47
HOMILÍAS PARA EL VIERNES SANTO
26-31
26.
-¿Qué habríamos hecho nosotros?
¿Y nosotros? ¿A quién nos parecemos? ¿Cuál habría sido nuestro papel allí, en Jerusalén, en aquellos días de la Pascua de hace casi dos mil años, mientras Jesús se encaminaba hacia la muerte? ¿Cómo habríamos actuado? Cada año, cada Viernes Santo, cuando escuchamos este relato emocionado en que el evangelista nos narra los últimos pasos de Jesús en este mundo, podemos formularnos esta pregunta: ¿a quién nos parecemos? ¿qué habríamos hecho nosotros en aquellas circunstancias?
Cada año, pasan ante nuestros ojos muchos personajes: Judas, el amigo desengañado que cae en el agujero oscuro de la traición; los soldados y los guardias que cumplen órdenes, aunque éstas sean órdenes indignas; los sacerdotes y las autoridades del pueblo, que obran el mal en nombre de Dios; Pedro, quien primero parece dispuesto a encararse con el mundo entero, y después niega a Jesús y se esconde; Pilato, el gobernador romano que no sabe cómo escapar de aquel enredo y para eludir problemas no le importa ejecutar a un inocente; el gentío que se deja empujar en aquel espectáculo sanguinario; los otros que observan sin hacer nada, neutrales, ni a favor ni en contra; Maria, y las otras mujeres, y el discípulo, que allí están, firmes, al pie de la cruz; el soldado compasivo que le ofrece vinagre para aliviar la agonía; José de Arimatea y Nicodemo, discípulos clandestinos y de buena posición, que entierran el cuerpo de su Maestro.
-Viernes Santo, una llamada a caminar por el camino de Jesús
Cada año, cada Viernes Santo, pasan delante de nuestros ojos todos estos personajes que nos invitan a mirarnos a nosotros mismos y a percatarnos de cómo es nuestra vida. Nosotros, ante Jesús, ¿cómo actuamos? Nosotros, en nuestro mundo, en el que el rostro dolorido de Jesús se refleja de tantas y tantas maneras, ¿cómo actuamos? ¿Estamos a favor de Jesús? ¿Luchamos por aquello por lo que él luchó? ¿Seguimos el mismo camino que él siguió?
Sería muy triste que no fuera así. Sería muy triste que contribuyéramos al mal que hay a nuestro alrededor, ese mal que llevó a Jesús a la cruz. Y también sería muy triste que simplemente hiciéramos como mucha gente de Jerusalén: ser espectadores del sufrimiento y el mal que Jesús cargó sobre sí, sin hacer nada, permaneciendo inmóviles, diciendo que "éste no es nuestro problema", que nosotros somos neutrales y no queremos meternos en líos.
Hoy, Viernes Santo, ante la cruz de Jesús, tenemos que reafirmar con todas nuestras fuerzas nuestra voluntad de seguir a Jesús hasta las últimas consecuencias, de andar por su mismo camino, de aprender a amar como él amó, de buscar siempre que se haga realidad en el mundo el proyecto de vida que Dios tiene para toda la humanidad.
-Viernes Santo, una llamada a reafirmar nuestra fe en la salvación que Jesús nos ha alcanzado
Eso tenemos que hacer hoy, Viernes Santo, ante la cruz de Jesús. Es decisivo que lo hagamos. Pero no basta. No es eso lo único que hoy debemos hacer. Y, permitid que os lo diga, tampoco es seguramente lo más importante. Hoy, ante la cruz de Jesús, tenemos que hacer, sobre todo y por encima de todo, un acto de fe.
Jesús ha muerto por amor. Jesús ha sido destrozado por el mal que hay en el mundo, porque ante este mal él no ha opuesto ningún tipo de resistencia, ningún tipo de fuerza. Su respuesta ante el mal que le rodeaba y le perseguía ha sido tan sólo la respuesta de un amor infinito, total.
Y ahora lo contemplamos así, convertido en un deshecho humano, "despreciado y evitado de los hombres", tal como escuchábamos en la primera lectura. Lo contemplamos así, pero llenos de atrevimiento, afirmamos nuestra fe en él. Nosotros creemos que en Jesús muerto en cruz tenemos la salvación, que él es el único camino que conduce a la vida, que gracias a él y a su amor hasta la muerte se ha roto el circulo infernal del mal y del pecado. Sólo su amor nos salva, sólo su entrega nos salva.
Hoy es un día apto para mirarnos a nosotros mismos y reafirmar nuestro deseo de ser más fieles al camino de Jesús. Y sobre todo, es un día apropiado para mirar hacia la cruz en la que Jesús murió, y agradecerle su amor, y decirle que creemos en él y que le amamos. Y dejar que arda cada vez más en nuestro interior aquella llama que, ahora hace dos mil años, él encendió en Palestina con su vida y con su muerte.
EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 5, 39-40
27.
- EL PRIMER ACTO DE LA PASCUA
Hoy es el primer día del Triduo Pascual, que inauguramos con la Eucaristía vespertina de ayer. De esa gran unidad que forman la muerte y la resurrección de Jesús y que llamamos "Pascua", hoy celebramos de modo intenso el primer acto, la "Pascha Crucifixionis", como le llamaban los Padres. Aunque este recuerdo de la muerte está ya hoy lleno de esperanza y victoria. A su vez, la fiesta de la Resurrección, a partir de la Vigilia Pascual, seguirá teniendo presente el paso por la muerte: "Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado", diremos en el prefacio pascual.
- CENTRALIDAD DE LA CRUZ
Este día está centrado evidentemente en la muerte salvadora de Jesús en la Cruz. La comunidad cristiana, en una celebración sobria, emotiva, proclama la Pasión del Señor, ora por la humanidad, adora la Cruz y participa del Cuerpo entregado por nosotros. La celebración debe respirar un tono de serenidad y contemplación en torno a la pasión y muerte de Jesús.
Si se elige una hora más temprana, por ejemplo, hacia el mediodía, todo el resto de la jornada y durante el sábado, será la Cruz, situada en un lugar céntrico, con un paño rojo y luces, el punto de referencia y adoración para los fieles.
En la celebración de hoy, los cantos, las lecturas y las oraciones nos sitúan con vigor en esta actitud de fe adorante. Y también el lenguaje de los gestos y símbolos. El color es el rojo, color de mártires y de sangre. El gesto de la postración del sacerdote -mientras la comunidad permanece de rodillas- acentúa el recogimiento y la veneración que sentimos por el Cristo que se entrega a la muerte.
En la entrada de la Cruz, tal vez sea mejor presentarla ya descubierta. Eso sí, cuidando la dignidad de la procesión, la aclamación repetida y las pausas de adoración de rodillas. También hay que dar relieve a la adoración de la Cruz, uno de los momentos más expresivos del día. Que cada fiel tenga oportunidad de acercarse, adorarla y besarla.
- LA MUERTE VOLUNTARIA DEL SIERVO
Las lecturas ya lo dicen todo. Aunque también hoy sea importante decir una homilía breve, ayudando a contemplar la perenne actualidad del gran misterio de la muerte de Cristo. Una homilía "pascual", centrada en Cristo que se entrega por todos.
En Isaías leemos el cuarto cántico del Siervo de Yahvé, el que más directamente presenta su actitud de entrega. La impresionante lectura resulta la mejor preparación para entender toda la profundidad de la pasión. Más que nunca el lector de este cántico debe prepararse y acentuar la dramática expresividad de su proclamación.
La segunda lectura nos centra todavía más en ese Cristo que tiene miedo ante la muerte, que experimenta lo difícil que es ser fiel a su misión hasta el fin. La Pasión, que en este día siempre es la del evangelio de Juan, es una lectura que nos deja cada vez sobrecogidos. Jesús baja a donde ya no se puede bajar más. Él sufrió no sólo "por" nosotros, sino que sufrió "como" nosotros y "con" nosotros. No nos salvó enterándose del sufrimiento desde la altura de su divinidad, sino que asumió todo nuestro dolor.
- HE AQUÍ AL HOMBRE
Pilato le mostró al pueblo con estas palabras: "Ecce Homo". Y Juan termina la escena de la muerte con una cita del profeta Zacarías: "Mirarán al que traspasaron". La comunidad cristiana mira hoy a ese Cristo clavado en la Cruz con emoción, con agradecimiento. No es un día para demasiadas aplicaciones dispersas en dirección moral. Una homilía plenamente centrada en la figura de Cristo y su muerte, ya contiene una dimensión mucho más amplia. Las lecturas invitan a contemplar, no sólo a Cristo en su cruz, sino en su prolongación, la humanidad doliente, los creyentes que también encuentran difícil su camino y que pueden experimentar sudor y sangre, pasión y muerte, siempre en la perspectiva pascual de vida que Dios nos asegura. La homilía de hoy invita a la fe, a la admiración, a la respuesta de la comunidad cristiana que, precisamente porque cree en Cristo y le contempla clavado en la Cruz, asimila también en su propia vida el doble movimiento de muerte y vida, y se siente urgida a la solidaridad con todos los que sufren.
J.
ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1999, 5, 35-36
28.
La liturgia y las lecturas bíblicas de este día nos ponen delante de la imagen de Jesús crucificado. No se trata de un adorno de nuestras Iglesias o un colgante bonito que llevar al cuello, como quizá lo hemos entendido a veces. Se trata de un instrumento de tortura y de muerte. Y el que está clavado en ella es Jesús, el Hijo de Dios. Los cristianos que no tienen la sensación de tener que huir de la presencia del Crucificado, es que no han comprendido todavía con suficiente radicalidad lo escandaloso de este acontecimiento. De hecho, los discípulos, aquellos que habían acompañado a Jesús desde los primeros momentos, aquellos a los que Jesús había ido enseñando y explicando poco a poco los misterios del Reino, huyeron.
Pero la Iglesia nos invita a fijar la mirada en el Crucificado y no abajar los ojos. Su cruz es escándalo para unos y locura para otros. "¿No es el Rey de Israel? Que baje de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto le quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?" (Mt 27, 42-43). También a nosotros, sin duda, nos surgen estas o parecidas preguntas. ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué el dolor? ¿Por qué si decimos que Dios es bueno, es posible que en nuestro mundo haya tantos ajusticiados, tantos muertos prematuros, tantos...? No hay una respuesta clara a estas preguntas. Para algunos de los dolores que padecemos podemos tomar una pastilla. Para el problema del dolor humano, los cristianos no tenemos más respuesta que la cruz de Jesús. En su total soledad. En su absoluto silencio.
Mirando a Jesús, clavado en la Cruz, comprendemos que él ha asumido todos nuestros dolores, todas nuestras penas. El que murió abandonado de todos, no nos abandona a nosotros, sino que nos ayuda a llevar nuestra cruz. El que murió rechazado, no nos condena, sino que nos salva y nos ofrece la esperanza de una Vida más plena y nueva.
Los pobres, los marginados, los humillados, han encontrado siempre en la Cruz su identidad perdida, la identidad y la dignidad que el mundo no les reconocía. Sin embargo, los autosuficientes, los seguros de sí mismos, los poderosos han despreciado la Cruz. O la han negado, rodeándola de oropeles y adornos, porque su sola visión se les hace insoportable. Una vez más se cumple la Bienaventuranza con que abrió Jesús su predicación: "Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios".
El día de hoy es tiempo para situarse en pobreza, en desnudamiento interior, en silencio, ante la cruz, conscientes de nuestras limitaciones y miserias, conscientes de que no nos podemos salvar a nosotros mismos. Sólo de esa manera la Cruz se convertirá para nosotros en símbolo y fuente de vida, en causa de nuestra fe. En la cruz contemplamos la manifestación clara y concreta del amor de Dios para nosotros, que se entrega para salvarnos, y del rechazo de los hombres, de nosotros, a Dios. En la cruz estamos ya contemplando el rostro del Resucitado, en la cruz ya atisbamos la respuesta que va a dar Dios Padre a aquel que se ha entregado totalmente a él, en obediencia plena a su voluntad. En la entrega total del Hijo al Padre, se entrevé la entrega total del Padre al Hijo, el don de la Vida Nueva, de la Resurrección que celebraremos en la madrugada del próximo domingo. Como discípulos de Jesús se nos invita hoy a seguirle. Ser cristianos no es un juego de niños, no es fácil serlo en nuestro mundo, no lo ha sido nunca. El seguimiento de Jesús pasa por la Cruz. El que nunca haya encontrado la cruz puede irse preguntando si su vida es realmente la de un seguidor de Jesús. Contemplemos hoy, sin miedo, la cruz de Jesús. No intentemos mirar a otra parte. No intentemos llenar ese silencio doloroso con palabras. Simplemente, pidámosle que ilumine nuestra vida, que dé sentido a nuestra cruz, y que nos dé fuerzas y esperanza para seguir caminando tras sus huellas.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
29.
1. La muerte de una persona siempre es un misterio incomprensible. A medida que
se va sumergiendo en las aguas del mar de la muerte, su experiencia se va
haciendo más impenetrable: ¿qué siente? ¿qué sufre? ¿que piensa? ¿cuánto pasa?
El misterio es mayor en la muerte de Cristo. Imposible penetrar en su hondura.
2. El Dios del Antiguo Testamento es un Dios grande, poderoso, vencedor de sus
enemigos. Es el Dios del Sinaí, que viene acompañado de rayos y truenos, que se
manifiesta en la zarza ardiente, y en el monte humeante. El Dios que arranca los
cedros de raiz, que se sienta sobre el aguacero. El Dios de las plagas de
Egipto, que mata a los primogénitos del país, el Dios que separa las aguas del
mar Rojo. El Dios que hace caer serpientes en el desierto, el Dios que hace
brotar agua de la roca.
3. Pero he ahí que el Dios que los judíos nunca pudieron comprender que tuviera
un Hijo, Jesús, es un Dios débil y humillado, anonadado. Vendido por Judas,
negado por Pedro, juzgado por el sanedrín, por Herodes y por Pilato. Condenado a
muerte, escarnecido en la Cruz, insultado por los ladrones y por los Sumos
Sacerdotes: "Si eres hijo de Dios, sálvate y baja de la Cruz" (Mt 27,40). Movían
la cabeza. No se puede salvar. Jesús callaba. Dios muere. Su muerte no es una
muerte heroica y grande, sino humillante y dolorosa.
5. Jesús aceptó la dureza de lo inevitable. Conocía perfectamente la suerte de
los profetas que le precedieron. No había pasado mucho tiempo desde que Juan
Bautista fuera asesinado por Herodes. Los gobernantes pretendían escarmentar al
pueblo torturando atrozmente y asesinando a los profetas. Jesús es arrestado y
llevado ante el tribunal de la ciudad. Luego viene el juicio injusto. Testigos
falsos, infracción del derecho de defenderse y, por último, condena a muerte.
Todo estaba preparado de antemano. Por ello, Jesús no insiste en su defensa. Él
sabía perfectamente que su condena estaba decidida con anticipación por el
sanedrín. Después, llevan a Jesús ante Pilato, hombre violento y precipitado.
Como él no podía enemistarse con el sanedrín, el juicio resulta ser sólo una
farsa. Iban a matar a Jesús porque ponía en riesgo la credibilidad del sistema
religioso, político y económico. Luego, le imponen la cruz y lo empujan, junto
con otros dos, hacia el lugar de la ejecución. Los condenados siempre andaban
con paso vacilante porque habían sido flagelados. El paso vacilante de los
condenados a muerte causaba una fuerte impresión entre los espectadores. Algunos
de ellos percibían la injusticia que se le infligía a Jesús. Ellos sabían que Él
era un hombre que únicamente "pasaba haciendo el bien y sanando a cuantos
estaban oprimidos" (Hch 10, 38). Cae por tierra y es levantado a fuerza de
gritos, insultos y golpes. El camino se desdibujaba ante sus ojos doloridos. La
vía hacia el calvario fue un lento y tortuoso avance hacia la muerte. La colina
del Gólgota o "calavera" es símbolo del exterminio humillante. Jesús despojados
de todo y del todo, incluso de las ropas que le quedaban. Jesús lo entrega todo
hasta el límite.
6. Sobre la cruz fue colocado un letrero que decía: “Jesús rey de los judíos”. Y
la burla no podía ser mayor. Tenía por trono un patíbulo y por comitiva dos
proscritos crucificados.
La crucifixión era la máxima pena que imponía el imperio. Era un castigo tan
denigrante que estaba reservado únicamente para los esclavos. Tener algún
parentesco, familiaridad o amistad con un condenado a la cruz era causa del
repudio social. Jesús fue condenado a morir en la cruz, como sedicioso. A la
comunidad de seguidores de Jesús le costó un enorme esfuerzo explicar el sentido
de la crucifixión de Jesús. Ellos proponían como salvador de la humanidad a un
hombre que murió proscrito por la ley. Los discípulos tenían que anunciar al
"Dios crucificado".
7. La cruz se convirtió, con el tiempo, en el símbolo de los cristianos. Ya no
tiene el significado de rebeldía y maldición que tenía en el mundo antiguo. Hoy
es inclusive un artículo forjado en metales y piedras preciosas. Hoy, las cruces
ya no son de madera. La cruz es la realidad cotidiana de dos personas que se
atormentan mutuamente sin llegar a formar un hogar. La cruz es la falta de
oportunidades para desarrollarse como personas. La cruz es la realidad de
miseria que inunda calles, montañas y ciudades como un torbellino incontenible.
El paso vacilante de los emigrantes y de los desplazados por la violencia marca
el ritmo de la civilización occidental. La humanidad ha ganado en derechos y en
conciencia de su acción en el mundo. Pero, también ha multiplicado la miseria y
el sufrimiento. Hoy sigue siendo Viernes Santo.
8. Juan Pablo II en su visita a la Basílica del Santo Sepulcro, dijo: Siguiendo
el camino de la historia de la salvación, narrado en el Credo de los apóstoles,
mi peregrinación jubilar me ha traído a Tierra Santa. Desde Nazaret, donde Jesús
fue concebido de la Virgen María por el poder del Espíritu Santo, he llegado a
Jerusalén, donde «padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado,
muerto y sepultado». Aquí, en la Iglesia del Santo Sepulcro, me arrodillo
delante de su sepultura: «Ved el lugar donde le pusieron» (Marc 16,6). La tumba
está vacía. Es un testigo silencioso del acontecimiento central en la historia
de la humanidad: la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Desde hace casi
dos mil años, la tumba vacía ha sido testigo de la victoria de la Vida sobre la
muerte. Junto a los apóstoles y a los evangelistas, y junto a la Iglesia en todo
tiempo y lugar, nosotros también hemos sido testigos y proclamamos: «¡El Señor
ha resucitado!». Resucitado de entre los muertos, Él ya no muere más; la muerte
no tiene ya dominio sobre Él (Rom 6,9). «Mors et vita duello confixere mirando;
dux vitae mortuus, regnat vivus» El Señor de la Vida estaba muerto; ahora reina,
victorioso sobre la muerte, la fuente de vida eterna para todos los creyentes.
9. En esta iglesia, «la madre de todas las Iglesias» (san Juan Damasceno), donde
nuestro Señor Jesucristo murió para reunir en uno a todos los hijos de Dios que
estaban dispersos (Jn 11,52), le pedimos al Padre de las misericordias que
fortalezca nuestro deseo por la unidad y la paz entre todos los que hemos
recibido el regalo de una nueva vida por medio de las aguas salvadoras del
Bautismo.
10. «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19). El
evangelista Juan nos dice que después de la resurrección de Jesús entre los
muertos, los discípulos se acordaron de estas palabras, y creyeron (Jn 2,23).
Jesús había dicho estas palabras para que sirvieran como señal para sus
discípulos. Cuando Él y los discípulos visitaron el Templo, arrojó fuera del
santo lugar a los cambistas y vendedores (Jn 2,15). Cuando los presentes
protestaron diciendo: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?», Jesús
respondió: «Destruid este templo y, en tres días, lo levantaré». El Evangelista
advierte que «Él hablaba del Templo de su cuerpo» (Jn 2,18). La profecía
contenida en las palabras de Jesús se realizó en la Pascua, cuando «al tercer
día resucitó de entre los muertos». La resurrección de nuestro Señor Jesucristo
es la señal que pone de manifiesto que el Padre eterno es fiel a su promesa y
engendra una nueva vida de la muerte: «la resurrección del cuerpo y la vida
eterna». El misterio se refleja claramente en esta antigua Iglesia de la «Anástasis»,
que contiene ambas, la tumba vacía, signo de la Resurrección, y el Gólgota,
lugar de la Crucifixión. La buena nueva de la resurrección nunca se puede
separar del misterio de la Cruz. Hoy, san Pablo nos dice en la segunda lectura:
«Nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1 Cor 1,23). Cristo, se ofreció a sí
mismo como oblación vespertina en el altar de la cruz (Sal 141,2), ahora ha sido
revelado como «el poder y la sabiduría de Dios» (1 Cor 1,24). Y en su
resurrección, los hijos e hijas de Adán participan de la vida divina que era
suya desde toda la eternidad, con el Padre, en el Espíritu Santo.
11. La resurrección de Jesús es el sello definitivo de todas las promesas de
Dios, el lugar del nacimiento de una humanidad nueva y resucitada, la promesa de
una historia caracterizada por los dones mesiánicos de paz y gozo espiritual. En
la aurora del nuevo milenio, los cristianos pueden y deben mirar el futuro con
una confianza firme en el glorioso poder del Resucitado, quien hace nuevas todas
las cosas (Ap 21,5). Él libera a la creación de la esclavitud de la caducidad (Rom
8,20). Con su Resurrección, abre al camino al descanso del Gran Sábado, el
Octavo Día, cuando la peregrinación de la humanidad llegue a su fin y la
voluntad de Dios sea en todo en todos (1 Cor 15, 28).
12. Aquí, en el Santo Sepulcro y en el Gólgota, mientras renovamos nuestra
profesión de fe en el Resucitado, ¿podemos poner en duda que el poder del
Espíritu de la Vida nos dará la fuerza para vencer nuestras divisiones y
trabajar juntos en la construcción de un futuro de reconciliación, unidad y paz?
Aquí, como en ningún otro lugar en la tierra, escuchamos a nuestro Señor decirle
de nuevo a sus discípulos: «No tengáis miedo, yo he vencido al mundo» (Jn
16,33).
13. "El velo del Templo se rasgó" (Lc 23,45). Ante la debilidad de Dios, debe
rasgarse también nuestro concepto de Dios. Debemos aceptar a un Dios humillado,
que se encarna en la debilidad humana y que quiere ser el servidor y el que está
en los pequeños, en los sin cultura, en los marginados: "lo que hacéis a uno de
mis pequeños, a mí me lo hacéis" (Mt 25,40).
14. Los personajes que intervienen en la Pasión y Muerte de Jesús, no son
extraordinariamente malos, sino personas normales y corrientes. Y esta reflexión
nos ayuda a aceptar que nos puedan vender, juzgar, traicionar y crucificar las
personas normales que están junto a nosotros.
15. ¿Por qué tanta sangre, Señor? ¡Qué gran amor el tuyo y el de tu Padre, que
te entrega para que participemos de vuestra vida trinitaria y feliz por siempre!
Te adoramos, Cristo y te bendecimos porque por tu santa Cruz has redimido al
mundo.
J. MARTI BALLESTER
30.
Hoy es el día de la Pasión. Jesús, el hombre que dedicó su vida entera a hacer el bien, el que transformó la vida de tantas personas, el que mostró el rostro amoroso del Padre Dios, muere en el suplicio ignominioso de los esclavos. Para celebrar esa muerte salvadora nos encontramos aquí. Y la liturgia nos invita a hacerlo de tres maneras: la lectura de la Pasión según san Juan, la adoración de la cruz y la comunión eucarística.
-La pasión según Juan: la victoria de Jesús
La Iglesia tiene predilección por el evangelio de Juan. Cada año, el Domingo de Ramos, leemos la Pasión según uno de los tres primeros evangelios, el que toque; este año ha sido Marcos. Pero el día propiamente dicho de la Pasión, que es hoy, cada año se lee la pasión según san Juan.
En comparación con los otros tres evangelistas, la pasión según san Juan nos presenta a Jesús vencedor, triunfante en la cruz. Es como aquellos Cristos majestad románicos, que lo representan en la cruz como en un trono, con corona real en vez de la de espinas y manto señorial, y a veces con casulla, como ofreciendo sacerdotalmente desde la cruz su propio sacrificio.
El centro de este relato es el juicio ante Poncio Pilato. Sin negar los sufrimientos y las burlas que Jesús sufre, Juan nos lo presenta dominando la escena, como si fuese él quien juzga a Pilato, y no al revés. Jesús está dentro del pretorio, mientras sus acusadores están fuera, ya que si entrasen en una casa pagana quedarían impuros y no podrían celebrar la Pascua. El evangelista distingue claramente siete escenas, ritmadas por las entradas y salidas de Pilato, que habla dentro con Jesús y fuera con los dirigentes judíos, hasta que les saca a Jesús azotado, burlado y escarnecido. Las idas y venidas de Pilato evocan nuestras propias ambigüedades. Pilato le manda poner una corona de espinas y un manto real. Lo hace por burla, pero en la intención del evangelista, Pilato, representante del emperador de este mundo, sin saberlo, está proclamando a Jesús como rey.
-La adoración de la cruz: memoria de la Pasión
El rito más característico del Viernes Santo es la adoración de la cruz. Decimos que la adoramos, no porque la cruz sea Dios, sino porque en la cruz Dios hecho hombre mortal murió por nosotros.
Este día, en Jerusalén, en la basílica edificada en el lugar del Calvario y del Santo Sepulcro, los fieles pasaban a adorar y besar la reliquia de la Vera Cruz que se decía que había encontrado santa Elena. No hace falta que sea una reliquia auténtica: lo que importa es el signo de la cruz, símbolo del instrumento de la Pasión de Jesucristo y de nuestra redención. No tengamos prisa ni nos impacientemos cuando pasemos uno a uno a venerar la santa cruz mientras nos unimos a los cantos; y dediquemos también estos minutos a meditar el relato que acabamos de escuchar en el evangelio. Lo que los evangelistas nos explican con gran riqueza de detalles, ha quedado condensado en este signo, de forma que la religión cristiana es la religión de la cruz (como la musulmana es la de la media luna). La cruz proclama el amor infinito del Padre revelado en el Hijo, hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
-La comunión: unirse a la Pasión
Finalmente, recibimos la sagrada comunión. Hoy propiamente no hay misa, porque no hay consagración, sino que comulgamos de la reserva eucarística guardada ayer. Con todo, al comulgar, nos unimos a la Pasión de una manera sacramental mucho más real que escuchando el evangelio de la Pasión o adorando a la cruz.
San Pablo nos decía ayer que cada vez que comemos de este pan y bebemos del cáliz anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva.
Escuchar el relato de la Pasión, besar la cruz o recibir la comunión de nada nos servirían, si no estuviéramos dispuestos a morir también nosotros al pecado, para resucitar con Cristo a una vida de gracia y santidad.
Que él derrame sobre nosotros la gracia que brota de su cruz. Que él derrame su salvación, su amor, su paz, su vida inagotable, sobre todos los hombres y mujeres del mundo entero, y de un modo especial sobre aquellos que más de cerca viven el dolor y el abandono que Jesús vivió.
HILARI
RAGUER
MISA DOMINICAL 2000, 5, 45-46
31.
• Nuestra confesión de fe: Jesús es el Hijo de Dios
Con la celebración de este domingo empezamos los días santos, para los que nos hemos ido preparando durante toda la Cuaresma. Y hoy nuestra atención debe estar en este relato de la pasión y muerte del Señor que acabamos de proclamar. Su meditación debería hacer que surgiese de nuestro corazón aquella misma profesión de fe del centurión ante Jesús clavado en la cruz: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Todo el relato de la pasión según Marcos lleva a este acto de fe.
• La pasión de Jesús: una escuela de fe y de humanidad
Cada paso, cada momento, cada gesto y palabra de Jesús en su pasión es una lección de fe y de humanidad para nosotros; es un descubrimiento del sentido que podemos dar a la vida; es un acto de fe en Dios que, aunque el misterio del mal y de la muerte nos rodee por todos lados, nos acompaña en todo momento, no nos deja de amar nunca y nos libra del mal. La pasión y la muerte de Jesús nos despierta a la vez la solidaridad por tantas y tantas personas, tantos y tantos pueblos y colectivos que han vivido y viven ahora en su propia carne esta pasión y muerte.
- En Getsemaní, Jesús vive la tentación del miedo, de no encontrar sentido a la prueba que se le echa encima, la tentación de claudicar. Nos enseña a asumir toda realidad sufriente con la confianza de tener siempre en nosotros el Espíritu de Dios que nos da fuerza en el momento de la prueba.
- Aquella noche Jesús comparte con muchos pueblos de la tierra, con muchos hombres y mujeres de nuestra historia, la pérdida de la libertad, la pérdida de sus derechos, la traición, el abandono, la infidelidad de los amigos, fruto de tantos miedos a la fidelidad de las personas, a darla vida por los demás. Y nos dice que se encuentra del lado de los que como él pasan y deben pasar por las mismas experiencias.
- A Jesús se le quita la dignidad y la vida, es equiparado a un delincuente, es torturado, burlado y asesinado, como tantos otros que ayer y hoy siguen su misma suerte y como él no han claudicado. Cuando los demás se niegan a dar la cara por él, Jesús se mantiene firme, da testimonio de sí mismo y de su misión.
- Cada personaje que aparece en la pasión de Jesús es imagen de cada uno de nosotros, es modelo de las posibles actitudes existentes en nosotros ante el hermano, es modelo de humanidad o de deshumanización:
abandono
por parte de los discípulos;
traición de Judas y desesperación;
uso de la violencia, negación y arrepentimiento de Pedro;
burla, prepotencia y abuso de poder de los sacerdotes y autoridades;
presencia amorosa e impotente por parte de las mujeres;
indiferencia y frialdad de los ejecutores;
insulto de los que pasaban y de los mismos condenados como él;
fe por parte del centurión;
veneración servicial de José de Arimatea.
• La Eucaristía, comunión con Jesús sufriente y con todos los sufrientes
En la Eucaristía tenemos a este Jesús entregado a la muerte, que se nos da a todos, que nos ama dándose. Que la contemplación y la comunión con Jesús en su camino hacia la cruz nos lleve a la contemplación y comunión con todas las pasiones existentes en nuestro mundo; al acto de fe en Dios que salva a su Hijo y nos salva en Jesús, porque nos ama en él y en cada sufriente. De esta profesión de fe nace la Iglesia.
ORIOL
GARRETA
MISA DOMINICAL 2000, 5, 17-18