24 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
8-15

8.

1. Del rechazo inicial al sí comprometido

De paradoja en paradoja vamos penetrando en el misterio del Reino de Dios; de escándalo en escándalo vamos comprendiendo toda la novedad del mensaje de Jesús. La parábola de los dos hijos es ilustrativa al respecto: el hijo que parecía desobediente resultó ser el obediente, el que parecía sumiso resultó ser rebelde.

La explicación inmediata la dio el mismo Jesús: hay dentro del judaísmo quienes afirman con sus labios cumplir la palabra de Dios, pero en realidad después sólo hacen sus caprichos; hay también quienes en un primer momento rechazan la Palabra con una vida disoluta y no-religiosa, mas cuando llega la hora de la conversión, cambian de vida y se reconcilian con el Padre. De esta forma los publicanos y las prostitutas entran al Reino, mientras que los sacerdotes, ancianos y fariseos permanecen fuera.

Como vemos, dentro de su contexto histórico, un tanto polémico, la parábola hace directa alusión al mensaje de Jesús y a la necesidad de cambiar de vida para entrar en el Reino. Nosotros procuraremos dar un paso más y ver en qué medida esta parábola del Reino tiene aún vigencia en nuestra vida cristiana.

La parábola analiza en pocos trazos la actitud religiosa de dos grupos bien definidos de creyentes; o, para ser más exactos quizá, dos momentos que pueden darse en un creyente, o dos aspectos de una misma personalidad que se dice religiosa.

Primer caso: de una conducta rebelde se pasa a la aceptación de la voluntad de Dios. Ante la invitación del padre a trabajar en su viña, el primer hijo responde espontánea y taxativamente: «No quiero.» Mas después lo piensa mejor y va a trabajar.

Tal persona se nos presenta como muy humana en su comportamiento. En un primer momento ve la voluntad del padre como una imposición a la suya propia; la rebeldía es casi la afirmación de su identidad, más que el rechazo del padre. Es la situación típica del adolescente que necesita afirmarse como persona a través de muchos «No» agresivos. La parábola -que no nos da un tercer caso donde el hijo diga «voy», y lo haga- parece considerar como normal en la vida del creyente una primera actitud de rebeldía. En efecto, un servil sometimiento a Dios sería precisamente lo opuesto a la voluntad de Dios, libre en su amor y deseosa de una respuesta libre por parte del hombre. En la medida en que éste se siente capaz de rebelarse y lo hace, se afirma como hombre, como si se diera cuenta de que entregar la propia voluntad en manos de otro en forma indiscriminada es algo que atenta gravemente contra sí mismo.

Podemos así interpretar un tiempo en la vida del creyente en que tiene derecho a decirle No a Dios; tiene derecho a medir el significado de una entrega que, en ningún caso, puede significar la renuncia a su propia identidad y opción. Podemos así, incluso, llegar a la paradójica conclusión de que el pecado es visto por Dios no como algo aborrecible por sí mismo en la medida en que es afirmación del hombre en su derecho a elegir; lo que sí aborrece Dios -hablando en términos humanos- es la actitud farisaica y santurrona de quienes ya se consideran justos y sin necesidad de cambio alguno. Esta es una de las escandalosas conclusiones del Evangelio...

El pecado entra a jugar un papel positivo en la vida de fe en la medida en que nos permite vernos tal cual somos para saber después qué es lo que elegimos. Dios prefiere este largo camino, saturado de libertad y de fracasos, al camino corto de los que dicen sí a todo pero no se comprometen en serio con nada.

Sin embargo, es importante insistir que la parábola no alaba el rechazo al padre como tal, sino el proceso de ese hijo que pudo, desde ese rechazo instintivo y violento, llegar hasta una aceptación voluntaria y pensada del querer del padre. (Tampoco la parábola trae un cuarto hijo que diga «no» y se mantenga firme en su negativa...) Una vez más resalta la pedagogía del Reino, tan opuesta y distinta a una pedagogía al servicio de los intereses de una institución religiosa; la pedagogía del Reino no tiene prisa en recoger frutos del hombre, no quiere frutos prematuros que después serán muertos por la helada tardía. Dios sabe esperar al hombre, le deja tiempo para que piense sus decisiones, para que reflexione sobre todo el alcance de un compromiso que -para ser tal- debe tener un cariz definitivo. Un Dios que no se escandaliza por la debilidad humana, ni por el pecado, ni por la rebeldía: por ese trance ha de pasar todo hombre que quiera liberarse interiormente. El pecado nos confiere la experiencia de las ataduras interiores, y eso tiene un valor inmenso a la hora de elegir.

Nos admira descubrir a este Dios tan «humano», tan maduro en respetar al otro aun en una decisión adversa. Es que toda pedagogía de la liberación pasa por este trance, doloroso, sí, pero inevitable: el trance de ser consciente de que, si no se es uno mismo en un acto libre, toda respuesta que se dé no tiene valor. Se trata de una pedagogía escandalosa que jamás aceptarán quienes no gozan de su propia libertad interior; sólo personas serviles y domesticadas pueden exigir una respuesta servil al educando. Consoladora conclusión de esta primera reflexión: Dios nos da tiempo para que le respondamos; no nos apresuremos a escribir buena letra antes de tiempo. Estudiemos y reflexionemos el Evangelio, probemos si es el caso otros esquemas de vida, afirmemos nuestra personalidad de alguna manera... para que nuestra opción de fe sea sentida como un gesto esencialmente libre y definitivo. Es importante que el hombre que busca vivir en libertad, lo consiga. Jesús tiene la seguridad de que su Evangelio no defraudará al hombre sincero..., por eso nos espera. Arriesga por nosotros mucho más de lo que nosotros arriesgamos: respeta, espera y confía. Hasta ahí llega él. El resto es nuestro.

2. El sometimiento de los sumisos

OBEDIENCIA/QUÉ-ES: Segundo caso: una conducta sumisa y conformista conduce al fracaso del proyecto humano. Es la otra cara de la moneda. Desgraciadamente hemos confundido obediencia con sumisión, respuesta con sometimiento, entrega con opresión. Es interesante aquí observar que la misma palabra «obediencia» implica antes que nada una actitud de escucha (audire) del otro; obedecer no es someterse al otro porque es autoridad o puede más que nosotros. Es escuchar su llamada, escucharla desde dentro de uno mismo, como una invitación a salir al encuentro del otro. Esa respuesta que se da, libremente, es auténtica obediencia... si bien la palabra obediencia está ya tan deteriorada que mejor será que empleemos otra más adecuada para nuestros tiempos.

El gran peligro de nuestra formación cristiana es el aplastamiento del individuo ante el peso de las órdenes impuestas. Las personas débiles o conformistas, o las que piensan especular después con su sometimiento servil, se colocan la máscara de la obediencia, pero solamente la máscara. Hay muchas maneras de adoptar esta postura: con la máscara del cumplimiento cultual que nos deja "libres" para el resto de las acciones; la máscara del conocimiento de la Biblia, de la teología, de la religión, que nos da la apariencia de hombres religiosos, aunque pueda dejar incólumes las áreas del afecto y de la conducta; la máscara de la sumisión a la autoridad religiosa, medrando a la sombra de los que mandan, con lo que salvamos muy bien nuestro prestigio dentro de la institución mientras que nuestro mundo interior permanece ajeno a todo proceso de cambio; la máscara de la asimilación de las pautas culturales que nos dan un viso de honestidad, lo que nos permite dar rienda suelta a los sentimientos de la envidia, del desprecio de los demás, de la propia superioridad, etc.

De esta religiosidad enmascarada se ha hablado mucho a lo largo de los siglos, pero parece como si los cristianos temiéramos deshacernos de ella totalmente. Las apariencias pesan demasiado como para que tengamos el coraje de mostrarnos tal como somos. Quizá hoy estemos viviendo en nuestro país una hora que puede ser decisiva al respecto, al menos para quienes quieren darse por enterados de lo que está sucediendo. Esta es la hora en que se va a descubrir si el edificio tiene algo más detrás de su fachada... Importante segunda conclusión: jamás confundamos la aceptación de la fe con un vil sometimiento a normas y prescripciones que se dicen venidas de lo alto. Nada más opuesto al Evangelio que esta actitud que si prostituye al hombre, imposibilitándolo para todo proceso de liberación interior, termina por prostituir la imagen de Dios -tal como ha sucedido en nuestro continente- como si El fuese el endiosamiento de la prepotencia.

«La verdad os hará libres», sentenció Jesús, y cada página del Evangelio corrobora esta afirmación. La aceptación del Evangelio no es lo primero en la vida de un creyente; en todo caso es el fruto de un proceso que implica necesariamente: reflexión - conciencia interior - opción libre y compromiso.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 259 ss.


9. VIÑA/SIMBOLO:

-TRABAJADORES DE LA VIÑA

El evangelio de hoy podría dar pie, si lo tratáramos superficialmente, a una homilía muy moralista sobre si obedecemos o no lo que se nos manda, sobre si protestamos o no, o sobre la tentación de engañar para eludir las propias obligaciones. Y no se trata de eso: Jesús va mucho más lejos. Es verdad que la historia de los dos hijos tiene una aplicación muy inmediata, que puede ser aprovechada, sobre el hecho de que lo que cuenta es lo que cada uno hace y no lo que dice, y sobre la capacidad que todos tenemos de quedar bien sin luego cumplir. Pero también es verdad que Jesús está ofreciendo una llamada al seguimiento mucho más global, que afecta mucho más allá de este o aquel comportamiento concreto.

Jesús habla de la llamada de Dios a ir a trabajar a la viña. Y bien sabemos que la imagen de la viña tiene una gran fuerza en la Escritura y en la enseñanza de Jesús: ya apareció la viña el pasado domingo, y aparecerá de nuevo el domingo próximo, resaltada además por la primara lectura. El Padre envía a sus hijos a trabajar a la viña: el Padre nos dice a todos, a todo hombre, que trabajemos para su Reino. Que vayamos "hoy", dice: ahora, a cada momento, con toda la vida, en toda circunstancia. Y resulta que algunos dicen que sí pero en realidad no trabajan por el Reino, mientras que otros que dicen que no en realidad sí trabajan.

La historia, en boca de Jesús tiene un destinatario claro, que es el pueblo de Israel: Israel es el pueblo que oficialmente ha dicho que sí a Dios, pero que a la hora de la verdad no sigue lo que Dios quiere, no sigue el Evangelio de Jesús. Israel no entiende que trabajar en la viña significa tener como criterio el amor y el servicio a todo hombre y sobre todo a los pobres y no la seguridad de la Ley (o quizá sí lo entiende pero no está dispuesto a asumir la ruptura y la inseguridad que ello representa). Y en cambio, fuera de la "legalidad" israelita sí hay gente (representada aquí por los "publicanos y prostitutas", que después de la resurrección de Jesús equivaldrán a todo el mundo pagano, los que quedan al margen de la salvación de Israel) que está dispuesta a seguir este camino. Mas allá de la época de Jesús, en nuestra época, quizá los destinatarios de la historia seamos nosotros. Nosotros se supone que somos los que hemos dicho que sí iremos a trabajar a la viña. Y, ¿realmente vamos? ¿realmente nuestra vida está puesta al servicio del amor plenamente vivido, de la dignidad para todo hombre, de la destrucción de toda desigualdad y dominio, del perdón dado sin condiciones, de la voluntad de valorar en todo hombre lo que tiene de bueno y no de destacar aquello en que falla, de la limpieza de corazón? Y en cambio, hay a nuestro alrededor gente que no constan como trabajadores de la viña pero que en realidad sí trabajan en ella.

Y lo grave es que, encima, nosotros a menudo nos negamos incluso a reconocer su trabajo: como no son "de los nuestros", seguro que son malos... ¡Y lo mucho que podríamos aprender de ellos! (Como ocurrió con Juan en la época de Jesús: los dirigentes del pueblo no fueron capaces de escucharlo: porque les parecía demasiado "extravagante", y sobre todo porque les exigía un cambio al que no estaban dispuestos).

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/18


10.

-La relatividad de "buenos" y "malos". O, ante Dios no hay clases En primer lugar, en este comentario a las lecturas que acabamos de escuchar, podríamos detenernos en la lectura del profeta EZEQUIEL. Habla de justos y malvados. Expresiones que corresponden a nuestra habitual manera de clasificar a los hombres: buenos y malos. Pero resulta que Ezequiel afirma que estas expresiones -y lo que es más importantes: el que cada uno se considere "justo" o "malvado"- son muy relativas. Mejor dicho: que nada significan.

Que lo que importa ES AQUELLO QUE SE HACE. Si quien se considera justo obra mal, de nada le sirve la consideración propia o de los demás. Y si quien se considera -o es considerado- pecador deja de obrar el mal y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida.

Creo que hay una expresión del profeta que importa notar. Porque nos descubre un aspecto muy característico de lo que fue la Buena Noticia de JC. Releamos las palabras de Ezequiel: "Si el malvado RECAPACITA Y SE CONVIERTE de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá". Es la firme esperanza en el amor perdonador de Dios que JC nos enseña. Es lo que confiere VERDAD AL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA: confesar el pecado, es decir, reconocerlo ante Dios, significa proponerse dejar el camino del mal para seguir el camino de JC, el camino de justicia y bondad. O sea, vivir en comunión con Dios.

-Una petición: conocer el camino En segundo lugar podríamos recordar las palabras que hemos leído en el SALMO: "Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día estoy esperando". Me parece que estas palabras no precisan comentario. Sólo cabría decir que ésta debiera ser nuestra plegaria más frecuente, más honda. En una palabra, NUESTRA PLEGARIA. Conocer el camino que el Señor espera de nosotros, su camino de verdad, que es camino de vida, de amor, de justicia, de bondad. Un camino que hemos de buscar y por el que hemos de avanzar confiando no en nuestras fuerzas sino esperando -"todo el día"- en nuestro Dios y Salvador.

-El camino: los sentimientos propios de una vida en JC Y esto enlaza con una expresión de la carta de SAN PABLO. Una expresión muy típica del apóstol: "tened entre vosotros los SENTIMIENTOS PROPIOS DE UNA VIDA EN CRISTO JESÚS". A menudo nos hallamos en situaciones, con problemas, que no sabemos cómo resolver. Ante una situación personal, familiar, de trabajo, de problemas colectivos, ¿qué hacer? El evangelio NO APORTA SOLUCIONES prefabricadas a nuestros problemas de aquí y de ahora, PERO APORTA UNA CIERTA MANERA de vivirlos, algo que es característico del cristiano: procurar vivirlos y meterse en ellos y resolverlos con "los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús".

POR ELLO CADA DOMINGO renovamos su memorial. Por ello comulgamos con su cuerpo y su sangre. Para que El viva en nosotros. Es decir: para que continuemos su camino. Ciertamente no es fácil.

Pero nuestra ambición debe ser ésta: vivir reinventando en todo lo que hacemos aquello que haría JC.

-De nuevo: lo que importan son los hechos Finalmente, la expresivísima parábola que hemos escuchado en el EVANGELIO. El hijo que dice "no quiero" pero va; el hijo que dice "voy" pero no va... ¡Cuántas posibles concreciones podríamos hallar en NUESTRA SOCIEDAD! ¡Cuánta gente que presume de ser cristiana, religiosa, cumplidora, pero es injusta, egoísta, rencorosa! Y cuánta gente que quizá parece todo lo contrario, pero es quien ama, quien lucha por la justicia, quien es -sencillamente- buena gente.

Hoy, como en tiempos de JC, ES "PALABRA DE DIOS" LA FRASE ESCANDALOSA: "Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios". Y -como decía JC- quien tenga oídos par oír, que escuche.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1981


11.

En el evangelio de hoy aparecen de nuevo la viña y los primeros y los últimos, que toman la delantera. Como en el del domingo anterior. Pero ahora no se trata del propietario y los jornaleros, sino de "un hombre que tenía dos hijos", como aquel que encontramos en el tercer evangelio, en la parábola del hijo pródigo. Y aparecen nuevos conceptos: la oposición entre buenas palabras y buenas actuaciones; la reflexión, el arrepentimiento, el cambio de actitud.

1. La primera lección que se desprende de la parábola es clara: LO QUE VALE SON LOS HECHOS; NO LAS BUENAS PALABRAS. El segundo hijo se apresuró a responder, atento él: "Voy, Señor". Pero no fue.

A lo largo de los evangelios, Jesús se hace notar por su realismo. Lo que Dios quiere de nosotros no es, simplemente, que recemos, que cumplamos las prescripciones religiosas, que vayamos a misa y a las fiestas de la Iglesia. No. Quiere que trabajemos en su viña. En el evangelio de Mateo están unas palabras que todos recordamos: "No todo el que me dice "Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo" (/Mt/07/21).

¿No es precisamente esa una de las tradicionales acusaciones contra los cristianos y contra la Iglesia: que mucho rezar y muy buenas palabras y sermones... pero que nuestra vida no es lo que debería ser? He aquí, pues, una buena ocasión para examinarnos. Porque al Padre del cielo nadie lo engaña, ni se satisface con buenas palabras. No se trata de decir, sino de hacer.

Los "sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo" se habían apresurado a decir que sí enseguida: ¡faltaría más! Pero su vida, por el contrario... Entretanto, "los publicanos y las prostitutas" había prestado atención a la predicación de Juan, el Bautista, y ahora escuchaban a Jesús. Por eso, "os aseguro que os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios".

Palabras escandalosas, éstas. ¿Os lo imagináis? ¡Un verdadero insulto! Con ellas Jesús justifica su comportamiento, que salta por encima de los convencionalismos sociales. Y ya sabemos cuán cara pagó su osadía.

2. Pensemos ahora en nosotros. Nos resulta fácil decir: aquellos sacerdotes, aquellos fariseos, aquellos escribas, ¡cuán cerrados y endurecidos estaban! Pero, ¿y nosotros? Porque me parece que no estamos tan lejos...

¿Sabéis cual era su mal? ESTAR SATISFECHOS DE SI MISMOS, TENER MUY APRENDIDAS SUS REGLAS, conocer perfectamente su juego. Así estaban seguros y tranquilos. ¿Quién tenía que enseñarles nada? Ellos cumplían. ¿Les gritaba Juan? ¿Jesús no les aplaudía? ...¿Juan?: ¡un exagerado, un extremista! ¿Jesús?: uno que se hace con cualquier tipo de gente, con "esta chusma que ignora la Ley: son unos malditos" (Jn 7, 29). Todo quedaba claro como el agua. Todo el mundo estaba bien clasificado, como en un museo; como en una colección de minerales o de insectos: aquí, los buenos; allí, los menos buenos; más allá, los malos. Todos con su ficha, que lo explicaba claramente. Todos fijos y clavados dentro de la caja, como las mariposas con la aguja. Todo demasiado claro. Tan claro, que impedía ver cómo aquel primer hermano, que había dicho que no, pronto se arrepentía y tomaba el camino de la viña. Mientras ellos, como el segundo hermano, se contentaban con buenas palabras y andaban a lo suyo, jugando el juego social y religioso, como ellos mismos lo habían establecido, y a su servicio...; pero no iban a la viña que Dios quería. Tan claro, que no tenían porqué prestar atención a nadie que se atreviera a llevarles la contraria o hacerles alguna advertencia. ¿Convertirse, ellos?, ¿cambiar de forma de pensar o de comportarse?, ¿hacer caso de aquel galileo?

3. Jesús les habría podido replicar con las palabras de Ezequiel que leíamos en la primera lectura: "¿Es injusto mi proceder?, dice el Señor; ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de la justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida".

No: LAS COSAS NO ESTÁN DETERMINADAS Y HECHAS DE UNA VEZ PARA SIEMPRE. El mundo cambia y los hombres cambiamos. Nunca podemos sentirnos seguros y tranquilos y juzgar a los demás con clisés ya hechos: "ese es esto; aquel, es lo otro; aquella, nunca ha hecho nada bueno". ESTAMOS ATENTOS A LA VIDA DE CADA DÍA -LA VIÑA DEL PADRE- Y ESCUCHAMOS AHÍ LAS LLAMADAS DE DIOS. No se trata de decir:

"Voy, Señor", y quedarse tranquilos y satisfechos. Sino de ir de verdad; de esforzarse. Y de no escandalizarse demasiado pronto de los demás: ¿Dónde están, hoy, los publicanos y las prostitutas que nos llevan la delantera en el Reino de Dios? Porque también hay, también. Estemos atentos, pues. Y cuando algo nos sorprende -el comportamiento de una persona, las palabras de un predicador, las reflexiones de un compañero, las críticas de un joven...- no corramos a condenar a los demás y a justificarnos nosotros. Porque, por mil caminos inesperados, puede sorprendernos la llamada del Señor.

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1978/17


12. AUTOSUFICIENCIA/CV 

¡Nunca fueron los publicanos gente recomendable! No se está muy lejos de la realidad si se les compara con los ladrones públicos.

En cuanto a las prostitutas, ¡no hace falta trazar su perfil! ¡Ninguna meditación evangélica podrá jamás suprimir nuestro asombro cuando las veamos encabezar el cortejo para entrar en el Reino de Dios! De todas maneras, las primeras asombradas serán ellas. Ya sé que se debe matizar y no extrapolar una situación a otra. Pero ello no impide que el Evangelio no deje de repetirnos que la medida de la gracia divina es ajena a los sistemas que nosotros elaboramos sobre la base de nuestras "buenas costumbres". A Dios sólo una cosa le interesa de verdad: la confianza que el hombre pone en su palabra de salvación.

¿Cómo puede uno ser pobre si se cree rico en virtudes? ¿Cómo podrá clamar a Dios si tiene puesta su confianza en su propia fuerza? El publicano quedó justificado no por haber robado, sino por haber creído en quien le invitó a seguirle. Asimismo, no se canoniza al santo por haber acumulado méritos, sino por haber creído en la gracia del que salva a los pobres. Juan Bautista concitó contra sí la furia de los sacerdotes y de los ancianos por haber acogido a todo hombre sin pedirle otra cosa que la conversión del corazón; el pasado del que se convertía le importaba muy poco. Pero la conversión, preciso es reconocerlo, es rara entre los bien-pensantes.

Cuando Jesús venga al mundo, allí estarán unos pastores para reconocerle. Pero no nos engañemos: aquellos pastores estaban conceptuados como gente poco recomendable. En el Evangelio, el escenario es continuamente el mismo: siempre es acogido el Mesías por un pequeño resto formado por pobres. Por los que todavía hoy son llamados "la pobre gente".

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL/SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 46


13.

ARREPENTIRSE PARA VIVIR

-Los pecadores, salvados por la fe y el arrepentimiento (Mt 21, 28-32) El pasaje proclamado hoy puede parecer incoherente, ya que la primera parte no tiene nada que ver con la segunda. Además, podría parecer que la primera parte no presenta sino un simple caso moral: lo que cuenta no son las palabras ni las intenciones, sino el acto mismo. Es evidente que los sumos sacerdotes y los ancianos no tenían ninguna dificultad en reconocer que quien había cumplido la voluntad del padre era el que la había hecho, aunque después de haberse negado a ello.

Sin embargo, semejante lección sobre la obediencia es un poco corta. Y se experimenta además una cierta dificultad en admitir que san Mateo haga seguir a esta parábola una conclusión que aparentemente nada tiene que ver con ella. La impresión es real, y de hecho algunos misales o leccionarios dejan un espacio entre el primer párrafo sobre la obediencia de los hijos, y el segundo que es el que refiere la sentencia de Jesús. Para entenderlo mejor, pues, leamos el texto encuadrándolo más ampliamente. Jesús ha entrado en el templo y enseña. Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo le preguntan con qué autoridad adopta la actitud de enseñar. Jesús responde con una pregunta: "El bautismo de Juan, ¿de donde era?, ¿del cielo o de los hombres?". Los interlocutores se ven en un aprieto. Responder: del cielo, sería incurrir en una sinrazón, ya que en ese caso, ¿por qué no le creyeron? Y si respondían: de la tierra, corrían el riesgo de que la gente, que creía que Juan era un profeta se encolerizara. La respuesta de los judíos fue diplomática: "No sabemos". Jesús entonces se negó a responder a su pregunta (Mt 21, 23-27).

Aquí se inserta nuestro texto de hoy. Recordémoslo: se trata de un contexto de fe y de obediencia, en el que los interlocutores de Jesús no han querido arriesgarse, ya que se niegan a creer y a obedecer. Pero Jesús no abandona el problema, y les presenta la parábola de los dos hijos: uno. que se niega a ir a trabajar a la viña, pero que, arrepentido, va; el otro, que dice que sí irá, pero que no va. Ahora se entiende el sentido del párrafo segundo: Vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creisteis; los publicanos y las prostitutas, en cambio, sí le creyeron; ellos, aun después de ver esto, no se arrepintieron para creer en su palabra. Se ve el paralelismo entre esta diferenciación y la propuesta en los dos hijos de la parábola. Por lo tanto, para entender la parábola de hoy y su conclusión, debemos tener en cuenta el relato que antecede. En efecto, los interlocutores de Jesús no han creído en Juan, son como el primero de los hijos que se negó a obedecer. Pero ese primer hijo se arrepintió y obedeció, mientras que los interlocutores de Jesús, aun después de haber visto a las prostitutas y a los publicanos decir sí y asentir a Juan, no se han convertido. Prostitutas y publicanos, pues, les llevará la delantera en el Reino de los cielos.

Por otra parte, la parábola de los dos hijos enviados a la viña hace pensar en la de los viñadores homicidas, que va inmediatamente después del pasaje hoy. También ahí encontramos la negativa a recibir a Jesús y a creer, llegando hasta el odio y la condena a muerte de Cristo.

Se trata, por lo tanto, de recibir a Jesús en la fe. Recibirle no significa únicamente aceptarle conceptualmente, sino actuar. Obedecer y creer en él: tal es la lección que tenemos que sacar del evangelio de hoy. Creer, con los propios actos, es decir, convertirse y adecuar la propia vida a lo que se cree.

-Apartarse de las faltas para ser salvado (Ez 18, 25-28) Esta profecía es una llamada a la conversión: "cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida". Y también: "Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá". Asistimos a un supuesto diálogo entre el Señor y su pueblo. Este encuentra extraño el proceder del Señor. ¿Por qué? El profeta ha explicado de parte de Dios la responsabilidad personal tanto en el pecado como en la abstención del mal. Dios, sin embargo, no se complace en la muerte del pecador; su deseo es que viva, pero él ha de renunciar a su conducta. La conversión, pues, se le ofrece al hombre y complace a Dios. Pero también el justo puede faltar a la fidelidad, en cuyo caso hallará la muerte. Si la conversión es posible, también lo es la infidelidad. Eso es lo que encuentran extraño los oyentes del profeta. El Señor responde a su crítica. Si el justo se aparta de su justicia, se pervierte y muere en ese estado, muere por la maldad que cometió. No habrá aprovechado los medios que el Señor le dio para vivir.

El texto nos conduce al evangelio del día: el rechazo de Dios, el rechazo de la conversión. Siempre, no obstante, queda lugar para la conversión. El peligro consiste en la inconsistencia de las disposiciones que pueden ser cambiantes. El problema de la fidelidad es fundamental; se puede decir sí, y a continuación no ser consecuente con la propia decisión; se puede decir no, y convertirse después. Nuestra meditación de hoy recaerá, pues, sobre el ofrecimiento que Dios nos hace de la salvación; lo que hizo en tiempos pasados, lo hace también ahora. Por otra parte, tenemos que velar por la constancia en el amor y en la fidelidad al Señor, si queremos hallar el Reino.

Como se ve, la vida del justo es delicada; su respuesta debe ser recta y fiel; continúa sometido a posibles fluctuaciones contra las que hay que luchar. El salmo 24 es una plegaria para que el Señor le conceda luz y perdón:

Señor, enséñame tus caminos...
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 48 ss.


14.

-¿Y qué os parece lo que os voy a decir?"

Jesús pregunta de nuevo. Como buen educador, procede a menudo con interrogaciones más que con afirmaciones, a fin de provocar una reflexión personal. Admiro esta actitud, de respeto a la libertad. Es preciso que el hombre contribuya a su propia salvación ¿Y yo? ¿Machaco a los demás mis verdades queriendo imponerme? Particularmente en educación, ¿pongo el mismo cuidado que Jesús en suscitar la participación personal y en ayudar a reaccionar por sí mismo?

-Un hombre tenía dos hijos, y llamando al primero le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña" Y él respondió: "No quiero." Pero después, arrepentido, fue. ¡Cuan bella es esta sugerencia del Señor! según estas palabras: se puede hacer penitencia, se puede cambiar de vida después de haber dicho "no". Tú eres, Señor, el que da una oportunidad a los débiles, a los que no han sabido enseguida decir "sí'.

-Llamando al segundo, le dijo lo mismo, y aunque respondió: Voy, Señor, no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del Padre? No, ciertamente, las bellas palabras no bastan. Los asentimientos meramente verbales no engañan a Dios. Estamos entre la espada y la pared, nuestros "actos" son los que cuentan. Esto es lo que el mundo moderno admira mucho en lo que llama "eficacia". Bajo este aspecto tú, Señor, eres ciertamente de nuestro tiempo. Pero qué exigencia. Yo me reconozco a menudo en el que dijo "Sí ' y no lo hizo. Ayúdame Señor, para que todos mis actos sean según la voluntad del Padre.

-Y Jesús prosiguió: En verdad os digo que los publicanos y las rameras os precederán en el Reino de Dios ¿Cómo pronunciaste estas palabras, Señor? ¿En un tono colérico, fuerte? ¿En un tono de profunda pena? Palabra inolvidable. Que contiene todo Tu amor por los más pobres, los más despreciados. Los seres humanos más decaídos en apariencia son los que Tú defiendes preferentemente, por un reflejo de amor hacia ellos. Y es verdad. Durante tu vida en Palestina, los que se creían justos no te necesitaron. Pero los pecadores y las pecadoras corrieron tras de ti, como hacia su salvador. Sepa yo también hacer de mis pecados una ocasión misteriosa de aspirar hacia el Reino de Dios, y de desear la gracia que me salve de mis limitaciones.

-Por cuanto vino Juan por las sendas de la justicia, y no le creisteis. Todavía hoy, y a mi alrededor, en el mundo contemporáneo, hay llamadas de este género. Me paro a observarlas en los acontecimientos, en las personas. ¿Estoy siempre abierto a estas llamadas? ¿Me dejo arrancar de mi tranquilidad y de mis "esclerosis", por los profetas de hoy?

-Al mismo tiempo que los publicanos y las rameras le creyeron. Por segunda vez, en el mismo texto, Jesús pone como ejemplo las mujeres de mala vida, no por su mala vida, evidentemente, sino por su capacidad de renovarse y de convertirse. Todo es posible para ti, Señor. Tú crees en la posibilidad de cambiar que tiene el corazón humano, allí donde decimos: no hay nada que hacer. Haz, Señor, que ningún pecador desespere de un cambio en su corazón.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 34 s.


15. FE/DICOTOMIA: INSTALARSE EN LA FE

Pero no fue...

Son bastantes los cristianos que terminan por instalarse cómodamente en su fe sin que su vida apenas se vea afectada lo más mínimo por su relación con Dios.

Se diría que su fe es un añadido, un complemento de lujo o una nostalgia que se conserva todavía de los años de la infancia. Pero no algo nuclear que anima su vivir diario. Cuántas veces la vida de los cristianos queda cortada en dos. Actúan, se organizan y viven como todos los demás a lo largo de los días, y el domingo dedican un cierto tiempo a dirigirse a un Dios que está ausente de sus vidas el resto de la semana.

Cristianos que se desdoblan y cambian de personalidad según se arrodillen para orar a Dios o se entreguen a sus ocupaciones diarias. Dios no penetra en su vida familiar, en su trabajo, en sus relaciones sociales, en sus proyectos o intereses.

La fe queda convertida así en una costumbre, un reflejo, una "relajación semanal" como diría J. Onimus y, en cualquier caso, en una prudente medida de seguridad para ese futuro que tal vez exista después de la muerte.

Todos hemos de preguntarnos con sinceridad qué significa realmente Dios en nuestro diario vivir. Lo que se opone a la verdadera fe no es, muchas veces, la increencia sino la falta de vida.

¿Qué importa el credo que pronuncian nuestros labios, si falta luego en nuestra vida un mínimo esfuerzo de seguimiento sincero a Jesucristo?

¿Qué importa -nos dice Jesús en su parábola- que un hijo diga a su padre que va a trabajar en la viña, si luego en realidad no lo hace? Las palabras, por muy hermosas y conmovedoras que sean, no dejan de ser palabras.

¿No hemos reducido, con frecuencia, nuestra fe a palabras, ideas o sentimientos? ¿No hemos olvidado demasiado que la fe es una actitud ante Dios que da un significado nuevo y una orientación diferente a todo el comportamiento del hombre?

Los cristianos no deberíamos ignorar que, en realidad, no creemos lo que decimos con los labios sino lo que expresamos con nuestra vida entera.

Los creyentes hemos llenado de palabras muy hermosas la historia de estos veinte siglos, hemos construido sistemas doctrinales monumentales que recogen el pensamiento cristiano con hondura, pero la verdadera fe hoy y siempre la viven aquellos hombres y mujeres que saben traducir en hechos el evangelio.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 113 s.