41 HOMILÍAS MÁS PARA EL MIÉRCOLES DE CENIZA
16-25

16.

¡La penúltima cuaresma del siglo! Qué bien cae en estos momentos la posibilidad del  cambio radical; no en lo externo, sino en el centro de la persona, en el corazón. A esa tarea  de conversión no se va solo; se tiene que convocar a la comunidad. En esta época de  búsquedas espirituales, de ganas de Dios, vale la pena ir tras Dios, convertirse a Dios,  poner el corazón en Dios.

La vuelta a Dios va desde la experiencia del perdón que se pide, la de la entrega ilimitada  al Otro que se comunica a los otros.

El final del milenio nos lo pone muy claro, sin tremendismos, sin miedos: hacer lo que  propone Pablo: no echar en saco roto la gracia. No somos cualquier cosa; somos  embajadores de Cristo. Salvación, alegría, seguridad y esperanza, perdón y reconciliación  deben ser mensajes para transmitir a los demás.

Hacer las cosas para ser vistos es la trampa más clara que nos ha vendido este siglo XX.  La moda, algunos medios de comunicación y el deseo de aparentar que va muy metido en el  inconsciente, son la traición más flagrante al mensaje evangélico.

Jesús pide autenticidad; somos hipócritas, si oramos, practicamos cierta justicia,  ayunamos y damos limosna para que nos vean. En contraposición, nos presenta el camino  de la intimidad, de la no publicidad (¡harta publicidad hemos visto en este siglo!) para que  lleguemos al corazón del Padre, o mejor, para que el Padre llegue a nuestro corazón. 

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


17.

Hoy empezamos un camino que durará noventa días. La Cuaresma y la Pascua las  vivimos en un único y dinámico movimiento, desde hoy hasta el 23 de mayo, Pentecostés:  Cristo Jesús nos quiere comunicar, en este año 1999, su vida nueva de Resucitado. 

- LA PEDAGOGÍA DE UNOS SIGNOS APROPIADOS

Desde hoy, se debe notar que vivimos la primera parte de este "tiempo fuerte", la  Cuaresma, acompañando a Cristo en su camino a la Cruz y a la Pascua. El ambiente nos lo  tiene que recordar: el color morado de los vestidos, la ausencia de flores y el silencio del  Gloria, del aleluya y de los instrumentos musicales. 

La plegaria eucarística podría ser hoy la primera de Reconciliación.  El gesto simbólico específico es hoy la imposición de la ceniza, después de la celebración  de la Palabra. Un gesto bíblico que puede resultar expresivo si se hace bien y se ha  comentado brevemente en la homilía. La ceniza es polvo, símbolo de la caducidad humana,  una invitación a la humildad y la conversión. El sacerdote también se impone la ceniza (o se  la impone un concelebrante o un diácono): también él empieza el camino pascual con la  conversión. 

Se podría hacer un doble gesto simbólico: el sacerdote impone la ceniza diciendo a cada  uno: "Acuérdate que eres polvo...". Y luego los fieles pasan a que otra persona les ofrezca a  besar el Leccionario (o lo toquen con la mano y se santigüen), mientras les dice las otras  palabras del Misal: "Conviértete y cree en el Evangelio" (mejor en singular). Resulta más  expresivo de la doble dimensión de la Cuaresma. 

- UNAS LECTURAS ESTIMULANTES

Hoy, tanto las lecturas como las oraciones y cantos, nos proponen con insistencia un  programa de conversión pascual: "conviértete y cree en el evangelio", "que nos  mantengamos en espíritu de conversión" (colecta), "convertíos a mi de todo corazón" (Joel),  "misericordia, Señor, hemos pecado" (salmo), "dejaos reconciliar con Dios" (Pablo). 

Para ser convocados a la conversión, no hace falta que seamos grandes pecadores.  Todos necesitamos convertirnos, porque todos somos débiles y pecadores, y a lo largo del  año se nos pega mucho más la mentalidad del mundo que la de Cristo, lo "anticristiano" que  lo "cristiano", y "el hombre viejo" nos crece más fácilmente que el nuevo. La celebración de  hoy, para que nos dispongamos a recorrer este camino de conversión hacia la Pascua, nos  recuerda que "ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación", y que "Dios  es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad". 

- UN PROGRAMA CLÁSICO Y ACTUAL

Clásicamente, las "prácticas cuaresmales" se han formulado según el triple programa que  hoy nos ofrece Jesús en el evangelio: la limosna, la oración y el ayuno. Es un programa que  puede parecer anticuado, pero que siempre nos resulta concreto y actual. 

La limosna es la apertura a los demás; puede concretarse en una ayuda económica a los  más pobres, pero también se tiene que conocer en la caridad fraterna, la comprensión, la  amabilidad, el perdón, empezando por la propia familia o comunidad. 

La oración es la apertura a Dios, y tiene que traducirse en una escucha más atenta de su  Palabra, en una oración personal y familiar más cuidada, y en la participación más activa y  frecuente en la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación. Tenemos que hacer sitio a  Dios en nuestra vida. 

El ayuno significa autocontrol, renuncia a tantas cosas superfluas a que nos invita la  sociedad de consumo en la que vivimos. Saber decir "no" a los valores secundarios, para  que nuestro ánimo esté más dispuesto a acoger los principales. 

Las tres direcciones resumen toda nuestra existencia: cara a nosotros mismos, nos  controlamos más; cara a Dios, nos abrimos a él y le tenemos más en cuenta en nuestro  programa de vida; cara a los demás, nos comprometemos más en la caridad fraterna. 

Cada uno debería pensar en qué aspectos concretos de las tres direcciones necesita  mejorar en la Cuaresma-Pascua de este año 1999. 

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1999, 3-11


18.

- La ceniza: todas las cosas materiales se deshacen 

A continuación, dentro de poco, repetiremos aquel rito tan antiguo con el que iniciamos la  Cuaresma: la imposición de la ceniza. Signo que no necesita demasiadas explicaciones,  porque es muy claro: la ceniza es el resultado de la destrucción, es lo que queda cuando  algo se ha deshecho y consumido; es el destino final de todo lo material, y por tanto,  también, es el destino final de nuestro propio cuerpo. Puede parecer macabro, pero nos  conviene recordar esta realidad de vez en cuando: nosotros, criaturas humanas, somos  débiles; tan débiles que un día moriremos y este nuestro cuerpo se corromperá. 

¿Por qué recordamos esto? ¿Por qué recordar nuestra condición mortal hoy, en el inicio  precisamente de este tiempo que nos conduce a celebrar la victoria sobre la muerte, la  Pascua de Jesús que es nuestra propia Pascua? 

Si, parece raro. Hemos venido a iniciar el camino hacia la Pascua, y resulta que lo que  hacemos es recordar que nuestras vidas tienen por destino la disolución, la nada. Parecería  como si quisiéramos negar nuestra fe en la resurrección. 

- Vivir la vida de una manera falsa conduce a la nada  Pero no, no se trata de eso de ninguna manera. Sabemos que no se trata de eso. El  signo de la ceniza que pondremos sobre nuestras cabezas no significa que estemos  condenados a desaparecer, a la disolución, a un destino sin futuro. No.  Se trata de recordar que podríamos vivir nuestra existencia de una manera falsa,  alucinada, mentirosa, dedicados a lo que no merece la pena, a lo que no vale nada. Y de  hacerlo así, si pusiéramos el corazón en las cosas que no valen nada, entonces sí que  nuestra vida se convertirla en algo sin sentido, sin valor, sin futuro. Se convertiría en ceniza. 

Y el momento más decisivo de nuestra vida, que es el momento de la muerte, sería un  momento totalmente oscuro, del todo negro, seria un momento en el que sólo cabria la  tristeza, sin posibilidad ninguna de luz ni de esperanza. 

- Nosotros queremos vivir la vida de Jesús  Pero estamos aquí, precisamente, porque apostamos para que no sea así. Estamos aquí  porque no aspiramos a un futuro de ceniza, sino que queremos poner el corazón en las  cosas que merecen la pena. Por eso celebramos la Cuaresma, por eso queremos escuchar  la invitación que Jesús nos dirige: "¡Convertios y creed en el Evangelio!". Por eso queremos  seguir sus pasos, acompañados por él, por su camino de fidelidad, el camino que nos  conduce hacia la Pascua, hacia la vida que merece la pena. 

Él, Jesús, ha querido interpelarnos con las palabras que hemos oído en el evangelio:  tenemos que dedicar nuestro dinero y nuestro tiempo a los pobres; tenemos que buscar a  Dios en la oración; tenemos que ayunar y privarnos de algunas de esas cosas que nos  tienen atenazados, para buscar con libertad aquello que es realmente importante; y todo  esto lo tenemos que hacer no para quedar bien, ni porque nos sintamos obligados, sino  porque lo vemos esencial, porque de verdad hemos descubierto que sólo el camino seguido  por Jesús es el que nos conduce a la felicidad. 

Iniciemos, por tanto, esta Cuaresma con todo el entusiasmo. Nos tenemos que proponer  cosas concretas que nos ayuden a avanzar un poco más en el programa que Jesús nos ha  presentado hoy. 

Y ahora, como señal de esta voluntad de seguir el camino de Jesús y no aquellos otros  que no conducen a ninguna parte, recibiremos la ceniza sobre nuestras cabezas. Y  después, participaremos en la Eucaristía que nos une a Jesucristo muerto en la cruz por  amor, y resucitado para darnos vida para siempre. 

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 3-15


19.

Homilía en el inicio de la Cuaresma

Catedral San Pedro en Bologna, el Miércoles de Ceniza de 1997.

Cardenal Giacomo Biffi, Arzobispo de Bologna 

Hoy iniciamos una aventura: una aventura del espíritu, que puede ser más emocionante  y es ciertamente más seria y decisiva que cualquier aventura exterior. Justamente en estos  términos debemos afrontar la experiencia cuaresmal, que una vez más nos propone la  Iglesia, y que comenzamos desde este Miércoles de Ceniza.

La Cuaresma - como dijimos en la oración de apertura - es un "camino": un camino que  comienza desde la oscuridad y llega a la luz; un camino que comienza con pensamientos  melancólicos sobre la muerte y la destrucción aparente del hombre ("recuerda que eres  polvo y al polvo regresarás") y arriba al anuncio de la vida resucitada que iluminará de  alegría y de esperanza la noche de Pascua; un camino que en la partida nos ofrece el  programa áspero de la penitencia para hacernos después llegar a la serenidad de una  transformación de nuestro interior, como reflejo de la gran renovación de los corazones y  del universo obtenida para nosotros por el sacrificio y el triunfo de Cristo. 

Este es el "camino de Dios", y va en sentido contrario a aquel al que trata de seducirnos  el "mundo"; el "mundo", comprende aquí en el sentido de "principado de Satanás" (Cf. Jn  12, 31).

El Enemigo del hombre y de la verdad — "homicida" y "mentiroso", como lo llama Jesús  (Cf. Jn.8, 44)— primero nos encandila con los espejismos apetecibles del placer sin ley, de  la prevaricación que parece querer asimilarse a la omnipotencia del Creador, de insólitos y  afectados paraísos terrestres. Pero después nos dirige y nos incita hacia el disgusto, la  desesperación, la disgregación física, la muerte sin consolación: de la ilusión a la  desilusión, ese es su recorrido.

Dios que nos ama, en cambio, nos lleva de nuestra oscuridad a su luz; nos mueve de la  consideración amarga de nuestras culpas, del confesar y del llorar, y de la incontestable  endeblez, a la espera de un estado de felicidad sin fin, hacia el cual somos encaminados  con la vida cristiana. 

Bien mirado, este paso hacia la gratificadora certeza del perdón obtenido, de los  pensamientos de muerte a la exultación de poder alcanzar la verdadera vida, recoge y  reproduce el dinamismo que es propio del Sacramento del Bautismo.

Y, a decir verdad, nosotros sabemos que la Cuaresma es precisamente un itinerario  "bautismal". Lo es ante todo para aquellos que se preparan de hecho a ser regenerados por  el agua y el Espíritu Santo en la noche de Pascua (ellos son los catecúmenos, por los  cuales elevamos especiales oraciones); pero también para todos nosotros que en estas  semanas debemos redescubrir nuestra historia de Redención.

El Bautismo es un tema perenne en la espiritualidad de los discípulos de Jesús, su  riqueza es imborrable y siempre activa, y la guardamos en la profundidad de nuestro ser.  Pero en este tiempo nuestro, este tema asume una nueva actualidad. 

Estamos llamados, ahora como nunca antes, a la comparación con tantos hermanos en la  humanidad que no son cristianos; y es importante que hagamos emerger y robustecer  nuestra propia identidad. Más todavía, estamos envueltos por una mentalidad ilustrada que  todo lo reduce a la pura naturaleza, y así no deja espacio a Cristo y a su acción de rescate  y renovación. Frecuentemente nos vemos enfrentados nada menos que con el retorno de la  vieja mentalidad pagana, por tanto no se distingue más al creyente del no creyente, y ahora  se llega incluso a no hacer mucha diferencia entre los hombres y los animales. 

Es urgente entonces que regresemos a la plena consciencia de nuestra dignidad y de  nuestras riquezas.

Dios nos concede un nuevo nacimiento en el Bautismo Así podemos reconocer en Él a un  Padre deseoso de hacernos partícipes de su herencia de amor, de luz, de alegría.

El Bautismo, incorporándonos a Cristo, nos permite volver a recorrer su mismo itinerario  victorioso y vivificante: "Fuimos, pues, con él sepultados por el Bautismo en la muerte, a fin  de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del  Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rom 6,4) 

El Bautismo nos confiere el "sacerdocio real", nos agrega a la "nación santa", nos  introduce en el "Pueblo que Dios se ha adquirido" (Cf. 1Pe.2,9); por lo tanto nos hace  pertenecer a la Santa Iglesia Católica. 

También somos invitados a ponernos en este camino por la sabiduría pastoral del Papa  Juan Pablo II, el cual propone para el año 1997 —primero de los tres años de preparación  al Jubileo del año 2000— junto con la meditación sobre Jesucristo, único Salvador del  mundo, que será el tema de nuestro Congreso Eucarístico (en Bologna), el  redescubrimiento del Bautismo como fundamento de la existencia cristiana (Cf. Tertio  millennio adveniente, 41).

He aquí entonces el programa de esta Cuaresma. 

Se trata de renovar nuestro Bautismo, en toda su verdad y en toda su belleza. Debemos  limpiar aquello que lo ofusca y cortar aquello que lo aprisiona y le impide fructificar.

Una superficialidad o una ausencia de una cultura religiosa, o al menos catequética,  escondiendo a nuestra mirada las sublimes realidades bautismales, lo ofuscan. 

Las incoherencias, las componendas, las infidelidades lo tienen encadenado en la  inercia. 

Que en esta Cuaresma sea más asidua y más comprometida la contemplación de la  Palabra de Cristo, para que el Bautismo resplandezca como merece ante nuestra mente. 

Convirtámonos de una conducta culpable o incluso solamente mediocre, para que el  Bautismo pueda verdaderamente desarrollar toda su espléndida eficacia de gracia, de  caridad actuante, de alegría del alma. 

Giacomo Biffi


20.

Cuaresma y liturgia

Los cristianos que vivimos en 1999 estamos tan habituados a la celebración de la  CUARESMA como tiempo penitencial, preparatorio para la PASCUA DE RESURRECCIÓN,  que casi nos olvidamos del contexto en que este periodo litúrgico fue configurándose con  caracteres propios en la historia de la religión cristiana. ¿Cuál es su lugar entre las fiestas  litúrgicas?

En la última década del siglo primero, el libro del Apocalipsis (1,10) hace mención a una  primera fiesta que celebraban las comunidades cristianas. Era el "día del Señor" o  Domingo. El autor lo dice así: "Yo, Juan, ... hallándome desterrado en la isla llamada  Patmos, por haber anunciado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús, fui  arrebatado en espíritu {caí en éxtasis} el día del Señor". Ese día, Domingo, es el mismo  que, según informan los Hechos de los apóstoles, se dedicaba en las comunidades a la  oración y a la "fracción del pan" (2,42), y era considerado "el primer día de la semana" (  20,7), en sustitución del sábado judío. 

Mantenido al principio el "domingo" como día principal de encuentro comunitario,  dedicado a la oración, enseñanza y caridad, las comunidades lo estimaron insuficiente en  su piedad y manifestación de fe, y, por ese motivo, concedieron especial relieve a  conmemorar con varios días de preparación la liturgia sagrada de la muerte y resurrección  del Señor, dando con ello origen a la primera Semana Santa bajo la forma de Triduo  Pascual. 

Posteriormente, habituados ya los fieles a los encuentros celebrativos de la Semana o  Triduo Santo, la piedad cristiana y la formación de los fieles exigieron más, sobre todo en  dos aspectos: el de intensificar la purificación de vida de los ya creyentes, y el de preparar  a los catecúmenos para el BAUTISMO en la PASCUA. 

- Esa exigencia espiritual se materializó en la organización de otras tres semanas de  especial vivencia de fe y de revisión moral eclesial. Así se observaba en la praxis del siglo  IV, formando la que se cuaresma bautismal o de preparación de los catecúmenos

- Y, en pos de ella, corriendo ya el siglo VI, se redondeó la CUARESMA en la forma  actual, intensificando el sentido penitencial y de conversión, y comenzando los ritos de  mayor ascetismo por el Miércoles de Ceniza.

De ese modo, para la conciencia cristiana, nuestra Semana Santa -MUERTE DEL  SEÑOR y PASCUA DE RESURRECCIÓN- tiene el carácter de culminación de un proceso  espiritual y celebrativo en la fe, comenzando por el reconocimiento del PECADO,  acompañando a Cristo en la MUERTE, y saliendo místicamente con él del SEPULCRO. 

Imágenes de las Cuaresma

La duración de la Cuaresma, 40 días, es convencional. Pero tiene a su favor el reclamo y  el simbolismo de la "cuarentena bíblica" cultivada por los grandes profetas (Moisés, Elías,  Juan, Jesús) antes de salir del desierto a cumplir su misión providencial. 

En ese contexto bíblico y de dureza de desierto, la Cuaresma encarece una serie de  valores muy estimables para la vida según el Espíritu, y que incluyen un tanto de ascesis :  esfuerzo de superación personal, asunción del trabajo incluso en la adversidad,  reconstrucción de la interioridad relajada, camino fatigoso en esperanza, soledad y  encuentro con la verdad, comunicación/diálogo sincero en amistad con Dios...

Cuál sea la imagen, idea y actitud que en cada uno haya de primar en este momento  personal, lo saben él y el Espíritu: ¿un rostro alegre de conversión? ¿ la privación de algún  placer costoso? ¿el freno a las ambiciones?

¿la mano alargada en solidaridad? ¿el retorno a la oración..? 

Cuaresma, bautismo, penitencia

Dicho lo anterior, cae de su peso que en nuestra cuaresma deben estar presentes tres  piezas fundamentales : - primera, el llamamiento a la propia conversión/transformación,  sean cuales fueren las circunstancias culturales, sociales o económicas en que nos  hallemos; 

- segunda, la incorporación explícita a la comunidad celebrativa cuya fe, esperanza y  amor compartimos, por gracia de Dios;

- tercera, el sentido plenamente humanitario de los compromisos a que la espiritualidad  cristocéntrica y la celebración litúrgica de la fe deben llevarnos.

La Cuaresma nos hará renacer en "nuevo bautismo", si nos purificamos de egoísmos,  insolidaridad, desmedido afán de poseer o soberbia de vida; y la "penitencia" será  verdadera si la hacemos cambiando el corazón de piedra o insensibilidad -ante Dios y los  hombres- por el corazón de carne que sea ternura de hijos para con Dios y compasión ante  las miserias de los demás.

Miércoles de Ceniza

En esos supuestos, el Miércoles de Ceniza no será para los creyentes y celebrantes de  la Cuaresma un día aislado ni una meta, sino el primer aldabonazo por el que el Espíritu  llamará a nuestra puerta, por si le dejamos entrar. 

Como es tradicional en la liturgia, lo hará a través de tres lecciones finamente  seleccionadas para la Liturgia de la Palabra:

Profeta Joel 2, 12-18:

" Convertíos a mí -dice el Señor- de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto.  Rasgad los corazones, no las vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro; porque es  compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las  amenazas.... Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión,  congregad al pueblo...."

Mensaje : cambiemos interiormente y mostrémoslo en la vida. 

San Pablo en la II Carta a los Corintios 5, 20-6,2:

" Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios. El cual, por nosotros, hizo pecado  al que no conocía el pecado, para que por él llegáramos a ser justicia de Dios. Os  exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Porque él dice: "en el tiempo de  gracia te escucho; en el día de la salvación te ayudo". Pues mirad: ahora es tiempo de  gracia; ahora es el día de la salvación"

Mensaje : Cuaresma es tiempo de gracia, perdón y amor.

Evangelio según san Mateo 6, 1-6. 16-18:

" Cuidad de no practicar la justicia para ser vistos por los hombres..., de lo contrario no  tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Cuando hagas limosna, no vayas tocando  la trompeta...., No sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.. Cuando vayas a rezar,  entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido... Cuando  ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note.. tu Padre que está  en lo escondido..."

Mensaje : Cambia tu vida, y haz el bien al modo de Jesús 

DOMINICOS
Convento de San Gregorio
Valladolid


21.

“CAPUT CUADRAGESIMAE". CABEZA DE LA CUARESMA

NOSOTROS HEMOS PECADO, PERO EL PADRE, RICO EN MISERICORDIA, NOS OFRECE SIEMPRE EL PERDON POR JESUCRISTO Y ESPERA QUE PRACTIQUEMOS LA CARIDAD CON LOS HERMANOS.

1. Comenzamos hoy la Cuaresma, que es una invitación oficial de la comunidad cristiana a renovar nuestra adhesión cordial al proyecto de Jesús, que es el de Dios, para comenzar de nuevo, y poder celebrar la Pascua con toda profundidad. El pueblo de Israel nació en la Cuaresma del desierto. En atención a esto, la tradición religiosa de Israel había consagrado la Cuaresma, el desierto, para la oración y la penitencia, y qué mayor penitencia que la soledad, observada por hombres creados para vivir en sociedad: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,8), que ya había vivido el pueblo de Israel al salir de Egipto, durante cuarenta años caminando hacia la tierra prometida, por el trayecto más largo. El camino más corto y normal era subir desde Egipto hasta la tierra prometida, Palestina, sin dejar la tierra firme y sin tener que atravesar el mar Rojo. Pero Dios quiso preservarle, probarle y educarle, para demostrarle su cariño y hablarle al corazón. ¿Qué hubiera sido del pueblo si entra en seguida en Palestina, y se junta con los amorreos, cananeos, hititas, los jebuseos, amonitas, filisteos, pueblos todos paganos e idólatras? ¿En qué habría quedado la promesa? El designio de Dios era crear su pueblo, germen de vida, donde pudiera él, llegada la plenitud de los tiempos, culminar la obra de la redención por Jesucristo, nacido de ese pueblo.

2. Moisés ha vivido también su desierto. Como Elías camino del Horeb, y como Jesús, después de haber sido bautizado por Juan. Ahora lo tiene que vivir la Iglesia, durante cuarenta días dedicada a la conversión, a la oración, renuncia, y caridad. Cuando el Señor hace dar rodeos incomprensibles a una persona, o a una familia, o a una institución, hay que saber leer en clave de fe y de predilección, el rodeo, el obstáculo, la persecución del Faraón, o de los varios faraones al servicio del amor.

3. “La soledad es la muralla y el antemuro de las virtudes...Creed en mi experiencia, aprenderéis más en las selvas que en los libros; los bosques y las peñas os instruirán, os enseñarán lo que no pueden enseñaros vuestros maestros” (San Bernardo). Todos los grandes santos a ejemplo de Cristo, se han formado en la escuela de la soledad, del desierto. Y salían de él como llamas. Nosotros no podemos resistir la soledad. Apenas nos quedamos solos, conectamos el transistor, la televisión, el Internet, nos vamos al café, al bar, al Pub, al cine, no somos capaces de permanecer un rato con nosotros mismos, escuchando a nuestra conciencia, examinando nuestras acciones, nuestros planes, por eso nuestra vida es tan frívola, vacía y sin peso. El valor de las palabras no lo da el sonido, el grito, sino el contenido...¡Cuántas palabras insustaciales al final de una vida moderna! Busquemos el recogimiento donde oigamos a Dios, aislémonos de las compañías de frivolidad y de pasatiempo, busquemos amigos que nos hagan mejores, cercenemos diversiones, seamos más personas, más hombres y menos masa. Al menos, en la Cuaresma.

4. Lo esencial de la Cuaresma es que el pueblo cristiano, se disponga a escuchar la Palabra, para convertirse. Convertirse es volverse a Dios. ”Dejaos reconciliar con Dios” Pablo nos recuerda que Jesucristo ha inaugurado un tiempo de salvación, de reconciliación. El apóstol lucha contra las ideas que quieren hacer creer a la gente que Dios es más propenso a la cólera que al perdón. Por eso nos propone que nos reconciliemos con Dios por medio de Jesucristo, para abandonar todo temor ante el autor de la vida. Nuestra relación con Dios debe estar basada en la confianza y en la reconciliación. En la 2 Corintios,5,20, San Pablo emplea el verbo griego “katallasso”, “reconciliarse”, característico del derecho matrimonial, que designa la reconciliación de los esposos cuando retornan a la vida íntima conyugal que habían roto. El Apóstol, por tanto, está exhortando a los cristianos a volver a la unión con Dios, rota por el pecado, y a recuperar la intimidad del que “prepara para todos los pueblos el banquete nupcial de manjares exquisitos” (Is 25,6). “Convertíos a mí de todo corazón”. Es el corazón lo que nos pide el Señor, nuestra intimidad mejor, la más profunda, que pongamos nuestro pensamiento y cariño en él. Eso es lo único que le agrada a Dios. Los gestos y los sacrificios sólo le gustan si proceden del amor, porque sólo quiere el amor de los hombres, pues, quiere hacer tan grandes como El es, y tan dichosos y perfectos, y eso sólo lo hace el amor que iguala entre sí a los amantes. Bien motiva San Pablo la petición de la reconciliación por el amor de Jesucristo: “Pues Dios por nosotros hizo pecado al que no conocía el pecado, para que por él llegáramos a ser santidad de Dios”. La gratitud a tanto amor es lo que nos tiene que mover al encuentro del Padre.

5. Convertirse es también volver el rostro, dirigirse a Alguien que llama, porque es compasivo, y nos está invitando a recorrer un camino de penitencia y purificación interior para renovar nuestra fe y vivir de acuerdo con ella. No se cansa Dios de llamarnos, todas y cada una de las veces que experimentamos la derrota del pecado, para que volvamos a casa como el hijo pródigo, y podernos abrazar, vestirnos de nuevo y ofrecernos el banquete de su perdón y de su eucaristía. “Antes me cansé yo de ofenderle, que él de llamarme...Castigabais, Señor, mis muchas maldades con nuevas mercedes” (Santa Teresa).

6. Para acoger un mensaje hay que elevar los ojos al mensajero. Una mirada de fe es la que puede salvar al pecador. Para convertirse lo primero es volver los ojos al rostro de Dios, que “se compadece de todos y cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan" Sabiduría 11, 24.

7. Después, y con la luz y la fuerza que emana de la Palabra, poder desprenderse del egoísmo y optar por una nueva concepción de la vida. San Agustín en sus Confesiones, nos ha dejado un precioso testimonio de las luchas que tuvo que sostener, con todo lo inteligente que era, hasta poder decidirse a vivir lo que tan claro veía, pero lo que tanto le costaba: “A mí, cautivo, me atomentaba mucho y con vehemencia la costumbre de saciar aquella mi insaciable concupiscencia” (VI, 13). Escuchaba a sus pasiones, sus antiguas amigas, que le decían: “¿Nos dejas? Y ya no estaremos contigo nunca? ¿Y ya no te será lícito esto y aquello? ¡Y qué cosas, Dios mío, me sugerían con las palabras esto y aquello!” (VIII, 11,26). Pero hasta que no comenzó a fulgurar en el corazón de Agustín la luz de la Hermosura Nueva, no se rindió el buscador. ”Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé...Pero llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por tí; gusté de tí, y siento hambre y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz” (X, 27,38). Por muchos esfuerzos que haga el hombre, si Dios no le rinde con su Belleza, no cae de bruces su alma. Por eso es necesario que con David, le grite al Señor: "Misericordia, Señor, hemos pecado. Tengo siempre presente mi pecado. Crea en mí un corazón puro. Renuévame por dentro don espíritu firme. Devuélveme la alegría de tu salvación. No me arrojes lejos de tu rostro. Lávame más y más de mi iniquidad”. Salmo 50. Pero reconozcamos que estas voces no nacen desde la rutina, la pasividad y el culto vacío. Interiorizados estos actos individuales y personales, hay que confesar los pecados, haciendo de ese momento un encuentro con Dios Padre por el Espíritu y la Sangre de su Hijo, que obra en nosotros la salvación. Es verdad que el confesonario hoy ha sido sustituido por el diván del psicoalista o del psiquiatra, o, lo que es más novedoso y curioso, por el plató de la televisión, lo que demuestra la necesidad que tiene la persona de comunicar sus pecados, frustraciones, y depresiones, y que al debilitarse o perderse la fe, se agarra a estos medios científicos, laicos y hasta públicos, como medio de liberación, lo que los cristianos encontramos por la fe en el sacramento de la reconciliación.

El profeta Joel hace un llamamiento al pueblo para que cambie de actitud. El llanto, el luto, el vestido negro no debe ser expresión de una piedad superficial o del simple deseo de llamar la atención. La voz del profeta desea remover los cimientos mismos de la religiosidad y convertir los símbolos del luto en camino de conversión para todo el pueblo. Por eso se debe cambiar el corazón, y no la ropa.

8. “No vayas tocando la trompeta por delante para ser considerado por los hombres” Mateo 6,1. El evangelio nos llama a cultivar una actitud sobria, interior y religiosa. La fe en Dios y la solidaridad con los hermanos y hermanas pobres no se pueden convertir en un espectáculo frívolo. La vida del cristiano necesita estar animada por el mismo espíritu de Jesús. De modo que la solidaridad se convierta en expresión de amor fraternal y la relación con el Padre Dios en un trato cálido, íntimo y profundo. Por tanto, las expresiones religiosas llenas de malabarismos, complicaciones y ostentaciones no están acordes con la espiritualidad cristiana.

9. En el conjunto de los tres textos litúrgicos percibimos que lo esencial del miércoles de Ceniza consiste en ser expresión de una fe profunda. El signo que recibimos en nuestra frente no es una condecoración que honra nuestras creencias. La cruz marcada con ceniza nos recuerda nuestra frágil condición humana y la necesidad de transformar permanentemente nuestro corazón. Este día con el cual comienza la cuaresma debe avivar el deseo de cultivar una sólida espiritualidad que nos reconcilie con Dios y nos ponga al servicio de los más necesitados. La cuaresma nos plantea la urgencia de ver la religión no como un refugio a nuestra falta de autenticidad, sino como un camino para expresar en comunidad lo más profundo de nuestro ser.

10. La frase clásica con la que antes se imponía la ceniza era la de “Recuerda que polvo eres y en polvo te has de convertir”. Durante mucho tiempo, desde los tiempos medievales, el recuerdo de la muerte, el pensamiento de la futilidad de la vida, fue un arma para dominar al ser humano en su tentación de olvidar a Dios y sus preceptos. El poder de convicción se hacía estribar en el temor, en la línea de lo que dice el salmo: “el principio de la sabiduría es el temor del Señor". El planteamiento pues de la cuaresma no dejaba de ser oscuro y tétrico, de donde nació el desahogo previo de los carnavales, que tantas huellas todavía presentan del influjo social de este tiempo litúrgico en las sociedades que estuvieron tan profundamente marcadas por la religión.

11. La reforma litúrgica propuso un cambio de frase: “Convertíos y creed la Buena Noticia”, tomada de “el primer 'sermón' de Jesús” (Mc 1, 15). El cambio es profundo y conviene asimilarlo. Se pasa del temor al amor. De la amenaza a la invitación. De la tristeza, a la alegría de la Buena Noticia. La “conversión” debe sacarse del fanal del lenguaje religioso y debe encarnarse en la vida real: convertirse es enmendarse, cambiar, emprender otro camino. La mejor penitencia, la mejor forma de redimir lo malo que hemos hecho es entregarnos con toda fe a la Buena Noticia, a la propuesta que Dios nos hace en Jesús: ¡la preparación de su Reinado!, la transformación de este mundo por la aceleración de su venida.

12. El que hace las buenas obras, comunicación de bienes, oración, penitencia, o sacrificio, por miras humanas, ya ha recibido su recompensa. Quien las hace por Dios, con sinceridad y desinterés, como expresión de la fe y del amor, recibirá la paga de Dios. No encaja tampoco mucho hoy esta prohibición de Cristo, cuando de lo que alardea es de todo lo contrario, según las revistas del corazón y determinados espacios televisivos airean: profesión de agnosticismo, y cambios de parejas seguidos. Ahora las recompensas humanas se ofrecen al vicio y no a la virtud y los hay que no viven de otras rentas. Y en cuanto al reconocimiento de Dios, nos han dado una lección soberana, los que teniendo una religión tan pobre como los musulmanes, han hecho una profesión de fe en Alá, pública y general en las exequias del rey Husein de Jordania. Nuestros bautizados agnósticos, y nuestros católicos vergonzantes podían tomar nota.

13. "Corrijamos lo que por ignorancia hemos cometido, no nos sorprenda la muerte sin haber hecho penitencia" Baruc 3, 2.

14. "Con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa" Prefacio. Y si Dios nos prepara el banquete escatológico, cuya esperanza nos da fuerza para superar las carencias y tribulaciones de este destierro, los cristianos, siguiendo las directrices del Papa en su documento “Tertio millenio adveniente”, debemos practicar la caridad, concretada en las obras de misericordia tanto corporales como espirituales, sobre todo en favor de aquellos hermanos nuestros que viven extrarradio del banquete de la vida. “Hay muchos Lázaros que están llamando a las puertas de la sociedad, que viven excluidos de los beneficios de la prosperidad y del progreso” (Juan Pablo II). Hagamos entre todos que todos puedan participar del banquete preparado por el Señor para todos los pueblos en esta tierra y en el cielo. Sólo así podremos todos escuchar confiados y esperanzados en la Misa de la Cena del Señor y en la Noche de la Pascua, las palabras del Apocalipsis: “Dichosos los llamados al banquete de las bodas del Cordero” (19,9). A la vez que habremos ofrecido al mundo el testimonio de que nos amamos porque el Señor ha Resucitado.

15. San Juan Crisóstomo, comentando la enseñanza del Señor sobre el camino a Jerusalén, recuerda que Cristo no oculta a los discípulos las luchas y los sacrificios que les aguardan. Él mismo subraya cómo la renuncia al propio «yo» resulta difícil, pero no imposible cuando se puede contar con la ayuda que Dios nos concede «mediante la comunión con la persona de Cristo» (PG 58, 619s). He aquí porque en esta Cuaresma deseo invitar a todos los creyentes a una ardiente y confiada oración al Señor, para que conceda a cada uno hacer una renovada experiencia de su misericordia. Sólo este don nos ayudará a acoger y a vivir de manera siempre más jubilosa y generosa la caridad de Cristo, que «no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad» (1 Cor 13, 5-6) (Juan Pablo II).

J. MARTI BALLESTER


22.

• (Ahora es tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación)

Con esta celebración de hoy iniciamos el tiempo de Cuaresma. Se trata de un tiempo  fuerte del año cristiano que merece la pena emprender con ánimo. Nuestra condición  humana y temporal nos ofrece la oportunidad de ir marcando el paso del tiempo con estos  momentos fuertes y días señalados. Nos permiten llenar de contenido nuestras vidas,  hallando y dándoles el sentido y un buen sabor. De lo contrario caeríamos en la rutina, en la  dejadez, en el ir tirando sin ilusión ni contenido.

Como hemos escuchado en la carta de Pablo, ahora es tiempo favorable, ahora es día de  salvación. Que así sea para todos nosotros la Cuaresma de este año, la Cuaresma del año  2000. No desaprovechemos este tiempo favorable en el que Dios nos ofrece la salvación, no  echemos a perderla gracia de este tiempo propicio para salir al encuentro de Dios y dejar  que nos transforme a imagen de su Hijo.

• (El programa de vida que Jesús nos ofrece)

El evangelio de Mateo abre cada año la Cuaresma el Miércoles de Ceniza con este texto  del sermón de la montaña en el que Jesús nos ofrece tres herramientas, estas tres  actividades que tan útiles nos pueden ser para renovar y confirmar nuestro seguimiento tras  sus huellas, y expresar la nueva vida que Dios ha hecho nacer en nosotros: la oración, el  ayuno y la limosna. Constituye un buen programa de vida para este tiempo. Cada uno de  nosotros debiera marchar de la celebración de hoy concretando la práctica de este ejercicio  cuaresmal: ¿Cómo y cuándo rezaremos a Dios estos 40 días? ¿De qué cosas ayunaré este  año? ¿Qué gesto de amor haré en favor de mis hermanos, en especial de los más  necesitados?

Todo esto, evidentemente, Jesús quiere que lo hagamos sin caer en la vanagloria, en el  orgullo. Sólo Dios, por su gran amor de padre, nos salva, mejora nuestras vidas, nos llena  de su gracia, y no nuestros esfuerzos o méritos. Dios nos convierte el corazón, nosotros tan  sólo ponemos nuestras pequeñas obras, nuestro raquítico esfuerzo. Nuestras obras deben  de serla expresión de cambio sincero de nuestra vida, que hemos de pedir que Dios realice;  deben de ser una prueba de agradecimiento por el amor que Dios nos tiene, por las  maravillas que obra en nosotros.

• (La oración, el ayuno, la limosna)

* La oración ha de ocupar un lugar preferente en el tiempo de Cuaresma. Una oración  permanente y fiel al momento del día que hayamos decidido elegir. Una oración que  refuerce nuestros vínculos con Jesús. Una oración que sea un diálogo amoroso con el  Señor que consiste en hablarle, en explicarle nuestras cosas, las necesidades de los  hermanos, en escucharle en todo aquello que él nos dice en el evangelio y en el fondo del  corazón. Una oración en la que expresemos cómo le amamos, y en la que sintamos su amor,  su entrega, al contemplarlo clavado en cruz y glorioso una vez resucitado. Y eso tanto en su  persona, como en la de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo.

* En un mundo como el nuestro, enloquecido por las posibilidades del consumo, de  diversión, de evasión, y que nos endurece el corazón ante tanta creciente pobreza y tanto  sufrimiento, necesitamos ayunar. No porque nos guste el ayuno por el ayuno, ni porque  esperemos acumular muchos méritos ante Dios, sino porque el ayuno nos hace capaces de  abrir los ojos y de esponjar el corazón, nos hace más libres para amar y seguir a Jesús.  Ayunar de aquello que nos engorda de orgullo, de vicio, de pasiones, de ataduras con las  cosas, de ser esclavos de nosotros mismos y nos priva de amar, de llenarnos de Dios y de  los demás. Cada uno verá de qué cosas debe ayunar. Y sabemos que no siempre el ayuno  deberá ser de comida y bebida. ¿Qué ayuno hará cada uno durante esta Cuaresma para  ampliar su capacidad de amar?

* La limosna ha de ser también signo de nuestra sincera conversión cuaresmal, de la  autenticidad de nuestra oración, de los frutos de nuestros ayunos. Dar y compartir nuestro  dinero, las cosas, el tiempo, nuestras capacidades y cualidades, nuestra persona entera.  Tener demasiado hace daño. Nos hace incapaces de andar ligeros, nos esclaviza, nos  distancia de los demás, nos atenaza el corazón. ¿Qué daré a los demás en esta Cuaresma?  ¿Más tiempo a mi familia, mayor delicadeza a mi trato con los demás? ¿Vaciar algo mi  bolsillo para llenar el de aquellos que lo tienen vacío? ¿Qué haré para ser más solidario con  el mundo pobre y marginado? ¿Con qué grupos puedo colaborar o aportar mi ayuda?  Aquello que ahorre con mi ayuno y privaciones cuaresmales, ¿por qué no lo entrego a  alguna campaña de solidaridad?

• (Signos de nuestro compromiso cuaresmal)

El gesto penitencial de la imposición de la ceniza y el acercarnos a la mesa del Señor para  recibir la Eucaristía han de ser expresión ante Dios y la comunidad aquí reunida de nuestro  firme compromiso de ser fieles al Señor. Han de ser, también, reconocimiento de nuestra  debilidad, de nuestra condición pecadora, de nuestras ganas de renovar la vida y la  necesidad que todos tenemos de la comunión con Jesús, nuestro Señor.

ORIOL GARRETA
MISA DOMINICAL 2000, 4, 53-54


23.

Nexo entre las lecturas

El texto del profeta Joel abre el período cuaresmal, que es un tiempo rico y fuerte en la vida de la Iglesia. El profeta invita al pueblo con acentos dramáticos a convertirse al Señor de todo corazón. No se trata de una conversión superficial y transitoria, sino de una conversión hecha "de todo corazón" para que llegue al fondo de las actitudes y de los comportamientos y suponga un sincero propósito de enmienda (1L). Las palabras que Pablo lanza a los corintios "reconciliaros con Dios" expresan la benévola disposición del Señor de otorgar perdón y misericordia a quien se acerca a Él. Porque, en verdad, ¿quién es puro a los ojos de Dios? Si el Señor observara nuestros pecados e iniquidades, ¿quién podría resistir a su mirada?, pero Él es rico en misericordia (2L). El evangelio nos ofrece el camino de conversión: será el ayuno, la oración, la limosna como caridad fraterna, ofrecida a Dios y no para vanagloria de los hombres (EV). Los hombres miran lo exterior, pero Dios mira el corazón. La conversión que nos propone Jesús es una conversión interior. Se trata, por tanto, de volver desde la lejanía y tristeza del pecado que nos apartó de Dios, a la amistad de quien tanto nos quiere y dio su vida por nosotros. ¡Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación!


Mensaje doctrinal

Para comprender el pecado es preciso reconocer el profundo vínculo que existe entre Dios y el hombre. Vínculo de dependencia y de amor. Si no se presta atención a este vínculo no se llega a la verdadera profundidad del pecado. En este sentido, la cuaresma es un camino que revela la amistad de Dios con el hombre y la desgracia del hombre que se aleja de Dios. Es un período en el que el hombre, como los Israelitas en el desierto, experimentan la protección amorosa de Dios, a pesar de sus rebeliones. De aquí nace la conversión. "La llamada de Cristo a la conversión- nos dice el Catecismo No.1428 y 1429- sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación". Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia de responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero".

El profeta Joel toma ocasión de una desgracia que se había abatido sobre el pueblo -la plaga de langostas que destruye todos los sembrados- para invitar a una penitencia interior. Se trata de "rasgar el corazón, no las vestiduras". Es decir, se trata de una actitud de conversión interior a Dios para reconocer su santidad, su poder, su majestad. Joel advierte a sus coetáneos que el "día de Yahvé" llegará y tendremos que estar preparados pues su poder es inmenso. Hemos de arrepentirnos sinceramente de nuestros pecados, pues ellos nos han alejado de Dios y nos han hecho caer en un abismo de miseria. Nos invita a una conversión "de todo corazón", es decir, sincera, estable y con un firme propósito de enmienda. Y esta conversión es posible porque Dios es rico en misericordia, es compasivo y misericordioso. Sólo Dios es capaz de crear en nosotros un corazón puro y renovarnos por dentro con espíritu firme y devolvernos la alegría de la salvación (Cfr. Salmo 50). Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Así el profeta promueve un "ambiente penitencial": hay que tocar la trompeta, congregada la reunión, llamar a las conciencias. El período cuaresmal desea también crear este ambiente litúrgico y penitencial en los fieles: un camino de cuarenta días en donde experimentaremos de modo apremiante el amor misericordioso de Dios. ¡Qué en esta cuaresma nadie quiera excluirse del abrazo del Padre! (Cfr. Incarnationis Mysterium 11) El tiempo de cuaresma es el tiempo de la gracia el tiempo de la salvación.


Sugerencias pastorales

La conversión del pecado es un proceso misterioso y escondido. Dios toca a las puertas del corazón del pecador y lo mueve a una transformación interior. Dicha transformación no es fácil y requiere un proceso de conversión porque, como dice el Papa Juan Pablo II en una de sus poesías de juventud, "la verdad tarda en sondear el error". No es, por tanto, una actitud exterior y superficial para que la gente lo vea, como lo hacían los fariseos, sino una conversión que se hace "en la presencia de Dios que mira el corazón". Nos dice el catecismo en el número 1431: "La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón)". ¡Qué hermosa y exigente la invitación del Señor! Saber llevar la propia cruz, los propios sufrimientos, la oblación de la propia vida en la sencillez del silencio y de la amistad con Dios. No pedir ser consolados cuando el mundo nos pide consolar a los demás y estar dispuestos a más. No buscar ser apreciados, reconocidos, estimados, compadecidos, cuando como cristianos, nos debemos a los demás. El desprendimiento que todo esto comporta no es pequeño y tiene un nombre preciso: conversión continua del corazón a Dios de misericordia.

La cuaresma recuerda los cuarenta días que Moisés pasó ayunando en el monte Sinaí antes de recibir las tablas de la ley. Recuerdan los cuarenta años del desierto de Israel que fueron tiempo de tentación, pero al mismo tiempo tiempos de una especial cercanía de parte de Dios. Los Padres de la Iglesia consideran el número cuarenta como simbólico del tiempo de la historia humana y los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto rezando y ayunando como una imagen de la vida del hombre. El hombre cruza por este desierto en donde la tentación se hace presente, pero también en donde la presencia de Dios se hace más palpable, más amorosa, más consoladora. Sugerencias pastorales Dios tiene para cada alma el momento de su conversión. Seguramente tendrá para muchas almas de nuestras parroquias esta gracia durante la cuaresma. No retrasemos nuestra conversión: "si escuchamos hoy la voz de Dios, no endurezcamos nuestro corazón". No dejemos para mañana el amor que podemos dar hoy. Advertimos que nuestra vida es fugaz, frágil, inestable, como una flor de la mañana que se seca por la tarde, ¿por qué retrasar esta extraordinaria gracia de la amistad con Dios? Valoremos las cosas a la luz de la eternidad, de una eternidad feliz o desdichada. Demos a cada cosa su valor. Veamos que el tiempo nos propone a cada instante un rasgo de nuestra donación y con él vamos construyendo la historia de la salvación. ¿Por qué vivir en el pecado, si tanto mal nos causa? Tenía razón san Agustín: "Tarde te amé, oh Belleza tan antigua y tan nueva. Tarde empecé a experimentar el amor de Dios, tarde empecé a vivir en plenitud". Se impone, por ello, en estos días un examen sereno y profundo de conciencia, bajar al fondo del alma para arrancar toda mentira, todo engaño, todo pecado y volver a la vida en Dios, en Cristo. Dar primacía a Dios por encima de cualquier otro valor humano e interesado. La cuaresma nos ofrece la oportunidad de practicar una renuncia personal. Se trata quizá de algo olvidado en una sociedad del "bien-estar" y del mayor "confort" posible. Sin embargo, en la ascesis cristiana la renuncia personal tiene un lugar y muy destacado, pues las tendencias desordenadas que combaten al hombre no pueden ser dominadas sin la gracia de Dios y la lucha espiritual. Aprendamos en estos días de cuaresma a ofrecer pequeños o grandes sacrificios: sepamos renunciar a placeres lícitos, a gustos personales, a comodidades y bienes superfluos, pero todo esto por amor a Dios, para manifestarle que Él es el primero en nuestro corazón y para vivir siempre con una mayor libertad de espíritu en la elección del bien. ¡Cuánto bien podemos hacer enseñando a los niños el camino de los pequeños sacrificios ofrecidos a Jesús por amor! Ofrecidos a Jesús por la salvación del mundo. El caso de una pequeña de ocho años que ofrecía los sufrimientos de su leucemia por la perseverancia de los sacerdotes, es un ejemplo hermoso y convincente de que el amor busca donarse y ofrecerse en sacrificio por el amado.

P. Antonio Izquierdo


24.

Nexo entre las lecturas

El miércoles de ceniza a todos nos trae al recuerdo la conversión y la penitencia, pero creo que la liturgia no subraya tanto este aspecto, cuanto la interiorización de los actos de penitencia y de conversión. Así en la primera lectura Dios nos dice mediante el profeta Joel: "Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras". En el evangelio Jesucristo, al enseñar sobre las tres prácticas de piedad del judaísmo: ayuno, oración y limosna, en las tres insiste: "No hagáis el bien para que os vean lo hombres, y así os recompensen". Finalmente, san Pablo exhorta a los corintios a que se dejen reconciliar con Dios para sentir su fuerza salvadora, y a que no dejen pasar el tiempo favorable, el día de la salvación (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Una religión interior. Religión quiere decir relación justa y debida entre el hombre y Dios. El hombre es un ser "religado", dependiente de Dios, y en este sentido es "religioso". Todas las religiones, de uno u otro modo, son instituciones en que el hombre es ayudado en su dimensión "religiosa", tanto para tomar conciencia de ella como para expresarla en el culto y en la vida. La religión cristiana es la religión fundada por Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, en la que la relación hombre - Dios logra su máxima interiorización en la vida y en el corazón de un hombre. Una interiorización que es a la vez suprema familiaridad con Dios, hasta el grado de llamarle: Papá. Todos los cristianos somos invitados a reproducir en nosotros, en cuanto es posible humanamente, la interiorización y la familiaridad de Jesucristo en sus relaciones con Dios, su Padre. Sólo cuando hay una verdadera interiorización, las manifestaciones externas de la religión y las diversas prácticas del culto y de la piedad dejan de ser objeto de manipulación por parte de los hombres, dejan de ser pura obligación "religiosa", para convertirse en una necesidad del corazón y de la vida. Es propio de la experiencia humana que, cuando algo ha calado profundamente en el alma, se sienta la necesidad de manifestarlo y externarlo. Sólo desde la religión interior el paso a las manifestaciones religiosas, a la piedad popular, es verdaderamente auténtico. En efecto, del corazón rasgado nace el impulso interior a la penitencia, el ayuno, la plegaria.

2. Dios mira la intención. Las prácticas religiosas son necesarias, pero si no surgen del corazón, del recinto interior del hombre, son fácilmente manipulables e instrumentalizadas por los hombres al servicio de objetivos egoístas. Jesucristo en el evangelio pone el dedo sobre este punto tan delicado. Ayunar, dar limosna, orar son prácticas buenas en sí, pero se instrumentalizan cuando se llevan a cabo sólo para ser vistos y alabados por los hombres. A los ojos de los hombres, esos que dan limosna haciendo sonar una trompeta para que todos se enteren, o que oran en las esquinas de las plazas para que todos se den cuenta de que oran y de que saben de memoria largas oraciones, o que ponen cara triste para dar a entender que han ayunado, pueden pasar por hombres sumamente piadosos y santos, pero a Dios ni le engañan ni le pueden engañar. Dios mira el corazón, y ve que su corazón es egoísta, que su ayuno, limosna y oración no surge de un corazón lleno de Dios o al menos de arrepentimiento y deseo de converssión, sino que está lleno de egoísmo.

3. Dejaos reconciliar con Dios. Todo hombre, aunque sea muy religioso, siente que su actuar y su vida no siempre están en paz y reconciliación con Dios. Se da cuenta de que a veces no está religado a Dios, sino que ha roto su relación con Él. Dejarse reconciliar es volver a aceptar nuestra condición "religiosa", y establecer con Dios las relaciones auténticas: no de enemistad o de odio, sino de amor y de amistad, no de separación o apartamiento sino de cercanía e intimidad. No somos nosotros quienes nos reconciliamos con Dios, más bien tenemos que dejarnos reconciliar; somos libres para aceptar la reconciliación, pero no para crearla o iniciarla. A nosotros, cristianos, quien nos reconcilia con Dios es nuestro Señor Jesucristo por medio de su cruz y de su gloriosa resurrección. Por eso, el domingo, en que conmemoramos tales realidades y misterios, es el tiempo propicio para que Jesucristo haga eficaz en nosotros la obra de su reconciliación con el Padre y, derivamente, con nuestros hermanos los hombres


Sugerencias pastorales

1. Sentido de la penitencia cristiana. Ya en la "Didaché", de finales del siglo I d. C, se habla de las prácticas penitenciales cristianas. Esas prácticas penitenciales y "religiosas" han estado siempre presente en la vida de la Iglesia, y lo continúan estando. Según las épocas y las costumbres de los pueblos, esas prácticas eran más rigurosas o menos, más numerosas o más reducidas. Cuando, hoy en día, leemos sobre las penitencias de los monjes irlandeses o los gestos penitenciales de los hombres medievales, nos causan sorpresa y pensamos que eran exageradas; pero no parece ser que en esas épocas y lugares pensasen de la misma manera que nosotros. En nuestro tiempo la Iglesia ha atenuado las prácticas penitenciales prescritas, como el ayuno y la abstinencia, o la penitencia impuesta por el sacerdote en el sacramento de la reconciliación. Pero a la vez no ha dejado de indicar otras prácticas de penitencia más acordes con nuestro tiempo y sobre todo la penitencia interior, es decir, de nuestras pasiones de orgullo, de vanidad, de deseo de tener y dominar, de la concupiscencia de la mente y del corazón, del afán de aparecer...Esta es la penitencia que sin duda alguna más agrada a Dios y además la que más nos beneficia espiritualmente a nosotros, pues nos conduce a desprendernos de nuestro yo y de todo aquello en que el yo ocupa el lugar primero, incluso respecto al mismo Dios. Porque, ¿qué sentido tiene macerar el cuerpo, cuando el corazón está podrido de egoísmo? ¿Es la penitencia de nuestro egoísmo y de nuestro orgullo la que más practicamos los cristianos? En la parroquia, en la familia, en la escuela, hay que ir enseñando poco a poco a los niños y adolescentes este tipo de penitencia, en la que reside el verdadero sentido de la penitencia cristiana.

2. Una intención pura para Dios. En la parroquia hay muchas celebraciones y actividades. En el centro, está la celebración de la eucaristía, de los sacramentos. Están además las actividades de catequesis y de ayuda y beneficencia a diversas categorías de personas: enfermos, ancianos, emigrantes, desocupados; están las actividades culturales, deportivas, sociales... No está mal preguntarse alguna que otra vez con qué intención las personas que dirigen las diversas actividades las llevan a cabo. Ojalá fuese siempre una intención pura para Dios, pero no pocas veces se mezclarán otras intenciones muy humanas, y en caso las intenciones humanas quizá sean las predominantes, si no las exclusivas. Tal vez Jesucristo se vea obligado a repetir de nuevo: "Os aseguro que ya recibisteis vuestra recompensa". El periodo de cuaresma que iniciamos, debe propiciar un examen de nuestra conciencia para ver más a fondo y con sinceridad cuáles son las intenciones de nuestros comportamientos, actitudes, actividades, proyectos y realizaciones.

P. Octavio Ortiz


25. 13 de febrero de 2001

"CAPUT CUADRAGESIMAE". CABEZA DE LA CUARESMA 

NOSOTROS HEMOS PECADO, PERO EL PADRE, RICO EN MISERICORDIA, NOS OFRECE SIEMPRE EL PERDÓN POR JESUCRISTO Y ESPERA QUE PRACTIQUEMOS LA CARIDAD CON LOS HERMANOS.

1. Comenzamos hoy la Cuaresma, que es una invitación oficial de la comunidad cristiana a renovar nuestra adhesión cordial al proyecto de Jesús, que es el de Dios, para comenzar de nuevo, y poder celebrar la Pascua con toda profundidad. El pueblo de Israel nació en la Cuaresma del desierto. En atención a esto, la tradición religiosa de Israel había consagrado la Cuaresma, el desierto, para la oración y la penitencia, y qué mayor penitencia que la soledad, observada por hombres creados para vivir en sociedad: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,8), que ya había vivido el pueblo de Israel al salir de Egipto, durante cuarenta años caminando hacia la tierra prometida, por el trayecto más largo. El camino más corto y normal era subir desde Egipto hasta la tierra prometida, Palestina, sin dejar la tierra firme y sin tener que atravesar el mar Rojo. Pero Dios quiso preservarle, probarle y educarle, para demostrarle su cariño y hablarle al corazón. ¿Qué hubiera sido del pueblo si entra en seguida en Palestina, y se junta con los amorreos, cananeos, hititas, los jebuseos, amonitas, filisteos, pueblos todos paganos e idólatras? ¿En qué habría quedado la promesa? El designio de Dios era crear su pueblo, germen de vida, donde pudiera él, llegada la plenitud de los tiempos, culminar la obra de la redención por Jesucristo, nacido de ese pueblo. 

2. Moisés ha vivido también su desierto. Como Elías camino del Horeb, y como Jesús, después de haber sido bautizado por Juan. Ahora lo tiene que vivir la Iglesia, durante cuarenta días dedicada a la conversión, a la oración, renuncia, y caridad. Cuando el Señor hace dar rodeos incomprensibles a una persona, o a una familia, o a una institución, hay que saber leer en clave de fe y de predilección, el rodeo, el obstáculo, la persecución del Faraón, o de los varios faraones al servicio del amor.

3. “La soledad es la muralla y el antemuro de las virtudes...Creed en mi experiencia, aprenderéis más en las selvas que en los libros; los bosques y las peñas os instruirán, os enseñarán lo que no pueden enseñaros vuestros maestros” (San Bernardo). Todos los grandes santos a ejemplo de Cristo, se han formado en la escuela de la soledad, del desierto. Y salían de él como llamas. Nosotros no podemos resistir la soledad. Apenas nos quedamos solos, conectamos el transistor, la televisión, el Internet, nos vamos al café, al bar, al Pub, al cine, no somos capaces de permanecer un rato con nosotros mismos, escuchando a nuestra conciencia, examinando nuestras acciones, nuestros planes, por eso nuestra vida es tan frívola, vacía y sin peso. El valor de las palabras no lo da el sonido, el grito, sino el contenido...¡Cuántas palabras insustaciales al final de una vida moderna! Busquemos el recogimiento donde oigamos a Dios, aislémonos de las compañías de frivolidad y de pasatiempo, busquemos amigos que nos hagan mejores, cercenemos diversiones, seamos más personas, más hombres y menos masa.Al menos, en la Cuaresma.

4. Lo esencial de la Cuaresma es que el pueblo cristiano, se disponga a escuchar la Palabra, para convertirse. Convertirse es volverse a Dios. ”Dejaos reconciliar con Dios” Pablo nos recuerda que Jesucristo ha inaugurado un tiempo de salvación, de reconciliación. El apóstol lucha contra las ideas que quieren hacer creer a la gente que Dios es más propenso a la cólera que al perdón. Por eso nos propone que nos reconciliemos con Dios por medio de Jesucristo, para abandonar todo temor ante el autor de la vida. Nuestra relación con Dios debe estar basada en la confianza y en la reconciliación. En la 2 Corintios,5,20, San Pablo emplea el verbo griego “katallasso”, “reconciliarse”, característico del derecho matrimonial, que designa la reconciliación de los esposos cuando retornan a la vida íntima conyugal que habían roto. El Apóstol, por tanto, está exhortando a los cristianos a volver a la unión con Dios, rota por el pecado, y a recuperar la intimidad del que “prepara para todos los pueblos el banquete nupcial de manjares exquisitos” (Is 25,6). “Convertíos a mí de todo corazón”. Es el corazón lo que nos pide el Señor, nuestra intimidad mejor, la más profunda, que pongamos nuestro pensamiento y cariño en él. Eso es lo único que le agrada a Dios. Los gestos y los sacrificios sólo le gustan si proceden del amor, porque sólo quiere el amor de los hombres, pues, quiere hacer tan grandes como El es, y tan dichosos y perfectos, y eso sólo lo hace el amor que iguala entre sí a los amantes. Bien motiva San Pablo la petición de la reconciliación por el amor de Jesucristo: “Pues Dios por nosotros hizo pecado al que no conocía el pecado, para que por él llegáramos a ser santidad de Dios”. La gratitud a tanto amor es lo que nos tiene que mover al encuentro del Padre.

5. Convertirse es también volver el rostro, dirigirse a Alguien que llama, porque es compasivo, y nos está invitando a recorrer un camino de penitencia y purificación interior para renovar nuestra fe y vivir de acuerdo con ella. No se cansa Dios de llamarnos, todas y cada una de las veces que experimentamos la derrota del pecado, para que volvamos a casa como el hijo pródigo, y podernos abrazar, vestirnos de nuevo y ofrecernos el banquete de su perdón y de su eucaristía. “Antes me cansé yo de ofenderle, que él de llamarme...Castigabais, Señor, mis muchas maldades con nuevas mercedes” (Santa Teresa).

6. Para acoger un mensaje hay que elevar los ojos al mensajero. Una mirada de fe es la que puede salvar al pecador. Para convertirse lo primero es volver los ojos al rostro de Dios, que “se compadece de todos y cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan" Sabiduría 11, 24.

7. Después, y con la luz y la fuerza que emana de la Palabra, poder desprenderse del egoísmo y optar por una nueva concepción de la vida. San Agustín en sus Confesiones, nos ha dejado un precioso testimonio de las luchas que tuvo que sostener, con todo lo inteligente que era, hasta poder decidirse a vivir lo que tan claro veía, pero lo que tanto le costaba: “A mí, cautivo, me atomentaba mucho y con vehemencia la costumbre de saciar aquella mi insaciable concupiscencia” (VI, 13). Escuchaba a sus pasiones, sus antiguas amigas, que le decían: “¿Nos dejas? Y ya no estaremos contigo nunca? ¿Y ya no te será lícito esto y aquello? ¡Y qué cosas, Dios mío, me sugerían con las palabras esto y aquello!” (VIII, 11,26). Pero hasta que no comenzó a fulgurar en el corazón de Agustín la luz de la Hermosura Nueva, no se rindió el buscador. ”Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé...Pero llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por tí; gusté de tí, y siento hambre y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz” (X, 27,38). Por muchos esfuerzos que haga el hombre, si Dios no le rinde con su Belleza, no cae de bruces su alma. Por eso es necesario que con David, le grite al Señor: "Misericordia, Señor, hemos pecado. Tengo siempre presente mi pecado. Crea en mí un corazón puro. Renuévame por dentro don espíritu firme. Devuélveme la alegría de tu salvación. No me arrojes lejos de tu rostro. Lávame más y más de mi iniquidad”. Salmo 50. Pero reconozcamos que estas voces no nacen desde la rutina, la pasividad y el culto vacío. Interiorizados estos actos individuales y personales, hay que confesar los pecados, haciendo de ese momento un encuentro con Dios Padre por el Espíritu y la Sangre de su Hijo, que obra en nosotros la salvación. Es verdad que el confesonario hoy ha sido sustituido por el diván del psicoalista o del psiquiatra, o, lo que es más novedoso y curioso, por el plató de la televisión, lo que demuestra la necesidad que tiene la persona de comunicar sus pecados, frustraciones, y depresiones, y que al debilitarse o perderse la fe, se agarra a estos medios científicos, laicos y hasta públicos, como medio de liberación, lo que los cristianos encontramos por la fe en el sacramento de la reconciliación.

El profeta Joel hace un llamamiento al pueblo para que cambie de actitud. El llanto, el luto, el vestido negro no debe ser expresión de una piedad superficial o del simple deseo de llamar la atención. La voz del profeta desea remover los cimientos mismos de la religiosidad y convertir los símbolos del luto en camino de conversión para todo el pueblo. Por eso se debe cambiar el corazón, y no la ropa.

8. “No vayas tocando la trompeta por delante para ser considerado por los hombres” Mateo 6,1. El evangelio nos llama a cultivar una actitud sobria,interior y religiosa. La fe en Dios y la solidaridad con los hermanos y hermanas pobres no se pueden convertir en un espectáculo frívolo. La vida del cristiano necesita estar animada por el mismo espíritu de Jesús. De modo que la solidaridad se convierta en expresión de amor fraternal y la relación con el Padre Dios en un trato cálido, íntimo y profundo. Por tanto, las expresiones religiosas llenas de malabarismos, complicaciones y ostentaciones no están acordes con la espiritualidad cristiana.

9. En el conjunto de los tres textos litúrgicos percibimos que lo esencial del miércoles de Ceniza consiste en ser expresión de una fe profunda. El signo que recibimos en nuestra frente no es una condecoración que honra nuestras creencias. La cruz marcada con ceniza nos recuerda nuestra frágil condición humana y la necesidad de transformar permanentemente nuestro corazón. Este día con el cual comienza la cuaresma debe avivar el deseo de cultivar una sólida espiritualidad que nos reconcilie con Dios y nos ponga al servicio de los más necesitados. La cuaresma nos plantea la urgencia de ver la religión no como un refugio a nuestra falta de autenticidad, sino como un camino para expresar en comunidad lo más profundo de nuestro ser.

10. La frase clásica con la que antes se imponía la ceniza era la de “Recuerda que polvo eres y en polvo te has de convertir”. Durante mucho tiempo, desde los tiempos medievales, el recuerdo de la muerte, el pensamiento de la futilidad de la vida, fue un arma para dominar al ser humano en su tentación de olvidar a Dios y sus preceptos. El poder de convicción se hacía estribar en el temor, en la línea de lo que dice el salmo: “el principio de la sabiduría es el temor del Señor". El planteamiento pues de la cuaresma no dejaba de ser oscuro y tétrico, de donde nació el desahogo previo de los carnavales, que tantas huellas todavía presentan del influjo social de este tiempo litúrgico en las sociedades que estuvieron tan profundamente marcadas por la religión.

11. La reforma litúrgica propuso un cambio de frase: “Convertíos y creed la Buena Noticia”, tomada de “el primer 'sermón' de Jesús” (Mc 1, 15). El cambio es profundo y conviene asimilarlo. Se pasa del temor al amor. De la amenaza a la invitación. De la tristeza, a la alegría de la Buena Noticia. La “conversión” debe sacarse del fanal del lenguaje religioso y debe encarnarse en la vida real: convertirse es enmendarse, cambiar, emprender otro camino. La mejor penitencia, la mejor forma de redimir lo malo que hemos hecho es entregarnos con toda fe a la Buena Noticia, a la propuesta que Dios nos hace en Jesús: ¡la preparación de su Reinado!, la transformación de este mundo por la aceleración de su venida. 

12. El que hace las buenas obras, comunicación de bienes, oración, penitencia, o sacrificio, por miras humanas, ya ha recibido su recompensa. Quien las hace por Dios, con sinceridad y desinterés, como expresión de la fe y del amor, recibirá la paga de Dios. No encaja tampoco mucho hoy esta prohibición de Cristo, cuando de lo que alardea es de todo lo contrario, según las revistas del corazón y determinados espacios televisivos airean: profesión de agnosticismo, y cambios de parejas seguidos. Ahora las recompensas humanas se ofrecen al vicio y no a la virtud y los hay que no viven de otras rentas. Y en cuanto al reconocimiento de Dios, nos han dado una lección soberana, los que teniendo una revelación tan pobre como los musulmanes, han hecho una profesión de fe en Alá, pública y general en las exequias del rey Husein de Jordania. Nuestros bautizados agnósticos, y nuestros católicos vergonzantes podían tomar nota.

13. "Corrijamos lo que por ignorancia hemos cometido, no nos sorprenda la muerte sin haber hecho penitencia" Baruc 3, 2.

14. "Con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa"Prefacio. Y si Dios nos prepara el banquete escatológico, cuya esperanza nos da fuerza para superar las carencias y tribulaciones de este destierro, los cristianos, siguiendo las directrices del Papa en su documento “Tertio millenio adveniente”, debemos practicar la caridad, concretada en las obras de misericordia tanto corporales como espirituales, sobre todo en favor de aquellos hermanos nuestros que viven extrarradio del banquete de la vida. “Hay muchos Lázaros que están llamando a las puertas de la sociedad, que viven excluidos de los beneficios de la prosperidad y del progreso” (Juan Pablo II). Hagamos entre todos que todos puedan participar del banquete preparado por el Señor para todos los pueblos en esta tierra y en el cielo. Sólo así podremos todos escuchar confiados y esperanzados en la Misa de la Cena del Señor y en la Noche de la Pascua, las palabras del Apocalipsis: “Dichosos los llamados al banquete de las bodas del Cordero” (19,9). A la vez que habremos ofrecido al mundo el testimonio de que nos amamos porque el Señor ha Resucitado.

15. San Juan Crisostomo, comentando la enseñanza del Señor sobre el camino a Jerusalén, recuerda que Cristo no oculta a los discípulos las luchas y los sacrificios que les aguardan. Él mismo subraya cómo la renuncia al proprio «yo» resulta difícil, pero no imposible cuando se puede contar con la ayuda que Dios nos concede «mediante la comunión con la persona de Cristo» (PG 58, 619s). He aquí porque en esta Cuaresma deseo invitar a todos los creyentes a una ardiente y confiada oración al Señor, para que conceda a cada uno hacer una renovada experiencia de su misericordia. Sólo este don nos ayudará a acoger y a vivir de manera siempre más jubilosa y generosa la caridad de Cristo, que «no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad» (1 Cor 13, 5-6) (Juan Pablo II). 

JESUS MARTI BALLESTER
jmarti@correo.infase.es


26. El comienzo de la Cuaresma


Miércoles de Ceniza

Hoy empezamos la Cuaresma a través de la imposición de las cenizas, un símbolo que es muy conocido para todos. La ceniza no es sino un símbolo de muerte que indica que ya no hay vida ni posibilidad de que la haya. Nosotros la vamos a imponer sobre nuestras cabezas pero no con un sentido negativo u oscuro de la vida, pues el cristiano debe ver su vida positivamente. La ceniza se convierte para nosotros al mismo tiempo en un motivo de esperanza y superación. La Cuaresma es un camino, y las cenizas sobre nuestras cabezas son el inicio de ese camino. El momento en el cual cada uno de nosotros empieza a entrar en su corazón y comienza a caminar hacia la Pascua, el encuentro pleno con Cristo.

Jesucristo nos habla en el Evangelio de algunas actitudes que podemos tener ante la vida y ante las cosas que hacemos. Cristo nos habla de cómo, cuando oramos, hacemos limosna, hacemos el bien o ayudamos a los demás, podríamos estar buscándonos a nosotros mismos, cuando lo que tendríamos que hacer es no buscarnos a nosotros mismos ni buscar lo que los hombres digan, sino entrar en nuestro interior: “Y allá tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.”

Es Dios en nuestro corazón quien nos va a recompensar; no son los hombres, ni sus juicios, ni sus opiniones, ni lo que puedan o dejen de pensar respecto a nosotros; es Nuestro Padre que ve en lo secreto quien nos va a recompensar. Que difícil es esto para nosotros que vivimos en una sociedad en la cual la apariencia es lo que cuenta y la fama es lo que vale.
Cristo, cuando nosotros nos imponemos la ceniza en la cabeza nos dice: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres; de lo contrario no tendrán recompensa con su Padre Celestial”. ¿Qué recompensa busco yo en la vida?

La Cuaresma es una pregunta que entra en nuestro corazón para cuestionarnos precisamente esto: ¿Estoy buscando a Dios, buscando la gloria humana, estoy buscando la comprensión de los demás? ¿A quién estoy buscando?

La señal de penitencia que es la ceniza en la cabeza, se convierte para nosotros en una pregunta: ¿A quién estamos buscando? Una pregunta que tenemos que atrevernos a hacer en este camino que son los días de preparación para la Pascua; la ceniza cae sobre nuestras cabezas, pero ¿cae sobre nuestro corazón?

Esta pregunta se convierte en un impulso, en un dinamismo, en un empuje para que nuestra vida se atreva a encontrarse a sí misma y empiece a dar valor a lo que vale, dar peso a lo que tiene.

Este es el tiempo, el momento de la salvación, nos decía San Pablo. Hoy empieza un período que termina en la Pascua: La Cuaresma, el día de salvación, el día en el cual nosotros vamos a buscar dentro de nuestro corazón y a preguntarnos ¿a quién estamos buscando? Y la ceniza nos dice: quita todo y quédate con lo que vale, con lo fundamental; quédate con lo único que llena la vida de sentido. Tu Padre que ve en lo secreto, sólo Él te va a recompensar.

La Cuaresma es un camino que todo hombre y toda mujer tenemos que recorrer, no lo podemos eludir y de una forma u otra lo tenemos que caminar. Tenemos que aprender a entrar en nuestro corazón, purificarlo y cuestionarnos sobre a quién estamos buscando.

Este es le sentido de la ceniza en la cabeza; no es un rito mágico, una costumbre o una tradición. ¿De qué nos serviría manchar nuestra frente de negro si nuestro corazón no se preguntara si realmente a quien estamos buscando es a Dios? Si busco a Dios, esta Cuaresma es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar nuestro corazón.

El camino de Cuaresma va a ser purificar el corazón, quitar de él todo lo que nos aparta de Dios, todo aquello que nos hace más incomprensivos con los demás, quitar todos nuestros miedos y todas las raíces que nos impiden apegarnos a Dios y que nos hacen apegarnos a nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a purificar y cuestionar nuestro corazón? ¿Estamos dispuestos a encontrarnos con Nuestro Padre en nuestro interior?

Este es el significado del rito que vamos hacer dentro de unos momentos: purificar el corazón, dar valor a lo que vale y entrar dentro de nosotros mismos. Si así lo hacemos, entonces la Cuaresma que empezaremos hoy de una forma solemne, tan solemne como es el hecho de que hoy de una forma solemne, tan solemne como es el hecho de que hoy guardamos ayuno y abstinencia (para que el hambre física nos recuerde la importancia del hambre de Dios), se convertirá verdaderamente en un camino hacia Dios.

Este ha de ser el dinamismo que nos haga caminar durante la Cuaresma: hacer de las mortificaciones propias de la Cuaresma como son lo ayunos, las vigilias y demás sacrificios que podamos hacer, un recuerdo de lo que tiene que tener la persona humana, no es simplemente un hambre física sino el hambre de Dios en nuestros corazones, la sed de la vida de Dios que tiene que haber en nuestra alma, la búsqueda de Dios que tiene haber en cada instante de nuestra alma.

Que éste sea el fin de nuestro camino: tener hambre de Dios, buscarlo en lo profundo de nosotros mismos con gran sencillez. Y que al mismo tiempo, esa búsqueda y esa interiorización, se conviertan en una purificación de nuestra vida, de nuestro criterio y de nuestros comportamientos así como en un sano cuestionamiento de nuestra existencia. Permitamos que la Cuaresma entre en nuestra vida, que la ceniza llegue a nuestro corazón y que la penitencia transforme nuestras almas en almas auténticamente dispuestas a encontrarse con el Señor.

P. Cipriano Sánchez