-Aprovechar
el tiempo, que es breve
Las
tres lecturas de hoy -la de san Pablo también está escogida entre las cartas
que más miran a la última venida del Señor- son un canto al trabajo, a la
actividad, a saber aprovechar el tiempo, porque nunca sabemos cuándo se nos
acaba.
No
es superfluo mirar hacia adelante. No es de "alienados" el pensar en
lo que nos espera al final del camino. Es más bien, como nos decían las
lecturas del domingo pasado, la verdadera sabiduría. Como es sabiduría para un
estudiante pensar en el final del curso y sus exámenes ya desde octubre. Como
es sabiduría para un deportista ir acumulando puntos desde el principio de la
competición.
La primera lectura es una alabanza a la mujer trabajadora. Un buen
modelo, entre poético y realista, descrito en un marco más bien doméstico y
que hoy ciertamente nos gusta representarnos con mayor responsabilidad del
hombre en la casa, así como de la mujer en otras misiones fuera de ella. Pero
la imagen sirve: no quiere ser una apología de la mujer metida en casa. Quiere
-en la trilogía de lecturas de hoy- hacer un eco a la parábola de los
talentos: cada uno en lo suyo debe saber dar frutos para el bien común.
San
Pablo, a los cristianos de Tesalónica, que se ve que tenían problemas respecto
al tiempo, inminente o no, de la venida de Cristo, les urge a vivir en
vigilancia, porque el tiempo es breve y se puede acabar imprevisiblemente: las
imágenes del parto y del atraco son por demás elocuentes.
Pero
la parábola descrita por Jesús -siempre un modelo de pedagogía plástica- es
la que da el tono al mensaje bíblico de hoy: hay que trabajar los dones
recibidos; no sólo no malgastarlos -ninguno de los tres siervos lo hace- sino
multiplicar sus frutos. Cuando vuelva el señor pedirá a todos cuenta de los
dones que les había encomendado. No importa cuánto les dio, sino la diligencia
que han empleado para administrar lo poco o lo mucho que recibieron.
-Los
talentos que todos tenemos
Sí,
se puede echar en cara al pueblo judío el que después de tantos siglos de ser
el pueblo elegido de Dios no supieran dar los frutos.
Pero
nosotros también somos amonestados por la Palabra de Dios hoy. Porque todos
tenemos talentos a administrar.
En
un primer momento podemos pensar que Cristo nos habla de los dones del Reino,
los valores de la fe cristiana que de él ha heredado la comunidad eclesial: la
fe, la verdad, la gracia, la nueva alianza, los sacramentos, la fuerza
profética de su Palabra, el perdón... Pero además hay otros muchos valores,
entre humanos y cristianos, de los que Dios nos pedirá cuentas. Los ejemplos se
pueden multiplicar: ante todo la vida, que es el don fundamental; nuestro
cuerpo, sus fuerzas y su salud; nuestras capacidades intelectuales y
espirituales; las habilidades que cada uno posee para el arte, para la técnica,
para la enseñanza; la naturaleza misma, de la que somos dueños y
administradores (una alabanza para todos los que trabajan en pro de una
ecología sana en este mundo en que vivimos...).
Todo
ello nos lo ha dado Dios. Todo progreso de la técnica y del bienestar humano no
es algo que hacemos a pesar de Dios o contra Él: al contrario, Él es el que
nos ha encomendado que sepamos potenciar todo lo que el mismo Dios nos dio. La
plegaria eucarística IV le da gracias por ello: "a imagen tuya creaste al
hombre (Dios creador, el hombre, colaborador de esta creación), y le
encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su creador,
dominara todo lo creado...".
Nuestra
pregunta hoy es: ¿en verdad estoy dando rendimiento a las cualidades que tengo?
Hay mucho que hacer en la sociedad, en la Iglesia: ¿aporto yo mi colaboración,
o bien me inhibo, dejando que los demás trabajen? Mi salud, mi vida, mis
habilidades, las he recibido como bienes a administrar. No importa si son diez o
dos talentos: ¿los estoy trabajando, o me he refugiado en la pereza y la
satisfacción? Al final del tiempo -que no sé si será breve o largo- se me
pedirá cuenta. ¿Me voy a presentar con las manos vacías? ¿Se podrá decir
que mi vida, sea larga o breve, ha sido plena, que me he "realizado"
según el plan que Dios tenía sobre mí? Ha sonado un despertador en nuestro
calendario. Y lo volveremos a escuchar en domingos sucesivos. Un despertador que
nos habla de compromiso, de empeño constructivo, de actividad diligente para
que nuestra existencia sea provechosa y fructífera, para nosotros y para los
demás, sin dejarnos amodorrar por el sueño o la pereza.
Nuestra
Eucaristía dominical es también un recordatorio continuado de que los valores
de este mundo tienen un Norte, una meta: que esperamos la gloriosa venida de
Cristo, que toda nuestra vida tiene su razón de ser en Dios. Este pan y vino
que aportamos al altar, "frutos de la tierra y del trabajo del
hombre", son un símbolo elegante de que a la Eucaristía traemos como
materia el fruto de nuestro trabajo: así la vida entera, con sus fatigas y
éxitos, se suma a la entrega pascual de Cristo en la Eucaristía.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1981/21
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