1.- La ternura consoladora de Dios:
"Como un padre siente ternura por sus hijos,
así siente el Señor ternura por sus fieles" (Salmo 103, 13)
"Como un hijo al que su madre consuela, así
os consolaré yo a vosotros" (Isaías 66, 13)
"Por un breve instante te abandoné, pero
ahora te acojo con inmenso cariño. En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un momento, pero mi amor por ti es eterno" (Isaías 54, 6-8)
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2.- La fidelidad de Dios es inagotable:
"Hay algo que traigo a la memoria y me da
esperanza: el amor del Señor no
se acaba, ni se agota su compasión. Cada mañana se renueva: ¡que grande es tu fidelidad!" (Lamentaciones 3, 21-23)
"Muéstrame, Señor, tus caminos, instrúyeme en tus
sendas. Guíame en tu
verdad; instrúyeme, pues tú eres el Dios que me salva: en ti espero todo el día. Acuérdate, Señor, de que tu ternura y tu amor son eternos" (Salmo 25, 4-6)
"Volved a mí de todo corazón... volved al Señor
vuestro Dios. Él es clemente
y misericordioso, lento a la ira, rico en amor y siempre dispuesto a perdonar" (Joel 2, 12-13)
"El Señor es clemente y compasivo, paciente y rico
en amor. El Señor es
bondadoso con todos, a todas sus obras alcanza su ternura" (Salmo 145, 8-9)
3.- En Jesús apareció la bondad de Dios:
"Por la misericordia entrañable de nuestro Dios, nos
visitará un sol que nace
de lo alto" (Lucas 1, 78)
"Ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro
Salvador, y su amor a los
hombres. Él nos salvó, no por nuestras buenas obras, sino en virtud de su misericordia" (Tito 3, 4-5)
4.- Dios quiere que su ternura llegue a nuestros
corazones:
"Sois elegidos de Dios... revestíos, pues de
sentimientos de compasión, de
bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia" (Colosenses 3, 12)
"Así dice el Señor todopoderoso: juzgad con rectitud
y justicia; practicad el
amor y la misericordia unos con otros" (Zacarías 7, 9)
5.- Para que podamos consolar a los otros:
"Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre misericordioso
y Dios de todo consuelo. Él es el que nos conforta en todas nuestras tribulaciones, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados" (2ª Coríntios 1, 3-4)
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EL RINCÓN DE LA MEDITACIÓN
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LA TERNURA DE
DIOS |
LA TERNURA DE DIOS
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a
su Hijo, nacido de una
mujer.... "Y el pueblo que vivía en tinieblas, en un país de
sombras donde
reinaba la muerte, vio que resplandecía sobre él una gran luz..." (Isaías 9, 1). El Icono de la Madre de Dios de Vladimir es el
icono de la ternura de Dios
que sobrepasa toda comprensión. Él te revela el misterio del encuentro de Dios con la humanidad; él es signo visible de lo invisible, reflejo de un rostro, lugar de encuentro con lo Sagrado, lazo de unión entre Dios y el hombre. Acércate al misterio de la Encarnación a través del
silencio interior. No
tengas miedo. Acércate con humildad y descubrirás que el creyente es un hombre que permanece de pie y habla cara a cara con Dios. Y te sorprenderás al ver que tus labios van murmurando: "De ti dice mi corazón:
¡Busca su rostro!
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro".
(Salmo 26, 8-9)
En Jesús de Nazaret tú puedes percibir la Palabra y
el Rostro de Dios. En
Cristo, Dios se convierte en un rostro que libera, acoge y da confianza; rostro que jamás dará la espalda a los que Dios llama y a él le buscan; rostro que nunca juzgará ni condenará la debilidad del hombre; rostro del Dios- hecho-hombre; rostro del último instante del hombre que se abre a la eternidad de Dios. El Señor está junto a ti. Él es la imagen de Dios
en la humanidad. En Él
contemplamos lo que seremos un día: iconos del hombre que vive en Dios. En Él reconocemos el rostro eterno, el rostro que poseíamos cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Tu túnica, Señor, resalta sobre el fondo oscuro del
manto de la Virgen. Tu
presencia transforma la humanidad que te acoge: gracia incomprensible, luz inaccesible, insondable abismo de bondad. Y todo recibe su luz de ti, el Cristo resplandeciente, porque tú eres el sol naciente que viene a iluminar a todos los hombres. María, pobre y humilde de corazón, tú eres la
tierra buena en la que se
siembra el grano, la tierra en la cual darán fruto las semillas del Reino. Sobre ti ha descendido la bendición del Señor, y todas las generaciones te dirán bienaventurada (Cfr. Lucas 1, 48). Por ti, la humilde esclava del Señor que ante el
ángel se inclina, la Palabra se
hizo carne y habitó entre nosotros (Cfr. Juan 1, 14), y nosotros hemos visto su rostro. Por ti, nuestra tierra ofreció un espacio al Inaccesible, y el barro dió cuerpo a su Creador. En tu sencillez, eres el baso de arcilla que cobija
el resplandor de Dios. Tú
eres la Madre del Señor, nuestra Madre bien amada, y la imagen de la Iglesia que lleva en su seno la salvación aunque todavía la espera. Tu rostro expresa una ternura mezcla de miedo y de
dulzura. Pintado llevas
en tus rasgos el sufrimiento sereno, el sufrimiento de la Iglesia, el sufrimiento del hombre que no puede con su herida. Y acercándote e inclinándote hacia tu Hijo, buscas
su misericordia para todo
el que vaya a ti llamándote intercesora. Inolvidable es tu mirada. Ojos atentos que esconden
un mirar de
indescriptible ternura: mirada salida de las profundidades de un corazón de madre; mirada que sondea el pasado y traspasa el porvenir; mirada abierta al infinito. Porque tú has humanizado a Dios para que el hombre
conociera cuál es el
camino que le diviniza, entre Dios y el hombre, la distancia ha dejado de ser infranqueable. En tus labios pareces llevar una sonrisa inocente y
herida. Todos los gritos,
las lágrimas, los impotentes silencios y los gestos imposibles de los hombres de todos los tiempos, parece que dejan en ti su huella. Tu mano izquierda parece detenerse y nos designa a
Aquel que es el
Camino, la Verdad y la Vida. Desde tu inmensa ternura, repites sin cesar: "Señor, ten piedad de los
hombres que no tendrán compasión de ti". Nada podrá hacerte olvidar la voz de los profetas, las lágrimas y las penas que llegan desde el fondo de los tiempos, el odio y la miseria que se esconden bajo el sufrimiento de los hombres. Señor, lleno de compasión, acercas tu rostro al de
tu Madre, queriendo
consolarla; como quien conoce bien la pena oculta y quisiera comunicarle su esperanza: ¡Madre, aleja de tu rostro la tristeza! La Encarnación: profundo misterio del amor loco de
Dios hacia ti; "por su
entrañable misericordia nos ha visitado con su luz"...(Lucas 1, 78). Mikel Pereira
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