M E D E L L Í N

IV. Saludo fraternal

A nuestros presbiteros

«Los obispos nos sentimos unidos a todos los queridos hermanos que, en la serenidad y en la paz, vienen afrontando problemas e inquietudes que, ponen de relieve la riqueza de su amor a la Iglesia y a los hombres.

Unidos, trataremos de dar nuestra respuesta a los problemas del hombre actual. Reflexionaremos juntos apoyándonos en el don de Dios para discernir los signos de los tiempos. Encontraremos en el Evangelio la imagen más nítida de Cristo, el Señor.

Contamos con su ayuda para llevar a cabo este servicio en una Iglesia que acomete con gozo y confianza la tarea de conducir con Cristo, Pastor Eterno, los hombres todos a la casa del Padre.

Es de justicia, en particular, manifestar nuestro reconocimiento a todos los sacerdotes que, en un pasado remoto y próximo, vivieron, trabajaron y se entregaron por los pueblos de América Latina.

No podemos tampoco dejar de testimoniar nuestro íntimo reconocimiento a los numerosos sacerdotes y religiosos de iglesias hermanas que, dejando patria, tradiciones y amigos, han venido a sumarse a la tarea apostólica que solos no podríamos llenar.

(Medellín, Conclusiones 11,28)

A los que están en crisis

Nos dirigimos, además, a los queridos cooperadores que están padeciendo las angustias de muy variadas crisis después de años vividos en la fidelidad y la abnegación. Sabemos que su situación es fruto, a veces y en parte, de sinceridad y autenticidad. Exista entre nosotros una recíproca confianza, y a pesar de nuestras deficiencias y hasta posibles, aunque no intencionadas, fallas, crean con espíritu elevado que nosotros, somos también responsables de ellos ante el Padre, por disposición divina.

Permitan que les ayudemos y, en la convivencia con los hermanos presbíteros que viven y sufren en la viña del Señor, busquen amparo y solidaridad.

Por encima de todo, no se alejen del contacto íntimo y confiado con Cristo que no los considera siervos sino amigos, y sepan que por ellos oramos al Padre de las luces.

(Medellín, Conclusiones 11,29)

A los que se alejaron

A los presbíteros que, con consentimiento de la autoridad competente, o sin él como resultado de una crisis, que en última instancia sólo a Dios corresponde juzgar, se alejaron del ministerio, les decimos que los sabemos marcados con el sello del sacerdocio y que los respetamos como hermanos, amándolos como hijos.

Encontrarán siempre nuestro corazón abierto para prestarles ayuda, en la medida de nuestras posibilidades, para que, conservando o recuperando el vínculo visible de la unidad esencial en la Iglesia de Cristo, den testimonio del Reino para el cual fueron consagrados.

(Medellín, Conclusiones 11,30)

12. RELIGIOSOS

I. Misión del religioso

La caridad con que amamos a Dios y al prójimo es la única santidad que cultivan todos los que, guiados por el Espíritu Santo, siguen a Cristo en cualquier estado de vida y profesión a la que han sido llamados.

En la Iglesia «todos son llamados a la santidad», tanto los que pertenecen a la Jerarquía, como los laicos y religiosos; santidad que se realiza mediante la imitación del Señor, por amor. Por el bautismo el cristiano inició su configuración con Cristo que luego, por la acción de Dios y la fidelidad del hombre ha de ir creciendo hasta llegar a la edad perfecta de la plenitud de Cristo. Cada uno ha de procurar alcanzar la santidad viviendo la caridad según las características propias de su estado de vida.

(Medellín, Conclusiones 12,1)

II. «Aggiornamiento»

En estos momentos de revisión muchos se preguntan cuál es el puesto que ocupa el religioso en la Iglesia y en qué consiste su vocación especial dentro del Pueblo de Dios.

A lo largo de la historia de la Iglesia, la vida religiosa ha tenido siempre, y ahora con mayor razón, una misión profética: la de ser testimonio escatológico. Todo cristiano- sea religioso o laico- ha de buscar el Reino de Dios identificándose, por amor, con Cristo en el misterio de su Encarnación, Muerte y Resurrección, que culmina en la escatología. Pero lo propio del religioso, lo más característico, es entregar toda su vida al servicio de Dios, viviendo así la caridad, mediante «una peculiar consagración que se funda íntimamente en la del bautismo y la expresa con mayor plenitud». Esta consagración peculiar es un compromiso a vivir con mayor intensidad el aspecto escatológico del cristianismo para ser dentro de la Iglesia, de un modo especial «testigo de la Ciudad de Dios».

(Medellín, Conclusiones 12,2)

Es decir, por una parte, el religioso ha de encarnarse en el mundo real y hoy con mayor audacia que en otros tiempos: no puede considerarse ajeno a los problemas sociales, al sentido democrático, a la mentalidad pluralista, de los hombres que viven a su alrededor. Y así, las circunstancias concretas de América Latina (naciones en vía de desarrollo, escasez de sacerdotes) exigen de los religiosos una especial disponibilidad, según el propio carisma, para insertarse en las líneas de una pastoral efectiva.

Por otra parte, en medio de un mundo peligrosamente tentado de instalarse en lo temporal, con un consiguiente enfriamiento de la fe y de la caridad, el religioso ha de ser signo de que el Pueblo de Dios no tiene una ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura. El estado religioso, «que deja más libres a sus seguidores frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor a todos los creyentes los bienes celestiales- presentes ya en esta vida- y sobre todo da un testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la Redención de Cristo y preanuncia la Resurrección futura, y la gloria del Reino Celestial». O según se expresa en otro lugar «los religiosos, por su estado, dan preclaro y eximio testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas».

Si es verdad que el religioso se coloca a cierta distancia de las realidades del mundo presente, no lo hace por desprecio al mundo, sino con el propósito de recordar su carácter transitorio y relativo.

(Medellín, Conclusiones 12,3)

Su testimonio no es algo abstracto, sino existencial, signo de la santidad trascendente de la Iglesia. Se quiere vivir con mayor plenitud, mediante esta especial consagración, aquella identificación personal con Cristo, que se inició en el bautismo. Ella se expresa principalmente mediante la castidad consagrada por la que el religioso «se une al Señor con un amor indiviso», y por la caridad en la vida comunitaria, que es un preanuncio de la perfecta unión en el Reino futuro.

En las congregaciones de vida activa la acción apostólica como actividad misionera, que también tiende a la plenitud escatológica, no es una labor disociada de la vida religiosa, sino una manifestación del designio de Dios en la Historia de la Salvación.

(Medellín, Conclusiones 12,4)

El testimonio del mundo futuro se manifiesta de un modo especial en la vida religiosa contemplativa que es una presencia y una mediación del misterio de Dios en el mundo. Le corresponde un gran papel en la situación latinoamericana, ya que los contemplativos con su vida de fe y abnegación invitan a una visión más cristiana del hombre y del mundo.

Para que este testimonio sea auténtico, se requiere, tanto en la vida activa como en la contemplativa, un íntimo trato con Dios a través de la oración personal y una profundización en el sentido de la caridad cuya mejor expresión es la celebración eucarística.

(Medellín, Conclusiones 12,5)

A partir de estos principios insistiremos en aquellos aspectos de la vida religiosa que tienen relación directa con el desarrollo y la pastoral en América Latina, temas de esta Conferencia.

(Medellín, Conclusiones 12,6)

Los cambios provocados en el mundo latinoamericano por el proceso del desarrollo y, por otra parte, los planes de pastoral de conjunto, a través de los cuales la Iglesia de América Latina quiere encarnarse en nuestras concretas realidades de hoy, exigen una revisión seria y metódica de la vida religiosa y de la estructura de la comunidad. ésta es una condición indispensable para que los religiosos sean un signo inteligible y eficaz dentro del mundo actual.

(Medellín, Conclusiones 12,7)

A veces se interpreta equivocadamente la separación entre la vida religiosa y el mundo: hay comunidades que mantienen o crean barreras artificiales, olvidando que la vida comunitaria debe abrirse hacia el ambiente humano que la rodea para irradiar la caridad y abarcar todos los valores humanos.

La verdadera caridad tiene como efecto la flexibilidad de espíritu para adaptarse a toda clase de circunstancias. El religioso ha de tener una perfecta disponibilidad para seguir el ritmo de la Iglesia y del mundo actual, dentro del marco que le señala la obediencia religiosa. Debe adaptarse a las condiciones culturales, sociales y económicas, aunque eso suponga la reforma de costumbres y constituciones, o la supresión de obras que hoy han perdido ya su eficacia. Las costumbres, los horarios, la disciplina, deben facilitar las tareas apostólicas.

(Medellín, Conclusiones 12,8)

Vida religiosa y participación en el desarrollo

Es necesario tomar en cuenta las inquietudes y los interrogantes de la juventud, que revelan en general, una actitud de generosidad y compromiso con el ambiente.

Por otra parte hay que abordar seriamente el «conflicto de generaciones», que se caracteriza no solamente como un conflicto entre un sistema de normas y otro de valores, sino por el hecho de que a ciertos valores no se les da ya un carácter absoluto: este «relativismo» produce en la juventud, y más aún en los adultos, un estado de inseguridad que llega a afectar los valores de la vida religiosa y de la misma fe. Es necesario, por tanto, dar una educación personalizadora que los lleve a realizarse a través de graduales opciones personales que tengan como meta la vivencia auténtica de los valores evangélicos.

También notamos que, por esta situación de cambio e inseguridad, se producen numerosos abandonos en la vida religiosa. En estos casos es necesario un espíritu de comprensión fraterna que facilite al máximo el reajuste sicológico y social de quienes dejan sus Institutos.

(Medellín, Conclusiones 12,9)

El amor fraternal a todos los miembros del Cuerpo Místico ha de nacer de la «vida escondida con Cristo en Dios» y ha de ser la fuente de todo apostolado. El apostolado, por su parte, ha de conducir a la unidad de la caridad. Para los religiosos de vida activa la acción apostólica no puede considerarse como algo secundario, antes bien, ella «pertenece a la naturaleza misma de la vida religiosa; toda la vida de sus miembros ha de estar saturada de espíritu apostólico y toda su obra apostólica ha de estar animada por el espíritu religioso».

La integración de la vida apostólica (en todas sus manifestaciones) en la vida misma de los institutos religiosos se está presentando en América Latina como problema de características dramáticas, especialmente entre los jóvenes, más sensibilizados por los condicionamientos del proceso de humanización del continente.

A juicio de estos jóvenes aparece una disociación práctica ante el conjunto de observancias a las que se da el nombre de «vida regular» y la participación en el desarrollo del hombre latinoamericano.

Esto ocasiona una crítica severa a sus propios institutos y comunidades, acusando a la vida religiosa, así entendida, de alienación fundamental respecto a la vida cristiana y de inadaptación al mundo de hoy.

La crisis en las comunidades religiosas toma grandes proporciones mientras disminuye el número de los que se presentan para ingresar en las mismas.

(Medellín, Conclusiones 12,10)

III. Pastoral de conjunto

Por eso recomendamos a los religiosos:

a) Desarrollar y profundizar una teología y una espiritualidad de la vida apostólica, pues se necesita adquirir una mentalidad que valore sobrenaturalmente los elementos penitenciales que encierra el apostolado y realce el ejercicio de las virtudes teologales y morales que lleva consigo;

b) Tomar conciencia de los graves problemas sociales de vastos sectores del pueblo en que vivimos.

(Medellín, Conclusiones 12,11)

La situación actual no puede dejar inactivos a los religiosos. Aunque no han de intervenir en la dirección de lo temporal, sí han de trabajar directamente con las personas en un doble aspecto: el de hacerles vivir su dignidad fundamental humana y el de servirles en orden a los bienes de la Redención.

Consideramos que la colaboración del religioso en el desarrollo es algo vital e inherente a su propia vocación. «Cada uno debe aceptar generosamente su papel, sobre todo quienes por su educación, su situación y su influencia, tienen mayores posibilidades».

(Medellín, Conclusiones 12,12)

A este respeto recordamos a los religiosos la necesidad de:

a) Insistir en una seria formación espiritual, teológica, profunda y continuada, armonizada con el cultivo y aprecio de los valores humanos;

b) Valorar el apostolado y sus exigencias como elemento esencial de la vida religiosa. La fidelidad a este aspecto esencial pide a los religiosos la renovación constante de sus métodos dentro de la continuidad con su propio patrimonio. Asimilarán así todo lo mejor que vaya surgiendo en la Iglesia y adaptarán sus sistemas a los nuevos procedimientos y nuevas necesidades;

c) Considerar que el desarrollo se conecta necesariamente con dimensiones de justicia y caridad. La teología debe intervenir para ponderarlas en orden a una pastoral que cada vez necesita mayor actualización, dado el dinamismo del progreso humano;

d) Revisar sinceramente la formación social que se da a los religiosos, concediendo especial importancia a las experiencias vitales, con miras a la adquisición de una mentalidad social;

e) Atender, educar, evangelizar y promover sobre todo a las clases sociales marginadas. Con un espíritu eminentemente misionero, preocuparse por los numerosos grupos indígenas del continente;

f) Promover un auténtico espíritu de pobreza que lleve a poner efectivamente al servicio de los demás bienes que se tienen;

g) Cumplir lo pedido por Pablo VI referente a la reforma agraria en el caso de que posean tierras no necesarias para la obra apostólica.

(Medellín, Conclusiones 12,13)

Es necesario que en nuestros planes de Pastoral de conjunto, puedan las Congregaciones religiosas integrarse de acuerdo con el carisma, las finalidades específicas de cada Instituto y las prioridades pastorales, aunque para esto sea menester abandonar, a veces, ciertas obras para atender otras que se consideren más urgentes y necesarias.

Esta íntima participación de los religiosos ha de realizarse desde la etapa de reflexión y de planificación hasta la de realización, sin olvidar que la integración real sólo se obtiene cuando las propias comunidades religiosas (a nivel provincial y local) toman conciencia de la responsabilidad pastoral colegial y reflexionan en sintonía con los demás grupos y miembros del Pueblo de Dios.

(Medellín, Conclusiones 12,14)

Laicos consagrados en la vida religiosa y en los institutos seculares

Somos conscientes de la indispensable labor apostólica que realizan religiosos y religiosas. Ellos seguirán siendo, junto al clero diocesano, la base de la evangelización de América Latina. Sugerimos, sin embargo, que los religiosos se esfuercen por integrar a los laicos en los trabajos apostólicos, respetando sinceramente su competencia en el orden temporal y reconociéndoles su responsabilidad propia dentro de la Iglesia.

(Medellín, Conclusiones 12,15)

En fin, ya que el trabajo de evangelización supone permanencia y estabilidad, esta Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, pide encarecidamente a los Superiores Mayores den estabilidad al personal religioso que desempeña funciones apostólicas en América Latina, de acuerdo con los convenios suscritos con los Obispos del lugar.

(Medellín, Conclusiones 12,16)

La más clara conciencia que van tomando los laicos del puesto que les corresponde dentro de la Iglesia por fuerza de su bautismo, nos hace ver y apreciar de manera especial el enorme potencial que representan para América Latina los numerosos hombres y mujeres que, conservando su condición laical, se han consagrado al Señor en la Vida Religiosa o en los Institutos Seculares.

(Medellín, Conclusiones 12,17)

Religiosos laicales

Recordamos antes que todo que «la vida religiosa laical, tanto para los hombres como para las mujeres, constituye en sí misma un estado completo de profesión de los consejos evangélicos».

Sin embargo, para que los religiosos laicales puedan cumplir su misión específica en la América Latina de hoy, es necesario que valoricen su papel de religiosos laicos. Por sus tareas apostólicas y profesionales, comunitarias y personales, ellos han de ser un testimonio valioso y un apoyo eficaz para aquellos laicos que trabajan en las mismas actividades.

(Medellín, Conclusiones 12,18)

Institutos seculares

En el campo de la promoción humana los institutos religiosos laicales deberían diversificarse a la luz de una presencia bien comprendida de la Iglesia en un mundo en desarrollo. Un modo de esta presencia lo constituyen las pequeñas comunidades que viven del propio trabajo.

(Medellín, Conclusiones 12,19)

Los religiosos laicales podrán prestar frecuentemente un apoyo valioso al ministerio jerárquico. En este sentido adquiere especial importancia, en la situación actual de América Latina, el trabajo que realizan, por ejemplo, las religiosas encargadas de vicarías parroquiales en aquellos lugares en donde no hay presencia sacerdotal permanente.

(Medellín, Conclusiones 12,20)

Toda esta actualización exige una preparación esmerada que obliga a las comunidades religiosas a una profunda reflexión cristiana sobre las condiciones humanas encontradas en América Latina y a una competencia profesional en los diversos sectores.

(Medellín, Conclusiones 12,21)

Los trabajos domésticos, necesarios y meritorios, no sean para las religiosas y religiosos de institutos de apostolado directo, un impedimento para su labor específica.

(Medellín, Conclusiones 12,22)

Una atención especial debe prestarse a la formación espiritual y al «aggiornamento» de los religiosos laicales para que ellos puedan ser una señal inteligible que manifieste al hombre latinoamericano su vocación.

(Medellín, Conclusiones 12,23)

Los Institutos seculares, «dada su propia y particular fisonomía, es decir, la secular», realizan una especial presencia de la Iglesia en el mundo. Por eso los miembros de Institutos seculares, mediante una inserción y una acción profunda y eficiente en medio de los lacios del Pueblo de Dios, sean un verdadero fermento en la masa. A ellos toca realizar la presencia de la Iglesia, de modo especial, en ambientes y actividades seculares del mundo actual.

(Medellín, Conclusiones 12,24)

Necesidad de centros regionales de decisión

Dado que la situación de América Latina es muy diferente a la de otras regiones en todos los órdenes, es muy importante que las decisiones para la aplicación concreta de las normas generales dadas por los institutos religiosos, sean tomadas por la competente autoridad nacional o regional. De otra manera se corre el riesgo de interpretar mal las situaciones concretas con grave daño para la vida y la actividad de las comunidades religiosas.

(Medellín, Conclusiones 12,25)

Los religiosos en la vida del pueblo Dios bajo la coordinación de la jerarquía

Lo propio de los religiosos sólo se entiende relacionándolos con los otros miembros, funciones y ministerios del Pueblo de Dios.

Los religiosos presbíteros tienen una situación especial: están unidos con los obispos en el sacerdocio, son consagrados para ser cooperadores del orden episcopal y pertenecen al clero de la Diócesis en cuanto participan en obras de apostolado bajo la autoridad de los obispos.

Religiosos y religiosas se integran en la pastoral jerárquica a diversos niveles: en el presbiterio, en el consejo pastoral, en organismos supradiocesanos.

(Medellín, Conclusiones 12,26)

La diversidad de niveles de integración supone para los superiores religiosos la misión de coordinar y alimentar las diferentes participaciones; les toca desarrollar y mantener el sentido de comunidad que debe ligar la vida religiosa, en sus diversas funciones y ministerios, con el Pueblo de Dios. Consecuentemente la misión de los superiores, sobre todo de los Superiores Mayores, deberá integrarse muchas veces en niveles que rebasan los de la Iglesia local.

(Medellín, Conclusiones 12,27)

En bien de la pastoral diocesana y nacional es indispensable que los obispos se reúnan periódicamente con los superiores religiosos y que las Conferencias Episcopales inviten a sus asambleas a la Conferencia de Religiosos y de Religiosas y viceversa, para tratar en un ambiente de comprensión y cordialidad lo que se refiere a la participación de los religiosos en la Pastoral de conjunto.

(Medellín, Conclusiones 12,28)

Un ejemplo de esta coordinación tan necesaria lo encontramos muy bien logrado en el plano continental, gracias a las relaciones institucionalizadas ya existentes entre el CELAM y la Conferencia Latinoamericana de Religiosos (CLAR). Sea esta la oportunidad para pedir a todos los religiosos y religiosas del continente que secunden la actividad de sus Conferencias Nacionales y de la CLAR a fin de que esos organismos sean para el Episcopado interlocutores cada vez más válidos y más eficaces vehículos de nuestro interés por la vida religiosa.

(Medellín, Conclusiones 12,29)

Por otra parte esta Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano considera muy conveniente que haya religiosos y religiosas de diversas regiones de América Latina presentes en las Congregaciones Romanas y en particular en la de Religiosos.

(Medellín, Conclusiones 12,30)

13. FORMACION DEL CLERO

I. Realidad

Realidad de la Iglesia en América Latina

«América Latina presenta una sociedad en movimiento, sujeta a cambios rápidos y profundos». Esto repercute sobre la misma Iglesia y le exige una postura frente a esta situación. La Iglesia Latinoamericana debe expresar su testimonio y su servicio en este continente, enfrentado con problemas tan angustiosos como los de la integración, desarrollo, profundos cambios y miseria.

Por otra parte, frente a los múltiples problemas de tipo estrictamente religioso, la Iglesia se encuentra con un número cada vez más escaso de sacerdotes, con estructuras ministeriales insuficientes y a veces inadecuadas para una eficaz labor apostólica.

En este contexto ubicamos la formación del clero, que debe ser instrumento fundamental de renovación de nuestra Iglesia y respuesta a las exigencias religiosas y humanas de nuestro continente.

(Medellín, Conclusiones 13,1)

Estado actual de la formación del clero

La restauración del Diaconado permanente y los problemas particulares que plantea hoy la existencia sacerdotal, nos llevan al estudio de la situación actual de la formación del clero.

(Medellín, Conclusiones 13,2)

Diaconado permanente

En algunos países de América Latina se adelantan experiencias de formación de diáconos que, por ser tan incipientes, no ha alcanzado el suficiente grado de madurez que permita su evaluación. Con todo, se nota que la restauración del Diaconado permanente ha surgido teniendo en cuenta determinadas exigencias pastorales. Esto ha dado lugar a una relativa pluralidad de formas en la concepción y preparación de los candidatos a diáconos, de acuerdo con los ambientes.

(Medellín, Conclusiones 13,3)

Formación sacerdotal

Seminaristas

La juventud de nuestros seminarios participa de las inquietudes y de los valores de los jóvenes de hoy. Se nota en ellos deseo de autenticidad; sensibilidad a los problemas sociales; deseo de justicia y de participación responsable en los cambios de hoy; mayor deseo de vida auténticamente comunitaria, de diálogo, de sentido de Iglesia como catolicidad; anhelo de pobreza y búsqueda de los valores evangélicos; respeto a la persona humana; espíritu de iniciativa en la pastoral; sentido de libertad y autonomía; deseo de trabajar para insertarse vitalmente en el ambiente y ayudarse en su formación; aprecio de los valores esenciales.

Por otra parte, las crisis por las que atraviesan hoy la juventud y la sociedad se refleja en la vida del seminario. Por ejemplo: tensiones entre autoridad y obediencia; ansias de total independencia; falta de equilibrio para discernir lo positivo de lo negativo en las novedades que surgen dentro de la vida de la Iglesia y del mundo; rechazo de ciertos valores religiosos tradicionales; exagerado activismo que lleva a descuidar la vida de relación personal con Dios; desconfianza de los adultos.

(Medellín, Conclusiones 13,4)

Seminarios

Se comprueba una crisis en los seminarios que se manifiesta principalmente por una baja notable en la perseverancia y un ingreso cada vez menor de seminaristas. He aquí algunos puntos reveladores de esta situación: formadores insuficientemente preparados; falta de unidad de criterios en el equipo de formadores y de seguridad en los mismos para defender ciertos valores fundamentales en la formación; inseguridad en la orientación con respecto al crecimiento en la fe y a la vocación específica sacerdotal de los candidatos; apertura a veces brusca de los seminarios, sin la debida preparación y asistencia a los seminaristas; fallas de formación hacia una madurez humana plena; carencia en algunos seminarios de un auténtico espíritu de familia; descenso en la conducción espiritual del seminario. Igualmente parece que han influido algunos factores externos, tales como: la crisis de la actual figura del sacerdote, la valoración del laicado y del matrimonio como posibilidades de participación en la misión de la Iglesia, y las nuevas oportunidades de promoción social que ofrece el mundo de hoy.

(Medellín, Conclusiones 13,5)

II. Presupuesto teológico Al mismo tiempo se nota una afanosa búsqueda de soluciones. Entre los principales intentos que actualmente se llevan a cabo, mencionamos los siguientes:

a) Hablando de los seminarios en general se advierte una mayor integración en el equipo de formadores; actualización de éste a través de cursos y encuentros de reflexión; esfuerzo por una formación más personal de los seminarios en la comunidad eclesial y en la comunidad humana; más contacto del obispo y de los párrocos con el seminario; mayor apertura a las realidades del mundo actual y a la familia; renovación de los métodos pedagógicos; aplicación de una sana sicología en el discernimiento y orientación de los candidatos;

b) En cuanto al seminario menor, incorporación cada vez mayor de personal laico, inclusive femenino; apertura hacia una orientación vocacional pluralista; creación de formas nuevas de seminarios menores, tales como semi -internados, externados, asistencia a clases en colegios estatales, privados;

c) Por lo que mira al seminario mayor, una formación más personalizante a base de equipos y pequeñas comunidades, sobre lo cual la Santa Sede ha dado orientaciones precisas. En el campo de la formación intelectual: hay tendencia a unir el personal de varias diócesis y comunidades en centros de estudios comunes, y a que los seminaristas asistan a universidades católicas y estatales, sobre todo para el estudio de filosofía.

Como es obvio, la descripción anterior del estado actual de la formación del clero no implica un juicio de valor sobre hechos, experiencias o métodos arriba reseñados.

(Medellín, Conclusiones 13,6)

La razón de ser del seminario debe ubicarse dentro de la perspectiva bíblica del llamado y de la respuesta. Como centro de formación sacerdotal, deberá partir de la visión bíblica «ex hominibus assumptus... pro hominibus constitutus», a fin de lograr en los candidatos aquella madurez humana que los capacite para ser conductores de hombres. Más aún, como a bautizados se pide a los seminaristas aquella madurez cristiana que los disponga al carisma sacerdotal, por el cual están llamados a la configuración con Cristo Cabeza. Esta configuración peculiar en el sacerdocio de Cristo lo sitúa en un nivel esencialmente distinto del sacerdocio común de los fieles.

(Medellín, Conclusiones 13,7)

III. Orientaciones pastorales De acuerdo con lo anterior, teniendo en cuenta la situación latinoamericana, y sin pretender agotar todos los aspectos de la formación, que por otra parte se hallan contenidos en los documentos del Concilio Vaticano II y de la Santa Sede, ofrecemos a continuación algunas orientaciones pastorales.

(Medellín, Conclusiones 13,8)

Formación espiritual

Atendiendo al papel especial del sacerdote en América Latina y a las tareas de la pastoral que esta Conferencia Episcopal viene subrayando, se estima que la formación específica en los seminarios debe insistir particularmente sobre algunas actitudes y virtudes, sin pretender que éstas sean ni las únicas ni las principales.

(Medellín, Conclusiones 13,9)

Capacidad para escuchar fielmente la Palabra de Dios

Se pide al sacerdote de hoy saber interpretar habitualmente a la luz de la fe, las situaciones y exigencias de la comunidad. Dicha tarea profética exige, por una parte, la capacidad de comprender, con la ayuda del laicado, la realidad humana y, por otra, como carisma específico del sacerdote en unión con el obispo, saber juzgar aquellas realidades en relación con el plan de salvación. Para llegar a esta capacidad se necesita:

a) Una profunda y continuada purificación interior que disponga al hombre para captar las auténticas exigencias de la Palabra de Dios (sentido de la dirección espiritual);

b) Un «sensus fidei», que se profundiza particularmente por:

- La Sagrada Escritura asimilada vitalmente en la oración personal, en el estudio serio del Mensaje y en una activa, consciente y fructuosa participación en la liturgia;

- Una constante confrontación con las enseñanzas del magisterio de la Iglesia. Con el mismo fin, parece necesario desarrollar una fuerte pasión por la verdad y una disposición habitual para defenderse de la unilateralidad por medio de una búsqueda y verificación comunitaria.

(Medellín, Conclusiones 13,10)

Espiritualidad marcada por los consejos evangélicos

En un período en el cual la pastoral latinoamericana se halla comprometida en la promoción humana, a fin de que cada hombre se realice a sí mismo y goce de los bienes de la naturaleza, es necesario que el sacerdote dé a sus hermanos, de una manera convincente, el testimonio de saber vivir con equilibrio y libertad la renuncia de aquellos bienes sin darles un valor absoluto, impidiendo así que se repitan errores ya conocidos.

(Medellín, Conclusiones 13,11)

Espíritu de servicio

El Concilio Vaticano II y los Sumos Pontífices han reafirmado recientemente la vigencia del celibato para los sacerdotes. Siendo el motivo central del celibato la entrega a Cristo y con él a la Iglesia, y constituyendo al mismo tiempo una forma de caridad pastoral que se confunde con la consagración total y es testimonio escatológico ante los hombres, es necesario que se den al seminarista bases muy sólidas para vivirlo gozosamente en la plenitud del amor. Así, pues, dadas las circunstancias concretas en que frecuentemente le toca vivir al sacerdote latinoamericano, es de particular importancia una cuidadosa formación de los seminaristas en este sentido. Esto exige principalmente una formación gradual de acuerdo con el desarrollo físico y sicológico; estar en condiciones de realizar una elección madura, consciente y libre; capacidad de amor y de entrega sin reservas, lo que a su vez reclama una fe fuerte que lo haga capaz de responder al llamado de Dios; disciplina ascética y vida de oración que lo lleve a una madurez en las relaciones con el otro sexo; realización del sentido de la amistad y capacidad para trabajar en equipo.» (Medellín, Conclusiones 13,12)

El sacerdote, como Cristo, está puesto al servicio del pueblo. Esto pide de él, aceptar sin limitaciones las exigencias y las consecuencias del servicio a los hermanos y, en primer lugar, la de saber asumir las realidades y «el sentido del pueblo» en sus situaciones y en sus mentalidades. Con espíritu de humildad y de pobreza, antes de enseñar debe aprender, haciéndose todo a todos para llevarlos a Cristo.

(Medellín, Conclusiones 13,13)

Experiencia personal y amor de Cristo

Como a Pedro, Cristo pedirá al seminarista de hoy un servicio de entrega total, resultado de un amor personal a él y al Padre por el Espíritu, pues no quiere siervos sino amigos.

(Medellín, Conclusiones 13,14)

Disciplina

La disciplina es indispensable, no solamente por el buen orden, sino sobre todo para la formación de la personalidad. Para ello es necesario que la disciplina sea objeto de una adhesión interior, lo cual sólo es posible si los jóvenes perciben su valor y si tiene por objeto metas esenciales.

(Medellín, Conclusiones 13,15)

Formación intelectual

Hoy más que nunca es urgente actualizar los estudios de acuerdo con las orientaciones del Concilio, insistiendo en aquellos aspectos que atañen más particularmente a la situación actual del continente.

(Medellín, Conclusiones 13,16)

Formación pastoral

Cuídese la firmeza doctrinal ante una tendencia a novedades no suficientemente fundamentadas. Insístase además en una profundización que alcance a ser posible un alto nivel intelectual, teniendo en cuenta sobre todo la formación del Pastor.

(Medellín, Conclusiones 13,17)

Dése una importancia particular al estudio e investigación de nuestras realidades latinoamericanas en sus aspectos religioso, social, antropológico y sicológico.» (Medellín, Conclusiones 13,18)

«En cuanto al profesorado, prevista la capacitación de los futuros profesores, hay que procurar actualizarlo por medio de encuentros, cursos e institutos de alcance nacional y latinoamericano, buscando además la colaboración de profesores especializados, que puedan prestar sus servicios en los diferentes centros.

(Medellín, Conclusiones 13,19)

Procúrese que los profesores de seminarios tengan experiencia pastoral y, además, que el clero sea convenientemente actualizado, para que así pueda colaborar eficazmente en la formación de los futuros sacerdotes.

(Medellín, Conclusiones 13,20)

Pastoral vocacional

En una forma más concreta, y en orden a su futura actividad pastoral, debe cuidarse la preparación de los seminaristas en algunos aspectos de particular importancia en nuestro ambiente latinoamericano: formación básica sobre Pastoral de conjunto, preparación para la iniciación y asistencia de las comunidades de base, conveniente información y entrenamiento en dinámica de grupos y relaciones humanas, información adecuada para la utilización de los medios de comunicación social.

(Medellín, Conclusiones 13,21)

Por otra parte, ha de procurarse que participen en actividades pastorales en forma gradual, progresiva y prudente, de manera especial en época de vacaciones.

(Medellín, Conclusiones 13,22)

La pastoral vocacional es la acción de la comunidad eclesial bajo la Jerarquía para llevar a los hombres a hacer su opción en la Iglesia. Por lo mismo, toda la comunidad cristiana, unificada y guiada por el obispo, es responsable solidariamente del desarrollo vocacional, tanto en su aspecto fundamental cristiano, la vocación en general, como en sus aspectos específicos: vocaciones sacerdotal, religiosa y laical.

(Medellín, Conclusiones 13,23)

Puntos varios

El sacerdote por su misma misión debe ser el mediador más directo en las llamadas de Dios: tanto por el ideal que debe encarnar ante la juventud, como, porque siendo fiel a su vocación será más sensible a los llamamientos de Dios en los otros.

(Medellín, Conclusiones 13,24)

Dado el fenómeno de un número creciente de vocaciones de jóvenes y adultos, póngase cuidado especial en la promoción y cultivo de estas vocaciones. Por lo mismo es necesaria una pastoral juvenil que, para ser plenamente auténtica, debe llevar a los jóvenes, por medio de una maduración personal y comunitaria, a asumir un compromiso concreto ante la comunidad eclesial en alguno de los llamados estilos de vida.

(Medellín, Conclusiones 13,25)

Procúrese en el seminario una reflexión continua sobre la realidad que vivimos, a fin de que se sepan interpretar los signos de los tiempos, y se creen actitudes y mentalidad pastorales adecuadas.

(Medellín, Conclusiones 13,26)

Diaconado

Todos los que participan en la vida del seminario, aunque en diverso grado, deben considerarse como formadores.

(Medellín, Conclusiones 13,27)

Se verifica en América Latina una búsqueda de nuevas formas en la preparación de los presbíteros. Para que dichas experiencias sean fecundas, deben ser preparadas maduramente, aprobadas por la autoridad competente, bien comprendidas por los interesados. Además han de ser seguidas, controladas, y evaluados sus resultados, teniendo en cuenta por otra parte, que sean reversibles. Sería también de desear que, una vez demostrada su validez, se comuniquen a las Conferencias Episcopales de los distintos países para común utilidad.

(Medellín, Conclusiones 13,28)

Por razones obvias es conveniente que la formación de los seminaristas, de ordinario, sea realizada en su propio ambiente.

(Medellín, Conclusiones 13,29)

Se juzga oportuno que los sacerdotes de otros países, designados para trabajar en la formación del clero en América Latina, sigan cursos de adaptación en centros nacionales o internacionales, y que la completen con un tiempo prudencial de trabajo pastoral.

(Medellín, Conclusiones 13,30)

Con miras a una mayor economía de fuerzas y mejoramiento de la enseñanza, se recomiendan iniciativas, como las de seminarios regionales e interdiocesanos, cuidando que haya simultáneamente una integración de los obispos responsables y que, en lo posible, abarquen zonas homogéneas humana y pastoralmente. Igualmente se recomiendan Institutos y Facultades de Filosofía y Teología comunes para candidatos al clero diocesano y religioso. Esto último ayudará, además, a una mayor integración en la futura labor pastoral y a una mejor inserción en las realidades del mundo actual.

(Medellín, Conclusiones 13,31)

Se juzga de mucha utilidad que se intensifiquen la colaboración mutua y las relaciones entre el CELAM y la Organización de Seminarios Latinoamericanos (OSLAM), con las Comisiones Episcopales de Seminarios y con las Conferencias Nacionales de Religiosos, en todo lo que se refiere a la información sobre problemas de formación del clero.

(Medellín, Conclusiones 13,32)

Señalamos a continuación algunas orientaciones generales relativas a la formación para el Diaconado permanente.

a) Factor indispensable en la formación del futuro diácono será el recíproco aporte entre éste y la comunidad. Es decir, que el candidato madure su formación actuando en la comunidad y ésta también contribuya a formarlo. Además, los métodos de formación habrán de tener en cuenta la sicología del adulto, excluyendo todo tipo de formación masiva y utilizando los métodos activos.

b) La primera preocupación de los responsables en la formación de los futuros diáconos, ha de ser la de capacitarlos para crear nuevas comunidades cristianas o alentar las existentes, a fin de que el Misterio de la Iglesia pueda realizarse en ellas con mayor plenitud.

c) En vista de lo anterior, es necesario suscitar en los candidatos una espiritualidad diaconal propia que en los casados se debe conjugar con una auténtica espiritualidad conyugal.

d) Dada la diversidad de tareas en que habrá de ejercerse el ministerio diaconal en América Latina, será necesario que la formación intelectual sea a la vez adecuada a las funciones que han de cumplir y al nivel cultural del ambiente.

e) De acuerdo con las condiciones de la Iglesia en América Latina, en la formación del diácono se cuidará también de capacitarlo en orden a una acción efectiva en los campos de la evangelización y del desarrollo integral.

f) Se recomienda que existan en la diócesis, región o país, equipos responsables de formación de los candidatos que podrán estar integrados por presbíteros, diáconos, religiosos y laicos.

(Medellín, Conclusiones 13,33)