19 HOMILÍAS PARA EL CICLO A
6-16

 

6.

1. Rico en clemencia y lealtad.

La Antigua Alianza, como muestra la primera lectura, no sabe nada todavía del misterio  íntimo de Dios, de su Trinidad. Pero tiene, como muestra Moisés aquí, un profundo e  inaudito sentido de la libertad interior de Dios, de su poder y de su plenitud de vida, que se  expresa ante el pueblo en todos los atributos que se reconocen a Dios: él es «compasivo y  misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Se le puede pedir que se digne  caminar con el hombre, perdonar su culpa y su pecado. En estas expresiones no hay el  menor rastro de un querer influir mágicarnente sobre el ámbito de lo divino, todo es  reconocimiento de lo que Dios es en sí, independientemente del hombre. Dios no tiene  necesidad de la alianza con Israel para conservar estos atributos. Más bien Israel confía en  estos atributos propios de Dios desde siempre: «Tómanos como heredad tuya».

2. La Trinidad como saludo. 

Jesús ha revelado el misterio íntimo de Dios distinguiéndose a sí mismo del Padre pero  manifestándose al mismo tiempo como procedente de El, y distinguiendo además muy  claramente al Espíritu Santo, de él y del Padre, aunque el Espíritu es el vínculo de su amor  recíproco. Con la encarnación del Hijo, la vida íntima de Dios, independiente del mundo y  conocida ya en la Antigua Alianza, no sólo se hace cognoscible para el mundo, sino que  éste puede tener parte en ella: no en el sentido de que el mundo quede absorbido en Dios,  sino en cuanto que puede entrar en el eterno círculo del amor en Dios. Son muchas las  fórmulas neotestamentarias que alaban la vida trinitaria de Dios; en la segunda lectura  aparece una muy clara que parte de «la gracia de nuestro Señor Jesucristo», pues  efectivamente toda la revelación de la Trinidad comienza con su gracia, que consiste en  que él nos ha dado a conocer «el amor de Dios» Padre en toda su existencia, también y  sobre todo en su pasión y muerte; pero todo esto sería demasiado elevado e  incomprensible para nosotros si no tuviéramos además la «comunión del Espíritu Santo»,  es decir, la participación en este Espíritu, mediante el cual somos introducidos en la  «profundidad de Dios» (1 Co 2,10) que sólo El conoce.

3. Pero sólo el evangelio nos permite entrever las auténticas dimensiones del amor  divino. Jamás podríamos haber imaginado que el Padre eterno, que ha prodigado ya y por  así decirlo agotado todo su amor en el Hijo engendrado por él, amara tanto al mundo  creado que pudiera incluso entregar por él a su «Hijo predilecto» (Mt 3,17; 17,S), a las  tinieblas del abandono de Dios y a los terribles tormentos de la cruz. Esto, que parece un  sinsentido, sólo tiene sentido si este sacrificio del Hijo se ve al mismo tiempo como su  glorificación suprema: el Hijo muestra todo el amor del Padre precisamente «amando hasta  el extremo» (Jn 13,1); el amor de ambos, Padre e Hijo, se muestra en esta entrega como un  único amor: en el Espíritu Santo. Sólo este amor absoluto es al mismo tiempo la verdad  -«gracia y verdad» son una misma cosa (Jn 1,14)-, por lo que el que no lo reconoce se  excluye a sí mismo de la verdad y se entrega al juicio. Si el amor trinitario es lo único  absoluto, todo el que lo rechaza se juzga a sí mismo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 73 s.


7.

«Yo he vencido al mundo»*

Homilía del Card. Jorge A. Medina Estévez, Prefecto de la Congregación para el Culto  Divino y la Disciplina de los Sacramentos durante la misa en la Basílica del Santísimo  Salvador y San Juan de Letrán, 28 de mayo de 1998.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Queridos hermanos:

En estos días que preceden a la Solemnidad de Pentecostés la Iglesia ha escogido  perícopas del Evangelio de San Juan en que Jesús con mucha frecuencia emplea la  palabra "mundo", palabra polivalente en las Santas Escrituras, es decir palabra que tiene  muchos sentidos. A veces cuando la Santa Escritura habla del "mundo" se refiere  simplemente a la creación, a lo que salió de las manos bondadosas y sabias de Dios. Otras  veces la palabra "mundo" significa el conjunto histórico y cultural en el cual se desarrolla la  vida de los hombres, como quien dijera el "teatro" de la vida humana. En otras  oportunidades el mundo es una realidad que resiste a Jesucristo Nuestro Señor, que resiste  a su Evangelio, que tiene otras normas, otros valores, profundamente reñidos con el  Evangelio. En este sentido la palabra "mundo" es muy semejante al tema que emplea el  Apóstol San Pablo hablando de la "carne". Y, finalmente, la palabra "mundo" significa esta  realidad final, cuando la gracia salvadora de Jesucristo Nuestro Señor haya triunfado sobre  todos los enemigos, particularmente sobre el «príncipe de este mundo», el demonio y sus  obras, y Jesucristo victorioso entregue todo a su Padre para que «Dios sea todo en todas  las cosas»[70]. 

Entre estas distintas acepciones de la palabra "mundo" hay una relación, por cuanto todo  lo que existe procede de la voluntad omnipotente de Dios Creador, voluntad omnipotente  que ha sido desfigurada por la acción de Satanás y por la complicidad de los hombres en el  pecado, pero sin lograr destruir una radical capacidad del mundo para acoger la Palabra  salvadora de Dios. Esta realidad implica para todos nosotros una permanente lucha interior  entre el espíritu y la carne, entre la fuerza de Dios y lo que se opone a Dios. Pero en  definitiva, dado que está sujeta al poder triunfante y glorioso de Jesucristo, desembocará  en la gloria, donde todas las cosas y todos los hombres que sean salvos vivirán únicamente  para la gloria de Dios, donde ya no habrá ni pecado, ni muerte, ni dolor, ni aflicción, ni  lágrimas.

Nosotros, queridos hermanos, vivimos en este mundo que lleva tan profundamente  marcada la huella de Satanás, del «príncipe de este mundo»[71], como lo llama Jesucristo  Nuestro Señor, de aquel de quien dice la Primera Carta del Apóstol San Juan que «el  mundo entero yace» en él[72: /Jn/05/19]. No hay palabra en toda la Escritura más dura que  ésta. El mundo entero está acostado en Satanás, descansa en Satanás, se hace cómplice  de Satanás. Pero ese mundo sigue siendo amado por Dios: «Tanto amó Dios al mundo que  dio a su Hijo único»[73], precisamente para que los que acojan el mensaje salvador de  Cristo sean salvos, escapen de la esclavitud de Satanás y del pecado y vivan en la  verdadera y única libertad, que es la «libertad de los hijos de Dios»[74], de los que  encuentran su alegría y su gloria en tener su propia voluntad completamente entregada y  adherida a la voluntad santísima de Dios. 

Por eso el cristiano no tiene derecho a perder la esperanza de la conversión de este  mundo. El cristiano tiene que saber y estar convencido de que la fuerza salvadora de  Jesucristo está presente y de que en forma misteriosa, y en los plazos y modos que sólo  Dios conoce, el triunfo le pertenece a Él. Cuando los coetáneos de Jesús lo miraron  clavado en la cruz, despreciado, condenado a muerte ignominiosa, creyeron que la derrota  de Cristo era definitiva. Y así lo pensaron los discípulos de Emaús, que se iban  profundamente desilusionados a su pequeño pueblo, lamentando como una bella ilusión el  tiempo que habían vivido al lado de Jesús: «Llevamos ya tres días desde que esto  pasó»[75] y nada ha sucedido. Pero nosotros no podemos tener esa actitud: «Yo estoy con  vosotros todos los días hasta el final del mundo»[76]. «Yo pediré al Padre y os dará otro  Consolador, para que esté con vosotros para siempre»[77], otro Abogado, otro Defensor,  otro Paráclito que esté al lado de ustedes para defenderlos, para acompañarlos en la  peregrinación y para que sea garantía y prenda del triunfo magnífico y final que será el de  la parusía de Cristo, cuando Él vuelva en gloria y majestad, y de ese triunfo que se realiza  cada día en el interior de nuestro corazón cada vez que acogemos un sentimiento de  conversión, cada vez que ordenamos nuestra vida al querer de Jesucristo, cada vez que  nos hacemos capaces de ver en los hermanos el rostro de Jesucristo, cada vez que somos  capaces de tener fe en que el Señor es vencedor. Ésta es la victoria que vence al mundo:  nuestra fe, nuestra confianza inquebrantable en Jesucristo Nuestro Señor que no pierde  fuerzas ni alientos porque vemos cosas tristes que suceden en el mundo e incluso en el  seno de la Iglesia. Esa fe nos enseña que el Señor, a pesar de todo, está presente y que en  definitiva la victoria le pertenece a Él. 

En las representaciones de Cristo crucificado que utiliza la Iglesia rusa, la imagen de  Jesucristo en cruz está ubicada sobre una pequeña cueva donde se ve una calavera,  debajo de la cual hay escrita, en caracteres griegos, una palabra: nike (nñkh). Y es que la  muerte de Cristo, sobre la calavera de Adán, la primera víctima de Satanás en el paraíso  terrenal, la muerte de Cristo es nike: ¡victoria! La suerte de la humanidad no es la suerte de  la calavera de Adán; es la suerte de Cristo resucitado, glorioso, poderoso, capaz de hacer  de las mismas piedras hijos de Abraham[78], capaz de cambiar nuestro corazón de piedra,  como dice el profeta[79], en un corazón de carne que pueda amar según la medida y el  amor de Jesucristo Nuestro Señor[80].

Todos ustedes forman parte de esta hermosa familia, dentro de la Iglesia, que es el  Sodalicio de Vida Cristiana. Y todos ustedes van caminando y peregrinando por este mundo  con inmensa confianza en Cristo glorioso y triunfante, con inmensa confianza en el poder  del Espíritu Santo, que vino sobre los Apóstoles y que hizo de esos pobres hombres  pescadores del mar de Galilea, los primeros apóstoles y testigos de Jesucristo, quienes  después de haber recibido la efusión del Espíritu aprendieron a encontrar alegría en sufrir  humillación, persecución, menosprecio y violencia por el nombre de Cristo. Salieron de la  azotaina que les propinaron los sumos sacerdotes judíos, contentos porque habían sido  encontrados dignos de sufrir algo por el amor de Cristo[81]. Y ese sentimiento  completamente nuevo en ellos --porque dos meses antes habría sido imposible que  hubieran tenido esa actitud interior-- sólo se explica porque vino sobre ellos el Espíritu  Santo que los hizo hombres nuevos, en justicia, en santidad, según el ejemplo de Jesucristo  Nuestro Señor.

Queridos hermanos, estamos reunidos en este templo tan venerable, cabeza y madre de  todas las Iglesias de Roma y del mundo, en este templo que es la Catedral del Papa  (muchos creen que la Catedral del Papa es San Pedro, pero no es así; la Catedral del Papa  es esta Iglesia de Jesucristo el "Santísimo Salvador", que siglos después recibió un  segundo título, el de "San Juan Bautista"). Cristo Jesús, el Salvador triunfante y resucitado,  es anunciado con fuerza y con espíritu por San Juan Bautista, ese hombre grande y  humilde que no tenía otra meta que desaparecer él para que Cristo Jesús creciera. Ésa es  nuestra tarea, nuestra vida, nuestro consuelo y nuestra alegría. Que el Señor los bendiga y  los acompañe ahora y siempre.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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Las notas han sido añadidas por el editor.

[70] 1Cor 15,28.

[71] Jn 12,31; 14,30; 16,11.

[72] 1Jn 5,19.

[73] Jn 3,16.

[74] Rom 8,21.

[75] Lc 24,21.

[76] Mt 28,20.

[77] Jn 14,16.

[78] Ver Lc 3,8.

[79] Ver Ez 36,26.

[80] Ver Ef 5,2.

[81] Ver Hch 5,40-41. 


8.

Amor que no se agota 

1 Quienes ha gozado de la experiencia de un padre bueno, como Teresita del Niño  Jesús, por poner un ejemplo, tienen un gran camino recorrido para conocer a Dios, "Señor  Dios, compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (Éxodo 34,4).  Quienes no hayan gozado tal experiencia tendrán que limpiar su memoria, las huellas de su  experiencia, para conocer a Dios Padre. El de Teresita, al morir su esposa, tuvo que  convertirse en padre y madre de la niña de cuatro años. Y la ternura del padre, sirvió a la  santa para mejor concer el amor de dios Padre. Dios Padre y Madre, Dios ternura, Dios  amor. 

2 Se da en el mundo mucha importancia a la inteligencia. Sin embargo no es la  inteligencia la que nos hace personas, sino la relación. La relación de dios paterno-filial de  amor es el principio de las tres divinas personas. Pues dios es tan grande, que su actividad  no se agota en una persona, sino en tres. 

3 "Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo  se salve por él" (Juan 3,16). Cuando un recién nacido aparece en una familia, al principio  siente a su alrededor una ternura y un cariño difusos. Poco a poco va poniendo nombre a  esa ternura: papá, mamá, los nombres de sus hermanos. Los creyentes han seguido un  camino semejante al del niño. Primero ha sido la ternura difusa. Después nuestro hermano  mayor Jesús, nos ha sugerido los nombres de las pesonas divinas: Padre, Hijo y Espíritu  Santo. Pero las palabras se quedan pequñas cuando han de expresar a Dios. "Se habla  de tres personas, por decir algo y no quedarse callados" (San Agustín). 

4 El amor inagotable del Padre lelleva a enviarnos a su Hijo al mundo para  comunicarnos la vida eterna. No viene el Hijo en misión negativa de "condenar" . Sino a  cumplir un encargo positivo: que el mundo tenga vida eterna. Los condenados no lo son  por voluntad del Padre, sino porque ellos no han dejado actuar al Salvador en su vida. El  designio de Dios irrevocable es que todos participen de su vida eterna. No participar de  ella es alejarse ellos mismos de la casa del Padre,m con gran dolor del Padre, que "tanto  amó al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen  en él, sino que tengan vida eterna". 

5 Esa vida eterna ha comenzado ya: Dentro de nosotros vive como en un templo, la  santa Trinidad. Estar atentos a su adorable presencia, al estilo de Isabel de la Santísima  Trinidad, que les llamaba "mis Tres", es su gloria y nuestra alegría y salvación. 

6 Hemos rezado el salmo, pero que nos quede su regusto para toda la semana: "A Él  gloria y alabanza por los siglos". Profundicemos en la contemplación del Misterio con la luz  del Espíritu Santo, y adoremos filialmente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. 

7 Transportemos hoy ese amor trinitario a la familia, en la que encontramos una imagen  de la Trinidad. Si en la familia en vez de reinar el amor domina el egoísmo, ocurre la  esterilidad. No se deja paso al hijo del amor. Se llama amor a otra cosa. Porque el amor  es siempre crucificante. Comenzando por el Padre que entrega al Hijo a la cruz, y  siguiendo en el Hijo que acepta el cáliz que le ha preparado su Padre. Cuando hay amor  alguien tiene que morir, el que ama. El que no ama no quiere morir. Y esto cada día, cada  instante. Si amo, lo mejor para ti; si amo he de estar en la cruz. 

En un mundo en que sólo se busca el placer y el poder, (el poder porque facilita el placer,  ¿no se habla de la erótica del poder?): ¿no es el poder una corona de espinas, que cuando  más duele es cuando se la quitan?; pues en este mundo, los cristianos, familia de Dios  amor, tenemos mucho que decir y, sobre todo, que hacer. 

8 Prosigamos la celebración eucarísitca, y avivemos nuestra fe en la presencia de la  santa Trinidad sobre el altar, ya que por la "circuminsesión", donde hay una persona están  las tres, que vienen a trinitizarnos y a cristificarnos, por los frutos del pan eucarístico. 

J. MARTI BALLESTER


9.

El pueblo se compromete a cumplir la promesa que Dios manda (Ex.19,8); están  agradecidos con ese Dios que los ha liberado de la esclavitud y la opresión. Pero de  camino a la tierra prometida la debilidad del hombre, hace que se olvide de la palabra dada.  Aferrándose a sus frágiles seguridades, reniega de su Dios, cambiándolo por los dioses  paganos de Canaán representados en un becerro de oro (Ex. 32,4-5). Sin embargo, Dios  sigue manifestándose a su pueblo con su fidelidad y compromiso a la palabra pactada. El  capítulo 34 del libro del Exodo contiene el relato (Yahvista) de la alianza del Sinaí. El  redactor final lo incluyó para describirnos el pacto renovado de Dios con su pueblo, porque  esta alianza crea un vínculo indestructible, una alianza de amor que está por encima de la  inestabilidad e infidelidad humana. El texto se ha elaborado teniendo en cuenta el género  literario de una teofanía donde se destacan los siguientes elementos:

* Manifestación de Dios: "El Señor bajó de la nube y se quedó con El, allí" (v.5). Bajar de  la nube es símbolo de la presencia trascendente de Dios.

* La autodefinición de Dios en el versículo 6: "Dios compasivo y misericordioso, lento a la  ira y rico en clemencia y lealtad" se convierte para los judíos en un profundo resumen de la  naturaleza de Dios.

* Moisés mediador entre Dios y su pueblo (v.9): "Es un pueblo de cerviz dura" con estas  palabras Moisés reconoce la infidelidad del pueblo de Israel, la poca capacidad de  perseverancia y fe en el Dios liberador que los sacó de la esclavitud y los conduce con  amor misericordioso por el desierto hasta la tierra prometida.

El texto nos presenta con crudeza la realidad de la condición humana en cuanto a la  palabra dada, que desafortunadamente es, con frecuencia, palabra falsa. Se resalta el  fracaso de la alianza que hace poco fue pactada y que el pueblo rápidamente ha olvidado.  Así pues, este relato de la manifestación de Dios a su pueblo es una confrontación entre la  dureza de cerviz del pueblo y el amor compasivo y misericordioso de Dios. Tema que  recorre toda la historia de Israel para llamar la atención sobre la idea de que Israel es el  pueblo elegido, pero no por sus propios méritos, sino por la acción amorosa de Dios.

Al final de la segunda carta a los Corintios es una invitación que hace Pablo a esta  comunidad, para que viva en la alegría, la perfección, la unidad y la paz. No hay duda que  en esta comunidad eran frecuentes los conflictos, las divisiones, y los problemas. Por eso  Pablo les dedica más tiempo y en su saludo final insiste sobre esto. La misma invocación  trinitaria que aparece en forma explícita y elaborada, reafirma el mensaje que Pablo quiere  dar a esta comunidad, como estaba reconociendo en las tres divinas personas, atributos  como "gracia / don", "Amor y Comunión" (v. 13). La unidad trinitaria aparece aquí, no como  la definición de un misterio ontológico total, es decir, como una definición del ser de Dios,  que para nosotros resultaría lejano y abstracto. Pablo define la Trinidad con dimensiones  cercanas a nuestra realidad. Creer en la Santísima Trinidad es dejarse llenar de su gracia  para vivir en la caridad, la solidaridad y la comunión con los demás.

La conversación entre Jesús y Nicodemo transcurre de noche, este último era miembro  importante del grupo de los fariseos que se oponían violentamente a Jesús (Juan 3,1). El  impacto de esta conversación marcó la vida de Nicodemo que creyó y se convirtió al Reino  de Dios.

Jesús habla del proyecto de salvación de Dios basado en el amor y la entrega

"Tanto amó Dios al mundo que le dio a su hijo único". Un amor intenso que Dios tiene por  la humanidad.

En Jesús, Dios reafirma su alianza con el pueblo: la traducción litúrgica (entregó)  presupone un verbo griego, que en el lenguaje cristiano primitivo se refería a la muerte en  la cruz; pero el verbo empleado (dio) no mira hacia la cruz sino a la "venida al mundo"; la  entrada del hijo de Dios en el mundo de Dios estrechando lazos de unidad entre Dios y la  Humanidad.

Jesús habla de salvación y vida eterna en contraposición al castigo, condenación y  perdición. El proyecto de salvación de Dios personificado en Jesús y el proyecto del mundo,  entendido este último en dos dimensiones, lugar de residencia del hombre, pero también  lugar donde el hombre dejándose llenar por la comodidad, el poder y la autoridad se aleja  de Dios (vv. 16-17). Le toca ahora a la humanidad representada en Nicodemo hacer la  elección entre los 2 proyectos.

Nosotros, al igual que el pueblo de Israel, rompemos los compromisos pactados, las  promesas de amor, entrega y amistad, no sólo con Dios sino con los demás. Es más fácil  cambiar la fidelidad, el amor, el compromiso, por la infidelidad, el olvido, la indiferencia, en  nuestro afán desenfrenado de poseer riquezas, comodidades e incluso personas.

Pero Dios vuelve a darnos una lección de Amor que es el vínculo de la alianza perfecta.  Dios sigue manifestándose, sigue "bajando de la nube" y quedándose con nosotros a pesar  de nuestra debilidad humana, de nuestra condición pecadora; a pesar de que muchas  veces lo cambiemos por el dios dinero, el dios poder, el dios tener. Porque Dios ante todo  es Padre Misericordioso con corazón de madre que protege y cuida a sus hijos a pesar de  su condición humana de infidelidad.

Hoy la iglesia celebra la fiesta de la Santísima Trinidad; ejemplo de la comunidad perfecta  basada en el amor de Dios a los hombres: El evangelio de Juan nos lo recuerda: tanto amó  Dios al mundo... un amor sin límites, ni condiciones, un amor incompresible a la mente  humana.

En Dios Hijo se reafirma la intensidad de ese amor. Su vida, su entrega, su opción por los  más necesitados, que lo lleva a darlo todo e incluso hasta la vida misma.

En Dios Espíritu Santo está la presencia amorosa de Dios en las primeras comunidades.  El fortalece y vivifica el caminar de los creyentes aún en medio de problemas y divisiones.

Creer en la Santísima Trinidad significa:

* Vivir en comunidad con Dios Padre Creador de todo cuanto existe, que nos invita a  seguir su obra creadora construyendo proyectos de vida para el bien de la humanidad.

* Vivir en comunidad con Dios Hijo: Jesucristo; Salvador, redentor y liberador que nos  invita a luchar contra toda clase de opresión, a vivir en la entrega y el servicio a favor de los  más necesitados.

*Vivir en comunidad con Dios Espíritu Santo que renueva nuestras fuerzas, nos  humaniza, solidariza y nos guía en el proyecto de construcción del Reino en nuestros  hogares y nuestras comunidades.

Para la revisión de vida

La Trinidad es "un ser vivo" (valga la expresión) y no una complicada doctrina; por eso, la  Trinidad es más para vivirla que para explicarla, igual que las personas están para que las  queramos y compartamos con ellas la vida, no para convertirlas en esquemas teóricos y  doctrinales. ¿Qué es la Trinidad para mí: una complicada teoría de la doctrina que he de  creerme, me parezca bien o mal, o un misterio, ciertamente, pero que he de acoger con  cariño y del que he de aprender a vivir en comunidad, como comunitario es nuestro Dios?

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico

- Dios estableció una Alianza con el pueblo judío basada en la Ley; pero luego renovó  esa Alianza, con toda la humanidad, basándola en el amor y sellándola no en unas tablas  de piedra sino en una persona: su Hijo Jesús. ¿Mi fe se basa en el cumplimiento de la ley, o  en la relación de amistad y amor con Dios?

- Alegría, gusto por el progreso espiritual, fraternidad, un corazón común y vivir en paz:  ¿es éste el clima de nuestras asambleas litúrgicas, de nuestra comunidad?

- Dios no se revela a la humanidad a través de la Ley, sino a través de su Hijo; por tanto,  no se revela como legislador que dicta lo que hay que hacer, sino como Padre; así, el Hijo  no es alguien que nos enjuicia desde fuera, sino alguien que comparte nuestra suerte y, por  eso, nos salva; ¿dónde busco yo la salvación: en el cumplimiento de las leyes o en la  amistad con Jesús? ¿Realmente creo en un Dios que no ha mandado a su Hijo para  juzgarnos sino para salvarnos? ¿Realmente he superado el "miedo al juicio" o vivo  angustiado por él?

Para la oración de los fieles

- Para que toda la Iglesia probemos la calidad y la autenticidad de nuestra fe con obras  de solidaridad para con todos, especialmente para con los pobres. Oremos.

- Para que todos los que confesamos que Jesús es nuestro Señor unamos nuestras  fuerzas y trabajemos juntos por un mundo mejor. Oremos.

- Para que nuestra fe se base siempre en el amor, en la amistad con Dios, y no en el  mero cumplimiento de la ley por temor a los castigos divinos. Oremos.

- Para que sepamos continuar la obra salvadora del Padre, la salvadora del Hijo y la  alentadora del Espíritu. Oremos.

- Para que la justicia y la solidaridad sean cada día más frecuentes entre todas las  personas y los pueblos del mundo. Oremos.

- Para que nuestra comunidad viva con alegría, progresando espiritualmente, viviendo  unidos, en paz y en fraternidad. Oremos.

Oración comunitaria

Señor, Dios, que eres nuestro Padre, nuestro Hermano Jesucristo y el Espíritu que nos  consuela y nos fortalece; ayúdanos a vivir en auténtica y sincera comunidad, y que lo que  celebramos en la liturgia lo expresamos en toda nuestra vida, que traduzcamos nuestra fe  en obras de justicia y amor, que no busquemos sólo en tener una fe correcta sino, sobre  todo, una vida correcta, que sea siempre y en todo conforme a tu voluntad de que todos  seamos hermanos. Por Jesucristo.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


10.

- Gracia, amor, comunión 

Recientemente, en una carta de un lector publicada en un importante diario, se afirmaba  con toda seguridad -"la ignorancia es atrevida", docta un antiguo dicho popular- que "en  ningún escrito del Nuevo Testamento se habla de la Trinidad". Hoy, en este domingo de la  Santísima Trinidad que es como el resumen de lo que hemos celebrado durante el tiempo  de Pascua, hemos escuchado en la segunda lectura, en uno de los escritos más antiguos  del Nuevo Testamento, esta afirmación/oración de san Pablo: "La gracia de nuestro Señor  Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros".  Palabras, petición, que resumen el núcleo y la fuerza de nuestra fe cristiana. Palabras que,  en la misa, repetimos con frecuencia como saludo inicial de nuestro encuentro. 

- El núcleo del Evangelio: Dios es Padre 

Es verdad que el esfuerzo por buscar explicaciones y formulaciones de lo que significa la  Santa Trinidad duró siglos. Que causó herejías y fue el motivo que reunió a los más  importantes concilios de los primeros tiempos de la historia cristiana. Es normal: la inmensa  riqueza del hecho Dios, comunión de vida entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, supera  nuestra capacidad de comprensión. No podemos atraparla y definirla. Siempre es más.  Sin embargo, Jesús nos habló de ella muy sencillamente. Muy sencillamente, muy  expresivamente. Porque era el centro de su experiencia, de su vida. No creo equivocarme  al decir que lo más importante para Jesús, en su predicación, en su misión, en su vida, fue  eso: hablarnos de Dios como Padre nuestro. Aquel antiguo mensaje, el que hemos  recordado en la primera lectura, en los lejanos tiempos de Moisés, que ya hablaba del "Dios  compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad", fue el mensaje, la  gran noticia, por la que Jesús, precisamente porque era el Hijo de Dios, empeñó y entregó  su vida. 

Comunicarnos que Dios, Padre de todos, es amor. Amor sin limites ni exclusiones, amor  personal, íntimo. Y que él, Jesús de Nazaret, hombre como cualquiera de nosotros, es "la  gracia" -el don, el regalo, el mensaje, la palabra- para conocer y amar y compartir esta vida  de Dios. Nunca podríamos imaginarlo: Dios, mucho más que el juez, el lejano, el extraño, se  nos hace presente y cercano en el Hijo, el hermano, el pobre, el crucificado. Y, todo ello, no  son sólo palabras o creencias, sino realidad de comunión en nosotros gracias a la acción  interior, en lo más intimo de cada uno, por la presencia vital, misteriosa pero real, del  Espíritu Santo. 

Esta es la gran buena nueva de Jesús. Y de ella se deduce, se sigue, su mensaje para  nuestra conducta. No al revés: no es primero decirnos cómo debemos actuar y luego  hablarnos de Dios. Lo primero es decirnos: Dios es Padre de amor, abierto y cercano a  todos. Lo segundo, lo que se sigue, es: por ello, nosotros, como hijos de Dios, podemos y  debemos compartir su amor para todo, comprensivo y abierto, eficaz y sin límites. Creer en  el Dios del que nos habla Jesús es querer imitarle, querer parecernos a él. 

- Y también madre 

Quisiera terminar con unas palabras del Papa, de Juan Pablo II. Que este año, como  preparación al gran Jubileo del año 2000, nos habla repetidamente de la paternidad de  Dios. Pero, añade, si Dios es Padre, también es madre. Explicaba el pasado 20 de enero:  "La paternidad de Dios se manifiesta también, en el Antiguo Testamento, como maternidad.  Las imágenes donde se compara a Dios con una madre son pocas en el Antiguo  Testamento, pero extremadamente significativas. Porque se nos habla del modo de ser y  actuar de Dios con rasgos maternales que expresan su ternura y condescendencia".  Dios, padre y madre, nos comunica su vida y amor. Nos llama a concretarla en todo lo  que hacemos y sentimos cada día. Esto es, hermanas y hermanos, lo que pedimos y  significamos cada domingo, aquí, en la eucaristía. 

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/08/09-10


11.

Nexo entre las lecturas

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes (2L). Con este saludo trinitario se nos manifiesta el sentido de esta solemnidad litúrgica. La iglesia en este día quiere adentrarse en el misterio uno y trino de Dios y de su incomparable amor por el género humano. La lectura del libro del Éxodo nos narra el momento misterioso en el que, en el Sinaí y en forma de nube, Dios se revela a Moisés como el Señor compasivo y misericordioso (1L).

La petición que hace Moisés a continuación conmueve el corazón: Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros... perdona nuestros pecados y tómanos como heredad tuya. En La segunda lectura (2L) Pablo habla del Dios del amor que ofrece la paz a los corazones. En este día, por tanto, nos introducimos de algún modo en la intimidad de Dios. Lo contemplamos como Dios trino y uno. Dios paciente y misericordioso. Nos revela su vida íntima y nos invita a compartir de un modo inefable esta vida por la adopción como Hijos suyos. En efecto Dios ha amado tanto al mundo que entregó a su Hijo unigénito para que todo el que crea tenga la vida eterna. (EV) Dios quiere que el hombre tenga vida y la tenga en abundancia.


Mensaje doctrinal

1. Un misterio. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. En esta fiesta se acoge el misterio de la revelación de Dios: tanto ha amado al mundo que llegó a la donación hecha redención en su Hijo Unigénito. Esto es posible acogerlo gracias a la nueva condición del bautizado abierto, por las virtudes teologales, a la intimidad divina. El cristiano bautizado es testigo, confidente del misterio trinitario. La Iglesia conserva este dogma como el misterio más profundo que le confió el Señor y lo mantiene, en la oración, como herencia viva y preciosa a través de los siglos. La exhortación de Gregorio Nacianceno revela muy bien el pensamiento de la Iglesia desde los primeros siglos:

"Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje... Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero... Dios los Tres considerados en conjunto... No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).

Dios se ha dado a conocer como comunión de vida y de amor: un Dios que en sí mismo no está aislado es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La comunión trinitaria en Dios es la realidad más profunda y más perfecta. No es posible comprenderla con la inteligencia humana porque es un misterio. El nuevo catecismo nos dice en el número 258: "Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421)".

2. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes. Con estas palabras comienza el saludo trinitario paulino. En efecto, es la experiencia de fe y de vida cristiana la que llevo a Paulo a formular esta bella bendición usada ahora en cada Celebración Eucarística.

El cristiano experimenta a lo largo de su vida la gracia de Cristo que es el don de la redención. Con la recepción de los sacramentos actualiza y hace propios los dones que le deja Cristo. Él nos introduce en calidad de Hijos adoptivos en el misterio trinitario. "Por medio de Cristo tenemos acceso, en un solo Espíritu, al Padre". (Ef 2,18). A lo largo de su vida, el cristiano ha de buscar imitar a Cristo en sus virtudes aplicando las enseñanzas del Evangelio a todas sus acciones y relaciones humanas.

Experimentar el amor del Padre es experimentar la realidad de su Providencia divina. Al Padre se le atribuye la creación de cuanto existe. Y su conservación. Dios Padre es rico en misericordia y bondad, tardo a la ira y clemente; lo experimentamos al ver la pequeñez y debilidad de nuestro ser. Dios Padre ha querido introducirnos en su misma intimidad al enviarnos a Jesucristo, camino que nos lleva a Él.

El Espíritu Santo mora en nosotros, actúa en nuestra oración. Cuanto hacemos en la vida sobrenatural es bajo su influencia. Inspira a la mente, mueve la voluntad, alienta las virtudes etc. para que en Él glorifiquemos con Cristo a Dios Padre.

3. La Trinidad y la vida cristiana. Por medio de las virtudes teologales, que nos elevan al nivel sobrenatural, podemos experimentar una amistad creciente con cada una de estas Personas divinas. Esto es lo que pretende la Liturgia de hoy. En esta experiencia misteriosa se fundan la alegría, la paz operante, el ideal de santidad y de perfección personal y comunitaria, la concordia fraterna y el fervor entusiasta que deben caracterizar toda la comunidad eclesial. La fe nos permite aceptar el misterio sin cuestionarlo. La fe nos ayuda a ver que Dios es la verdad misma y no puede engañarse ni engañarnos. La esperanza nos infunde confianza y firme seguridad de que llegaremos a gozar de la eternidad gozosa a pesar de las dificultades de esta vida. El amor, finalmente, nos hace donarnos sin límites para reflejar la gloria y la bondad de Dios en nuestros hermanos los hombres.

Ya desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). No podemos desperdiciar el tiempo en disquisiciones mentales y no disfrutar de la presencia de tan ilustres huéspedes en nuestras almas.

Hagamos nuestra esta oración:

"Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora". (Oración de la Beata Isabel de la Trinidad).


Sugerencias pastorales

En una sociedad como la nuestra, que por una parte tiene sed del misterio de Dios, pero por otra, se aleja de la práctica litúrgica y sacramental de la Iglesia, nos conviene ayudar a nuestros fieles a descubrir por experiencia las maravillas y tesoros de nuestra fe en la Trinidad. No basta una formulación teórica -que también es importante-. No basta saber que Dios es uno en tres personas, es necesario que este misterio se viva de modo experiencial.

Debemos promover todo aquello que ayude para que nuestros fieles sientan y experimenten el amor de Dios Padre, la amistad profunda y generosa con Cristo Señor, la presencia amorosa del "dulce huésped de sus almas". Ciertamente ayudará mucho la predicación, pero no cabe duda que el mejor modo de transmitir a Dios es haciendo uno mismo la experiencia de Dios. Conocemos muchas personas ignorantes en cuanto a ciencia, pero sabias en cuanto a experiencia de Dios. Carecen de la instrucción más básica y, sin embargo, han hecho una profunda experiencia de Dios que pueden transmitir a los demás con profundidad.

En este sentido qué importantes se revelan las primeras oraciones que aprenden los niños de labios de sus madres, o de sus educadoras en la catequesis. Esas oraciones aprendidas bajo el calor del hogar acompañan al hombre en las más variadas vicisitudes de la vida. El misterio trinitario se hace así, el misterio del amor, el misterio que se adentra en el corazón del hombre, el misterio por el que el hombre aprende a relacionarse con Dios. Con un Dios trascendente y a la vez un Dios íntimo que inhabita en el alma.

En la catequesis podemos hacer hincapié en aquellos signos trinitarios que practicamos diariamente como son: el acto de signarse, el rezo del Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo, la bendición de la mesa o de otros momentos del día. Romano Guardini tiene explicaciones excelentes sobre algunos de estos signos.

P. Octavio Ortíz


12.

FAMILIA DE AMOR QUE NO SE AGOTA

1.- El brazo poderoso del Señor había liberado de la esclavitud de Egipto al pueblo de Israel quien en correspondencia le había prometido amor, servicio y lealtad. En seguida le traicionan y provocan la ira de Dios, que quiere destruirlos:

"Anda, baja! Porque tu pueblo ha pecado... Se han hecho un becerro. Déjame que los devore." Moisés, naturalmente, intercede, pero cuando ve el becerro construido, destruye las tablas de piedra de la Ley del Sinaí y molió el becerro y lo esparció en el agua, para que se lo bebieran. Por fin vuelve a rezar por el pueblo y le pide a Dios que lo borre del libro. Dios le manda labrar otras dos tablas como las primeras, desciende en forma de nube proclama con solemnidad su amor misericordioso: "Señor Dios, compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad."   (Éxodo 34,4. )

2.- Quienes han gozado de la experiencia de un padre bueno, como Teresita del Niño Jesús, por poner un ejemplo, tienen un gran camino recorrido para conocer a Dios. El papá de Teresita, que era un santo, al morir su esposa, se convirtió en papá-mamá de la niña de cuatro añitos, su "Reinecita". Y la ternura del padre, sirvió a la santa para intuir y descubrir el amor de Dios Padre.

3.-  Aunque en el mundo se da mucha importancia a la inteligencia, no es la inteligencia la que nos hace personas, sino la relación de amor, entrega y de amistad, porque vivimos en familia y en sociedad y unos a otros nos enriquecemos, nos construimos personas, nos perfeccionamos por imitación, y estímulo, por corrección, por ejemplaridad, por cultivo de palabra o de obra, por reconciliación y por oración. O por falta de esa relación nos empobrecemos y destruimos.

La relación de Dios paterno-filial de conocimiento y amor, es el principio de las Tres Divinas Personas. Siendo Dios infinito, su actividad no se agota en una sola persona, sino en Tres Divinas Personas, que se definen por las relaciones que las oponen entre sí en la intimísima intimidad de la única divina naturaleza, en la que el Hijo se distingue del Padre por la oposición existente entre la relación activa del conocimiento que el Padre hace del Hijo, y la relación pasiva del Hijo al ser conocido por el Padre, engendra la paternidad-filiación subsistente entre el Padre y el Hijo.

Asimismo, de la relación activa de amor entre el Padre y el Hijo, correspondiente a la relación pasiva del mismo Espíritu Santo procede la Tercera persona, como oposición al amor activo que recibe del Padre y del Hijo, y que por eso se denomina procesión. Que es inefable.  Las tres personas sólo son distintas de la esencia divina por distinción de razón. En cambio, la oposición de sus relaciones entre ellas establece una distinción real. En ellas todo es donación y entrega: el Padre se da al Hijo, que procede por modo de inteligencia, como cuando una persona humana se mira el espejo y ve ante sí su misma figura.

El Hijo se da al Padre y los dos se aman con una llama viva de un fuego sagrado, que es el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo por modo de voluntad, como Amor de los Tres.Y los Tres se nos dan a los hombres, hermanos de Jesucristo, para que participemos en su vida trinitaria, por la gracia de filiación. Participación permanente, incoada en el Bautismo.

No somos llamados como de visita a su vida, sino a ser sus consanguíneos perpetuos. De las Tres Divinas Personas, dos, el Hijo y el Espíritu Santo, reciben una Misión temporal en las criaturas: el Hijo es enviado por el Padre para redimir a los hombres; y el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo para su santificación. Santa Teresa y también San Ignacio, pudieron gozar del misterio y se sintieron consolados, admirados y extasiados. Y no porque la inmensa mayoría de los cristianos no hayamos llegado a tanto, carecemos de esa inhabitación y estamos convocados a la misma fruición que sólo será total, perfecta y completa en el cielo.

4.- «Una sola fuente y una sola raíz, una sola forma resplandece en el triple esplendor. ¡Allí donde brilla la profundidad del Padre, irrumpe la potencia del Hijo, sabiduría artífice del universo entero, fruto generado por el corazón paterno! Y allí relumbra la luz unificadora del Espíritu Santo». Así cantaba en el siglo V, Sinesio de Cirene, en su Himno, en la fiesta de la Trinidad divina. Esta verdad del único Dios en tres personas iguales y distintas no está relegada en los cielos; no puede ser interpretada como una especie de «teorema aritmético celeste» sin ninguna repercusión para la vida del hombre, como decía Kant.

5.- Pues la gloria de la Trinidad está presente en el tiempo y en el espacio y se manifiesta en el Hombre Jesús. Como nos narra Lucas cuando escribe el misterio de la Encarnación en el que están presentes y activas las Tres Divinas Personas de la Trinidad. El ángel le dice a María: «Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre»  (Luc 1, 3). Y destaca la intervención del Espíritu Santo «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios»   (Luc 1,35).

6.- En Cristo se unen el lazo filial con el Padre Celeste y la madre terrena. Las palabras del ángel son como un pequeño Credo, que ilumina la identidad de Cristo en relación con las Tres Personas de la Trinidad. Es la fe de la Iglesia, que Lucas presenta ya en los inicios del tiempo de la plenitud salvífica: Cristo es el Hijo del Dios Altísimo, el Grande, el Santo, el Rey, el Eterno, cuya generación en la carne se realizó por obra del Espíritu Santo. Y «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre» (1 Jn 2,23).

7.- En la Encarnación, centro de nuestra fe, se revela la gloria de la Trinidad y su amor por nosotros: «La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1, 14). «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4,9).

La revelación de la gloria trinitaria de la Encarnación no es una iluminación que rompe la tiniebla sólo por un instante, sino una semilla de vida divina sembrada en el mundo y en el corazón de los hombres. «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (Gál 4,4; Rom 8,15). «Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos». (LG 3). Decía san Cipriano, la comunidad de los hijos de Dios es «un pueblo de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» («De Orat. Dom.», 23).

8.- Leemos en la Evangelium vitae, 37-38: «Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina. Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo. En este estupor y en esta acogida vital tenemos que adorar el misterio de la Santísima Trinidad, que es «el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Y por tanto el manantial de todos los demás misterios de la fe; es la luz que los ilumina» (CIC, n. 234).

9.- El amor trinitario se manifiesta en Jesús; un amor que no se queda cerrado en un círculo de luz y de gloria, sino que se irradia en la carne de los hombres, en su historia; penetra en el hombre regenerándolo y haciéndole hijo en el Hijo. Por esto decía san Ireneo, que la gloria de Dios es el hombre viviente: «Gloria enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei»; no sólo para su vida física, sino sobre todo porque «la vida del hombre consiste en la visión de Dios» («Adversus Haereses» IV, 20,7). Y ver a Dios es quedar transfigurados en él: «seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Juan 3,2). 

10.- Esta, abreviada, es la doctrina que nos da hoy el Prefacio: "Con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres, Padre, un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza". Este es un misterio profundo, insondable y efusivo: Dios no es una sustancia aislada, sino un Dios que por la sobreabundancia de su ser se da y se comunica, que vive en la comunicación de Padre, Hijo y Espíritu, y que se da y crea comunicación. Como en sí mismo es vida y amor, también es para nosotros vida y amor, porque nos ha insertado en su misterio desde toda la eternidad.

La confesión de un Dios trino no es más que el desarrollo de la expresión "Dios es amor" (1 Jn 4,8). Que Dios es en sí vida y amor, significa su eterna y plena bienaventuranza que para los hombres en medio de un mundo de odio y de muerte, es el fundamento de nuestra esperanza (Catecismo del episcopado alemán).

11.- Dios es pues, una familia de augustas Personas, cuya vida íntima es asombrosamente grande y magnífica y confiada, de la que nos invita a formar parte, admitiéndonos en su hogar para siempre sin fin, para vivir en ese amor perenne, florecido y sin nubes. ¡Qué gozo, qué regalo! ¿Cómo agradeceremos esa invitación y esa llamada, sabiendo que "Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" Juan 3,16?. Cuando un recién nacido aparece en una familia, comienza a sentir a su alrededor una ternura y un cariño difusos. Poco a poco la mamá va poniendo nombre a esa ternura, que se llama: papá, mamá, y los nombres de sus hermanitos.

Los creyentes han seguido un camino semejante al del niño. Primero ha sido la ternura difusa. Después Nuestro Hermano mayor Jesús, nos ha sugerido los nombres de las Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero las palabras se quedan pequeñas cuando han de expresar a Dios. "El Espíritu Santo ha sido enviado por el Padre a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!" (Gal 4, 6). 

12.- El Amor inagotable del Padre le lleva a enviarnos a su Hijo al mundo para comunicarnos la vida eterna. No viene el Hijo en misión negativa de "condenar". Sino a cumplir un encargo positivo: que el mundo tenga vida eterna. Los condenados no lo son por voluntad del Padre, sino porque ellos no han dejado actuar al Salvador en su vida. El designio de Dios irrevocable es que todos participen de su vida eterna. No participar de ella es alejarse ellos mismos de la casa del Padre, con gran dolor del Padre, que "tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna".

13.- Esa vida eterna ha comenzado ya: Dentro de nosotros vive como en un templo, la Santa Trinidad. Estar atentos a su adorable presencia, al estilo de Isabel de la Santísima Trinidad, que les llamaba "mis Tres", es su gloria y nuestra alegría y salvación. Cierto que la dificultad que encontró Jesús para vivir la vida divina encarnada en la naturaleza humana se multiplica al tenerla que encarnar en nuestros cuerpos, almas e instintos viciados por el pecado. Esa será la inmensa constante tarea de la Llama de Amor Viva de ir consumiendo lentamente el egoísmo que cierra el camino al Amor, que es Dios. 

14.- Hemos rezado el Salmo, pero que nos quede su regusto para toda la semana: "A El gloria y alabanza por los siglos". Profundicemos en la contemplación del Misterio con la luz del Espíritu Santo, y adoremos filialmente a los Tres y "trabajemos por nuestra santificación, animosos y el Dios del Amor y la paz estará con nosotros" 2 Corintios 13,11.

15.- Transportemos hoy ese amor trinitario a la familia, en la que encontramos una imagen de la Trinidad. Si en la familia en vez de reinar el amor domina el egoísmo, ocurre la esterilidad. No se deja paso al hijo del amor. Se llama amor a otra cosa, porque el amor siempre es crucificante. Comenzando por el Padre que entrega al Hijo a la Cruz, y siguiendo en el Hijo que acepta el cáliz que le ha preparado su Padre. Cuando hay amor alguien tiene que morir, el que ama. El que no ama no quiere morir. Y esto cada día, cada instante. Si amo, lo mejor para ti; si amo he de estar en la cruz. 

En un mundo en que sólo se busca el placer y el poder, (el poder porque facilita el placer, ¿no se habla de la erótica del poder?); ¿no es el poder una corona de espinas, que cuando más duele es cuando se la quitan?; pues en este mundo, los cristianos, familia de Dios Amor, tenemos mucho que decir y, sobre todo, que hacer.

16. Prosigamos la celebración eucarística, y avivemos nuestra fe en la presencia de la Santa Trinidad sobre el altar, ya que por la "circuminsesión", donde hay una persona están las Tres, que vienen a trinitizarnos y a cristificarnos, por los frutos del pan eucarístico. 

JOSÉ MARTÍ BALLESTER


13.  COMENTARIO 1

TRINIDAD Y VIDA CIUDADANA
Esto de la Trinidad, tal y como lo han predicado, suena a “música celestial”. Es un misterio, se ha dicho; no hay quien lo entienda. Al fin y al cabo, por mucho que nos esforcemos, nunca vamos a poder desvelarlo. “Un sólo Dios y tres personas distintas. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios”.

Cuando para la mayoría de los cristianos el misterio de la Trinidad está entre paréntesis, hablar ahora de ella y de sus implicaciones en la vida ciudadana puede parecer el colmo de la paradoja. Pero, a pesar de todos los pesares, vamos a intentarlo porque, si creemos que el hombre está hecho a imagen de Dios, nos debe preocupar conocer su verdadero rostro para entender el nuestro.

Las ideas que tenemos de Dios, por regla general, no son demasiado cristianas, digámoslo abiertamente. Se han infiltrado en el cristianismo cuando éste se sumergió en la cultura griega. En el mejor de los casos son herencia del judaísmo.

Para unos Dios es “ese algo que mueve todo esto por ahí arriba”, el principio y fin de todo, lo del "motor inmóvil" de Aristóteles, o aquello de la "inteligencia creadora" que apunta Platón en el Filebo. Para otros, Dios es alguien, pero implacable, irascible, celoso, vengativo, justiciero, aguafiestas, tapahuecos, inmóvil, impasible... Imágenes de un Dios cancelado por Jesús hace veinte siglos. Dios no es así.

Dios no es algo, sino alguien. Nos lo dijo Jesús: "Cuando oréis decid: Padre..." (en arameo, la lengua hablada de Jesús: "abbá" = papá). Que a Dios se le llamaba Padre estaba dicho y descubierto muchos siglos antes de Jesús. En oraciones sumerias como el Himno de Ur a Sin, dios lunar, el orante lo invoca como "Padre magnánimo y misericordioso en cuya mano está la vida de la nación entera". Lo nuevo y provocativo es que Jesús le llame "papá".

Pero hoy que está en crisis la imagen del padre, que hay crisis de autoridad, ¿debemos seguir hablando de Dios como Padre-papá? ¿No será contraproducente? ¿Qué clase de padre es Dios?

Dios, el Dios de Jesús, es padre, pero no paternalista ni autoritario. En esto radica la crisis de autoridad que atravesamos. Juan dice en su Evangelio: "El padre y yo somos una misma cosa" y Jesús dice a su Padre: "Yo sé que siempre me escuchas". La primacía del Padre en la Trinidad no se ejerce en menosprecio o anulación del Hijo, sino con una autoridad que resulta paradójica: "El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en sus manos". Confianza y entrega plena es el clima de las relaciones entre Padre e Hijo.

Dios es también Hijo (palabra que proviene del latin "filius" y ésta de "filum"= hilo). Dicho de otro modo, Dios es dependiente. En toda familia, el hijo depende al nacer de los padres, pero para subsistir como persona tiene que cortar el cordón umbilical. Dependencia. originaria y autonomía consecuente. En nuestra sociedad se da actualmente un rechazo del padre por parte de los hijos, de la autoridad por parte de los gobernados; se puede hablar ya de un mundo que abandona su ser patriarcal. ¿Y no será porque el padre corta la aspiración del hijo y porque el hijo, al subrayar su libertad, no reconoce su dependencia del padre? En la Trinidad divina no sucede así. El Hijo no rechaza al Padre. Es camino e imagen del mismo. "Quien me ve a mí ve al Padre". No hay dominación sufrida por el Hijo, ni anarquía reivindicada en Jesús. Hay amor que lo iguala todo, gracias al Espíritu.

Porque Dios, finalmente, es Espíritu. Como viento y fuego, calor, libertad, amor. Sin el Espíritu la relación Padre-Hijo se convierte en tortura y martirio de frialdad y desamor.

Y aquí es donde la Trinidad se convierte en lección de vida ciudadana. Autoridad y paternidad en nuestra sociedad, sí; pero no autoritarismo ni paternalismo. Dependencia de hijos a padres, pero sin atentar contra la autonomía de cada uno. Y sobre todo amor, libertad, escucha, calor de hogar.


14. COMENTARIO 2

EL DIOS CRISTIANO

¿Es el Dios cristiano el mismo que el de las demás religio­nes monoteístas (las que afirman que existe un solo Dios)? Si cuando decimos Dios nos referimos sólo a un concepto, a una idea filosófica..., pues sí, se trata del mismo Dios. Pero si pasamos de la filosofía a la vida..., entonces hay que pensar más la respuesta; porque no todos los que creen en un solo Dios entienden o conocen a Dios dé la misma manera.

DIOS NOS HABLA

Los cristianos conocemos a Dios porque él ha querido ha­blarnos. Si algo hay propiamente cristiano es que nuestra fe no nace del deseo del hombre de llegar hasta Dios, sino de la decisión de Dios de ponerse en contacto con los hombres: su Hijo, «la Palabra hecha carne», es la prueba.

Dios había estado intentando ponerse en contacto con la humanidad durante mucho tiempo, desde lo de Egipto, cuan­do intervino por primera vez en la historia mostrándose como un Dios amante de la libertad de los hombres y de los pue­blos. Su intento se vio una y otra vez frustrado. Su mensaje fue unas veces desoído y otras voluntaria o involuntariamente manipulado.

Y así, se le llegó a presentar como un Dios caprichoso y arbitrario, dispuesto a imponer durísimos castigos a los hom­bres por violar leyes insignificantes, o un Dios cruel que orde­naba pasar a cuchillo a poblaciones enteras, incluidos los ancianos y los niños... (véase, p. ej., Jos 6,21; 8,2.22-29).

Para nosotros los cristianos sólo hay un camino para co­nocer a Dios: Jesús de Nazaret. Sólo en él tenemos la garantía de poder conocer a Dios tal y como Dios se ha querido dar a conocer (Jn 1,18).

NO VIENE A JUZGAR

«Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia con­tra el mundo, sino para que el mundo por él se salve».

Durante mucho tiempo se ha presentado a Dios sobre todo como juez. Y es cierto que en la Biblia hay pasajes en los que se llama o se presenta a Dios como juez (p ej.: Sal 82; 94,2). Lo que sucede es que, en lugar de ver en qué sentido o de qué manera Dios realiza esta función, lo que hemos hecho es apli­carle a Dios el modelo de juez que tenemos los hombres o, con más frecuencia, el tipo de juez que interesaba justificar a las clases dominantes. Por eso se olvidaban frases como la que hoy leemos en la primera lectura: «Dios compasivo y misericor­dioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex 34,6), para poner siempre en primer plano aquellas frases que, hablando de castigo, de infierno o de cosas por el estilo, ayuda­ban a dominar cualquier tipo de rebeldía, convirtiendo a Dios en motivo de temor y, por tanto, en justificador de los que de tejas abajo se habían apuntado a jueces de sus semejantes. So­bre todo cuando estos jueces decían que su función procedía del mismísimo Dios. Y es importante constatar que no ha sido una sola, sino muchas las religiones que, a lo largo y ancho del mundo y de la historia, han presentado y siguen presen­tando así a Dios.

Pues no. El Dios cristiano, el Padre, que se ha manifesta­do en Jesús de Nazaret, es un Dios que no quiere juzgar, que no amenaza, que no condena. Aunque algunos, dicen que en su nombre, acudan con demasiada facilidad a la condena.

DIOS ES AMOR

Un Dios que sólo es Padre, que sólo es vida, que sólo es amor, que sólo salva.

Lo que sucede es que el Padre no impone la salvación que nos envía por medio de Jesús: no la impone, sólo la ofrece. Porque su salvación es efecto de su amor. Y el amor respeta siempre la libertad de la persona humana; no sólo la respeta: la busca, la potencia. Y en el uso soberano de esa libertad, el hombre podrá aceptar o rechazar la salvación que el Padre le ofrece.

Esta es la primera cualidad de Dios que los cristianos te­nemos que tener en cuenta cuando queramos hablar del Padre, de nuestro Dios: Dios es amor. Pero una vez más tenemos que tener cuidado de no hacer a Dios a nuestra medida: su amor no es como el nuestro, casi siempre mezclado con egoísmo, casi siempre más preocupado por ser correspondido que por alcanzar la felicidad de la persona amada.

¡Y QUE AMOR!

«Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida defi­nitiva y ninguno perezca».

Su amor es infinito, sin medida y no espera ser correspon­dido... al modo humano.

La calidad del amor que Dios ofrece se pone de manifiesto en la entrega de su Hijo; es un amor que tiene un objetivo, una finalidad clara: la salvación del mundo de los hombres. Y una salvación que no es sólo una promesa para la vida futu­ra, sino una posibilidad para ésta: es la posibilidad (posibilidad que está en nuestras manos convertir en realidad> de llegar a ser hijos de Dios) la posibilidad de convertir este mundo en un mundo de hermanos. Es el amor del Padre, que por amor da la vida, y que quiere que sus hijos sean muchos y se le pa­rezcan practicando el amor fraterno. Así es como Dios quiere que le correspondamos.

Ese es el Dios cristiano. El que «demostró ... su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único... para que el mundo por él se salve». Esta es la imagen que nos dio de él Jesús de Nazaret. Y todas las que de Dios se hayan podido presentar antes o después de él, o están de acuerdo con esta imagen o son, desde el punto de vista cristiano, total o parcialmente falsas.


15. COMENTARIO 3

vv. 16-18 Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. E1 que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a pres­társela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle ad­hesión en su calidad de Hijo único de Dios.

La razón de todo esto es el amor de Dios por la humanidad. Subraya el texto hasta dónde ha llegado ese amor: Dios no se ha reservado para sí a su Hijo único, sino que lo ha dado para que todo ser humano tenga plenitud de vida.

De hecho, la denominación "el Hijo único" alude a la historia de Abrahán, que llegó a exponer a la muerte a su hijo único o amado, Isaac (Gn 22,2). También Dios, por amor a la humanidad, expone al peligro de muerte a su Hijo único, para que todo ser humano tenga plenitud de vida.

La única condición para ello es la adhesión al Hijo, que significa la adhesión a todo lo más noble de la condición humana. Dios no quiere que los hombres perezcan, es decir, que acaben en la muerte, porque en él no hay nada negativo. De hecho, Dios no se acerca al mundo en su Hijo para condenar al mundo; no es un Dios airado contra el género humano: es puro amor, pretende sólo salvar mediante el Hijo, es decir, comunicar a los hombres plenitud de vida hasta superar la muerte.

En consecuencia, no hay juicio por parte de Dios; él no juzga. Es el hombre mismo el que, por su opción, determina su suerte. Quien opta por la vida, que Dios ofrece en Jesús, tendrá vida; quien rechaza la vida, firma su propia sentencia.

Dar la adhesión a Jesús como a Hijo único o amado de Dios (cf. Gn 22.2) equivale a creer en las posibilidades del hombre, viendo el horizonte que el amor de Dios abre al género humano. Significa aspirar a la plenitud que aparece en Jesús y ha sido hecha posible por él, modelo de los hijos de Dios que nacen por su medio.


16. COMENTARIO 4

Cerrado ya el ciclo de la celebración pascual, la liturgia nos propone hoy la contemplación gozosa del misterio íntimo de Dios que se nos ha revelado en Jesucristo. A lo largo de toda la historia los seres humanos hemos buscado la razón última de nuestra existencia, la realidad incondicionada que de sentido y fundamente todas nuestras aspiraciones y esperanzas, que responda a todos nuestros interrogantes. Todas las religiones de la tierra, las grandes y pequeñas religiones, las antiguas ya muertas y las de ahora que están vivas y en auge, cuando bastos sectores de la humanidad viven intensamente la experiencia de Dios; todas las religiones, decimos, pretenden conocer a Dios y darlo a conocer a los seres humanos. Nosotros los cristianos afirmamos que Dios es Padre y que nos ha manifestado su amor en su Hijo hecho hombre, Jesucristo, y que nos da su Espíritu para llevar a plenitud nuestra existencia. Pero esta revelación no se ha realizado de una vez por todas, sino que Dios, adecuándose a nuestras capacidades limitadas y a la evolución de nuestra historia, se ha ido manifestando poco a poco, hasta llegar a esta plenitud de los tiempos. Las lecturas de hoy nos presentan de manera clara y sencilla este proceso.

La lectura del libro del Éxodo que hoy hacemos, es un momento culminante de la revelación divina. Moisés, enviado por Dios, ha liberado a los israelitas de la opresión egipcia, y los ha conducido a través del desierto, hasta la montaña en la cual él mismo había recibido su vocación y había conocido el nombre misterioso del Dios de sus antepasados, los patriarcas. Ahora, él solo, en la cumbre del monte Sinaí se presenta ante el Señor llevando las tablas de la ley que regula la alianza entre Dios y su pueblo. Moisés percibe fuertemente la presencia de la divinidad y se atreve a pronunciar su nombre. Entonces el mismo Dios se le revela como un Dios “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad”. ¿Cómo no pedirle que acompañe al pueblo peregrino en el desierto, enfrentando la incertidumbre de su futuro? ¿Y cómo no pedirle también, al compasivo y misericordioso, que perdone las culpas de su pueblo que es de dura cerviz y que lo convierta en su propiedad amada, su heredad, entre todos los pueblos? Es lo que hace Moisés postrado en tierra, adorando la majestad amorosa de Dios.

El Dios de Israel, cuyos descendientes son los actuales judíos, es también el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, como veremos en la lectura evangélica. Y es también el Dios de los musulmanes, tantos millones que son ellos actualmente en el mundo, a quienes se les reveló, según su fe, a través del profeta árabe Mahoma, en el siglo VI DC. Esto quiere decir que judíos, cristianos y musulmanes adoramos al Dios único que se manifestó a Moisés en el Sinaí, creador del mundo, Padre providente de todas sus criaturas, garante de la justicia y del derecho, especialmente a favor de los pobres y los humildes, juez de vivos y muertos que no dejará impune los pecados cometidos contra sus hijos, ni dejará sin premio a quienes se han mantenido fieles a su amor.

La breve segunda lectura del final de la 2ª carta de San Pablo a los corintios le hace eco a la lectura del Exodo: Pablo exhorta a sus hermanos a vivir alegres, buscando diligentemente su perfección, llenos de ánimo, en un mismo sentir y en paz unos con otros. Los saludos que transmite desde donde escribe, remiten a la Iglesia de Jesucristo ya extendida por amplias regiones del Imperio Romano cuando el apóstol envía la carta. Al final, el apóstol desea a los cristianos de Corinto los dones de la vida divina, empleando una fórmula que tal vez toma de la naciente liturgia cristiana: La gracia, es decir los dones de la salvación, el perdón y la Palabra iluminadora de Jesucristo. El amor del Padre, porque se trata del Dios que ya se había manifestado a Israel como compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad, ed decir, como Dios de amor y no de ira, ni mucho menos de odio. Como Padre de Cristo y Padre nuestro en el mejor sentido de la palabra “Padre”. Y, finalmente, la comunión de Espíritu Santo, porque el Espíritu divino es Espíritu de Paz y de unidad, de convivencia íntima y amorosa entre el Padre y el Hijo, El que realiza la unidad de la Iglesia y conduce al mundo a la meta soñada de la paz, la justicia y la unidad.

La lectura evangélica de esta solemnidad de la Santísima Trinidad, esta tomada del evangelio de san Juan. Se trata de palabras que Jesús dirige a Nicodemo, el magistrado judío que fue a visitarlo de noche y a dialogar con Él y a interrogarlo sobre su persona y su misión. Según las palabras de Cristo el amor de Dios por el mundo ha llegado al extremo de enviarle a su Hijo único como salvador y vivificador de cuantos crean en El. Es Dios de amor, de misericordia y perdón. No las imágenes deformadas de las divinidades paganas, tan parecidas a nosotros mismos, con nuestras mismas pasiones, odios e imperfecciones. No el Dios apático, frío y distante del que hablaron algunos filósofos. Un “motor inmóvil” para hacer funcionar al mundo como si éste fuera un reloj o una máquina cualquiera. Ni siquiera el Dios garante de la ley, la norma suprema de toda ética, como un juez incorruptible e impasible que no da lugar en su corazón a la comprensión y al perdón.

El Dios que nos revela Jesucristo es un Dios de amor, que ha llegado a implicarse en nuestro mundo y nuestra historia a través de su hijo Jesús. Capaz de compasión, misericordioso y paciente, “lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad” como escuchábamos que se define a sí mismo en la 1ª lectura. Este amor entrañable de Dios se ha manifestado en los gestos, las palabras, las acciones de su Hijo, Jesús de Nazaret. Esa es la esencia de nuestra fe cristiana: que en la Palabra de Jesús escuchamos la Palabra misma de Dios, que en su muerte y resurrección, Dios nos ha otorgado el perdón y la vida. Por eso dice Jesús que creer o no creer en El es definitivo para nuestra existencia, como si fuéramos juzgados por esta actitud.

En la lectura de hoy se nos habla de Dios, el Padre, y de su Hijo Jesucristo. No se menciona al Espíritu Santo como esperaríamos tratándose de la fiesta de la Santísima Trinidad. Pero en muchos lugares del evangelio de Juan se habla y se presenta la acción del Espíritu Divino que obra y se manifiesta en el mismo Jesús. Especialmente en los discursos de despedida de los capítulos 13-17 de este mismo evangelio, Jesús promete a los apóstoles, como regalo, consuelo, defensa, guía y maestro, el don del Espíritu Santo que será su presencia permanente en medio de los suyos, en medio de la Iglesia a lo largo de la historia.

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).