12 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE RAMOS - CICLO B

 

9.

 Hoy la Iglesia entera conmemora el Domingo de Ramos, que constituye la puerta de la semana santa. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén marca, en cierto sentido, el fin de lo que Jerusalén representaba para el antiguo testamento, y señala el principio de la plena realización de la nueva Jerusalén. Desde este momento Jesucristo insistirá sobre la destrucción de la Jerusalén terrenal, hablará de su juicio, de la que ha de ser la Jerusalén futura. De ella nacerá la Iglesia, ciudad espiritual que se extenderá por todo el mundo cual signo universal de la redención futura.

A lo largo de la historia de la Iglesia, la celebración de este domingo tuvo connotaciones diferentes. Desde el Siglo V y hasta el siglo X, en Roma, tuvo como tema central a la Pasión del Señor. En Jerusalén en cambio se celebraba el Domingo de Ramos, recordando la entrada triunfal de Jesús, y dando preponderancia a la procesión con la bendición de los ramos.

Actualmente ya no existen dos celebraciones separadas. Es verdad que existen la procesión y la misa pero son dos elementos de un todo. De hecho, ni la procesión tiene un final, ni la misa tiene un principio, pues la procesión desemboca en la misa, y esta no tiene un rito de entrada distintivo de la procesión. Se han integrado así dos tradiciones: la de Jerusalén y la de Roma

Por eso, la celebración de este domingo comienza con el rito de la bendición de los ramos. Sigue la lectura del Evangelio que relata la entrada de Cristo en la Ciudad Santa, y termina con la procesión o la entrada solemne. Se ha simplificado la bendición de los ramos, y se ha dado mucho más realce a la procesión, poniendo de manifiesto que no se trata tanto del simbolismo de las palmas, cuanto de rendir homenaje a Cristo, Mesías - Rey, imitando a quienes lo aclamaron como Redentor de la humanidad.

La procesión tiene como meta la celebración de la Eucaristía, ya que en ella se reactualiza el sacrificio de Cristo. La entrada de Cristo en Jerusalén tenía la finalidad de consumar su misterio Pascual. La liturgia de la misa insiste en los aspectos de la Pasión y de la Pascua.

Durante la procesión de este domingo, llevamos en las manos olivos como signo de paz y esperanza, porque en el seguimiento de Cristo, pasando nuestra propia pasión y muerte, viviremos la resurrección definitiva de Dios.

Después llevamos a nuestras casas los ramos bendecidos, como signo de la bendición de Dios, de su protección y ayuda. Según nuestra costumbre, se colocan sobre un crucifijo o junto a un cuadro religioso, y este olivo es un sacramental., es decir, nos recuerda algo sagrado.

Pero este domingo de ramos, muchas veces está demasiado marcado con el folklore del ramo bendito que se lleva como talismán contra toda clase de desgracias. El olivo queda entonces mucho más emparentado con la herradura o la cola de conejo que con el misterio de la salvación.

Por eso se da el contrasentido de que quien tiene algo más importante que hacer, encarga a quien va a la Iglesia que le traiga un ramo para protección de la casa. O de aquel que porque está apurado, después de la procesión, regresa antes de que termina la misa.

Es más o menos como se uno le pidiese prestado el anillo de casamiento a alguien que es feliz en su matrimonio, pensando que con eso superará las dificultades que tiene en el suyo.

El ramo que hoy llevamos a nuestras casas es el signo exterior de que hemos optado por seguir a Jesús en el camino hacia el Padre. La presencia de los ramos en nuestros hogares es un recordatorio de que hemos vitoreado a Jesús, nuestro Rey, y le hemos seguido hasta la cruz, de modo que seamos consecuentes con nuestra fe y sigamos y aclamemos al Salvador durante toda nuestra vida.

Jesús sale una mañana de Betania. Allí, desde la tarde anterior se habían congregado muchos discípulos suyos. llegados en peregrinación desde Galilea para celebrar la pascua. Otros eran habitantes de Jerusalén, convencidos por el reciente milagro de la resurrección de Lázaro, que recordamos el Domingo anterior. Acompañado de esta numerosa comitiva, a la que se van sumando otros por el camino, Jesús toma una vez más el camino de Jericó a Jerusalén.

Las circunstancias se presentaban propicias para un gran recibimiento, pues era costumbre que las gentes saliesen al encuentro de los más importantes grupos de peregrinos para entrar en la ciudad entre cantos y manifestaciones de alegría. Jesús no presenta ninguna oposición a los preparativos de esta entrada jubilosa. El mismo elige la cabalgadura: un sencillo asno que manda traer de una aldea cercana.

El cortejo se organizó en seguida. Algunos extendieron su manto sobre el animal y le ayudaron a Jesús a subir encima. Otros, adelantándose, tendían sus mantos en el suelo para que el borrico pasase sobre ellos. Y al acercarse a la ciudad, toda la multitud llena de alegría comenzó a alabar a Dios por todos los milagros que habían visto: Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el Cielo y gloria en las alturas!

Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes. Y los cantos de la gente son claramente mesiánicos. Esta gente llana, y sobretodo los fariseos, conocían bien estas profecías, y se manifiesta llena de júbilo. Jesús admite el homenaje, y a los fariseos que intentan apagar aquellas manifestaciones de fe y de alegría, el Señor les dice: Les digo que si estos callan, gritarán las piedras.

Con todo, el triunfo de Jesús es un triunfo sencillo. Se contenta con un pobre animal por trono.

Nosotros conocemos ahora que aquella entrada triunfal fue, para muchos, muy efímera. Los ramos verdes de marchitaron pronto. El hosanna entusiasta se transformó, cinco días más tarde, en un grito enfurecido: ¡Crucifícale, crucifícale! Que diferentes son los ramos verdes y la cruz. Las flores y las espinas. A quien antes le tendían por alfombra sus propios vestidos, a los pocos días lo desnudan y se los reparten en suertes.

La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén nos pide a cada uno de nosotros coherencia y perseverancia. Ahondar en nuestra fidelidad para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan.

Comencemos la Semana Santa con un nuevo ardor y dispongámonos a ponernos al servicio de Jesús. Tratemos de mantenernos con coherencia entre la fe y la vida.

Que nuestro grito de júbilo de hoy, no se convierta en el ¨crucifíquenlo¨ del Viernes.

Que nuestro ramos, que son brotes nuevos de propósitos santos, no se marchiten en la manos y se conviertan en ramas secas..

Caminemos hacia la Pascua con Amor

Por eso esta semana , vivamos la Semana Santa.

Vivir la semana Santa es acompañar a Jesús desde la entrada a Jerusalén hasta la resurrección.

Vivir la semana Santa es descubrir qué pecados hay en mi vida y buscar el perdón generoso de Dios en el Sacramento de la Reconciliación.

Vivir la Semana Santa es afirmar que Cristo está presente en la eucaristía y recibirlo en la comunión.

Vivir la Semana Santa es aceptar decididamente que Jesús está presente también en cada ser humano que convive y se cruza con nosotros.

Vivir la Semana Santa es proponerse seguir junto a Jesús todos los días del año, practicando la oración, los sacramentos, la caridad.

Semana Santa, es la gran oportunidad para detenernos un poco. Para pensar en serio. Para preguntarse en qué se está gastando nuestra vida. Para darle un rumbo nuevo al trabajo y a la vida de cada día. Para abrirle el corazón a Dios, que sigue esperando. Para abrirle el corazón a los hermanos, especialmente a los más necesitados.

Semana Santa, es la gran oportunidad para morir con Cristo y resucitar con Cristo, para morir a nuestro egoísmo y resucitar al amor.

Nexo entre las lecturas

Nos encontramos en el umbral de la semana santa. La liturgia de hoy, con la procesión y la proclamación de la Pasión del Señor, nos introducen en el misterio de Cristo, de su ingreso solemne a Jerusalén y nos preparan para los eventos del triduo pascual. La procesión inicia con la proclamación del evangelio de Marcos y se continúa avanzando por el camino entre aclamaciones con ramos de olivo y palmas, cantos y oraciones. Celebramos así la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; la entrada del “príncipe de la paz”, pero entrada que esconde también los trágicos acontecimientos de la pasión. La procesión nos habla de nuestro caminar por la vida, nos dice de un “avanzar”, de un progresar” sin solución de continuidad. Nuestra vida pasa y nosotros pasamos con ella. Hombres y mujeres “viatores”, peregrinos, viajeros, que no tenemos aquí nuestra patria definitiva. En este caminar nos precede y nos guía la cruz de Cristo. Ella es la que da sentido a nuestro acontecer, porque en ella está la salvación. La procesión de este domingo posee, ciertamente, un carácter festivo. Festivos son los atuendos que se tienden por el camino, festivos son los cantos de los viandantes, festivos son los niños y monaguillos que aquí y allá agitan sus ramos, a veces ajenos al misterio que se esconde. Festivos y solemnes son los ornamentos litúrgicos del celebrante. Festivo es, en fin, el caminar de toda la asamblea “con cantos e himnos inspirados”. La celebración eucarística que tiene lugar en el templo posee un tono diverso: más solemne, más reposado, más misterioso, más contemplativo. Explica claramente cuál es el reinado de ese Cristo que acaba de entrar a Jerusalén. Se proclama la pasión según san Marcos. Evangelio sencillo, claro, diáfano, esencial. Nuestra contemplación va pues a Cristo que sufre, particularmente en el huerto de los olivos. La lectura del profeta Isaías nos introduce aún más en el misterio del siervo de Yahveh que, humillado, sabe obedecer.


Mensaje doctrinal

a) Perspectiva cristológica del evangelio de Marcos: el Cristo que padece es el que ha aceptado la misión que el Padre le ha encargado y las consecuencias de la misma.

Se han definido los evangelios como “relatos de la pasión precedidos de una larga introducción”; si esto se aplica a los evangelistas en general, de un modo especial se aplica a Marcos. Toda la segunda parte del evangelio de san Marcos, desde los acontecimientos de Cesarea de Filipo, se orientan hacia la pasión. Aquí encuentran lugar los tres anuncios de los sufrimientos que Cristo debe padecer en Jerusalén. Así pues, en este ciclo B, tenemos la oportunidad de contemplar el misterio de la cruz de Cristo en sus rasgos más esenciales y profundos. El lenguaje del evangelista no tiene tonos patéticos. Narra las cosas con sencillez. Algunos pasajes que la tradición popular ha meditado detenidamente como la flagelación y la fijación de los clavos, son tocados sólo de paso. Su meditación se dirige más bien a comprender las razones secretas que condujeron a la condena de Jesús, y al misterio de que el Hijo de Dios tuviera que aceptar aquel tormento.

“La dimensión profunda de sus dolores se manifiesta sobre todo en el huerto de los olivos, en el que Jesús atraviesa de antemano los abismos de la agonía con un sacudimiento psíquico, y se da a conocer una vez más en su última palabra sobre la cruz que expresa su infinito desamparo y su aparente lejanía de Dios”. (Schnackenburg Rudolf, El evangelio según san Marcos Herder, Barcelona 3 ed. 1980, p.232),

El evangelio trata de comprender lo que acontece a la luz de la profecía bíblica que se cumple en Cristo, y que Cristo mismo quiere libremente llevar a efecto. No se trata de exponer la pasión como una narración histórica, aunque no falta tampoco este elemento, sino más bien, se consideran los acontecimientos desde la voluntad salvífica de Dios. Se ve la pasión como un conflicto necesario en el que Jesús se ha metido a causa de la fidelidad a su misión y de las exigencias de la misma. Jesús no se echa atrás. Era consciente de que su fidelidad al Padre y a su amor a los hombres tendrían como final la oblación total de sí mismo.

Para san Marcos el Cristo que padece es aquel que ha aceptado el camino de sufrimiento que le ha sido asignado (14,21.41), es el Hijo del hombre que vendrá una vez entre las nubes del cielo (14,62) y el hijo obediente al Padre (14,36), que después de su muerte será reconocido como “Hijo de Dios” (15,39). Pero también en el relato de la pasión Cristo es presentado como el justo perseguido y como un mártir que sufre el tormento.


b) La dimensión profunda del dolor de Cristo que se manifiesta en el huerto de los olivos.

De entre los diversos temas que aparecen en la pasión quisiéramos ahora centrarnos en los sufrimientos de Jesús en Getsemaní. La oración de Jesús en el huerto ha impresionado siempre profundamente a la Iglesia. Esto fue también verdadero en la iglesia primitiva. Su terrible agonía la describe ya la carta a los hebreos (5,7s), y hasta Juan, que ve la pasión bajo el signo de la glorificación, considera indirectamente la agonía de Jesús en el huerto con un eco particular: Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! (Jn 12,27).

Vemos a Jesús que se retira y en oración a su Padre que llegue el momento del prendimiento. “Es la hora de Jesús”. El Hijo del hombre entra en absoluta soledad en la que ora al Padre. Su actitud recuerda la oración en el desierto (1,13), y más aún, recuerda su oración en un lugar solitario al inicio de su ministerio público (1,35). Entonces oró de madrugada pidiendo claridad para el camino, ahora en plena noche para hacer frente al fin.

Toma a sus discípulos de más confianza. Le invade una angustia pavorosa. Estos hombres, los más cercanos a Jesús, deben tener conocimiento de este profundo abatimiento, así como lo tuvieron de su glorificación en la transfiguración. Deben dar testimonio a las futuras generaciones de la lucha, de la tristeza, de la oración de Cristo en Getsemaní.

“La angustia mortal de Jesús se expresa y reviste con la palabra de un salmo: mi alma está triste Sal 46,6.12; Sal 43,5. Pero Jesús añade algo más hasta la muerte. No porque quisiese morir, sino por lo intenso del dolor.

En marcos no se dice que Jesús busque el consuelo humano. Se afirma, en cambio, que sus discípulos deben velar. No en el sentido de asechar, o de anunciar cualquier cosa sospechosa, o de rechazar a un enemigo, como Pedro lo haría más adelante. No. Deben velar, es decir, deben orar y vigilar porque el enemigo está a las puertas. El cristiano se debe preparar en la oración para el combate espiritual. Se trata de la vigilancia interior a la hora de la crisis.

Para Marcos Cristo ora, sufre y lucha a solas, sin la compañía de sus discípulos, a solas con su Padre. Por eso, Jesús se retira un poco más, alejado incluso de los apóstoles de más confianza. Se postra en el suelo y ora. Así lo habían hecho también los grandes varones del Antiguo Testamento Abraham (Gen 22,5) y Moisés (Ex 24,12-18).


Sugerencias pastorales

a) El camino del cristiano: un camino que reproduce el misterio de Cristo.

Nuestra vida es un caminar continuo. Estamos inmersos en el tiempo y vamos ascendiendo hacia la “Jerusalén del cielo”. Dentro de la existencia humana los padecimientos de Jesús son inevitables; pero en el seguimiento de Jesús son también superables, pues nos invitan a una profundidad y plenitud de vida a la que el hombre íntimamente aspira. Todos aspiramos a una vida plena, pero el paso del tiempo parece arrebatarnos esa plenitud. Abramos los ojos y veamos que con Cristo y en Cristo, ese avanzar por la vida se convierte en un camino de plenitud, de íntima y alegre realización.

Hay momentos en la vida en el que nos llega el cansancio ante la lucha por el bien. Estamos por soltar las armas. Estamos a punto de rendirnos y abandonarnos al mejor postor.
“¡No puedo más. Me abandono!” Non ce la faccio più , Je ne peux plus. Que no nos sorprenda el dolor y las dificultades de la vida: son camino de salvación. Que no nos desanime la vejez, la enfermedad, las desgracias naturales, las guerras... hemos de caminar e instaurar el Reino de Cristo, a pesar del mal que parece rodearnos. Por encima del mal y del pecado, está el amor de Dios en Cristo Jesús. No dejemos de caminar. Quizá en esos momentos nos conviene repetir la oración que compuso Romano Guardini para aquellas horas que no pasan:

Dios viviente
Nosotros creemos en Ti.
Enséñanos a comprender
la hora en la que parece
que Tú nos has abandonado,
Tú, que eres la fidelidad eterna....

Dios viviente, nosotros creemos en Ti.
Danos la fuerza para resistir
Cuando todo se hace vano a nuestro alrededor.

Padre, nosotros creemos en Ti,
Porque aquello que nosotros llamamos mundo,
Es obra de tus manos. Tú lo has modelado,
Has querido que existiese y sólo de Ti
Recibe su duración y su esplendor.
Tú guías todas las cosas.
Tú guías también nuestra pequeña vida.
La guías en el misterio de tu silencioso gobierno.
Nosotros debemos confiarnos totalmente sólo de tu amor.
Tu magnanimidad ha querido tener necesidad de nosotros,
Tú has puesto el mundo que creaste, y es tuyo,
en nuestras manos,
Tú quieres que pensemos con tus pensamientos
Y que obremos de acuerdo con tus decretos.

Cristo Jesús,
Redentor del mundo,
que volviste al Padre, cuando "todo fue cumplido".
Tú te sientas a la derecha del Padre en el trono de la gloria,
Y esperas la hora en la que volverás con poder
Para juzgar vivos y muertos.
Nosotros creemos en Ti.
Enséñanos a ofrecer en el abandono,
la fe que esta hora espera de nosotros,
Porque que parece que tu luz ya no luce,
Y, sin embargo, ella brilla más que nunca en la obscuridad.
Tú has redimido todo en el misterio de tu amor,
Lo has redimido todo en tu obediencia,
Que es tan grande como el mandato de tu Padre.
Haz que Tu amor por nosotros no sea vano.

Espíritu Santo,
Enviado a nosotros,
Que habitas en nosotros,
a pesar de que los espacios hacen ecos vacíos,
Como si Tú estuvieras lejano.
En tus manos están todos los tiempos.
Tú ejercitas tu poder en el misterio del silencio
Y Tú llevarás a término todas las cosas.
Por ello, nosotros creemos en el mundo futuro, (en la vida eterna)
¡Y lo esperamos!
¡Enséñanos a esperar en la esperanza!
Haznos partícipes del mundo futuro
A fin de que en nosotros
encuentre cabal cumplimiento la promesa de la gloria eterna.


b) La oración en el momento de Crisis: no dejar a Cristo solo.

En la carta Nuovo millenio ineunte, el Papa dice: “Pasa ante nuestra mirada la intensidad de la escena de la agonía en el huerto de los Olivos. Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: « ¡Abbá, Padre! ». Le pide que aleje de él, si es posible, la copa del sufrimiento (cf. Mc 14,36). Pero el Padre parece que no quiere escuchar la voz del Hijo. Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del « rostro » del pecado. « Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él » (2 Co 5,21).

Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente desesperado, que Jesús da en la cruz: « "Eloí, Eloí, lema sabactaní?" —que quiere decir— "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" » (Mc 15,34). ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? En realidad, el angustioso « por qué » dirigido al Padre con las palabras iniciales del Salmo 22, aun conservando todo el realismo de un dolor indecible, se ilumina con el sentido de toda la oración en la que el Salmista presenta unidos, en un conjunto conmovedor de sentimientos, el sufrimiento y la confianza. En efecto, continúa el Salmo: « En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste... ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí socorro!».

Cristo nos devuelve el rostro del Padre, ¡qué misericordia ha tenido el Señor con nosotros! ¡Que nadie, pues, se quede sin recibir este abrazo del Padre. En nuestras horas oscuras, cuando sintamos el cansancio de la fe, cuando todo nos parezca obscuro y la angustia haga presa de nuestros miembros, veamos a Jesús en Getsemaní, y digámosle con sincero corazón: ¡no te dejo solo! ¡No, no te dejo solo en tu lucha por la salvación de las almas! Salgamos de esa oración con el alma ardiente y dispuesta a seguir luchando por Cristo y sus intereses. No reduzcamos nuestra misión cristiana a nuestras pobres miradas, cuando Cristo nos pide estar con Él en lo más duro de la batalla.


10.

La liturgia de este domingo tiene su cumbre en la lectura de la narración de la Pasión del Señor. Para muchísimos cristianos es la única ocasión que tienen para escuchar, en el curso de una asamblea eucarística, esta parte del evangelio.

Algo a primera vista extraño: la liturgia insertó esta lectura en el cuadro del domingo de Ramos que se caracteriza por un clima de fiesta y de triunfo. Nuestra celebración de hoy comienza con Hosana y culmina con Crucifícalo. Sin embargo, esto no es un contrasentido, es más bien el corazón del misterio. El misterio que se quiere proclamar es el siguiente: Jesús se entregó voluntaria mente a su pasión; no ha sido abatido por las fuerzas superiores a él: Nadie me quita (la vida); yo la doy de mi mismo (Jn. 10,18). Es él quien escrutando la voluntad del Padre comprendió que llegó su hora y la acogió con obediencia libre de hijo y con infinito amor por los hombres: Sabiendo que ha llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn. 13,1).

Las narraciones de la Pasión están en el origen y no al final del evangelio. Las biografías de los hombres ilustres comienzan con la narración del nacimiento y terminan con la de la muerte. La biografía de Jesús (si se puede hablar de biografía) comenzó con la narración de la muerte y sólo más tarde llegó a la del nacimiento. Las narraciones de la pasión fueron las primeras que se formaron en la tradición y que fueron puestas por escrito, tanto que los evangelios han sido definidos: “Relatos de la Pasión precedidos de una amplia introducción” (Kaeler). El acuerdo entre los cuatro evangelistas es en esto mucho más grande que en el resto del evangelio. En cuanto a la trama esencial, el acuerdo es hasta total. Todas las tentativas hechas a lo largo de los siglos por la crítica no creyente en este sentido han fracasado. Su descarnada simplicidad, el tono desprovisto de toda polémica, el rol mezquino que juegan en la pasión los mismos autores de los evangelios y hasta las mismas incoherencias que los evangelistas no se han preocupado de eliminar: todo concurre para dar la impresión de un testimonio objetivo y de primera mano frente al cual las reconstrucciones “críticas” modernas terminan por aparecer siempre más o menos arbitrarias.

Cuando se lee la narración de la Pasión con ojos de estudio so o de historiador, el problema fundamental es: ¿quiénes fueron los responsables de la muerte de Jesús, los judíos o los romanos? ¿Jesús murió por motivos religiosos (porque se proclamaba Mesías) o por motivos políticos (como agitador social y rebelde contra Roma)? Después de la última guerra, la tragedia del pueblo hebreo y la participación de los cristianos en las luchas de liberación hicieron que este problema empezara a apasionar a los lectores del evangelio más que cualquier otro. La investigación más equilibrada ya dio respuesta a estos interrogantes: Jesús fue condenado al mismo tiempo por los judíos y por los romanos. En su muerte se realizó una extraña coincidencia de motivos religiosos y de motivos políticos, aun cuando la responsabilidad más directa parece recaer sin duda -de acuerdo con la versión evangélica- en los dirigentes hebreos de aquel tiempo (por tanto, no en todo el pueblo hebreo de entonces, y menos aún, en las generaciones hebreas posteriores).

Sin embargo, dicho esto, uno se da cuenta de que el problema no está concluido. Y, en el fondo, ni siquiera bien propuesto. Queda por explicar por qué motivo “era necesario” que el Hijo del hombre padeciese (Lc. 24,26). El creyente busca por tanto otro responsable de la muerte de Cristo. Siente que hay un acusador implacable a sus espaldas, el cual aun antes de su arresto ya preparó a Jesús el cáliz de la pasión.

La historia de la pasión presenta extraños injertos que rompen aparentemente el hilo de la narración: la historia de la traición de Judas, la negación de Pedro, el lavatorio de las manos de Pilatos, Barrabás, los dos ladrones. Pero no son cuerpos extraños. En ellos precisamente está la explicación de todo. Estas historias expresan y simbolizan la sola gran realidad que llevó a Jesús a la cruz: El llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz (1 Pe. 2,24).

Jesús llevó nuestros pecados a la cruz y nuestros pecados llevaron a Jesús a la cruz: Fue triturado por nuestras iniquidades (Is. 53,5; 1 Fe. 2,24). A David, que furioso buscaba al responsable del delito que le fue contado por Natán, el profeta respondió: ¡Tú eres aquel hombre! (2 Sam. 12,7). Lo mismo nos responde la palabra de Dios a nosotros que preguntamos por el responsable de la muerte de Jesús: ¡Tú eres aquel hombre! Judas que traiciona, Pedro que niega, Pilatos que se lava las manos, la gente que se calienta con el fuego o que charla, los soldados que reparten ávidamente la vestimenta del condenado, los ladrones que mataron no están solos allí: detrás de cada uno de ellos hay muchedumbres y estamos también nosotros.

Al terminar de leer la Pasión hemos cerrado hoy el libro, pero ahora sabemos que la historia no ha terminado, continúa sucediendo. “Los acusadores de entonces están muertos -escribió un hebreo como conclusión de un apasionado libro sobre el proceso de Jesús-. Los testigos se fueron a casa. El juez dejó el tribunal. Pero el proceso de Jesús sigue todavía” (P. Winter). Para él -hebreo- el proceso de Jesús y su pasión continúan, pero en un sentido bien distinto. En dos sentidos: se renueva en cada discípulo (y en todo hombre) que sufre y es perseguido, como Jesús, por la justicia; es renovado por cualquiera que se abandona al pecado porque prolonga el grito: ¡No a éste sino a Barrabás! ¡Crucifícalo!

Está en nosotros cómo queremos entrar en la historia de la Pasión. Si como Cireneo que se acerca a Jesús, hombro a hombro, para llevar con él el peso de la cruz; si como las mujeres que lloran, como el centurión que se golpea el pecho, como María que está silenciosa al lado de la cruz; o si queremos entrar en la pasión como Judas, Pedro, Pilatos o aquéllos que “miraron de lejos” cómo iban a terminar las cosas.

La narración de la Pasión que hemos escuchado terminó con la imagen de la piedra rodada contra la entrada del sepulcro (Mc. 15,46). Nosotros, empero, sabemos que esa piedra no sirvió: Jesús resucitó y se sentó a la derecha del Padre. Sin embargo, mientras dure este mundo de dolor y de pecado, él está todavía misteriosamente en la tumba. No ha resucitado todavía del todo. “Él -escribe un autor del siglo II- está en la cárcel, está en los sepulcros y en los cepos, está en las cárceles, está en medio de las ofensas y bajo proceso; porque con los que sufren, sufre también él” (Actas de Juan). La Semana Santa debe recordarnos sobre todo esto. “De estos tres misterios (la crucifixión, la sepultura y la resurrección) nosotros cumplimos en esta vida presente aquello de lo cual es símbolo la cruz, mientras mantenemos por la fe y la esperanza aquéllas cuyo símbolo son la sepultura y la resurrección de Cristo. Ahora se dice al hombre: Toma tu cruz y sígueme (san Agustín, Ep. 55,24). Toda nuestra vida es, en cierto sentido, una Semana Santa, si la vivimos con coraje y fe, en espera del “octavo día” que es el gran domingo del reposo y de la gloria eterna.En este tiempo, Jesús nos repite la invitación que dirigió en el Huerto de los Olivos: Permaneced aquí y vigilad conmigo (Mt. 26, 38).

(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B, Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 82-85)


11.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 13 de abril de 2003 - XVIII Jornada mundial de la juventud

 1. "Bendito el que viene en nombre del Señor" ( Mc 11, 9).

La liturgia del domingo de Ramos es casi un solemne pórtico de ingreso en la Semana santa. Asocia dos momentos opuestos entre sí : la acogida de Jesús en Jerusalén y el drama de la Pasión; el "Hosanna" festivo y el grito repetido muchas veces: "¡Crucifícalo!"; la entrada triunfal y la aparente derrota de la muerte en la cruz. Así, anticipa la "hora" en la que el Mesías deberá sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día (cf. Mt 16, 21), y nos prepara para vivir con plenitud el misterio pascual.

2. "Alégrate, hija de Sión; (...) mira a tu rey que viene a ti" ( Zc 9, 9).

Al acoger a Jesús, se alegra la ciudad en la que se conserva el recuerdo de David; la ciudad de los profetas, muchos de los cuales sufrieron allí el martirio por la verdad; la ciudad de la paz , que a lo largo de los siglos ha conocido violencia, guerra y deportación.

En cierto modo, Jerusalén puede considerarse la ciudad símbolo de la humanidad , especialmente en el dramático inicio del tercer milenio que estamos viviendo. Por eso, los ritos del domingo de Ramos cobran una elocuencia particular. Resuenan consoladoras las palabras del profeta Zacarías: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno. (...) Romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones" ( Zc 9, 9-10). Hoy estamos de fiesta, porque entra en Jerusalén Jesús, el Rey de la paz .

3. Entonces, a lo largo de la bajada del monte de los Olivos, fueron al encuentro de Cristo los niños y los jóvenes de Jerusalén , aclamando y agitando con júbilo ramos de olivo y de palmas.

(…)

Hoy acogemos con fe y con júbilo a Cristo, que es nuestro "rey": rey de verdad , de libertad , de justicia y de amor . Estos son los cuatro "pilares" sobre los que es posible construir el edificio de la verdadera paz, como escribió hace cuarenta años en la encíclica Pacem in terris el beato Papa Juan XXIII. A vosotros, jóvenes del mundo entero , os entrego idealmente este histórico documento, plenamente actual: leedlo, meditadlo y esforzaos por ponerlo en práctica. Así seréis "bienaventurados", por ser auténticos hijos del Dios de la paz (cf. Mt 5, 9).

4. La paz es don de Cristo, que nos lo obtuvo con el sacrificio de la cruz. Para conseguirla eficazmente, es necesario subir con el divino Maestro hasta el Calvario. Y en esta subida, ¿quién puede guiarnos mejor que María, que precisamente al pie de la cruz nos fue dada como madre en el apóstol fiel, san Juan? Para ayudar a los jóvenes a descubrir esta maravillosa realidad espiritual, elegí como tema del Mensaje para la Jornada mundial de la juventud de este año las palabras de Cristo moribundo: "He ahí a tu Madre" ( Jn 19, 27). Aceptando este testamento de amor, Juan acogió a María en su casa (cf. Jn 19, 27), es decir, la acogió en su vida, compartiendo con ella una cercanía espiritual completamente nueva. El vínculo íntimo con la Madre del Señor llevará al "discípulo amado" a convertirse en el apóstol del Amor que él había tomado del Corazón de Cristo a través del Corazón inmaculado de María.

5. "He ahí a tu Madre". Jesús os dirige estas palabras a cada uno de vosotros, queridos amigos. También a vosotros os pide que acojáis a María como madre "en vuestra casa", que la recibáis "entre vuestros bienes", porque "ella, desempeñando su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo sea formado plenamente en vosotros" ( Mensaje , 3). María os lleve a responder generosamente a la llamada del Señor y a perseverar con alegría y fidelidad en la misión cristiana.

A lo largo de los siglos, ¡cuántos jóvenes han aceptado esta invitación y cuántos siguen haciéndolo también en nuestro tiempo! Jóvenes del tercer milenio, ¡no tengáis miedo de ofrecer vuestra vida como respuesta total a Cristo! Él, sólo él cambia la vida y la historia del mundo.

6. "Realmente, este hombre era el Hijo de Dios" ( Mc 15, 39). Hemos vuelto a escuchar la clara profesión de fe del centurión, "al ver cómo había expirado" ( Mc 15, 39). De cuanto vio brota el sorprendente testimonio del soldado romano, el primero en proclamar que ese hombre "era el Hijo de Dios".

Señor Jesús, también nosotros hemos "visto" cómo has padecido y cómo has muerto por nosotros . Fiel hasta el extremo, nos has arrancado de la muerte con tu muerte. Con tu cruz nos ha redimido.

Tú, María, Madre dolorosa, eres testigo silenciosa de aquellos instantes decisivos para la historia de la salvación.

Danos tus ojos para reconocer en el rostro del Crucificado, desfigurado por el dolor, la imagen del Resucitado glorioso.

Ayúdanos a abrazarlo y a confiar en él, para que seamos dignos de sus promesas.

Ayúdanos a serle fieles hoy y durante toda nuestra vida. Amén.

 


12.

El evangelista nos presenta un cuadro dramático y terrible. Fuera de la ciudad sagrada, junto al camino, a la vista de la mucha gente que pasaba por allí, colgado en una cruz entre dos bandidos (guerrilleros nacionalistas, quizá), agoniza el mismo que pocos días antes había sido recibido y aclamado triunfalmente por el pueblo como el Rey-Mesías. Y con un letrero en el que se daba noticia de la causa de su condena: "El rey de los judíos".

Todos se ríen de él, ridiculizando las palabras que había pronunciado cuando predicaba. 

"¡Vaya! ¡El que derriba el santuario y lo edifica en tres días! ¡Baja de la cruz y sálvate!...

Ha salvado a otros y él no se puede salvar. ¡El Mesías, el rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!"

Todos de acuerdo: los transeúntes, gente del pueblo que quizá lo había aclamado el domingo de Ramos y que ya había perdido toda esperanza en él; los sumos sacerdotes y los letrados que habían vuelto a engañar al pueblo para que rechazara a Jesús y que ahora celebraban lo que creían que era su triunfo, y hasta los que estaban crucificados con él. 

Todos de acuerdo en que ése no es modo de salvar al mundo: si el salvador no es capaz de salvarse a sí mismo..., ¿a quién podrá salvar? 

Todos de acuerdo en que si Dios estuviera con él la suerte de aquel condenado no sería la que estaban viendo. Si aquel despojo humano fuera de verdad el Hijo de Dios, ¿qué clase de Padre sería ese Dios? Y, al final, parece que hasta el mismo condenado les da la razón: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Un Dios sin poder. A algunos les sonará a blasfemia, pero eso es lo que se ve en el crucificado. "Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso", decimos en el credo. Pero ¿en qué consiste su poder? Ciertamente, el poder de Dios no es como el de los poderosos de la tierra (capacidad de determinar o modificar la libertad de los demás). No. El Padre no cambia el curso de los acontecimientos que los hombres, en el uso de su libertad, han decidido; no fuerza la libertad de los hombres, ni siquiera para que éstos sean buenos.

Por eso, preguntarse si podría hacerlo es un absurdo, algo así como preguntarse si Dios puede pecar.

Dios es amor, dice San Juan. Y ése, el amor, es su poder. Y de ese poder sí está llena la persona del crucificado. Sus paisanos no fueron capaces de descubrirlo: todos los que hablan al verlo en la cruz pretenden que Dios anule lo que los hombres han hecho para que, demostrado así su poder, puedan creer en Jesús. No les entraba en la cabeza que el amor fuera ya salvación.

Aquellos hombres no lo entendieron, no supieron descubrir que el hombre que tienen clavado a la cruz es la prueba suprema del amor de Dios a los hombre.

No es solo la prueba del amor de Dios, sino que es el amor mismo de Dios que ha asumido una forma humana para poder amar y ser amado desde nuestra situación. Un antiquísimo escrito cristiano parafraseaba así las palabras del Prólogo de San Juan: En el principio existía el amor, y "el amor se hizo carne"

Sólo un forastero, un pagano, supo verlo: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". Solamente aquel forastero y una mujer

Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza.

Un frasco de perfume muy caro. Un perfume de valor inapreciable, desorbitado. Judas lo tasa en 300 denarios. 16 meses tenía que estar un jornalero trabajando cada día para ganar esa cantidad. El precio del perfume es símbolo del amor sin medida de Dios. Jesús con su muerte y resurrección, ha llevado a cabo el designio de Dios sobre el hombre, dándole la vida definitiva. De ahí el precio del perfume. Esta vida sobrepase todo precio.

quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Jesús mismo es el frasco preciosísimo que el odio humano rompe para que desde él se difunda la fragancia del inmenso amor de Dios, capaz de llegar al corazón de cada hombre

El evangelista Mateo añade: Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. La casa entera, la Iglesia, la comunidad cristiana, se llena de la fragancia del Espíritu, amor recibido de Jesús.

«Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por 300 denarios para dárselos a los pobres?» En la comunidad se alza una voz discordante. No todos los discípulos aceptan el mensaje de Jesús. Judas prefiere el dinero al amor y, por tanto, a Jesús. Ha tasado lo que no tiene precio. Lo dice el Cantar de los Cantares: «Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable» (8, 7). Judas no cree en el amor generoso; el dinero es para él el valor supremo.

Hermanos. Todos estamos invitados a la cena de Betania, en casa de Simón el leproso, a fin de estar con Jesús. Lo decisivo es reconocer y acoger el amor que él da, el Amor que él es. Judas no lo acogió, por eso condena el derroche de aquella mujer y hace sus cuentas con el pretexto de los pobres.

Aquella mujer, que somos cada uno de nosotros, ha puesto el amor de Jesús en el centro de gravedad que la lleva fuera de sí misma, sin cálculos ni razonamientos, y con una intuición más que luminosa, ha captado lo esencial: que el Pobre es Jesus, que lo da todo, que entrega su vida para que ella pueda vivir en plenitud.

Así debiéramos vivir la Semana Santa: A los pies de Jesús, respirando aquella fragancia del amor inmenso que nos tiene, y que debe impregnar toda nuestra vida.