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H O M I L Í A

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DOMINGO IV DEL
TIEMPO ORDINARIO

CICLO B

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Jesús hace una lectura teológica, no científica, del caso que tiene ante sí. Se encuentra frente a un individuo que no es quien es, está desintegrado, ocupado abusivamente por otro. Jesús es el médico que va siempre a la raíz de la situación. Su diagnóstico, más que llegar a las causas de lo que pudiera ser una enfermedad, consiste en descubrir al enemigo: un enemigo común de Dios y del hombre.

En aquel pobre hombre Jesús lee el signo de la presencia del adversario, del que divide, o sea, de aquel que impide el plan de Dios y destruye al hombre, de aquel que se apropia de un poseído de Dios, de una propiedad de Dios, de una criatura de Dios.

A este adversario el evangelista lo llama "espíritu inmundo". Una expresión que no nos dice nada pero que tiene enorme resonancia en todas las páginas del A.T. "Inmundo", en el sentido bíblico más amplio significa todo lo que no es apto para la más mínima relación con Dios, que es "puro" y "santo".

Por tanto, este espíritu representa lo que hay de opuesto a Dios en una determinada realidad del mundo. Es el símbolo de esa radical incomunicación que existe entre el hombre y Dios. Es el símbolo de todo aquello que en el hombre, en cada uno de nosotros, está en radical oposición con Dios.

Por eso es absolutamente necesario que el espíritu inmundo sea expulsado para que el hombre deje de ser un prisionero, un poseído, un alienado, y pueda encontrar la armonía y la unidad perdidas.

¿Quién de nosotros cree que no está de un modo o de otro "poseído"? Estamos penetrados de fuerzas que nos destruyen desde el tuétano de los huesos. Todos los días se nos oye decir: "quiero, pero no puedo; me gustaría... pero algo me retiene; siento la llamada... pero estoy atado por cadenas más fuertes que mi impulso".

Estamos "poseídos" desde niños por valores, actitudes, criterios, comportamientos, todo tipo de educación y consejos. Nos han atado en la escuela, en la familia, en el trato diario con los demás. Un mal estilo de ser persona y de ser cristiano, de relacionarnos con Dios y con los demás, se nos ha colado por el cuerpo, calándonos hasta la médula. Hasta el espíritu, lo más radical de nosotros, está como "poseído".

Nos han inculcado por todas partes esos criterios comunes de la sociedad en que vivimos: que el que más puede, más vale; que el que más vale, más triunfa; que el que más triunfa, más tiene; que el que más tiene, más puede. Y este círculo infernal se repite como una rueda de fuego dentro y fuera de nosotros mismos. De este modo nos posee la ambición, el deseo de tener, la agresividad, el atropello del otro, la atención exclusiva a los propios problemas. Se masca un criterio fundamental: ¡Sálveme yo y sálvese quien pueda! Y otro paralelo: ¡Sálveme yo, aunque se hundan los demás! Sartre, aquel filósofo francés, llegó a decir: "el infierno son los otros". Esto es posesión, espíritu dañino -no deja vivir- y tortura para los demás -impide vivir. Estamos agarrados, penetrados, cogidos y atados muy bien.

Jesús descubre esta situación de posesión y se enfrenta a ella con autoridad. El proyecto de Jesús es todo lo contrario de un hombre poseído. Por eso el diablo se rebela contra Jesús: "¿Qué quieres de nosotros? ¿Has venido a acabar con nosotros?"

Sí, Jesús ha venido a acabar con la posesión; a soltar al hombre de las amarras que lo tienen atado; a desenredarlo de la red que lo enmaraña; a liberarlo en lo más profundo de su ser: ¡Cállate y sal de él! Y salió.

¿Estoy yo liberado o aún hay en mí algún demonio que me posee?

Jesús arranca cada vez parte del mundo a Satanás y lo hace en el Sabbat, el día santo de Dios

JC triunfó definitivamente sobre el mal en la Resurrección, pero continúa su lucha en los cristianos en la medida en que se lo permitimos, en la medida en que no pactamos nosotros con el mal. En los Sacramentos celebramos su victoria, participamos de ella y nos enrolamos en su lucha: ofrecemos al Resucitado el espacio de nuestras vidas y de nuestra comunidad para que él se imponga al mal que anida y vive en nosotros.


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