25 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
16-25

16.

1. Decir y hacer. 

La parábola de los dos hijos el primero de los cuales se niega a obedecer a su padre,  pero luego se arrepiente y cumple su voluntad, mientras que el segundo promete  obedecerle, pero no cumple su promesa -contiene en el fondo, si se la contempla a la luz de  todo el evangelio (con su conclusión sobre los fariseos y los pecadores), dos enseñanzas.  La primera es que una conversión tardía es mejor que el fariseísmo que cree erróneamente  no tener necesidad de conversión: Jesús no ha venido a invitar y a curar a los que creen  tener buena salud, sino a los enfermos (Mt 9,12s). La segunda distingue claramente entre  decir y hacer, entre los piadosos deseos con respecto a Dios, con los que uno puede  engañarse a sí mismo porque piensa haber hecho ya bastante, y las obras efectivas que a  menudo realizan personas cuyo comportamiento externo no permitiría sospechar que son  capaces de realizar tales obras. Volvemos a encontrar aquí la enseñanza de Jesús a  propósito de los que dicen «Señor, Señor» (al final del sermón de la montaña) y de la casa  construida sobre arena y no sobre roca. Estas dos enseñanzas del evangelio se explican  muy bien en las lecturas.

2. Conversión tardía. 

La primera lectura, del profeta Ezequiel, se refiere a la conversión tardía. Los caminos de  la vida son confusos y no pocas veces inextricables. El hombre puede perderse primero en  los dominios del pecado, lejos de Dios. Quizá dice, como el primer hijo del evangelio, un  claro no al Padre. Pero para poder pronunciar este no es preciso haber oído antes la  exigencia divina, y como ésta deja siempre un eco en el alma, el pecador se siente  incómodo con su conducta. La mala conciencia le persigue y por así decirlo le estropea el  placer que proporciona el pecado: murmura como Israel contra el Dios aguafiestas: «No es  justo el proceder del Señor» (Ez 18,2S), pero sabe que Dios no puede ser injusto. Es lo que  le sucedió a la pecadora arrepentida que regó con sus lágrimas los pies de Jesús en casa  del fariseo (Lc 7). Una conversión, aunque sea tardía -piénsese por ejemplo en la  conversión del buen ladrón en la cruz-, es un acontecimiento tan esencial para Dios que  éste lava todos los pecados anteriores en silencio y comienza una contabilidad totalmente  nueva en la vida del pecador convertido. Los datos de esta vida no son agregados o  sumados al final, en el juicio, sino que, cuando comienza la nueva vida, se produce un  borrón y cuenta nueva. Por eso los publicanos y las prostitutas pueden llegar al reino de los  cielos antes que los fariseos.

3. Lo importante es hacer. 

La segunda lectura muestra que lo realmente importante no es decir sino hacer. El  ejemplo más eminente es el propio Jesucristo, que se despojó de su rango, tomó la  condición de esclavo y se hizo obediente a Dios hasta la muerte de cruz. Aquí no se habla  para nada de sus enseñanzas, sino únicamente de su acción, aunque ciertamente Cristo  pronunciara ya todas sus palabras en obediencia al Padre. Y la gran exhortación de Pablo  a la comunidad pretende únicamente lograr que todos sus miembros tengan los  sentimientos que corresponden a una vida en Cristo Jesús. Al igual que Cristo no hizo  alarde de su categoría divina, sino que murió en la cruz por todos sus hermanos y  hermanas, así también el cristiano no debe pensar primero en sí mismo, sino considerar  «superiores a los demás», algo que sólo es posible teniendo la humildad de Cristo, que se  pone en último lugar y no hace nada por «envidia ni por ostentación». El sí del segundo hijo  del evangelio era pura ostentación: quería aparecer como el hijo modelo, con lo que se  convierte automáticamente en un falso miembro de la comunidad de Cristo. 

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 106 s.


17.«EL TERCER HIJO» 

Al leer el evangelio de este domingo, me parece ver ante mí un gran esquema gráfico. En  él veo dibujadas unas circunferencias concéntricas. Y, en cada una de ellas, aparecen los  diferentes grupos humanos, a los cuales, de una manera u otra, pertenecemos todos: la  familia, los colegios y los sitios de trabajo, la comunidad política y social en la que  participamos, nuestra comunidad religiosa.

Pues, bien, creo que, en cada una de esas circunferencias o comunidades, se repiten  constantemente las actitudes humanas de esos dos hijos del evangelio de hoy: la del que, a  la invitación de su padre a trabajar, dice «voy», pero no va. Y la del que dice: «no voy»,  pero va. Quienes llevan la responsabilidad de esos «grupos» --llámense «padres», o  «jefes», o «dirigentes», o «jerarquía»--, constatan que sus «hijos», «súbditos»,  «ciudadanos», etc. adoptan esas posturas tan contrapuestas.

Efectivamente, en nuestro mundo existen los expertos en zalamería e inclinaciones de  cabeza, pero que dejan «la casa sin barrer»; los que bla, bla, bla..., se comen el mundo  hablando, pero luego «nada de nada»; los que saben muy bien «dar el camelo» y «hacer  como que hacen», pero, luego, como denunciaba S. Pablo, «están muy ocupados en no  hacer nada».

Y existen también los otros: los que protestan, y patalean, y se revelan, dejando traslucir  la natural repugnancia de su naturaleza al esfuerzo; son partidarios de «dejar para mañana  lo que pueden hacer hoy».

¡Ah! pero, luego, con la misma nobleza y espontaneidad, saben desdecirse y reconocer  que han sido unos «bocazas» y que «donde dijeron digo, ahora quieren decir Diego». Y van  a la viña. Y trabajan. ¡Ya lo creo que trabajan!

En una palabra, son dos posturas viejas como la Humanidad: la hipocresía y la  sinceridad; la apariencia y la autenticidad, la mentira y la verdad. Las dos caras de la  moneda del actuar. Moneda que no se puede echar al aire, a «lo que salga», sino que hay  que tratar de elegir responsablemente por el lado que nos lleve a «trabajar en la viña». Pero yo he titulado este comentario de hoy «El tercer hijo», remedando un poco aquella  famosa película de Carol Reed, titulada «El tercer hombre». Allá, en la película, ese «tercer  hombre» no salía nunca, se le daba por muerto. Y, sin embargo, toda la fuerza de la cinta  era averiguar quién era y qué hacía ese misterioso personaje en sombra. Era el verdadero  protagonista.

Pues, mirad, creo que en la parábola de Jesús, además de esos dos hijos tan  antagónicos en su conducta, de los cuales nos habló, existe otro hijo del que no nos habló,  pero en el cual sueña una vez y otra vez.

Es un hijo, que, al oír la invitación de su padre para que vaya a trabajar a su viña, no  solamente contesta «voy», sino que inmediatamente se pone en camino y «va». Un hijo que  sabe usar con delicadeza las «formas» sociales y externas de conducta, pero que, además,  cuida el «fondo» de la cuestión, que es cumplir con su palabra, responder con su entrega a  la «vocación» a la que ha sido llamado. Un hijo recio por dentro y recio por fuera. Un hijo, al  que indudablemente le costaba ir a trabajar, como «a cualquier hijo de vecino», pero que  tenía muy asumido eso de que «obras son amores y no buenas razones». Un hijo, en una  palabra, como la copa de un pino.

¡El tercer hijo! No nos habló Jesús de él en la parábola. Pero, os lo aseguro: en ese tipo  de hijo sueña. 

ELVIRA-1.Págs. 83 s.


18.

Frase evangélica: «Las prostitutas os precederán en el camino del reino»

Tema de predicación: DECIR Y HACER 

1. Mateo sitúa esta parábola después de la entrada de Jesús en Jerusalén, junto a otras  parábolas que suscitan la polémica con los jefes judíos en tomo a la autoridad de Jesús. El  mensaje de este texto es obvio: entra en el reino el que hace, no meramente el que dice. El  que dice y no hace es fariseo, enemigo de Jesús.

2. Para mostrar el nuevo valor del compromiso efectivo, el relato pone de manifiesto el  contraste entre dos hijos. La conducta del primero evidencia la culpabilidad del segundo.  Jesús se dirige a aquellos cuya conducta está representada por el hijo segundo: obedecen  con palabras, no con hechos. Son los «justos» oficiales que no cambian de conducta, que  no se convierten.

3. Para caracterizar el cristianismo auténtico, la parábola opone el hacer al decir.  «Hacer» significa obrar según el evangelio. Es decir, la fe cristiana es respuesta personal a  Dios, que llama a conversión por medio de las obras. Los «publicanos y prostitutas»  representan hoy al pueblo marginado, que, en el fondo, «escribe» (obra) como Dios quiere:  derecho con renglones torcidos. Por el contrario, los que se consideran «justos» rechazan  la conducta evangélica. Algo parecido dice la sabiduría popular: obras son amores y no  buenas razones; o, de otro modo: no es lo mismo predicar que dar trigo.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo es nuestra obediencia a la llamada de Dios? 

¿Cuándo somos «justos» y cuándo somos «publicanos y prostitutas»? 

CASIANO FLORISTÁN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 155 s.


19.

EL AMOR SE EXPRESA EN OBEDIENCIA

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué  os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a  trabajar en la viña ". Él contestó: "No quiero ". Pero después se arrepintió y fue».

Mejor es cumplir la voluntad de la persona amada, (en este caso Dios), sin reconocerla  que reconocerla y no cumplirla.

Reconocer la voluntad de la persona amada es aceptar sus razones, comprender sus  motivaciones, conocer sus deseos, darle el sí, llegar a un encuentro a nivel intelectual no  admitiendo, ni consintiendo, fisura ni discusión alguna; pero eso no es amor. No discutir no  es amar.

El amor es una adhesión personal que se traduce en hacer mía la voluntad del otro. El  amor se expresa en la obediencia, pues ésta pone de manifiesto el interés profundo de la  persona en ese momento. Quien ama procura una fusión de voluntades sin confusión de  libertades ni de personalidades. Obedecer no es acatar y ser uno con la otra persona, no  es dejar de ser dos.

Por eso, cuando se dice que dos personas mantienen «relaciones» nunca nos referimos  a que están de acuerdo en el plano intelectual, que aceptan el principio de Arquímedes o  que se creen, a pies juntillas, el teorema de Pitágoras; sino que nos referimos al plano de  la afectividad, que se traduce en una suma de voluntades que es la obediencia.

«Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor ". Pero no fue.  ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre ? Contestaron: "El primero"».

Educar en la voluntad, educar en la obediencia, es preparar para el amor. Hoy creo que  se da una laguna en este campo; maestros y padres están más ocupados y preocupados  por instruir que por educar. Para la inmensa mayoría de la gente amar es querer, querer  para sí, y cuando no quieren se acaba todo. Creen amar y confunden obediencia por  absorción, dependencia o dominio. Amor y libertad son, para ellos, términos antagónicos  hasta el punto de que cuando dejan de amar se sienten libres. ¡Qué barbaridad!

La obediencia debida al amor es fruto de la razón y de la conciencia del individuo que  caminan juntas: Amo y obedezco cuando pienso y siento al unísono con otra persona. Por  eso puedo definir el amor como un compromiso con uno mismo hacia la persona del otro.

Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera  en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de  la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aun  después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le creisteis».

Son posibles ciertas formas aparentes de obediencia sin amor, ahí están el acatamiento  por temor, interés o negocio, pero es del todo imposible el amor sin obediencia. La pérdida  de interés por complacer al otro, haciendo tuya su voluntad con alegría, manifiesta tu  desinterés por él como persona. Obedecer pone de manifiesto el deseo de unión personal,  corporal y espiritual. Cuando aparece el desinterés por complacer al otro cumpliendo su  voluntad es que el amor desapareció y no se lo dijiste por caridad, piedad, miedo o interés.  Pone más de manifiesto la ruptura afectivo/amorosa la no obediencia que la no atracción  física.

En el amor obedecemos no por caridad, ni por interés, ni por el ejercicio de la paciencia,  ni por miedo a perder a la persona amada; obedecemos porque la persona amada encarna  nuestras aspiraciones y anhelos.

Éste es el momento en que podemos preguntarnos si Dios, o qué dios, encarna  nuestras aspiraciones y anhelos. A qué Dios servimos y obedecemos.

En este asunto se dan muchas aporías, por ejemplo: hace más por la oración la lotería  que la predicación de los curas. Mientras existan los juegos de azar habrá gente que rece;  los hombres, incluso los creyentes, rezan al Dios Yahvé para apoyar y conseguir el favor  del dios/dinero.

Ridículo pero real. Es más, se le dedica más tiempo, atención, obediencia y acatamiento  a cuanto el dios/dinero requiere para ser conseguido y alcanzado que al Dios/Amor.

El amor no es amor si no se manifiesta en actos de obediencia, que es donación  desinteresada, nunca en actos de dominio o acatamiento. Para ser feliz el hombre necesita  expresar en su existencia concreta de cada día la esencia de su ser íntimo y personal. La  esencia la expresamos en la existencia. Lo que somos y sentimos en la intimidad personal  lo expresamos en la vida cotidiana. La persona madura, sana y equilibrada piensa, siente y  actúa al unísono, en cohesión consigo mismo. Si consiente una dicotomía entre su pensar y  actuar da pie a un principio de esquizofrenia muy peligroso. Contradecirse es de humanos,  hasta setenta veces siete, pero lo grave es vivir en paradoja, en la contradicción por  sistema.

Ser y tener la valentía de expresarlo es el fundamento de la felicidad y es a lo que  llamamos autenticidad.

Hay muchos, demasiados, que se ocupan y preocupan por «aparecer» al margen de  toda verdad y autenticidad. Existen y tienen mucho prestigio los expertos creadores de  imagen, es cuestión de política no de ética.

Shekaspeare en «Duque de Kent» presenta un dilema: «Ser lo que pareces o parecer lo  que eres. . .»

Somos lo que elegimos ser. Somos la elección de un modo de vivir, de pensar y de  obedecer.

Hay aspectos, talentos, que recibimos por nacimiento, otros se van adquiriendo con el  pasar del tiempo. Hombre o mujer se nace, persona uno se hace. Nadie es cristiano por  nacimiento, sino que se llega a serlo por abrazar el destino/designio/vocación en nombre del  cual se acepta sacrificar la propia existencia dando un sí a Dios y cumpliéndolo.

La calidad de vida de un cristiano no depende de los credos o juramentos que realice, ni  de la limpieza de sangre de su linaje; sino de sus actos de amor, que son de obediencia a  Dios. Uno no ama porque cumple una ley, un derecho, sino porque obedece a una persona.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 111-113


20.

Nexo entre las lecturas

Uno de los temas de fondo de este domingo, y sobre el cual nos gustaría meditar, es el de la conversión del alma a Dios. En efecto, el texto del profeta Ezequías hablándonos de la responsabilidad personal, quiere mostrarnos que cada uno tiene el grave deber y la hermosa responsabilidad de convertir su alma a Dios. La retribución de nuestras obras es algo personal. Cada uno será premiado o castigado por sus propias obras, en consecuencia, es necesario que cada uno oriente su vida hacia Dios con amor y se arrepienta de sus pecados (1L). En el evangelio esta enseñanza se profundiza ante la predicación del Bautista y ante la llegada del Mesías, Cristo el Señor. No basta obedecer sólo de palabra los mandamientos de Dios, es necesario que las obras acompañen nuestras palabras. Esto es verdadera conversión. Por esta razón, como dice el evangelista, los publicanos y las prostitutas precederán a los maestros de la ley en el Reino de los cielos. Mientras los primeros dijeron "no" a la voluntad de Dios, pero después se convirtieron de su mala conducta; los segundos, es decir, los maestros de la ley, creyéndose justos, no sentían la necesidad de convertirse y de hacer penitencia por sus pecados. Con sus palabras decían "sí" a Dios, pero sus obras eran distintas. ¡Qué grande peligro el de sentirse justo y no necesitado de arrepentimiento! (EV). La carta a los filipenses, por su parte, nos ofrece el modelo del cristiano: la humildad y el abajamiento de Cristo el Señor que cumple en todo y fielmente la voluntad Padre. (2L).


Mensaje doctrinal

1. La responsabilidad personal y la conversión. El capítulo 18 del profeta Ezequías ha sido llamado con razón el capítulo de la responsabilidad personal o de la retribución personal. Para entender de qué se trata es preciso enmarcar históricamente el texto. El pueblo se encuentra en el exilio después de la caída de Jerusalén. La tradición teológica interpretaba lo sucedido como el resultado de las prevaricaciones y las infidelidades del pueblo a lo largo de su historia. En realidad, se trataba de una situación fatal e ineludible que la generación presente debía arrostrar. Ellos soportaban las culpas y pecados de sus antepasados y no les quedaba otro destino. Al mismo tiempo, el pueblo experimentaba que el castigo era superior a las culpas que él mismo había cometido. Se sentía tratado injustamente.

En este estado de cosas, surgía la pregunta esencial: ¿dónde ha quedado el amor de Dios? ¿Dónde está el Dios de Abraham, de Issac, de Jacob? ¿Qué ha sido de la promesa del Señor? Daba la impresión de que Yahveh rompía su Alianza: el templo había sido destruido; Jerusalén, la ciudad santa, había sido saqueada y devastada, ardía en llamas; el pueblo, deportado... Todo era, pues, desaliento, decaimiento y derrota.

El profeta Ezequiel se levanta con fuerte y firme voz y encamina al pueblo por distinta ruta. Así, enuncia el principio general: "Cada uno sufrirá la muerte por su propio pecado". Es decir, la responsabilidad es personal y cada uno responderá de sus propios actos. Asimismo, la retribución también es personal. Efectivamente los actos pasados influyen y condicionan de algún modo el presente, pero no son una herencia fatal, un "fatum" al estilo de una tragedia griega. Ciertamente será difícil liberarse de las condiciones del pasado, pero es posible porque "Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva". Así, el tema de la responsabilidad personal apunta al tema, aún más profundo, de la conversión del pecador.

No, Dios no es injusto en su proceder. Cuando nos encaramos con él y le acusamos de algún modo de nuestras desgracias, debemos de ir más a fondo en el alma y descubrir la verdad de nuestras miserias y la verdad de su amor infinito y paciente. Pero esto sólo lo descubrimos cuando experimentamos el amor de Dios en Cristo Jesús; cuando nos damos cuenta de lo que ha significado la Encarnación; cuando entramos en el misterio de la redención y comprendemos que tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16) A este respecto es muy ilustrativo lo que el Papa Juan Pablo II escribió en su libro Cruzando el umbral de la Esperanza, 11: "La elocuencia definitiva del Viernes Santo es la siguiente: Hombre, tú que juzgas a Dios, que le ordenas que se justifique ante tu tribunal, piensa en ti mismo, mira si no eres tú el responsable de la muerte de este Condenado, si el juicio contra Dios no es en realidad un juicio contra ti mismo. Reflexiona y juzga si este juicio y su resultado -la Cruz y luego la Resurrección- no son para ti el único camino de salvación". Así pues, la elocuencia del Viernes Santo es la del amor de Dios que quiere que ninguna se pierda, sino que el pecador se convierta de su mala vida.

En el evangelio se hace evidente la tragedia de los que se creen justos. Los sumos sacerdotes y los ancianos del templo no acogen el mensaje de penitencia. Creen que no tienen necesidad de él. Ellos observan la ley, se consideran justificados, practican las normas externas y se muestran seguros de su excelencia; los otros eran pobres ignorantes de la ley. ¡Cuán errados estaban! Al excluirse del grupo de los pecadores, se auto-excluían de la misericordia de Dios, de su perdón y su eterna bondad. Por ello, con sus palabras decían "sí" a la voluntad de Dios, pero sus obras no eran buenas, no practicaban la justicia y el derecho, eran hipócritas, sepulcros blanqueados, no amaban la verdad. En cambio, los pecadores públicos, aquellos que claramente habían dicho "no" a Dios y a su voluntad, al escuchar la predicación del Bautista, cambian, se arrepienten, se sienten interpelados en su conducta, se dan cuenta de su miseria moral delante del poder y la majestad de Dios, y se convierten. Primero dicen "no", pero luego dicen "sí".

Aquí, es importante recordar las palabras de la encíclica Redemptoris missio: "Todo hombre, por tanto, es invitado a convertirse y creer en el amor misericordioso predicado por él (por Cristo); el Reino crecerá en la medida en que cada hombre aprenda a dirigirse a Dios como a un Padre en la intimidad de la oración y se esfuerce en cumplir su voluntad" (Juan Pablo II, Redemptoris missio 13). En realidad se nos muestra que "todos estamos necesitados de conversión". No hay quien pueda arrojar, sin pecado, la primera piedra.

2. Cristo es el Señor. El himno cristológico de la carta a los filipenses es uno de los textos fundamentales en la elaboración de la cristología. En este himno el centro en torno al cual gira la reflexión es la frase final: Jesucristo es Señor. "En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por "Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8). (Cf. Catecismo de la Iglesia católica 446).

Así pues, el himno de filipenses indica claramente la perfecta divinidad y la perfecta humanidad de Cristo. Pues bien, Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. En este himno no se habla de los discursos del Señor, de sus enseñanzas, sino de sus obras: se despojó, tomó la condición de esclavo, se sometió incluso a la muerte. El nos enseña el camino que debe seguir el cristiano: el camino de la obediencia a los planes divinos, el camino de la humildad, el camino del cumplimiento de la voluntad de Dios en las obras, no solo en las palabras. Aquí admiramos el poder de Cristo: un poder muy distinto del humano que desea imponer y hacer la propia voluntad. El poder de Cristo es el poder de la obediencia al Padre, es el poder el amor y de la verdad, es el poder del que sirve y da la vida por los amigos. Cristo es Señor. Él tiene el nombre sobre todo nombre, y ésta es nuestra esperanza. Podemos esperar en el poder de Dios. Un poder que actúa en este mundo, lo cambia por dentro. Un poder que no se ejerce despóticamente, sino amorosamente. ¡Cristo es nuestra esperanza!


Sugerencias pastorales

1. La práctica del examen de conciencia. Cada día debemos convertirnos un poco más al Padre de las misericordias. En efecto, al entrar dentro de nosotros mismos advertimos la "inadecuación" entre nuestro ser, nuestra identidad como hombres y como cristianos, y nuestro obrar diario. Observamos cuán frágiles y necesitados de perdón y misericordia estamos. Pues bien, un camino óptimo para realizar este camino de conversión es el diario examen de conciencia. Se trata de reservar unos minutos a la mitad de la jornada o al final de la misma, para examinar nuestro itinerario en la vivencia de nuestros compromisos; para revisar la andadura de nuestro amor, de nuestra entrega a los demás, del cumplimiento de nuestros deberes.

La falta del sentido del pecado, que es uno de los grandes males de nuestra época, se debe, en parte, a esta incapacidad para entrar dentro de nuestro corazón y ver que, junto a cosas muy buenas, hay también desamor, infidelidad, menor correspondencia al amor de Dios. Por ello, la promoción del examen diario de conciencia en un ambiente de fe y oración, de esperanza y sincera conversión, será uno de los medios que más pueden ayudar a los fieles en su vida diaria.

El examen, por otra parte, no es un momento de escrúpulo o desprecio de sí mismo. Por el contrario es el momento del resurgimiento interior, es el momento del "abrazo del Padre de las misericordias" a pesar de nuestras miserias y debilidades. El alma que hace examen de conciencia, descubre a Dios en su alma e inicia un camino de conversión y transformación que no conoce límite.

Un poeta de nuestro tiempo lo expresaba de este modo

Señor, hoy que he vuelto a encontrarte
después de tanto tiempo transcurrido,
no permitas que el corazón arrepentido
olvide nuevamente cómo amarte.

Después de tantos años sepultado.
entre las sombras del pecado prisionero,
no me abandones Señor, que yo no quiero
sentirme otra vez desesperado.

De mi vida anterior, perdóname la herida,
fui culpable y me arrepiento,
ayúdame Señor, dame fe, dame aliento
para que cuando llegue la muerte, me des vida.


(Andrés del Puerto Bello, Señor, Poesías inéditas)

2. Importancia de manifestar la propia fe en las obras de cada día. Una segunda aplicación pastoral se refiere a la importancia de que nuestra fe se exprese en obras. Ahora más que nunca, el mundo está necesitado de la manifestación de los hijos de Dios; ahora más que nunca, todo cristiano está llamado a no considerar su fe y su vida cristiana como algo exclusivamente privado. Como cristianos estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe. El mundo está necesitado de que cada cristiano asuma su propia responsabilidad. A imitación de Cristo, nos corresponde emprender aquellas tareas que más dignifican al hombre, lo hacen más hombre, lo promueven en su dignidad. Ante esas fuerzas misteriosas del mal presentes en el mundo y que se manifiestan de muchos y diversos modos, no debemos desalentarnos ni quedarnos pasivos, hemos de proclamar la verdad del amor de Dios en Cristo. Hemos de esforzarnos por influir en la opinión pública; hemos de poner en pie organizaciones a nivel parroquial o ciudadano que promuevan los valores cristianos: valores entre los jóvenes y entre las familias. ¡Cuánto bien podemos hacer simplemente con ponernos en pie y hacer cuanto esté en nuestra mano para comunicar la fe a quien se encuentra desorientado en la vida! Ojalá sintamos que el amor de Cristo nos apremia. Ojalá sintamos el sufrimiento ajeno como propio. Ojalá descubramos que son, casi sin límites, las posibilidades que hay en nuestras manos de hacer el bien.

P. Octavio Ortíz


21.

Desde el momento en que empezamos a leer el evangelio, nos damos cuenta de que Jesús no es alguien que le dé muchas vueltas ni rodeos a las cosas, más bien va directo y al grano. Solía decir que los excluidos de la sociedad, los “mal mirados” por todos iban delante nuestra en el camino del Reino.

Y con la lectura del evangelio de este domingo, Jesús incide en esta idea y en su forma de exponer las cosas: por un lado nos presenta al hijo “bueno” que decía a todo que sí pero después….procuraba escaquearse, manteniendo, eso sí, su imagen de cumplidor; por otro lado tenemos al hijo “malo” que parecía ser rebelde y desobediente pero que, al final, cumplía con su deber.

Menos mal que Dios escruta y conoce el corazón del hombre, entendiendo cuáles son nuestras verdaderas intenciones y asumiendo nuestras “debilidades”. ¿A qué me refiero con debilidades? Pues a esa expresión de que “…se nos va la fuerza por la boca..” Mucho decir: voy a hacer esto, voy a hacer lo otro, quiero perdonar, y a la hora de la verdad, alguna que otra vez, decidimos optar por lo contrario.

Es aquí donde entra en juego la misericordia y la capacidad de Dios para con nuestros pecados, para hacernos nacer a una vida nueva, para hacernos entender que sus caminos no son nuestros caminos, que nosotros estamos “cortitos de mira” y que lo mejor que puede pasarnos en nuestras vidas es dejarnos llevar y guiar por el buen padre que es Dios. Y este Padre de todos nos invita continuamente a participar en el trabajo de su viña, sembrando su palabra de esperanza entre los hombres y mujeres de este mundo (que buena falta le hace), encontrando, así, el sentido mas profundo de la existencia y siendo consecuentes con el evangelio que se nos ha sido proclamado y revelado con Buena Noticia definitiva.

Por último, creo que sería necesario que revisáramos la situación y la calidad de nuestras comunidades parroquiales. Y preguntarnos si somos capaces de acoger a todos por igual, sin pararnos a pensar en lo pecador que es o ha podido ser, pues a los ojos de Dios todos tenemos el mismo valor. Si ponemos en práctica esto, conseguiremos aquello que nos pide San Pablo: “No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerar siempre superiores a los demás”

Valen más los hechos que las palabras. Procuremos tener una fe VIVA que se regocije y encuentre sentido en la vida misma y en los hechos y acontecimientos diarios. Y procuremos ser fieles a Dios, mostrando un corazón humilde y claro.

Jose Manuel Oña,
Parroquia Sta. Rosa de Lima –Málaga


22. Padre Jesús Marti Ballester

EL SEÑOR ESPERA NUESTRA CONVERSION

1. Viene Jesús de Galilea. Viene con sus discípulos en peregrinación para celebrar la Pascua en la ciudad santa, Jerusalén. En Jericó cura a dos ciegos. Entra en Jerusalén con aclamaciones y cantos de júbilo. El Domingo de Ramos: "Jesús arroja del Templo a los que compraban y vendían y derriba las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas" (Mt 21,12). Al oír los "Hossannas" de los niños, los príncipes de los sacerdotes y los escribas se han puesto furibundos.

Jesús aprueba el gesto de los niños y les recuerda a los que protestan que de ellas brota la verdad: "De la boca de los niños de pecho has hecho salir la alabanza" (Mt 21,16). Deja a las autoridades y se va a Betania, donde pasa la noche. Al día siguiente por la mañana, regresa a la ciudad, tiene hambre y busca higos en la higuera, la maldice porque no tiene, y se seca la higuera. Era un signo profético sobre el judaísmo, y una realidad de la esterilidad de nuestra Iglesia hoy y de nuestra vida en concreto. Llega al Templo y los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo le piden cuentas: "¿Quién te ha dado tal poder? ¿Con qué autoridad haces esto? -¿Por qué no seguisteis a Juan?" (Mt 21,23). Viene la parábola de hoy: El primer hombre que tuvo la idea de escribir, dibujó y pintó árboles, pájaros, animales. Oriente nos ha conservado sus antiguas escrituras ideográficas, con imágenes que en hechizan la imaginación de una humanidad menos cerebral.

2. La parábola está en la línea de la cultura primigenia de la imagen. Los Profetas hablaron en parábolas. Jesús, heredero de los profetas, enseña también en parábolas: "Un hombre tenía dos hijos: Dice al mayor: Ve a trabajar en la viña. -No me da la gana, respondió". Mateo 21,28. Hoy, esto es corriente. Dice el Catecismo (CIC 2216): "El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas. "Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre...en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por tí; conversarán contigo al despertar (Prv 6,20)".

-El padre calla. Transige. Hoy, también, pero más, hasta posturas inverosímiles. Pero "El papel de los padres en la educación "tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse"(GE 3). El derecho y el deber de la educación son primordiales e inalienables para los padres (FC 36)".

Volvamos a la parábola: El hijo mayor, que había prometido ir y no había ido: "se arrepintió y fué". Dijo al pequeño. Ve tú a la viña. "Le contestó: -Voy. Pero no fue". La poca palabra hoy, tan generalizada. El "voy, pero no va"; la promesa de ayudar incondicionalmente, pero no hacer nada. Son primero los deberes impuestos por el interés propio los que solicitan la atención que no se presta a los que nos hemos impuesto y no reportan medros o beneficios propios. El egoísmo moderno, incluso marcado de asistencia a los demás, que sólo busca la satisfacción propia de creer haber hecho algo grande, una locura, con el consiguiente reconocimiento de autocomplacencia, afirmación propia y la singularidad. La alusión evidente a los sacerdotes, los cumplidores, los puros, los religiosos, era directa. Jesús sabe que le van a matar. Está viviendo los últimos días de su vida en Jerusalén. Habla con claridad y sin miramientos: "Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el reino de Dios, porque al oír a Juan se convirtieron" (Mt 21,32). Les ha pisado todos los callos. Tenían demasiado orgullo aquellos hombres para recibir esta andanada de Jesús, que no alaba a los publicanos ni a las prostitutas porque lo son, sino porque se han reconocido, han pedido perdón y han cambiado de vida.

3. La raza de los fariseos, escribas y sacerdotes, no es sociológica, sino teológica. Por eso no es cronológica ni racial, sino universal. Ni es ucrónica, sino actual. Donde hay soberbia, hay fariseísmo. El mensaje de hoy es que todos necesitamos convertirnos. Que nadie puede tirar la primera piedra (Jn 8,7). Que no podemos mirar con desprecio a nadie. Aquellos hombres no escucharon la palabra de Jesús. El evangelio es para nosotros. ¿Lo escuchamos hoy nosotros? Lo escuchamos con eficacia hacia dentro? O ¿tratamos de aplicarlo mentalmente a los demás? "Si recapacitamos y nos convertimos de los pecados cometidos, ciertamente que viviremos" Ezequiel 18,25.

4. "Señor, enséñame tus caminos. Recuerda que tu ternura y tu misericordia son eternas. No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud " Salmo 24. Con el salmista pidamos lo mismo: que nos enseñe, no sólo la letra de sus caminos, sino la dulzura que al final comportan. Que nos haga paladear a placer el gozo de seguirlos, aun antes de reemprenderlos. Así lo pedía también Moisés para acomodarse a sus exigencias y para poder corresponder a los proyectos de Dios sobre su propia persona y sobre el pueblo que él tiene que conducir por esos caminos. Juntamente con el conocimiento de los caminos del Señor, hemos de pedir el perdón de los pecados de nuestra juventud inexperta y fogosa, confiándolos a la misericordia y a la bondad eternas del Señor.

5. Y el Señor nos enseñará su camino, si somos así de humildes. Si nos mantenemos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir y consideramos siempre superiores a los demás, si no obramos por envidia ni con jactancia Filipenses 2,1, si no deseamos ser los primeros en todo, sino cortésmente, nos apretamos un poquito en la vida, para dejar un huequecito a los demás. Que lo que hemos prometido en el Bautismo lo cumplamos con generosidad ayudados por la gracia divina, aunque no nos rinda enteros materiales y aun a costa de perderlos. Sin esperar recompensa terrena, ni siquiera de contemplar el fruto de la siembra, que es lo que cosechó el Maestro a quien debemos servir.

6. Jesús, que se hace el último de todos y el servidor de todos para darnos vida en abundancia con su muerte, nos de la fuerza para convertirnos y seguirle por el camino de la cruz a la resurrección. Amén.


23. Fray Nelson Domingo 25 de Septiembre de 2005

Temas de las lecturas: La justicia y la vida * Unánimes en el amor * Los que nos preceden en el Reino .

1. ¡No al Fatalismo!

1.1 La palabra que no cabe, que nunca cabe en nuestra fe cristiana es "fatalismo." Eso de que hay un destino marcado puede servir para algunas obras literarias o para otras religiones. Nosotros, por el contrario, creemos que el futuro es un libro que no está escrito; un libro en el que tenemos el derecho de escribir nuestras propias páginas.

1.2 Las lecturas de hoy van en esa línea. Nos invitan, casi digo, nos obligan a reconocer que sí es posible cambiar el rumbo. El ser humano no está hecho sino que se va haciendo a sí mismo. Cada decisión que tomas te convierte de algún modo en un ser distinto. Al escoger una u otra opción frente a ti estás escogiendo también un modo u otro de ser.

2. Hay un camino: recapacitar

2.1 Por supuesto, el mensaje de la Escritura no es sólo que podemos cambiar sino que podemos mejorar. Nuestra religión es esencialmente un mensaje positivo: la conversión es posible; hoy puedes recapacitar; el resto de tu vida no existe todavía: tú lo llamarás a la existencia. Cambia tu mente, cambia tu corazón y cambiarán también tu vida y tus resultados.

2.2 En la primera lectura este mensaje aparece como una invitación vigorosa y abierta a todos: "Si el malvado recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá." El malvado es aquel que ha hecho muchos males, aún más: es aquel a quien consideramos malo en sí mismo. Pero esa naturaleza perversa no tiene la última palabra.

2.3 El mensaje es simple y poderoso: No estás atado a tu pasado malo. Ni siquiera las palabras que tal vez tú mismo hayas dicho tienen por qué atarte. El segundo hijo de la parábola de Cristo el día de hoy fue uno que había dicho en voz alta: "¡No quiero!" Pero una palabra sabia pero puede deshacer lo que hizo una palabra necia.

3. Con el poder de Cristo

3.1 Por supuesto, se requiere más que buenos propósitos. Esto lo sabemos todos los que hemos experimentado cuán débiles somos y con cuánta facilidad quebrantamos nuestras buenas resoluciones.

3.2 Cristo nos anuncia y nos concede esa fuerza para no sólo reconocer lo que estuvo mal sino para no sentir ya el mismo deseo de repetirlo. La acción de Cristo en nosotros nos cambia el corazón, enseña el Evangelio.

3.3 Por eso Pablo, en la segunda lectura de hoy nos exhorta con estas palabras: "Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús." Es muy difícil obrar como Cristo si uno no es Cristo. Hay que ser uno con él para actuar y vivir como él. Y somos uno con él primero por la fe, creyendo en su mensaje, y luego por el amor, adhiriéndonos a su enseñanza, a su Iglesia y a su Espíritu Santo.


24. Predicador del Papa: El Evangelio, anuncio de rescate para todos
El padre Raniero Cantalamessa comenta el Evangelio del próximo domingo

ROMA, viernes, 23 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia— al Evangelio del próximo domingo (Mt 21,28-32).

* * *

Las prostitutas en el Reino

En la parábola, el hijo que dice sí y no obedece representa a aquellos que conocían a Dios y seguían su Ley, pero después en la práctica, cuando se ha tratado de acoger a Cristo que era «el fin de la Ley», se han echado atrás. El hijo que dice no y obedece representa a los que en un tiempo vivían fuera de la Ley y de la voluntad de Dios, pero después, ante Jesús, se han arrepentido y han acogido el Evangelio. Leída hoy, la parábola de los dos hijos dice que para Dios las palabras y las promesas cuentan poco si no se siguen de las obras.

Sin embargo, explicado el contenido central de la parábola, es necesario aclarar la extraña conclusión que Jesús saca de ella: «Los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios». De ninguna expresión de Cristo se ha abusado más que de ésta. Se ha acabado por crear a veces una especie de aura evangélica en torno a la categoría de las prostitutas, idealizándolas y oponiéndolas a los llamados juiciosos, que serían todos, indistintamente, escribas y fariseos hipócritas. La literatura está llena de prostitutas «buenas». ¡Basta con pensar en la Traviata de Verdi, o en la apacible Sonia de Crimen y castigo de Dostojevski! Pero hay un terrible malentendido. Jesús pone un caso límite, como para decir: «Hasta las prostitutas –que lo dice todo-- os precederán en el Reino de Dios». No nos damos cuenta, además, de que idealizando la categoría de las prostitutas se llega a idealizar también a la de los publicanos que siempre la acompaña en el Evangelio, esto es, la de los usureros.

Sería trágico si esa parábola del Evangelio hiciera a los cristianos menos atentos a combatir el fenómeno degradante de la prostitución. Jesús tenía demasiado respeto por la mujer como para no sufrir, él primero, viéndola reducida a prostituta. Si la aprecia no es por su manera de vivir, sino por su capacidad de cambiar y de poner al servicio del bien la propia capacidad de amar. El Evangelio no empuja pues a campañas moralistas contra las prostitutas, pero tampoco a bromear con el fenómeno, como si fuera cosa de nada.

Hoy, entre otras cosas, la prostitución se presenta bajo una forma nueva que logra hacer dinero a manos llenas, sin los riesgos que siempre han corrido las pobres mujeres en la calle. Esta forma consiste en ver el propio cuerpo con la tranquilidad de estar tras una máquina fotográfica o una videocámara. Lo que la mujer hace –o es obligada a hacer— cuando se presta a la pornografía y a ciertos excesos de la publicidad es vender el propio cuerpo. Es una forma de prostitución peor, en cierto sentido, que la tradicional, porque no respeta la libertad y los sentimientos de la gente, imponiéndose a menudo públicamente, sin que nos podamos defender de ello.

Fenómenos así suscitarían hoy en Cristo la misma cólera que mostraba por los hipócritas de su tiempo. Porque se trata precisamente de hipocresía. Fingir que todo está en su sitio, que es inocuo, que no existe trasgresión alguna, ni peligro para nadie, dándose hasta un cierto --estudiado— aire de inocencia e ingenuidad al arrojar el propio cuerpo al pasto de la concupiscencia de otros.

Pero traicionaría el espíritu del Evangelio si no sacara a la luz la esperanza que esa parábola de Cristo ofrece a las mujeres que por las circunstancias más diversas (frecuentemente por desesperación) se han visto en las calles, víctimas la mayoría de las veces de explotadores sin escrúpulos. El Evangelio es «evangelio», esto es, buena noticia, anuncio de rescate, de esperanza, también para las prostitutas. Es más, tal vez primero que nada para ellas. Jesús ha querido que fuera así.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]


 

25

EL PELIGRO DE LA RELIGION - JOSÉ ANTONIO PAGOLA

ECLESALIA, 21/09/11.- Jesús lleva unos días en Jerusalén moviéndose en los alrededores del templo. No encuentra por las calles la acogida amistosa de las aldeas de Galilea. Los dirigentes religiosos que se cruzan en su camino tratan de desautorizarlo ante la gente sencilla de la capital. No descansarán hasta enviarlo a la cruz.

Jesús no pierde la paz. Con paciencia incansable sigue llamándolos a la conversión. Les cuenta una anécdota sencilla que se le acaba de ocurrir al verlos: la conversación de un padre que pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a la viña de la familia.

El primero rechaza al padre con una negativa tajante: «No quiero». No le da explicación alguna. Sencillamente no le da la gana. Sin embargo, más tarde reflexiona, se da cuenta de que está rechazando a su padre y, arrepentido, marcha a la viña.

El segundo atiende amablemente la petición de su padre: «Voy, señor». Parece dispuesto a cumplir sus deseos, pero pronto se olvida de lo que ha dicho. No vuelve a pensar en su padre. Todo queda en palabras. No marcha a la viña.

Por si no han entendido su mensaje, Jesús dirigiéndose a «los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo», les aplica de manera directa y provocativa la parábola: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Quiere que reconozcan su resistencia a entrar en el proyecto del Padre.

Ellos son los "profesionales" de la religión: los que han dicho un gran "sí" al Dios del templo, los especialistas del culto, los guardianes de la ley. No sienten necesidad de convertirse. Por eso, cuando ha venido el profeta Juan a preparar los caminos a Dios, le han dicho "no"; cuando ha llegado Jesús invitándolos a entrar en su reino, siguen diciendo "no".

Por el contrario, los publicanos y las prostitutas son los "profesionales del pecado": los que han dicho un gran "no" al Dios de la religión; los que se han colocado fuera de la ley y del culto santo. Sin embargo, su corazón se ha mantenido abierto a la conversión. Cuando ha venido Juan han creído en él; al llegar Jesús lo han acogido.

La religión no siempre conduce a hacer la voluntad del Padre. Nos podemos sentir seguros en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y acostumbrarnos a pensar que nosotros no necesitamos convertirnos ni cambiar. Son los alejados de la religión los que han de hacerlo. Por eso es tan peligroso sustituir la escucha del Evangelio por la piedad religiosa. Lo dijo Jesús: "No todo el que me diga "Señor", "Señor" entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo"