Himnos de Navidad
Nadie lo puede decir
“Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).
Misterio de la encarnación, misterio del
asombro que excede todo pensamiento, toda imaginación. Ya en la antigua
Alianza surgía el asombro. “¿Se oyó cosa semejante? ¿Hay algún pueblo que
haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo…? ¿Algún dios intentó
jamás venir a buscarse una nación…?” (Dt 4,32-34).
Pero todo esto es poco frente al Hijo de Dios
en brazos de una Virgen. Las cinco estrofas ponderan y aceptan. ¡Es
verdad! Dios encarnado es nuestro.
Podríamos terminar con una invitación
eucarística de Francisco:
“Mirad cómo se humilla (cf. Flp 2,8) cada día, lo mismo que
cuando desde el trono real (Sb 18,15), vino al seno de la Virgen;
cada día viene a nosotros en humildes apariencias; cada día desciende del
seno del Padre (cf. Jn 1,18) sobre el altar en manos del sacerdote”
(Admoniciones 1,18-18).
* * *
(Anotación musical. Musicalmente, como lo
indica la partitura, habrá que hacerlo a dos coros, interpretando
alternativamente cada una de las estrofas. Sólo la última, como signo de
unidad, se hará conjuntamente por los dos coros. El interludio, que puede
ser ejecutado en el armonio o con una sencilla flauta de madera, alivia un
poco la posible monotonía de la misma melodía repetida varias veces. No es
un villancico, sino una reflexión sobre el misterio de la encarnación. La
melodía recoge este carácter reflexivo).
Para escucharlo cantado
Nadie lo puede decir,
y tenemos que decirlo:
Fuera de casa y poblado
en un pesebre ha nacido.
Y era Dios entre nosotros
el Niño que así ha venido.
Nadie lo puede pensar
estando en su sano juicio:
con la sangre de mis venas,
con mis risas y gemidos,
Dios ha querido formar
el corazón de su Hijo.
Nadie lo puede aceptar
si no acepta este prodigio:
que una mujer pobrecilla
en su vientre ha concebido
y sin dejar de ser virgen
la Madre de Dios ha sido.
Nadie se puede atrever
si él no se hubiera atrevido:
con besos de nuestros labios
le damos a Dios cariño;
que primero en nuestra carne
él nos dio su amor divino.
Nadie se puede ausentar
por verse pobre e indigno,
que fueron de los pastores
los primeros villancicos:
¡Gloria a Dios en las alturas,
paz al mundo bien querido! Amén.
Himno compuesto el 25 diciembre 1976;
publicado en “Oración de la Horas” (Centro de Pastoral Litúrgica.
Barcelona) en diciembre de 1977. Recogido en: RUFINO MARÍA GRÁNDEZ,
capuchino (letra) – FIDEL AIZPURÚA, capuchino (música), Himnos para el
Señor. Editorial Regina, Barcelona, 1983, pp. 49-52.
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