M E D E L L Í N

Servicios del CELAM

Para lograr mejor estas finalidades, la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano:

a) Desea que se confiera a las Conferencias Episcopales facultades más amplias en materia litúrgica, a fin de poder realizar mejor las adaptaciones necesarias, teniendo en cuenta las exigencias de cada asamblea;

b) Recomienda que, dadas las peculiares circunstancias de los territorios misionales, sus Ordinarios se reúnan para estudiar las adaptaciones necesarias y presentarlas a la autoridad competente.

(Medellín, Conclusiones 9,10)

La coincidencia de problemas comunes y la necesidad de contar con grupos de expertos debidamente preparados, aconsejan, además, el incremento de los servicios que puede proporcionar el Departamento de Liturgia del CELAM. Tales son:

a) Un servicio de información, documentación bibliográfica y coordinación, prestado por el Secretariado Ejecutivo del Departamento, que se propone mantener en permanente comunicación a los Episcopados de Latinoamérica;

b) Un servicio de la investigación y formación que ya ha comenzado a prestar el Instituto de Liturgia Pastoral de Medellín, con vistas a la adaptación más profunda de la liturgia a las necesidades y culturas de América Latina. Para ello es necesario que se comprenda y facilite la agrupación de expertos tanto en liturgia, Sagrada Escritura y pastoral, como en ciencias antropológicas, cuyos trabajos abran el camino a un progreso legítimo;

c) Una oficina de coordinación de los musicólogos, artistas y compositores para aunar los esfuerzos que se están realizando en nuestras naciones, en orden a proporcionar una música digna de los sagrados misterios;

d) Un servicio de asesoramiento técnico, tanto para la conservación del patrimonio artístico como para la promoción de nuevas formas artísticas;

e) Un servicio editorial para diversas publicaciones que sirvan de instrumento valioso para la pastoral litúrgica, sin que interfiera el ámbito de otras publicaciones.

Los servicios mencionados presuponen la existencia de bibliotecas especializadas suficientemente provistas.

(Medellín, Conclusiones 9,11)

Sugerencias particulares

La celebración de la Eucaristía en pequeños grupos y comunidades de base puede tener verdadera eficacia pastoral; a los obispos corresponde permitirla teniendo en cuenta las circunstancias de cada lugar.

(Medellín, Conclusiones 9,12)

A fin de que los sacramentos alimenten y robustezcan la fe en la situación presente de Latinoamérica, se aconseja establecer, planificar e intensificar una pastoral sacramental comunitaria, mediante preparaciones serias, graduales y adecuadas para el bautismo (a los padres y padrinos), confirmación, primera comunión y matrimonio.

Es recomendable la celebración comunitaria de la penitencia mediante una celebración de la Palabra y observando la legislación vigente, porque contribuye a resaltar la dimensión eclesial de este sacramento y hace más fructuosa la participación en él mismo.

(Medellín, Conclusiones 9,13)

Foméntense las sagradas celebraciones de la Palabra, conservando su relación con los sacramentos en los cuales ella alcanza su máxima eficacia, y particularmente con la Eucaristía. Promuévanse las celebraciones ecuménicas de la Palabra, a tenor del Decreto sobre Ecumenismo N. 8 y según las normas del Directorio Nos. 33 -35.

(Medellín, Conclusiones 9,14)

Siendo tan arraigadas en nuestro pueblo ciertas devociones populares, se recomienda buscar formas más a propósito que les den contenido litúrgico, de modo que sean vehículos de fe y de compromiso con Dios y con los hombres.

(Medellín, Conclusiones 9,15)

LA IGLESIA VISIBLE Y SUS ESTRUCTURAS

10. MOVIMIENTOS DE LAICOS

I. Hechos

Nos proponemos revisar la dimensión apostólica de la presencia de los laicos en el actual proceso de transformación de nuestro continente.

Para una revisión más completa deberán ser tenidas en cuenta otras consideraciones de esta misma Conferencia Episcopal, relativas al compromiso de los laicos, en orden a la Justicia y la Paz, la Familia y demografía, Juventud y otras.

(Medellín, Conclusiones 10,1)

II. Criterios teologico-pastorales Recordemos, una vez más, las características del momento actual de nuestros pueblos en el orden social: desde el punto de vista objetivo, una situación de subdesarrollo, delatada por fenómenos masivos de marginalidad, alienación y pobreza, y condicionada, en última instancia, por estructuras de dependencia económica, política y cultural con respecto a las metrópolis industrializadas que detentan el monopolio de la tecnología y de la ciencia (neocolonialismo). Desde el punto de vista subjetivo, la toma de conciencia de esta misma situación, que provoca en amplios sectores de la población latinoamericana actitudes de protesta y aspiraciones de liberación, desarrollo y justicia social.

Esta compleja realidad sitúa históricamente a los laicos latinoamericanos ante el desafío de un compromiso liberador y humanizante.

(Medellín, Conclusiones 10,2)

Por otra parte, la modernización refleja de los sectores más dinámicos de la sociedad latinoamericana, acompañada por la creciente tecnificación y aglomeración urbana, se manifiesta en fenómenos de movilidad, socialización y división de trabajo. Tales fenómenos tienen por efecto la importancia creciente de los grupos y ambientes funcionales- fundados sobre el trabajo, la profesión o función-, frente a las comunidades tradicionales de carácter vecinal o territorial.

Dichos medios funcionales constituyen en nuestros días los centros más importantes de decisión en el proceso del cambio social, y los focos donde se condensa al máximo la conciencia de la comunidad.

Estas nuevas condiciones de vida obligan a los movimientos de laicos en América Latina a aceptar el desafío de un compromiso de presencia, adaptación permanente y creatividad.

(Medellín, Conclusiones 10,3)

La insuficiente respuesta a estos desafíos y, muy especialmente, la inadecuación a las nuevas formas de vida que caracterizan a los sectores dinámicos de nuestra sociedad, explican en gran parte las diferentes formas de crisis que afectan a los movimientos de apostolado de los laicos.

En efecto, ellos cumplieron una labor decisiva en su tiempo. Pero, por circunstancias posteriores, o se encerraron en sí mismos, o se aferraron indebidamente a estructuras demasiado rígidas, o no supieron ubicar debidamente su apostolado en el contexto de un compromiso histórico liberador.

Por otra parte, muchos de ellos no reflejan un medio sociológico compacto ni han adoptado quizás la organización y la pedagogía más apropiadas para un apostolado de presencia y compromiso en los ambientes funcionales donde se gesta, en gran parte, el proceso de cambio social.

(Medellín, Conclusiones 10,4)

Pueden señalarse también, entre los factores que han favorecido la crisis de muchos movimientos, la débil integración del laicado latinoamericano en la Iglesia, el frecuente desconocimiento, en la práctica, de su legítima autonomía, y la falta de asesores debidamente preparados para las nuevas exigencias del apostolado de los laicos.

(Medellín, Conclusiones 10,5)

Finalmente, no es posible desconocer los valiosos servicios que los movimientos de laicos han prestado y continúan prestando con renovado vigor a la promoción cristiana del hombre latinoamericano. Su presencia en muchos ambientes, pese a los obstáculos y a las dolorosas crisis de crecimiento, es cada vez más efectiva y notoria. Por otra parte no puede dejarse de ver el trabajo y la reflexión de muchas generaciones de militantes cristianos.

(Medellín, Conclusiones 10,6)

En el seno del Pueblo de Dios, que es la Iglesia, hay unidad de misión y diversidad de carismas, servicios y funciones, «obra del único e idéntico Espíritu», de suerte que todos, a su modo, cooperan unánimemente en la obra común.

(Medellín, Conclusiones 10,7)

III. Recomendaciones pastorales

Los laicos, como todos los miembros de la Iglesia, participan de la triple función profética, sacerdotal y real de Cristo, en vista al cumplimiento de su misión eclesial. Pero realizan específicamente esta misión en el ámbito de lo temporal, en orden a la construcción de la historia, «gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios».

(Medellín, Conclusiones 10,8)

Lo típicamente laical está constituido, en efecto, por el compromiso en el mundo, entendido éste como marco de solidaridades humanas, como trama de acontecimientos y hechos significativos, en una palabra, como historia.

Ahora bien, comprometerse es ratificar activamente la solidaridad en que todo hombre se halla inmerso, asumiendo tareas de promoción humana en la línea de un determinado proyecto social.

El compromiso así entendido, debe estar marcado en América Latina por las circunstancias peculiares de su momento histórico presente, por un signo de liberación, de humanización y de desarrollo.

Por demás está decir que el laico goza de autonomía y responsabilidad propias en la opción de su compromiso temporal. Así se lo reconoce la Gaudium et spes cuando dice que los laicos «conscientes de las exigencias de la fe y vigorizados con sus energías, acometan sin vacilar, cuando sea necesario, nuevas iniciativas y llévenlas a buen término... No piensen que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplan más bien los laicos su propia función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio». Y, como lo dice el llamamiento final de la Populorum progressio, «a los seglares corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que viven».

(Medellín, Conclusiones 10,9)

Por mediación de la conciencia, la fe que opera por la caridad, está presente en el compromiso temporal del laico como motivación, iluminación y perspectiva escatológica que da su sentido integral a los valores de dignidad humana, unión fraterna y libertad, que volveremos a encontrar limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados en el Día del Señor. «Enseña también la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio».

(Medellín, Conclusiones 10,10)

Ahora bien, como la fe exige ser compartida e implica, por lo mismo, una exigencia de comunicación o de proclamación, se comprende la vocación apostólica de los laicos en el interior, y no fuera, de su propio compromiso temporal.

Más aún, al ser asumido este compromiso en el dinamismo de la fe y de la caridad, adquiere en sí mismo un valor que coincide con el testimonio cristiano. La evangelización del laico, en esta perspectiva, no es más que la explicitación o la proclamación del sentido trascendente en este testimonio.

Viviendo «en las ocupaciones del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida», los laicos están llamados por Dios allí «para que, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento... A ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las cuales están estrechamente vinculados».

(Medellín, Conclusiones 10,11)

El apostolado de los laicos tiene mayor transparencia de signo y mayor densidad eclesial cuando se apoya en el testimonio de equipos o de comunidades de fe, a las que Cristo ha prometido especialmente su presencia aglutinante. De este modo los laicos cumplirán más cabalmente con su misión de hacer que la Iglesia «acontezca» en el mundo, en la tarea humana y en la historia.

(Medellín, Conclusiones 10,12)

Conforme a las obvias prioridades derivadas de la situación latinoamericana arriba descrita, y en armonía con los progresos de la teología del laicado, inspirada en el Vaticano II, promuévase con especial énfasis y urgencia la creación de equipos apostólicos o de movimientos laicos en los ambientes o estructuras funcionales donde se elabora y decide en gran parte, el proceso de liberación y humanización de la sociedad a que pertenece; se los dotará de una coordinación adecuada y de una pedagogía basada en el discernimiento de los signos de los tiempos en la trama de acontecimientos.

(Medellín, Conclusiones 10,13)

IV. Mociones Apóyese y aliéntese decididamente, allí donde ya existen, dichos equipos o movimientos; y no se abandone a sus militantes, cuando, por las implicaciones sociales del Evangelio, son llevados a compromisos que comportan dolorosas consecuencias.

(Medellín, Conclusiones 10,14)

Reconociendo la creciente interdependencia entre las naciones y el peso de estructuras internacionales de dominación que condicionan en forma decisiva el subdesarrollo de los pueblos periféricos, asuman también los laicos su compromiso cristiano en el nivel de los movimientos y organismos internacionales para promover el progreso de los pueblos más pobres y favorecer la justicia de las naciones.

(Medellín, Conclusiones 10,15)

Los movimientos de apostolado laical, situados en el plano de una estrecha colaboración con la Jerarquía, que tanto han contribuido a la acción de la Iglesia, siguen teniendo vigencia como apostolado organizado. Han de ser, por lo tanto, promovidos; evitando, sin embargo, ir «más allá del límite de vida útil de asociaciones y métodos anticuados».

(Medellín, Conclusiones 10,16)

Promuévase una genuina espiritualidad de los laicos a partir de su propia experiencia de compromiso en el mundo, ayudándoles a entregarse a Dios en el servicio de los hombres y enseñándoles a descubrir el sentido de la oración y de la liturgia como expresión y alimento de esa doble recíproca entrega. «Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios».

(Medellín, Conclusiones 10,17)

Préstese el debido reconocimiento y apoyo a los distintos movimientos internacionales de apostolado de los laicos, que a través de sus organismos de coordinación promueven y edifican con tanto sacrificio este apostolado en el continente, atentos a las exigencias peculiares de su problemática social.

(Medellín, Conclusiones 10,18)

La Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano formula votos para que cuanto antes procedan las Conferencias Episcopales Nacionales a la realización de los estudios necesarios para cumplir lo establecido en el número 26 del Decreto Apostolicam actuositatem, en su propio ámbito nacional, para crearse un consejo que ayude a la «obra apostólica de la Iglesia, tanto en el campo de la evangelización y de la santificación, como en el caritativo, social y otros semejantes».

(Medellín, Conclusiones 10,19)

Y pide al CELAM proceda también a realizar un estudio, en colaboración con los laicos interesados en las diversas naciones latinoamericanas, acerca de la posibilidad, oportunidad, y forma de crear un consejo semejante en el plano regional latinoamericano, como está previsto en el párrafo citado, para disponer de una adecuada plataforma de encuentro, estudio, diálogo y servicio a nivel continental.

(Medellín, Conclusiones 10,20)

11. SACERDOTES

I. Observaciones sobre la situación actual

Motivación

Los grandes cambios del mundo de hoy en América Latina afectan necesariamente a los presbíteros en su ministerio y en su vida.

Por ello los Obispos hemos querido reflexionar con el propósito de contribuir a orientar la renovación sacerdotal en esta hora compleja del continente.

(Medellín, Conclusiones 11,1)

Diversidad de situaciones concretas

Las consecuencias de los cambios no son las mismas en todos los países ni en todos los sectores de cada país. Afectan de un modo particular a las personas jóvenes y a los sacerdotes, que están comprometidos en los puntos claves de la presente situación de cambio.

Estas consecuencias se caracterizan de modo especial por la mayor valorización de algunos aspectos del ministerio y de la vida sacerdotal, y por el eclipse de otros.

En ambos casos se dan elementos positivos y negativos. La suma de ellos resulta más bien constructiva y generadora de esperanzas.

(Medellín, Conclusiones 11,2)

Lo cuantitativo y lo cualitativo en la distribución de los sacerdotes

Como causa global de la insuficiencia pastoral en América Latina mucho se trae a cuenta la escasez numérica de los presbíteros, más aún cuando se la pondera en relación con el crecimiento demográfico.

Esto es verdad, a pesar de la generosa integración de presbíteros de iglesias hermanas y a pesar de que no pocas familias religiosas procuran establecer fundaciones en zonas no suficientemente provistas de clero diocesano.

Reconocemos, con todo, que hay errores de orden distributivo que influyen en la calidad del trabajo pastoral:

a) Lo primero que hiere la vista es la excesiva acumulación de personal en las iglesias desarrolladas, y la ausencia de elementos en regiones necesitadas, en la misma nación y hasta en la misma diócesis o ciudad;

b) Hay Iglesias que abundan en clero parroquial, pero carecen de sujetos especializados. Hay regiones e Iglesias que se beneficiarían, si recibieran (siquiera temporalmente), la ayuda de sacerdotes especializados cuyos servicios no se aprovechan suficientemente.

(Medellín, Conclusiones 11,3)

Consideración de los carismas sacerdotales

El sacerdocio jerárquico es enriquecido ciertamente por la acción renovadora del Espíritu Santo, que provee siempre de carismas a su Iglesia.

Es, sin embargo, posible comprobar en este campo que los Superiores no siempre prestan la suficiente atención a la diferenciación carismática; lo que afecta negativamente a una mayor eficacia del ministerio sacerdotal.

Por otra parte, no faltan sacerdotes que confunden los dones del Espíritu Santo con simples inclinaciones naturales e intereses individuales, sin tener debidamente en cuenta las perspectivas de la comunidad, para cuyo servicio son otorgados los carismas.

(Medellín, Conclusiones 11,4)

Aspectos de crisis personal

Existe, ante todo, un peligro para la misma fe del presbítero de hoy.

Contribuye a ello todo un conjunto de elementos de especial complejidad.

Cabe señalar principalmente cierta superficialidad en la formación mental y una inseguridad doctrinal, ocasionadas tanto por el imperante relativismo ideológico y por cierta desorientación teológica, como por los actuales avances, sobre todo de las ciencias antropológicas y de las ciencias de la Revelación, de los que muchos presbíteros no poseen la necesaria información o no han llegado a tener una suficiente asimilación de síntesis.

Se percibe, además, en esta hora de transición, una creciente desconfianza en las estructuras históricas de la Iglesia, que llega, en algunos, al menosprecio de todo lo institucional, comprometiendo los mismos aspectos de institución divina.

Nos parece que este peligro para la fe es, en definitiva, el elemento más pernicioso para el presbítero de hoy.

(Medellín, Conclusiones 11,5)

II. Elementos de reflexión pastoral

El sacerdote de hoy siente la necesidad de una expresión más vivencial de su oración, de su ascesis y de su consagración.

La superación de la dicotomía entre la Iglesia y el Mundo y la necesidad de una mayor presencia de la fe en los valores temporales, exigen la adopción de nuevas formas de espiritualidad según las orientaciones del Vaticano II.

No pocos presbíteros, antes de asegurar un tránsito valedero a formas nuevas, se emancipan de lo tradicional con el riesgo de caer en un desastroso debilitamiento de su vida espiritual.

Este decaimiento de la espiritualidad es particularmente peligroso, porque el presbítero transfiere fácilmente su propia crisis a la comunidad en la que vive.

(Medellín, Conclusiones 11,6)

En relación con el celibato sacerdotal, un laudable ahondamiento en el valor afectivo de la persona humana y una exacerbación del erotismo en el medio ambiente, unidos al frecuente descuido de la vida espiritual y a otras causas, han abierto camino a nueva y variada problemática.

Unos apoyan sus argumentos en razones de tipo pastoral o sicológico, o aducen reflexiones teológicas que delimitan la distinción entre carisma y ministerio; mientras otros pretenden disminuir la fuerza misma del compromiso contraído en la consagración.

(Medellín, Conclusiones 11,7)

En el ministerio presbiterial es fácil advertir hoy una tensión entre las nuevas exigencias de la misión y cierto modo de ejercer la autoridad, que puede implicar una crisis de obediencia.

La conciencia más viva de la dignidad y responsabilidad de la persona, la mayor sensibilidad actual por el orden de los valores más bien que por el orden de las normas, la nueva concepción del ministerio jerárquico como estructura colegial, el sentido de la autoridad como servicio, la distinción entre la obediencia específica del religioso y la obediencia propia del presbítero, son rasgos de un nuevo clima muy positivo, pero portador de tensiones.

Si a ello se agregan los defectos inevitables de las personas, se comprenderá fácilmente la presencia de un conjunto de problemas delicados en el ejercicio del ministerio sacerdotal.

En este orden de cosas cabe señalar, sobre todo, un peligroso ofuscamiento, en algunos, del valor del magisterio papal y episcopal, que puede conllevar no sólo una falta de obediencia, sino de fe.

(Medellín, Conclusiones 11,8)

También surgen dudas en lo que concierne a la propia vocación sacerdotal. Las motivan varios factores característicos de esta hora de renovación eclesial:

a) La creciente valoración del papel del laico en el desarrollo del mundo y de la Iglesia;

b) La discusión moderna sobre el papel y la figura del sacerdote en la sociedad;

c) La superficialidad con que se percibe y vive el propio sacerdocio, en servicios religiosos de rutina y en una forma de vida aburguesada.

(Medellín, Conclusiones 11,9)

Se da también una crisis en sacerdotes que por su edad y por la formación recibida se sienten como incapacitados para asumir los cambios de renovación promovidos por el Concilio.

(Medellín, Conclusiones 11,10)

Muchos sacerdotes lamentan que la revisión del régimen beneficial, lenta por su propia complejidad, mantenga aún a sus iglesias en lamentable penuria y demanden a cuantos serán afectados por las imprescindibles reformas administrativas, que faciliten la pronta aplicación de las indicaciones conciliares.

(Medellín, Conclusiones 11,11)

Sacerdocio de Cristo

En la Nueva Alianza, Cristo Jesús, Señor resucitado, es el único Sacerdote, Mediador siempre activo ante el Padre en favor de los hombres.

El ministerio jerárquico de la Iglesia, sacramento en la tierra de esta única mediación, hace que los sacerdotes actúen entre los hombres «in persona Christi».

A ellos también se aplica participativamente lo que Pablo VI dijera de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: «... no eres diafragma sino cauce; no eres obstáculo sino camino; no eres un profeta cualquiera, sino el intérprete único y necesario del misterio religioso... Tú eres el puente entre el reino de la tierra y el reino del cielo... Tú eres necesario, eres suficiente para nuestra salvación...».

(Medellín, Conclusiones 11,12)

Comunión Jerárquica

En su sacerdocio Cristo ha unificado la triple función de Profeta, de Liturgo y de Pastor, estableciendo con ello una peculiar originalidad en el ministerio sacerdotal de su Iglesia.

Por eso los sacerdotes, aun dedicados a tareas ministeriales en las que se acentúa alguno de los aspectos de esta triple misión, ni deberán olvidar los otros, ni debilitar la intrínseca unidad de la acción total de su ministerio, porque el sacerdocio de Cristo es indivisible.» (Medellín, Conclusiones 11,13)

En el Cuerpo místico de Cristo, los obispos y los presbíteros son consagrados por el sacramento del orden para ejercer el sacerdocio ministerial como un conjunto orgánico que manifiesta y hace presente a Cristo Cabeza. Los presbíteros, tanto diocesanos como religiosos, son incorporados a este conjunto orgánico para ser cooperadores del Orden episcopal.

De ahí se deduce, como consecuencia inevitable, la íntima unión de amistad, de amor, de preocupaciones, intereses y trabajos, entre obispos y presbíteros, de manera que no se pueda concebir un obispo desligado o ajeno a sus presbíteros, ni un presbítero alejado del ministerio de su obispo. Así todos los sacerdotes, vinculados entre sí por una verdadera «fraternidad sacramental», deben saber convivir y actuar unidos en la solidaridad de una misma consagración.

(Medellín, Conclusiones 11,14)

Comunidad eclesial

La adecuada co-responsabilidad entre obispos y presbíteros pide el ejercicio de un diálogo, en el que haya mutua libertad y comprensión tanto con respecto a los asuntos a tratar como a la manera de discutirlos.

Esto ayudará a comprender mejor la misión común del sacerdocio ministerial y aportará un clima nuevo, en el cual será más fácil superar ciertas tensiones de obediencia, por la búsqueda en comunión de la voluntad del Padre.

(Medellín, Conclusiones 11,15)

Los obispos, junto con los presbíteros, han recibido «el ministerio de la comunidad», por el cual deben dedicarse a edificar y a guiar la comunidad eclesial como signos e instrumentos de su unidad.

Los presbíteros actúan en la comunidad como miembros específicos que comparten con todo el Pueblo de Dios el mismo misterio y la misma y única misión salvadora.

En la comunidad los laicos, por su sacerdocio común, gozan del derecho y tienen el deber de aportar una indispensable colaboración a la acción pastoral. Por esto, es deber de los sacerdotes dialogar con ellos no de una manera ocasional, sino de modo constante e institucional.

Lo mismo dígase con respecto a las religiosas y a los religiosos no presbíteros.

(Medellín, Conclusiones 11,16)

Servicio del mundo

Todo sacerdote ministerial es tomado de entre los hombres y constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios.

La consagración sacramental del orden sitúa al sacerdote en el mundo para el servicio de los hombres.

Es de particular importancia subrayar que la «consagración» sacerdotal es conferida por Cristo en orden a la «misión» de salvación del hombre.

Esto exige en todo sacerdote una especial solidaridad de servicio humano, que se exprese en una viva dimensión misionera, que le haga poner sus preocupaciones ministeriales al servicio del mundo con su grandioso devenir y con sus humillantes pecados; e implica también un contacto inteligente y constante con la realidad, de tal modo que su consagración resulte una manera especial de presencia en el mundo, más bien que una segregación de él.

(Medellín, Conclusiones 11,17)

III. Algunas conclusiones de orientación

El mundo latinoamericano se encuentra empeñado en un gigantesco esfuerzo por acelerar el proceso de desarrollo en el continente.

En esta tarea corresponde al sacerdote un papel específico e indispensable. él no es meramente un promotor del progreso humano.

Descubriendo el sentido de los valores temporales, deberá procurar conseguir la «síntesis del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios».

Para ello ha de procurar, por la palabra y la acción apostólica suya y de la comunidad eclesial, que todo el quehacer temporal adquiera su pleno sentido de liturgia espiritual, incorporándolo vitalmente en la celebración de la Eucaristía.

(Medellín, Conclusiones 11,18)

Para promover el desarrollo integral del hombre formará a los laicos y los animará a participar activamente con conciencia cristiana en la técnica y elaboración del progreso. Pero en el orden económico y social, y principalmente en el orden político, en donde se presentan diversas opciones concretas, al sacerdote como tal no le incumbe directamente la decisión, ni el liderazgo, ni tampoco la estructuración de soluciones.

(Medellín, Conclusiones 11,19)

Espiritualidad

La espiritualidad sacerdotal ha de ser una vivencia personal, intrínsecamente vinculada con su acción ministerial.

Entre todas las exigencias de esta espiritualidad ninguna es superior ni más necesaria que la de una profunda y permanente vida de fe.

Por ella el sacerdote debe hacer visible la perfecta unidad de Cristo con el Padre: «quien me ve a Mí, ve al Padre», y poder testificar con San Pablo: «sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo».

Importa, pues, ante todo, que el sacerdote sea el hombre de oración por antonomasia.

Un sacerdote cuya vida no fuere testimonio de este espíritu de fe, jamás podrá ser reconocido como digno ministro de Cristo, el Señor.

(Medellín, Conclusiones 11,20)

Ministerio

La caridad pastoral infundida por el sacramento del orden debe impulsar hoy a los sacerdotes a trabajar más que nunca por la unidad de los hombres, hasta dar la vida por ellos, como lo hiciera el Buen Pastor.

En el ejercicio de esta caridad que une al sacerdote íntimamente con la comunidad, se encontrará el equilibrio de la personalidad humana, hecha para el amor, y se redescubrirán las grandes riquezas contenidas en el carisma del celibato en toda su visión cristológica, eclesiológica, escatológica y pastoral.

(Medellín, Conclusiones 11,21)

Una clara consecuencia de la orientación conciliar es la superación de la uniformidad en la figura del presbítero; los sacerdotes «... ora ejerzan el ministerio parroquial o supraparroquial, ora se dediquen a la investigación o a la enseñanza, ora trabajen con sus manos compartiendo la suerte de los obreros mismos... ora, en fin, lleven a cabo otras obras apostólicas u ordenadas al apostolado», ejercerán su ministerio en consonancia con las exigencias pastorales de las diferencias carismáticas.

Es menester, sin embargo, recordar con respecto a los carismas, que corresponde a los que presiden la Iglesia juzgar de la autenticidad y ordenado ejercicio de tales dones. En este campo ha de tenerse en cuenta una planificación pastoral, para la mejor distribución de los sacerdotes, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo.(Medellín, Conclusiones 11,22)

Dialogo y cooperación

En vistas de la comunión jerárquica del ministerio sacerdotal se sugiere asegurar en forma institucionalizada la adecuada co -responsabilidad de los presbíteros con el orden episcopal.

(Medellín, Conclusiones 11,23)

Valores culturales

Tiene extraordinaria importancia dar vida a los «Consejos de Pastoral», que son innegablemente una de las instituciones más originales sugeridas por el Concilio y uno de los más eficientes instrumentos de la renovación de la Iglesia en su acción de Pastoral de conjunto.

(Medellín, Conclusiones 11,24)

Es contrario al profundo sentido de unidad del presbiterio el aislamiento en que viven tantos sacerdotes.

Para que pueda realmente compartirse la común responsabilidad sobre la Iglesia local, recomendamos vivamente que se fomente la vida de los equipos sacerdotales en sus diversas formas.

Establézcanse centros sacerdotales donde puedan reunirse en un ambiente fraternal y de frecuente contacto con el obispo, todos los presbíteros con miras a su perfeccionamiento personal.

(Medellín, Conclusiones 11,25)

Es hoy urgente hacer posible la renovación cultural de los presbíteros proporcionándoles tiempo y medios adecuados.

En primer lugar, será necesario ayudarles a asimilar con profundidad las grandes orientaciones teológicas del Concilio y los principales progresos de las ciencias de la Revelación.

Junto con ello, es necesaria una mayor adaptación a todo el progreso humano; la misión del presbítero, en efecto, exige una cultura encarnada y dinámica, constantemente actualizada y profundizada, que no se reduzca a un mero cultivo intelectual, sino que abarque todo el sentido de la «humanitas», enriquecida con sus valores vividos sacerdotalmente.

(Medellín, Conclusiones 11,26)

Estilo y subsistencia

Una de las características indispensables de la espiritualidad sacerdotal, especialmente requerida por nuestra situación continental, es la pobreza evangélica.

Los presbíteros han de ser testigos del Reino, siendo pobres de corazón e imitando a Jesucristo, pero valorando y usando pastoralmente los bienes económicos en favor del Cristo pobre, que se hace cotidianamente presente en los necesitados.

La pobreza evangélica, que es vivida en la Iglesia de acuerdo a distintas vocaciones, tendrá que concretarse, para los presbíteros diocesanos, en un estilo de vida que les dé las posibilidades económicas que se adecúen a un ministerio de especial situación comunitaria.

Será preocupación de los obispos con su presbiterio, cuidar de la realización concreta de un sistema de sustentación de los presbíteros que, por una parte, evite toda apariencia de lucro en relación con lo sagrado y, por otra, distribuya equitativamente los ingresos diocesanos reunidos solidariamente por todas las parroquias.

En particular las Conferencias Episcopales deberán conseguir cuanto antes el funcionamiento de una adecuada previsión social para el clero.

(Medellín, Conclusiones 11,27)