eclesial, sino del movimiento inverso: es la comunidad eclesial la que debe peregrinar en cada momento de su historia al encuentro de las masas necesitadas, dónde podrá encontrar a su Rey, presente en esos rostros cansados, únicos que pueden manifestar la presencia divina.

La conclusión de las palabras de Jesús en el evangelio de Mateo, su última enseñanza, encierra así el núcleo fundamental del que depende nuestra relación con Dios y con Jesús.

Sólo si somos capaces de reconocerlo en el desvalido, seremos capaces de compartir su vida y su proyecto.

Este supremo llamado de Jesús a los suyos nos invita a revisar nuestros comportamientos frente a Jesús, que sigue presente en los necesitados y desprotegidos de las sociedades humanas.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


8. DOMINICOS 2003

 Dignos y santos de cuerpo y espíritu

Los textos utilizados por la liturgia de hoy nos despiertan y elevan a la toma de conciencia de que somos ‘hombres, hermanos solidarios, hijos fieles, seres dotados de cuerpo y espíritu, llamados a ser santos’. 

Otros rasgos se pueden añadir, pero ninguno de ésos se puede eliminar, pues una visión integral del ser humano incluye y abraza su cuerpo, vida, sentidos, pensamiento, amores, esperanzas...  

La obra que Dios hizo en nosotros comenzó batiendo un bloque de ‘arcilla’, y esa arcilla sigue presente en nuestro ‘cuerpo’ palpable, maleable, educable, sediento, hambriento, satisfecho. Quien no empiece admirando esa vasija-cuerpo de alta escuela de cerámica o no la ponga en juego como atleta, médico, artista, trabajador, psicólogo o moralista, está perdiendo una oportunidad de ser feliz y de dar felicidad. ¡Cuántas imágenes nos hablan de conciencias humanas que parecen insensibles ante millones de cuerpos de niños hambrientos en el mundo! Sin embargo, en un cuerpo hambriento está sufriendo el espíritu.

Tomemos conciencia de lo que somos, cuerpo y espíritu. Sería craso error tratar de entender todo cuanto acontece en el ser humano sólo desde la ‘química de laboratorio’, pero también lo sería entenderlo desde la pura ‘químicas del espíritu’. 

En la unidad del ser humano, hemos de tomar al cuerpo como hermosa obra de la creación en la que han de florecer sentimientos, emociones, cultura, fe, solidaridad.

Quien no tenga esa conciencia de ser cuerpo con espíritu o espíritu encarnado mal podrá tenerla de la dignidad de los demás. Quien no tiene conciencia de las necesidades de su cuerpo y espíritu mal podrá luchar contra el hambre, la miseria, la incultura, la esclavitud de los demás. Sin cuerpo y espíritu, en unidad humana, no hay hombre ni cabe santidad.

ORACIÓN:
Señor, te doy gracias por lo que soy como obra de tus manos: cuerpo a cultivar, sensibilidad a educar, sentimientos a moderar, manos y voluntad para crear, pensamiento para descubrir la belleza y la verdad, compasión para estar al lado de los demás y esperar que ellos estén a mi lado. Haz que yo te responda con fidelidad desde esta realidad carnal y espiritual que soy. Amén.

Resplandor de la palabra y la conciencia

Libro del Levítico 19, 1-2. 11-18:
“En aquellos días dijo el Señor a Moisés: habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. No mentiréis. No engañaréis a vuestro prójimo. No juraréis en falso por mi nombre... Yo soy el señor.

Tú, pues, quien seas, no oprimirás ni explotarás a tu prójimo. No retendrás hasta el día siguiente el jornal del obrero. No maldecirás al sordo; y al ciego no le pondrás tropiezos... No odiarás de corazón a tu hermano”

Tomar conciencia de que ésa es nuestra condición ante Dios y en el mundo es comenzar a colaborar en la salvación de la humanidad que cultiva con exceso el mal, el odio, la injusticia, la guerra...

Evangelio según san Mateo 25, 31-46:“Jesús decía a sus discípulos:
Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, al final de los días, se sentará en el trono de su gloria, para juzgar... Él separará a unos hombres de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Él dirá a los de su derecha: venid vosotros, benditos de mi Padre, y heredad el reino preparado para vosotros... Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis... Cada vez que hicisteis eso con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis... Y a los de su izquierda, les dirá: vosotros, apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno..., porque tuve hambre y no me disteis de comer...”

He aquí una novedad de conciencia, una sabiduría no entendida en el mundo: la conciencia clara de que quien obra bien, con amor, justicia, caridad, a favor de los hombres, está realizando el proyecto de Dios, está obrando como hijo suyo.           

Momento de reflexión

Conciencia de dos caminos para elegir el bueno

La elocuencia de los textos es suficiente, como amonestación y como impulso de gracia, si queremos oir su voz. El Levítico y el Evangelio son concordes al decir que para los hombres, redimidos por Cristo, hay dos caminos abiertos a nuestro obrar consciente: el del bien, que es obrar con amor, paz, caridad, misericordia, justicia, solidaridad...; y el del mal, que es obrar con odio, insolidaridad, injusticia, egoísmo, opresión.... 

Si decimos seguir a Cristo es que hemos elegido el camino de la vida, con conciencia responsable de hijos; y si seguimos nuestros caprichos, ambiciones y apetitos, es que hemos elegido y avanzamos por el camino de la muerte. Revisar con qué conciencia actuamos es propio de la cuaresma.

Itinerario de la vía de salvación.  

Optar por la vía de salvación es vivir en conciencia de paz, solidaridad, misericordia, perdón y entrega a los demás.  Esto implica que mi conciencia ha de actuar y tratar a los demás, en cuanto necesitados, como quien encuentra a Cristo como forastero en busca de trabajo y hogar, como pobre que quiere ganar el pan, como amigo que espera la solidez de otra mano para andar, como preso inocente, como parado con angustia de no poder servir con sus dones, como marginado y oprimido por deudas y falta de cultura o tierras...

Dichosos nosotros si, al final de los días, el Señor nos agradece y premia lo que hicimos con amor y generosidad a los cuerpos y a los espíritus.


9. ACI DIGITAL 2003

32. Todas las naciones: "Como en las grandes asambleas apocalípticas que presentan los profetas (Joel. 4, 2 y 9; Zac. 14, 2)" Pirot. Cf. 3, 10 ss.

34. Venid... tomad: Sto. Tomás hace notar que parece extraño decir esto a los justos salvados ya mucho antes. Es que el alma sola no es toda la persona. Cf. Luc. 21, 28 y nota: "Mas cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca". Esta recomendación del divino Salvador, añadida a sus insistentes exhortaciones a la vigilancia (cf. Marc. 13, 37), muestra que la prudencia cristiana no está en desentenderse de estos grandes misterios (I Tes. 5, 20), sino en prestar la debida atención a las señales que El bondadosamente nos anticipa, tanto más cuanto que el supremo acontecimiento puede sorprendernos en un instante, menos previsible que el momento de la muerte (v. 34). "Vuestra redención": así llama Jesús al ansiado día de la resurrección corporal, en que se consumará la plenitud de nuestro destino. Cf. Mat. 25, 34; Filip. 3, 20 s.; Apoc. 6, 10 s. San Pablo la llama la redención de nuestros cuerpos (Rom. 8, 23).

35. Vemos así que el amor es un mandamiento obligatorio que encierra todos los demás mandamientos; es la "plenitud de la Ley", según la cual sentenciará el Juez (Rom. 13, 10; Gál. 5, 14 ss.).

40. A mí lo hicisteis: es la doctrina divinamente admirable del Cuerpo Místico (cf. 10, 40; 18, 5; Hech. 9, 10). Así también lo hecho a El es hecho a nosotros. Cf. Rom. 6, 4; Gál. 2, 19 ss.; Ef. 2, 6; Filip. 3, 10 s.; Col. 3, 3 s.


10.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia. Misericordia, Señor, misericordia» (Sal 122,2-3).

Colecta (del misal anterior, y antes del Gregoriano y Gelasiano): «Conviértenos a Ti, Dios salvador nuestro; ilumínanos con la luz de tu palabra, para que la celebración de esta Cuaresma produzca en nosotros sus mejores frutos».

Comunión: «Os aseguro, dice el Señor, que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,40.34).

Postcomunión: «Concédenos experimentar, Señor Dios nuestro, al recibir tu Eucaristía, alivio para el alma y para el cuerpo; y así, restaurada en Cristo la integridad de la persona, podremos gloriarnos de la plenitud de tu salvación».

Levítico 19,1-2.11-18: Juzgarás con justicia a tu prójimo. Dios dio al pueblo elegido un código de santidad y de justicia: «Seréis santos porque yo, vuestro Dios, soy santo». Muchas prescripciones del Antiguo Testamento siguen siendo válidas para nosotros, como las de esta lectura; hemos de cumplirlas con mayor razón que los antiguos, porque tenemos la perfección y la ayuda sobrenatural contenida en el Nuevo Testamento.

 El concepto de santidad es del todo transcendente, único, distante. No podemos llegar jamás a la santidad de Dios. Él es absolutamente Otro, Separado, Único. Pero hemos de acercarnos lo más posible para tratar con Él. Cristo vino a enseñarnos el camino más seguro para ello, que es el amor. Este amor no es cosa nuestra, sino que ha sido infundido por Dios mismo en nuestra alma: «El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5).

Este amor se manifiesta en nuestras relaciones con los demás hombres, como se indica en esta misma lectura y es un signo de la santidad, como aparece en Dios mismo, según el profeta Oseas: «No ejecutaré el ardor de mi cólera, porque yo soy Dios y no hombre; en medio de ti, Yo el Santo» (11,9). La tendencia a la santidad ha de ser nuestra tarea principal. Dice Casiano:

«Este debe ser nuestro principal objetivo y el designio constante de nuestro corazón; que nuestra alma esté continuamente unida a Dios y a las cosas divinas. Todo lo que se aparte de esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener en nosotros un lugar secundario, por  el último de todos. Incluso hemos de considerarlo como un daño positivo» (Colaciones 1).

Y San Agustín:

«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones 1,1).

–El Señor quiere que no sólo estemos atentos a su ley, sino que la contemplemos y hagamos de ella nuestro alimento cotidiano, nuestra delicia. Por ese camino alcanzaremos la santidad.

Para esto nos resulta utilísimo meditar con el Salmo 18: «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, Roca mía, Redentor mío».

Mateo 25,31-46: Lo que hiciste a uno de estos mis hermanos, conmigo lo hiciste. El gran signo de la verdadera santidad es el amor a Dios y al prójimo. Es tan trascendental ver al Señor en el prójimo, que nuestro encuentro definitivo con Él versará sobre la manera en que lo hemos vivido a través del prójimo. Es lo que dice San Juan de la Cruz: «en el atardecer de nuestra vida seremos examinados sobre el amor». En nuestro caminar hacia Dios en este mundo, el incumplimiento de este precepto nos hace caminar en tinieblas y nos imposibilita la participación en la celebración del Sacramento del Amor. Comenta San Agustín:

«Recordad, hermanos, lo que ha de decir a los que están a la derecha. No les dirá: “hiciste esta o aquella obra grande”, sino: “tuve hambre y me disteis de comer”; a los que están a la izquierda no les dirá: “hicisteis ésta o aquélla obra mala”, sino: “tuve hambre y no me disteis de comer.” Los primeros, por su limosna irán a la vida eterna; los segundos por su esterilidad, al fuego eterno, Elegid ahora el estar a la derecha o a la izquierda» (Sermón 204,10).

En otro lugar dice:

«Nadie tema dar a los pobres; no piense nadie que quien recibe es aquél cuya mano ve. Quien recibe es el que te mandó dar. Y no decimos esto porque así nos parece por conjetura humana; escúchale a Él que te aconseja y te da seguridad en la Escritura. Tuve hambre y me diste de comer... (Sermón 86,3).


11.

Comentario: Rev. D. Joaquim Monrós i Guitart (Tarragona, España)

«Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo»

Hoy se nos recuerda el juicio final, haciéndonos presente que dar de comer, beber, vestir... resultan obras de amor para un cristiano, cuando al hacerlas se sabe ver en ellas al mismo Cristo.

Dice san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar a Dios como Dios quiere ser amado y deja tu propia condición». No hacer una cosa que hay que hacer, en servicio de los otros hijos de Dios y hermanos nuestros, supone dejar a Cristo sin estos detalles de amor debido: pecados de omisión.

El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et spes, al explicar las exigencias de la caridad cristiana, que da sentido a la llamada asistencia social, dice: «En nuestra época, especialmente urge la obligación de hacernos prójimo de cualquier hombre que sea y de servirlos con afecto, ya se trate de un anciano abandonado por todos, o de un niño nacido de ilegítima unión que se ve expuesto a pagar sin razón el pecado que él no ha cometido, o del hambriento que apela a nuestra conciencia trayéndonos a la memoria las palabras del Señor: ‘Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25,40)».

Recordemos que Cristo vive en los cristianos... y nos dice: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

El Concilio Lateranense IV define el juicio final como verdad de fe: «Jesucristo ha de venir al fin del mundo, para juzgar a vivos y muertos, y para dar a cada uno según sus obras, tanto a los reprobados como a los elegidos (...) para recibir según sus obras, buenas o malas: aquellos con el diablo castigo eterno, y éstos con Cristo gloria eterna».

Pidamos a María que nos ayude en las acciones servicio a su Hijo en los hermanos.


12. DOMINICOS 2004

"Seréis santos porque yo , el Señor vuestro Dios, soy santo"


La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Levítico 19,1-2 . 11-18
1 El Señor habló a Moisés: 2 «Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.

11 No robaréis, no mentiréis ni os engañaréis unos a otros. 12 No juréis en falso por mi nombre, pues sería profanar el nombre de Dios: yo, el Señor. 13 No oprimas ni explotes a tu prójimo; no retengas el salario del jornalero hasta la mañana siguiente. 14 No insultarás al sordo ni pondrás tropiezos delante del ciego. Temerás a tu Dios: yo, el Señor. 15 No haréis injusticias en los juicios; ni beneficiarás al débil ni favorecerás al poderoso: juzgarás con justicia a tu prójimo. 16 No andarás difamando a los tuyos ni pondrás en peligro la vida del prójimo con falsas acusaciones: yo, el Señor. 17 No guardarás odio a tu hermano, antes bien lo corregirás
para no hacerte cómplice de su pecado. 18 No serás vengativo ni guardarás rencor hacia tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo: yo, el Señor.


Evangelio: Mateo 25,31-46
31 «Cuando venga el hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles se sentará sobre el trono de su gloria. 32 Todos los pueblos serán llevados a su presencia; y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. 33 Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. 34 Entonces el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. 35 Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis, 36 estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a estar conmigo. 37 Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? 38 ¿Y cuándo te vimos emigrante y te acogimos, o desnudo y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? 40 Y el rey les dirá: Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis. 41 Luego dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. 42 Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, 43 fui emigrante y no me acogisteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. 44 Entonces responderán también ellos diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o emigrante o enfermo o en prisión y no te asistimos? 45 Y él les contestará: Os aseguro que cuando no lo hicisteis con uno de esos pequeñuelos, tampoco conmigo lo hicisteis. 46 Y éstos irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna».


Reflexión para este día.
"Seréis santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo"


A lo largo de esta primera semana de Cuaresma destacan cuatro valores cristianos: La penitencia, la conversión, la oración y el amor, traducido en obras. Si los activamos en nuestra vida, conseguiremos participar en la salvación y en la santidad de Dios. Siempre es tiempo de aspirar a configurarnos con Jesucristo, fuente de toda verdadera santidad. Pero en tiempo de Cuaresma, la llamada de Dios a la santidad es especialmente insistente. Esta invitación divina no debe asustarnos, pensando que ser santos es un privilegio para unos cuantos. Dios invita a todos.

Pero Dios no nos invita a una santidad abstracta, ambigua. Nos pide una santidad concreta, viva. Por eso nos presenta el programa, el camino adecuado: “No mentiréis. No engañaréis a vuestro prójimo. No juraréis en falso por mi Nombre: sería profanar el nombre de Dios”. Ahí tenemos un criterio de conducta, que se hunde sus raíces en el Dios Santo y conduce inexorablemente a la santidad.

Jesús reafirma este programa, este criterio de vida. Nos lo propone a todos, en la respuesta que da a quienes le preguntaron:

“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber; cuándo te vimos forastero y te hospedamos o desnudo y te vestimos; cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te fuimos a ver?. Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

La santidad a la que nos invita Jesucristo es fruto del amor a Dios, que se traduce y manifiesta en el amor sincero al prójimo. Es en esta respuesta de amor, en donde hacemos verdad y santidad lo que hemos respondido en el salmo responsorial:

“Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”. Es decir: Santidad.


13. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

En ciertos momentos de la vida nos cansa casi todo: el ruido, los cambios, las visitas, los viajes. Aspiramos a disfrutar de pocas cosas esenciales. La sabiduría consiste en esto. ¡Lástima que las “cosas esenciales” que nos presenta el libro del Levítico se entiendan a menudo como la retahíla de preceptos que Dios nos “impone” para aguarnos la fiesta! Decir la verdad, no engañar, pagar el salario justo al obrero, no guardar rencor ... son caminos de vida. La ley del Señor –como canta el salmo 118– es siempre portadora de vida.

Jesús lo dice de una manera más esencial y llamativa: quien da de comer al que tiene hambre (o de beber al que tiene sed) ha hecho todo lo que tiene que hacer. Amar es cumplir la ley entera. Las demasiadas explicaciones nos alejan sutilmente de este centro de felicidad. ¿Cuántas idas y venidas se necesitan para empezar a percibirlo?

Vuestro hermano en la fe:

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


14. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis
La “parábola” del Juicio final es muy conocida, se presenta como una suerte de test de fidelidad [la llamamos parábola aunque propiamente no lo sea: las parábolas no son de futuro; es más propiamente una pintura final del mundo]. Algunos estudiosos han propuesto que, puesto que los convocados son las naciones, este es el test al que serán sometidos los paganos. Puesto que Jesús se identifica con lo que han hecho con uno de sus “hermanos más pequeños”, y con mucha frecuencia en Mateo, hermanos y pequeños se refiere a los cristianos, entonces el texto diría que los paganos serán evaluados según como haya sido su actitud con respecto a la comunidad cristiana. Los cristianos, en cambio, serán juzgados según su esperanza: según si están en vela, y si hacen fructificar los dones de Dios (25,1-13.14-30). Sin embargo, habría algunos elementos que ponen en cuestión esta lectura. En primer lugar, el término “naciones” (ethnê) no es siempre sinónimo de paganos en Mateo. A veces se los presenta como los adversarios de los cristianos, otras como paganos, pero hay tres textos particularmente importantes que nos ayudan a comprender este texto, ciertamente escatológico: en 28,19 las naciones son el campo donde los cristianos deben anunciar el evangelio, son los que deben ser hechos discípulos, es decir, es sinónimo de todo el mundo; en 24,14 se aclara que se proclamará la “buena Noticia del Reino al mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones”, con lo que pone en paralelo ethnê a oikoumenê. Finalmente, en 21,43 se dice que “se les quitará el reino de Dios para darlo a un pueblo (ethnê) que rinda sus frutos”. Mateo aclara que con los primeros se refería a sumos sacerdotes y fariseos. El nuevo ethnê será la Iglesia, nuevo Israel. En suma, ethnê no se refiere exclusivamente a los no-cristianos, sino también a los discípulos de Jesús.

Pero queda todavía algo por señalar más importante, ya que tampoco es evidente que pequeños se refiera a los discípulos. Hay varios términos que designan la pequeñez: el niño es el paidós, del niño se dice que es pequeño (tapeinoô), y que no deben ser escandalizados los “pequeños” (mikros), de quienes se agrega: “que creen en mí” (18,2-6).

En el relato de la infancia, se alude al niño Jesús como paidós, es decir, sencillamente un bebé. En 11,16 se alude a los chicos que juegan en la plaza, lo mismo en 14,21 y 15,38 (“mujeres y niños”). También un niño es puesto en medio del grupo que pregunta quién es el mayor en el reino (18,2-5). En 19,13.14 le presentan niños para que los toque. En suma, paidós refiere siempre a los niños de corta edad.

El verbo tapeinoô, que se ha traducido por “hacerse pequeño”, lo encontramos tres veces, las otras dos en 23,12: “el que se levante será abajado y el que se abaje será levantado”, con lo que adquiere características religiosas, se refiere a la humildad. El sustantivo (tapeinós) lo encontramos en 11,29: “soy manso y humilde de corazón”.

El sustantivo mikrós, lo encontramos en 10,42 donde se refiere claramente a un discípulo (“pequeño por ser mi discípulo”), “el más pequeño en el Reino” es mayor que Juan (11,11) también refiere a los discípulos; en 13,32 se refiere al reino la pequeñez de la semilla de mostaza; en 18,6.10.14 se aclara que refiere a los discípulos (y la unidad forma inclusión), finalmente en 26,39 y 73 se utiliza como adverbio. Como es claro, aunque no uniforme, mikrós sí es sustantivo que se utiliza para identificar a los cristianos.

Pero el texto de Mt 25 utiliza otro sustantivo: elájistos. Este término lo encontramos referido a Belén, “no eres la menor” (2,6), y en 5,19 se refiere al mandamiento más pequeño. La idea es la de la insignificancia. Jesús se identifica con los insignificantes, “los menos que los últimos” (Liddell-Scott). Como se ve, no parece, en este caso referirse a los cristianos, sino que todos -también los cristianos- serán juzgados según haya sido, en su vida, su actitud con los últimos de la tierra, los insignificantes.

Estos últimos han sido presentados como hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, encarcelados... pero ciertamente esa lista podría ampliarse a una larga lista de víctimas.

Una característica del Evangelio de Mateo, es que quiere mostrar que Jesús “no se ha ido” luego de la resurrección, quiere mostrar diferentes modos de su nueva presencia. La presencia en su comunidad también será interesante: “el que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, les aseguro que no perderá su recompensa” (10,42). Se trata de la recompensa de profetas, justos o discípulos porque “el que a ustedes recibe a mí me recibe” (10,40). La idea es semejante, pero aquí sí se sabe a quién se está ayudando, cosa que no ocurre en Mt 25; además, en la parábola del juicio final la ayuda aparece ampliada a los insignificantes.

Especialmente para nuestro tiempo, no podemos dejar de tener en cuenta que la omisión es planteada como gravísima en nuestro relato; es por omisión que un grupo es rechazado, por omitir todo gesto de solidaridad con el prójimo.

En la crisis católico romana-protestante ocupó un papel importante el término “porque” (“porque tuve hambre...”). ¿En qué sentido debíamos entenderlo? ¿Es en la solidaridad con el necesitado que alcanzamos la salvación (Roberto Belarmino) o la solidaridad es signo de que la hemos alcanzado (Calvino)? El tema hoy parece superado: el árbol bueno da frutos buenos. La fe es la que nos alcanza el encuentro definitivo con Dios, pero ese árbol se manifiesta en sus frutos, como en este caso la solidaridad. No es que “dar de comer al hambriento (etc...) nos alcancen méritos que nos hagan justos ante Dios”, sino que justos ante Dios damos frutos de solidaridad que son signos de nuestra fe. Esos signos revelan nuestra fidelidad y son -por ello- test de que para los seguidores de Jesús descubrirlo en los insignificantes de la tierra es un test de nuestra fraternidad y por ello podremos, por su gracia, ir a su lado como “benditos”, como “justos”.

Comentario
La palabra que usa el Evangelio para decir "pequeños", es la misma que volvemos a encontrar en el sentido de "insignificante" en otras partes (2, 6), no la que se usa para referir a los cristianos (ver 18, 4.6). Esto, remarca fuertemente el contraste: un rey que se identifica con los miserables. Como contrasta esto, también con la imagen del "hijo del hombre” que tenían muchos sectores de los judíos: esperaban un ser celestial que llevara al triunfo del pueblo de Dios, cosa que ocurriría al final de los tiempos, ciertamente.

Nuevamente, la Iglesia nos invita a mirar hacia el final, pero no para olvidar el presente porque si hay un texto en la Biblia que tiene bien claro el presente es éste. Mirar el futuro, pero con los pies en la tierra, y con el corazón en los hermanos.

El texto de Mateo, que quiere destacar a lo largo de su Evangelio que Jesús no se ha alejado de nosotros, quiere remarcarnos claramente que debemos aprender a descubrirlo en los hermanos que sufren: los hambrientos, los sedientos, etcétera. Una larga serie bastante conocida por los judíos, pero fuertemente marcada aquí por el Señor, y remarcada ya que los pobres serán el signo de fidelidad, serán quienes nos juzgarán ante el Reino. El compromiso con los pobres es el test de nuestra fidelidad al Reino. El pobre es un sacramento de Jesucristo.

El Reino mismo se auto-juzga: la paz juzgará a la guerra, la justicia a la injusticia, la verdad a la mentira, la vida a la muerte... ese juicio será inapelable. Los pobres, los predilectos del Reino serán quienes nos juzguen. Y deberíamos aplicar esto a todas las dimensiones de la vida. Nuestra actitud frente a los pobres, es nuestra misma actitud frente a Dios, y por eso seremos juzgados.


15.

San Hipólito de Roma (hacia 235) presbítero y mártir
Tratado sobre el fin del mundo 41-43; GCS I, 2, 305-307

“Venid, benditos de mi Padre”

Venid, vosotros que habéis amado a los pobres y a los extranjeros. Venid, vosotros que habéis permanecido fieles a mi amor, porque yo soy el amor. Venid, vosotros los pacíficos porque yo soy la paz. “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.” (Mt 25,34)

No habéis rendido homenaje a la riqueza sino que habéis dado limosna a los pobres. Habéis sostenido a los huérfanos, ayudado a las viudas, habéis dado de beber a los que tenían sed y de comer a los que tenían hambre. Habéis acogido a los extranjeros, vestido al que estaba desnudo, habéis visitado al enfermo, consolado a los presos, acompañado a los ciegos. Habéis guardado intacto el sello de la fe y os habéis reunido con la comunidad en las iglesias. Habéis escuchado mis Escrituras deseando mi Palabra. Habéis observado mi ley día y noche (Sal 1,2) y habéis participado en mis sufrimientos como soldados valientes para encontrar gracia ante mí, vuestro rey del cielo. “Venid, tomad en pose sión el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.” He aquí que mi reino está preparado y mi cielo está abierto. He aquí que mi inmortalidad se manifiesta en toda su belleza.


16.

Reflexión

Definitivamente que una de los aspectos a revisar durante esta cuaresma, es la vivencia del evangelio sobre todo en lo que se respecta a la Caridad. El Año Santo, de manera especial, ha privilegiado el hecho de que nuestra vida cristiana debe ser algo que se proyecta en la vida de los hermanos, sobre todo de los más necesitados, de manera que como Cristo hagamos una “opción preferencial por los pobres y los marginados”. El Evangelio de hoy es efectivamente una invitación para que cada uno, en conciencia, revisemos este aspecto de nuestra vida, recordando que este aspecto de la vida cristiana, de acuerdo a las palabras que acabamos de leer, será determinante con respecto a nuestra salvación eterna. Has pues un sincero análisis de cómo estás viviendo tu caridad no solo con los de tu casa, sino con los pobres y desamparados; si tu caridad no consiste únicamente en sacar unas cuantas monedas en un semáforo para de esta manera tranquilizar tu conciencia. La caridad, como nos lo hace ver Jesús, va mucho más allá de esto. Aprovecha esta cuaresma para, si es el caso, hacer modificaciones importantes en este aspecto.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


17. El juicio final

Autor: Misal Meditación

Reflexión

Por la Palabra del Señor sabemos que todos seremos juzgados ante nuestro Rey, ricos y pobres, sanos y enfermos, practicantes y no practicantes y que al final de la tarde se nos examinará en el amor. Este es el único criterio valido que nos ofrece Cristo, Rey Universal. ¿Cuánto hemos amado? ¿cuántas ofensas hemos perdonado y cicatrizado? ¿cuántas veces nos hemos puesto en la piel de nuestros hermanos, en sus preocupaciones, en su hambre humana y espiritual, y qué hemos hecho al respecto? Y más importante todavía, ¿con qué actitud hemos acudido? ¿Ayudamos a los demás con las sobras y migajas de nuestro tiempo, o más bien les ofrecemos nuestras horas más preciosas?

Cristo, el Juez Universal de todas las generaciones nos hace hoy profundizar en la oración, contemplando a futuro el día en que seremos testigos presenciales del "gran juicio". Él es un Rey misericordioso, que no investiga con lupa los errores de sus vasallos, sino que exige por amor el cumplimiento de su ley divina. El Señor no nos pide una vida fácil, sin embargo nos da todos los medios para seguirle. Su gracia, los sacramentos, la oración que nos hace descubrir a Dios en nuestro hermano, en aquel que nos hace la vida imposible, en el pobre. Sólo queda que nosotros respondamos: "Señor porque te amo, y eres mi Rey, yo también amo a todos los súbditos de tu reino".


18.

LECTURAS: LEV 19, 1-2. 11-18; SAL 18; MT 25, 31-46

Lev. 19, 1-2. 11-18. ¿Eres hijo de Dios? No lo contestes con tus labios sino con tus obras. Que ellas manifiesten que realmente eres del linaje y de la familia de Dios. El Señor es misericordioso para con todas sus criaturas, lento a la ira y generoso para perdonar. Quien es hijo de Dios debe actuar como Él lo ha hecho para con nosotros. Quien lleve un comportamiento contrario al amor y a la misericordia de Dios, denigra su Santo Nombre entre las naciones. Por eso el amor al prójimo como a uno mismo no es un mandato, sino parte de la naturaleza de quien ha recibido la participación de la Vida Divina y del Espíritu Santo. El Apóstol san Pablo lo recuerda: "El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no adulterarás, no matarán, no robará, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud. (Rom. 13, 8 ss.)

Sal. 18. La Ley del Señor es perfecta, pues no ha sido promulgada por personas humanas, sino por el mismo Dios para mostrarnos el camino que nos conduzca a Él. Efectivamente, los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohiben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo y prescriben lo que le es esencial. Esa Ley ha cumplido su misión llevándonos hasta Cristo, plenitud de la Ley, pues Él se ha convertido en el único Camino que nos conduce al Padre. Así, mediante la Sangre de Cristo se sella, entre Dios y la humanidad, la nueva y definitiva alianza: Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos en Cristo Jesús. La Ley constituye, pues, la primera etapa en el camino del Reino. Dios así, nos invita a la conversión y a la fe en Él mediante un camino de amor fiel, cargando nuestra propia cruz, tras las huellas de Cristo, pasando por la muerte para llegar a la Gloria, que Dios ha reservado para los que le vivan fieles. Por eso vivamos en todo fieles a la voluntad de Dios; busquemos al Señor y hagamos de Él nuestro refugio y salvación, hasta que Él sea todo en nosotros.

Mt. 25, 31-46. Ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación. Mientras aún es tiempo volvamos al Señor. Él no ha venido a condenarnos, sino a salvarnos. Cuando Él vuelva glorioso, al final del tiempo, se nos habrán terminado todas las oportunidades. Contemplemos a Cristo que se encuentra también presente en nuestro prójimo, especialmente en los pobres y desprotegidos. Asistamos amorosamente, en ellos, a Cristo. Si lo hacemos habremos sido un auténtico signo del Hijo Amado del Padre en nuestro mundo. Entonces podremos ir a la vida eterna y no seremos condenados. Al final seremos juzgados en el amor, y sólo el amor que hayamos tenido a los demás, sin distinción de personas, será lo que tenga la última palabra ante Dios. No amemos sólo a los que nos hacen el bien, o a los que son de nuestra familia o de nuestro agrado. El Señor, que salió al encuentro de los pobres y de los pecadores, nos pide ir tras sus huellas cargando nuestra propia cruz, para colaborar en la redención de nuestro mundo, liberándolo de las diversas esclavitudes que le agobian. Cumplamos, con amor, esta misión que Dios ha confiado a su Iglesia.

El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía, no para juzgarnos, pero sí para recordarnos que frente a su entrega hasta la muerte, por amor a nosotros, no debemos negar nuestra verdad respecto a nuestra relación con Dios y con el prójimo. La Eucaristía no es sólo un acto de culto a Dios. Es un compromiso de vivir nuestra comunión con el Señor y de manifestarla, mediante nuestras obras, en nuestro trato con los demás. Así nuestro amor a Dios ha de llegar hasta sus últimas consecuencias, identificándonos con Cristo para que, como Él, hagamos el bien a los demás durante toda nuestra vida terrena. Esto, por tanto, nos debe llevar a dejar a un lado nuestros caminos de maldad y de muerte; nuestras divisiones causadas por el egoísmo y nuestros odios y rencores, pues Dios nos quiere misericordiosos en todos los sentidos, como Él lo ha sido para con nosotros. Así nuestra Eucaristía no sólo se ha de vivir en el templo, sino que se ha de prolongar en nuestra vida diaria, en la que hemos de estar dispuestos, incluso, a dar nuestra vida, para que los demás tengan vida, la Vida que Dios ofrece a todos.

Sólo a la luz del juicio final, cuando el Reino de Dios llegue a su plenitud, entenderemos el camino que hayamos recorrido, tal vez en medio de persecuciones y muerte, tras las huellas del Redentor. Entonces aparecerá, de un modo desnudo, la verdad de todo hombre en la medida de Dios. Entonces conoceremos a Aquel que es el Amor y la Misericordia. Entonces sabremos si en verdad caminamos por este mundo como hijos suyos. Entonces seremos acogidos o rechazados conforme al trato que hayamos dado a los pequeños, con los que se identificó Jesús. Por eso, mientras caminamos por este mundo, Dios nos concede este tiempo favorable de su gracia para que reflexionemos con toda lealtad acerca de nuestra vida de fe. No podemos vivir esta cuaresma sólo como un tiempo de una conversión aparente. Si no caminamos hacia nuestra propia Pascua, hacia nuestra renovación interior, hacia la muerte a nuestro pecado y hacia la resurrección a una vida renovada en Cristo, habremos perdido el tiempo. Dios quiere que su Iglesia inicie, ya desde ahora, la realización de su Reino mediante la renovación de sus miembros, a través de los cuales se manifieste, a la medida de la Gracia recibida, el amor misericordioso del mismo Dios a favor de todos.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo con un compromiso total, de manera que no sólo lo amemos interiormente, sino que lo amemos preocupándonos de hacer el bien a todos, especialmente a los pobres, a los pecadores y a los desprotegidos, para poder, así, ser dignos de ser recibidos, como hijos amados, en las moradas eternas. Amén.

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19. ARCHIMADRID 2004

LA SANTIDAD QUE BUSCAS

“Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Si hay algo que distingue al ser humano de cualquier otra criatura del universo es la de poder alcanzar la santidad. ¿Por qué realizamos semejante aseveración de algo que, para algunos, puede resultar evidente? Quizás porque no sea tan indudable para otros.

El término “santo” del que nos habla hoy el Levítico, en nada se asemeja a una onomástica, o una conmemoración de algún familiar o amigo nuestro. Más bien, hace referencia al uso que se hacía de esta palabra, tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento, al calificar de esta manera a los que se consideraban “justos”. Lo curioso es que, si uno acude al diccionario, encontrará toda una serie de sinónimos “simpáticos”, que aluden a la palabra “justo”: equitativo, sereno, imparcial, razonable… Si pudieras observarme en estos momentos, verías en mi gesto esbozar una leve sonrisa, o una mueca un tanto irónica… ¿me entiendes?

Para muchos, la santidad queda reservada para imágenes endosadas en hornacinas, o bien para gente mayor a las que se la califica de beata (por cierto, según las últimas estadísticas, cerca de un tres por ciento de los que se declaran católicos en España, acuden a Misa diariamente, y esto supone más de un millón y medio de personas...). Sin embargo, el verdadero santo no es el que viene reflejado en unos censos, sino que pertenece al orden de las cosas esenciales y éstas, precisamente, no están a la vista de cualquiera.

“La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma”. Resulta verdaderamente gratificante que la santidad tenga que ver con el descanso. ¡Qué lejos esta imagen de aquella otra, en la que vemos un rostro desencajado por la ascética y la mortificación y nos quitan las ganas de imitar esas actitudes! Tampoco resultan precisamente muy alentadoras esas otras imágenes acarameladas que desprenden un cierto aroma a naftalina ajada y trasnochada.

¿Cómo es entonces la santidad que Dios nos propone? Si hay una expresión que me encanta de la lectura del Levítico de hoy es ésta: “No andarás con cuentos de aquí para allá...” Así pues, Dios nos pide, antes que nada, el que seamos normales. Entonces, preguntará alguno, ¿para ser santos, por tanto, no hay que hacer cosas raras? Pues, más bien no… ¡Bendita normalidad, y cuánto se la echa de menos en nuestros ambientes!

“Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. La respuesta, una vez más, nos la da el Señor, pues lo característico de la humildad es la sencillez y la normalidad. Aquí, por tanto, se encuentra el quicio de la Ley de Dios y de la santidad.

Y, ¿qué diremos de las ovejas y de las cabras, del castigo eterno o de la vida eterna, que nos habla Jesús en el Evangelio de hoy...? Permíteme, de nuevo, que esboce una sonrisa (aunque no precisamente sarcástica), pues durante estos días habrá tiempo para hablar de ello.


20. P. Cipriano Sánchez

La Cuaresma que simplemente se nos puede presentar simplemente como camino de penitencia, como un camino de dolor, como un camino negativo, realmente es todo lo contrario. Es un camino sumamente positivo, o por lo menos así deberíamos entenderlo nosotros, como un camino de crecimiento espiritual. Un camino en el cual, cada uno de nosotros va a ir encontrándose, cada vez con más profundidad con Cristo. Encontrarnos con Cristo en el interior, en lo más profundo de nosotros, es lo que acaba dando sentido a todas las cosas: las buenas que hacemos, las malas que hacemos, las buenas que dejamos de hacer y también las malas que dejamos de hacer.

En el fondo, el camino que Dios quiere para nosotros, es un camino de búsqueda de Él, a través de todas las cosas. Esto es lo que el Evangelio nos viene a decir cuando nos habla de las obras de misericordia. Quien da de comer al hambriento, quien da de beber al sediento, en el fondo no simplemente hace algo bueno o se comporta bien con los demás, sino va mucho más allá. Está hablándonos de una búsqueda interior que nosotros tenemos que hacer para encontrarnos a Cristo; una búsqueda que tenemos que tenemos que ir realizando todos los días, para que no se nos escape Cristo en ninguno de los momentos de nuestra existencia.

¿Cómo buscamos a Cristo?¿Cuánto somos capaces de abrir los ojos para ver a Cristo? ¿Hasta que punto nos atrevemos a ir descubriendo, en todo lo que nos pasa, a Cristo? La experiencia cotidiana nos viene a decir que no es así, que muchas veces preferimos cerrar nuestros ojos a Cristo y no encontrarnos con Él.

¿Por qué nos puede costar reconocer a Cristo?¿Qué es lo que han hecho de malo los que no vieron a Cristo en los pobres? ¿Realmente dónde está el mal? Cuando dice Jesús “Estuvieron hambrientos y no les disteis de comer; estuvieron sedientos y no les disteis de beber, ¿qué es lo que han hecho de malo? Lo que han hecho de malo, es el no haber sido capaces de reconocer a Cristo; el no haber abierto los ojos para ver a Cristo en sus hermanos. Ahí está el mal.

Lo que nos viene a decir el Evangelio, el problema fundamental es que nosotros tengamos la valentía, la disponibilidad, la exigencia personal para reconocer a Cristo. No simplemente para hacer el bien, que eso lo podemos hacer todos, sino para reconocer a Dios. Saber poner a Cristo en todas las situaciones, en todos los momentos de nuestra vida.

Esto que nos podría parecer algo muy sencillo, sin embargo es un camino duro y exigente. Un camino en el cual podemos encontrarnos tentaciones. ¿Cuál es la principal tentación? La principal tentación en este camino, del cual nos habla el Evangelio de hoy, es precisamente la tentación de no aceptar, con nuestra libertad, que Cristo puede estar ahí, o sea la tentación del uso de la libertad.

Creo que si hay algo a lo cual nosotros estamos profundamente arraigados, es a nuestra libertad y es lo que buscamos defender en todo momento y conservar por encima de todo. Cristo dice: “¡Cuidado!, no sea que tu libertad vaya a impedirte reconocerme”. ¿Cuántas veces el ayudar a alguien significa tener que dejar de ser uno mismo? ¿Cuántas veces el ayudar a alguien significa tener que renunciar a nosotros mismos? “Tuve hambre y no me diste de comer”. Y tengo que ser yo quien te dé de comer de lo mío, es decir, tengo que renunciar. Tengo que ser capaz de detenerme, de acercarme a ti, de descubrir que tienes hambre y de darte de lo mío.

A veces podríamos pensar que Cristo sólo se refiere al hambre material, pero cuántas veces se acerca a nosotros corazones hambrientos espiritualmente y nosotros preferimos seguir nuestro camino; preferimos no comprometer nuestra vida, pues es más fácil, así no me meto en complicaciones, así me ahorro muchos problemas.

¿Cuántas veces podrían nuestros hermanos, los hombres, haber pasado a nuestro lado, haber tocado nuestra puerta y haber encontrado nuestro corazón, libremente, conscientemente cerrado? diciendo: “yo no me voy a comprometer con los demás, yo no me voy a meter en problemas”. Cuidado, porque esta cerrazón del corazón, puede hacer que alguien muera de hambre; puede ser que alguien muera de sed. No podemos solucionar todos los problemas del mundo; no podemos arreglar todas las dificultades del mundo, pero la pregunta es: ¿cada vez que alguien llega y toca a tu corazón, le abres la puerta? ¿te comprometes cada vez que tocan tu corazón? Este es un camino de Cuaresma, porque es un camino de encuentro con Cristo, con ese Cristo que viene una y otra vez a nuestra alma, que llega una y otra a nuestra existencia.

Todos nosotros somos de una o de otra forma, miembros comprometidos en la Iglesia, miembros que buscan la superación en la vida cristiana, que buscan ser mejores en los sacramentos, ser mejores en las virtudes, encontrarnos más con nuestro Señor. ¿Por qué no empezamos a buscarlos cuando Él llega a nuestra puerta? Cuidad con la principal de las tentaciones, que es tener el corazón cerrado.

A veces nos podría preocupar muchas tentaciones: lo mal que está el mundo de hoy, lo tremendamente horrible que está la sociedad que nos rodea. ¿Y la situación interior? ¿Y la situación de mi corazón cerrado a Cristo? ¿Y la situación de mi corazón que me hace ciego a Cristo, cómo la resuelvo? Las situaciones de la sociedad se pueden ignorar cerrando los ojos, no preocupándome de nada, metiéndome en un mundo más o menos sano. Pero la del corazón, la tentación que te impide reconocer a Cristo en tu corazón, ¿cómo la solucionas? Este es el peor de los problemas, porque de ésta es la que a la hora de la hora te van a preguntar: ¿Qué hiciste? ¿Dónde estabas? ¿Por qué no me abriste si estabas en casa?¿Por qué si yo te estaba buscando a ti, tu no me quisiste abrir la puerta? ¿Por qué si yo quería llegar a tu vida, preferiste quedarte dentro y no salir? ?¿Por qué si yo quería reunirme contigo, solucionar tus problemas, ayudarte a reconocerme, tú preferiste seguir viviendo con los ojos cerrados.

Esto es algo muy fuerte y la Cuaresma tiene que ayudarnos a preguntarnos y a planteárnos la apertura real del corazón y ver porqué nuestro corazón cerrado por nuestra libertad no quiere reconocer a Cristo en los demás. Atrevámonos a ver quiénes somos, cómo estamos viviendo nuestra existencia. Abramos nuestro corazón de par en par. No permitamos que nuestro corazón acabe siendo el sediento y hambriento por cerrado en si mismo. Podemos acabar siendo nosotros, auténticos hambrientos y sedientos, y estar Cristo tocando a nuestras puertas y sin embargo cerramos el corazón.

Hagamos de nuestro camino de cuaresmal, un camino hacia Dios abriendo nuestro corazón. Yo estoy seguro, de que siempre que abramos nuestro corazón vamos a encontrarnos con nuestro Señor, con Cristo que nos dice por dónde tenemos que ir. Así, nuestra alma va a decir: “efectivamente, yo se que tu eres el Señor, te he reconocido y por eso abro mi vida. Te he reconocido y por eso me doy completamente y soy capaz de superar cualquier dificultad. Te he reconocido”. Abramos el corazón, reconozcamos a Cristo, no permitamos que nuestra vida se encierre en sí misma. Tres condiciones para que podamos verdaderamente tener al Señor en nuestra existencia. De otra forma, quién sabe qué imagen tengamos de Dios y no se trata de hacer a Dios a nuestra imagen, sino hacernos a imagen de Dios.

Que el reclamo a la santidad, que es la Cuaresma, sea un reclamo a un corazón tan abierto, tan generoso y tan disponible que no tenga miedo de reconocer a Cristo en todas cada una de la situaciones por las que atraviesa; en todas y cada una de las exigencias, que Cristo, venga a pedir a nuestra vida cotidiana. No se trata simplemente de esperar hasta el día del Juicio Final para que nos digan: “tu a la derecha y tu a la izquierda”; es en el camino cotidiano, donde tenemos que empezar a abrir los ojos y a reconocer a Cristo.


21. Fray Nelson Lunes 14 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Juzga a tu prójimo con justicia * Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron.

1. Guía para la vida
1.1 Repasemos con calma los preceptos de la primera lectura y encontraremos una fuente preciosa de sabiduría y humanidad.

1.2 Mas hoy queremos destacar un hecho: la fuerza positiva de un buen "no". Alguien dijo que el hombre es el único ser que tiene la facultad de decirse "no" a sí mismo. Los animales o las plantas obedecen a sus ciclos y a sus estímulos. Comen, beben, duermen o se aparean según esas reglas internas que no quebrantan ni pueden quebrantar. Sólo el ser humano puede sentir el deseo, tener la oportunidad de realizarlo y sin embargo decirse "no".

1.3 El "no", aunque es por definición una negación, tiene también un aspecto positivo. Decirse que no es un modo de disponer de sí mismo, de adueñarse de la propia vida. El que quiere dormir y hacer pereza toda una mañana pero se dice que "no" crea una disciplina, y con ella un hábito. Fortalecido por ese hábito llega a dominar un arte, aprender un idioma, lograr interpretar un difícil instrumento musical... ¡todo nace de un "no" dicho con amorosa constancia!

1.4 También las sociedades necesitan aprender a decirse "no" ante ciertas prácticas que destruirían su propio tejido. Los grupos humanos que se abstienen de los caminos fáciles pero degradantes del robo, el adulterio o el soborno institucionalizado. Ese "no" como esfuerzo colectivo brinda también un precioso fruto colectivo que puede medirse en términos de paz, progreso, seguridad, confianza mutua, actitud creativa y gozo compartido. Así entendemos la fuerza de amor que tienen los preceptos de Dios: cada cosa que nos ha ordenado es para nuestro bien.

1.5 Por cierto, nuestra sociedad occidental es tremendamente incoherente con respecto a su "noes". Gritamos que no al terrorismo, porque cobra víctimas inocentes, y aprobamos el aborto que es la agresión más violenta imaginable contra el ser más inocente imaginable. Llenamos de agitación y paroxismo la vida y criticamos los excesos con que pretende desfogarse la tensión acumulada. Abandonamos niños y jóvenes a que sean criados por la calle y la televisión y nos quejamos del estado de la juventud. Necesitamos --¿quién podría negarlo-- aprender a ser más coherentes y consecuentes con esa fuerza maravillosa que se llama decir un "no" a tiempo.

2. Tu juez es pequeño
2.1 El gran mensaje del evangelio de hoy no es el drama de la escena final, cuando un tribunal celeste escuche aquellas sentencias de Cristo: "venid, benditos...", "apartaos, malditos...". El gran mensaje es que el juez está vestido de pequeño, de humilde, de pobre, de hambriento, de preso. El gran mensaje es que tienes a tu juez ahí, a la puerta de tu casa, en el cambuche del barrio vecino, en el presidio de tu ciudad, en el ancianato de la otra cuadra.

2.2 Es fácil acobardarse ante un juez "grande"; es fácil envalentonarse ante un pobre porque es "pequeño". Pues bien, Jesús quiere que reconozcamos la grandeza del pequeño porque si no hemos entendido esto no hemos entendido nada del Evangelio.

2.3 Hay otro aspecto interesante en el texto de hoy. Tanto los salvados como los condenados hacen la misma pregunta: "¿cuándo te vimos...?". Esto indica que ni unos ni otros vieron. Los que se habrán de salvar entonces no serán los que "vieron" sino los que con su amor obraron como si vieran. Lo grande no es ver a Jesús y servirlo; lo grande es no verlo y servirlo, atenderlo y amarlo.


22. El juicio final

Fuente: Catholic.net
Autor: Oscar Pérez

Reflexión

Los enemigos de Cristo y de su Iglesia han logrado desfigurar la verdadera esencia y raíz del cristianismo. Algunos creen que el cristianismo consiste sólo en rezos y posturas piadosas. Esto, indudablemente, tiene su valor y es un medio válido para vivir la fe, pero no es lo único ni lo esencial.

Cristo, el día de hoy, nos viene a recordar cuál es la esencia de su mensaje: la caridad. La caridad no como mera filantropía, sino como verdadero amor a Dios que vive realmente en mi prójimo. Jesús nos lo dice clarísimo “a mí me lo hicisteis”, y además con ejemplos prácticos. Esta caridad brota naturalmente del amor a Dios. Si amo a Dios no puedo dejar de amar a mi hermano.

Además de los actos externos, la caridad se aplica a la palabra. Sí, este es uno de los campos más difíciles, pero también de los más hermosos. No basta conformarnos con no criticar a los demás, que ya sería bastante. Hace falta hablar bien de mi prójimo, promover lo bueno y silenciar lo malo, forjar el hábito de la benedicencia. No hace falta inventarse virtudes y cualidades donde no las hay, pero sí reconocer y hablar de las que tiene mi hermano.

Suena bonito, pero cuesta. Haz la prueba de hablar bien de tus hermanos tres veces al día, verás cómo no es tan fácil. Pero Dios lo quiere, y sobre todo, recuerda que Dios vive en tu prójimo.


23.

I. Jesús, al final de los tiempos vas a juzgarnos a todos. Es el juicio final, que es algo distinto al juicio particular. El juicio particular es el que tendré nada más morir; el final es la confirmación pública y solemme del jucio anterior, al final de los tiempos. El juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena (1). El resultado de este juicio es claro e irreversible: los pecadores irán al suplicio eterno, los justos, en cambio, a la vida eterna.

Jesús, me doy cuenta de que esta es la gran asignatura que debo aprobar, el gran examen que he de pasar al final de mi vida. Además, no hay examen de recuperación. Vale la pena, por tanto, que me prepare muy bien para ese momento. En realidad, es lo único que vale la pena; pues si al final no me salvo, ¿qué ganancia en la tierra me puede compensar la eternidad?

Pero, Jesús, ¿qué entra en ese examen? ¿qué me vas a preguntar cuando te tenga que rendir cuentas de mi vida? El temario es claro: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo (2). Y más en concreto, por temas: tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed... Porque todo lo que haga a otra persona, es como si te lo hiciera a tí.

II. ¿Quieres un secreto para ser feliz?: date y sirve a los demás, sin esperar que te lo agradezcan (3).

Jesús, servir a los demás no es sólo prepararse para ganar el cielo; es ganar el cielo ya aquí, en la tierra: servir es sinónimo de ser feliz, y también su consecuecia más inmediata. El triste no hace más que encerrarse en sí mismo y entristecerse más. Pero el que está feliz, se vuelca en detalles hacia los demás y aún es más feliz.

Jesús, ayúdame a imitarte en este punto. Ayúdame a servir sin esperar a que me lo agradezcan. Pero el servicio también tiene un orden. No puedo pretender servir en un país lejano y, a la vez, descuidar a los que me rodean. Por eso, en un principio, lo primero será tener detalles de servicio en caa: que puedan contar conmigo para gacer un recado, para poner la mesa, para vigilar a un hermano pequeño, para arreglar una silla, etc...

Si soy trabajador o estudiante, después de mi familia vendrá mi trabajo: servir significará ser competente, hacer bien ese trabajo, estudiar con profesionalidad, y aprovechar las mil circunstancias diarias para servir a los amigos y compañeros. A la vez, el trabajo bien hecho es una de las mejores maneras de servir a la sociedad.
________

Notas

1. Catecismo, 1039.
2. Cfr. Mt. 22, 37.39.
3. Forja, 368.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.


24. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

El Templo reconstruido en el post-exilio instituye el sacrificio para la expiación de los pecados. La descripción detallada la encontramos en los cap. 4 y 5 del Levítico. El sacrificio por el pecado tiene dos objetivos: legitimar la estructura social existente en Jerusalén, y recaudar el excedente del campo para el Templo. Este mecanismo ideológico es fundamental para entender la opresión sobre el pueblo que se vivía en tiempo de Jesús.

El Templo junto con los sacerdotes, los escribas y los fariseos desarrollan la ideología religiosa que encubre y justifica la opresión de los pobres de Israel al identificarlos con “los pecadores”. Jesús denuncia radicalmente esta ideología perversa que usa nada menos que el Dios humanizador por excelencia para justificar la deshumanización, y pone al descubierto los responsables de esta teología y sus mecanismos opresores. Estos son los verdaderos pecadores de Israel. Su pecado, deshumanizar y culpabilizar a los “pequeños”, no tiene otra raíz que una lectura inhumana de la Ley de Dios. Jesús trastoca esta dinámica ideológica: El reino de Dios viene para los pobres y marginados, aunque sean pecadores, porque en sacarlos de su situación inhumana está la alegría y la opción de Dios.
El discurso escatológico de Jesús en el evangelio de Mateo (cap. 24-25) tiene como fin la demolición de la ética opresora del Templo y en su lugar instaurar la ética universal de la vida humana.

Para entender esta intencionalidad del discurso escatológico es necesario ver con detalle su ubicación estratégica dentro del evangelio. El cap. 23 organiza la polémica contra los fariseos como introducción al cap. 25. En la estructura global de Mateo, este es el único caso de dos discursos que se suceden sin material narrativo que los separe. Es evidente que tienen una relación estrecha. Los fariseos son acusados de hipócritas, pues su monopolio, interpretación y práctica de la Ley legitima ideológicamente la creciente deshumanización. Al colocar la polémica inmediatamente antes del discurso escatológico, Mateo da a éste un carácter ético que no tiene Marcos ni Lucas. Luego vienen los capítulos 26-27 sobre la Pasión. El discurso en mención cierra pues las enseñanzas “terrenales” de Jesús a su comunidad discipular, situada como lo está frente al Templo, cuya destrucción anunciada es el marco ideal para su lanzamiento.

En el discurso se pone toda la tensión escatológica al servicio y al discernimiento de la ética. Estar vigilantes para cuando llega el Hijo del Hombre es estar realizando obras de justicia y solidaridad que superen las de los fariseos y los escribas. Esto, en últimas, es el criterio fundamental y último de salvación y vida plenamente feliz.

La atención se centra en los motivos del juicio de “todas las naciones”, determinado con base en las acciones de justicia con “estos, mis hermanos más pequeños” (Mt 25,40). El Hijo del Hombre que se manifiesta en su gloria con todos sus ángeles es el juez celestial del Apocalipsis de Enoc y de la tradición de la apocalíptica cristiana primitiva. Este es un juicio verdaderamente universal por un juez-rey que tiene plena autoridad sobre el universo humano. El juez-rey introduce un criterio de discernimiento inesperado para decidir sobre las “obras” de las naciones: quien reciba y cuida a toda persona necesitada recibe y cuida al Hijo del Hombre. El juez está presente, de una manera “escondida”, en todos los pobres de la tierra, y en su venida gloriosa juzgará a cada quien según le trató en “estos, mis hermanos más pequeños”. La escatología mateana se define a partir de esta conclusión: es en los pobres que está presente el Hijo del Hombre anunciado por la tradición apocalíptica. Este es su lugar privilegiado, no es el Templo!

Pero ¿cuál es el sentido del “fin” que presenta Jesús en este juicio, según Mateo? El juicio es una evaluación de la vida humana sobre el criterio de la justicia y la solidaridad con quienes se hayan en situación de empobrecimiento y precariedad. Es una evaluación sobre lo vivido en una época ya pasada. No obstante, llama la atención la ausencia de visiones sobre la condición futura que regirá en el “Reino de los Cielos” al que entrarán los “benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me diste de comer…”. Si bien es cierto que los “benditos” son “premiados”, la preocupación central es sobre los “malditos”, quienes han dado la espalda al dolor social humano. Su juicio en el tiempo presente es lo que interesa. Es un planteamiento radical sobre el actual estado de cosas. Sobre la injusticia, sobre la inequidad, sobre la insolidaridad, sobre la indiferencia. No hace un análisis global de sus causas, sino que cuestiona la acción de quines pudiendo ser solidarios no lo son o han optado por no serlo. El Hijo del Hombre viene en su gloria, pero también ya está aquí en medio nuestro, en las víctimas de las sociedades y las personas injustas e inhumanas. El concepto del “fin” dice algo fundamental sobre nuestro mundo y no sobre el futuro. El otro mundo posible depende de la capacidad de transformación del mundo presente. Otro mundo posible no es más que este mismo mundo pero transformado en la orientación de la justicia, la paz y la solidaridad.

El discurso se cierra planteando una nueva relación entre los seres humanos: la ética universal de la vida humana. Apostando por la vida de las personas estamos apostando por el encuentro y la relación con Dios. La divinidad es afirmada a partir de la afirmación de la humanidad. Cerrado el discurso se abre el relato de la Pasión. Jesús, jugándose la vida por la vida humana, es asesinado por las estructuras religiosas y políticas, que en su época representaba la ley, la justicia, la seguridad y la paz. El Templo ha trastocado la ética…