19 HOMILÍAS PARA EL CICLO A
1-5

 

1. 

¿Es el Dios cristiano el mismo que el de las demás religiones monoteístas (las que afirman que existe un solo Dios)? Si cuando decimos Dios nos referimos sólo a un concepto, a una idea filosófica..., pues sí, se trata del mismo Dios. Pero si pasamos de la filosofía a la vida..., entonces hay que pensar más la respuesta; porque no todos los que creen en un solo Dios entienden o conocen a Dios de la misma manera.

DIOS NOS HABLA

Los cristianos conocemos a Dios porque él ha querido hablarnos. Si algo hay propiamente cristiano es que nuestra fe no nace del deseo del hombre de llegar hasta Dios, sino de la decisión de Dios de ponerse en contacto con los hombres; su Hijo, "la Palabra hecha carne", es la prueba.

Dios había estado intentando ponerse en contacto con la humanidad durante mucho tiempo, desde lo de Egipto, cuando intervino por primera vez en la historia mostrándose como un Dios amante de la libertad de los hombres y de los pueblos. Su intento se vio una y otra vez frustrado. Su mensaje fue unas veces desoído y otras voluntaria o involuntariamente manipulado.

Y así, se le llegó a presentar como un Dios caprichoso y arbitrario, dispuesto a imponer durísimos castigos a los hombres por violar leyes insignificantes, o un Dios cruel que ordenaba pasar a cuchillo a poblaciones enteras, incluidos los ancianos y los niños... (véase, p. ej., Jos 6, 21; 8, 2.22-29).

Para nosotros los cristianos sólo hay un camino para conocer a Dios: Jesús de Nazaret. Sólo en él tenemos la garantía de poder conocer a Dios tal y como Dios se ha querido dar a conocer (Jn 1, 18).

NO VIENE A JUZGAR

"Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve".

Durante mucho tiempo se ha presentado a Dios sobre todo como juez. Y es cierto que en la biblia hay pasajes en los que se llama o se presenta a Dios como juez (pl. ej.: Sal 82, 94, 2). Lo que sucede es que, en lugar de ver en qué sentido o de qué manera Dios realizza esta función, lo que hemos hecho es aplicarle a Dios el modelo de juez que tenemos los hombres o, con más frecuencia, el tipo de juez que interesaba justificar a las clases dominantes. Por eso se olvidaban frases como la que hoy leemos en la primera lectura: "Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (Ex 34,6), para poner siempre en primer plano aquellas frases que, hablando de castigo, de infierno o de cosas por el estilo, ayudaban a dominar cualquier tipo de rebeldía, convirtiendo a Dios en motivo de temor y, por tanto, en justificador de los que de tejas abajo se habían apuntado a jueces de sus esemejantes. Sobre todo cuando estos jueces decían que su función procedía del mismísimo Dios. Y es importante constatar que no ha sido una sola, sino muchas las religiones que, a lo largo y ancho del mundo y de la historia, han presentado y siguen presentando así a Dios.

Pues no. El Dios cristiano, el Padre, que se ha manifestado en Jesús de Nazaret, es un Dios que no quiere juzgar, que no amenaza, que no condena. Aunque algunos, dicen que en su nombre, acudan con demasiada facilidad a la condena.

SV/LIBERTAD: DIOS ES AMOR

Un Dios que sólo es Padre, que sólo es vida, que sólo es amor, que sólo salva. Lo que sucede es que el Padre no impone la salvación que nos envía por medio de Jesús: no la impone, sólo la ofrece. Porque su salvación es efecto de su amor. Y el amor respeta siempre la libertad de la persona humana; no sólo la respeta: la busca, la potencia. Y en el uso soberano de esa libertad, el hombre podrá aceptar o rechazar la salvación que el Padre le ofrece.

Esta es la primera cualidad de Dios que los cristianos tenemos que tener en cuenta cuando queramos hablar del Padre, de nuestro Dios. Dios es amor. Pero una vez más tenemos que tener cuidado de no hacer a Dios a nuestra medida: su amor no es como el nuestro, casi siempre mezclado con egoísmo, casi siempre más preocupado por ser correspondido que por alcanzar la felicidad de la persona amada.

¡Y QUE AMOR!

"Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca".

Su amor es infinito, sin medida y no espera ser correspondido... al modo humano. La calidad del amor que Dios ofrece se pone de manifiesto en la entrega de su Hijo: es un amor que tiene un objetivo, una finalidad clara: la salvación del mundo de los hombres. Y una salvación que no es sólo una promesa para la vida futura, sino una posibilidad para ésta: es la posibilidad (posibilidad que está en nuestras manos convertir en realidad) de llegar a ser hijos de Dios, la posibilidad de convertir este mundo en un mundo de hermanos. Es el amor del Padre, que por amor da la vida, y que quiere que sus hijos sean muchos y se le parezcan practicando el amor fraterno. Así es como Dios quiere que le correspondamos. Ese es el Dios cristiano. El que "demostró... su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único... para que el mundo por él se salve". Esta es la imagen que nos dio de él Jesús de Nazaret. Y todas las que de Dios se hayan podido presentar antes o después de él, o están de acuerdo con esta imagen o son, desde el punto de vista cristiano, total o parcialmente falsas.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 99s


2.

-Creer en el amor de Dios (Jn 3, 16-18)

En realidad, el evangelio proclamado hoy no presenta evidentemente ninguna teología abstracta sino que, de un modo por el contrario muy concreto, nos coloca ante la actividad de la Trinidad. En él, la verdad sea dicha, sólo se habla del Padre y del Hijo, y en la forma como hemos visto que hablaba de ellos la teología griega: "Tanto amó Dios al mundo que entrego a su Hijo unico" (Jn 3, 16).

Este pasaje fue utilizado ya en el 4º domingo de Cuaresma, pero bajo otra perspectiva. Este hecho debe recordarnos un punto en el que ya hemos insistido: la manera litúrgica de proclamar un texto.

En efecto, aquí no se trata de que entremos en la consideración de todo lo relativo a Nicodemo y al nuevo nacimiento del que habla Jesús, que era de lo que se trataba en el 4º domingo de Cuaresma, cuando se preparaba a los catecúmenos, y nosotros mismos nos preparábamos, para la Pascua y para conmemorar nuestro propio bautismo de agua y de Espíritu; sino que aquí se trata de insistir en el contacto que tenemos con las Personas divinas que operan nuestra salvación. La obra de salvación consumada por el Hijo, y de la que nosotros damos fe, es señal del amor del Padre. Podemos apreciar cuál es la calidad de este amor del Padre. Cuando Jesús nos recuerda que el Padre envió a su Hijo "único", no podemos evitar que nuestro pensamiento vuele a Abrahan y al incondicional ofrecimiento que hizo de su hijo Isaac. Así es el amor del Padre, que quiere salvar a los hombres y envía a su Hijo único no para condenar al mundo sino para salvarlo.

Sin embargo, la verdadera realización de este encuentro con las Personas divinas supone la fe. No creer en el nombre del Hijo único de Dios es estar ya condenado; y al contrario, creer en el Hijo y consiguientemente creer en el amor del Padre a nosotros, es alcanzar la vida eterna.

La Trinidad es, por lo tanto, Amor; está en su totalidad "al servicio" del hombre al que trata de salvar y crear de nuevo.

-El Señor compasivo y misericordioso (Ex 34, 4...9) D/MISERICORDIA

Cuando Dios se manifesta a Moisés, se presenta como un Dios compasivo y misericordioso (Ex 34, 6). "Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad". La misericordia de Dios conmovió a los escritores inspirados. Dios mismo se descubría a los hombres y hablaba de sí mismo en tales términos. "El Señor tu Dios te llevaba como un hombre lleva a su hijo" (Dt 1, 31); "en el amor de Dios confío para siempre" (Sal 51, 10); "aclamo tu amor a la mañana"(Sal 58, 17); "tú, oh Dios, eres mi ciudadela, el Dios de mi amor" (Sal 58, 18); "vengan presto a nuestro encuentro tus ternuras" (Sal 78, 8); "la misericordia del Señor quiero recordar.. por la gran bondad que tuvo con nosotros en su misericordia" (Is 63, 7). Otros muchos pasajes son también exaltación de la misericordia de Dios.

Imposible señalar aquí los numerosos textos en que el Antiguo Testamento ensalza la misericordia de Dios. La misericordia se confunde con él: es el Dios misericordioso (Dt 4, 3 1; Tb 3, 11; Sal 85, 15; Sab 9, 1); pues siempre usa de la misericordia (Ex 2O, 6; Dt 5, lO; etc.) y esa misericordia no conoce límite, es inmensa (Sal 50, 3; 114, 5; 16, 2; Dn 3, 42), es eterna (1 Cro 16, 34, 41; 2 Cro 5, 13; 1, 13; 2O, 21; Sal 99, 5; 102, 17; 106, 1; 117, 1.29; etc.).

Dios se aparece a Moisés, el cual le pide que venga en medio de nosotros (Ex 34, 9). Aquel encuentro con este Dios que ama inspiró confianza a Moisés, que sin temor y lleno de esperanza dice al Señor: "aunque ese es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya".

-El Dios del amor y de la paz, con nosotros (2 Co 13, 11-13)

El final de la segunda lectura nos introduce de lleno en el misterio de la Trinidad y, a la vez, en el clima de amor que ya en el Antiguo Testamento llegó a ser la característica misma de Dios, cuando él quiere darse a conocer. Es el saludo que cl celebrante nos dirige al empezar la celebración eucarística, dado que quiera utilizar esta fórmula: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros" (2 Co 13, 13).

De ordinario, san Pablo termina sus cartas con la fórmula: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros" (Rm 16, 20; 1 Co 16, 23; I Tes 5, 28; etc.). Lo dicho podría explicar por qué dirige su saludo en nombre de Jesucristo, al comienzo de esta carta. Evidentemente su gracia es nuestra redención, que el nos adquirió. Este rescate y nuestra salvación, en definitiva tienen por fuente a Dios; él, en su amor a los hombres, envió a su Hijo único en quien encontramos la salvación (Rm 5, 1-11; 8, 28-39). Finalmente el Espíritu se nos comunica por la fe recibida en el bautismo, donde se hace de nosotros nuevas criaturas, hijos adoptivos de Dios, insertos en su Cuerpo que es la Iglesia, y nosotros mismos llegamos a ser templos del Espíritu.

Así, quien nos otorga la salvación, entregándonos su Hijo muerto por nosotros y resucitado en gloria, es el amor de Dios. El nos envió el Espíritu que no deja de comunicarnos esta fuerza de salvación, adquirida por Cristo una vez por todas y que nosotros vamos asimilando progresivamente en la Iglesia por medio de los sacramentos. Difícilmente podría expresarse mejor lo que es la Trinidad. El cristiano, al vivir en contacto permanente con las Personas divinas, vive en unidad y en paz (2 Co 13, 11). En la Liturgia de las Horas ·Atanasio-SAN, obispo de Alejandría, en una carta dirigida a Serapión, obispo de Tmuis, nos explica la magnificencia de la vida de la Trinidad: "...El Padre hace todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera queda a salvo la unidad de la Santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo en el Espíritu Santo... El Padre es quien da, por mediación de aquel que es su Palabra... De manera semejante, cuando el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien recibimos el Espíritu, y en la Palabra está tambien el Padre" (ATANASIO DE ALEJANDRIA, Carta 1ª a Serapión, 28-30; PG, 594, 595, 599. -Liturgia Horarum iuxta ritum romanum, t. III, pp. 476-477).

El mismo san Atanasio, al comentar el final de la 2ª carta a los Corintios, escribe: "Porque toda gracia o don que se nos da en la Trinidad se nos da por el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues así como la gracia se nos da por el Padre, a través del Hijo, así también no podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que hechos participes del mismo, poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la participación de este Espíritu" (Ibid. p. 477).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 62-65


3.

1. Descubrir las huellas de Dios

Celebramos hoy la fiesta de la Santísima Trinidad, como si la Iglesia nos invitase a que concentremos nuestra atención en toda la obra que Dios ha realizado en nosotros por medio de Cristo y del Espíritu. Hoy nos detendremos para considerar nuestra situación ante Dios, nuestras relaciones con El y nuestra responsabilidad.

¿Quién es Dios?... Esta es una pregunta que alguna vez nos la habremos hecho y que siempre nos deja en la duda... ¿Y cómo es? Aunque parezca paradójico, la misma Biblia no se preocupa mayormente por responder a estos interrogantes. La Biblia no es un estudio sobre Dios y sobre su esencia y cualidades. Sabe que Dios es lo Absoluto e inaccesible, y no pretende penetrar en su misterio. Sin embargo, el pueblo hebreo fue un pueblo religioso. ¿Por qué? Porque supo descubrir las huellas de Dios a través de su propia historia. Y éste es el primer elemento de nuestra reflexión.

La historia del hombre y de nuestro pueblo es tal, que nos exige afirmar la fe en la presencia de un Dios que actúa con nosotros y en favor de nosotros.

La presencia de Dios no es una evidencia simple y fácilmente palpable, ni tampoco es el fruto de largos razonamientos. Es, posiblemente y antes que nada, el sentimiento de que nuestra vida y la historia de la humanidad presuponen que no estamos solos y que Alguien ordena subrepticiamente nuestros caminos de tal forma, que al fin y a la postre siempre encontramos una salida.

Esta fue la experiencia del pueblo hebreo con su historia llena de marchas y contramarchas, con sus momentos de gloria y estabilidad, y con sus horas de destrucción y amargura. Al cabo de los siglos, después de recordar cómo estuvieron esclavos en Egipto, cómo lograron fugarse, de qué manera se establecieron en Palestina, cómo fundaron un Reino y de qué manera ignominiosa cayeron ante sus enemigos; al recordar, finalmente, su triste destierro y el regreso victorioso, bien pudieron afirmar: «¿Qué pueblo oyó la voz de Dios como la oíste tú y pudo sobrevivir?» (Dt 4,32s).

Esta parece ser una de las experiencias más fuertes de un pueblo creyente: haber escuchado la voz de Dios. No importa el cómo de esta experiencia sino su misma realidad. Es que Dios se nos revela como un Dios vivo, capaz de intercambiar un diálogo con nosotros. Escuchar su voz significa ser capaz de interpretar la propia vida con una perspectiva distinta, sabiendo que nada sucede al azar, nada queda librado a la suerte o al destino, sino que cada paso que damos en la vida tiene un por qué y camina hacia una meta, oscura en ocasiones, pero una meta que da sentido a todo el camino.

No basta afirmar: "Yo creo en Dios", si tal creencia deja intacto nuestro modo de existir. «Yo creo en Dios» significa:- «Yo escuché la voz de Dios», escuché una Palabra que me dijo por qué he venido al mundo, qué estoy haciendo y con qué sentido; por qué el dolor, la enfermedad y la muerte; para qué debo vivir y hacia dónde camino.

A todo esto lo llamamos "experiencia religiosa", es decir, la experiencia de sentirnos unidos a un hilo conductor de tantos actos y episodios aparentemente sueltos y sin relación entre sí.

El hombre de fe puede decir: «Nuestro Dios habla.» Pero no podría afirmar tal cosa si nunca lo hubiese escuchado.

Aquí nos referimos a esa primera escucha, la que surge del interrogante de la misma vida o, si se prefiere, de la muerte. Porque si Dios es un Dios viviente, su palabra ha de resolver fundamentalmente el problema de la muerte. Asi lo descubrió el pueblo hebreo que tantas muertes sufrió a lo largo de su historia y que siempre, después de cada muerte, sentía que renacía a la vida.

Cada día la vida nos plantea nuevos interrogantes y cada uno de ellos puede hacernos dudar de la existencia de Dios, porque la voz de Dios no es algo estático, algo dicho como un catecismo invariable, sino que debe ser oída como explicación y respuesta al mismo hecho de existir. La experiencia religiosa es válida si es capaz de dar sentido a la vida...

2. Sentirnos amados por Dios

Relacionada con la experiencia anterior, está la siguiente: «Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque somos un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y tómanos como herencia tuya» (primera lectura). Segunda experiencia del hombre religioso: se siente elegido y amado por Dios, protegido y auxiliado, como si en él Dios derrochara con mano misericordiosa.

Quizá sea ésta la experiencia religiosa más fuerte y viva en nosotros. ¿Quién no sintió alguna vez la mano salvadora de Dios cuando parecía que todo estaba perdido? Si ahora miramos hacia atrás en nuestra vida y vemos por qué misteriosos caminos nos ha conducido la vida superando crisis insalvables..., no dudamos en afirmar: "Aquí está la mano de Dios".

Sentirnos amados y elegidos por Dios es quizá la experiencia que aporte la mayor felicidad en la vida. El hombre de fe descansa sobre esta confianza, se siente en paz, no teme el peligro y goza de una constante alegría.

El Evangelio alude a menudo a esta actitud de confianza en el Padre: «No estéis tan preocupados por la vida, qué comeréis o con qué os vestiréis... Vuestro Padre sabe lo que necesitáis» (Lc 12,22s).

A mucha gente del siglo veinte se le hace cuesta arriba aceptar la existencia de Dios. Sabemos que el ateísmo es un fenómeno masivo y que ha prendido aun en países tradicionalmente religiosos. Pero también es cierto que eI mundo moderno prefirió depositar su confianza no en un posible amor de Dios, sino en la fuerza inmediata de la ciencia, de la política, del dinero, etc. Pero ¿puede eI hombre moderno depositar tranquilo su corazón en estos nuevos dioses? Es ésta la duda que nos queda. El hombre de fe no ignora la importancia de la ciencia, de un descubrimiento técnico o de la posesión de los bienes indispensables..., pero siente que su vida vale más que todo eso; y que todo eso tiene en el fondo una cierta fragilidad que, a la larga, más que producir paz y sosiego del espíritu, nos lleva al vértigo del nerviosismo, de la neurosis, de la angustia...

Los creyentes confiamos en Dios. Es cierto que ya no tenemos el orgullo antiguo de creernos los únicos elegidos entre tantos pueblos, pero sí gozamos de la íntima alegría de que nada es tan importante como tener un Dios que nos ama más allá de la misma muerte.

3. La experiencia de la fraternidad

El apóstol Pablo nos obliga a profundizar en esta reflexión: ¿Cómo no sentir la presencia de Dios si nos sentimos conducidos por el Espíritu y ese mismo Espíritu nos hace exclamar: «Padre»? «Todos los que son conducidos por el Espíritu son hijos de Dios. Y vosotros no recibisteis el espíritu de esclavos para volver a caer en el miedo, sino el de hijos adoptivos por el que llamamos a Dios: Padre» (Rom 8,14-17).

Un hombre que vive en el temor o bajo la presión de la ley y del castigo, ciertamente nunca podrá llegar a la experiencia de sentirse hijo de Dios. Mas quien se deja conducir por el Espíritu, el espíritu del amor, de la reconciliación, de la unidad y de la paz, no puede menos de sentirse ante Dios como un hijo ante su padre.

Jesucristo nos reveló hasta dónde llega el amor de Dios: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Evangelio).

En conclusión: no podemos tener una auténtica experiencia religiosa sino desde la óptica del amor. El que no ama -tal como lo recuerda la Carta de Juan- no puede decir que conoce a Dios. A Dios lo conocemos y reconocemos como Padre, cuando conocemos y reconocemos a los demás hombres como hermanos. En la experiencia de la fraternidad, de la amistad, de la comunidad, sentimos la presencia del Espíritu del amor que nos impulsa a sentirnos hermanos de Cristo e hijos de Dios en él.

La fiesta de la Santísima Trinidad no es la oportunidad para hacer galas de abstracta teología ni de sutiles razonamientos. Es, simplemente, la ocasión de comprender que el amor es la síntesis de nuestra fe:

Al Padre lo sentimos como quien nos habla, nos elige, nos ama y nos protege; al Espíritu, como quien nos reúne en el amor y en la unidad de la vida comunitaria; al Hijo, como quien nos salva en su muerte y resurrección, haciendo de nosotros nuevas criaturas a imagen suya.

Por eso la experiencia religiosa no es un privilegio, sino un compromiso: Si somos los elegidos e hijos de Dios, vivamos como hermanos; si hemos escuchado su voz, cumplamos su palabra; si el Señor nos ha salvado, vivamos con la alegría de sentirnos salvados y comuniquemos a otros la Buena Nueva de la salvación.

Bien lo sintetiza Pablo: «Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos, tened un mismo espíritu y vivid en paz...» (segunda lectura).

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 20 ss.


4.

Conocemos a Dios a través de Jesús Algunos de los versículos finales de este pasaje se leen en la fiesta de la Santísima Trinidad, del ciclo A. Por eso trataré de ahondar en esta verdad fundamental de nuestra fe.

La palabra "misterio" ha sido muy utilizada desde el principio por el cristianismo y también se emplea mucho ahora. Pero con sentidos muy distintos: cuando la decimos ahora, pensamos en un problema que no podemos entender; cuando la decían los primeros cristianos, querían expresar una realidad llena de vida.

La Trinidad no es ningún rompecabezas, aunque con frecuencia nos dejamos atrapar por un problema de matemáticas, tan de moda en nuestra sociedad: uno igual a tres, que es imposible. No es con las matemáticas como podemos abordar este misterio. Hemos de afrontarlo desde un punto de vista existencial.

El dogma no es un enunciado, sino un medio para ayudarnos a conocer la realidad. Cuando hablamos de la vida íntima de Dios estamos expresando, a la vez, la clave o la raíz de ser hombres en el mundo. Desde la experiencia del mundo en profundidad y de nosotros mismos, podemos llegar a rastrear a Dios (Rom I,19-23).

La Trinidad es para nosotros un misterio de salvación, de vida en plenitud. Dios es indefinible, impensable, respuesta total y auténtica a las aspiraciones de los hombres. Dios es lo primero y lo último, lo profundo, el fundamento de todo lo que existe. No tenemos palabras para expresarlo. Es tan claro, que no hay pruebas. Es tan hondo, que no se ve con los ojos corporales. Es una llamada, una experiencia más seria que todas las demás. Es un acto de fe, una sugerencia aclaradora, una aventura y, a la vez, base de todo. A Dios lo vamos conociendo a través del Hijo. Y creemos que la comunidad de vida que es Dios es posible en nosotros, es una realidad en nosotros gracias al Espíritu. La Trinidad tiene que estar presente en cada momento de nuestra vida, porque es la vida del hombre. Sólo desde la Trinidad se nos aclaran todos los interrogantes que nos van surgiendo a través de nuestra vida: qué es vivir, por qué no podemos ser felices solos, por qué nos gustan muchas cosas pero ninguna nos llena, la sed de infinito y plenitud...

Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. (/1Jn/04/07-08)

¿Quién de nosotros puede afirmar de verdad que ama? ¿No somos egoístas incluso cuando amamos? ¿Quién puede decir que ha puesto en común todo lo que es y todo lo que tiene? Entonces, ¿cómo "ver" a Dios? (Mt 5,8).

Vivimos apoyados en la miseria de los pobres, edificamos sobre los que pasan hambre, nuestra comodidad es fruto de los que trabajan como esclavos, perdemos el tiempo de un modo lamentable, mientras tantos de nuestros hermanos necesitarían que les dedicáramos ese tiempo nuestro desperdiciado...

¿No estamos sordos ante el gemido de los que sufren, impasibles ante el silencio de los que se tienen que callar a la fuerza, insensibles ante los encarcelamientos por causa de la insoportable corrupción de nuestra sociedad, indiferentes ante los que nos niegan los derechos humanos más elementales?

Nuestra vida no manifiesta amor. Estamos llenos de fariseísmo, de cultos, de palabras de Dios, mientras los que nos ven tienen que exclamar: ¡el Dios de los cristianos ya ha muerto!

Jesús nos trajo la vida eterna. ¿Cómo pretendemos poseer la vida, si la hemos matado? Llegamos a llamar a la tiniebla luz y luz a la tiniebla. Escribimos un evangelio de burgueses satisfechos y nos creamos nuestro Dios, que es una grotesca caricatura del verdadero. Vivimos solos, desterrados, incapaces de aceptar a los otros, incapaces de hacer la igualdad, incapaces de crear un ámbito de libertad y de justicia. Los cristianos hemos arrasado demasiados valores para que podamos ver el futuro con optimismo. El mundo llamado cristiano es el principal culpable de la injusticia a escala mundial. Y del hambre. El mensaje cristiano que nos hemos fabricado está al margen del mundo; tenemos miedo al mundo de hoy y al futuro, a la novedad y al riesgo; dudamos de la fuerza transformadora del evangelio. Tenemos miedo porque carecemos de la fe en el Dios de Jesús. Nos dedicamos a transmitir normas y ritos en lugar de ser transmisores del amor universal. Buscamos en ideologías o políticas -"cisternas rotas"- lo que hemos sido incapaces de encontrar en el evangelio.

A pesar de todo, el amor de Dios está en el mundo, ofrecido. Dios sigue empeñado en salvarnos. Podemos volver del aislamiento y del destierro. ¿Seremos capaces de aceptar que el amor salve nuestras vidas?

5. Ser padre, hijo y espíritu a la vez es nuestra vocación

Lo más importante para un cristiano es vivir en comunión con la vida de Dios, que es el misterio de la Trinidad.

La relación de Dios con el mundo no puede ser más que de amor. Cuando el mundo se construye sobre el egoísmo, no puede invocar en su favor al Dios amor. Dios está en contra de la cerrazón, del repliegue sobre uno mismo, del aprovecharse de los otros, del deseo de apropiación, de la voluntad de poder, de la división, de los sistemas económicos que provocan hambre y marginación, de las opresiones, represiones y explotaciones humanas. Afirmar que Dios es amor nos obliga a aceptar al amor como el único móvil, único proyecto y única meta del mundo, de la sociedad y de uno mismo. El Dios del amor nos libera de la soledad al sentirnos habitados por el Padre, el Hijo y el Espiritu, cuando nos entregamos a la comunicación en la amistad fraterna.

Para el cristiano, vivir es con-vivir, es amar. El encuentro del hombre con Dios es imposible si está separado del encuentro del hombre con el hombre. Sólo vivimos si convivimos, porque somos imagen de Dios trino, comunidad de amor. Sólo en comunidad somos signo en el mundo de nuestro Dios trinitario, y sólo en comunidad nos realizamos como personas verdaderas.

El hombre auténtico, verdadero y completo, ese que es imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26), vive en tres dimensiones: vertical, horizontal y profunda. Es decir, vive con ideales o personas que están sobre él, a su alrededor y dentro de él.

Por la dimensión vertical se pone en relación con lo que está sobre él: el padre, la madre... Reconoce los valores que están encarnados en ellos. De ahí brota la obediencia, el amor, la dependencia responsable... Si acepta vivir en esta dimensión, el hombre es hijo. Si la rechaza radicalmente, se queda en adolescente, en una estéril rebeldía contra el padre y la madre, se debate en una protesta confusa y absurda, sin saber lo que realmente quiere.

Por la dimensión horizontal se pone en relación con lo que está a su alrededor: hermanos, amigos, compañeros, todos sus semejantes... Los valores esenciales en esta dimensión son los de fraternidad e igualdad. Si acepta vivir en esta dimensión, el hombre es hermano. Si la rechaza, se queda en un niño egoísta, cerrado en su pequeño mundo individual y caprichoso, únicamente preocupado de su propio bienestar, extraño a las exigencias del mundo que lo rodea, insensible a los problemas de la justicia.

Por la dimensión profunda, interior, entra en relación con lo que está dentro de sí mismo, entra en comunión con su propio ser. Es el mundo del alma, del espíritu, de la intuición, de la oración, de la creatividad... El hombre a este nivel descubre los valores de la reflexión, del silencio, de la libertad, de la contemplación, de la poesía, llega a las propias fuentes del ser, a las propias raíces... Se convierte en un ser espiritual. El ser espiritual no es una criatura que vive en las nubes, desencarnada; es el hombre verdaderamente profundo, auténtico. Las personas privadas de esta dimensión interior se condenan a la superficialidad, a la vanidad, a la agitación exterior, al ruido... Se quedan en la superficie de todo.

TRI/H/AUTENTICO: El hombre completo debe vivir en relación con estas tres dimensiones, que debe aceptar y desarrollar simultáneamente. El que vive una sola dimensión será un hombre incompleto. Lo mismo el que vive dos.

Así, el que es solamente "hijo" se inclina a asumir actitudes conservadoras, preocupado exclusivamente por mantener el orden o el desorden constituidos. No participará en las luchas por la justicia; no amará la novedad; no sabrá mirar hacia adelante. Tampoco dará importancia a los valores del espíritu.

El que es solamente "hermano" -camarada se dice ahora; también compañero- se opondrá a los valores de disciplina, autoridad... y a los valores espirituales. El que se limita al ser "espiritual", considerará el propio mundo interior como una cómoda evasión de los compromisos concretos para la transformación del mundo. Será un "emboscado".

El mundo actual parece que pretende presentar estas "dimensiones" como opuestas, en lugar de verlas como son en realidad: complementarias.

¿Qué tiene que ver todo esto con la Trinidad de Dios?

El creyente se encuentra con Dios en tres dimensiones fundamentales. Vemos en el evangelio a un Dios que está sobre nosotros. Es el padre nuestro. Un padre lleno de amor, respetuoso con la libertad de sus hijos -no es paternalista, no da todo hecho-, siempre dispuesto a perdonar. También encontramos a un Dios que, en Jesús, ha tomado un rostro humano, fraterno. Un Dios que está a nuestro alrededor. Un Dios hermano nuestro: "Tuve hambre..." (Mt 25,31-46). Dios se encuentra también en la dimensión interior, en las profundidades de nuestro ser. Dios está "dentro" de nosotros. Decía san Agustín: "Dios es más íntimo a mí que yo mismo". Y así, Dios es nuestro padre, nuestro hermano, nuestro espíritu. Lo vamos descubriendo en la medida que seamos hijos, hermanos y verdaderamente espirituales.

En lugar de abordar el misterio de la Trinidad utilizando imágenes y comparaciones insuficientes y gastadas -como el famoso triángulo-, será más útil para nuestra vida reflexionar sobre la Trinidad en una perspectiva de comunión.

Dios es una familia, una comunidad. Resultan así iluminadas nuestras relaciones humanas: seremos imagen de Dios siendo familia, siendo comunidad. Nunca solos, porque Dios es comunión de personas. Son tres que comparten todo lo que son -y lo son todo-, realizando aquello que, para las personas que se aman, siempre será un sueño: sin dejar su ser personal, formar una comunidad en la que todos sean una misma cosa.

Dios es Padre, Hijo y Espíritu.

Es Padre y sólo Padre. Es la vida, es el amor. "No sabe", "ni quiere", "ni puede" ser otra cosa. Por eso es Padre en plenitud: es el Padre.

Y como consecuencia de su amor pleno, da todo al Hijo. Así el Hijo es igual al Padre. El Padre sólo se queda con el ser Padre. El resto es compartido con el Hijo.

El Hijo es Hijo y sólo Hijo. Tampoco quiere ser otra cosa. Se entrega al Padre totalmente. Y así es Hijo en plenitud: es el Hijo.

El amor compartido del Padre y del Hijo, esa comunicación total, esa amistad etema, es el Espíritu, amor en plenitud.

Dios es comunidad de amor y ha creado al hombre a su imagen y semejanza. También la creación entera es reflejo de este Dios amor.

Cada uno de nosotros y cada familia, grupo y comunidad, tenemos que ser reflejo de este Dios trino.

Cada uno de nosotros tenemos que ser padres y sólo padres.

Lo somos cuando damos vida, cuando vivimos para los otros y en la medida en que lo hacemos. Cuando colaboramos en la realización personal de los que nos rodean. Y esto aunque se sea muy joven.

Pero somos tantas cosas, que para ser padres no nos queda tiempo: la profesión, alcanzar una posición, ser más que los otros... La preocupación por el mañana, que impide vivir el presente con intensidad. Los pájaros, los lirios, toda la creación... trabaja duramente y vive al día, no se inquieta por el mañana (Mt 6,2S-34).

PADRES/HIJOS: A la mayoría de los hombres y mujeres no les queda tiempo para lo fundamental: ser padres o madres. Limitan su paternidad a traer hijos al mundo y alimentarlos, olvidando la otra paternidad, de la que son signo los célibes y las vírgenes. Muchas personas son más hijos de otros que de sus padres, porque han recibido más de ellos: amor, ideales, apoyo, comunicación, amistad, libertad, paz...

¿Por qué son tan distintos los hijos de lo que los padres desean? Muchos padres es imposible que hagan de sus hijos personas de bien, porque no lo son ellos. Y nadie da lo que no tiene. Dicen que es la felicidad lo único que se puede comunicar aunque no se posea.

Los padres pueden decir que con ser padres no se come, que tienen que trabajar duro, descansar de ese trabajo en la taberna o donde sea... Y es verdad, hay que trabajar. Pero como medio, como necesidad y consecuencia de ser padres y siempre desde la perspectiva de la paternidad. Nunca para acumular, para subir, para darse importancia, o como refugio por no saber qué hacer con las horas libres.

Cada uno de nosotros tenemos que ser hijos y sólo hijos. Aunque seamos muy mayores. Cuando dejamos de ser hijos nos destruimos. Somos hijos cuando aceptamos la vida que nos viene de los otros y del otro, cuando nuestra comida es hacer la voluntad del Padre, como Jesús (Jn 4,34).

Pero con frecuencia somos todo menos hijos: autosuficientes, individualistas... De ahí nuestra insatisfacción.

¿Por qué los hijos saben tan pocas cosas de sus padres y les demuestran tan poco el amor? Viven, normalmente, demasiado dentro de sí mismos, dándose gusto, temiendo perder una personalidad imposible de lograr solos. Esa es la razón de ese descarado egoísmo que manifiestan tantas veces en las relaciones con los padres y con los demás. Dirán los hijos que tienen amigos, proyectos, cosas que hacer. Y es verdad. Pero todo lo que hagamos, todas nuestras ilusiones, tenemos que realizarlas desde la óptica de sentirnos hijos y sólo hijos, porque sólo dentro de esa filiación es posible llegar a sentirse hijos del único Padre verdadero. ¿Cómo sentirnos hijos de Dios, a quien no vemos, sino a través de sentirnos hijos de los hombres? A Jesús -¿por esto?- le gustaba llamarse "Hijo del Hombre".

Cada uno de nosotros tenemos que ser espíritu y sólo espíritu. Lo somos cuando damos "calor", amor a todo lo que nos rodea, cuando tratamos de unir a todas las personas que viven a nuestro alrededor.

Pero en lugar de ser acogedores, en lugar de dar, solemos exigir una respuesta a los demás antes de dar nosotros.

¿Cómo dar amor, unión, acogida... a personas tan difíciles en la familia, grupo o comunidad? Pues dándolo sin pedir nada a cambio, a fondo perdido, como hace un padre de verdad; como hace el Padre. Recibiéndolo sin poner trabas, como hace un hijo; como hizo el Hijo.

Nuestra misión es sembrar. El fruto no depende de nosotros. Todos los que nos rodean son Dios trino al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón. Si creemos en ellos, si los amamos, creemos y amamos a Dios. Lo demás son disculpas, ganas de complicar las cosas para no comprometernos.

Cada familia tiene que vivir todo esto para llegar a la plenitud. Lo mismo cada grupo y cada comunidad. Es más, nadie puede ser padre, hijo y espíritu si no es dentro de un grupo, familia o comunidad. De otra forma, ¿cómo y a quién podría dar vida el padre?, ¿cómo y de quién podría recibir vida el hijo?, ¿cómo y dónde puede ser centro de unión, de amor, de calor, de acogida, el espíritu?

Cuando en un grupo se está a gusto, se siente amor, acogida, es fruto del espíritu que está en sus miembros. Cuando en un grupo se recibe algo, se crece personalmente, es fruto de la paternidad, de ese dar vida que está en sus miembros. Cuando en un grupo se nota interés por recibir, deseo de más, necesidad de los otros, es fruto de la filiación, de la dependencia, de la "niñez" -"infancia espiritual"- que existe entre sus miembros.

Ser padre y sólo padre, ser hijo y sólo hijo, ser espíritu y sólo espíritu, es el camino del hombre. Y se puede ser a la vez: el padre verdadero es a la vez hijo y espíritu; da vida y la recibe porque ama. Lo mismo el hijo. El espíritu, el amor, está siempre abierto de par en par a todo lo verdadero que le rodea.

Ser padre, ser hijo, ser espíritu a la vez, es nuestra vocación de hombres. No tenemos otra cosa que aprender porque es la perfección.

Este es el camino del hombre, es el camino de las comunidades cristianas. De esta forma, el misterio más grande se convierte en el misterio más fecundo, que se experimenta en la vida de cada persona que va profundizando, que va viviendo; y en cada comunidad que lo va siendo de verdad y en la medida en que lo vaya siendo.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1 PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 261-268


5.

Si por un imposible, la Iglesia dijera un día que Dios no es Trinidad, ¿cambiaría en algo la existencia de muchos creyentes? Probablemente, no. Por eso queda uno sorprendido ante la confesión del P. Varillon: «Pienso que si Dios no fuera Trinidad, yo sería probablemente ateo... En cualquier caso, si Dios no es Trinidad, yo no comprendo ya absolutamente nada».

La inmensa mayoría de los cristianos no sabe que al adorar a Dios como Trinidad, estamos confesando que Dios, en su intimidad más profunda, es sólo amor, acogida, ternura.

Es quizás la conversión que más necesitan: el paso progresivo de un Dios considerado como Poder a un Dios adorado gozosamente como Amor.

Dios no es un ser "omnipotente y sempiterno" cualquiera. Un ser poderoso puede ser un déspota, un tirano destructor, un dictador arbitrario. Una amenaza para nuestra pequeña y débil libertad.

¿Podríamos confiar en un Dios del que sólo supiéramos que es Omnipotente? Es muy difícil abandonarse a alguien infinitamente poderoso. Es mejor desconfiar, ser cautos, salvaguardar nuestra independencia.

Pero Dios es Trinidad. Dinamismo de amor. Y su omnipotencia es la omnipotencia de quien sólo es amor, ternura insondable e infinita. Es el amor de Dios el que es omnipotente.

Dios no lo puede todo. Dios no puede sino lo que puede el amor infinito. Y siempre que lo olvidamos y nos salimos de la esfera del amor, nos fabricamos un Dios falso, una especie de Júpiter extraño que no existe.

Cuando no hemos descubierto todavía que Dios es sólo Amor, fácilmente nos relacionamos con él desde el interés o el miedo. Un interés que nos mueve a utilizar su omnipotencia para nuestro provecho. O un miedo que nos lleva a buscar toda clase de medios para defendernos de su poder amenazador.

Pero una religión hecha de interés y de miedos está más cerca de la magia que de la verdadera fe cristiana.

Sólo cuando uno intuye desde la fe que Dios es sólo AMOR y descubre fascinado que no puede ser otra cosa sino AMOR presente y palpitante en lo más hondo de nuestra vida, comienza a crecer libre en nuestro corazón la confianza en un Dios Trinidad del que lo único que sabemos en Cristo es que no puede no amarnos.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 63 s.