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H O M I L Í A

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DOMINGO XI DEL
TIEMPO ORDINARIO

CICLO B

 

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Jesús predicaba el Reino de Dios. Y su palabra despertaba el asombro de la gente y el odio de los fariseos, el desconcierto de su familia y la incredulidad de sus paisanos, y hasta sus discípulos murmuraban... En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: "El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra...; él duerme y se levanta de mañana, y la tierra va produciendo la cosecha ella sola". Y también en otra parábola: El Reino de Dios es insignificante, como la más pequeña de las semillas, el grano de mostaza. Y, sin embargo, esconde una gran promesa: la semilla, el grano de mostaza, llegará a ser la mayor entre todas las hortalizas y hasta los mismos pájaros podrán anidar en sus ramas. Estas parábolas que Jesús cuenta a las turbas son también parábolas en las que el mismo Jesús trata de aclarar su problema.

El sabe que la palabra de Dios es eficaz: es "como el fuego y cual martillo que despedaza la piedra" (/Jr/23/25). Es como la lluvia y la nieve que desciende del cielo, empapan y fecundan la tierra. Es la palabra que sale de la boca de Dios y no vuelve a él vacía (/Is/55/10). Jesús ha sembrado a voleo la palabra de Dios y su palabra ha caído en todas partes: sobre la tierra dura del camino, en los ribazos yermos llenos de espinas, entre piedras y también en tierra buena. La siembra ha sido dificultosa, la cosecha parece de todo punto improbable. Y, sin embargo, Jesús sabe que la palabra de Dios es eficaz.

El Reino de Dios no es otra cosa que el "reinado" de Dios en los hombres, esto es, la obediencia de los hombres a la palabra de Dios. Esta es la cosecha que Jesús espera de su predicación y para ello confía plenamente en la eficacia de la palabra de Dios.

A pesar de la obstinación de unos, de la incompresión de los más, Jesús ve cómo la palabra de Dios provoca la obediencia del hombre y cómo este misterio del reinado de Dios de una manera escondida, callada, invisible, es ya realidad entre los hombres. El mismo es todo el Reino de Dios: Porque él es la plenitud de la obediencia al Padre, él se ha hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, en él se cumple toda la Ley y los profetas, en él se realizan todas las promesas de Dios. Pero esta manera de vivir de Cristo en perfecta sumisión al Padre ha de propagarse y hacerse extensiva a través de la predicación de sus discípulos. Tampoco éstos deben olvidar, de una parte, la eficacia de la palabra de Dios y, de otra, este carácter de realidad escondida que tiene el Reino de Dios. Los discípulos de Cristo han de comportarse como el sembrador de la parábola. Ellos sólo puedan sembrar; pero ellos no pueden dar vida a la simiente, ni pueden hacer nada para que la simiente sea aceptada por la tierra. Y así, lo decisivo en el Reino de Dios es un misterio que escapa a la acción de los ministros de la palabra de Dios. Es una realidad escondida que acontece en el diálogo entre Dios y el hombre que la escucha. No hay una técnica propagandística para colocar la palabra de Dios como si se tratara de un producto. Si esto fuera así, entonces el Reino de Dios dejaría de ser ya una realidad escondida y podría perfectamente establecerse qué cantidad de Reino de Dios hay en el mundo: Bastaría con aplicar aquéllas técnicas necesarias para hacer que el hombre aceptara la palabra de Dios.

Por otra parte, no hay tampoco ningún motivo para el desaliento. A pesar de las apariencias, sigue siendo posible este misterio íntimo que acontece en la profundidad de aquél que escucha libremente la palabra de Dios. No hay, pues, estadísticas del Reino de Dios que puedan desanimarnos.

La palabra de Dios es eficaz, aunque su eficacia no sea constatable en sus efectos por aquéllos que la sirven. Esta es nuestra confianza y lo que nos obliga a sembrar con paciencia, esperando que un día recogeremos con alegría: "Se va, se va llorando, al llevar la semilla; mas se vuelve, se vuelve entre gritos de júbilo al traer las gavillas" (/Sal/126/06).

Podemos hacer estadísticas del número de bautizados, del número de comuniones pascuales, de asistencia a misa; pero concluir con estas estadísticas en un triunfalismo o en un pesimismo superficial es algo que sólo podría explicarse en el supuesto de que la Iglesia visible se confundiera con el Reino de Dios. Ahora bien, la Iglesia no es el Reino de Dios, sino que está al servicio del Reino.

En otra parábola, en la parábola del sembrador, Jesús nos enseña de qué manera depende el Reino de Dios de la obediencia del hombre. Ciertamente, la palabra de Dios tiene una vitalidad propia y se desarrolla victoriosamente hasta la cosecha. Pero esto no es así sin la colaboración del hombre, sin la libre respuesta del hombre a la palabra de Dios.

Esto es lo que podemos hacer todos y debemos hacer todos, porque todos somos antes oyentes de la palabra de Dios. Todos somos fieles, y en esto también los ministros de la palabra de Dios pueden contribuir en el crecimiento del Reino de Dios. Ellos, que no pueden hacer escuchar a otros la palabra de Dios, sí pueden escucharla y hacer que en ellos el Reino de Dios sea una realidad. Por otra parte, todo el que escucha la palabra de Dios se hace por ello mismo ministro de la palabra de Dios: Toda su vida es ya una proclamación, una manifestación de esa palabra que ha sido sembrada en sus corazones.

Unos y otros, aquellos fieles que ejercen oficialmente el ministerio de la palabra de Dios y los que proclaman en sus vidas esta misma palabra de Dios, han de tener la paciencia del sembrador, que sabe esperar el tiempo de la cosecha. Porque ésta vendrá inconteniblemente. La verdad, que ya está alentando en todas nuestras preguntas, en todos nuestros deseos y en todos nuestros proyectos, se abrirá paso con aquella fuerza que le es propia: la fuerza de la verdad. No con técnicas, ni con aparato exterior, ni con poder, ni con dominio, sino con su propia virtud.

EUCARISTÍA 1970/36

 


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