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H O M I L Í A

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DOMINGO XVI
TIEMPO ORDINARIO
CICLO B

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Ya en el tiempo pascual las lecturas de un domingo nos hablaban del Buena Pastor, con  mayúsculas. Hoy se repite en parte el mismo tema, pero más bien se podría orientar la  reflexión hacia el "buen pastor", con minúsculas: aquellos cristianos que, dentro de la  comunidad eclesial, de un modo o de otro participan del servicio pastoral para con los  demás, imitando y representando a Cristo Jesús.

El tema es parecido al del domingo pasado: entonces leíamos el envío de los doce, hoy  su vuelta. Pero hay matices distintos. Y el domingo que viene leeremos la escena en la que  desemboca la de hoy: la multiplicación de panes para la muchedumbre.

-Los malos pastores. 

Hay veces en que es la gente la que murmura de la actuación de sus  pastores. Pero hay otras en que el que protesta es el mismo Dios.

Las lecturas de hoy nos han puesto primero el contraste: Jeremías, de parte de Dios, se  queja del modo de actuar de los pastores de su pueblo. Como en otras páginas proféticas  (por eje. de Ezequiel) Dios denuncia que los falsos pastores se buscan y predican a sí  mismos, que buscan su propio interés, y no el de las ovejas, descuidando su deber:  "dispersasteis mis ovejas, no las guardasteis"...

Dios promete que suscitará a uno que sí cumplirá lo que se pide a un buen pastor (cfr. la  primera lectura y el salmo). Nosotros vemos en Cristo la imagen perfecta de este Pastor.  Pero también nos damos cuenta que el mismo Cristo ha suscitado y enviado a otros  pastores, para los cuales va también el aviso de las tentaciones que les acechan.

-La vuelta de los "aprendices de pastor". 

La escena del evangelio de hoy es muy sencilla  pero llena de matices humanos y significativos.

Los doce, de vuelta de su primer envío (de dos en dos) cuentan a Jesús lo que han  hecho. No se nos dice si prevalecían los éxitos o los fracasos. Pero es interesante que  revisen su primera experiencia de pastores junto a Cristo, y en grupo. El que tiene la tarea  pastoral o se dedica al servicio de los demás necesita el reposo de la oración, de la  contemplación junto a Cristo: reponer fuerzas, profundizar motivaciones, discernir sus  actuaciones.

Y hay un gesto muy humano de Jesús: les invita a descansar, en la soledad. El también  sabe lo que es la fatiga y busca a veces la soledad (en el monte, en el campo, o de noche).  No es bueno el "stress", aunque sea espiritual. "No tenían tiempo ni para comer". Todos los  que trabajan, también por el Reino, necesitan una cierta serenidad, y equilibrio mental y  psíquico.

Otra cosa es que lo consiguieran. Fracasó este intento de retiro espiritual, porque la  gente les siguió agobiando con su presencia.

-Las cualidades de un buen pastor. 

De nuevo, hoy, las lecturas se prestan a un examen  de conciencia que empieza precisamente por el que está predicando, porque el mensaje va  para aquellos que Cristo ha puesto como pastores en su comunidad. Pero la lección va  también para todos los que trabajan en equipo, con un grado mayor o menor de  corresponsabilidad, para bien del pueblo de Dios o como testigos evangélicos.

No creo que sea violentar la organización de las lecturas el aprovechar, de la segunda de  hoy, lo que Pablo afirma de Cristo y aplicarlo a todo aquél que quiere imitarle en su tarea  pastoral: que ha de ser lazo de unión, tender puentes, y facilitar el diálogo. Ser persona de  paz, de reconciliación. Precisamente porque estamos reconciliados por Cristo, y porque El  ha roto murallas y divisiones, debemos saber favorecer la unidad en la comunidad. Los  pastores malos "dispersan" (1. lectura). Los buenos reúnen, ayudan a superar las muchas  divisiones (algunas por motivos bien tontos) que amenazan siempre a la comunidad  eclesial, grande o pequeña.

Una cualidad esencial al buen pastor es su entrega total, su disponibilidad desinteresada.  En contraste con los malos pastores que se buscan a sí mismos, aparecen hoy esos  buenos "aprendices de pastor" que son todavía los apóstoles, totalmente entregados a su  misión, sin tiempo ni para comer: dedican el tiempo a los demás. Y cuando se les ofrece  tiempo para ellos mismos, en el descanso, saben renunciar a él, siguiendo el ejemplo de  Jesús: siguen atendiendo a la gente, con calma, sin hacerse de rogar.

Tener tiempo para los demás es el colmo de una vocación pastoral en la Iglesia. Con lo  que supone de renuncia a los propios planes y horarios. El buen pastor está al servicio de  los demás.

Claro que en todo esto lo que intenta hacer un pastor es seguir el ejemplo de Cristo  Jesús, que puede recomendar estas cosas porque las cumple a la perfección El mismo. En  la introducción al Misal se le dice al que preside una Eucaristía que "debe servir a Dios y al  pueblo... e insinuar a los fieles, en el mismo modo de comportarse y de anunciar las divinas  palabras, la presencia viva de Cristo" (IGMR 60). Es un buen programa de actuación  pastoral.

-Todos somos un poco pastores al servicio de los demás.

La aplicación de la homilía no  sólo va para los pastores en cuanto ministros ordenados de la comunidad. Todos los  cristianos, en mayor o menor grado, y cada uno en su ambiente, tenemos la  responsabilidad de ayudar a los demás, con nuestro testimonio y con nuestra acción: unos  padres que educan a sus hijos en la fe, un joven que da testimonio ante sus amigos, los  que forman parte de los diversos grupos de animación de una parroquia (liturgia, atención a  los enfermos, etc.): todos somos misioneros y apóstoles. Las cualidades que aquí  aparecían como exigidas a los pastores, van para cada uno de nosotros. Incluyendo toda  clase de autoridad (también social, económica o política) que podamos tener, y que  debemos interpretar y vivir como servicio, y no como usufructo aprovechado.

El mundo de hoy sigue estando desorientado, "como ovejas sin pastor". Y Cristo quiere  que todos los cristianos ayuden a esta humanidad a encontrar los caminos de verdad y  felicidad, de paz y de verdadero progreso, que todos buscan, en medio de la maraña de  ideologías, promesas, movimientos religiosos y mesianismos que nos interpelan. 

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1988, 15



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