12 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE RAMOS - CICLO B

 

1. J/PASION/Mc:

El sentido de la liturgia de la Palabra de este domingo no debe ser tomado lógicamente en función de los propios textos, sino como pórtico a la Semana Santa, como llamada de atención a los cristianos para apercibirlos ante el gran misterio que la liturgia cristiana se dispone a celebrar en la semana a la que se le da entrada con el domingo de Ramos. Ese nos parece ser el principal objetivo que puede perseguir la homilía del día de hoy.

El agitarse en el aire de los ramos de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén contrasta con la lectura de la Pasión del evangelio de hoy. El contraste nos introduce en la gran paradoja de la vida humana: hoy te aclama quien mañana te humillará, hoy te levanta quien te ha de derribar un día, hoy te besa quien te hará traición.

Este fenómeno puede ser observado desde diversos ángulos y a distintos niveles. En todos ellos late la debilidad, la inconsecuencia, la hipocresía humana. El egoísmo, la traición de los hombres. Con un lenguaje más de la calle podríamos aludir a lo que se llama "el cambio de chaqueta". Sería interesante reflexionar sobre este fenómeno a la luz del evangelio.

-"Hosanna al Hijo de David" se gritó en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pocos días más tarde, aquellas mismas gentes iban a condenarle a muerte (¿movidas por qué o por quién?):"¡Crucifícale!"

-"Cristo pasó por uno de tantos" (segunda lectura). Es preciso apuntalar más este texto entre nosotros, a quienes, a través de los siglos, ha preocupado más la divinidad de Cristo que la humanidad de Dios. Ciertamente, la teología cristiana nunca separa estos dos aspectos de la Cristología, pero de una forma subconsciente ha resaltado siempre más el primer aspecto que el segundo. Da la impresión de que nos diera cierto miedo que Jesús fuera un hombre como los demás. San Pablo insiste: "tomó la condición de esclavo y pasó por "uno de tantos". Y es que hoy, pasar por la condición del más pobre y pasar por "uno de tantos" no cae bien. Y podría oler a demagogia barata, a democracia peyorativa, a clasismo incluso. Está mal visto ser uno de tantos y peor ponerse en la piel del pobre. "Actuando como un hombre cualquiera". Mal comienzo para un hombre de nuestros tiempos que pretenda triunfar.

-"Uno que está comiendo conmigo me va a traicionar." La condición humana ofrece en ocasiones ese lado gris, la parte de ruindad que alberga. Vivimos al lado de gentes que consideramos amigas y un buen día nos traicionan, o las traicionamos nosotros, por un plato de lentejas, por un sueldo, por un premio, por un ascenso. /Mc/14/18-19

"¡Y a mí qué!", se dice a continuación.

-"¿Seré yo?". Leída la Pasión de Jesús con criterios de solidaridad contemporánea, con sentido "cósmico" (que puede uno encontrar en San Pablo, en Teilhard de Chardin, en Steinbeck, en Saroyan, y quizá en Malraux), ¿quién de nosotros no puede hacerse esta misma pregunta? Para el Francisco de Asís de Kazantzaki, la mano de un asesino es nuestra mano, y el cuerpo del que sufre es nuestro cuerpo. Teresa de Lisieux no pensaba de otra manera. Sin embargo, un excesivo sentido de culpa puede derivar en un complejo que impida desarrollar la liberación que vino a traernos Jesús con su muerte. La pregunta solidaria que cada cristiano debemos hacernos con frecuencia (¿seré yo?) ante las injusticias del mundo, debe tornarse creadora, y no debe frenar nuestro sentido de libertad y nuestro optimismo cristiano, que favorecerán nuestro compromiso y nuestra opción.

-"Esta noche me habrás negado tres veces" (/Mc/14/30). Es también un fenómeno típico en una sociedad torturante en la que el hombre no siempre puede ser fiel a sí mismo. La sociedad moderna tiene muchos métodos para que el hombre prevarique de sus convicciones más profundas: la publicidad, la propaganda, el clasismo, la tortura, el miedo, la ideología. Una sociedad así es muy capaz de hacer ver blanco lo que es negro, de obligar a decir sí donde habría que decir no, de hacer que reniegue de ti tu propia sombra.

-"Me muero de tristeza" (/Mc/14/34). Uno de los momentos más "emotivos" y, sobre todo, más patéticos de la Pasión, es aquel en el que Jesús pronuncia esta frase, en el huerto del olivar. Se siente solo, incomprendido, abandonado, malentendido, traicionado, olvidado. Y por sus propios amigos, por "los suyos", no por el enemigo. Es la tragedia de un hombre en pleno fracaso, de un hombre que incluso se sintió tentado de no completar su propia misión: "si es posible, pase de mí este cáliz". La tristeza, la pena, la incomprensión, la soledad, el abandono y la traición son también males de nuestro tiempo. ¡Cuántos ignorados pasan por ello muy cerca de nosotros!

-"Pero él callaba" (/Mc/14/61). El silencio de Jesús es aleccionador, pero también dramático y paradójico. Tanto como el llamado "silencio de Dios" al que aluden tantas veces Charles Moeller, Ingmar Bergmann, Camus y, en general, todo el existencialismo moderno.

Alecciona este silencio de Jesús: ante ciertas acusaciones al hombre no le queda otra salida que el silencio. Y es paradoja: hay quien busca todas las soluciones a la problemática humana en el Evangelio, como si éste fuera la piedra filosofal. No está dicho todo, no está hecho todo. Hay mucho que hacer en el mundo.

Cuando lo consigamos, ya podremos "presentárselo al Padre", como dice San Pablo. El mensaje del domingo de Ramos debe darnos una nueva sensibilidad para estar a tono con el gran misterio cristiano que vamos a celebrar en la semana santa. Debemos desentumecer nuestras capacidades de perspectiva. Vivimos en un mundo peligrosamente acomodaticio. Observamos la violencia con una naturalidad increíble. Muchos sentidos se nos están embotando: el sentido de la violencia, el sentido del pecado, el sentido del mal. Esta pérdida puede desembocar en los cristianos en una pérdida absoluta del sentido de la redención, lo cual es más grave.

Perdemos igualmente facultades en los sentidos de percepción del bien. Porque existe también la cara positiva de la moneda.

Olvidamos muy pronto el sacrificio de aquellos que, en los últimos tiempos, están dando la vida por algo noble, de aquellos que están tratando de redimirnos un poco de las impurezas, las injusticias y los males del mundo. No caemos en la cuenta siquiera de que hay muchos que luchan -y mueren- para liberar a sus pueblos de la injusticia, la opresión, la pobreza, la incultura, la enfermedad, la falta de libertad, la falta de trabajo, vivienda, comida... Llegamos a una indiferencia despiadada. Son cristianos que consideran el mundo como algo que hay que perfeccionar, mejorar, corregir, depurar, concienciar, mentalizar, enriquecer, liberar... Debemos abrir los ojos ante los que han renunciado a todo, los que se han solidarizado con el prójimo hundido, los que han puesto precio bajo a su vida, los que han perdido, por la libertad de los demás, la suya propia.

DABAR 1976/25


2. J/SILENCIO 

Dada la importancia de la lectura del Evangelio de la pasión de Cristo, no conviene caer en la tentación de leerla abreviada. La homilía no tiene que ser larga ya que las palabras evangélicas son lo suficientemente expresivas por sí mismas. En estas orientaciones señalamos de hecho una única idea: a través de la pasión de Jesús se nos manifiesta el sentido del dolor y de la muerte, pero no mediante discursos, sino mediante el silencio de Dios.

Una de las características del relato de la pasión según san Marcos es el silencio observado por Jesús a lo largo del proceso que lo llevó a la muerte y durante la agonía final. Jesús calla delante del tribunal religioso; Jesús calla delante del tribunal civil. Sólo habla, y por cierto bien claro, cuando se trata de manifestar su mesianidad (hasta aquel momento escondida en el "secreto mesiánico") "Sí, soy el Mesías" "Sí, soy el rey de los judíos". No dice nada, por el contrario, cuando se trata de defenderse de las acusaciones injustas de los enemigos. Y una vez en la cruz, San Marcos sólo nos transcribe una sola palabra de Jesús expresada en su lengua materna y que parece salida de la boca de un hombre tan acosado que se siente abandonado por el mismo Dios.

Esta actuación silenciosa de Jesús frente a su propia muerte había sido anunciada por los profetas, y encuentra una explicación en la fe y en la reflexión del que cree. La primera lectura nos ofrece la pintura que Isaías hace del Siervo de Dios: un hombre que sabe decir palabras de consuelo a los apenados, no mediante largos discursos, sino mediante la aceptación del sufrimiento. Y en la segunda lectura, San Pablo, explica teológicamente el dolor y la muerte de Cristo, como una consecuencia ineludible de su condición humana: Jesús fue totalmente hombre, hasta llegar a la más perfecta solidaridad con los que sufren, con los que son perseguidos, con los que mueren injustamente. Delante de las miserias de los hombres, Jesús calla, pero carga silenciosamente todo el peso del mal sobre él mismo, todo el peso del dolor y de la muerte. Y este silencio de Cristo, que es también silencio de Dios, es más elocuente que todas las palabras.

Los cristianos no tenemos que ir por el mundo haciendo largos y bellos discursos sobre el sentido de la vida y de la muerte: la única actitud verdaderamente cristiana es la que, a ejemplo de Jesús, nos hace vivir silenciosamente todo el dolor del mundo, venciéndolo con la fuerza del amor.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1973/02


3. J/KENOSIS: /Flp/2/6-11

La segunda lectura de esta liturgia de la Pasión, célebre himno cristológico tomado de la carta a los Filipenses, merecerá ser comentada más particularmente durante el ciclo B; es un texto importante en orden a entender el relato evangélico de la Pasión, pero quizá lo es más para llegar hasta el fondo del pensamiento desarrollado por el segundo evangelista a lo largo de su libro.

El contexto de este himno, que no se cita hoy, manifiesta la preocupación de Pablo ante la manera de vivir de los destinatarios de su carta. En su deseo de llevarles a un estilo de relaciones mutuas más en consonancia con el Evangelio, les pone ante los ojos "a Cristo" arrostrando "la muerte y muerte de cruz". A primera vista, el tema cristológico así evocado no corresponde exactamente a la exhortación, invita a contemplar a Jesús tal como el himno le presenta: como modelo en rechazar la gloria.

¿Cuál es esta gloria rechazada por Jesús, y en qué circunstancias se cumplió esta alternativa ejemplar? Hoy, los comentaristas subrayan con frecuencia que Cristo Jesús aceptó esta notable humillación recordada por el himno, más que haciéndose hombre, "encarnándose", viviendo día tras día la existencia humana y aceptando sus limitaciones concretas, especialmente la de la muerte. "Siendo rico, se hizo pobre", señala en cierto modo la segunda carta a lo Corintios (8, 9).

Correspondiéndole con todo derecho la gloria divina, por ser "de condición divina", Jesús aceptó vivir una vida despojada de esta gloria, una vida caracterizada por la humildad, tan distinta de la majestad de la que habría podido rodearse.

¿A qué se debe esta humillación, cuál es el motivo de tanta humildad? Los autores del Nuevo Testamento, fascinados por este tema, aducen varias razones.

La emocionada frase de Pablo, en la epístola a los Gálatas: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (2, 20), ve en el amor la explicación de la vida humana de Jesús.

Por su parte, el autor del himno destinado a los Filipenses se fija más en la "obediencia" de Jesús.

Esta "obediencia" invirtió la tendencia inaugurada por Adán. El tentador al dirigirse a Eva, lo había hecho encandilándola con la promesa de que con su desobediencia se haría semejante a Dios: "Seréis como dioses", le había dicho (/Gn/03/05). Jesucristo, segundo Adán, al revés del primero "obedece"; vive hasta el final, en una humanidad desprovista de Gloria, sin pretender "arrebatar" por ningún medio una "gloria" que le pertenece -¿no es "de condición divina"?- pero que él no quiere tener más que recibida de Dios. Sucederá con él lo que con todo hombre que sólo de Dios puede recibir su recompensa, la verdadera, la futura.

Jesús llega hasta el colmo del desposeimiento: "la muerte y la muerte de cruz"; y al término de esta humillación, que es también un gesto de obediencia, recibe la gloria suprema: "el Nombre que está sobre todo nombre: Jesucristo, Señor".

Al no querer imitar la desobediencia de Adán, que no condujo más que al castigo, Jesús cumplió lo que se había dicho del Siervo, al que presenta precisamente la primera lectura.

El texto isaiánico, recortado (podría abarcar desde el v. 4 hasta la mitas del v. 9), traza varios rasgos del perfil profético del Siervo, en quien a los cristianos les gusta ver el anuncio de Jesús.

Lo primero que el autor consigna acerca de este misterioso personaje, es su comportamiento fraternal: el Siervo es accesible al "abatido"; esta fraternidad es expresión de una mansedumbre mantenida tenazmente, incluso cuando tiene que encontrarse inerme ante unos enemigos cuyas vejaciones el Siervo soporta sin violencia.

Esta paciencia llevada hasta el extremo, es resultado de la confianza depositada en Yahvéh. Seguro que Dios acude en su ayuda, el Siervo sabe que sus adversarios no tendrán la última palabra.

Estas reflexiones isaiánicas se corresponden con las líneas de la meditación paulina. El Siervo se coloca al nivel de los que han perdido la esperanza; como Cristo Jesús acepta las humillaciones inherentes a la existencia humana; la mansedumbre le viene al Siervo de los innobles ultrajes recibidos; a Jesús su humanidad le conduce a la muerte de cruz; el Siervo mantiene con tenacidad su confianza en Dios, como Cristo Jesús su obediencia al Padre; finalmente, el Siervo debe ser repuesto en sus derechos y Jesucristo, "levantado", recibe el nombre de Señor, que está sobre-todo-nombre.

El lector del evangelio de la Pasión según san Marcos, debe encontrar de nuevo estas mismas líneas maestras con que Pablo, después del autor isaiánico, esboza el misterio de Jesucristo.

En la epístola a los Filipenses, Jesucristo es "de condición divina"; en Marcos, Jesús declara sin rodeos su identidad ante el sumo sacerdote: -"¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito? Jesús contestó: -Sí lo soy" (14, 61). El tono es aquí más categórico que en Mateo; aquí afirma Jesús su relación con Dios, y esta relación es absolutamente única; amplía su afirmación advirtiendo que lo que él es ya, aquel mismo día, llegará un día en que se manifestará; pues lo que él es, actualmente está oculto: "Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo" (v.62).

Lo esencial está invisible, pero no por eso está menos presente. El furor de los sanedritas proviene, por lo menos, de la contradicción que advierten entre la pretensión gloriosa de que Jesús hace gala y su humillante situación de insignificante condenado: "La reacción brutal y sin apelación del sumo sacerdote, bien pudiera significar que existía una incompatibilidad total entre el concepto que él se forjaba de Dios y de su enviado, por una parte, y la humillación y la impotencia de aquel presunto Hijo de Dios, por otra".

¿Dónde ve el evangelista la explicación de este sorprendente contraste que separa la dignidad oculta y la humillación que está a la vista? El relato de la agonía debe decirlo: "Y dijo: Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres" (v.36). Nuevamente el tema de la obediencia, el mismo que la epístola a los Filipenses desarrolla para explicar la humillación de Cristo. Y así como esta epístola descubría en la obediencia el camino de la verdadera gloria -"toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre"- así también, al final de esta Pasión "querida por el Padre", Marcos oye en el preciso momento en que Jesús muere en la cruz que "toda lengua proclama", por medio del centurión: "verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (15, 39).

En san Pablo, lo mismo que en san Marcos, Jesucristo entra en la gloria al final de una experiencia que es la de total aceptación de la vida de hombre, en un acto que es "obediencia... para gloria de Dios Padre".

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MARCOS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 172


4. /Mc/15/27-32

El evangelista nos presenta un cuadro dramático y terrible. Fuera de la ciudad sagrada, junto al camino, a la vista de la mucha gente que pasaba por allí, colgado en una cruz entre dos bandidos (guerrilleros nacionalistas, quizá), agoniza el mismo que pocos días antes había sido recibido y aclamado triunfalmente por el pueblo como el Rey-Mesías. Y con un letrero en el que se daba noticia de la causa de su condena: "El rey de los judíos". 

Todos se ríen de él, ridiculizando las palabras que había pronunciado cuando predicaba: tanto los que al escucharlo recibieron su mensaje como acusación y denuncia de sus injusticias como los que lo debieron sentir como anuncio de liberación. 

Todos de acuerdo: los transeúntes, gente del pueblo que quizá lo había aclamado el domingo de Ramos y que ya había perdido toda esperanza en él; los sumos sacerdotes y los letrados que habían vuelto a engañar al pueblo para que rechazara a Jesús y que ahora celebraban lo que creían que era su triunfo, y hasta los que estaban crucificados con él. 

Todos de acuerdo en que ése no es modo de salvar al mundo: si el salvador no es capaz de salvarse a sí mismo..., ¿a quién podrá salvar? 

Todos de acuerdo en que si Dios estuviera con él la suerte de aquel condenado no sería la que estaban viendo. Si aquel despojo humano fuera de verdad el Hijo de Dios, ¿qué clase de Padre sería ese Dios? Y, al final, parece que hasta el mismo condenado les da la razón: "¡Eloi, eloi, lema sabaktani", que significa Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

UN DIOS SIN PODER: D/PODER/LIBERTAD:

"¡Vaya! ¡El que derriba el santuario y lo edifica en tres días! ¡Baja de la cruz y sálvate!...

Ha salvado a otros y él no se puede salvar. ¡El Mesías, el rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!"

Un Dios sin poder. A algunos les sonará a blasfemia, pero eso es lo que se ve en el crucificado. "Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso", decimos en el credo. Pero ¿en qué consiste su poder? Ciertamente, el poder de Dios no es como el de los poderosos de la tierra (capacidad de determinar o modificar la libertad de los demás). No. El Padre no cambia el curso de los acontecimientos que los hombres, en el uso de su libertad, han decidido; no fuerza la libertad de los hombres, ni siquiera para que éstos sean buenos.

Preguntarse si podría hacerlo es un absurdo, algo así como preguntarse si Dios puede pecar. Entonces...

Dios es amor, dice San Juan. Y ése, el amor, es su poder. Y de ese poder sí está llena la figura del crucificado. Sus paisanos no fueron capaces de descubrirlo: todos los que hablan al verlo en la cruz pretenden que Dios anule lo que los hombres han hecho para que, demostrado así su poder, puedan creer en Jesús. No les entraba en la cabeza que el amor fuera ya salvación.

Quizá también a nosotros nos resulta difícil creer que el amor puede transformar el mundo. Sin embargo, conocemos por experiencia la fuerza del amor: si se apodera de nosotros nos cambia la vida, y cuando se hace norma de convivencia de un grupo, transforma su forma de vivir. Entonces, si lo dejáramos organizar el mundo en lugar de que siga estando en manos de la fuerza y del poder, ¿no cambiaría nada? No, no es tarea fácil.

Como Jesús, hay que poner en juega la vida. Y sin ventaja: Jesús tuvo que afrontar la muerte solo, como un simple hombre. La confianza que él tenía en Dios ("Dios mío" expresa una gran familiaridad) no alivia ni el dolor de verse rechazado por su pueblo y derrotado por sus enemigos ni la angustia, tan humana, de enfrentarse a la muerte. Pero así manifestó el poder del amor de Dios. Sólo un forastero, un pagano, supo verlo: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". Entre tantos salvadores poderosos, ¿no sería inteligente dar una oportunidad a este salvador?

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 76ss.


5.

1. Los relatos de la pasión

Los últimos capítulos de los evangelios condensan toda la fe de la comunidad cristiana.

Su eje y centro es Jesús muerto, resucitado y ascendido a los cielos hasta el Padre como Señor de la vida plena y para siempre. La hora de la gran prueba inicia su cuenta atrás, y Satanás vuelve para culminar su obra (Lc 4,13). Terminan las palabras y comienzan los hechos.

Su lenguaje continuará sin patetismos. Muchos acontecimientos dolorosos que los cristianos posteriores hemos reflexionado con profunda emoción -la flagelación, el horror de clavar a un hombre en una cruz-, son mencionados por los evangelistas con brevedad. Eran cosas muy conocidas para los hombres de entonces por tratarse de medidas frecuentes de una justicia cruel, y para ellos menos conmovedoras -a todo nos acabamos acostumbrando- que las razones secretas que habían llevado a Jesús a la condena a muerte y el profundo misterio que encerraba. Ahora es posible que hagamos más lo contrario: dramatizar los tormentos y perder de vista las causas y los protagonistas de una muerte que, desgraciadamente, se ha repetido con demasiada frecuencia a lo largo de la historia humana en personas y en pueblos enteros.

Visto humanamente, el proceso constituye un increíble error de la justicia, empujada por la actitud inconfesable de unos dirigentes religiosos -máximos representantes de Dios ante el pueblo-, que deberían haberle defendido y apoyado de un modo incondicional.

Considerado desde Dios, era un conflicto necesario si Jesús quería ser fiel a las exigencias de su misión liberadora. ¿Cómo no desenmascarar a aquellos miserables de Israel que vivían de la explotación del pueblo? (Ez 34).

Los relatos de la pasión fueron elaborados en un largo proceso, en el que varios sucesos entraron sólo más tarde en la narración definitiva, originariamente más breve: la unción en Betania, la preparación de la cena, la escena de Barrabás, las burlas al rey de los judíos...

Esto explica que cada evangelista introduzca escenas y rasgos propios. De aquí que debamos valorar y enjuiciar cada episodio aisladamente, pero sin perder la visión global.

En su conjunto, la narración de la pasión -al igual que la totalidad de los evangelios- no trata de ofrecernos, en primera línea, el orden cronológico de los hechos, sino que, teniendo en cuenta la historia y aceptando numerosas tradiciones particulares, pretende conducir a la comunidad creyente a una inteligencia más profunda de aquel acontecimiento.

Tengamos en cuenta estas ideas para ahondar en los verdaderos propósitos de los evangelistas -comunidades cristianas primitivas-, y no dejarnos llevar entre el fárrago de las discusiones sobre las diferencias, siempre de aspectos secundarios, de lo fundamental: presentar a los cristianos el camino de muerte de Jesús y de toda vida verdadera, profundizar en su testamento y exhortarnos vivamente al seguimiento del camino trazado por él.

Los textos evangélicos anteponen al verdadero y propio relato de la pasión una amplia introducción que cumple una función muy importante: crear el marco en el que se ha de leer la pasión y ofrecer la clave para comprenderla en profundidad. Tienen este propósito la conspiración de los sumos sacerdotes y letrados, la unción en Betania, la traición de Judas, la preparación y la celebración de la última cena, la institución de la eucaristía y la predicción del abandono de los discípulos con las negaciones de Pedro.

2. Origen de la pascua PAS/ORIGEN

Se acercaba la fiesta de la pascua. Mateo y Marcos precisan que "faltaban dos días".

Marcos la designa con la doble expresión de "pascua" y "ácimos". Originariamente, la pascua era una fiesta de pastores, que se celebraba al comienzo de la primavera y tenía la finalidad de propiciar la fecundidad de los rebaños y de alejar de ellos las potencias maléficas. Marcaba también el comienzo de la trashumancia. Más tarde se incluyó en ella el recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto, ocurrida doce siglos antes de Cristo, con lo que vino a ser la fiesta principal de los judíos. Solamente podía celebrarse en Jerusalén.

La fiesta de los ácimos, de origen agrícola, marcaba el comienzo de la siega de la cebada y tenía el carácter de ofrenda de las primicias a Yavé. Como es lógico, no tenía fecha fija, al depender de la recolección de los campos. El nombre le venía del pan sin levadura que era obligatorio comer durante todos los días de la fiesta.

PAS/FECHA: Al juntarse las dos fiestas y ocupar el primer lugar la celebración de la liberación de la esclavitud de Egipto, se hizo depender su celebración de la primera luna llena de primavera: esa noche se celebraba la pascua, sin tener en cuenta el día que fuera de la semana. Luna llena que había facilitado la salida de noche de los israelitas después de la décima plaga. Noche que hacían coincidir con el comienzo del día 15 del mes de Nisán (marzo-abril), día grande de las fiestas. Algo parecido hacemos nosotros con nuestra semana santa: el domingo siguiente a la primera luna llena del equinoccio de primavera celebramos nuestra pascua: la resurrección de Jesús.

La víspera de su comienzo -día 14 de Nisán- había que retirar de las casas todo pan con levadura. Ese día tenía lugar una curiosa ceremonia: el padre de familia, con la ayuda de un farol, buscaba todos los restos de pan fermentado que pudiera haber en cualquier rincón de la casa, ya que debían desaparecer completamente. Posteriormente, los rabinos, para asegurarse mejor del cumplimiento del precepto de la ley de comer pan sin levadura, extendieron esta obligación desde el mediodía del día 14. Con ello, en el uso vulgar, las fiestas vinieron a durar ocho días: hasta el 21 de Nisán.

3. El complot de los dirigentes

Las maquinaciones criminales de los sumos sacerdotes y letrados contra Jesús se recrudecen antes de la fiesta. Esta escena, que los sinópticos presentan esquematizada, es la misma que nos narra Juan con gran detalle con motivo de la resurrección de Lázaro (Jn 11,45-53). No sólo quieren acabar con Jesús, sino también con Lázaro, al ser causa de que muchos judíos crean en el joven rabino galileo por el milagro que ha obrado en él (Jn 12,9-11). La decisión de hacerle morir no es nueva: había sido tomada ya hacía tiempo (Mc 3,6). Buscan prenderle de forma clandestina y "a traición", pues en público podía ser peligroso en aquellos días pascuales. Se exponían a una revuelta a favor de Jesús por parte de los galileos, gente fácilmente inflamable, y de los peregrinos, que con tanto entusiasmo lo habían recibido a la entrada de Jerusalén.

El temor a que estallara un motín durante las fiestas de pascua no carecía de fundamento. De hecho, en esa gran fiesta se repitieron las sublevaciones, al excitarse fácilmente las esperanzas mesiánicas y los sentimientos nacionalistas entre los miles de peregrinos que acudían a la festividad. No olvidemos que el centro de la celebración era el recuerdo de una liberación que mantenía viva la esperanza de la liberación futura y, sin duda, de la opresión de los romanos. Los romanos vigilaban todo lo que pasaba en el templo desde su fortaleza Antonia, levantada expresamente para ello. Vigilancia que extremaban en estos días de fiesta, interviniendo solamente en casos extremos. Para mantener el orden normal confiaban en la policía del templo, compuesta por levitas.

"No durante las fiestas". No significa que quieran detenerlo y asesinarlo después de pasadas éstas, sino en ellas, pero no en medio del pueblo, no entre la aglomeración de las gentes. Y así se explica que el ofrecimiento de Judas Iscariote de entregárselo sea la ocasión que esperaban para llevar a cabo sus planes. Esta interpretación adquiere más fuerza aún si tenemos en cuenta una enseñanza de la "Michná" (parte del Talmud), según la cual ciertos malhechores debían ser ejecutados precisamente con ocasión de una fiesta de peregrinación.

Jesús, cuando está rodeado de la masa popular, sobre todo de los campesinos galileos, está seguro. Los dirigentes religiosos y la policía del templo no se meterán con él. Se armaría un disturbio demasiado grande y de consecuencias imprevisibles. Pero de noche la cosa es más difícil para él. Tiene que esconderse; algo relativamente fácil si tenemos en cuenta que en aquellos días festivos habría en Jerusalén más de cien mil personas. Cada atardecer desaparecía procurando no dejar pistas. Pero cada día está menos seguro. El cerco se está estrechando. Y, además, habrá un traidor.

4. La unción

Juan sitúa con precisión cronológica esta escena: fue "seis días antes de la pascua" (Jn 12,1), antes de la entrada mesiánica en Jerusalén. Mateo y Marcos prefieren colocarla en un contexto lógico: en relación con la muerte inminente de Jesús, entre el complot de los dirigentes religiosos de Israel, que anuncian en los versículos anteriores, y la traición de Judas. Lucas no narra esta cena en Betania, pero sí otra muy semejante, que en ningún caso debemos identificar con ésta (Lc 7,3~50).

Mateo y Marcos no dan más nombres que el del anfitrión. Juan dice que la mujer era María, la hermana de Marta y Lázaro, que también estaban presentes: Marta sirviendo y Lázaro sentado a la mesa con él.

Simón da un banquete a Jesús. Parece que había sido leproso y se había curado. ¿Lo había curado Jesús? Los asistentes se recostaban sobre almohadones en torno a una mesa, ocupando tres lados y dejando el cuarto para que pudieran servir. En estos banquetes servían las mujeres, y nunca se sentaban a la mesa con los hombres. Durante la cena, María se acercó a Jesús con un "frasco de alabastro" (Mateo) conteniendo "una libra (237,45 gramos) de perfume de nardo puro" (Juan), "quebró el frasco" (Marcos) y lo derramó sobre la cabeza de Jesús (Mateo y Marcos). Juan nos dice que lo derramó sobre sus pies y que se los secó después con sus cabellos. Es posible que la unción fuera en cabeza y pies y que cada evangelista narre el hecho en función de lo que nos quiere enseñar. Era costumbre ofrecer agua a los huéspedes para lavar los pies fatigados del camino y calor de Palestina, y ungir con perfumes sus cabezas sudorosas. Pero era un gesto extraordinario ungir los pies. Si Juan detalla esta unción es porque quería evocar de una forma más clara la sepultura de Jesús. Tampoco es un gesto corriente ungir la cabeza de un huésped después de comenzada la comida.

El nardo era un perfume muy apreciado, que solamente podían permitirse los ricos. Se obtenía de la planta del nardo, originaria de la India, triturando sus raíces. De ahí su elevado precio. Este perfume, que se evapora rápidamente, se conservaba normalmente en valiosos frascos de alabastro de cuello alargado, y también de ónice.

La cantidad y el alto precio del perfume dejan ver la profunda veneración de María por Jesús. Su acción está dictada por el amor y por la comprensión de todo lo que está ocurriendo. Ha entendido bien a Jesús. ¿No había permanecido a sus pies escuchándole atentamente? (Lc 10,38-42). Sabe que Jesús no es el mesías triunfal soñado por muchos, y que le esperan momentos muy amargos. Quiere demostrarle su fe y amor con este gesto de derramar un perfume costoso. Como la viuda (Mc 12,41-44), ha comprendido que el verdadero amor se expresa en el don total: por eso ha roto el recipiente y derramado todo el perfume. Su "despilfarro" no está sólo en el perfume derramado, sino también en el frasco roto, que ya no podrá ser utilizado.

5. Reacciones

La acción de la mujer es muy discutida. En Mateo protestan los discípulos; en Marcos "algunos". En Juan es Judas el que se indigna, y nos dice el porqué: era ladrón y, como tenía la bolsa del grupo, sisaba lo que podía (Jn 12,6). "Trescientos denarios" equivalía casi al salario anual de un jornalero. Era verdaderamente mucho dinero. Quieren oponer el servicio a los pobres a la adhesión a Jesús que va a morir, sin darse cuenta que es la actitud de María la que permitirá la redención de los pobres, la única que capacitará al discípulo para ponerse incondicionalmente al servicio de los necesitados y oprimidos. Ven la solución para los pobres únicamente en el dinero, no en la entrega por el amor. Sigue patente un tema manifestado a lo largo de las narraciones evangélicas: la incomprensión frente a la persona y a la misión de Jesús se traduce en incomprensión hacia las personas que le manifiestan amor y entrega y quieren seguirle con fidelidad.

Los que se indignan contra la mujer no comprenden que Jesús y los que le son fieles están más allá de los principios racionales y de las formas habituales de comportamiento. En el relato todos han hablado, todos han tenido algo que decir o que replicar. Todos menos María, que se ha limitado a actuar, que se ha contentado con obrar en silencio. Sólo Jesús ha leído exactamente la intención de la mujer, mientras los demás se han afanado en pedirle cuentas. Ella ha puesto la acción, y Jesús la va a comentar.

6. Jesús aprueba la acción

Jesús aprueba incondicionalmente la acción de la mujer y pronuncia unas palabras que deberíamos ahondar constantemente. Su respuesta consta de tres partes.

María ha reconocido en Jesús al pobre verdadero: rechazado por la gente importante, abandonado por la multitud, incomprendido por los discípulos, traicionado por un amigo, solo, sin seguidores, sin poder, sin resultados, sin apoyos... Además, la actitud de la mujer es el camino para hacer realidad la fraternidad universal -reino de Dios-, porque Jesús y los pobres están en la misma dirección. ¿Cómo amar a Jesús sin proyectarnos, sin dedicar la vida a los demás? Unos "demás" que siempre tendremos con nosotros. A Jesús no: va a morir. El cristiano que ha comprendido su fe se convierte en don de sí, y "los pobres que tendremos siempre con nosotros" se beneficiarán de su entrega. Los necesitados tienen mucho que ganar de la gratuidad de los que siguen a Jesús de verdad, porque de ellos recibirán siempre "todo": dinero, tiempo, afecto... ¡Cuántas veces necesitamos más una sonrisa que una comida! De los "razonables" no les llegarán más que las migajas. Los amigos verdaderos de los necesitados y oprimidos han sido y serán siempre hombres entregados, dispuestos a todos los excesos y locuras, prestos a esa donación total que vivió Jesús y pide a los suyos. ¿No es la caridad burocrática, que se limita a lo estrictamente necesario, lo más opuesto al amor?

No podemos interpretar las palabras de Jesús, sobre los pobres que siempre tendremos con nosotros, como una afirmación de la imposibilidad de erradicar la miseria del mundo, y menos como si fuera algo querido por Dios. No han sido pocas las veces que se ha hecho. Con estas palabras se nos empuja a no eludir una realidad histórica innegable y a trabajar con todas nuestras posibilidades para superar este endémico mal. La ayuda a los necesitados no puede limitarse a acciones ocasionales. Debe ser preocupación constante de la solicitud de la comunidad. Una comunidad formada por los que han renunciado a todo y en la que, por ello, los pobres se encuentran en su casa. Los discípulos verdaderos de Jesús no son hombres que disponen de dinero para darlo a los que carecen de él, sino gente que pone a disposición de los demás todo lo que tienen y son.

Jesús da un paso más: interpreta proféticamente el gesto de la mujer. Para entender bien sus palabras sobre su sepultura debemos tener presente que los judíos valoraban más las obras de misericordia en las que el hombre hacía efectivamente algo en favor de otro, le dedicaba un esfuerzo de sus manos, que la simple entrega de dinero. Entre estas obras ocupaban un puesto muy importante el enterrar a los muertos. Mediante la unción ha recibido simbólicamente una honrosa sepultura, que muy pronto ya no tendrá oportunidad de realizar. Añade así Jesús otro elogio y explicación a la acción de María.

Finalmente, y cuando todo hace presagiar que su misión está destinada a terminar en el fracaso, Jesús anuncia la difusión de sus enseñanzas por todo el mundo. Y en ellas habrá un lugar para esta mujer. Subraya el contraste entre una perspectiva limitada y la capacidad para ver más lejos. El fracaso de su misión, que parece evidente, no será definitivo. La fe en él posibilita la superación del escándalo que provocará su muerte en la cruz y dará fuerza a los suyos para continuar su misión.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 128-135


6.

De las palmas a las lágrimas

Con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, «la ciudad que mata a los profetas», abrimos la Semana Mayor, «no porque sus días sean más grandes que los demás, los hay más largos; ni porque haya más días, son iguales; sino porque en ellos han sido llevadas a cabo por el Señor cosas admirables» (San Juan CRISOSTOMO).

Y no nos cansamos de contemplar estas cosas admirables que las lecturas de hoy nos han vuelto a recordar. Admirables los sufrimientos de Cristo, admirable el amor de Cristo, admirable la victoria de Cristo, admirables todas las palabras y los gestos de Cristo.

La entrada en Jerusalén quiere ser como la entronización del Mesías. «Yahveh me ha dicho: hijo mío eres tú» (Sal. 2, 7). Se lo ha repetido en varias ocasiones solemnes: «Tú eres mi hijo». Hoy es el momento de la participación popular, un acto enteramente democrático, llamado el pueblo a las urnas de la libertad y del Espíritu para aclamar a su Rey.

No ha habido campañas especiales. No pudo haber manipulación del voto. Todo fue un movimiento espontáneo que se encargó de conjuntar el mismo Espíritu de Dios. Aquí sí podemos decir con verdad que «la voz del pueblo era la voz de Dios». Respondieron, naturalmente, los sencillos y los pequeños, lo que siempre ha sido el corazón del pueblo.

No faltaron voces discordantes, personas ciegas o interesadas o endurecidas, más duras que las mismas piedras, que estuvieron a punto de unirse al coro de los niños y los pobres.

El día estaba ya escogido y aun descrito por los profetas. «Este es el día que hizo el Señor» (Sal. 117, 24). Era el día de la alegría y de la alabanza, el día del triunfo y la acción de gracias. «Escuchad: hay cantos de victoria en la tienda de los justos... Sea nuestra alegría y nuestro gozo. Bendito el que viene en nombre del Señor». En otras ocasiones quisieron hacer rey a Jesús, y él lo rehusó. Pero hoy es el día que hizo el Señor.

Pues este día todos, casi todos, sienten una vibración de gracia. Los discípulos, llenos de fe y entusiasmo, no podían callar. Se contagió una gran muchedumbre de gente sencilla, y se forma una procesión espontánea aclamando al Señor, que entra como rey en su ciudad.

Una procesión curiosa, por la gente y por el estilo. Hay más niños que soldados, hay más pueblerinos que príncipes. Las espadas se han cambiado por los ramos de olivo, las marchas triunfales por cantos populares, las carrozas por alfombras naturales y los caballos por un burro.

Es el estilo de Dios. "Este es el día que hizo el Señor. Ordenad una procesión con ramos". Aquella comitiva no se daba cuenta que estaba cumpliendo una profecía. Zacarías también lo había descrito. «¡Exulta sin mesura, hija de Sión, lanza gritos de gozo, hija de Jerusalén! Mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica» (Zac. 9, 9).

-Admirable la humildad de Jesús

Incontables son las pruebas de su humildad, desde el día de su nacimiento. Hoy quiere también enseñarla, precisamente en el día de su triunfo. Todo el estilo de esta entronización real tiene el encanto de lo sencillo. El reino de Dios es muy distinto a los reinos de la tierra. Jesús lo había llegado a comparar... «¿A qué se parece el reino? ¿A una gran revolución? ¿A una gran victoria militar? ¿A una apoteosis orquestada por los ángeles? No, amigos. El reino de Dios se parece a un grano de mostaza, así de pequeñito, pero así de fuerte. Se parece a un tesoro magnífico, el más valioso de todos, pero oculto. El valor va por dentro...». Se parece a un ejército de pobres y niños con ramos de olivo en sus manos. Se parece a un rey montado sobre un asno. El es el rey de reyes, el más hermoso y más poderoso de los hijos de los hombres. Pero hoy se presenta como el rey de los humildes montado en un pollino. Más tarde se presentará como el rey de los dolientes, sentado en el trono de la cruz y coronado de espinas.

-Admirable la paz de Jesús

Camina Jesús, humilde y desarmado, sobre un burrito. La paz es su bandera y su estandarte. A su paso bendice con ternura. El mismo es todo bendición, todo un poema pacificador. Su entrada triunfal en un asno, entre ramos de olivo, aclamado por niños y pobres, es signo y profecía. Signo de la paz de Dios que se concentra en Cristo, y hoy se ofrece una vez más a Jerusalén y a todos los pueblos. Profecía contra todo tipo de violencias y de armas. «El suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén, será suprimido el arco del combate y él proclamará la paz a las naciones» (Zac. 9, 10). Es un rechazo expreso de las armas y de la belicosidad. El Señor no quiere ni carros ni caballos, ni tanques ni fusiles, ni arcos ni bombarderos, ni flechas ni misiles.

No lo quiso ni lo quiere. Si pasamos páginas, veremos que hoy el Señor no puede sino bendecir todos los esfuerzos que se hacen para progresar en el camino del desarme y del entendimiento. Estos modernos trabajadores de la paz son los continuadores de aquella gente sencilla que recibió a Jesús con ramos de olivo. O son, tal vez, el burrito sobre el que Jesús sigue cabalgando para llevar la paz a todas las ciudades y los pueblos de nuestro tiempo.

Y tendrá que mirar con simpatía a todos los movimientos que se visten de verde y sustituyen las armas por las flores y las máquinas por los árboles, que levantan banderas con los colores del arco iris y piden amor y respeto para todos los hombres y para toda la naturaleza. Y aplaudiría a los objetores de conciencia, que se olvidan de todo tipo de armas. Y animaría a los objetores fiscales, para que ni una sola peseta se manche en proyectos militares o armamentistas.

El Señor bendice a todos los trabajadores de la paz, y a todos extiende sus manos abiertas, cariñosas, pacíficas. La Paz camina hacia Jerusalén, que significa "ciudad de paz". Jerusalén, más que un concepto geográfico- histórico, es un concepto espiritual. Jerusalén es toda ciudad y toda persona en las que mora la paz. El Mesías sigue caminando hacia Jerusalén. Que se cierren todos los templos de la guerra y se licencie a todos los soldados. La Paz entra en su ciudad.

-Admirable la victoria de Jesús

No son victorias conseguidas en ninguna guerra ni en ninguna competición. Son victorias que están a un nivel más profundo. Victorias sobre todas las fuerzas malignas que hay en el hombre o pueden al hombre. El Mesías ha venido, no para vencer a los hombres, sino para vencer el mal que hay en el hombre. Ha venido para liberarlo de todo lo que le oprime, esté fuera o esté dentro de él.

Estas fuerzas pueden llamarse demonios o potestades tenebrosas o reino de las tinieblas; o pueden llamarse Ley, tradiciones, ambiente, estructuras, poderes fácticos; o pueden llamarse vicio, droga, orgullo, lujuria, violencia, consumismo. Cristo ha vencido todas esas fuerzas. "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (/Lc/10/18). «Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc. 11, 20). Y continúa Jesús explicando que el hombre bien armado que defendía tranquilamente su palacio ha sido vencido por otro más fuerte que él (Lc. 11, 21-22). Cristo es el más fuerte.

Y Cristo ofrece al hombre la posibilidad de seguir cosechando las mismas victorias: «Os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre toda potencia enemiga» (Lc. 10,19). E incluso sobre sus manifestaciones: «Impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Mc. 16, 18).

-Admirable la compasión de Jesús. Lágrimas de Jesús J/LAGRIMAS  «Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella» (Lc/19/41). La Jerusalén que se presentaba a la vista de Jesús no era precisamente la «ciudad de la paz» que él hubiera deseado ver. Era la Jerusalén del Templo y de los palacios, de las torres y las fortalezas, de las murallas y los soldados, de los comercios y los mercados. Y esa Jerusalén está bien cerrada y bien ciega. Ni quiso recibir al Mesías ni supo conocer al mensajero y portador de su paz y de su libertad: «¡Si al menos tú conocieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no, está escondida a tus ojos» (Lc. 19, 42).

Entonces lloró Jesús. Lágrimas de pena y compasión, porque la ciudad elegida, la hija hermosa de Sión, no era fiel a su destino. Por eso, la suerte que le espera será espantosa. La hija se convertirá en esclava, la elegida en repudiada, la bendita en la desgraciada. Toda su grandeza y hermosura se convertirán en ruinas.

Jesús se olvida de sí mismo, aun en el día de su gloria, como se olvidará también de sí mismo en el día de su dolor (cf. Lc. 23, 28-31); y pensando en la triste suerte de Jerusalén y de sus hijos, no pudo contener las lágrimas. Y es que ni el mismo Mesías puede llevar la salvación a los que se niegan a recibirla. El mismo Dios se siente impotente y llora. No puede hacer otra cosa por ellos que acompañarles en su pasión.

Esta Jerusalén ciega y sorda será signo y profecía de todas las ciudades orgullosas y violentas que no están dispuestas a recibir al Mesías y rechazan la paz que se les ofrece. Son madres sin entrañas que devoran a sus propios hijos. A todas les espera una suerte triste; si no es la ruina, será el vacío, el cansancio y la tristeza. Sobre todas estas ciudades Jesús sigue llorando.

-El ejemplo del burro

Si nos fijamos, es una de las pocas cosas que necesitó Jesús. Mandó a sus discípulos que se lo trajeran, «porque el Señor lo necesita» (Mc. 11, 3). Jesús nunca pidió dinero ni casa ni comida ni defensa. Pidió, sí, un par de veces un poco de agua, a la vez que prometía veneros de agua viva. ¡Qué hermosa recompensa tendrán los que sepan ofrecer a los sedientos un vaso de agua fresca!

Ahora Jesús necesita un burrito. No pide un mulo o un caballo. El burro se adapta mejor, porque es paciente, es manso, es laborioso, es sencillo, es pequeño, es humilde. El burro carga con todo, como Jesús. Hay pinturas que simbolizan a Jesús como un elefante que lleva sobre sus lomos el peso del mundo. El burro vale para todos los trabajos, especialmente los humildes. Jesús se entrega a todo lo que el Padre le encomiende. El burro se deja conducir fácilmente. También Jesús se deja llevar enteramente de la mano del Padre. El burro no es violento, y aguanta muchos palos. Es lo que hizo Jesús en su pasión. El burro no se presenta a concursos, ni se jacta de su trabajo, ni exige recompensas. Tampoco Jesús se manifestó gloriosamente, sino que se ocultó en el más grande anonimato y se rebajó hasta la muerte de cruz. El burro tiene dos grandes orejas, porque está más dispuesto a escuchar que a rebuznar. Algo que va siempre muy bien con todo discípulo de Cristo.

Marcos apunta dos detalles sobre el burro:

«En él ningún hombre ha montado» (11, 2). Este mismo dato lo recoge Lucas: «En él ningún hombre ha montado jamás» (19, 30). Este paseo de Jesús era por lo tanto una primicia, como si el burro estuviera hecho y preparado para esto. No estaba aún manchado por otras monturas y otros caminos. El estaba reservado para el Mesías y para la Paz. Su misión era llevar en triunfo a la Paz. No se por qué utilizamos tanto la paloma como símbolo de la paz. Habría que empezar a utilizar el burro.

"Que luego lo devolverá" (11, 3). El Señor no quiere propiedades, y menos exigidas. Así que, terminada la procesión, los discípulos devolvieron el burro a su madre y a sus dueños. Seguro que el burrito lloraría también por tener que separarse de tan buena montura. El debiera haber sido consagrado solamente para el Mesías. Y ya no se dejaría montar fácilmente. Hubiera sido bonito que en este burro nadie más hubiese montado. O, quizá, que montaran todos, pero todos los que llevaban en el corazón el mensaje de la paz. Recordando el asno, al que alude Jacob en su bendición a Judá (Gn. 49, Il), la liturgia siríaca hace este simbólico comentario: «Jacob ató un asno a una cepa de viña y esperó. Vino Zacarías, que lo desató y lo dio a su Señor».

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
CUARESMA Y PASCUA 1991.Págs. 130-134


7.

Si se tiene homilía se pueden extraer algunos de los principales acentos de la pasión según san Marcos y tratarlos a la luz de las dos lecturas que la preceden: la del Antiguo Testamento, en la que se pone de relieve la actitud del Siervo de Dios ante el sufrimiento -soporta todo sin defenderse, sabiendo que Dios así lo quiere-; y la del Nuevo Testamento, que describe el abajamiento voluntario del Hijo de Dios, en perfecta obediencia, hasta la muerte en la cruz. Como este abajamiento no sólo es modelo para nuestros sufrimientos, sino arquetipo de la perfecta obediencia humana, se describe la posterior elevación pascual, sin la que tanto el sufrimiento de Jesús como todo sufrimiento humano carecerían de sentido. Para el creyente que escucha el relato de la pasión, este relato sólo tiene sentido como obra del amor divino que culminará en Pascua. Pero este conocimiento previo que posee el creyente no debe llevarle a edulcorar la dramática realidad del viacrucis (al final «todo saldrá bien»), sino que tiene que tomarla -así lo exige Dios y la Iglesia en nombre de Dios- lo más en serio posible.

1. La prodigalidad.

No es casualidad que al principio aparezca el relato del amoroso derroche del perfume de nardo que una mujer derrama sobre la cabeza de Jesús y que se conoce como la unción de Betania. Jesús rechaza toda crítica al respecto; lo que la mujer ha hecho está muy bien, pues le ha ungido (Mesías significa el Ungido) para su muerte: una acción definitiva de la Iglesia amante que tiene validez hasta el fin del mundo. La prodigalidad es la primera actitud cristiana, sólo después viene la caridad calculadora para con los pobres. Cuando su muerte se ha convertido ya en cosa cierta debido a la traición de Judas, Jesús se prodiga de una forma aún más ilimitada en su Eucaristía. Todos beben por adelantado la sangre derramada, y esto será así hasta el fin del mundo: la pasión entera está bajo el signo de esta perfecta y pródiga autodonación del amor divino al mundo.

2. La traición general.

La actitud de los hombres en la pasión está descrita con un realismo que frisa con la crueldad. Es como una acumulación de todos los pecados imaginables que los hombres cometen en la persona de Jesús contra el propio Dios. Primero el adormecimiento de los discípulos mientras deberían velar y orar: una somnolencia que se prolongará a través de la historia de la Iglesia. Después la traición abierta y confesa por mor de una ventaja material; y esto siendo Jesús plenamente consciente no sólo de la traición con que le pagará uno de sus discípulos, sino también de la negación de que será objeto por parte del otro, sobre el que debe construirse su Iglesia. Y finalmente la huida cobarde de todos los discípulos. Que la traición se produzca con un beso, es algo que ciertamente se repetirá. Y en la desbandada general de los que han sido llamados a seguir a Jesús cunde tanto el pánico que uno de ellos se desprende de su vestido y escapa desnudo. Esto en lo que a los discípulos se refiere. Después el pueblo elegido, en el juicio público, reniega de su Mesías, entregándolo a los paganos, impidiendo su liberación (elige a Barrabás) y pidiendo a gritos su crucifixión. Judíos y paganos compiten en toda forma de injuria, de humillación, de ultraje corporal y de tortura, de menosprecio de la misión salvífica de Jesús hasta el momento supremo de la cruz.

3. El último grito.

En el relato de la pasión sólo se recogen estas palabras de Jesús en la cruz: «¿Por qué me has abandonado?». A este porqué no se le da ahora ninguna respuesta. De momento no hay lugar para ningún tipo de alivio. Por eso la vida del Salvador del mundo termina con «un grito muy fuerte» en el que da expresión, no sólo humanamente, sino también divino-humanamente, a la tremenda injusticia perpetrada contra Dios por la historia del mundo, a la ignominia más inconcebible. Y precisamente este grito, con el que expira Jesús, conduce al centurión a la fe.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 149 s.


8.

¡HOSSANNAS! Y ¡CRUCIFICALO!

1. Cuando vamos a comenzar a revivir la Semana Santa, la Iglesia, como que nos previene: Todo esto va a tener un final feliz, la Resurrección. Por eso con la Procesión de los Ramos celebrada con ritmo festivo, al aclamar a Cristo como el Hijo de David que viene en el nombre del Señor, adelantamos su Resurrección.

2 "Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo" Marcos 11,1. "Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a tí humilde, montado en un asno" (Mat 21,1). En cotraposición a los reyes victoriosos montando a caballo, Jesús entra como rey en la ciudad santa humildemente. Es manso y humilde de corazón.

3 Lucas completa la narración de Mateo, contándonos el llanto de Jesús: "Al ver la ciudad, lloró por ella" (Lc 19,49). A medida que va avanzando hacia la muerte, se aprecia más la sensibilidad de Jesús, lamentando la desgracia de su patria, manifestando la ternura por sus discípulos.

4 "Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oido para que escuche" Isaías 50,4. Escuchar y hablar. Para poder dar vida y ser fuerte, para soportar insultos y salivazos, para ofrecer la espalda a sus golpes, para seguir a Cristo, necesitamos escuchar la palabra. Sólo ella nos dará la fuerza necesaria.

5 "Se burlan de mí, me acorrala una jauría de mastines, me taladran las manos y pies, se pueden contar mis huesos, se reparten mi ropa, se sortean mi túnica. Fuerza mía, ven corriendo a ayudarme" Salmo 21. ¿Lo hemos experimentado alguna vez?

2. "Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oirlo se alegraron y le prometieron dinero" Marcos 14,1. Judas, hombre mezquino y ambicioso, capaz de traicionar y entregar a su Maestro y desencadenar una tragedia tan enorme por unas monedas.

Su deseo de grandeza le impulsa al sentirse fracasado en sus ambiciones y deseos y desilusionado por Jesús, a actuar como amargado y resentido contra El. No se separa de Jesús, como hacen los mediocres. Como resentido y frustrado, quiere hacer daño al que lo ha hecho fracasar. Quiere vengarse.

Así funciona Judas y por eso entrega y vende a su Maestro. ¿A cuántos habrá entregado antes?. Esa es su personalidad y su modo de actuar. Va almacenando rencor. Mientras sus planes le salieron bien, siguió al lado de Jesús. La psicología de Judas, posibilitó el cumplimiento de la Escritura.

3. El había de ser él solo. Y él había de estar solo. Y las cosas se habían de hacer a su manera. Cuando se desilusionó de Jesús, no tuvo ni un sólo gesto de magnanimidad, ni de comprensión.

Se escandalizó de la debilidad de Dios. Llegó a pensar que Jesús había sido un gran farsante, y su vida y su misión un enorme fraude. ¿Cómo podía Dios estar con Jesús, si todo le salía mal? ¿Si sólo iba de fracaso en fracaso?.

4. Y Jesús, deja libre a Judas. Como nos deja libres a todos. El no esclaviza ni fuerza ni violenta la libertad de nadie.

5. ¿Se ha extinguido ya la raza de Judas? Es una semilla humana y no anacrónica. Hoy sigue habiendo Judas, que cuando pierden la ilusión, cuando se desengañan, cuando están amargados, resentidos, y cuando se sienten postergados, reaccionan irracionalmente, sacan consecuencias falsas y son capaces de traicionar la amistad, tanto a nivel familiar, como social.

7. "No conozco a ese hombre". Pedro no ha podido velar una hora con el Maestro y la falta de oración causa su caida y la caída de todo aquel que no vela.

8. "Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran". Pilato es el hombre que quiere tener contentos a todos: Al Emperador de Roma, a los sacerdotes, al pueblo, y a su conciencia. Se desespera y se irrita forcejeando por contemporizar con todos. Lo único que le preocupa y le interesa es no perder ni su prestigio ni su cargo. Es esclavo de su propia situación.

Pilato está de moda. Cuando se vive una vida tan materialista como la actual, el pueblo se traga el quebrantamiento de todas las leyes morales: sólo reacciona ante la pérdida del pan, del puesto de trabajo, del cargo de prestigio, de la reacción que ciertas medidas o el cumplimiento de la justicia en casos concretos, puedan producir en los electores. Pilato es esclavo de la opinión, de la ambición.

9. "Jesús dio un fuerte grito y exhaló el espíritu". Es la fulgurante manifestación del amor de Jesús, que entrega su vida por la Verdad, y para que sus discípulos se vean siempre libres de todo género de esclavitud.

10. Reconciliémonos con Dios en estos días de Semana Santa. A ello nos exhorta el Catecismo: "El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda, tras examinar cuidadosamente la conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las faltas veniales, está recomendada vivamente por la Iglesia".

J. MARTI BALLESTER